5

 

 

Gordon pasó la noche del viernes en el Claridge, leyendo un libro que había comprado al salir del hospital. No tenía otra cosa que hacer. Podía haber llamado a algún amigo de Londres, pero no estaba preparado para contar a nadie lo que había pasado. Primero tenía que averiguar qué le había pasado a Isabelle. Además, el libro era entretenido. Llamó al hospital bastante tarde, antes de acostarse, pero no había habido cambios. Habían pasado cuarenta y ocho horas desde el accidente, y seguía viva, pero nada más. No se había producido ninguna mejora, pero tampoco estaba peor. Se le ocurrió que podía haber ido al hospital, pero no soportaba la idea de volver a verla en aquel estado. No habría podido confesárselo a nadie, pero verla así le asustaba. Detestaba los hospitales, los pacientes, los médicos, las enfermeras, los sonidos y los olores.
Cuando Gordon llamó, Cynthia aún estaba con Bill. Las chicas habían vuelto al Claridge para la cena, pero Cynthia había preferido quedarse. De vez en cuando iba a la sala de enfermeras a tomarse un té, y todas eran muy amables con ella. Pero Cynthia tenía muchas cosas en que pensar y prefería estar sola. Mientras veía cómo su marido luchaba por sobrevivir, no dejaba de pensar si tendría oportunidad de decirle que lo quería. Tenía muchas explicaciones y disculpas que ofrecer por todos aquellos años. Y sabía que, aunque él nunca le había dicho nada, seguramente estaba al tanto de sus aventuras. Algunas fueron muy evidentes, con otras fue más discreta.
Con el tiempo, cuando dio por perdido su matrimonio, dejó de importarle. Ni siquiera estaba segura de por qué se había alejado de él con esa determinación. Tal vez estaba celosa de la interesante vida que llevaba y de la gente que conocía. Nunca le había gustado depender de él, y pensó si en el fondo lo que pretendía con su actitud era demostrarle que no le necesitaba. Siempre le había molestado el hecho de que, como esposa de un político, tuviera que comportarse como un apéndice, y tal vez fue eso lo que hizo que se distanciara de él. Además, él siempre estaba muy ocupado y viajaba tanto que a veces se sentía rechazada. No soportaba la idea de ser una aburguesada madre con dos hijas, quería ser una persona más emocionante y con más glamour. Ahora comprendía que había tratado de dar emoción a su vida por el camino equivocado. Ahora lo sabía, pero tenía miedo de que fuera demasiado tarde.
A medianoche aún seguía dándole vueltas, sentada en una silla, en un rincón de la habitación de Bill; por un momento le pareció oír que se movía.
—¿Bill? —Se levantó y se acercó a la cama. Las enfermeras acababan de salir a buscar una bolsa nueva de suero. Le pareció que movía los párpados como si soñara; cuando las enfermeras volvieron, seguía de pie junto a la cama. Ellas comprobaron enseguida el monitor, pero todo estaba bien.
—¿Va todo bien, señora Robinson? —le preguntó una de las enfermeras mientras cambiaba las bolsas de suero y ponía bien las sábanas.
—Creo que sí... no estoy segura... pero por un momento me ha parecido... le parecerá ridículo... pero me ha parecido que se movía. —Las enfermeras lo miraron con atención, pero no había señales de vida, volvieron a comprobar las constantes vitales. Aquel día se había estabilizado un poco. Habían pasado casi cuarenta y ocho horas desde el accidente, y Cynthia llevaba allí veinticuatro. Parecía una eternidad.
La enfermera de turno estaba ajustando el cardiógrafo, y esta vez sintió un leve movimiento en una de las manos. Lo observó con detenimiento y comprobó los ojos con un pequeño haz de luz mientras Cindy miraba. Esta vez no había error posible, Bill emitió un sonido muy débil, como un gemido de dolor. Era el primer sonido que emitía. Los ojos de Cynthia se llenaron de lágrimas.
—Dios mío —susurró cuando el sonido volvió a repetirse. Casi era un gemido animal. Los párpados temblaban bajo los dedos de la enfermera, que apretó un botón para avisar al médico de guardia. Una luz se encendió en el mostrador y en pocos segundos hizo acto de presencia el médico.
