9
En el hospital, en Londres, las cosas seguían
su curso. Unos fisioterapeutas fueron a examinar a Bill para
planificar un programa de rehabilitación. Le volvían con frecuencia
en la cama, para que la sangre circulara y evitar una posible
pulmonía, pero los días se le hacían muy largos. Una o dos veces al
día pedía que le llevaran a la habitación de Isabelle. Las
enfermeras no habían hecho caso de las instrucciones de Gordon y
algunas pensaban que las visitas de Bill solo podían ayudarla. En
cualquier caso, no hacía ningún daño, y a Bill le animaba
considerablemente. Siempre se sentía mejor cuando la veía. Añoraba
terriblemente sus charlas por teléfono. Se pasaba horas tendido en
su cama de hospital, pensando que la tenía al otro lado del
pasillo, esperando los pocos minutos que podía estar a su
lado.
Sus heridas empezaban a mejorar. El cuello y
la columna seguían provocándole mucho dolor, pero ahora podía
moverse un poco, y empezaba a notar cierta sensibilidad en las
piernas. A pesar de ello, el diagnóstico seguía siendo el mismo.
Bill trataba de mantenerse animado, y pensaba en lo que haría
cuando volviera a Estados Unidos, aunque sabía que tendría que
hacer frente a cambios difíciles e importantes.
Se había convertido en el favorito de las
enfermeras, que murmuraban sobre la naturaleza de su relación con
Isabelle, aunque lo que veían no tenía fácil explicación. La
mayoría suponía que había tenido una aventura con Isabelle; una de
las enfermeras incluso había oído a Bill pedirle el divorcio a su
mujer. Pero, fuera cual fuese su situación con Isabelle, él les
gustaba, y lo encontraban un hombre muy agradable.
—¡Lo quiero para mí! —dijo una de las
enfermeras cuando estaba con algunas compañeras en la cafetería—.
Es muy guapo. —Pero él no había tratado de coquetear con ninguna de
ellas, nunca se mostraba descarado, rudo, poco caballeroso, y todas
las personas que hablaban con él lo admiraban. También habían
notado que el embajador de Estados Unidos había ido a visitarlo en
varias ocasiones.
—¿Qué hace? —preguntó otra con expresión
confundida. No recordaba lo que había oído, aunque sabía que era un
hombre importante.
—Algo relacionado con la política —dijo una
de las enfermeras de Isabelle—. Debía de estar loco por ella. Es
una pena. —En eso todas estaban de acuerdo.
Cuando Cynthia y las chicas volvieron de su
viaje a París, Gordon no había vuelto a visitar a su mujer, ni
Sophie. Llegaron muy animadas y en cambio cuando se fueron parecían
desencantadas, porque Bill y Cynthia les dijeron que iban a
divorciarse. Olivia y Jane estaban sorprendidas.
—¿Por qué? —Olivia se sentó y se echó a
llorar—. Vosotros os queréis, ¿no, mamá...? ¿Papá...? —Ellas
siempre habían pensado que sus padres se querían, pero Bill trató
de hacerles comprender que se habían ido distanciando con los años
y que lo mejor era que sus caminos se separaran. No quiso decir
nada sobre las aventuras de su madre, o sobre lo desdichados que
habían sido los dos. Habían estado callándolo durante muchos años.
Y lo cierto es que en algunos aspectos se sentía mucho mejor desde
que él y Cynthia habían terminado. Se sentía más honesto y abierto
con ella. Pero, antes de irse, Cynthia le dejó muy claro que si
cambiaba de opinión, ella prefería seguir casada con él. Bill se
mostró afable pero firme. No quería seguir con ella. Sus sueños
eran para Isabelle.
—Es mejor así —insistió, aunque Cynthtia
estaba muy preocupada por la reacción de las chicas. Bill no quiso
decirle que no quería verla casada con un inválido. Pero, sobre
todo, que ya no estaba enamorado de ella. Lo que había sentido por
Isabelle le había ayudado a comprender muchas cosas sobre sí mismo,
sobre lo que no tenía en su vida. No quería seguir viviendo una
mentira. Sabía que nunca compartiría su vida con Isabelle, tanto si
ella se recuperaba como si no, pero el hecho de haber estado
enamorado de ella era suficiente para saber que había llegado el
momento de terminar con aquel matrimonio sin amor con el que se
había conformado durante demasiado tiempo.
