Capítulo Cinco

Della intentó no reparar en que Marcus se había acercado mientras conversaban. Aun así, no pudo evitar darse cuenta de otras cosas, como lo revuelto que estaba su pelo oscuro o la barba que sombreaba la parte inferior de su rostro. Ambas cosas le daban un aspecto peligroso. Tal vez fuera que se estaba dando cuenta en aquel instante de lo peligroso que era.

Ella misma se había arriesgado con su comportamiento la noche anterior. Era un atrevimiento seguir con él por la mañana sin posibilidad de irse a casa. No sólo porque corría el riesgo de que Geoffrey descubriera su ausencia, sino porque estaba empezando a sentir cosas por Marcus que no debería sentir. Eran cosas que harían que fuera difícil separarse de él cuando llegara el momento.

No debería haber sucumbido a sus deseos la noche anterior. ¿Acaso no había aprendido los problemas que eso podía acarrearle? La última vez que había tenido una relación con un hombre, su vida había quedado muy afectada. Y eso que Egan no había sido tan irresistible e inolvidable como Marcus.

–Provengo de la Costa Este –dijo, confiando en que aquella escasa información apaciguara su interés.

–¿De qué parte de la Costa Este?

Ella frunció el ceño.

–De la Costa Este –repitió.

–¿Del norte o del sur? –Es todo lo que voy a decirte, Marcus. No insistas o no sabrás nada más de mí.

Abrió la boca para decir algo, pero se calló. Probablemente se estaba acordando de que le había dicho que venía de un lugar cálido. Pero era evidente que no le agradaba tener que acceder a sus demandas.

No estaba segura de si revelar algo de su familia, sobre todo teniendo en cuenta que hacía años que no los veía. Incluso cuando todos vivían bajo el mismo techo, no se habían comportado como una familia. Aunque era algo triste de admitir, lo cierto era que no sentía nada por ellos. Aun así, si Marcus quería información, quizá fuera ésa la que le contara puesto que no le afectaba emocionalmente. Además sería confusa puesto que la mayoría de la gente mantenía el contacto con sus familias por lo que pensaría que no se había alejado demasiado.

–Tengo un hermano mayor –dijo ella–. Y otro pequeño.

El primero se había fugado al cumplir dieciséis años, cuando Della tenía catorce, y desde entonces, no lo había vuelto a ver. Del otro, lo último que había sabido de él hacía diez años, había sido que se había unido a una banda de delincuentes a la edad de quince.

Tampoco sabía qué había sido de él.

En las pocas ocasiones en que Della pensaba en sus hermanos, trataba de convencerse de que habían recibido las mismas cosas que ella y de la misma manera. Se decía que habían dejado el barrio y encontrado vidas mejores, al igual que ella. A veces incluso se lo creía. Pero la mayoría de las veces, temía que hubieran estropeado sus vidas, al igual que había hecho ella.

–¿Tienes sobrinos? –preguntó Marcus.

A modo de respuesta, sacudió la cabeza. Para ella, aquel gesto significaba que no lo sabía. Para Marcus, podía significar lo que quisiera.

–¿Tuviste alguna caída importante de pequeña?

Podía contarle acerca de la vez que se había cortado un pie con una botella rota mientras jugaba en un aparcamiento y por el que le habían tenido que dar puntos. Pero eso no era nada comparado con los accidentes esquiando.

–Nada digno de mencionar –se limitó a contestar.

–¿Y los estudios?

Podía inventarse el nombre de su escuela o referirse al instituto con alta tasa de delincuencia al que había asistido. Pero no eran las respuestas que él estaba buscando.

Della sabía que buscaba respuestas concretas. Quería que fuera una clase concreta de mujer, una que proviniera de la misma clase social que él y que hubiera vivido con tanta comodidad como él.

No estaba segura de si giraría la cabeza disgustado al conocer sus verdaderos orígenes, pero sin ninguna duda, se sentiría defraudado. La encontraba glamurosa y así se lo había hecho saber. Le resultaba intrigante, misteriosa y erótica. Lo último que le gustaría oír era que se había criado en un tugurio, que no tenía educación superior, que había luchado por todo lo que tenía y que todo lo que sabía lo había aprendido imitando a otros.

