Capítulo 12
UN KRATO NUEVO
Descendimos los tres en la oscuridad del antejardín. Golpeamos la puerta. Cuando mi abuela abrió se encontró primero conmigo solo. Sin decirle nada le puse un audífono traductor en el oído para que pudiese comprender a Krato. Con Ami no era necesario porque él podía hablar en castellano, aunque con un acento un poco extraño. Luego, les hice señas a ambos, que estaban escondidos, y después ella escuchó un triple «¡¡¡SORPRESA!!!» y vio tres alegres sonrisas de oreja a oreja.
Pero Krato no tenía ningún tipo de modales, era un bruto. Se adelantó con una rosa roja en la mano. Al parecer la tomó del jardín sin que lo viésemos, se le acercó a mi abuela y muy al oído, pero con voz fuerte, le dijo la pesadez siguiente:
—¡HE ATRAVESADO EL UNIVERSO PARA ENCONTRAR EL AMOR DE MI VIDA! —Y le entregó la rosa, con una sonrisa llena de dientes y los labios rojos y húmedos. Yo pensé que mi pobre abuela le había despertado apetitos más bien gastronómicos. Pero ella no pareció molesta; al contrario, miró al viejo con gran intensidad y alegría, recibió la flor con emoción y dijo:
—Muchas gracias, muy amable. Pasen, pasen. Ahora tengo la prueba de que Dios es Dios de los terrícolas y también de los extraterrestres.
—Claro, abuela —dijo Ami—. Hay un solo Dios, creador de todo el Universo y de todas las criaturas que lo habitan.
—Por eso pudo concederme ese deseo.
—¿Cuál deseo, abuela? —pregunté mientras ingresábamos al salón.
—Que ustedes apareciesen para cenar conmigo esta noche. Si Él fuese Dios sólo de este mundo, sólo Pedrito hubiese aparecido, porque no tendría autoridad sobre Ami no sobre el señor Krato. Pero Vinkita no vino. ¿No le dieron permiso? Claro, ella es apenas una niña.
Luego miró hacia lo alto y continuó:
—Me debes una parte del deseo todavía, San Cirilo, y me lo tienes que cumplir. Nunca me habías fallado. No sé qué te pasa ahora.
—¿No era con Dios la cosa, abuela?
—Sí, pero San Cirilo es como un teléfono que tengo para hablarle a Dios. Es muy milagroso.
—¿Y por qué no te comunicas directamente con Dios, abue?
—Nooo, él está muy ocupado como para molestarlo haciéndolo atender el teléfono por los pequeños y egoístas deseos de una vieja. Como San Cirilo vive cerca de Él, él sabe cuándo puede acercarse sin molestar, y allí le cuenta lo que yo deseo.
—Bueh —dijo Ami—. En fin, Cada cual se pone los límites que considere más convenientes. Pero le informo, querida señora, que Dios tiene una central telefónica que puede atender directamente y en forma simultánea tantas llamadas como almas existen en el Universo.
—Ya lo sé, Ami, pero también hay que darle trabajo a los santos y a los ángeles. ¿No? Los pobres pueden llegar a sentir que no sirven para nada si no les damos algún trabajito.
Ami rió a carcajadas al escuchar aquello, pero Krato estuvo de acuerdo.
—Tiene toda la razón, querida. ¿Cuál es su nombre, bella dama?
—Lila, pero mis amistades me dicen Lily.
—¡Lily!… ¡Qué hermoso nombre! ¿No tendrá algo para levantar el espíritu por ahí, adorable Lily?
—Oh, sí. ¿La Biblia le gustaría?
—Sólo una vasito, para probar.
Ami y yo nos moríamos de la risa. Después le explicamos a mi abuela que Krato hablaba de algo para beber.
—Oh, sí, no faltaba más. Vino para el señor Krato y.
—Simplemente Krato, Lily, si no le molesta.
—Oh, muchas gracias, Krato. Y jugo de manzana para ustedes, ya vengo.
Regresó con una bandeja que traía dos vasos comunes, con jugos, y una copa muy fina conteniendo vino tinto.