Cuando su familia se fue se quedó pensativo.
Había prometido que llamaría con frecuencia a las chicas. Cuando
volvían al hotel, le preguntaron a Cynthia si su padre no estaría
algo trastocado a causa del accidente o del golpe en la cabeza, si
había alguna posibilidad de que cambiara de idea. Ella sonrió con
tristeza y negó con la cabeza.
—No está trastocado. Yo sí que he estado
trastocada durante mucho tiempo. No he sido una buena esposa para
él —confesó—. Siempre he actuado de forma despectiva con él, me
dolían su éxito y su independencia; fue algo muy mezquino por mi
parte. —Ellas no habían visto nada de aquello y la idea de que sus
padres vivieran en casas separadas les resultaba
inconcebible.
—¿Cómo va a cuidarse papá solo? —preguntó
Jane con cara de preocupación. Sus heridas eran muy graves, y les
habían dicho que quizá no volvería a caminar.
—No lo sé —dijo Cynthia con un suspiro—. Es
un hombre orgulloso, y capaz. Se le ocurrirá algo. Pero,
contestando a tu pregunta, Jane, no, no creo que cambie de opinión.
Nunca lo hace. Cuando una idea se le mete en la cabeza, se mantiene
en sus trece, sea lo que sea. Ni siquiera será capaz de admitirlo
si comete un error, preferirá vivir con ello. Y, por mucho que me
duela lo que está haciendo, creo que no es malo para él. —En cierto
modo, había hecho lo que quería, había preservado su amistad
poniendo fin a su matrimonio y, a pesar de sus reproches, ella lo
admiraba por ello. Aunque lo sentía por las chicas, era un duro
golpe para ellas. Y tenía miedo por sí misma también. Sabía que
nunca encontraría un hombre como Bill.
—¿Crees que tenía una aventura con Isabelle
Forrester? —preguntó Olivia abiertamente; Cynthia consideró la
respuesta. Había pensado mucho en eso.
—No lo sé. Él dice que no, y nunca me ha
mentido, de eso estoy segura. Creo que él está enamorado, pero no
creo que hicieran nada que no debieran. Por lo que dice tu padre,
ella es fiel a su esposo. Creo que es posible que estuvieran
enamorados, o que solo fueran amigos.
—¿Crees que papá se casará con ella si
sobrevive? —preguntó Jane con preocupación.
—No creo que eso importe ahora —contestó
Cynthia, la pobre mujer estaba medio muerta—. Pero no, no lo creo,
incluso si sobrevive. Tu padre dice que nunca dejaría a Gordon
Forrester, y su vida gira en torno a un hijo inválido.
—¿Qué crees que hará papá cuando vuelva a
casa... quiero decir, a Estados Unidos...? —preguntó Olivia con
tristeza.
—No lo sé. Buscar piso, supongo. Volver al
trabajo. Tendrá que dedicar bastante tiempo a la rehabilitación. No
creo que vuelva antes de un par de meses. Quieren que empiece aquí
la rehabilitación. —Las chicas asintieron y guardaron silencio el
resto del camino. Aún no acababan de creerlo. Ni Cynthia
tampoco.
Era muy propio de Bill hacer lo que
consideraba correcto, por difícil que fuera. Salía de aquel
matrimonio sintiendo un profundo respeto por él, y sabía que nunca
encontraría otro hombre como Bill. Ojalá se hubiera dado cuenta
antes. Sabía que la mayor parte de la responsabilidad por la
separación era suya, por mucho que él quisiera echarse casi toda la
culpa.
Salieron hacia Estados Unidos al día
siguiente, tan temprano que no tuvieron tiempo de pasar por el
hospital. Cynthia y las chicas lo llamaron desde el aeropuerto para
despedirse y las chicas estaban llorando cuando colgaron. Él no se
lo dijo a nadie, pero cuando se fueron se quedó muy triste. Se
sentía muy solo y estaba empezando a comprender el largo y duro
camino que le esperaba. Por delante tenía al menos un año de
durísima rehabilitación, puede que más. Pero no tenía elección. De
vez en cuando hacía alguna llamada de negocios, y algunas personas
que se habían enterado de lo del accidente llamaban. Pero en
general, era como si viviera apartado del mundo, rodeado de
enfermeras y médicos, con Isabelle aún en coma al otro lado del
pasillo. No fue fácil.