–Sí, estudié.

Marcus sonrió al oír aquello.

–No, lo que quiero decir es que ¿dónde...?

–Mi color favorito es el azul. Y mi comida preferida son los fruits de mer.

Su francés sonaba tan bien como el italiano de Marcus. Por desgracia, aquellas eran las únicas palabras que podía decir en francés y sólo porque había practicado su pronunciación para la cena.

–Después de la ópera –continuó–, mi mayor pasión es…

Se detuvo bruscamente. Tenía un problema porque además de la ópera no tenía ninguna otra pasión. Nunca había tenido oportunidad de encontrar otra. Después de encontrar trabajo en Whitworth and Stone con dieciocho años, se había esforzado por mantener su empleo. Había trabajado horas extra siempre que había podido para ganar más dinero y había pasado el resto del tiempo intentando mejorar en todo lo que había podido: leyendo novelas clásicas, imitando el tono de los actores en películas, estudiando revistas para saber de moda y protocolo. La ópera era el único capricho que se había permitido, tanto porque le gustaba como porque contribuía a la clase de persona que quería ser.

Aparte de eso, apenas le habían gustado otras cosas.

–Después de la ópera… –repitió Marcus, invitándola a continuar.

Ella lo miró, conteniendo otra oleada de pánico. Nunca antes se había sentido tan impostora como en aquel momento. Realmente no tenía nada. Por primera vez desde que dejara Nueva York, se había dado cuenta del vacío que había en su vida y de lo completamente sola que estaba.

–Después de la ópera… –empezó, pero las lágrimas llenaron sus ojos.

No, no quería llorar. Cualquier cosa antes que eso. Allí no y menos delante de Marcus.

No había llorado desde que había dejado de ser niña, ni siquiera cuando las cosas se habían estropeado en Nueva York, ni cuando Geoffrey le había dicho que tenía que irse con él. Ni siquiera en los últimos once meses, cuando había tenido que entregar su vida a otra persona.

¿Por qué en aquel momento? ¿Por qué allí? ¿Por qué delante de la última persona que quería que la viera llorar?

Levantó la mano para cubrirse el rostro y se levantó de la cama.

–Discúlpame. Creo que me ha entrado una pestaña en el ojo –dijo dirigiéndose al cuarto de baño–. Si no te importa, me ducharé primero –añadió y sin esperar respuesta, cerró la puerta y dejó correr el grifo de la ducha.

Luego, tomó una toalla, se sentó en el suelo y la apretó contra su boca.

«No voy a llorar», se repitió una y otra vez.

Tenía los ojos húmedos y los cerró con fuerza.

«No voy a llorar».

Y, gracias a algún milagro, Della contuvo las lágrimas a raya.

En el instante en que Marcus oyó correr la cortina de la ducha, se acercó a la cómoda en la que Della había dejado su bolso. Era uno de aquellos bolsos que las mujeres llevaban en los eventos formales y en los que apenas cabía nada por su diminuto tamaño. Pero había sitio suficiente para el carné de conducir, dinero y un teléfono móvil, además de una barra de labios, un peine, un llavero con una llave y, curiosamente, una memoria USB. No había ninguna tarjeta de crédito, algo que le pareció extraño. Eso quería decir que había pagado por la cena y por cualquier otro gasto que hubiera hecho la noche anterior en metálico. Era un hecho interesante, aunque todavía no sabía en qué medida.

Se fijó primero en el carné de conducir y vio que era del estado de Nueva York. Así que había sido sincera cuando le había dicho que era de la Costa Este, pero no le había sacado de su error al asumir que era de algún sitio de clima cálido. Otro dato interesante, aunque de nuevo no sabía en qué medida. Su nombre completo era Della Louise Hannan y tenía treinta años. De hecho, los había cumplido el día anterior. Así que la noche anterior había estado celebrando ese aniversario tan especial. El hecho de que lo estuviera celebrando a solas lo entristecía más de lo que debería.

