9

 

 

En el hospital, en Londres, las cosas seguían su curso. Unos fisioterapeutas fueron a examinar a Bill para planificar un programa de rehabilitación. Le volvían con frecuencia en la cama, para que la sangre circulara y evitar una posible pulmonía, pero los días se le hacían muy largos. Una o dos veces al día pedía que le llevaran a la habitación de Isabelle. Las enfermeras no habían hecho caso de las instrucciones de Gordon y algunas pensaban que las visitas de Bill solo podían ayudarla. En cualquier caso, no hacía ningún daño, y a Bill le animaba considerablemente. Siempre se sentía mejor cuando la veía. Añoraba terriblemente sus charlas por teléfono. Se pasaba horas tendido en su cama de hospital, pensando que la tenía al otro lado del pasillo, esperando los pocos minutos que podía estar a su lado.
Sus heridas empezaban a mejorar. El cuello y la columna seguían provocándole mucho dolor, pero ahora podía moverse un poco, y empezaba a notar cierta sensibilidad en las piernas. A pesar de ello, el diagnóstico seguía siendo el mismo. Bill trataba de mantenerse animado, y pensaba en lo que haría cuando volviera a Estados Unidos, aunque sabía que tendría que hacer frente a cambios difíciles e importantes.
Se había convertido en el favorito de las enfermeras, que murmuraban sobre la naturaleza de su relación con Isabelle, aunque lo que veían no tenía fácil explicación. La mayoría suponía que había tenido una aventura con Isabelle; una de las enfermeras incluso había oído a Bill pedirle el divorcio a su mujer. Pero, fuera cual fuese su situación con Isabelle, él les gustaba, y lo encontraban un hombre muy agradable.
—¡Lo quiero para mí! —dijo una de las enfermeras cuando estaba con algunas compañeras en la cafetería—. Es muy guapo. —Pero él no había tratado de coquetear con ninguna de ellas, nunca se mostraba descarado, rudo, poco caballeroso, y todas las personas que hablaban con él lo admiraban. También habían notado que el embajador de Estados Unidos había ido a visitarlo en varias ocasiones.
—¿Qué hace? —preguntó otra con expresión confundida. No recordaba lo que había oído, aunque sabía que era un hombre importante.
—Algo relacionado con la política —dijo una de las enfermeras de Isabelle—. Debía de estar loco por ella. Es una pena. —En eso todas estaban de acuerdo.
Cuando Cynthia y las chicas volvieron de su viaje a París, Gordon no había vuelto a visitar a su mujer, ni Sophie. Llegaron muy animadas y en cambio cuando se fueron parecían desencantadas, porque Bill y Cynthia les dijeron que iban a divorciarse. Olivia y Jane estaban sorprendidas.
—¿Por qué? —Olivia se sentó y se echó a llorar—. Vosotros os queréis, ¿no, mamá...? ¿Papá...? —Ellas siempre habían pensado que sus padres se querían, pero Bill trató de hacerles comprender que se habían ido distanciando con los años y que lo mejor era que sus caminos se separaran. No quiso decir nada sobre las aventuras de su madre, o sobre lo desdichados que habían sido los dos. Habían estado callándolo durante muchos años. Y lo cierto es que en algunos aspectos se sentía mucho mejor desde que él y Cynthia habían terminado. Se sentía más honesto y abierto con ella. Pero, antes de irse, Cynthia le dejó muy claro que si cambiaba de opinión, ella prefería seguir casada con él. Bill se mostró afable pero firme. No quería seguir con ella. Sus sueños eran para Isabelle.
—Es mejor así —insistió, aunque Cynthtia estaba muy preocupada por la reacción de las chicas. Bill no quiso decirle que no quería verla casada con un inválido. Pero, sobre todo, que ya no estaba enamorado de ella. Lo que había sentido por Isabelle le había ayudado a comprender muchas cosas sobre sí mismo, sobre lo que no tenía en su vida. No quería seguir viviendo una mentira. Sabía que nunca compartiría su vida con Isabelle, tanto si ella se recuperaba como si no, pero el hecho de haber estado enamorado de ella era suficiente para saber que había llegado el momento de terminar con aquel matrimonio sin amor con el que se había conformado durante demasiado tiempo.
