Capítulo Tres
Della se obligó a apartar la mirada de él y se fijó en las puertas de cristal que había no lejos de su mesa. La nieve que los meteorólogos habían pronosticado, había empezado a caer.
Como neoyorquina que era, la nieve no le era algo extraño. Y en Chicago había nevado ya unas cuantas veces esa temporada. Pero había algo mágico para ella en aquella nevada, como cuando era niña. Por entonces, cada vez que nevaba, su barrio pasaba de ser un paisaje de cemento y asfalto a un mundo blanco y encantado. La escalera de incendios a la que daba la ventana de su habitación se convertía en una escalera de diamantes que conducía a la torre en la que estaba prisionera una princesa. Los montones de basura en las aceras pasaban a ser montañas de polvo mágico y los coches desvencijados, carruajes plateados.
Resultaba muy apropiado que nevara esa noche, justo cuando se sentía en mitad de una aventura mágica como las que inventaba de niña. Era curioso ver caer aquellos copos blancos por detrás del príncipe azul que acababa de conocer.
–Está nevando.
Marcus se giró siguiendo su mirada y luego volvió a girarse hacia ella. Era evidente que para él la nieve no tenía el mismo encanto que para ella.
–Se esperan entre diez y quince centímetros.
Parecía molesto por el cambio de conversación.
Marcus reparó en sus manos unidas y, a regañadientes, apartó la suya. Era lo que ella quería, se dijo Della, un cambio de conversación para desviar sus intenciones. Pero entonces,
¿por qué había tenido el efecto contrario? ¿Por qué quería que volviera a tomarla de la mano y entrelazara sus dedos?
Aun así, él no se había apartado del todo. La punta de sus dedos seguía en contacto y podía sentir el calor de su piel. Eso fue suficiente para evitar que sus manos volvieran a unirse.
Era lo mejor, se dijo. Aquél era un encuentro puntual y con la nieve que había empezado a caer, debía pensar en irse. Además, le había dicho al conductor del coche que había alquilado que la recogiera en el club a medianoche. Era casi la hora. Tenía que poner fin a aquello que estaba pasando con Marcus y marcharse.
Pero, ¿por qué no lo hacía?
–Lo suficiente como para que todo se complique –dijo Marcus–. Al menos no habrá que soportar tráfico para ir a trabajar.
Eso le recordó que al día siguiente sería domingo, por lo que no tendría que levantarse tan temprano. Podía apurar unos minutos más.
–A mediodía –continuó él–, la ciudad estará llena de nieve sucia y medio derretida. La nieve no es más que una molestia que…
–A mí me gusta la nieve. Me parece muy bonita.
Marcus sonrió.
–Lo dice alguien que nunca ha tenido que lidiar con ella –replicó–. Con esa pista, puedo adivinar algo más de ti. No sólo hace poco que has llegado a Chicago, sino que vienes de un lugar cálido y soleado en el que nunca hay que preocuparse por las complicaciones que ocasiona la nieve.
No dijo nada que lo contradijese. Al fin y al cabo, permanecer en silencio no era mentir. Y cuantas más ideas equivocadas de ella se hiciera, mejor.
Al ver que permanecía en silencio, Marcus sonrió satisfecho.
–Tengo razón, ¿verdad? Vienes de un sitio en el que siempre hace calor, ¿no? –insistió él.
Si supiera… Desde luego que hacía calor cuando dejó Nueva York.
–Has dado en el clavo –dijo Della sonriendo.
Se sentía culpable por adornar la verdad en un intento de ser sincera con él. Culpable por dejarle creer que era alguien que no era. Culpable por despertar en él…
No, eso no lo estaba haciendo, se dijo. Ninguno de los dos estaba prometiendo nada.
Precisamente, ambos estaban evitando hacer promesas. Lo cierto era que todavía no sabía cuáles eran sus intenciones en lo que a Marcus se refería. Él estaba dispuesto a compartir más que champán, queso y fruta con ella. Estaba a la espera de que le enviara alguna señal de que también estaba interesada en algo más. Y aunque estaba interesada, había una parte en ella que se aferraba a la cordura.
