Capítulo Quince
Al ver a sus hermanos, Simon sintió su rabia disiparse. Aunque todos ellos conocían su temperamento, probablemente habrían quedado asombrados ante la demostración de ira que él acababa de hacer. Desgraciadamente, Simon perdió totalmente el control, cuando vio a Bethia salir corriendo, sola, detrás de Brice. La frustración que lo envolvió fue sofocante, pues Simon no podía gritar para que ella volviese, ni podía seguirla, pues otros se habían lanzado hacía él. Por primera vez en su vida, Simon maldijo cada momento de la batalla, ansioso por verla cerrada. Si algo le ocurría a Bethia… Simon sintió un dolor tan lacerante en el pecho, que llegó a bajar los ojos, creyéndose alcanzado por la lámina de una espada. Sin embargo, no encontró herida alguna, solo la agonía de saber que Bethia partió siguiendo el rastro del enemigo.
Y podría ser herida. O morir. Poseído por un miedo que jamás sintió antes, Simon luchó con furia, poniendo un rápido final a la batalla. Nadie además de los hombres de Brice, tuvo el coraje de levantar las armas contra el señor de su amo, ni contra la hija de él. Así, todos se habían rendido, una vez muertos los mercenarios. En vez de celebrar la victoria, Simon corrió al encuentro de Bethia, su imaginación normalmente pobre, producía las imágenes más horrorosas. Cuando escuchó lo que ocurrió con Firmin, Simon tuvo el ímpetu de encerrarla en la torre más alta de Campion y, ahora, juró que lo haría… Si no era demasiado tarde. Al verla de pie, el alivio que sintió no aplacó la sangre que hervía en sus venas. ¿Sería posible que ella no tuviera idea de lo que estaba causándole a él? ¿No tendría una pizca de buen sentido, para enfrentar al mequetrefe sola? Brice estaba desesperado y hombres en esa condición se volvían dos veces mas peligroso.
Ni aun la visión del cuerpo inerte de Brice lo calmó, pues los sentimientos descontrolados le habían cegado la razón. Y ellos explotaron en un grito animalesco. Quería sacudirla, ordenarle que nunca más le hiciera eso a él, que nunca mas se arriesgara por nada. Bethia significaba tanto para él que tal sentimiento llegaba a asustarlo, tanto como la idea de perderla. Y Simon no estaba acostumbrado a sentir miedo. Desgraciadamente, tomado por la fuerza de sus pasiones, fue incapaz de expresar sus sentimientos por ella. Escogió las palabras equivocadas, y Bethia se sintió ultrajada. La miró por el rabillo del ojo, mientras esperaba la llegada de su familia. Entonces, suspiró. No tuvo intención de discutir con Bethia. Solo quería que ella comprendiera que ya no podía mas ser tan descuidada. Él no lo permitiría, se juró, aunque comenzara a sentirse constreñido por sus propias actitudes.
Bethia afirmó que él no tenía ningún dominio sobre ella, pero estaba equivocada. Y Simon estaba dispuesto a probarle eso, pero no ahora, pensó, examinándole la expresión fría. Ahora que su rabia se había disipado, él se veía obligado a admitir que podría haber actuado de manera muy diferente.
—Bethia —comenzó, sin maña, pero cuando se giró para mirarla, descubrió que ella subía la escalera corriendo.
Probablemente, iba al encuentro de su padre. Por un momento, Simon vaciló, sin saber si debería seguirla o no. La verdad era que sabía que Bethia desearía privacidad en el encuentro con su padre, mientras él se reunía con sus hermanos. Emitiendo un sonido de impaciencia, Simon salió.
Paró delante de la puerta, cuando sus hermanos atravesaban los portones. Al levantar la mano para saludarlos, Simon se dio cuenta de que, por primera vez en su vida, se sentía feliz por verlos.
Después del enfrentamiento con Bethia, el afecto rudo de sus hermanos sería bienvenido. Cuando Dunstan lo abrazó, Simon no sintió la menor señal de competición entre ellos. Al contrario, se demoró en el abrazo, dando palmaditas en la espalda del mayor, llevándolo a mirarlo con una mirada extraña.
—Tal vez aquel administrador idiota tenga razón —comentó el Lobo.
Antes que Simon tuviese tiempo de pedir a Dunstan que se explicase, Geoffrey ya lo abrazaba y, entonces, él se vio en medio de la algazara común a los encuentros familiares. Estaban todos allí, excepto su padre, y Simon soltó una exclamación de sorpresa al constatar cuanto el más joven, Nicholas había crecido.
—¿Qué están haciendo aquí? —preguntó al final.
—Quedé preocupado con tu último mensaje y creí que debería ver de cerca los problemas que asolan la propiedad que Marion trajo a la familia —Dunstan respondió—. Geoff estaba en Wessex, con Elene, exhibiendo a su hija, e insistió en venir conmigo.
—¿Dejaste a Elene con Marion? —Simon preguntó, ganándose con eso una mala cara de Dunstan y un rugido amenazador de Geoffrey, que era muy sensible a los comentarios sobre su bizarra esposa. Girándose, Simon miró hacia los otros—. ¿Y ustedes Stephen, Reynold, Robin, Nicholas? —Stephen exhibió una expresión infeliz, que indicaba que él fue coaccionado a tal viaje, pero los otros tres demostraban mayor entusiasmo.
—¡Papá dijo que, tal vez, tú estuvieses necesitando de nosotros! —Robin explicó. En vez de exhibir su acostumbrado ultraje ante tal insinuación, Simon se sintió tocado por la preocupación del padre.