Cuando su familia se fue se quedó pensativo. Había prometido que llamaría con frecuencia a las chicas. Cuando volvían al hotel, le preguntaron a Cynthia si su padre no estaría algo trastocado a causa del accidente o del golpe en la cabeza, si había alguna posibilidad de que cambiara de idea. Ella sonrió con tristeza y negó con la cabeza.
—No está trastocado. Yo sí que he estado trastocada durante mucho tiempo. No he sido una buena esposa para él —confesó—. Siempre he actuado de forma despectiva con él, me dolían su éxito y su independencia; fue algo muy mezquino por mi parte. —Ellas no habían visto nada de aquello y la idea de que sus padres vivieran en casas separadas les resultaba inconcebible.
—¿Cómo va a cuidarse papá solo? —preguntó Jane con cara de preocupación. Sus heridas eran muy graves, y les habían dicho que quizá no volvería a caminar.
—No lo sé —dijo Cynthia con un suspiro—. Es un hombre orgulloso, y capaz. Se le ocurrirá algo. Pero, contestando a tu pregunta, Jane, no, no creo que cambie de opinión. Nunca lo hace. Cuando una idea se le mete en la cabeza, se mantiene en sus trece, sea lo que sea. Ni siquiera será capaz de admitirlo si comete un error, preferirá vivir con ello. Y, por mucho que me duela lo que está haciendo, creo que no es malo para él. —En cierto modo, había hecho lo que quería, había preservado su amistad poniendo fin a su matrimonio y, a pesar de sus reproches, ella lo admiraba por ello. Aunque lo sentía por las chicas, era un duro golpe para ellas. Y tenía miedo por sí misma también. Sabía que nunca encontraría un hombre como Bill.
—¿Crees que tenía una aventura con Isabelle Forrester? —preguntó Olivia abiertamente; Cynthia consideró la respuesta. Había pensado mucho en eso.
—No lo sé. Él dice que no, y nunca me ha mentido, de eso estoy segura. Creo que él está enamorado, pero no creo que hicieran nada que no debieran. Por lo que dice tu padre, ella es fiel a su esposo. Creo que es posible que estuvieran enamorados, o que solo fueran amigos.
—¿Crees que papá se casará con ella si sobrevive? —preguntó Jane con preocupación.
—No creo que eso importe ahora —contestó Cynthia, la pobre mujer estaba medio muerta—. Pero no, no lo creo, incluso si sobrevive. Tu padre dice que nunca dejaría a Gordon Forrester, y su vida gira en torno a un hijo inválido.
—¿Qué crees que hará papá cuando vuelva a casa... quiero decir, a Estados Unidos...? —preguntó Olivia con tristeza.
—No lo sé. Buscar piso, supongo. Volver al trabajo. Tendrá que dedicar bastante tiempo a la rehabilitación. No creo que vuelva antes de un par de meses. Quieren que empiece aquí la rehabilitación. —Las chicas asintieron y guardaron silencio el resto del camino. Aún no acababan de creerlo. Ni Cynthia tampoco.
Era muy propio de Bill hacer lo que consideraba correcto, por difícil que fuera. Salía de aquel matrimonio sintiendo un profundo respeto por él, y sabía que nunca encontraría otro hombre como Bill. Ojalá se hubiera dado cuenta antes. Sabía que la mayor parte de la responsabilidad por la separación era suya, por mucho que él quisiera echarse casi toda la culpa.
Salieron hacia Estados Unidos al día siguiente, tan temprano que no tuvieron tiempo de pasar por el hospital. Cynthia y las chicas lo llamaron desde el aeropuerto para despedirse y las chicas estaban llorando cuando colgaron. Él no se lo dijo a nadie, pero cuando se fueron se quedó muy triste. Se sentía muy solo y estaba empezando a comprender el largo y duro camino que le esperaba. Por delante tenía al menos un año de durísima rehabilitación, puede que más. Pero no tenía elección. De vez en cuando hacía alguna llamada de negocios, y algunas personas que se habían enterado de lo del accidente llamaban. Pero en general, era como si viviera apartado del mundo, rodeado de enfermeras y médicos, con Isabelle aún en coma al otro lado del pasillo. No fue fácil.
