7.

Andábamos sin buscarnos, sabiendo que andábamos para encontrarnos.

Julio Cortázar.

 

 

Había llegado el día y ni una semana para prepararse la habían dispuesto para el momento. Tenía los nervios a flor de piel y eso que solo lo vería a través de una pantalla.

Había pasado la noche en vela. Los recuerdos de la noche que compartieron se mezclaban con la poca información que había encontrado en internet sobre él.

Los pocos datos y las fotos obtenidas eran las que hablaban sobre la expedición de la que habían hecho el documental.

Había conseguido hacer realidad su sueño de habitar entre las estrellas y eso la hacía sentir muy orgullosa de él.

 

Llegaban tarde, pero con tres niños alterados y entusiasmados con lo que les esperaba esa tarde, había sido imposible que hicieran un poco de siesta. A Max, sobre todo, le sentó fatal así que los berrinches y algún que otro pataleo eternizaron la hora de salir de casa.

 

Cuando por fin llegaron a la sala donde se celebraba el evento ya casi estaba llena. Acompañaron a los niños a las primeras filas dedicados a ellos y ellas buscaron un lugar donde sentarse, encontraron dos butacas al lado del pasillo, perfecto para que Valentina pudiera salir y hacer las fotos sin molestar a nadie.

La sala era grande, majestuosa, tanto las paredes como el techo alto y abovedado estaban  forrados de madera. Los sillones estaban tapizados en un color burdeos. En el medio del escenario una mesa alargada hacía de anfitriona, detrás de ella se veían las sillas, y una gran pantalla blanca al fondo.

El programa decía que primero presentarían a los ponentes, darían paso al documental de 20 minutos, luego harían un poco de charla enfocada sobre todo a los niños con curiosidades y un turno de preguntas.

 

Las luces hicieron un rápido parpadeo anunciando que pronto empezarían. Valentina miró a su amiga. Mel había dudado hasta el último minuto, estaba pálida, jugueteaba con las manos  juntándolas y con el pulgar se masajeaba la palma de la otra mano. Era un gesto muy típico que hacía para tranquilizarse. «¡Dios mío que no le dé un patatús!» se repetía Tina mentalmente.

—Respira vale y aprovecha. Llevas soñando con él desde hace años. No es lo mismo que verlo en persona pero es un paso. ¡Disfruta!

La pelirroja no fue capaz ni de sonreír o de pronunciar una palabra. Su mente iba a mil, su corazón parecía la orquesta de fondo como si de música ambiente se tratara. Sentía la mano de su amiga dándole fuerzas con suaves caricias en el hombro, pero de nada servía.

Por un lateral del escenario empezaron a aparecer los ponentes hasta acercarse a la mesa central y sentarse. Empezó hablando el alcalde dando las gracias por acudir y sobre todo a la ISS por ofrecerse a montar esta charla en el pequeño pueblo aprovechando que un Vernazzessi había formado parte del equipo de la última expedición y dio paso al cabecilla de esta apuesta en escena y el enviado de la ISS.

—Bienvenidos a todos, pequeños y no tan pequeños. Cualquiera de esta sala, en algún momento ha soñado con pisar  la luna, pasear entre las estrellas, ver la tierra desde el espacio. Con este documental y estas charlas queremos hacer llegar —pero Mel no soñaba con pasear por las estrellas cuando miraba la noche, ella lo veía a él entre esas luces nocturnas—… Hoy están con nosotros dos tripulantes de la última expedición Irinei, ruso y el médico del programa; pero siento comunicarles que Eros vuestro compatriota no ha podido acompañarnos por un problema de salud del que le deseamos una rápida mejora. En su lugar nos alegra poder contar con uno de sus mejores compañeros del espacio, os presento a Yuri Fonte, británico y  piloto de la nave… —oír su nombre volvió a Mel a la realidad.

—¿Qué ha dicho, solo he pillado su nombre?

—Eh… él… está aquí… —No pudo terminar la frase. Por el lado izquierdo del escenario aparecieron dos hombres. «¡Madre mía!» pensó Mel levantándose de golpe. Fue Valentina quien tiró de ella para volver a sentarla antes de que llamara la atención. Oía su corazón a velocidad de galope, repicando contra su cuerpo, sentía un hormigueo en las piernas, estaba a punto de entrar en estado de shock.

