Capítulo Cuatro
Al parecer, pensó Sara, ya se habían acabado los comentarios sobre lo bien que olía. Era obvio que Shane quería ocuparse de asuntos más inmediatos y realistas. Maldita suerte.
—Sabes muy bien qué está pasando —contestó, con la esperanza de que no se notara mucho que estaba sin aliento—. Hemos sido tomados como rehenes por un grupo disidente.
Shane la atrajo hasta estrecharla contra su cuerpo. Ella sintió una vez más el calor de sus cuerpos fundiéndose y notó que la cabeza le daba vueltas.
—No me refería a eso. Me refería a quién diablos eres tú.
Sara dudó un momento antes de contestar.
—Eso ya lo sabes. Soy una amiga de la reina que casualmente asiste a una universidad cercana al lugar en que vives. Su majestad me pidió que le hiciera el favor de escoltarte en tu viaje a Penwyck. Como súbdito leal, no pude negarme.
Por un momento, Shane aumentó la presión de sus manos sobre los hombros de Sara. Luego, la apartó con delicadeza.
—Bien. Una escolta. O lo que sea —empezó a moverse de un lado a otro de la habitación—. ¿Y dónde crees que estamos, señorita «escolta»?
Sara contestó con el mismo tono sarcástico.
—Parece una habitación pequeña, ¿no crees? Probablemente una despensa, a juzgar por el olor a canela y salvia.
—¿Y dónde dirías que está esa despensa?
—Supongo que en una casa.
Shane murmuró algo ininteligible, pero Sara intuyó que había sido un taco.
—¿Y dónde crees que está la casa? —preguntó, impaciente.
Sara suspiró.
—Tal vez en España, o en Portugal. Pero no estoy segura.
—¿Cuánto tiempo crees que estaremos aquí?
—No tengo ni idea.
—¿Crees que sobreviviremos?
Sara se irguió al oír aquello.
—Si de mi depende, sí. Desde luego.
En aquel momento se oyeron unas voces apagadas. Sara y Shane se volvieron hacia la puerta justo cuando esta se abría. Era Fawn, que llevaba en las manos una linterna, un termo y una cesta. Gracias a la luz que entraba del exterior, Sara confirmó que se hallaban en una despensa, porque tras la falsa azafata se veía una cocina. Sin previa advertencia, Fawn lanzó la linterna hacia Sara, que la atrapó instintivamente en el aire. Luego, alargó el termo y la cesta hacia Shane, que estaba más cerca de ella.
—Veo que me habéis librado del trabajo de desataros —dijo—. Bien hecho —señaló lo que sostenía Shane con un gesto de la cabeza—. Ahí hay comida y té suficiente para que paséis la noche. No penséis en escaparos porque estáis muy bien vigilados,
tanto dentro como fuera de la casa. Hemos comunicado a la reina que si quiere volver a veros vivos tendrá que cancelar sus alianzas con Majorco y Estados Unidos. Con un poco de suerte, en unos días estaréis en Penwyck. De lo contrario, acabaréis en una cuneta con una bala en la cabeza.
A continuación salió y cerró la puerta. Sara encendió de inmediato la linterna, pero casi se arrepintió al ver la expresión de Shane. No había duda de que estaba enfadado. Se dijo que su enfado iba dirigido hacia los Caballeros Negros, pero había algo en su mirada que revelaba que parte de su infelicidad era causada por ella. Pero su expresión de enfado se desvaneció con tanta rapidez como había surgido. Sin apenas fijarse en lo que hacía dejó los termos y la cesta en una estantería a su lado.
—Pensaba que estabas sediento y muerto de hambre —dijo Sara.
—La sed y el hambre son lo que menos me preocupa en estos momentos.
Entonces Shane recorrió la distancia que los separaba en tres zancadas. Sara estaba a punto de dar un instintivo paso atrás cuando él alzó una mano y la deslizó con delicadeza por su mejilla abofeteada.
—Esa bruja —murmuró en tono amenazador—. No entiendo cómo ha podido parecerme guapa.
Sara se contuvo de comentar que las piernas de Fawn eran demasiado largas, que sus cejas eran demasiado espesas y que su actitud era demasiado obvia como para ser considerada guapa.