Dos semanas después del accidente, Bill había mejorado notablemente y Gordon Forrester no había vuelto a ver a su esposa. Bill había tomado por costumbre que le llevaran a la habitación de Isabelle por la mañana y por la noche. Se quedaba tumbado en su cama y le hablaba durante un rato, con la esperanza de que pudiera oírle; luego lo llevaban de vuelta a su habitación.
Las enfermeras le habían dicho que Forrester no podía ir porque su hijo estaba enfermo; Bill estaba tan preocupado por Teddy como lo habría estado Isabelle. Esperaba que la situación no fuera demasiado mala. También pensaba en Sophie con frecuencia y esperaba que estuviera bien.
A la tercera semana Bill casi había perdido la esperanza de que Isabelle saliera del coma y pensó si Gordon no habría decidido dejarla allí, olvidada y abandonada. No había forma de trasladarla a París mientras dependiera del respirador, era demasiado peligroso, y Bill empezó a preocuparse por lo que le pasaría cuando él volviera a Estados Unidos. Los médicos creían que podría marcharse en un mes más o menos. No soportaba la idea de dejar allí a Isabelle, sabiendo que no habría nadie que la visitara ni hablara con ella, que la reconfortara y se preocupara por lo que le pasaba. No entendía cómo Gordon podía abandonarla en un momento así; pero el caso es que lo había hecho. Bill pensaba en todo esto una noche, mientras estaba junto a Isabelle hablándole y sujetándole la mano. Las enfermeras ya no veían nada raro en ello. Se limitaban a sonreír y charlaban con él, como si ya esperaran encontrarlo en la habitación de Isabelle.
Le estaba diciendo a Isabelle lo bonita que era, cuánto echaba en falta poder hablar con ella en aquellas noches cálidas de julio. Las ventanas estaban abiertas y llegaban sonidos del exterior. Bill se descubrió pensando en la noche en que fueron a Harry’s Bar y a Annabel. Le habría gustado volver atrás en el tiempo.
—¿Recuerdas lo bien que nos lo pasamos? —murmuró, acariciando y besando sus dedos—. Me encanta bailar contigo, Isabelle. Si despiertas, podemos ir a bailar algún día.
Para él aquello no era más que un recuerdo, un sueño lejano. Aún estaba hablando cuando notó una leve presión en la palma de la mano. Al principio pensó que era un acto reflejo y siguió hablando, pero la presión se repitió. Dejó de hablar durante un rato, confundido, y miró a la enfermera. No quiso decir nada, pero su conversación con Isabelle continuó con algo más de decisión. Luego se detuvo y trató de colocarse de forma que pudiera verle la cara.
—He notado que me apretabas la mano —le dijo con claridad—. Quiero que vuelvas a hacerlo. —Esperó durante lo que pareció mucho rato, mientras la enfermera los observaba, pero no pasó nada y la enfermera dejó de mirar—. Hazlo otra vez, Isabelle. Aprieta mi mano, solo un poquito... quiero que hagas un esfuerzo. —Y entonces, casi imperceptiblemente, como si ella le estuviera tendiendo la mano desde otro mundo, lo hizo. El rostro de él se iluminó con una sonrisa, tenía lágrimas en los ojos—. Eso ha sido maravilloso —la animó, abrumado por lo que acababa de sentir—. Ahora quiero que abras los ojos, solo un poquito... Te estoy mirando, Isabelle. Y quiero que tú me mires a mí.
No había ninguna señal de vida en su rostro, pero los dedos volvieron a moverse, y Bill se preguntó si, después de todo, no sería más que un acto reflejo. Cuando Bill empezaba a desanimarse, ella arrugó la nariz, aunque sus ojos seguían cerrados. El corazón le latía a toda velocidad. Isabelle estaba volviendo.