Porque aunque por sucumbir a las artes seductoras de Marcus no fuera infiel a ningún hombre, sí se lo sería a sí misma. No había sobrevivido en las pocilgas de Wall Street y en una de las firmas de inversiones más poderosas y dinámicas creyendo en cuentos de hadas. Lo había conseguido siendo pragmática, trabajando mucho y concentrándose en su objetivo.
De esa misma manera era como estaba construyendo la vida que quería.
Suspiró para sus adentros. De nuevo estaba pensando en cosas en las que no debería acordarse esa noche. Analizar su vida pasada e inquietarse por la incertidumbre de la nueva no eran parte de la vida imaginaria que estaba viviendo en ese momento. Era su cumpleaños.
El único día del año en el que una persona podía permitirse ser egoísta y caprichosa. Tenía que limitarse a pensar y disfrutar del momento que estaba viviendo. El presente era lo único de lo que estaba segura, lo único que podía controlar. Miró de nuevo a Marcus, cuyo papel en aquella noche todavía no estaba definido, se levantó de la silla y se acercó a la cristalera a ver caer la nieve.
Había una pequeña terraza que estaba a oscuras por la época fría del año y la hora tardía.
Della distinguió los contornos de un puñado de mesas y sillas, cubiertas durante el invierno, y algunas macetas. Una manta blanca cubría todo, señal de que debía de llevar nevando más tiempo del que pensaban. Claro que cuando una mujer estaba atenta a un hombre como Marcus, era difícil darse cuenta de lo que estaba pasando a su alrededor.
Como por arte de magia, sintió que estaba detrás, lo suficientemente cerca como para estar pegado a ella. Pensó que estaba imaginando la sensación de calor de su cuerpo junto al suyo, pero su olor… Era demasiado real y maravilloso.
–Apenas eran unos copos cuando llegué –dijo ella–. Me sorprende lo mucho que ha caído.
Él no dijo nada durante unos segundos y permaneció irradiando su calor y su embriagadora fragancia.
–La nieve no es lo único sorprendente de esta noche –dijo él por fin.
Estaba de acuerdo. A pesar de lo inesperado de Marcus, su presencia había resultado perfecta. Un príncipe azul era lo único que le había faltado al cuento de hadas que había planeado para esa noche, aunque le fuera completamente desconocido. Claro que no le resultaba del todo desconocido. Hacía ya unas horas que se conocían. Habían compartido una cena agradable, una ópera espectacular, una entretenida conversación y algunas caricias. Se habían sacado algunas sonrisas y se estaban despertando algunas sensaciones entre ellos.
A Della le gustaba Marcus. A él le gustaba ella. Eso hacía que no fueran extraños.
Sin pensarlo, buscó el pomo de la puerta y comprobó que no estaba cerrado. Otra sorpresa o quizá más bien, un toque mágico. Incapaz de detenerse, abrió la puerta, salió a la terraza y empezó a dar vueltas bajo la nieve que caía.
–Della –dijo Marcus desde dentro–. ¿Qué estás haciendo? Hace mucho frío ahí fuera.
Lo curioso era que no sentía frío. A su lado, una sensación de calor emanaba desde su interior.
–No puedo evitarlo –dijo ella dejando de dar vueltas para mirarlo–. Es muy bonito y transmite tranquilidad. Escucha.
Como ocurría con la nieve, los sonidos de la ciudad que se extendía frente a la terraza se amortiguaban. Lo único que parecía oírse era el sonido de los copos cayendo. A su pesar, Marcus hundió las manos en los bolsillos de su pantalón y salió a la terraza mientras la miraba, sacudiendo la cabeza.
–Eres peor que una niña –dijo él.
De nuevo, aquella deliciosa sonrisa.
Mientras se acercaba, Della se fue apartando hasta que chocó con el borde de la terraza. Cuando su espalda dio con la pared, un puñado de nieve se le vino encima. Rió y agitó la cabeza para sacudirse la nieve. El recogido de su pelo se soltó, cayéndole sobre los hombros. Marcus se acercó a ella a toda prisa, patinando al hacerlo. Enseguida se agarró a la barandilla y sus risas se unieron a las de ella.
–Somos un desastre, ¿no? –dijo ella.