—¿Qué pasa? —preguntó a la enfermera cuando entraba. Llevaba varias horas de guardia y se le veía tan cansado como a Cynthia—. ¿Algún cambio?
—Ha gemido un par de veces —dijo la enfermera.
—Y hace un minuto me ha parecido que movía la mano —añadió Cynthia mientras el médico volvía a enfocar el haz de luz sobre los ojos de Bill. Otra vez el gemido. Cynthia estaba segura de haberlo oído. El médico miró a la enfermera con expresión inquisitiva, y ella asintió. No quería precipitarse, pero parecía que estaba volviendo en sí. Era una señal importante, la primera que habían tenido en dos días.
—Bill, ¿puedes oírme? Soy yo, estoy aquí... Te quiero, cariño. ¿Puedes abrir los ojos? Quiero hablar contigo. He estado esperando que despertaras. —Esta vez Bill trató de mover los hombros y gimió más fuerte, presumiblemente de dolor.
—Señor Robinson, voy a tocarle la mano. Si puede oírme quiero que oprima mi dedo tan fuerte como pueda. —El médico le hablaba directamente al oído. Puso un dedo en la mano de Bill y esperó para ver si había respuesta. Al principio no la hubo, pero poco a poco, muy lentamente, los dedos de Bill empezaron a cerrarse en torno al dedo que el médico apoyaba contra su mano. No hubo ninguna otra señal de reconocimiento, pero estaba claro que le había oído y que entendía sus palabras.
—Dios mío, puede oír —dijo Cynthia mientras las lágrimas le corrían por el rostro—. ¿Puedes oírme, corazón? Estoy aquí... abre los ojos, por favor... —Pero su rostro no se movía. Luego, muy lentamente, con los ojos cerrados, frunció las cejas y entreabrió los labios resecos para pasarse la lengua por ellos. Verlo recobrar la conciencia era como presenciar un milagro.
—Eso ha estado muy bien, señor Robinson —dijo el médico acercándose mucho a su cara—. Ahora quiero que vuelva a cogerme el dedo. —Bill gimió a modo de protesta, como si le estuvieran molestando, pero lo hizo, esta vez con la otra mano. Las dos enfermeras y el médico se miraron con expresión triunfal. Estaba volviendo en sí. Era imposible saber hasta qué grado podía oír o entender, pero no cabía duda, empezaba a responder. Cynthia no cabía en sí de contento, y le dieron ganas de apartarlos a todos para abrazar a Bill. Pero no se movió de donde estaba. No habría hecho nada que pudiera hacerle daño.
—¿Cree que puede abrir los ojos si lo intenta, señor Robinson? Me gustaría que lo hiciera, si puede. —El médico le apremiaba, pero durante mucho rato no hubo ninguna señal y Cynthia temió que hubiera vuelto a entrar en coma. Parecía dormido. El médico le tocó los párpados como si quisiera recordarle la orden y tratara de recordarle a su cerebro dónde estaban los párpados. Bill dio un leve suspiro y luego, sin emitir ningún sonido, abrió los párpados.
—Bueno, hola —dijo el joven médico con una sonrisa—. Eso ha estado muy bien. Me alegro de verle, señor.
Bill dejó escapar un pequeño «Mmm» y cerró los ojos, pero había mirado al médico directamente por uno o dos segundos. Era lo más que podía hacer por el momento. Luego volvió a deslizarse al lugar donde había estado. Soñando con Isabelle.
—¿Le gustaría intentarlo otra vez? —Esta vez la respuesta fue un brusco gruñido que, evidentemente, significaba que no, pero al cabo de un minuto lo hizo—. Estábamos impacientes por verle —dijo el médico con una sonrisa, mientras los ojos de Bill parecían barrer la habitación. Al ver a Cynthia, de pie a los pies de la cama, pareció confuso.
—Hola, cariño, estoy aquí. Te quiero. Todo va a salir bien. —Los ojos volvieron a cerrarse, como si aquello fuera demasiado y no quisiera seguir viendo a ninguno de ellos. Un instante después volvía a soñar. Pero había sido un paso importantísimo, y todos estaban radiantes cuando Cynthia salió detrás del médico.