Reparó en su domicilio, pero era una de esas calles fuera de Manhattan que no conocía.

Conocía como la palma de la mano las mejores zonas de Manhattan y había imaginado que no le costaría ubicar su dirección, probablemente en la zona de la Quinta Avenida o de Central Park. Pero aquella calle no estaba cerca de ninguna de aquellas zonas. Memorizó la dirección para seguir investigando más tarde y guardó el carné en el bolso. Luego, sacó el teléfono móvil y lo encendió.

Por desgracia, era un teléfono sencillo a cuyo menú no era fácil de acceder. Así que tuvo que esmerarse para dar con lo que estaba buscando, las llamadas enviadas y recibidas.

Después de unos minutos averiguó que todas las llamadas provenían o habían sido hechas a la misma persona: alguien identificado como Geoffrey.

El optimismo que había empezado a sentir desapareció. Geoffrey podía ser un nombre o un apellido, pero por alguna razón estaba seguro de que era un hombre. Pasó por varias pantallas más hasta que encontró su agenda de contactos y buscó en la letra g. Tenía docenas de contactos, la mayoría de mujeres, y cuando por fin dio con Geoffrey, pinchó en el nombre.

Tenía asignados dos números, uno del trabajo y el otro del móvil. El prefijo del teléfono del trabajo correspondía a Chicago y el del móvil a los suburbios. Era una revelación que a Marcus no le aclaraba nada. Mucha gente trabajaba en la ciudad y vivía en los suburbios.

Enseguida se dijo que Geoffrey podía ser un hermano, un primo o un amigo del instituto. No había ninguna razón para pensar que era su pareja o el hombre que la mantenía.

Excepto por el hecho de que era la única persona con la que tenía contacto y probablemente la que mejor la conocía.

Pero, ¿eso era lo que esa clase de hombres hacía, no? Apartaban a la mujer a la que deseaban de sus amigos y familiares hasta que sólo podían contar con él. Fuera quien fuese ese tal Geoffrey, a Marcus cada vez le gustaba menos. Había empezado a detestar a aquel hombre en la vida de Della sin siquiera estar seguro de su existencia.

Siguió recorriendo pantallas hasta que dio con su carpeta de fotografías. No había muchas, pero las suficientes para averiguar más de ella. Había unas cuantas fotos de Della con tres mujeres más, todas ellas de la misma edad. Tardó unos minutos en darse cuenta de que una de las mujeres era Della. Llevaba el pelo corto y negro en vez de largo y rubio como ahora. ¿Para qué iba a teñirse el pelo de aquel color o llevarlo corto?

¡Mujeres!

Por el largo actual de su melena, aquellas fotos debían de tener al menos un año. En algunas de las fotos, Della y las otras mujeres iban vestidas como para trabajar y estaban sentadas ante una mesa tomando copas, como si fuera el final de la jornada laboral. Así que Della tenía un trabajo y no era una mujer de la alta sociedad. Eso no quería decir que no proviniera de una familia adinerada. Podía ser la clienta de alguna de aquellas mujeres.

Siguió revisando las fotos y por fin encontró lo que estaba buscando. Había fotos de Della, con el pelo aún corto y negro, sentada en la playa con un hombre. Era un hombre lo suficientemente maduro como para ser su padre, aunque era guapo y atractivo, además de muy rico, poderoso y casado.

Marcus adivinó aquellas cosas porque conocía a hombres como él. Trabajaba y trataba a diario con ellos. Muchos de ellos eran sus amigos. Aquél tenía que ser Geoffrey. ¿Quién iba a ser si no? No había nadie más en la agenda de Della identificado sólo con el nombre de pila más que unas cuantas amigas.

Revisó la lista de llamadas y vio que la última vez que Geoffrey la había llamado había sido hacía tres noches. La última vez que ella lo había llamado había sido la mañana del día anterior. Y antes, la mañana previa y la anterior. Al parecer, llamaba a Geoffrey cada mañana, fuera día laborable o fin de semana, y siempre alrededor de las nueve.