No le importaba. Hacía un año que su vida era un desastre. Al menos, aquello era divertido. Extendió la mano para tomar los copos en su palma. En cuanto tocaban su piel, se derretían.
–Mira, Marcus. ¿Cómo puede no parecerte bonito?
Marcus se acomodó en un rincón de la terraza.
–Hace frío –dijo–. Y te has dejado el abrigo dentro.
En un gesto de caballerosidad se quitó la chaqueta de su esmoquin y se la puso sobre los hombros. La prenda parecía querer tragársela, envolviéndola a la vez de su olor y calidez, por lo que no pudo evitar encogerse en ella.
–Ahora, tú pasarás frío.
–No he sentido frío desde que puse los ojos en ti. Ni la nieve ni esta temperatura gélida va a hacer que eso cambie.
Della tampoco sentía frío, aunque no por ello estaba dispuesta a devolverle la chaqueta. Le resultaba muy agradable envolverse en ella. Era como si el mismo Marcus la estuviera abrazando.
Como si una vez más le estuviera leyendo el pensamiento, empezó a inclinar la cabeza hacia la suya.
Consciente de que estaba a punto de besarla, Della se apartó sin saber muy bien por qué. Deseaba que la besara y quería besarlo, pero todavía no se atrevía a hacerlo. No era la mujer que él pensaba. Incluso estaba empezando a plantearse que ella misma no sabía quién era. Pronto sería otra persona. Y en un par de horas, Marcus y ella no serían más que un vago recuerdo en la mente del otro. ¿Qué clase de recuerdo quería ser para él? ¿Qué clase de recuerdo quería que fuera él?
Marcus no le dio tiempo para pensar puesto que en cuanto le dio la espalda, la rodeó por la cintura y la atrajo hacia él. Su pecho era más ancho que los hombros de Della y su torso se acoplaba perfectamente al de ella. Pero donde más podía sentirlo era al final de la espalda.
Rozándose contra ella, su cuerpo parecía estar despertando a la vida.
El pulso de Della se aceleró al darse cuenta de que estaba tan excitado como ella. Una oleada de calor la invadió al sentir su boca junto a la oreja. Sentía su aliento cálido y húmedo junto a su piel, lo que alteró sus sentidos hasta encontrarse aturdida.
–No puedo decir que la nieve sea bonita porque esta noche estoy disfrutando de algo mucho más bonito. De hecho, tú, mi misteriosa Della, eres fascinante –dijo con voz ansiosa.
Della evitó contestar a aquello porque tenía miedo de lo que pudiera decir y mucho más de lo que pudiera hacer. Se inclinó sobre la barandilla para ver la nieve caer. Ofreció su rostro al aire gélido con la confianza de que fuera el antídoto que necesitaba para calmar aquellas sensaciones que se habían despertado en ella. Sin embargo, su nueva postura la acercaba aún más a Marcus y sintió con más intensidad su erección.
Tragó saliva y se aferró con fuerza a la barandilla metálica por miedo a que sus dedos se agarraran a otro sitio. No tuvo tanta suerte con sus pensamientos, ya que continuaron divagando sobre asuntos de los que no quería saber nada. Asuntos como que nunca conocería a un hombre como Marcus y cómo en cuestión de segundos podía salir de su vida. No había nada más triste en la vida que dejar pasar una oportunidad. Así que echó la cabeza hacia atrás para disfrutar de los copos de nieve que caían, confiando en que adormilaran su mente y la hicieran olvidar… todo: los tristes recuerdos del lugar donde se había criado, la desagradable verdad que había descubierto sobre Egan Collingwood, cada momento de angustia que había pasado en su trabajo, la sensación de soledad que en numerosas ocasiones la había asaltado en los últimos once meses... Todas las razones por las que no debía hacer lo que quería hacer con Marcus. Era el regalo sorpresa que el destino le había preparado por su cumpleaños.
De nuevo, como si estuviera leyendo su mente, le separó las manos y deslizó la suya bajo la chaqueta. Suavemente, como si estuviera afinando un instrumento, le acarició las costillas. Una oleada de placer la recorrió y suspiró. Incapaz de contenerse, se apoyó en él y enredó los dedos en su pelo.
–Oh, Marcus –murmuró al sentir su roce.