—Espero que esta marca sea de su agrado, Krato.
—Oh sí. Si fue elegida por usted, entonces es de mi agrado. ¡Qué maravilloso color! A ver qué clase de bebidas inventaron en este planeta.
Olfateó, paladeó, puso cara de felicidad y dijo:
—Mmm. ¡Esto SI que es bueno! Y muy refinado. Ideal para acompañar carne al jugo. Está hecho de alguna fruta. ¿Verdad?
—Así es, Krato, y por ahora terminó el turismo borrachil interplanetario.
Pero mi abuela lo secundaba en sus malas costumbres:
—Y una copita de jerez como aperitivo.
—No, abuela, el aperitivo se lo está tomando ahora.
—Bueno. Entonces un vasito de licor de menta al final de todo, es muy digestivo.
Krato parecía feliz, como quien se ha encontrado con un tesoro.
—Una esposa como ella haría feliz hasta a un pobre terri sin dientes. ¿Se volvería a casar, primor de dama?
—Sí, si apareciera el hombre adecuado —respondió ella, pestañeando coquetamente.
Me pareció un tanto ridículo ese romance de geriátrico.
—A tu edad, abuela.
Ami intervino:
—A ti te parecen MUY VIEJOS, porque eres un niño, pero ella todavía es bastante joven, Pedrito.
—¡«Joven»!…
—¿Qué edad tiene, abuela?
—Esteee. Acabo de pasar a tener un cinco por delante.
—¡Y a eso le dices «joven»! ¡Ja, ja, ja! —Me reí con ganas.
—¡Apenas quinientos años! —exclamó Krato muy sorprendido.
Ami tuvo que explicarles a ambos las equivalencias de tiempo entre la Tierra y Kía. Al final, resultó que Krato estaba por llegar a los sesenta años terrestres, y mi abuela tenía cincuenta.
—¡Yo te calculaba unos setenta años, Krato! —le dije, sorprendido.
—Muy amable. ¿Y tú cuántos años tienes, «Betro»?
—Doce.
—¡Tanto! Yo te calculaba ocho.
Me hirvió la sangre.
—No se peleen —intervino mi abuela—. Pasemos al comedor.
Cuando ingresamos creí haberme equivocado de casa. Aquello parecía una mesa de banquete. Mantel blanco con encajes, copas finas, servilletas de tela con bordados, velas encendidas, flores y una gran variedad de platillos coloridos y hermosos. Yo no pude menos que admirar la tremenda fe de mi abuela. Preparó todo aquello sin tener ninguna seguridad de que alguien más que yo llegaría esa noche. Y acertó.
—¡Qué elegancia de mesa, querida Lily!
—Muchas gracias, Krato, ustedes no merecen menos. No cualquiera recibe la visita de seres espaciales a cenar. El pollo está saliendo del horno.
—¡POLLO! No me diga que voy a tener que soportar un acto de canibalismo en esa mesa, abuela.
—Pero a ti te preparé ensaladas, Ami.
—Se lo agradezco, pero igual tendré que ver un espectáculo no muy lindo. ¿Les gustaría ver a alguien comiéndose a un semejante convertido en trozos asados, a punta de tenedor y cuchillo?
—Para nosotros, un pollo no es un semejante, Ami.
—Pero para mí sí, Lily, y eso es cadáver, y ustedes son unos necrófagos. Bueh. Tampoco debo ser un aguafiestas. Pero no me culpen si no tengo apetito.
—No te pre-ocupes, como dices tú, niño astronómico. Estos animalitos son muy buenos, muy serviciales, se ponen felices cuando tienen la dicha de alimentarnos, porque para ellos somos dioses. ¡Jo, jo, jo!
La ocurrencia de Krato no le hizo gracia a Ami.
—¿Y tú te pondrías feliz si tuvieras que alimentar con tu pellejo a algún dios?
—¡Pero por supuesto! Cómo no va a ser mejor alimentar a un dios que a los gusanos. ¡Sería una dicha, un honor! —mintió Krato y luego soltó su risotada.