Dos semanas después del accidente, Bill había
mejorado notablemente y Gordon Forrester no había vuelto a ver a su
esposa. Bill había tomado por costumbre que le llevaran a la
habitación de Isabelle por la mañana y por la noche. Se quedaba
tumbado en su cama y le hablaba durante un rato, con la esperanza
de que pudiera oírle; luego lo llevaban de vuelta a su
habitación.
Las enfermeras le habían dicho que Forrester
no podía ir porque su hijo estaba enfermo; Bill estaba tan
preocupado por Teddy como lo habría estado Isabelle. Esperaba que
la situación no fuera demasiado mala. También pensaba en Sophie con
frecuencia y esperaba que estuviera bien.
A la tercera semana Bill casi había perdido
la esperanza de que Isabelle saliera del coma y pensó si Gordon no
habría decidido dejarla allí, olvidada y abandonada. No había forma
de trasladarla a París mientras dependiera del respirador, era
demasiado peligroso, y Bill empezó a preocuparse por lo que le
pasaría cuando él volviera a Estados Unidos. Los médicos creían que
podría marcharse en un mes más o menos. No soportaba la idea de
dejar allí a Isabelle, sabiendo que no habría nadie que la visitara
ni hablara con ella, que la reconfortara y se preocupara por lo que
le pasaba. No entendía cómo Gordon podía abandonarla en un momento
así; pero el caso es que lo había hecho. Bill pensaba en todo esto
una noche, mientras estaba junto a Isabelle hablándole y
sujetándole la mano. Las enfermeras ya no veían nada raro en ello.
Se limitaban a sonreír y charlaban con él, como si ya esperaran
encontrarlo en la habitación de Isabelle.
Le estaba diciendo a Isabelle lo bonita que
era, cuánto echaba en falta poder hablar con ella en aquellas
noches cálidas de julio. Las ventanas estaban abiertas y llegaban
sonidos del exterior. Bill se descubrió pensando en la noche en que
fueron a Harry’s Bar y a Annabel. Le habría gustado volver atrás en
el tiempo.
—¿Recuerdas lo bien que nos lo pasamos?
—murmuró, acariciando y besando sus dedos—. Me encanta bailar
contigo, Isabelle. Si despiertas, podemos ir a bailar algún
día.
Para él aquello no era más que un recuerdo,
un sueño lejano. Aún estaba hablando cuando notó una leve presión
en la palma de la mano. Al principio pensó que era un acto reflejo
y siguió hablando, pero la presión se repitió. Dejó de hablar
durante un rato, confundido, y miró a la enfermera. No quiso decir
nada, pero su conversación con Isabelle continuó con algo más de
decisión. Luego se detuvo y trató de colocarse de forma que pudiera
verle la cara.
—He notado que me apretabas la mano —le dijo
con claridad—. Quiero que vuelvas a hacerlo. —Esperó durante lo que
pareció mucho rato, mientras la enfermera los observaba, pero no
pasó nada y la enfermera dejó de mirar—. Hazlo otra vez, Isabelle.
Aprieta mi mano, solo un poquito... quiero que hagas un esfuerzo.
—Y entonces, casi imperceptiblemente, como si ella le estuviera
tendiendo la mano desde otro mundo, lo hizo. El rostro de él se
iluminó con una sonrisa, tenía lágrimas en los ojos—. Eso ha sido
maravilloso —la animó, abrumado por lo que acababa de sentir—.
Ahora quiero que abras los ojos, solo un poquito... Te estoy
mirando, Isabelle. Y quiero que tú me mires a mí.
No había ninguna señal de vida en su rostro,
pero los dedos volvieron a moverse, y Bill se preguntó si, después
de todo, no sería más que un acto reflejo. Cuando Bill empezaba a
desanimarse, ella arrugó la nariz, aunque sus ojos seguían
cerrados. El corazón le latía a toda velocidad. Isabelle estaba
volviendo.