—Tranquila bella —le dijo Tina cogiéndola fuerte las manos—. Mírame Mel, ¡por favor! Necesito que me mires y me digas que te vas a calmar, porque tengo que bajar para hacer las fotos y no puedo hacerlo si estás así, a punto del infarto.

—Eh… yo… ve, ya va mejor —La única neurona que parecía funcionar en el celebro de Mel hizo que contestara, lo último que quería era causarle problemas a la fotógrafa. No era suficiente para Tina pero era algo, así que sin demorarse mucho aprovechó para acercarse al escenario y hacer unas cuantas fotos de su llegada.

Estaba increíblemente guapísimo, incluso mejor de  lo que recordaba. Vestido con un simple tejano, demasiado ceñido para el estado de su corazón en esos momentos y un polo blanco de la ISS, con sus parches y su publicidad. Traía la escafandra del traje espacial bajo el brazo. El pelo le había crecido un poco desde la foto de la publicidad y aunque no tenía esos rizos que la volvían loca cuando se conocieron, tampoco era ese corte militar.

Recordaba la primera vez que le habló de él a Tina cuando le dijo que tenía el pelo rizado como el David. La fotógrafa que siempre está tarareando alguna canción pensó en el Bisbal, con lo que le provocó una carcajada mientras se ponía a cantar a plena voz su tema de “Ave María, cuando serás mía…”. Esperó a que terminara su interpretación para sacarla de su error, «¡Ese no, el David de Michelangelo!»

 

Ahí estaba, quien le había ofrecido su mayor tesoro, el culpable de sus desvelos y el protagonista de sus sueños. Todas las emociones, todos los recuerdos aparecieron de golpe en su cabeza. Cuando dio las buenas tardes todo su entorno desapareció, esa voz capaz de transportarla al séptimo cielo.

No podía dejar de mirarlo, era incapaz de saber que decía. Estaba ahí, en el mismo lugar que ella, separados solo por unos metros de distancia, entre centenar de gente, ahí estaba él.

Bajaron  las luces de la sala y empezó el reportaje. Sobre la mesa habían dejado unas pequeñas lámparas que permitían ver la cara de los ponentes y su intervención.

Era incapaz de apartar la vista de él, su mirada se perdía reconociendo y refrescando de nuevo el recuerdo que tenía de su cuerpo. Esos brazos musculosos, la espalda ancha, no llegaba a verle las manos pero estaba segura que seguían marcándosele las venas, esa mano grande y fuerte que al mismo tiempo era capaz de ofrecer las caricias más suaves. Su sonrisa, esos labios carnosos hechos perfectos para besar, para enloquecerla de pasión. Sin duda era Él y los sentimientos que había experimentado aquella noche en el faro y cada vez que pensaba en él de nuevo la envolvían.

La película empezó explicando su preparación, sus clases, formación, los diferentes ejercicios de entrenamiento para cuando estuvieran allí arriba.  Luego enseñaron el día a día en el espacio, todo el ejercicio de musculación que hacían sobre todo para las piernas. Lo que suponía a causa de la gravedad hacer rutinas como ducharse o lavarse los dientes. Curiosidades como que a causa de la gravedad allí arriba podían llegar a medir cuatro centímetros más pero que eso causaba a menudo dolores de espalda. Las vistas extraordinarias de la tierra desde la estación espacial, la luna, los amaneceres y atardeceres de los que tenían el privilegio de ver dieciséis veces al día.

En el documental llevaba el pelo cortado a máquina al 0, él le había contado cuando se conocieron que hasta entrar en el proyecto lo llevaría largo, una vez dentro el corte militar se imponía, además le había asegurado que era lo más práctico.

Los suspiros se repetían mientras avanzaba el filme. La gente se reía y los niños se lo pasaban realmente bien, sus gritos de sorpresa y admiración cuando estaban trabajando fuera de la nave envueltos en el espacio oscuro, el silencio en los momentos más críticos como el  despegue o aterrizaje. Realmente estaba tan bien hecha que era fácil sentirte desplazado al espacio, podías sentir muchas cosas de las que tus ojos te hacían partícipe.