—Estoy bien —dijo en lugar de ello.
Y entonces dio el paso atrás, pero no porque tuviera miedo de Shane, sino porque tenía miedo de lo que le hacía sentir estando tan cerca.
—He conocido a chicas peores que Fawn a lo largo de los años —añadió.
El sonrió sin ninguna alegría.
—Ah, ¿sí?
Ella asintió despacio.
—Estuve en el equipo femenino de cricket de mi colegio. Éramos tremendas, te lo aseguro.
Shane dejó caer su mano.
—¿Y qué hacemos ahora?
Sara señaló los termos y la cesta.
—Podríamos comer algo.
Shane asintió.
—No creo que hayan envenenado la comida. Algo me dice que aún no nos quieren muertos.
Sara estaba segura de que eran mucho más útiles para los Caballeros Negros estando vivos. Al menos de momento.
—En ese caso, ¿comemos?
Shane volvió a asentir.
—Por supuesto. ¿En tu casa o en la mía?
Shane se pasó una mano por el rostro y deseó tener a mano una maquina de afeitar. Y un lavabo. Y una pastilla de jabón. Y, ¿por qué no?, una botella de whisky. No sabía cuánto tiempo había pasado desde que los habían metido en aquella habitación, pero hacía rato que habían consumido el pan rancio y el flojo té que les habían dado sus captores, que les habían permitido ir al baño un par de veces a cada uno. Aunque saber el tiempo que llevaban allí tampoco lo habría ayudado a salir. Su instinto le decía que el sol se estaba elevando en aquellos momentos en la costa este de Estados Unidos, porque se sentía con ganas de hacer surf; por tanto, debía de ser media tarde en el lugar en que se encontraban.
Pero lo cierto era que no tenía planes ni citas importantes para aquel día, de manera que ¿por qué intranquilizarse?
Se dijo que debía dormir un poco, que era inútil para Sara y para sí mismo en su estado de agotamiento. Aunque había dormitado un poco desde que habían comido, solo había logrado hacerlo intermitentemente. Dados los acontecimientos, no era de extrañar que el sueño lo eludiera.
Miró a su compañera y comprobó que ella no sufría el mismo problema. De hecho, Sara había sucumbido al cansancio y se había quedado dormida hacía rato. Shane no estaba seguro de cuánto, pero si lo estaba de que era adorable estando dormida.
Su jersey rosa y su blusa estaban arrugadas y sucias de polvo en diversos lugares. Una de sus medias lucía una larga carrera y los secuestradores le habían quitado los zapatos, como a él. Hacía tiempo que se le había soltado el moño y su pelo caía en una cascada por sus hombros y frente. Ni siquiera la marca del golpe de Fawn en su mejilla endurecía su aspecto.
A pesar de lo que habían pasado, Shane debía reconocer que había mostrado un gran coraje y dignidad. Era posible que vistiera de rosa y utilizara perlas, pero su personalidad era de acero y fuego. Y en lo único que lograba pensar en aquellos momentos era en cuánto deseaba despertarla y hacerle el amor allí mismo.
«Para el carro, muchacho», se reprendió. ¿Hacerle el amor a la señorita «jersey rosa»? ¿Acaso se había vuelto loco?
Era lo más absurdo que había pensado en su vida. Allí estaba, en una situación que desafiaba toda lógica, con la vida pendiente de un hilo, y solo se le ocurría pensar en hacer el amor con una mujer a la que solo conocía hacía un par de días.
¿Pero no había leído en algún lugar que encontrarse en una situación peligrosa acrecentaba la conciencia y creaba una especie de intimidad artificial entre quienes se hallaban en dicha situación? De manera que su reacción no era tan sorprendente... aunque lo cierto era que seguía sorprendido. Ni siquiera el peligro debería hacerlo sentirse así respecto a una mujer, sobre todo respecto a una mujer como ella. Porque, a pesar de su fuerza, era demasiado decente y dulce para la clase de pensamientos que estaba teniendo sobre ella.
Aunque estuviera mintiendo respecto a quién era.