Fuera quien fuera Geoffrey, la estaba vigilando. Y se aseguraba de que fuera ella la que lo llamara y no al revés. Otra manera de mantener el control sobre ella. Della no había hecho ni recibido llamadas de nadie más en los últimos tres meses. Quien fuera aquel tipo, había conseguido apartarla de su familia y amigos mucho tiempo atrás.

¿Por eso había ido a Chicago? ¿Para escapar de un amante asfixiante? Le había dicho a Marcus la noche anterior que sólo podía darle una noche. También había llamado a Geoffrey el día anterior, por lo que aquel hombre todavía formaba parte de su vida.

Miró el reloj de la mesilla. Eran las nueve menos cuarto de la mañana. En quince minutos, Della tendría que hacer su habitual llamada. Lo más probable era que no la hiciera a menos que Marcus saliera de la habitación, para evitar que la escuchara. Había pensado en ducharse después de la llamada, pero estaba pensando esperar un poco. Sería interesante saber qué pensaría Geoffrey. Quizá la llamaría. Si así era, quería comprobarlo.

No era sólo que deseara confirmar sus sospechas de que Della tuviera una relación con otro hombre. La simple idea estaba haciendo que el desayuno que acababa de tomarse le estuviera cayendo mal. Era la posibilidad de que alguien estuviera maltratándola, bien fuera emocional o físicamente, de lo que Marcus quería enterarse. Después, quería saber el nombre completo de aquel hombre y su dirección. Así, en cuanto las carreteras estuvieran despejadas, podría ir a verlo y darle un escarmiento.

Cuando la ducha dejó de sonar, apagó el teléfono y volvió a meterlo en el bolso de Della junto al resto de sus cosas. Luego, dejó el bolso en la cómoda, en la misma posición que antes. Rápidamente, tomó el periódico que les habían llevado con el desayuno y volvió a la cama, tomó su taza de café y fingió estar leyendo.

Para cuando Della salió de la ducha con el albornoz azul y la cabeza envuelta en una toalla, Marcus había conseguido contener la rabia que sentía hacia aquel tal Geoffrey.

–La ducha es toda tuya –dijo ella al acercarse a la cama.

–Gracias –dijo Marcus sin apartar la vista del periódico.

Por el rabillo del ojo la observó mirar la hora. Apenas quedaban unos minutos para las nueve. Marcus continuó con la mirada puesta en el periódico.

La inquietud de Della ante su pasividad era casi palpable. No dejaba de cambiar el peso del cuerpo de una pierna a otra.

–Deberías darte prisa. No querrás quedarte sin agua caliente. Seguramente nadie dejará el hotel hoy. Ahora mismo debe de haber poca gente usándola.

Marcus continuó atento al periódico.

–No creo que un hotel como el Ambassador fuera la clase de hotel que es si se quedara sin agua caliente para sus huéspedes. No habrá problema, no te preocupes.

–Aun así…

–Antes quiero acabar este artículo sobre… –empezó sin saber muy bien qué decir–, sí, sobre el regreso de los collares metálicos –dijo refiriéndose a un artículo de la sección de moda–. Ah, y también hay un par de artículos sobre economía que quiero leer –añadió mirando a Della y reparando en su expresión de pánico–. No es que tenga que ir a ningún sitio. Además, hace tiempo que no leo el periódico tranquilamente.

–Pero… –dijo sin acabar–. De acuerdo. Entonces, voy a secarme el pelo. Tengo un cepillo en el bolso.

Marcus asintió fingiendo estar absorto en el artículo de moda sobre los collares metálicos.

En cuanto Della se dio la vuelta, la vio sacar el cepillo y el teléfono del bolso.

Rápidamente se guardó el móvil en el bolsillo del albornoz. Cuando vio que se volvía a girar, clavó de nuevo los ojos en el periódico.

–¿Sabes una cosa? –dijo ella de pronto–. Me gusta tomar el zumo de naranja con hielo, así que voy a salir al pasillo a ver si hay máquina de hielo.

Así podría contactar con el hombre que estaba controlando su vida, pensó Marcus.

