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¿QUÉ HACER?

Hasta aquí he llevado a cabo un recorrido bastante pormenorizado, y apoyado en mi propia experiencia —a veces, dolorosa—, de las causas que, a mi juicio, están detrás de la muy significativa caída del apoyo de los ciudadanos al PP. En el origen de mis reflexiones estaba y está la necesidad de identificar esas causas que, en los últimos cuatro años, han llevado a la pérdida de un tercio de los votos de los españoles que tuvimos en 2011.

Una pérdida que es objetivamente indiscutible, pero que, además, tiene algunas características que la hacen especialmente alarmante. Porque todas las Elecciones celebradas en los últimos meses y años han mostrado que entre los votantes del PP cada vez hay menos jóvenes, es decir, que el PP se ha convertido en un partido refugio de las personas mayores, que, además, lo votan sin demasiada ilusión y como un mal menor ante el temor a lo que puede representar el ascenso de un partido populista como Podemos. Sin contar con que, a pesar de sus indefiniciones ideológicas y sus vacilaciones políticas, Ciudadanos está demostrando una innegable capacidad para atraer a muchos votantes de ese centro- derecha que siempre habrían sido del PP.

Los que hemos dedicado nuestra vida política a construir dentro del PP una opción que pueda ilusionar a una mayoría de la sociedad española no podemos resignarnos a ver cómo nuestro partido languidece apoyado sólo por unos ciudadanos que nos votan únicamente porque tienen miedo de los demás partidos y no porque les provoquemos la menor ilusión o les ofrezcamos la menor esperanza.

Yo, por lo menos, no me resigno.

Hasta aquí me he ocupado de describir y analizar las causas de esa caída de apoyo popular al PP: los efectos de la crisis económica, la corrupción, la incapacidad para ilusionar a los votantes que he denominado «prestados», la política de comunicación, la falta de renovación de proyectos, ideas y personas en el Partido, y la irrupción de dos partidos nuevos, Ciudadanos y Podemos, que han cambiado el panorama político español. Todas estas son, a mi juicio y como he intentado mostrar, causas de ese alarmante retroceso del apoyo de los españoles al PP.

Ahora llega la hora de proponer soluciones para corregir los efectos de esas causas. Llega la hora de hacer propuestas para que el PP vuelva a ser la referencia de todos aquellos españoles que profesan unas ideas políticas afines al universo liberal-conservador.

Es evidente para los lectores que hayan llegado hasta aquí que, al analizar lo que ha pasado en el PP durante los últimos años, ya he adelantado algunas de las sugerencias que ahora podría presentar como soluciones a los problemas detectados. Pienso, por ejemplo, en algunas de las ideas ya expuestas en capítulos anteriores que creo que serían eficaces para luchar contra la corrupción. La modificación radical de la Ley Electoral es una de esas medidas que considero indispensables, y en estas páginas ya he explicado cómo articular mi propuesta. Como también he dejado aquí mi opinión acerca de los métodos de reclutamiento de sus dirigentes que hasta ahora han mantenido los partidos y mis propuestas de cambiarlos en profundidad.

Pero son muchas más las cosas que creo que hay que abordar para devolver al PP al puesto que ha ocupado hasta hace muy poco en las preferencias de los ciudadanos.

Por eso, la pregunta «¿qué hacer?» requiere una respuesta bastante extensa y pormenorizada. A eso voy a dedicar lo que queda de este libro.

Y lo primero que hay que hacer es reconocer la situación en toda su crudeza. Es decir, no hacerse trampas en el solitario. Reconocer que la pérdida de apoyos ha sido estrepitosa y que muchos de los que aún han confiado en nosotros lo han hecho movidos más por el miedo que por la ilusión que les provocamos. Hay que reconocer también que las causas de lo que nos ha pasado son, con más o menos matices, las que aquí he expuesto.

Lo que no puede ser es que, en infinidad de conversaciones privadas, dirigentes, militantes y votantes del PP expresemos todo tipo de críticas y de sugerencias de mejora y que ni públicamente ni en los órganos el Partido se expresen esas críticas y esas sugerencias.

A partir de ese reconocimiento de la situación y de esas críticas, que, en la mayoría de los casos, son hechas con ánimo absolutamente constructivo, hay que abordar la renovación radical de todo lo que sabemos que dentro del PP ha fallado, como, por ejemplo, todo lo relacionado con la corrupción. Y, por supuesto, hay que revisar los ejes de nuestras políticas para ofrecer a los ciudadanos unas propuestas concretas y claras sobre todos los asuntos que les interesan. Los ciudadanos tienen que saber claramente qué es lo que piensa el PP de todo: desde las cuestiones de política internacional hasta las de defensa, de las pensiones a la política energética, de la educación y de la sanidad, de los impuestos y de los servicios sociales, de la estructura del Estado y de la administración de la Justicia, de la cultura y de las universidades, de las obras públicas y de la política agraria, del aborto y de la memoria histórica, del matrimonio homosexual y de la eutanasia. Los ciudadanos quieren saber lo que pensamos de todos estos asuntos y de muchos más. Tenemos la obligación de decírselo de manera clara, y no podemos refugiarnos en respuestas que dimos o elaboramos hace ya muchos años o que se han convertido en lugares comunes que ya no satisfacen a nadie.