—Dios mío, ¿qué significa eso? —preguntó temblando de la cabeza a los pies. Nunca se había sentido tan emocionada en su vida; el doctor se alegró por ella.
—Significa que ha salido del coma, aunque no está necesariamente fuera de peligro. Pero es una señal muy esperanzadora.
—¿Puede hablar?
—Estoy seguro de que podrá. La herida de la cabeza no era tan grave para afectar al habla. Solo ha sido un fuerte traumatismo. —Las lesiones más graves eran las del cuello y la columna, y aunque la conmoción cerebral era de poca importancia, lo había tenido dos días en coma—. Su cerebro necesita asimilar lo que le ha pasado. Estoy seguro de que hablará cuando vuelva a despertar. Su cuerpo ha sufrido un impacto tremendo. Es como cuando te dejan K.O., multiplicado por diez mil. El habla no me preocupa. —Le preocupaba todo lo demás. El verdadero problema, a largo plazo, sería la columna y el movimiento de las piernas. Pero el hecho de que pudiera mover las manos era una buena señal. Evidentemente, estaba muy débil, pero eso significaba que podría mover las manos y los brazos cuando el cuello hubiera sanado—. Seguramente dormirá varias horas, y es probable que mañana veamos algún movimiento más. Tal vez quiera volver al hotel y dormir un poco, señora Robinson. Mañana será un día muy largo. —Pero Cynthia estaba tan entusiasmada que no quería irse.
—¿No cree que podría volver a despertar? Si lo hace me gustaría estar aquí.
—Lo más probable es que esté agotado por el esfuerzo que acaba de hacer. Para él habrá sido como subir al Everest. Acaba de instalar el campamento base; aún le queda mucho por escalar en las próximas semanas. —Y seguramente en los próximos años, pero eso prefirió no decirlo. Aquello era solo el principio y aún les quedaba mucho camino por delante, pero lo que acababan de ver había dado grandes esperanzas a los médicos.
—De acuerdo —concedió Cynthia—. Puede que vuelva al hotel. —Hacía horas que no veía a sus hijas. Tenían pensado encargar la comida al servicio de habitaciones y ver la televisión hasta que ella volviera. Ella había prometido llamar en cuanto llegara a la habitación. Estaba impaciente por contarles lo que había pasado y en cuanto llegó al hotel y lo hizo, Olivia gritó de alegría y Jane se puso a bailar.
—¡Mamá, eso es estupendo! ¿Ha dicho algo?
—No, solo ha abierto los ojos un par de veces y ha gemido. Oprimió el dedo del médico en dos ocasiones y me vio. Pero volvió a quedarse dormido. El médico piensa que es posible que mañana hable. Y la enfermera dice que una vez haya recobrado la conciencia mejorará muy deprisa. —Cynthia tenía la esperanza de que le hablara al día siguiente.
A la mañana siguiente, cuando volvió al hospital, lo encontró tumbado con los ojos abiertos y mirando a su alrededor, como si aún no estuviera muy seguro de dónde estaba. Parecía medio dormido, como si acabara de despertar, que era exactamente lo que había pasado.
—Hola, dormilón —dijo Cynthia dulcemente al acercarse a la cama—. Hemos tenido que esperar mucho para que te despertaras. —Él pestañeó como diciendo «sí», pero parecía triste, como si le decepcionara verla allí porque esperaba ver a otra persona. Cynthia tuvo la sensación de que habría hecho que sí con la cabeza de haber podido, pero el collarín que tenía alrededor del cuello no le dejaba moverse—. ¿Te sientes mejor? —Él volvió a pestañear, y ella le acarició el rostro con suavidad—. Te quiero, Bill. Siento mucho que haya pasado esto. Pero todo irá bien. —Bill no apartaba sus ojos de los de ella, y entonces vio que se humedecía los labios como había hecho la noche anterior y cerraba los ojos. Le habría dado de beber, pero no se atrevió. Las enfermeras la habían dejado sola con él unos minutos. Los monitores la avisarían si algo iba mal—. ¿Necesitas que te traiga algo? —susurró cuando volvió a abrir los ojos y la miró. Parecía como si estuviera preocupado, y ella permaneció muy cerca para poder oírle si decía alguna cosa. Su boca se abrió, pero no emitió ningún sonido—. ¿Qué quieres, amor mío? ¿Puedes pronunciar las palabras? —Le hablaba como si fuera un niño. Y a él se le veía frustrado ante la dificultad de hacerse entender. Estuvo tendido en silencio un rato y luego volvió a intentarlo, como si hubiera estado reuniendo las fuerzas mientras Cynthia hablaba—. Las chicas están aquí —comentó ella—. Han venido a Londres conmigo. —Él pestañeó en señal de reconocimiento y frunció el ceño nuevamente, mientras trataba de despegar las mandíbulas. Cynthia se preguntó si el collarín le haría daño. No parecía muy cómodo, aunque tampoco parecía que Bill sufriera ningún dolor particularmente fuerte.