Cuando estuvimos sentados y el viejo se disponía a hincarle el diente a una pata dorada, Ami dijo:
—Si queremos que nunca nos falte el alimento, agradezcamos a Dios.
—SeñorDioseresungeniomuchasgraciasporestacomidita —dijo apuradísimo Krato, luego le dio un tremendo mordisco a la presa de pollo. Allí se escuchó un «crac» y luego un «ayyyy».
—¡Esto tiene una pieza adentro! Creo que me partí un diente.
—Eso te pasa por no agradecer como corresponde —dijo Ami con aire travieso.
—Eso es el hueso, Krato; tiene que comer sólo la carne que está alrededor.
—¡Puaf! —dijo Ami dirigiendo la mirada hacia otro lado—. No entren en detalles forenses.
Yo sentí que estaba en una especie de cena sagrada, porque era la primera vez en muchas cosas, por ejemplo, que Ami cenaba en mi casa, que otro extraterrestre, aunque no evolucionado, cenaba en casa, que mi abuelita entraba de lleno en el «romance interplanetario», y con romance a la vista además. Era como para celebrar; sin embargo, Vinka no estaba allí. Por eso, en el fondo, yo estaba algo triste. Aquello era una fiesta, pero ella no estaba, y no sólo eso, además nuestro futuro estaba en peligro gracias al insensible de Goro, terri, a fin de cuentas.
Ami se enteró de lo que yo pensaba y le contó toda la historia a mi abuela.
—Tienen que tener fe, todo se va a arreglar, así que mañana mismo le preparo su camita a la niña en la habitación que nos sobra.
Casi me lleno de dulces ilusiones al escuchar aquello, al imaginar a mi adorada viviendo en mi casa, pero como las desilusiones duelen, preferí mantener los pies en la dura y real tierra.
—No sueñes tanto, abue, no conoces a Goro.
—No lo conozco, pero a Dios sí, y sé que Él pone todos esos obstáculos para probar la fe, pero es un ejercicio fortalecedor para ustedes. Yo sé que todo se va a arreglar. Él no es tan malo, no iba a ponerlos juntos para luego impedir que estén unidos. Cuando pone la sed, pone el agua por ahí cerquita.
Unos «bips» sonaron en uno de los aparatos que Ami llevaba en el cinturón, interrumpiendo a mi abuela.
—¡Emergencia! —dijo alarmado, y respondió—: Diga. ¡¿QUÉ?!… ¡¿CUÁNDO?! ¡Vamos inmediatamente para allá!
—¡¿QUÉ PASA?! —preguntamos, muertos de nervios.
—Contrariedades. Vamos a la nave.
—¡¿QUÉ PASÓ?!
—La PP llegó a la casa de Vinka y se llevó a los tres al pabellón blindado…
—¡Guak!
—¡Santo Cielo!
Creo que si hubiera tenido más edad me habría dado un infarto.
—¡PERO CÓMO, SI NADIE SABÍA!…
—Una coincidencia desfavorable —explicaba Ami ante la puerta abierta, accionando su control remoto hasta que apareció el rayo de luz amarilla—. Entre los guardias que se llevaron detenidos ayer a los tíos de Vinka desde el consultorio del psiquiatra había uno que vive cerca de la farmacia en donde Goro trabaja. Hizo memoria hasta que recordó dónde lo había visto. Averiguaron en la farmacia y listo, los sorprendieron dormidos. Pero no se desesperen. Tenemos métodos para rescatarlos.
—¿Se-seguro?
—Segurísimo. No se pre-ocupen. Tranquilos, confíen en mí. Vamos, entren al rayo de luz.
—¿Y yo, Ami? Quisiera ayudar —dijo mi abuela.
—No es necesario, quédese por aquí tranquilita.
Krato estaba al acecho:
—Yo me quedo para acompañarla.
Ami pensó unos instantes y dijo:
—Está bien, pero no se sabe cuánto tiempo vamos a tardar.
Ahora yo estaba al tanto de que Ami no era perfecto, y que no era imposible que no volviésemos jamás.
—Y no quiero que aparezca gente por aquí te vean esas orejas y llamen a la PP local. ¿Se imaginan? Huyendo allá y aquí. Nooo, gracias, así que ven un momento a la nave, voy a cambiar un poco tu apariencia.
