—Se trata del robo de una importantísima carta —contestó el gobernador—. Sabemos quién la ha robado, pero no dónde la ha escondido. Si esta carta cayera en manos de cierta persona, cuyo nombre hay que mantener en el anonimato, se vería cuestionado el honor de una dama de la más alta posición, lo que supondría una gran tragedia. El ladrón —aclaró— es el ministro D… Verán, la persona a quien fue robada la carta la había recibido cuando se encontraba a solas en la habitación real. Mientras la leía entró otra persona, por lo que intentó esconderla apresuradamente en un cajón, aunque sin éxito. La carta quedó abierta sobre una mesa. En ese momento apareció también el ministro D…

—Es decir, que tenemos a tres personas reunidas en la misma habitación —interrumpí.

—Efectivamente —contestó el gobernador, arqueando una ceja—. El ministro vio la carta —continuó—, reconoció la letra y, observando la confusión de la persona que la había recibido, adivinó su secreto.

—¿Y cuál es el secreto, gobernador? —pregunté sin rodeos.

—Lo único que puedo decir es que si se descubre esta carta correrá peligro la mismísima monarquía francesa —carraspeó el gobernador—. Y ahora, si me lo permite, les contaré qué hizo el ministro —añadió, algo molesto.

—Por favor, prosiga —intervino Dupin mirándome de reojo.