—¿Dónde...? —consiguió susurrar por fin mientras ella intentaba escuchar y esperaba con paciencia. Pero la siguiente palabra se hizo esperar una eternidad—. ¿Dónde está Izzz... ahh... bell? —Había hecho un esfuerzo enorme. Cynthia ni siquiera estaba segura de que la hubiera reconocido. Parecía totalmente pendiente de la mujer que iba con él en el coche. Seguramente quería saber si estaba viva. Aquellas palabras, pronunciadas de forma tan agónica, la golpearon como un puñetazo. Las primeras palabras que decía a su mujer y eran para preguntar por Isabelle. Aquello resolvía todas sus dudas.
—Está viva —dijo ella serenamente—. Le preguntaré a la enfermera cómo está. —Él pestañeó dos veces, como si quisiera darle las gracias, luego cerró los ojos. Un momento más tarde, Cynthia salió de la habitación y sus hijas se abalanzaron sobre ella en cuanto la vieron. No les dijo lo que acababa de oír.
—¿Cómo está, mamá? ¿Ha dicho algo?
—Creo que está mejor. Intenta decir cosas. Y le he dicho que estabais aquí. —Cindy estaba algo trastornada por lo que le había dicho su marido. Sus primeras palabras habían sido para Isabelle. ¿Tanto significaba para él? Seguramente era mucho más que simple caballerosidad lo que le había hecho preguntar por ella en cuanto recobró la conciencia.
—¿Qué ha dicho? —Estaban entusiasmadas, felices de ver que su padre había sobrevivido.
—Ha pestañeado dos veces —dijo ella, disimulando su tristeza bajo una sonrisa.
—¿Puede hablar? —preguntó Jane, que era el vivo retrato de su madre. Olivia era el vivo retrato de Bill. Eran como clones de sus padres.
—Ha dicho un par de palabras, pero le cuesta mucho. Creo que ahora está descansando. —Con una voz extrañamente apagada, les prometió regresar enseguida y se fue al mostrador a preguntar a la enfermera—. ¿Cómo está la señora Forrester? —preguntó. Al menos podía decirle a Bill lo que quería saber. Tenía derecho a saberlo, incluso si no eran más que amigos. Habían pasado por un infierno juntos y habían sobrevivido. Lo menos que podía hacer por él, ya que había hecho aquel enorme esfuerzo por preguntar, era decirle algo de Isabelle.
—No demasiado bien, me temo. Está igual. Anoche tenía fiebre. Su marido está con ella.
—¿Ha recuperado la conciencia? —preguntó ella obedientemente.
—No, pero es normal, teniendo en cuenta las heridas que sufrió y la operación. —Cynthia asintió, le dio las gracias y volvió a la habitación de Bill para ver si estaba despierto. Lo encontró roncando ligeramente. Y entonces, como si intuyera su presencia, se movió y abrió los ojos. Había vuelto a soñar con Isabelle. Como en los dos últimos días.
—He preguntado por Isabelle. Está igual. No ha salido aún del coma, pero espero que lo conseguirá. —Él pestañeó como si quisiera asentir. Al cabo de un rato, trató de pronunciar nuevas palabras.
—Gr... a...cias, Cinnn... Pensaba... tú... ella —dijo, y cerró los ojos, sumergiéndose en un sueño con Isabelle. No tenía ningún deseo de ver a su mujer o hablar con ella.