—¿Qué ha sido eso? Ha sido una mueca muy
rara, pero ha estado muy bien. ¿Qué me dices de una sonrisa? —Las
lágrimas le corrían por las mejillas y todos sus esfuerzos, su
fuerza y su amor estaban puestos en ella. La enfermera se había
quedado petrificada y observaba. Pero había visto claramente la
mueca de Isabelle. Definitivamente, aquello no era un reflejo—.
¿Puedes sonreírme, amor mío? Abre un ojo... Te he echado tanto de
menos... —Bill le suplicaba, animándola a volver, deseaba meter su
brazo en el abismo en el que estaba y traerla de vuelta con él sana
y salva. Estuvo esperando otra media hora sin que pasara nada,
estaba exhausto y agotado pero no quería rendirse—. Isabelle..., de
acuerdo, haz esa mueca graciosa otra vez... vamos... arruga la
nariz. —Pero en vez de eso ella levantó la mano varios centímetros
sobre la cama y luego la dejó caer como si el esfuerzo hubiera sido
demasiado grande—. Eso ha estado muy, muy bien. Un trabajo muy
duro. Descansa un poco, vida mía. Luego lo haremos otra vez.
—Quería reunir todas las señales que pudiera, mantenerse en
contacto con ella hasta que volviera a él, a la vida.
Le habló y le habló, trataba de hacerla
pestañear; mover alguna parte del rostro; abrir los ojos; o
apretarle la mano otra vez. Y durante mucho rato nada se movió;
luego, percibió un tenue movimiento de los ojos.
—Dios mío... —le susurró a la enfermera, que
se apresuró a salir en busca de un médico.
Después de pasar tres semanas al borde de la
muerte, Isabelle estaba volviendo. Era Bill quien la traía de
vuelta, con amor y mucho empeño.
—Isabelle —dijo Bill con mayor firmeza—.
Tienes que abrir los ojos, amor mío. Sé que es difícil. Has estado
dormida mucho tiempo. Es hora de despertar. Quiero verte mirarme y
sé que tú quieres verme. Abre los ojos, solo un poquito. —Y, un
momento después, ella lo hizo. Bill no lo esperaba. Después de
tanto rato, se habría conformado con cualquier gesto. Pero esta vez
lo hizo, y los ojos que durante todo ese tiempo habían estado
cerrados se abrieron un poquito—. Eso es... muy bien... puedes
abrirlos un poco más... inténtalo, cariño..., abre esos preciosos
ojos. —El médico ya estaba en la habitación, pero se mantuvo
retirado para no interferir. Bill se las arreglaba muy bien solo—.
Isabelle... —Bill lo intentó de nuevo—. Estoy esperando que me
mires. Llevo esperando mucho tiempo. —Y, mientras lo decía, un
largo y gracioso suspiro llegó de la cama y, con un leve aleteo,
Isabelle abrió los ojos y volvió a cerrarlos sin mirarle, como si
el esfuerzo fuera demasiado grande—. Vamos, cariño, mantenlos
abiertos lo suficiente para mirarme. Por favor, amor mío... —Ver
cómo volvía a la vida lentamente mientras le hablaba era como verla
regresar lentamente hacia la tierra desde un lugar lejano. Y
entonces, por fin, por fin abrió los ojos otra vez, volvió la
cabeza y lo miró directamente al tiempo que emitía un pequeño
gemido. Bill temió que el movimiento le hubiera provocado un fuerte
dolor en la cabeza. Pero entonces ella sonrió, con los ojos
cerrados de nuevo, y pareció forcejear con una palabra. Estuvo
intentándolo durante un buen rato y, finalmente, cuando abrió los
ojos, pronunció su nombre con una voz que era apenas un
gemido.
—Bill... —Él le besó la mano al oírlo, y tuvo
que contener un sollozo para poder hablarle. Quería recompensarla
por lo que había hecho.
—Isabelle, te quiero tanto... Eres una buena
chica. Has hecho un gran esfuerzo para volver.
—Sí —susurró ella al tiempo que sus ojos
volvían a cerrarse, aunque esta vez volvió a abrirlos por voluntad
propia—. Te quiero... —susurró ella, y entonces dijo su nombre otra
vez, como si lo estuviera saboreando.