No dudaba de que fuera una estudiante. Era demasiado… demasiado... «estudiosa» para no serlo. Pero ya no creía que estudiara Lengua Inglesa o Biblioteconomía; no a menos que fuera una fachada para otra cosa. Solo quería saber quién y qué era y por qué lo estaba engañando.
Cerró los ojos pensando que, si permanecía quieto y despejaba su mente de todos aquellos pensamientos, podría caer en el mismo sueño profundo en que se encontraba Sara.
Empezaba a sentirse adormecido cuando oyó que Sara se movía. Cuando abrió los ojos vio a la débil luz de la linterna que se estaba sentando. Gimió mientras extendía los brazos y empezaba a estirarse. Shane trató de no fijarse en cómo presionaron sus pechos contra la fina tela de su camisa cuando lo hizo, trató de no pensar que el sonido que escapó de su garganta al hacerlo fue muy parecido al de una mujer sexualmente satisfecha.
Por un momento pareció no recordar dónde estaba, y Shane no quiso decir nada para recordárselo. Se limitó a observarla en silencio mientras ella estiraba de nuevo los brazos por encima de su cabeza y luego los doblaba tras el cuello. El botón superior de su blusa se desabrochó al hacerlo, dejando al descubierto un fragmento de encaje rosa y de carne color marfil. Al instante, Shane se puso duro como una roca.
Maldijo en silencio. Aquello era lo último que necesitaba en aquellos momentos.
Con un último suspiro, Sara movió la cabeza de un lado a otro y abrió finalmente los ojos. Por su expresión, Shane supo de inmediato que hasta aquel momento había olvidado por completo dónde se encontraba y lo que estaba pasando.
—Esperaba que solo hubiera sido un sueño
—murmuró con voz ronca.
Shane sonrió.
—Bienvenida a mi pesadilla.
Ella hizo un esfuerzo por sonreír.
—Te refieres a nuestra pesadilla.
—Bueno, supongo que no me importa compartirla.
Sara suspiró y miró a su alrededor.
—No parece que tengamos muchas opciones, ¿no?
Shane reprimió un gemido y cerró los ojos. El tono ronco y sensual de la voz de Sara, su aspecto desarreglado y adorable, y aquel botón suelto estaban volviéndolo loco.
—La verdad es que me siento mejor después de haber dormido un rato —añadió ella—. ¿Tú has podido dormir algo?
Shane se limitó a gruñir. Ella asintió.
—¿Has oído decir algo a los Caballeros Negros mientras dormía? —preguntó—. ¿Han hecho algo que te haya llamado la atención?
«Perfecto, Sara», pensó Shane. Hablar sobre su situación fue tan efectivo como arrojarle un cubo de agua helada para aplacar su ardor.
Negó con la cabeza.
—Nada. No he oído nada; ni movimientos, ni voces. Supongo que estarán durmiendo, aunque no creo que lo hagan mientras nos están vigilando. En cualquier caso, supongo que ya es por la tarde en el horario local.
—Lo es —asintió Sara de inmediato.
—¿Cómo lo sabes? —preguntó Shane, sorprendido.
Ella se encogió de hombros.
—Simplemente lo sé. Pero, como has dicho, no creo que nuestros captores estén durmiendo mientras nos vigilan, sea la hora que sea. De todos modos —añadió con suavidad—, tendremos que buscar algún modo de escapar.
Shane la miró con expresión incrédula.
—¿Y cómo se supone que vamos a hacerlo? No solo son más que nosotros, sino que van armados. También son ellos los que tienen las llaves de la casa y del coche. Además, aunque lográramos salir de aquí no sabríamos qué dirección tomar, porque no sabemos dónde estamos. ¿Y si no conocemos el idioma? ¿Cómo íbamos a conseguir que alguien nos ayude?
—Seguro que yo conozco la lengua —dijo Sara—. Por eso no te preocupes —su voz y su expresión se endurecieron cuando añadió—: Pero creo que no es posible encontrarse en una situación peor que esta.
Ninguno de los dos pareció saber qué más decir después de aquello y permanecieron en silencio. Antes de que este se volviera demasiado incomodo, Shane dijo lo primero que se le vino a la cabeza:
—¿Y cómo te volviste tan combativa? ¿Pertenece tu padre a la Armada Real de Penwyck, o algo parecido?