En definitiva, el PP tiene que ponerse en serio a elaborar nuevas y atractivas respuestas concretas a los problemas concretos que la sociedad española de hoy nos está poniendo encima de la mesa. Y a elaborar esas respuestas de acuerdo con los principios liberal-conservadores que están en los cimientos de nuestro partido, por más que Mariano Rajoy, en aquel famoso discurso de Elche, llamara a irse del partido a los que creemos en esos principios.

Los casi once millones de votos de 2011 no son un espejismo, son la muestra de que los españoles han llegado a confiar en nosotros de manera extraordinaria. Y es lógico, porque la mayoría de los españoles, a pesar de la dureza de la crisis económica, que ha azotado sobre todo a la clase media, no han dejado de creer en los principios esenciales del pensamiento liberal-conservador: la libertad, la propiedad, la familia, el imperio de la Ley y el orgullo de pertenecer a una gran Nación que nos proporciona la posibilidad de vivir como ciudadanos libres e iguales ante la Ley en el ámbito de los países libres de Occidente, es decir, de esos países que han nacido y han prosperado dentro de nuestra civilización, la que une, como he dicho muchas veces, el pensamiento racional de los griegos, la organización social basada en la Ley como nos enseñaron los romanos, y la piedad y la defensa de la igualdad esencial de todos los hombres que heredamos —creyentes y ateos— del cristianismo.

Ahí tiene que estar la fuente de inspiración de todas nuestras políticas. Y no tengo la menor duda de que, si acertamos a articular y a poner al día unas políticas que sean fieles a estos principios y a estos valores, una inmensa mayoría de españoles volverá a darnos su confianza, porque esos valores son los que ellos, en sus vidas privadas y cotidianas, cultivan y defienden.

Lo que no podemos hacer es negar la realidad y vivir enclaustrados en la burbuja del Partido, como, probablemente, hemos hecho hasta ahora, ni podemos desoír una vez más lo que nos transmiten las urnas y lo que nos dice la calle. No puede ser que nos pase lo que nos ha pasado durante los últimos años, en los que no hemos sabido reaccionar ante las sucesivas caídas electorales, en los que no hemos sabido o querido interpretar lo que las urnas nos estaban diciendo.

En el Comité Ejecutivo Nacional de enero de 2015 planteé la enorme preocupación que tenía porque ya eran cuatro las encuestas que Demoscopia había publicado en El País en las que Podemos era no solamente primera fuerza en intención de voto, sino primera fuerza en voto decidido. El propio presidente Rajoy me contestó que no había que preocuparse por esas encuestas porque él tenía otras que eran mucho mejores para el PP.

Ya, después de las Elecciones Europeas de junio de 2014, cuando Podemos dio el primer aviso con unos resultados que nadie había predicho, la respuesta que se dio desde el PP fue repetir ese mantra de que los resultados de las Europeas no son extrapolables, porque la gente en las Europeas aprovecha para darle una patada al Gobierno, y que no había que preocuparse porque en las Elecciones de 2015 ya veríamos cómo va a ir todo de bien.

Las primeras Elecciones de 2015 son las Andaluzas, en las que obtenemos un resultado verdaderamente muy lamentable, desastroso, porque, a pesar de que el PSOE baja cinco puntos, la victoria de Susana Díaz se considera desde todos los puntos de vista clamorosa. ¿Por qué? Pues porque la irrupción de Podemos no fue tan importante como se pensaba, y tampoco la de Ciudadanos, y, sin embargo, el PP tiene un bajón de apoyo electoral muy grande, del 40 % al 26 %. Y eso que ese 40 % de 2012 ya era un bajón considerable respecto al resultado de las Generales de 2011, que fue del 45,6 %.

Las siguientes Elecciones de ese año fueron las Municipales y Autonómicas en mayo, y en el conjunto de España tenemos una bajada próxima al 18 %, y eso que en esas Autonómicas no hubo elecciones ni en Cataluña, ni en el País Vasco, ni en Andalucía, ni en Galicia. Y en las Municipales la pérdida de poder fue también muy considerable.

Después, las Catalanas de octubre de 2015, en las que el PP pierde 4,5 puntos porcentuales y el 26 % de sus votantes con respecto a las Elecciones Autonómicas de 2012.

En definitiva, que todas estas derrotas, unidas a la caída del 33 % en los votos de las Generales del 20 de diciembre, exigen, sin ningún lugar a dudas, una reacción inmediata y cambios fundamentales. Especialmente alarmante son los resultados en regiones tan señaladas como Cataluña, País Vasco y Asturias. Y habría que prestar especial atención a Navarra, donde, gracias a la reconstrucción del pacto con UPN, la presencia del centro-derecha no independentista ha recuperado terreno.

El rápido recorrido por lo que han sido los resultados electorales de los últimos cuatro años es, en la crudeza de sus datos, el más sólido argumento en favor de la necesidad de hacer cambios en el PP y de abordar una regeneración profunda.

Parece evidente que esos cambios y esa regeneración deberán ir orientados a corregir las causas que en los capítulos anteriores he descrito como fundamentales para explicar las caídas de apoyo a nuestro partido.

Al mismo tiempo también parece lógico que todas las medidas que se arbitren para corregir esas causas tienen que enmarcarse en el conjunto de toda una renovación ideológica y programática que el PP, en mi opinión, necesita. A eso, pues, van dedicados los capítulos siguientes.