—Creo que ahí es donde nos habíamos quedado
—dijo él, sonriendo a pesar de las lágrimas. Había pasado una
eternidad desde que se besaron y chocaron contra un autobús—. Has
estado ausente demasiado tiempo, amor mío. Te he echado tanto de
menos...
—Háblame —dijo ella en voz baja, con una
sonrisa, mientras Bill, la enfermera y el médico reían. Llevaba
tres semanas hablándole, y aquella noche había pasado horas
hablándole. Era como si siempre hubiera sabido que podía traerla de
vuelta. No se había rendido en ningún momento, aunque había
empezado a desanimarse, pero nunca se había rendido—. Gusta...
oírte... hablar —dijo ella, como si estuviera enormemente cansada,
lo que seguramente era cierto. Bill sabía que había hecho un gran
esfuerzo.
—Me alegra ver que hablas. Llevo mucho tiempo
esperando. ¿Dónde has estado, amor mío? —dijo él suavemente,
sosteniéndole aún la mano.
—Fuera —dijo ella, sonrió de nuevo, y luego
lo escrutó con una mirada llena de preguntas. Sabía que él tendría
respuestas que ella aún desconocía—. ¿Cuánto?
—Tres semanas —contestó él sinceramente, y
ella pareció sorprendida.
—¿Tanto? —Parecía estar luchando por
encontrar las palabras, pero lo hacía muy bien, y el médico que la
observaba también lo pensaba.
—Tanto. —Había tantas cosas que decirle,
tanto que compartir..., pero aún era pronto. Acababa de llegar de
un lugar muy lejano.
Y entonces Isabelle pensó en algo y lo miró
con expresión preocupada.
—¿Teddy... y Sophie?
—Están bien. —Esperaba no estar diciéndole
ninguna mentira, porque no tenía noticias recientes, y sabía que
Teddy no había estado bien. Pero estaba seguro de que en cuanto el
chico supiera que su madre estaba bien, mejoraría enseguida—.
Sophie ha estado aquí. Vino a verte. Es una chica estupenda y es
igual que tú. —Isabelle sonrió, cerró los ojos y, cuando los abrió,
había en ellos otra pregunta. Bill sabía cuál era, casi podía
leerle el pensamiento—. Estuvo aquí. —Ella asintió, y cerró los
párpados con fuerza.
—La cabeza... me duele.
—Apuesto a que sí. —No era difícil
creerlo.
—Otras... cosas... también. —Aquello era
asunto del médico, así que le hizo algunas preguntas; estaba muy
contento pero les aconsejó que descansaran un poco, porque había
sido una noche importante para los dos. Cuando los celadores
entraron para llevarse a Bill, Isabelle pareció preocupada—. No...
no te vayas... —Y le cogió la mano con más fuerza. Bill miró al
médico con expresión inquisitiva.
—¿Puedo quedarme?
Se hizo un largo silencio, mientras el médico
lo pensaba. No había razón para que no lo hiciera. Los dos eran
adultos, eran amigos, y las enfermeras podían vigilarlos a los dos.
Parecía una recompensa justa por lo que Bill había hecho aquella
noche por ella y además no veía nada malo en ello.
—Creo que es una buena idea. —Bill ya no
estaba conectado a los monitores, y lo único que necesitaba era el
soporte con el suero al lado de la cama y, si él lo pedía, algún
analgésico, aunque ya nunca los pedía.
—Quiero que duermas aquí —dijo Isabelle
agarrándose a su mano mientras él le sonreía. Había vuelto, estaba
viva, había vuelto a él. Era la noche más feliz de su vida. Las
enfermeras los prepararon mientras ellos dos no dejaban de sonreír.
El médico examinó cuidadosamente a Isabelle, y quedó satisfecho. Le
hizo algunas preguntas más y ella le contó cómo se encontraba. Dijo
que se sentía como si estuviera embutida en un cuerpo demasiado
pequeño, y él le explicó que durante un tiempo notaría el dolor de
las lesiones internas. Tendrían tiempo de sobra para hacer un
examen más concienzudo al día siguiente. Lo que los dos necesitaban
en aquellos momentos era descansar.
La enfermera dejó encendida solo una pequeña
luz, y otra enfermera fue a ayudar a Bill a ponerse de lado. Él
estaba contento porque así podría ver mejor a Isabelle. No quería
dormir, quería pasarse la noche mirándola y verle la cara, tocarle
la mano. Ella seguía cogida de su mano y le sonreía como una niña.
