—¿Podemos descartar que el ministro lleve la carta encima? —pregunté.
—Completamente —dijo el gobernador—. He ordenado asaltarlo dos veces por falsos atracadores y he visto cómo lo registraban.
—Podía haberse ahorrado ese trabajo —aseguró mi amigo Dupin—. Imagino que D… no es un insensato y con toda seguridad habrá deducido que esos atracos eran falsos.
—Puede que no sea un perfecto insensato —dijo G…—, pero es un poeta, lo que en mi opinión viene a ser lo mismo.
—¿Por qué no nos detalla su investigación? —pregunté.
—Pues bien, revisé la mansión, habitación por habitación. Primero examiné los muebles: abrimos todos los cajones. Luego las sillas. También atravesamos los cojines con finas y largas agujas. Levantamos las tablas de las mesas porque, a menudo, cuando una persona desea esconder algo levanta la tapa de una mesa, hace un agujero en la pata, esconde el objeto y vuelve a poner la tapa en su sitio. Examinamos además los travesaños de las sillas y las juntas de todos los muebles, con una lupa de grandes dimensiones. Cualquier indicio de manipulación nos habría saltado a la vista.
—Supongo que miraron en los espejos, en las camas, las cortinas y las alfombras.