—¿Qué ha sido eso? Ha sido una mueca muy rara, pero ha estado muy bien. ¿Qué me dices de una sonrisa? —Las lágrimas le corrían por las mejillas y todos sus esfuerzos, su fuerza y su amor estaban puestos en ella. La enfermera se había quedado petrificada y observaba. Pero había visto claramente la mueca de Isabelle. Definitivamente, aquello no era un reflejo—. ¿Puedes sonreírme, amor mío? Abre un ojo... Te he echado tanto de menos... —Bill le suplicaba, animándola a volver, deseaba meter su brazo en el abismo en el que estaba y traerla de vuelta con él sana y salva. Estuvo esperando otra media hora sin que pasara nada, estaba exhausto y agotado pero no quería rendirse—. Isabelle..., de acuerdo, haz esa mueca graciosa otra vez... vamos... arruga la nariz. —Pero en vez de eso ella levantó la mano varios centímetros sobre la cama y luego la dejó caer como si el esfuerzo hubiera sido demasiado grande—. Eso ha estado muy, muy bien. Un trabajo muy duro. Descansa un poco, vida mía. Luego lo haremos otra vez. —Quería reunir todas las señales que pudiera, mantenerse en contacto con ella hasta que volviera a él, a la vida.
Le habló y le habló, trataba de hacerla pestañear; mover alguna parte del rostro; abrir los ojos; o apretarle la mano otra vez. Y durante mucho rato nada se movió; luego, percibió un tenue movimiento de los ojos.
—Dios mío... —le susurró a la enfermera, que se apresuró a salir en busca de un médico.
Después de pasar tres semanas al borde de la muerte, Isabelle estaba volviendo. Era Bill quien la traía de vuelta, con amor y mucho empeño.
—Isabelle —dijo Bill con mayor firmeza—. Tienes que abrir los ojos, amor mío. Sé que es difícil. Has estado dormida mucho tiempo. Es hora de despertar. Quiero verte mirarme y sé que tú quieres verme. Abre los ojos, solo un poquito. —Y, un momento después, ella lo hizo. Bill no lo esperaba. Después de tanto rato, se habría conformado con cualquier gesto. Pero esta vez lo hizo, y los ojos que durante todo ese tiempo habían estado cerrados se abrieron un poquito—. Eso es... muy bien... puedes abrirlos un poco más... inténtalo, cariño..., abre esos preciosos ojos. —El médico ya estaba en la habitación, pero se mantuvo retirado para no interferir. Bill se las arreglaba muy bien solo—. Isabelle... —Bill lo intentó de nuevo—. Estoy esperando que me mires. Llevo esperando mucho tiempo. —Y, mientras lo decía, un largo y gracioso suspiro llegó de la cama y, con un leve aleteo, Isabelle abrió los ojos y volvió a cerrarlos sin mirarle, como si el esfuerzo fuera demasiado grande—. Vamos, cariño, mantenlos abiertos lo suficiente para mirarme. Por favor, amor mío... —Ver cómo volvía a la vida lentamente mientras le hablaba era como verla regresar lentamente hacia la tierra desde un lugar lejano. Y entonces, por fin, por fin abrió los ojos otra vez, volvió la cabeza y lo miró directamente al tiempo que emitía un pequeño gemido. Bill temió que el movimiento le hubiera provocado un fuerte dolor en la cabeza. Pero entonces ella sonrió, con los ojos cerrados de nuevo, y pareció forcejear con una palabra. Estuvo intentándolo durante un buen rato y, finalmente, cuando abrió los ojos, pronunció su nombre con una voz que era apenas un gemido.
—Bill... —Él le besó la mano al oírlo, y tuvo que contener un sollozo para poder hablarle. Quería recompensarla por lo que había hecho.
—Isabelle, te quiero tanto... Eres una buena chica. Has hecho un gran esfuerzo para volver.
—Sí —susurró ella al tiempo que sus ojos volvían a cerrarse, aunque esta vez volvió a abrirlos por voluntad propia—. Te quiero... —susurró ella, y entonces dijo su nombre otra vez, como si lo estuviera saboreando.