—¿Quieres ver a las niñas? —preguntó Cindy volviendo a interrumpir sus sueños; esta vez él pestañeó tres veces y ella sonrió—. Iré a buscarlas, están al final del pasillo. —Unos momentos después, estaban hablándole en la habitación, y Cynthia hasta le vio sonreír. Cuando él les habló, le costó menos que antes. Estaba recuperando el habla, aunque muy despacio, pero era evidente que tenía la cabeza despejada.
—Os... quiero, hijas...
—Nosotras también te queremos, papá —contestó Olivia, mientras Jane se inclinaba y le besaba la mano. Tenía una bolsa de suero conectada a cada brazo y seguía cubierto de cables y tubos. Pero sus hijas se alegraban de que estuviera vivo.
—Buenas..., chhhicas —le dijo a Cindy cuando salieron.
—Tú también eres un buen chico —fue lo único que dijo ella, y él pareció sorprendido—. Nos has dado un buen susto. ¿Sabes qué pasó? —le preguntó. Se le acababa de ocurrir que tal vez no lo supiera.
—No. —No recordaba nada, solo la velada que había pasado con Isabelle, antes del accidente.
—Yo... tengo... miedo... ella... muere. —Cada palabra era una lucha, y a Cindy le pareció curioso que estuviera hablando de Isabelle con ella, su mujer, aunque a él no parecía importarle. Los ojos se le llenaron de lágrimas mientras la miraba.
—Creo que le ha ido de poco. —No quiso decirle que aún podía morir—. Su marido está con ella. —Y cuando dijo esto, fue como si le estuviera advirtiendo que tenía que volver a la vida real. Isabelle tenía un marido. Y él tenía una esposa y dos hijas. Ahora les tocaba a ellos. Él sabía que, por mucho que quisiera a Isabelle, tenía una responsabilidad con ellas. Pero Bill llevaba días soñando con Isabelle.
Las enfermeras entraron en la habitación en aquel momento. Tenían cosas que hacer y Cynthia se fue con sus hijas. Tenía que digerir lo que había visto. Ya no había duda. Isabelle Forrester era importante para él, no era ninguna desconocida, como su marido esperaba, ni una amiga casual. Sus primeras palabras habían sido para ella. Su mirada rebosaba angustia y preocupación. Hasta había pensado que era a Isabelle a quien veía cuando despertó, no a ella.
Mientras esperaba en la sala de espera a que las enfermeras terminaran con Bill, Cynthia cogió un ejemplar del Herald Tribune y vio que había un artículo sobre el accidente del autobús. Se sorprendió cuando vio que, junto a la del autobús accidentado había una fotografía de Bill con una mujer. El artículo decía que habían muerto once personas y que el conocido cabildero William Robinson viajaba en la limusina que se estrelló contra el autobús. El pie de la fotografía decía que había sido tomada momentos antes; que Bill y una mujer sin identificar habían estado en Annabel y que el coche se estrelló a escasas manzanas de allí. El chófer había muerto. No se mencionaba el nombre de Isabelle, ni si había resultado herida o no. Pero, al mirar la fotografía, Cynthia supo que tenía que ser ella. Se la veía joven y atractiva, con el pelo largo y oscuro, y evidentemente el fotógrafo la había asustado, porque miraba a la cámara con los ojos desorbitados. En la fotografía, Bill rodeaba con un brazo los hombros de ella y sonreía. Cynthia se quedó sin respiración. Se les veía felices y relajados, y parecía que Bill estaba a punto de reír. Eso le hizo pensar en lo grave que era la situación. ¿Lo habría visto Gordon Forrester? Fuera lo que fuese lo que compartían Bill y su mujer, no era probable que fuera algo sin importancia. Sobre todo ahora.
Las chicas intercambiaron una mirada cuando vieron que su madre leía el artículo. No dijeron nada, pero ellas también lo habían visto. Sin embargo ni siquiera podían estar furiosas con su padre en aquellos momentos. Lo que había pasado era tan grave que le habrían perdonado casi cualquier cosa. Cynthia sentía lo mismo. Lo que le preocupaba no era lo que había hecho, sino pensar que tal vez Isabelle le importaba de verdad. La expresión de sus ojos cuando preguntó por aquella mujer indicaba que no se trataba de una aventura pasajera. Costaba creer que solo fueran amigos. Seguramente ella y Gordon se habrían quedado perplejos de haber sabido que se confiaban el uno al otro desde hacía años.