Él no dijo nada, limitándose a hundir la cabeza en el cuello de Della para besarlo. Con una mano tomó uno de sus pechos y con la otra empezó a aventurarse más abajo, moviéndose a lo largo de las curvas de su cintura, sus caderas y sus muslos. Lentamente fue subiéndole el vestido hasta que Della sintió la nieve en las piernas. Debido al frío y al largo del vestido se había puesto unas medias hasta encima de las rodillas, dejando sus muslos desnudos. Jadeó al sentir el frío en su piel desnuda, pero no sólo por el ambiente frío sino por lo lejos que habían llegado las cosas entre ellos.
–Marcus… –comenzó a protestar.
Pero sus palabras no sonaron con la rotundidad que deberían.
–Calla –dijo él–. Sólo quiero acariciarte. Quiero sentir tu piel bajo mis dedos.
Iba a decirle que ya lo había hecho al tomarla de la mano, pero fue incapaz de articular palabra. Hacía mucho tiempo que no sentía las caricias de un hombre. Se le había olvidado lo agradable que era sentirse tan próxima a otro ser humano y lo necesario que era compartir aquella intimidad con otra persona. Era una experiencia placentera, que la hacía sentir llena de vida.
Marcus encontró el borde de sus bragas y deslizó los dedos por debajo para sentir su humedad.
Se le había olvidado también aquella sensación.
–Estás muy húmeda –murmuró él junto a su oreja, sorprendido por su reacción–.
Della, cariño… Es como si… Es como si estuvieras lista para recibirme.
Volvió a acariciarla con los dedos, provocándole un gemido. Ella volvió a aferrarse a la barandilla y comenzó a recorrerla del mismo modo en que tocaría a un hombre en su…
Marcus volvió a acariciarla y Della fue consciente de que se había dado cuenta del movimiento de sus manos sobre la barandilla. Estaba pensando y sintiendo lo mismo que ella. En el fondo, deseaban lo mismo.
Volvió a besarla en el cuello, esta vez mordiéndola suavemente. Aquello le pareció tremendamente erótico. A modo de respuesta, Della llevó una mano hacia atrás e intentó abrirle el cinturón y la cremallera del pantalón con sus dedos temblorosos.
¿Por qué no iba a hacerlo? Era su cumpleaños y estaba de celebración. Se había hecho varios regalos esa noche así que, ¿por qué no uno más? ¿Por qué no disfrutar con aquel hombre del modo en que ambos querían disfrutar?
Cuando Marcus se dio cuenta de lo que estaba haciendo, se apartó para facilitarle la labor. Ella comenzó a darse la vuelta, pero él la sujetó por la cintura y la mantuvo de espaldas a él. Así que volvió a buscar con su mano por detrás de ella y lo encontró desnudo y dispuesto. Él jadeó al sentir su mano fría, pero enseguida ambos entraron en calor. Della tomó su pene con una mano y se quedó sin respiración al recorrer su longitud.
No estaba segura de qué hacer a continuación y, en ese momento, Marcus parecía estar pensando lo mismo. Dejó caer una mano desde la cintura de Della y volvió a subirle el vestido, esta vez por detrás. Ella se aferró a la barandilla y Marcus le bajó las bragas. Della hizo el resto quitándoselas.
Él se agitó detrás de ella y se puso un preservativo que debía de tener a mano. Tan solo tuvo un segundo para pensar en lo preparado que estaba para practicar sexo, a la vez que era lo suficientemente responsable como para tomar dicha precaución. Entonces, mientras la nieve caía sobre ellos, Marcus se hundió en ella desde atrás.
Al sentir la penetración, Della dejó escapar un grito y Marcus le tapó la boca con la mano. A continuación, empezó a moverse dentro de ella, retirándose casi completamente antes de volver a embestirla. Della tuvo que morderse el labio para guardar silencio y Marcus se lo recompensó acariciándole los pliegues húmedos de su entrepierna. Aquello hacía que quisiera volver a gritar.
Pero no lo hizo y se limitó a dejarse llevar. Una ola de calor se extendió desde su vientre a todo su cuerpo. Una y otra vez disfrutó de cómo el hombre que estaba detrás de ella la llenaba y, entonces, sintió la sacudida del orgasmo, seguida inmediatamente de la de él.