—Creo que ahí es donde nos habíamos quedado —dijo él, sonriendo a pesar de las lágrimas. Había pasado una eternidad desde que se besaron y chocaron contra un autobús—. Has estado ausente demasiado tiempo, amor mío. Te he echado tanto de menos...
—Háblame —dijo ella en voz baja, con una sonrisa, mientras Bill, la enfermera y el médico reían. Llevaba tres semanas hablándole, y aquella noche había pasado horas hablándole. Era como si siempre hubiera sabido que podía traerla de vuelta. No se había rendido en ningún momento, aunque había empezado a desanimarse, pero nunca se había rendido—. Gusta... oírte... hablar —dijo ella, como si estuviera enormemente cansada, lo que seguramente era cierto. Bill sabía que había hecho un gran esfuerzo.
—Me alegra ver que hablas. Llevo mucho tiempo esperando. ¿Dónde has estado, amor mío? —dijo él suavemente, sosteniéndole aún la mano.
—Fuera —dijo ella, sonrió de nuevo, y luego lo escrutó con una mirada llena de preguntas. Sabía que él tendría respuestas que ella aún desconocía—. ¿Cuánto?
—Tres semanas —contestó él sinceramente, y ella pareció sorprendida.
—¿Tanto? —Parecía estar luchando por encontrar las palabras, pero lo hacía muy bien, y el médico que la observaba también lo pensaba.
—Tanto. —Había tantas cosas que decirle, tanto que compartir..., pero aún era pronto. Acababa de llegar de un lugar muy lejano.
Y entonces Isabelle pensó en algo y lo miró con expresión preocupada.
—¿Teddy... y Sophie?
—Están bien. —Esperaba no estar diciéndole ninguna mentira, porque no tenía noticias recientes, y sabía que Teddy no había estado bien. Pero estaba seguro de que en cuanto el chico supiera que su madre estaba bien, mejoraría enseguida—. Sophie ha estado aquí. Vino a verte. Es una chica estupenda y es igual que tú. —Isabelle sonrió, cerró los ojos y, cuando los abrió, había en ellos otra pregunta. Bill sabía cuál era, casi podía leerle el pensamiento—. Estuvo aquí. —Ella asintió, y cerró los párpados con fuerza.
—La cabeza... me duele.
—Apuesto a que sí. —No era difícil creerlo.
—Otras... cosas... también. —Aquello era asunto del médico, así que le hizo algunas preguntas; estaba muy contento pero les aconsejó que descansaran un poco, porque había sido una noche importante para los dos. Cuando los celadores entraron para llevarse a Bill, Isabelle pareció preocupada—. No... no te vayas... —Y le cogió la mano con más fuerza. Bill miró al médico con expresión inquisitiva.
—¿Puedo quedarme?
Se hizo un largo silencio, mientras el médico lo pensaba. No había razón para que no lo hiciera. Los dos eran adultos, eran amigos, y las enfermeras podían vigilarlos a los dos. Parecía una recompensa justa por lo que Bill había hecho aquella noche por ella y además no veía nada malo en ello.
—Creo que es una buena idea. —Bill ya no estaba conectado a los monitores, y lo único que necesitaba era el soporte con el suero al lado de la cama y, si él lo pedía, algún analgésico, aunque ya nunca los pedía.
—Quiero que duermas aquí —dijo Isabelle agarrándose a su mano mientras él le sonreía. Había vuelto, estaba viva, había vuelto a él. Era la noche más feliz de su vida. Las enfermeras los prepararon mientras ellos dos no dejaban de sonreír. El médico examinó cuidadosamente a Isabelle, y quedó satisfecho. Le hizo algunas preguntas más y ella le contó cómo se encontraba. Dijo que se sentía como si estuviera embutida en un cuerpo demasiado pequeño, y él le explicó que durante un tiempo notaría el dolor de las lesiones internas. Tendrían tiempo de sobra para hacer un examen más concienzudo al día siguiente. Lo que los dos necesitaban en aquellos momentos era descansar.
La enfermera dejó encendida solo una pequeña luz, y otra enfermera fue a ayudar a Bill a ponerse de lado. Él estaba contento porque así podría ver mejor a Isabelle. No quería dormir, quería pasarse la noche mirándola y verle la cara, tocarle la mano. Ella seguía cogida de su mano y le sonreía como una niña. Era la viva imagen de Sophie.