Era la viva imagen de Sophie.
—Eres muy hermosa —le susurró—. Te quiero
tanto...
Valía la pena haberla esperado aquellas tres
semanas, y antes de eso toda una vida.
—Te echaba de menos mientras estaba fuera —le
susurró ella.
—¿Cómo lo sabes? —le susurró él a su vez,
mientras la enfermera sonreía desde un rincón.
—Lo sé. —Eran como dos niñas en una fiesta
cuchicheando en una esquina.
El médico y la otra enfermera salieron de la
habitación. Una vez fuera, sonrieron e intercambiaron una larga
mirada de connivencia. Era bonito ver a aquella pareja. Nadie
habría creído que Isabelle podía sobrevivir.
El médico llamó a París aquella noche para
decirle a Gordon que su mujer había salido del coma, se lo debía.
Pero Gordon había salido y el médico le dijo a la mujer que
contestó, la enfermera de Teddy, que dijera al señor Forrester que
había llamado. No quiso dejar ningún mensaje y, de haberlo sabido,
Bill e Isabelle se lo habrían agradecido.
Bill e Isabelle estaban tendidos el uno
frente al otro, y era como si siempre hubieran dormido juntos. En
una ocasión Isabelle trató de tumbarse sobre la espalda, pero al
moverse sintió un fuerte dolor de cabeza, así que siguió de lado,
mirando a Bill, que estaba completamente despierto,
contemplándola.
—¿Qué te ha pasado a ti? —preguntó ella.
Acababa de reparar en el enorme collarín de su cuello. Habían
pasado demasiadas cosas para que se fijara antes. Pero ahora
parecía preocupada.
—Me lesioné el cuello y la espalda. Pero todo
irá bien —dijo sonriéndole. Ahora sí. Aquello era lo único que
había querido en las tres últimas semanas.
—¿Estás seguro?
—Lo estoy. En mi vida me había sentido
mejor.
—Yo también. —Y entonces lo miró pensativa—.
No recuerdo nada... ¿Cómo hemos llegado hasta aquí?
—Es una larga historia, amor mío. Ya lo
hablaremos mañana. Chocamos contra un autobús. —De momento no
pensaba decirle que habían muerto once personas y que ella casi se
había convertido en la víctima número doce—. Lo único que sé es que
te estaba besando, y luego desperté aquí.
—Yo también recuerdo eso —dijo ella sonriendo
con expresión somnolienta, y bostezó.
Bill habría querido volver a besarla, pero no
podía moverse. Lo único que podía hacer era permanecer tumbado como
estaba y acariciarle la cara o la mano.
—Uno de estos días, me gustaría besarte otra
vez —dijo ella con expresión soñadora; Bill no contestó. Estaba
pensando que tal vez no volvería a ser un hombre completo, y se
limitó a sujetar la mano de Isabelle en silencio. Era lo único que
podía ofrecerle de momento.
—Espero que los chicos estén bien —dijo
Isabelle pensando en sus hijos, ajena a los miedos de Bill sobre su
capacidad en la cama.
—Lo estarán cuando se enteren —le aseguró
él.
Pero, por un momento, ella pareció triste y
apretó con más fuerza la mano de Bill.
—Pero entonces, él volverá, ¿verdad?
Bill no quería decirle que su marido no la
había visitado en las dos últimas semanas. No creía que aquel fuera
su sitio, y había acabado por odiarlo, por las cosas que no hacía
por ella y por las horribles cosas que sí hacía.
—No pensemos en eso ahora —le susurró Bill—.
¿Por qué no cierras los ojos y tratas de dormir? —Le habría gustado
poder acariciarle el pelo.
—Pensaba que querías que despertara —dijo
ella bromeando. Definitivamente, había salido del pozo, después de
tres semanas en coma y un accidente que casi la había matado, no
había cambiado nada. Seguía teniendo la misma fuerza de espíritu.
Al final, eso era lo que la había ayudado a volver, eso y su
amor.
—Vuelve a dormir, hablas demasiado. Vas a
agotarte. —Bill no podía dejar de sonreír mientras la miraba. Ahora
le parecía incluso más bonita que antes.