Pero la pelirroja se hallaba muy lejos de esa sala, dentro de ella se había desencadenado una guerra. Si no estaba segura de ir cuando se trataba de verlo en una pantalla, ahora que lo tenía delante, a tocar,  no sabía si era mejor quedarse y acercarse o  salir corriendo…

Cuando encendieron de nuevo las luces, la gente estaba encantada, muy animada y él empezó a contar anécdotas y historias que en la película quedaban ambiguas o que daban juego para entretener a los niños.

 

«Realmente estoy disfrutando» pensó Yuri. Cuando lo llamaron para hacer la charla no lo veía muy claro. Acudieron a él por su dominio del italiano pero lo de hablar en público y además una sala llena de niños le ponía nervioso, por eso las charlas las habían dejado hacer al italiano y al ruso. Ellos tenían ese don de hablar y camelarse al público sin problemas. Fuera como fuera, estaba contento como estaba yendo.

De los nervios y al oír la gente como se reía, Mel soltó una carcajada. Fue  como un acto reflejo para hacer descargar toda esa tensión que tenía acumulada.

A Yuri le pareció oír su risa, esa melodía que tenía grabada a fuego en el alma. «Es imposible —se dijo mentalmente—, la sala está llena de gente como para distinguirla por encima de las demás. Estoy paranoico y cada día más. Lo que no ha conseguido el espacio lo ha conseguido una mujer en una noche».

 

Estaba sola, sentada en la misma butaca mientras Valentina estaba haciendo fotos ahora que eran los niños que hacían preguntas.

—¿Se ven las estrellas desde el espacio?

Cuando escuchó la voz de su hija haciéndole una pregunta y ver como él se acercaba y miraba a la pequeña el mundo se paralizó. Había sido tan egocéntrica, ella, solo ella. Hasta ahora no había pensado en Vega y un pánico la abordó de tal forma que sintió que tenía que escapar de allí lo antes posible.

Se levantó buscando la puerta más cercana para salir de allí en el más silencioso sigilo. Tina la vio marchar, aunque se planteó seguirla, prefirió quedarse haciendo alguna foto más y cuidar de los niños hasta el final. Seguro que un rato a solas, fuera de todo esto, le sentaba bien.

 

Había encontrado el baño y se había encerrado en él. Apoyada con los codos en el mármol tenía las manos bajo el grifo de agua fría. Se había refrescado la cara, la nuca, pero nada parecía hacerla volver al mundo. Estaba paralizada.

Años y años soñando con volver a verlo y ahora que lo tenía delante no estaba segura de nada. Acababa de ver el primer contacto padre e hija y a parte de ella y Valentina nadie se había percatado. «Realmente no es como había pensado que pasaría si alguna vez ocurría» pensó avergonzada la pelirroja. Ese momento se le había clavado en el corazón como una espina, eran lo más  importante en su vida y que ocurriera así la había herido y cuando ellos lo supieran seguro que no se lo perdonarían.

«¡Dios mío! —eran esas dos palabras las que no paraba de repetir desde que le vio— Con lo poco religiosa que soy y lo nombro mas que una vieja beata» se dijo.

Se miró al espejo,  tenía una pinta horrible. Tenía la melena mal recogida en un moño del cual se habían salido algunos mechones que le envolvían la cara, los ojos estaban más brillantes que de costumbre y las mejillas sonrojadas de la tensión. Vestía unos shorts blancos con una camiseta con un estampado floreado en tonos rosas y grises. «Mejor que la otra vez seguro, que me vio en plan deporte y de barro hasta las cejas». Aunque estaba muy lejos de la vez que soñó que se lo encontraba en una fiesta de fin de año en la cual ella llevaba un elegante vestido negro sin espalda.

Entraron una mujer con una niña en el baño y eso la volvió al presente. Con todas sus fuerzas intentó centrarse en el ahora. Tenía que tomar una decisión y tenía que ser ya. No podía quedarse allí escondida para siempre.