—Eres muy hermosa —le susurró—. Te quiero tanto...
Valía la pena haberla esperado aquellas tres semanas, y antes de eso toda una vida.
—Te echaba de menos mientras estaba fuera —le susurró ella.
—¿Cómo lo sabes? —le susurró él a su vez, mientras la enfermera sonreía desde un rincón.
—Lo sé. —Eran como dos niñas en una fiesta cuchicheando en una esquina.
El médico y la otra enfermera salieron de la habitación. Una vez fuera, sonrieron e intercambiaron una larga mirada de connivencia. Era bonito ver a aquella pareja. Nadie habría creído que Isabelle podía sobrevivir.
El médico llamó a París aquella noche para decirle a Gordon que su mujer había salido del coma, se lo debía. Pero Gordon había salido y el médico le dijo a la mujer que contestó, la enfermera de Teddy, que dijera al señor Forrester que había llamado. No quiso dejar ningún mensaje y, de haberlo sabido, Bill e Isabelle se lo habrían agradecido.
Bill e Isabelle estaban tendidos el uno frente al otro, y era como si siempre hubieran dormido juntos. En una ocasión Isabelle trató de tumbarse sobre la espalda, pero al moverse sintió un fuerte dolor de cabeza, así que siguió de lado, mirando a Bill, que estaba completamente despierto, contemplándola.
—¿Qué te ha pasado a ti? —preguntó ella. Acababa de reparar en el enorme collarín de su cuello. Habían pasado demasiadas cosas para que se fijara antes. Pero ahora parecía preocupada.
—Me lesioné el cuello y la espalda. Pero todo irá bien —dijo sonriéndole. Ahora sí. Aquello era lo único que había querido en las tres últimas semanas.
—¿Estás seguro?
—Lo estoy. En mi vida me había sentido mejor.
—Yo también. —Y entonces lo miró pensativa—. No recuerdo nada... ¿Cómo hemos llegado hasta aquí?
—Es una larga historia, amor mío. Ya lo hablaremos mañana. Chocamos contra un autobús. —De momento no pensaba decirle que habían muerto once personas y que ella casi se había convertido en la víctima número doce—. Lo único que sé es que te estaba besando, y luego desperté aquí.
—Yo también recuerdo eso —dijo ella sonriendo con expresión somnolienta, y bostezó.
Bill habría querido volver a besarla, pero no podía moverse. Lo único que podía hacer era permanecer tumbado como estaba y acariciarle la cara o la mano.
—Uno de estos días, me gustaría besarte otra vez —dijo ella con expresión soñadora; Bill no contestó. Estaba pensando que tal vez no volvería a ser un hombre completo, y se limitó a sujetar la mano de Isabelle en silencio. Era lo único que podía ofrecerle de momento.
—Espero que los chicos estén bien —dijo Isabelle pensando en sus hijos, ajena a los miedos de Bill sobre su capacidad en la cama.
—Lo estarán cuando se enteren —le aseguró él.
Pero, por un momento, ella pareció triste y apretó con más fuerza la mano de Bill.
—Pero entonces, él volverá, ¿verdad?
Bill no quería decirle que su marido no la había visitado en las dos últimas semanas. No creía que aquel fuera su sitio, y había acabado por odiarlo, por las cosas que no hacía por ella y por las horribles cosas que sí hacía.
—No pensemos en eso ahora —le susurró Bill—. ¿Por qué no cierras los ojos y tratas de dormir? —Le habría gustado poder acariciarle el pelo.
—Pensaba que querías que despertara —dijo ella bromeando. Definitivamente, había salido del pozo, después de tres semanas en coma y un accidente que casi la había matado, no había cambiado nada. Seguía teniendo la misma fuerza de espíritu. Al final, eso era lo que la había ayudado a volver, eso y su amor.
—Vuelve a dormir, hablas demasiado. Vas a agotarte. —Bill no podía dejar de sonreír mientras la miraba. Ahora le parecía incluso más bonita que antes.