—No quiero dejar de hablar contigo en toda la
noche. —Y sonrió; entonces se acordó de otra cosa—. Y quiero que
volvamos a bailar juntos.
Él sonrió, se sentía como si ya estuviera
bailando.
—Lo haremos.
—Y quiero volver a Harry’s Bar. —Estaba
confeccionando una lista de deseos. Bill sonrió.
—¿Ahora? —bromeó él, más feliz que nunca. Le
encantaba estar tendido junto a ella, hablando.
—De acuerdo. Mañana. Y luego iremos a
Annabel. Tenemos que recuperar el tiempo perdido. Hace semanas que
no bailo —dijo ella con un suspiro de felicidad.
—Será mejor que te comportes, o los médicos
te pondrán a dormir otra vez.
—Solo quiero estar aquí contigo. —Y entonces
rió con suavidad en la penumbra—. Ahora ya podremos decir que nos
hemos acostado juntos, ¿no?
—Te estás portando muy mal para haber pasado
tres semanas muy enferma. No creo que tengas que pensar en ese tipo
de cosas —la reprendió Bill, y habría deseado poder rodearla con
sus brazos, aunque lo hacía en su corazón. En su corazón, ella
siempre sería suya. Se había hecho suya aquella noche y eso no
podría cambiar. Isabelle había atravesado las sombras para volver a
él y pasara lo que pasase, fueran a donde fuesen, sabía que nunca
volvería a perderla.
—Caminaba hacia una luz muy potente
contigo... íbamos a algún sitio, por un camino estrecho... y los
chicos empezaron a llamarnos, y tú me hiciste volver. —Bill se
sintió como si le hubiera caído un rayo encima cuando la oyó. Él
tenía exactamente el mismo recuerdo cuando recuperó la
conciencia.
—¿Cómo era?
—Muy brillante... y yo estaba muy cansada...
me senté en una roca. Yo no quería volver, pero tú insistías.
Dijiste que podíamos ir allí en otra ocasión... yo no quería, pero
dejé que me trajeras de vuelta. —Y aquella noche había vuelto a
hacerlo. La primera vez la había hecho volver de la muerte; la
segunda, de la profunda oscuridad donde dormía un sueño sin fin.
Pero lo que describía sobre la luz y la roca era exactamente igual
que lo que él había visto.
—Isabelle, yo también estuve allí. —Parecía
atónito, pero Isabelle no entendía por qué—. Yo he tenido ese mismo
sueño. Exactamente igual.
—Lo sé, estabas allí —dijo ella como si fuera
algo completamente normal—. Te vi, cogí tu mano y volví
contigo.
—¿Por qué? —Bill buscaba en su recuerdo,
tratando de comprender lo que les había pasado. A él no le parecía
normal. La gente hablaba de ese tipo de experiencias, pero no había
muchos casos en que dos personas compartieran la misma luz en el
mismo sueño, la misma roca, el mismo sendero, el mismo recuerdo. Se
dio cuenta de que, en algún lugar, de una forma profunda y
significativa, sus almas se habían encontrado y se habían unido. En
otra vida, se habían encontrado y se habían hecho uno.
—He vuelto porque tú me lo dijiste —dijo ella
serenamente—. Pero luego volví a perderme. Creo que me quedé
dormida junto al camino.
—Desde luego que lo hiciste, y si vuelves a
hacerlo, Isabelle, te aseguro que voy a enfadarme mucho contigo. No
te me vuelvas a perder.
—No lo haré —dijo ella, y le besó los dedos y
la mano—. Gracias por esperarme y por traerme de vuelta. —Empezaba
a tener sueño, bostezó varias veces y, antes de que Bill pudiera
decir nada, había caído en un sueño tranquilo cogida de su mano.
Bill la miraba; tenía una imagen muy clara de lo que le había
descrito, la brillante luz hacia la que caminaban por el camino,
con ella delante. Había necesitado de toda su fuerza para apartarla
de la luz, y aquella noche había vuelto a él. No estaba muy seguro
de lo que significaba todo aquello, pero sabía que habían vivido
algo extraordinario y, mientras la veía dormir, supo que a pesar de
todo lo que había pasado, era un hombre afortunado.