Una de las enfermeras fue a buscarlas y Cynthia fue tras sus hijas hasta la habitación. Justo antes de que la puerta se cerrara vio que Gordon Forrester salía de la habitación de su mujer. No se atrevía, pero le habría gustado preguntarle si había visto el Herald Tribune. Parecía que el hombre tenía cosas más importantes en la cabeza.
Isabelle no daba señales de recuperación y, aunque el médico dijo que podía estar en coma mucho tiempo, a Gordon le preocupaba cada vez más que el cerebro pudiera quedarle afectado si sobrevivía. Además, le acababan de decir que su corazón latía de forma irregular y que se le estaba acumulando líquido en los pulmones. El riesgo de neumonía era cada vez mayor, y Gordon sabía que si eso sucedía, Isabelle moriría. La situación empeoraba. Había estado allí una hora, hablando con los médicos sobre la posibilidad de una nueva intervención quirúrgica y se disponía a volver al hotel cuando Cynthia lo vio salir de la habitación de Isabelle.
Aquella tarde, cuando Cynthia y sus hijas se fueron, Bill volvió a preguntar por Isabelle. Durante el día había recuperado casi totalmente el habla. Las chicas no habían dejado de hablar, y él se había visto obligado a responder. Esta vez, Bill preguntó a la enfermera, que fue muy prudente con lo que le decía.
—Sigue en coma, y en su caso las lesiones son sobre todo internas. —Él se había roto más huesos, pero los órganos internos de ella habían quedado aplastados. Habría sido difícil decir qué era peor. Pero él había sobrevivido, mientras que ella seguía pendiente de un hilo, entre la vida y la muerte. Lo único que Bill sabía era que no quería perderla, daría su vida por salvarla.
—¿Puedo verla? —preguntó muy despacio. No había podido pensar en otra cosa en todo el día, cuando no lo distraían Cynthia y las niñas.
—No creo que pueda ser —dijo la enfermera. Estaba segura de que su médico se opondría. Tenía que permanecer tan quieto como fuera posible. No había forma de moverlo de la cama a causa de las heridas de la espalda y el cuello y, de todos modos, Isabelle no se daría cuenta de que estaba allí.
Aquella noche Bill volvió a hacerle la misma pregunta al médico.
—Solo un momento. Solo quiero verla y ver cómo está.
—Me temo que no muy bien —dijo el médico sin ambages—. Tiene traumatismos por todo el cuerpo. Se lo estaba explicando hoy a su marido. Quiere que la trasladen a Francia. Pero le he dicho que es imposible. En su estado, moverla significaría la muerte. —Las palabras del médico se le clavaron como un puñal. No quería que se llevaran a Isabelle a ningún sitio, no al menos hasta que la hubiera visto otra vez. Y desde luego, no si eso la ponía en peligro. Forrester era un loco al pensar en trasladarla tan pronto. Lo mismo le había dicho el médico. No era muy difícil entenderlo—. No creo que sea buena idea que la vea, Bill —le dijo el médico con aire comprensivo. Se llamaban por el nombre, y al médico le había sorprendido lo agradable y asequible que era Bill ahora que podía hablar. No como Gordon Forrester, que había sido seco, arrogante y había ofendido a todo el mundo en aquella planta. Había empezado el día exigiendo que trasladaran a su mujer. Nadie quería ni oír hablar del tema, pero él no se dio por vencido hasta que el jefe del departamento de cuidados intensivos le dijo en términos nada ambiguos que estaba loco al proponer algo así. Y entonces le explicó sin rodeos que eso mataría a su mujer, así que Gordon accedió a dejarla allí. Pero todos estaban convencidos de que volvería a intentarlo. Evidentemente, era demasiado testarudo para darse por vencido.
—¿No pueden llevar mi cama a su habitación cuando no haya nadie? —preguntó Bill con tono quejumbroso, ya con plena posesión del habla y visiblemente preocupado—. Quiero verla.