Si se acercaba a él, lo más probable es que cambiara su vida para siempre. No sabía como, ni hasta que punto. Le debía lo más valioso de su mundo, su hija. Solo por ese motivo no podía salir de allí huyendo y dándole la espalda. Definitivamente esa no era una opción.

Siempre había soñado con volver a verlo. No podía dejar pasar la oportunidad y esconderse bajo el temor a lo desconocido. Por muy miedosa que fuera, ella no era así. Además sabía que si salía de allí sin acercarse, se lo reprocharía toda la vida.

Si el destino les daba una segunda oportunidad sería mejor no desperdiciarla esperando otra que quizás no llegara jamás.

«Ahora solo hace falta buscar la fuerza para volver allí. Por favor, sea lo que sea, que Vega no sufra». Ese era su mantra, su plegaria a quien quisiera escucharla.

Se lavó de nuevo la cara, se recolocó el moño y apretando las manos como puños se dirigió de nuevo a la sala.

 

El corazón le presionaba el pecho, le costaba respirar, pero no se  detendría. Solo de entrar la imagen que se dibujó delante de ella la hizo frenar en seco. En la sala ya solo quedaban Vega y los gemelos que estaban con Yuri, él les dejaba ponerse la escafandra. Tina estaba cerca aprovechando para hacer fotos, seguro que en otro momento agradecerían tener inmortalizado ese primer instante de la familia para siempre.

Cuando las amigas se vieron, Tina con un gesto afirmativo de cabeza, le informó que estaba orgullosa de ella por haber tomado la decisión de acercarse con todo lo que podía suceder con esa decisión.

Poco a poco se fue aproximando, los veía juntos, riendo, los primeros momentos padre e hija.  Esos recuerdos que una vez soñó en tener y que ahora estaban pasando de verdad. Ambas imágenes se solapaban en una sola realidad. No podía decantarse por una sola emoción porque todas eran contradictorias entre sí. Felicidad porque por fin padre e hija se conocían y tristeza por la mentira y el tiempo que había pasado. Esperanza de imaginar una vida en familia y temor porque no sabía que podía pasar y desmoronarse su vida tal como la conocía.

 

Esa estampa la grabó a fuego en su mente, el corazón seguía martilleando dentro y sentía como el alma brincaba en su interior. Cuando llegó junto a ellos, fue Vega la primera en verla y de llamarla.

—Mamá, mamá, mira, ¡a que es supermegaguay!

Yuri al sentir que la niña se giraba y decía mamá, levantó los ojos y cuando la vio, se puso de pie al instante.

«Es, es…. sin duda» la mente de Yuri se convirtió en un revuelo de confusión a causa del amontonamiento de sentimientos, recuerdos, sueños que lo invadían cuando se dio cuenta de que era Ella. La pelirroja se alegró al ver en su expresión que como mínimo la reconoció y se acordaba de ella.

Para Yuri seguía siendo la mujer más hermosa que hubiera visto jamás. Los recuerdos no le hacían justicia. En su mente guardaba decenas de instantáneas de aquella noche. El tiempo había hecho olvidar algunos matices, como si de una vieja fotografía se tratara, pero la belleza seguía intacta. igual que sus sentimientos hacia ella.

Estaba atónito, no podía creerlo, tenía que tocarla, convencerse que no era un espejismo.

Vega había cogido la mano de su madre y tiraba hacia ella para que se acercase y poder enseñarle el casco.

Los dos se miraban fijamente, sin moverse, con las bocas abiertas pero sin decir nada, como si con los ojos se pudieran decir más que vocalizando unas palabras.

«¿Y ahora, le doy la mano, un abrazo, un beso? Céntrate Mel» se recriminó.

Le salió un “hola” en un susurro. Él se acercó con la intención de abrazarla, al principio el contacto la sorprendió pero cuando sintió sus brazos a su alrededor, la piel se le erizó, su cuerpo se acomodó como si recordara el placer de ese contacto. Yuri resistió la tentación de subir la mano hasta hacerla desaparecer bajo su melena, pero no dudó en acercarse  para susurrarle a la oreja “eres tú”, se lo dijo tan cerca que le pareció que estaba dentro de su cabeza.