—No quiero dejar de hablar contigo en toda la noche. —Y sonrió; entonces se acordó de otra cosa—. Y quiero que volvamos a bailar juntos.
Él sonrió, se sentía como si ya estuviera bailando.
—Lo haremos.
—Y quiero volver a Harry’s Bar. —Estaba confeccionando una lista de deseos. Bill sonrió.
—¿Ahora? —bromeó él, más feliz que nunca. Le encantaba estar tendido junto a ella, hablando.
—De acuerdo. Mañana. Y luego iremos a Annabel. Tenemos que recuperar el tiempo perdido. Hace semanas que no bailo —dijo ella con un suspiro de felicidad.
—Será mejor que te comportes, o los médicos te pondrán a dormir otra vez.
—Solo quiero estar aquí contigo. —Y entonces rió con suavidad en la penumbra—. Ahora ya podremos decir que nos hemos acostado juntos, ¿no?
—Te estás portando muy mal para haber pasado tres semanas muy enferma. No creo que tengas que pensar en ese tipo de cosas —la reprendió Bill, y habría deseado poder rodearla con sus brazos, aunque lo hacía en su corazón. En su corazón, ella siempre sería suya. Se había hecho suya aquella noche y eso no podría cambiar. Isabelle había atravesado las sombras para volver a él y pasara lo que pasase, fueran a donde fuesen, sabía que nunca volvería a perderla.
—Caminaba hacia una luz muy potente contigo... íbamos a algún sitio, por un camino estrecho... y los chicos empezaron a llamarnos, y tú me hiciste volver. —Bill se sintió como si le hubiera caído un rayo encima cuando la oyó. Él tenía exactamente el mismo recuerdo cuando recuperó la conciencia.
—¿Cómo era?
—Muy brillante... y yo estaba muy cansada... me senté en una roca. Yo no quería volver, pero tú insistías. Dijiste que podíamos ir allí en otra ocasión... yo no quería, pero dejé que me trajeras de vuelta. —Y aquella noche había vuelto a hacerlo. La primera vez la había hecho volver de la muerte; la segunda, de la profunda oscuridad donde dormía un sueño sin fin. Pero lo que describía sobre la luz y la roca era exactamente igual que lo que él había visto.
—Isabelle, yo también estuve allí. —Parecía atónito, pero Isabelle no entendía por qué—. Yo he tenido ese mismo sueño. Exactamente igual.
—Lo sé, estabas allí —dijo ella como si fuera algo completamente normal—. Te vi, cogí tu mano y volví contigo.
—¿Por qué? —Bill buscaba en su recuerdo, tratando de comprender lo que les había pasado. A él no le parecía normal. La gente hablaba de ese tipo de experiencias, pero no había muchos casos en que dos personas compartieran la misma luz en el mismo sueño, la misma roca, el mismo sendero, el mismo recuerdo. Se dio cuenta de que, en algún lugar, de una forma profunda y significativa, sus almas se habían encontrado y se habían unido. En otra vida, se habían encontrado y se habían hecho uno.
—He vuelto porque tú me lo dijiste —dijo ella serenamente—. Pero luego volví a perderme. Creo que me quedé dormida junto al camino.
—Desde luego que lo hiciste, y si vuelves a hacerlo, Isabelle, te aseguro que voy a enfadarme mucho contigo. No te me vuelvas a perder.
—No lo haré —dijo ella, y le besó los dedos y la mano—. Gracias por esperarme y por traerme de vuelta. —Empezaba a tener sueño, bostezó varias veces y, antes de que Bill pudiera decir nada, había caído en un sueño tranquilo cogida de su mano. Bill la miraba; tenía una imagen muy clara de lo que le había descrito, la brillante luz hacia la que caminaban por el camino, con ella delante. Había necesitado de toda su fuerza para apartarla de la luz, y aquella noche había vuelto a él. No estaba muy seguro de lo que significaba todo aquello, pero sabía que habían vivido algo extraordinario y, mientras la veía dormir, supo que a pesar de todo lo que había pasado, era un hombre afortunado.