Me quedé estupefacto. El gobernador, a su vez, miraba a mi amigo Dupin con la boca abierta, incapaz de articular ni una palabra. Recobrándose un poco, firmó el cheque y se lo entregó a Dupin. Entonces mi amigo sacó una carta de su escritorio y se la dio al gobernador, quien la tomó con gran alegría y se marchó sin pronunciar una sílaba.

En cuanto se hubo marchado, Dupin me lo explicó todo.

—Cuando nos contó su manera de registrar la mansión de D… —dijo—, el gobernador estaba convencido de haber llevado a cabo una investigación excelente. Las medidas eran inmejorables —añadió—, pero no podían aplicarse a ese caso ni al ministro en cuestión. Siempre que buscan un objeto oculto, el gobernador y sus hombres sólo tienen en cuenta la manera como ellos lo habrían escondido. Recordarás que G… estaba seguro de que el lugar donde cualquiera escondería una carta sería un agujero o un rincón escondido. Si la carta robada se hubiese escondido así, habría sido inmediatamente descubierta por la policía —hizo una pausa mientras se servía un poco de agua.

«Entonces —pensé—, ¿la escondió en otro lugar, lejos de su casa?»