Yuri se separó y dejó de abrazarla. Había durado más del tiempo estipulado para un abrazo formal y demasiado corto para lo que su corazón les pedía a gritos desde el interior. En ese momento Mel sintió un frío en todo el cuerpo como si la hubieran transportado a Siberia. ¿Cómo podía seguir teniendo ese don sobre ella?

Lo conseguiste, ¡eres madre! —había emoción en su forma de hablar, la misma que aquella noche cuando estaba entre sus brazos.

—Sí parece que los dos hicimos realidad nuestros sueños.

—No sabes lo feliz que me hace saber que lo conseguiste.

—Yo sentí un extraño orgullo cuando supe que habías vivido en el espacio.

Aunque se dedicaran sonrisas complacientes, ninguno de los dos estaba siendo natural. La felicidad y turbación que mostraban los ojos de Yuri, se tiñeron bajo un halo oscuro que hasta mucho después Mel no sabría a que se debía.

¿Estás... —carraspeó nervioso mirando hacia todos los lados—, te has... Mel te has casado?

Sentir pronunciar su nombre de los labios de él hizo despertar del coma sensaciones dormidas. Esa mezcla de tono sensual, dulce, provocativo que tenían el poder de hipnotizarla y ser capaz de cualquier cosa que él le pidiera.

—No, soy madre soltera como quería…

Sin que Mel se percatase del gesto, el astronauta apretó los puños, encogiendo con disimulo los antebrazos en señal de vitoria. «¡No está casada!». La chispa que caracterizaba los ojos de Yuri volvió a brillar pero de forma tenue, era Ella, pero algo fallaba; su mente buscaba un porque «a lo mejor solo es que está  en shock por encontrarnos». Él también se sentía desconcertado.

Tina carraspeó para volverlos a la realidad y Vega tiró de la camiseta de ambos.

—¿Mamá lo conoces?

«¿Ya ha llegado el momento? ¡No puedo, no así… Dios!».

El astronauta se agachó cogió a Vega en brazos y entrelazó su mano con la temblorosa de Mel.

—Sí,  hace muchos años conocí a tu madre.  ¡Ya decía yo que tú color de pelo me era familiar! —Vega  se tocó sus rizos rojizos y se río coqueta.

—Mami dice que el color es suyo, pero que los rizos son de mi padre.

«Chivata» pensó Mel mientras se tensaba de nuevo. «Lo que faltaba que tanto madre e hija delante de él tengamos que ser tan francas».

Ante esas palabras ella soltó una carcajada de puro nerviosismo y Yuri la miró a los ojos. Ella no supo distinguir que reflejaban. «¡Lo que daría por saber que está pensando ahora mismo!»

Por la mente del astronauta se dibujaba la respuesta a la gran pregunta, que durante todos estos años, había sido incapaz de valorar, ni de imaginar posible, aunque más de una vez —“vale mejor decir mil veces, que una o cien” reconoció Yuri mentalmente— lo pensara  y que ahora parecía revelarle la verdad.

 

«¡Míralo ahí to’embobao y ella preocupada por si la había olvidado!» se dijo Tina viendo esas chispas entre los dos.

Sabiendo lo mucho que tendrían que hablar si su amiga decidía dar el paso, pensó que lo mejor era dejarlos solos. Visto que eran los únicos que quedaban, llamó a los niños para salir de allí y buscar un sitio donde comer un helado. Ante tal proposición no se hicieron esperar.  Los gemelos pronto se pusieron a su lado, pero Vega era más reticente a marcharse sin su madre.

—¿Mamá tú no vienes?

—Claro que voy, ahora os sigo vale —se giró hacia Tina—. ¿Nos encontramos en la heladería de la plaza?

—Tranquila, no hay prisa.

Yuri bajó a Vega de nuevo al suelo, la niña le dio un beso a su madre y salió corriendo hacia la puerta.

 

En ese momento entró el hombre que había presentado la charla y le dijo que tenía cinco minutos,  debían volver al hotel para la recepción con las autoridades locales.

Va benne, ahora salgo.

«¿Cinco minutos? ¡Como voy a decirle algo así en ese tiempo!» Se preguntaba Mel mientras observaba, con la mirada baja, como seguían cogidos de la mano.  Por extraño que fuera ese pequeño contacto he hacía  sentir demasiado cómoda.