Luego, se apartó de ella, se quitó el preservativo y arregló como pudo sus ropas antes de hacer que se diera la vuelta y besarla en los labios. Durante un largo rato, la besó una y otra vez. Finalmente, se separó lo suficiente para tomar su rostro entre las manos. Estaba nevando más fuerte y parecía que un tornado blanco los estuviera envolviendo.
Marcus inclinó la cabeza hasta que sus frentes se tocaron. –Nunca antes me había pasado algo así –dijo él entre jadeos–. Della, eres una droga.
No supo cómo responder a aquello, así que se quedó callada. Se limitó a tomar su camisa y aferrarse a ella. Permanecieron así largos segundos. Ninguno de los dos parecía saber qué decir o qué hacer. Della estaba segura de que nadie del club había visto lo que había pasado. No sólo no había nadie allí, sino que estaban ocultos por la oscuridad y la nieve que caía. Sonrió al reparar en que las ventanas que estaban detrás de ellos se habían empañado.
Marcus se apartó de ella lo suficiente como para mirarla a la cara. Parecía estar a punto de pedirle que le devolviera la chaqueta y poner alguna excusa para irse de allí.
Sin embargo, no fue eso lo que ocurrió.
–¿Sabes que es lo que más me gusta del club Windsor? –preguntó acariciándole el pelo.
Sin confiar aún en su voz, Della sacudió la cabeza.
–Lo que más me gusta es que tiene acceso al hotel Ambassador. En noches como ésta, en las que conducir es peligroso por las condiciones meteorológicas, la oscuridad y el buen champán, se puede pasar la noche allí. No hace falta salir a la calle para llegar al hotel.
Simplemente hay que ir al vestíbulo, atravesar el corredor y en cuestión de minutos se accede al mostrador de recepción. Y gracias a que soy miembro platino del club, a los pocos minutos puedo estar en una lujosa suite pidiendo otra botella de champán al servicio de habitaciones.
–Pero yo no soy miembro platino del hotel Ambassador.
Marcus fingió no haber reparado en ese detalle.
–Tienes razón. Has llegado a Chicago hace poco, ¿verdad? Entonces, tendrás que sea miembro platino del club.
Ella sonrió.
–¿Y a quién podría conocer que lo fuera?
–¿No te supondría un problema pasar la noche en el Ambassador conmigo? ¿No tienes… ninguna obligación esperándote en otra parte?
Sólo la obligación de devolver la ropa antes del mediodía y hablar con Geoffrey a las nueve, como hacía cada mañana. Siempre se despertaba antes de las cinco, incluso sin despertador. Era una costumbre que tenía arraigada porque el señor Nathanson, su jefe, siempre había insistido en que estuviera en el trabajo a la vez que él, a las siete, antes de que los demás llegaran. En aquel momento, Della había pensado que se debía a que el hombre era un adicto al trabajo. Pero con el tiempo, había descubierto que era un corrupto.
Volvió a prestar atención a Marcus. Se recordó que era un regalo más. Una noche con él era el regalo de cumpleaños más increíble que jamás había tenido. Sería una lástima no disfrutar de un regalo así.
–No, no tengo ninguna… obligación –dijo acariciándole el pelo humedecido por la nieve–, hasta mañana. Una noche solo, Marcus –añadió–. Una noche es lo único que puedo prometerte.
Para Della era muy importante que supiera que eso sería todo lo que habría entre ellos.
A la vez, era la manera de convencerse a sí misma de que así tenía que ser.
–Una noche es todo lo que pido, Della.
Probablemente eso era lo que quería de toda mujer, pensó ella. Porque probablemente eso era todo lo que un hombre como él estaba dispuesto a ofrecer.
Eso la hizo sentirse mejor. Ambos querían lo mismo. Ambos necesitaban lo mismo: dar y recibir a partes iguales. La noche sería tal y como llevaba años planeando: una noche mágica y única. Sería el regalo que se haría.
Marcus le acarició con un dedo la mejilla.
–Bueno, entonces, misteriosa Della, ¿por qué no nos damos un paseo a ver dónde acabamos?