—¡BIEEEEEN! —Krato estaba feliz, pero yo tenía un nudo en el estómago por la suerte de Vinka, aunque, por otro lado, confiaba mucho en Ami. Eso me impidió desesperarme. También sentí mucha curiosidad por ver cómo el viejo de Kía iba a ser transformado.
Ami le dijo a mi abuela que estaríamos de regreso en diez minutos y subimos los tres a la nave. Una vez allí se puso a operar una computadora. Apareció una figura de Krato en una pantalla tridimensional.
—¡Ea. Ése tipo se parece a mí!… Aunque es mucho más viejo.
—Ése eres tú mismo, Krato, y así de viejo te ves —le dije.
—Oh. Entonces cámbiame de inmediato esta vieja piel, niño nuclear.
Ami comenzó a dar órdenes habladas a la computadora.
—Aplicar plantilla de humano terrestre de raza blanca —dijo, y la figura de la pantalla adquirió rasgos perfectamente normales en una persona blanca de este planeta. Era el mismo rostro de Krato, pero «terrificado».
—¿Te gusta esa cara, Krato?
—Mmm, un poco más joven. ¿Se puede?…
—Hum. No debo hacerlo. Déjame preguntar algo a nivel de las Autoridades.
Digitó algunas teclas, esperó un poco y luego aparecieron signos en la pantalla.
—Sí, estás autorizado.
—¡BIEEEEEEN!
—Creo que se compadecieron.
—¿De mí?
—No, de la abuela de Pedro, que no merece a un viejo tan feo. Ja, ja.
—Muy gracioso. Vamos, estírame esta hermosa cara, niño molecular.
—Difuminar rasgos —ordenó Ami, y la piel apareció bastante más estirada.
—Así, así, otro poco más ahora.
—Sólo eso, Krato.
—Qué egoísta. Y ahora haz que esas canas se pongan muy rosadas.
—Negras, querrás decir.
—Es cierto, por aquí los pelos son de otros colores.
—Oscurecer el pelo dos grados, —y las canas se oscurecieron un poco. Krato no quedó conforme.
—¿No puedes oscurecer quinientos grados?
—Así está bien, y ahora tus ojos serán azules, y no violeta. Ahora párate aquí, magnífico, ya está.
Instantáneamente quedó convertido en el ser de la pantalla. Aparentaba ser un señor de unos cincuenta años de edad, pero muy bien conservado.
—¿No me va a doler, Ami?
—Ya estás transformado, Krato, mírate en ese espejo.
—¡Guak! ¡Jo, jo, jo!… ¿Pero no me veo ridículo?
—No, Krato, te ves muy bien —lo conforté.
—Y más adelante te conseguiré ropas de este mundo —le dijo Ami mientras regresábamos a casa.
A mi abuela le gustó mucho el cambio.
—Qué buen mozo y joven, Krato.
—¡Jo, jo, jo! Se hace lo que se puede, querida Lily.
—Y ahora nos vamos con Pedro.
—Eh, Ami, cuando andes por Kía échale un vistazo a Trask, no ha comido en todo el día.
—Bien, pero no nos esperen para muy pronto.
—Yo sé que van a volver con Vinkita, y esta misma noche. San Cirilo nunca me ha fallado. Así que vayan con fe, niños. Los esperaré hasta tarde con la cena lista para Vinka.
Ami sintió compasión y no quiso desilusionarla.
—Tiene razón, abuela. Pero si nos demoramos un poco más, un par de días, o más, no se pre-ocupe, Dios nos guía y nos protege, así que, aunque tardemos, igual llegaremos de regreso, y con Vinka sana y salva.
—No me cabe la menor duda, hijito, pero ¡llegarán esta misma noche!
—¡Seguro, abuela! —exclamamos todos, fingiendo seguridad y optimismo, porque sabíamos que la realidad sería todo lo contrario. Íbamos hacia el peligro, y nadie quiso amargar la despedida.
A todos se nos cayeron algunas lagrimitas cuando nos abrazamos.