El médico estuvo meditando un rato, y Bill estaba inquieto. Él no sabía nada de su relación, ni quería saberlo, pero estaba claro que para Bill era muy importante ver a Isabelle, y no podía hacerles daño a ninguno de los dos. Pero no quería que Gordon Forrester se enfadara.
—Podrían llevarme esta noche, ¿verdad? No necesito estar mucho rato.
—¿Por qué no esperamos a ver cómo se siente mañana? ¿Y cómo está ella? Ninguno de los dos va a ir a ninguna parte. —A Bill le volvía loco saber que estaba al otro lado del pasillo. De haber podido, habría empujado la cama él mismo, pero estaba completamente en sus manos. Estaba atrapado en su cama, con un collarín y el cuerpo inmovilizado. Ni siquiera podía levantar la cabeza, y tenía los brazos muy débiles. No tenía sensibilidad ni movilidad de cintura para abajo. Y de momento no sabían si las recuperaría. Estaba tan indefenso como un niño, pero supo convencer al médico con sus palabras y su persistencia.
—Veo que no voy a hacerle cambiar de idea —le dijo el médico finalmente con una sonrisa. Ya era más de medianoche, y no quedaban visitas en los pasillos. Salió en busca de la enfermera de Bill para que le pusiera su medicación y volvió más tarde con dos hombres. Por un momento Bill pareció nervioso, como si no entendiera qué pasaba. Sin decir palabra, los dos hombres se pusieron a los pies y a la cabeza de la cama y empezaron a empujarla lentamente hacia la puerta después de que la enfermera se apartara.
—¿Adónde vamos? —preguntó Bill con expresión preocupada, pero al ver que la enfermera sonreía, lo entendió. El médico le había concedido su deseo, le estaba esperando en el pasillo.
—Si dice una palabra de esto, le haré volver al coma personalmente —le dijo con una mirada de complicidad cuando pasó por delante; Bill sonrió—. Esto es muy irregular. —Pero le pareció que a Bill le sentaría bien, y no era probable que a Isabelle le hiciera ningún daño. Ni siquiera sabría que había estado allí.
Hicieron falta algunas maniobras, pero al final consiguieron colocar su cama al lado de la de ella. Bill trató de ver por el rabillo del ojo, solo pudo ver la cabeza de Isabelle envuelta en vendajes. Pero si alargaba todo lo que podía el brazo izquierdo, podría tocarle los dedos. Las dos enfermeras asignadas a Isabelle observaban lo que ocurría, el médico les había dicho que hicieran la vista gorda. Era evidente por qué Bill estaba allí. Sujetó los dedos de ella por unos minutos y luego le habló, sin preocuparse por que pudieran oírle. Los ojos se le llenaron de lágrimas.
—Hola, Isabelle... Soy yo..., Bill... tienes que despertarte. Ya has dormido demasiado... Tienes que volver... —Y, con voz muy suave, añadió—: Te quiero... Todo irá bien.
Le dejaron quedarse unos minutos más y lo llevaron de vuelta a su habitación. Estaba exhausto y pálido. Y, mientras yacía allí, pensando en ella, recordó un sueño que había tenido y se preguntó cuándo fue. Los dos habían estado caminando hacia una brillante luz blanca y, justo antes de llegar, él la había obligado a volver atrás. Ella se había enfadado. Sus hijos estaban allí, y él quería que volvieran con ellos. Pero Isabelle quería continuar. Ahora Bill quería decirle las mismas cosas que le había dicho en el sueño. Tenía que volver. Quería despertarla. Lo único que quería era verla otra vez. Le aterraba pensar que Gordon tratara de llevársela a Francia. Incluso él veía que no estaba en condiciones de aguantar un traslado. Pero al menos el médico le había asegurado que no se lo permitirían. Bill se sintió aliviado por Isabelle, pero también porque le gustaba saber que la tenía cerca.
Aquella noche se durmió pensando en Isabelle, con una sonrisa en el rostro. En el Claridge, en su cama, Cynthia también pensó en ella. Y, en la habitación que Isabelle había ocupado hacía tan solo unos días, Gordon Forrester yacía despierto en la cama, pensando en Bill. Todos tenían mucho que pensar aquella noche, pero solo Bill e Isabelle sabían la verdad.