Sara sonrió crípticamente, y con cierta tristeza.
—Pertenecía al algo parecido, sí.
—¿Al ejército?
—No exactamente.
—¿A las fuerzas aéreas?
—No.
—¿Marines?
—Me temo que no.
—Entonces, ¿a qué?
La sonrisa de Sara pareció más nerviosa.
—Mi padre trabajaba para el gobierno —contestó, evasivamente.
—Y tú estás siguiendo sus pasos.
—Podría decirse algo así.
—¿Embajador?
—Más o menos.
Shane apretó los dientes.
—Por qué no te gusta hablar de ti misma? ¿Qué tratas de ocultar?
Sara se encogió de hombros.
—No trato de ocultar nada. Simplemente no hay nada que contar. Te aseguro que he llevado una vida muy aburrida.
—Apuesto a que hay mucho que contar —replicó Shane—. Apuesto a que tu vida ha sido fascinante.
—Perderías ambas apuestas. Como te he dicho, mi vida ha sido muy aburrida.
—Hasta ahora.
Sara miró a Shane directamente a los ojos.
—Hasta ahora, sí.
—¿Y cómo has llegado a este punto?
—Probablemente igual que tú. Estaba en el lugar equivocado en el momento equivocado.
Shane negó con firmeza.
—No. Algo me dice que tú estabas exactamente donde debías estar y a la hora correcta. Aquí está pasando algo que no me has contado, pero no tengo ni idea de qué se trata. Algo en lo que estás involucrada y que no quieres contarme por algún motivo.
Sara trató de mostrarse despreocupada.
—Qué imaginación tienes.
Shane sonrió con ironía.
—Sí, ¿verdad?
Sara cambió rápidamente de tema.
—Y qué me dices de ti, Shane? ¿Qué te ha llevado hasta este punto?
—Un secuestro aéreo —contestó él sucintamente.
—Ya sabes a qué me refiero.
—En realidad no —Shane sonrió—. A menos que estés tratando de conocerme mejor.
Sara volvió a encogerse de hombros.
—No creo que tengamos nada mejor que hacer, ¿no te parece?
A Shane le parecía que sí, desde luego, pero no dijo nada al respecto.
—Podríamos jugar a las veinte preguntas —sugirió—. Al final no hemos podido hacerlo en el avión. Nos han interrumpido de una forma un tanto grosera.
—Mmm —contestó Sara sin comprometerse—. Extrañamente, no es así como suelen resultar las cosas cuando conozco a un hombre por primera vez.
—No me digas —replicó Shane, sintiéndose sorprendentemente juguetón—. ¿Y qué es lo que suele suceder normalmente cuando conoces a un hombre por primera vez?
Sara alzó un hombro y lo dejó caer, una acción que hizo que su blusa se abriera un poco más, dejando expuesta una sustancial parte de su sujetador de encaje. Shane reprimió un gemido e hizo lo posible por no mirar.
—Normalmente vamos a cenar y al cine —dijo Sara—. O, si me gusta mucho el hombre, vamos a bailar.
—¿Y luego?
—Luego, dejo que me acompañe a casa.
—¿Y luego?
—¿Y luego qué?
—¿Lo invitas a pasar?
Sara negó con firmeza.
—Claro que no. No en la primera cita.
—¿Ni siquiera para tomar una copa?
—Desde luego que no.
—Te gusta jugar a hacerte la difícil de atrapar, ¿verdad?
Los ojos de Sara parecían echar chispas cuando miró a Shane.
—Te aseguro que no es ningún juego. Es muy difícil atraparme.
Shane estaba seguro de que aquello era cierto, y precisamente por ello iba a ser más divertido. Porque en aquel momento supo que iba a atrapar a Sara Wallington. En cuanto salieran de aquella situación. Y saldrían.
—Entonces —dijo—, ¿quieres volver a intentarlo?
—¿Intentar qué? —preguntó ella, desconcertada.
—Jugar a las veinte preguntas. Porque ahora mismo estoy pensando en algo realmente bueno
—Shane se esforzó por no sonreír lascivamente—. Y estoy seguro de que podrías averiguar de qué se trata en menos de veinte preguntas.