–Pídeselo al servicio de habitaciones.

–No quiero molestar por algo así. Deben de estar muy ocupados preparando los desayunos.

–Entonces –dijo Marcus dejando el periódico–, yo te traeré el hielo.

–No –dijo ella algo alterada y rápidamente forzó una sonrisa–. Empiezo a sentir claustrofobia. Un paseo me vendrá bien.

–¿En albornoz y descalza? –preguntó mirando su atuendo.

–Nadie me verá –replicó ella, dirigiéndose hacia la puerta–. Probablemente todo el mundo esté durmiendo.

–No, si, como dices, están duchándose y haciendo trabajar al servicio de habitaciones.

–Ya sabes a lo que me refiero.

–Nosotros no estamos durmiendo –señaló él.

–Sí, pero nosotros… –dijo y se detuvo rápidamente para no mencionar el motivo por el que se habían despertado tan pronto–. Quiero decir que aunque alguien me vea, ¿qué más da? Es un hotel y es domingo por la mañana. Debe de haber mucha gente en albornoz y descalza.

No cuando hay una tormenta de nieve fuera, pensó Marcus. La única razón por la que Della y él no estaban vestidos era porque no tenían qué ponerse. Pero no dijo nada. Si seguía intentando que no dejara la habitación, ella seguiría inventándose motivos por los que necesitaba salir. Y si insistía, levantaría sospechas.

–Muy bien –dijo volviendo su atención al periódico–. No te olvides la llave.

–Por supuesto –dijo ella tomándola de la cómoda–. Enseguida vuelvo.

Si era capaz de cumplir aquella promesa, eso significaba que sus conversaciones con Geoffrey no eran muy largas. Lo suficiente para que aquel hombre se asegurara de que ella hacía lo que le exigía.

Esperó a que cerrara la puerta y entonces se dio prisa en abrirla sigilosamente, lo necesario como para verla caminar por el pasillo. Ya había sacado el móvil del bolsillo y estaba marcando con una mano, lo que suponía que seguiría viéndola cuando empezara a hablar. Esperó impaciente a que desapareciera al final del pasillo y entonces dejó el pasador metálico entre la puerta y el marco y salió tras ella.

Cuando llegó al final del pasillo se asomó y la vio pasar por una puerta que daba a las escaleras. La oía hablar por teléfono, pero el tono de su voz era tan bajo que apenas distinguía palabra. Corrió tras ella y se detuvo junto a la puerta por la que había salido. Por desgracia, apenas la oía murmurar. Giró el pomo con cuidado y abrió un poco la puerta. Estaba sentada en el primer escalón, de espaldas a él, así que abrió aún más la puerta.

–De veras, Geoffrey, estoy bien –la oyó decir–. No hace falta que vengas. Si lo intentas, te quedarás atrapado en la nieve.

Marcus trató de reconocer temor en su voz, pero parecía estar bien.

–Lo que quiero decir es que la nieve es un inconveniente –continuó Della–. Además, no sueles dejarme ir a ningún sitio.

Así que no se suponía que debía haber salido, pensó Marcus confirmando sus sospechas.

–Está semana pedí que me trajeran la compra a casa. Además, he descargado dos libros de Internet. Por cierto, gracias por la suscripción a las revistas. Has sido muy amable.

Era lo menos que aquel indeseable podía hacer, teniendo en cuenta que no la dejaba ir a parte alguna.

–¿Qué? –la oyó preguntar y a continuación reír–. No, no es eso. Es lo último que necesito. Quiero algo ligero y que me sirva de entretenimiento.

Se quedó callada, pero Marcus no supo si era porque estaba escuchando a Geoffrey o porque no sabía qué decir. Al cabo de unos segundos, siguió hablando.

–Está bien, si quieres saberlo te diré que son El diario de Bridget Jones y Orgullo y prejuicio –hizo otra pausa y volvió a reír antes de continuar–. Sí, me encanta Colin Firth. Y a tu esposa también.