—No puedo creer que estés aquí —de nuevo la abrazó y ella se dejó hacer pues de nuevo le ofrecía lo que ella necesitaba—. Por cierto, ¿qué haces aquí en Italia?

—Estamos de vacaciones. La familia de Valentina tiene una casa aquí. Yo… esperaba verte en la película no en directo —la voz se le quebró.

«Solo un segundo —se pedía la pelirroja mentalmente—, un solo segundo para disfrutar de nuevo de estar entre sus brazos». Una lágrima solitaria resbaló por su mejilla y prefirió esconder la cara en el cuello de él cuando percibió su aroma.

Ya no hueles igual —le dijo Mel aún con la cara escondida en su cuello—. Te recordaba con olor a agua salada, a océano.

Una risa escapó de los labios de Yuri chocando contra su cabello.

¡Tú tampoco!—Mel se sonrojó al recordarlo, pero la risa de él la contagió.

—No me lo recuerdes, mi perfume era una mezcla entre sudor, lluvia y toallitas de bebé después… Yuri… yo… —las palabras “tenemos que hablar” murieron en su garganta cuando el astronauta la interrumpió.

¡No puedo creer que vuelva a pasar! Mañana a primera hora salgo hacia Moscú para una nueva charla, parece que nos esté destinado solo a compartir unas pocas horas —le dijo mientras se separaba de ella un poco para poder mirarla a los ojos y  acariciarle la mejilla con el pulgar—. Pero me gustaría tanto…, tengo un compromiso ahora, pero haré todo lo posible para estar libre a las nueve. ¿Te apetece cenar conmigo? Tenemos tantas cosas que hablar. Quiero que me lo cuentes todo.

Otra carcajada fruto de los nervios escapó de los labios de ella.

—Lo sabía, sabía que te había oído antes, pero pensé que estaba de nuevo soñando. Era imposible… —«¿Ha estado soñando conmigo? ¡Ay Dios!» se alegró Mel.

—Me apetece, pero si tienes compromisos… — Yuri no la dejó terminar.

—No pienso dejar pasar la oportunidad de estar un rato contigo.

De nuevo apareció el jefe para decirle que ya no había más tiempo. «Que mal me  cae ese hombre» se quejó ella.

—Dame tu teléfono, no pienso volver marcharme sin saber como localizarte.

Se intercambiaron el móvil para marcar sus propios números.

—En media hora te llamo y te digo donde vamos a cenar y ya me dices donde te recojo.

—Estaré esperando —«Como siempre, tan franca» se recriminó Mel.

 

Poco a poco se habían ido acercando a la puerta. Al llegar al hall y viendo que a él lo esperaban Mel le soltó la mano. Esta vez, fue ella la que se acercó para darle un beso en la mejilla, pero él fue más rápido y posó sus labios sobre los suyos. Fue un instante pero con la misma fuerza magnética que la noche del faro. Para el astronauta fue un acto reflejo, como si llevaran toda la vida juntos, no sabía porque lo había hecho. Para Mel ese beso la descolocó. No sabía como interpretarlo. Sería como para ella, el saludo de unos viejos amantes o para él era algo común entre sus amigas.

Yuri al ver lo desconcertada que la había dejado y porque no decirlo hasta él, apretó los puños, deseando con todas las fuerzas no tener que salir de allí. Pero o se iba ahora o sería incapaz. Sonrió y le dijo que en nada la llamaba.

Ella seguía quieta como un maniquí viéndolo salir con el resto del grupo. De forma instintiva se llevó los dedos a los labios, intentando con ese gesto evitar que el aire  se llevara con él las huellas de ese contacto. «¡Me ha besado!» se repetía.

 

Irinei le dio una palmada en la espalda, y oyó como le preguntaba al astronauta “¡Es la primera vez que te veo ligar! ¿Habéis quedado?” Yuri en ese momento se giró para verla de nuevo y en sus ojos vio la luz que la había cautivado desde el primer momento que lo conoció.  Mel no supo que le contestó pues ya cruzaban la puerta del exterior.