No era la clase de conversación que Marcus esperaba que tuviera con un hombre casado que la tenía como a una prisionera. Pero tampoco desvaneció sus sospechas de que Della estaba siendo controlada. Lo que más le molestó fue que había algo en su voz al hablar con Geoffrey que no tenía cuando hablaba con él. Había tranquilidad y confianza, nada de las formalidades que mostraba con él. Como si se sintiera más cómoda con aquel hombre que con Marcus. Como si Geoffrey y ella compartieran una relación basada en la confianza.

¿Qué era ese hombre para ella?

Luego, Marcus la escuchó decir algo que lo dejó helado.

–Mira, Geoffrey, ¿durante cuánto tiempo más voy a tener que vivir así? Me dijiste que sólo tendría que hacer esto durante seis meses, pero ya han pasado once. Me dijiste que si hacía todo lo que me pedíais…

¿Pedíais? ¿Geoffrey no estaba solo? ¿Formaba parte de un grupo? ¿Estaba oyendo bien?

–… que entonces quedaría libre –continuó–. Pero todavía estoy…

El hombre debió de cortarla antes de que terminara de hablar porque Della se quedó escuchando obedientemente sin decir palabra durante unos minutos. La vio llevarse la mano a la cabeza y apartarse el pelo del rostro en un gesto que denotaba nerviosismo. Asintió varias veces y se llevó la mano libre a la rodilla.

–¿Dos semanas? –dijo por fin con cierto tono de pánico–. ¿Es ése todo el tiempo que me queda?

¿Hasta qué? ¿De qué demonios estaba hablando? ¿Qué quería aquel hombre que hiciera que no parecía agradarla?

–Entonces, así será –dijo resignada–. Voy a tener que hacerlo.

¿Hacer qué, por amor de Dios?

–No, lo entiendo. Acabaré con ello. No tengo otra elección, ¿verdad? –dijo e hizo otra pausa antes de continuar–. Sé que lo prometí y mantendré mi parte del acuerdo. Es solo que… No pensé que iba a ser así, Geoffrey. No pensé que me sentiría así. Bueno, no es nada importante, no te preocupes –añadió con voz melancólica.

Marcus sintió un nudo en el estómago. Lo que ella sintiera, parecía no tener importancia. Aquel hombre la había herido tanto que Della no era capaz de darse cuenta de que aquella relación no era buena.

Aunque lo que Della tenía con ese hombre no parecía una relación, sino más bien un acuerdo. Ella misma lo había dicho. Y evidentemente no era un buen acuerdo, al menos para ella.

–Así que en dos semanas –repitió–. Tengo dos semanas para prepararme y hacerme a la idea.

Marcus no quería ni pensar para qué tenía que prepararse y mucho menos para qué tenía que hacerse a la idea.

La oyó contestar sí o no a varias preguntas más antes de prometerle llamarlo al día siguiente a la hora habitual. Luego, la oyó colgar.

Estaba a punto de soltar la puerta y volver corriendo a la habitación antes de que lo viera, pero algo lo detuvo: el sonido de sus sollozos.

Algo se retorció dentro de él. No estaba acostumbrado a ver llorar a una mujer.

Probablemente sería porque solía relacionarse con mujeres tan superficiales como él.

Evidentemente a Della le preocupaba mucho su relación, aunque fuera con el hombre equivocado.

Olvidando que aquel adjetivo era aplicable tanto a Geoffrey como a él, Marcus abrió la puerta del todo y avanzó en silencio sin saber muy bien por qué. Lo mejor para ambos habría sido volver a la habitación y fingir que no sabía nada de aquella conversación. Habría sido preferible haber pasado el resto del fin de semana fingiendo que no había nada más entre ellos hasta que hubieran tenido que separarse.

Pero al verla sentada en el escalón, con los brazos cruzados sobre las rodillas y la cabeza descansando en los brazos, con los hombros temblando ligeramente, supo que no podría seguir fingiendo. Todavía tenía el móvil en la mano, pero se le cayó y empezó a llorar con más intensidad, sin molestarse en contenerse. Se dejó llevar por el llanto. Estaba tan desesperada que no se había dado cuenta de que Marcus estaba detrás de ella.

Marcus no supo qué hacer ni qué decir. Estaba allí de pie sintiéndose impotente. Su intuición le decía que se fuera antes de que lo viera, pero su conciencia le decía que hiciera algo por consolarla. Estaba sorprendido de descubrir que tuviera conciencia.

Decidió acercarse y cuando estaba a punto de poner la mano sobre su hombro, ella se dio la vuelta. Al verlo allí, abrió los ojos asustada y rápidamente se puso de pie e hizo amago de marcharse escaleras abajo. Él la tomó de la muñeca y ninguno de los dos supo qué hacer o qué decir. Durante largos segundos, permanecieron mirándose. Finalmente, Della volvió al rellano, junto a Marcus. Él la soltó y le secó una lágrima con la mano.

Marcus no tenía ni idea de qué decir. Nunca antes le habían faltado las palabras. Él, el hombre que siempre tenía un comentario para aliviar tensiones, que podía ver el lado bueno en las más difíciles circunstancias, no sabía cómo hacer desaparecer la tensión de aquel momento.

–¿Estás bien? –dijo por fin, acariciándole el pelo mojado.

Sus ojos parecían más grandes debido a las lágrimas. Se la veía frágil y vulnerable, pero sabía que no era ninguna de aquellas dos cosas. Al darse cuenta del estado en que se había quedado después de aquella conversación con Geoffrey no pudo evitar despreciarlo aún más.

Ella asintió, pero no dijo nada. Se secó los ojos y después metió las manos en los bolsillos del albornoz.

–No tienes buen aspecto –dijo Marcus y volvió a acariciarle el pelo hasta tomarla por la nuca.

–Estoy bien –dijo sin que su voz sonara convincente.

–¿Con quién estabas hablando?

No tenía sentido fingir que no la había oído hablando por teléfono.

Antes de contestar, Della miró el teléfono en el suelo y luego a Marcus.

–¿Qué es lo que has oído?

Estuvo a punto de contestarle que había oído lo suficiente como para saber que estaba con alguien con quien no debería estar y que la estaba obligando a hacer cosas que no quería hacer. Claro que tampoco debería estar con Marcus, siendo la clase de mujer que era, con unas emociones tan intensas.

–No mucho –mintió–. Al ver que no volvías estaba preocupado, así que vine a buscarte.

–¿Tanto tiempo he tardado?

Él sonrió, incapaz de contenerse.

–¿Con quién estabas hablado, Della? –volvió a preguntar al ver que no contestaba.

–Con nadie importante.

–Era la persona que no querías que te echara de menos hoy, ¿verdad?

–Pero no de la manera…

–¿De qué manera? –preguntó Marcus.

–Déjalo estar –dijo apartándose de él para recoger el teléfono–. Mira Marcus, ¿por qué no volvemos a la habitación y nos olvidamos de esto?

Al ver que no decía nada, lo miró arqueando las cejas.

–Por favor –insistió Della.

Él se cruzó de brazos.

–No sé, Della. ¿Podemos hacerlo?

Ella apartó la mirada.

–Yo puedo hacerlo si tú también puedes.

Por alguna razón, Marcus lo dudaba. Geoffrey no parecía la clase de hombre que le dejara olvidar nada.

A pesar de eso, Marcus asintió.

–De acuerdo. Olvidemos lo que ha pasado.

–¿Me lo prometes? –preguntó ella sin mirarlo.

–Sí.

Cuando lo miró de nuevo, la expresión de tristeza había desaparecido de su rostro.

Estaba cariacontecida y algo pálida.

–Te lo agradezco.

Fue entonces, al oírla hablar con tanta formalidad, cuando se dio cuenta de que por unos instantes, se había mostrado tan familiar con él como con el hombre de teléfono. Pero de nuevo se mostraba reservada.

Al estudiarla, se dio cuenta de que incluso su actitud lo evidenciaba. De nuevo, estaban fingiendo y debería sentirse aliviado por ello.

Sin embargo, por alguna razón, era Marcus el que quería llorar en aquel momento.