—¿Pero donde está la batalla? —Nicholas preguntó. Vistiendo una armadura nueva. Era evidente que el muchacho estaba ansioso por luchar. Simon sintió un nudo en la garganta, agradeciendo a Dios porque la batalla hubiera sido rápida y fácil. De repente, Nicholas le pareció demasiado joven para iniciar su vida de guerrero. Mientras él mismo comenzaba a estar demasiado viejo para eso.
—Al parecer la batalla ya terminó —Geoffrey declaró, mirando alrededor.
—¿No vamos a luchar? ¡Eso no es justo! —Nicholas protestó—. Y tú no pareces enfermo —añadió, acercándose para estudiar a Simon de cerca.
¿Enfermo? ¡Vaya, Florian sería estrangulado en cuanto Simon pusiese los pies en Baddersly!
—¡No estoy enfermo! —refunfuñó.
—Bueno, no tengo tanta certeza —Stephen replicó, acomodándose confortablemente en una silla y ordenando que le sirviesen vino, como si estuviese en su propia casa—. Simon, me parece un poco pálido. Pero, di, hermanito, ¿dónde está la mujer que te dejó así?
Simon cerró los puños, tomado por el viejo ímpetu de aplastar a su hermano, en un intento de meter un poco de buen sentido en su cabeza. Pero, no tenía tiempo para eso, de momento. Otros problemas, más importantes, exigían su atención. Brice y sus hombre necesitaban ser enterrados y aquellos que habían prestado su lealtad a él tendrían que ser expulsados de la propiedad. Simon se preguntó si sir Burnel estaría vivo y, si lo estaba, cual sería su condición. En cuanto a Bethia… dio la espalda a Stephen y llamó a sus hombres. Así no vio las miradas sorprendidas intercambiadas por sus hermanos.
—Tal vez él esté de veras enfermo —Nicholas susurró, asombrado. Stephen observó a su hermano con aire indolente. Siempre fue divertido provocar a Simon, pues hasta el comentario más inocente lo hacía tirarse sobre sus hermanos. Desde muy joven, presentaba la naturaleza de guerrero, aun dentro de su casa, y por eso, al verlo apartarse en vez de pelear, Stephen concluyó que algo había cambiado. O Simon había desarrollado una madurez que jamás poseyó antes, o Florian tenía razón. El frío guerrero estaba enamorado.
Después de agarrar la copa que un criado le extendió, Stephen bebió un largo trago de vino. Se había negado a acompañar a sus hermanos en aquel viaje, pero ahora, la visita comenzaba a parecerle bastante interesante.
Apoyando los pies cruzados en un banco, él se reclinó y sonrió, a la espera de mayor diversión.
Bethia lo estaba evitando. Aunque había pasado todo el día ocupado, Simon podía sentir eso. Había tomado todas las previsiones necesarias para apagar de la propiedad los vestigios de la batalla, envió un mensaje a los mineros, para que cerraran el túnel y explicó la situación, en detalles, a Dunstan. Inmediatamente, el Lobo perdonó a los arqueros, que celebraban, y finalmente, regresaron a sus hogares. Simon tuvo una conversación breve y tensa con John, y quedó con la impresión de que el hombre lo acusaba de haber cometido algún tipo de traición a Bethia, a pesar de haberle devuelto Ansquith.
A través de una criada, Simon supo que Bethia continuaba cuidando de su padre, que fue llevado a su viejo cuarto y estaba siendo alimentado con sopa y vino. Los rumores que se esparcían decían que Brice estuvo envenenando la comida de sir Burnel, desde que llegó allí, lo que explicaría no solo la enfermedad del viejo, sino también su pobre capacidad de juicio. Probablemente, Brice lo mantuvo vivo a fin de poder esconderse detrás de la farsa de que aun era Burnel quien gobernaba la propiedad. Aunque Simon sabía que algunas hierbas ejercían efectos sobre la mente de los hombres, aun encontraba dificultades en perdonar al padre de Bethia por haber recibido a Brice en su casa, y peor, por haber intentado forzar a su hija a casarse con el mequetrefe.
Fue solamente después de comer, cuando los criados comenzaron a buscar acomodos para sus hermanos, que Simon se dio cuenta de que no sabía donde dormiría. Durante toda la noche, sus hermanos le habían lanzado miradas extrañas, indicándole que él debería exigir que Bethia apareciese. Pero Simon, sabía que no sería buena idea exigir que Bethia hiciera cosa alguna. Además de eso, el aun cargaba un vago sentimiento de culpa por la explosión que tuvo por la mañana, lo que lo volvía renuente en buscarla.
Finalmente, cuando sus hermanos se dirigían a los cuartos que les fueron designados, Simon se descubrió incapaz de esperar más, e ignorando la mirada divertida de Stephen, respiró hondo y se dirigió al cuarto del padre de Bethia, donde fue informado que ella aun se encontraba. Sus pasos fueron vacilantes, como no ocurría desde que él era un muchachito, y a causa de alguna pequeña infracción que cometiera, era llamado a la presencia de su padre.
Contrariado, se acercó a la puerta del cuarto y se encontró con un guardia armado. Aunque supiera que probablemente, fuera la propia Bethia quien colocara al hombre allí, fue invadido por una ola de irritación. Ahora que él había reconquistado Ansquith, no debería haber necesidad de soldados por los corredores de la casa, especialmente tratándose de hombres que no se encontraban bajo su mando.
—Quiero hablar con la señorita Burnel —Simon anunció entre dientes, sin poder creer que estaba pidiendo un favor a un simple soldado.
El guardia pareció listo a salir corriendo de miedo, lo que dejó a Simon aun mas irritado.
—¿Entonces? ¡Déjame pasar, idiota! —ordenó. El hombre sacudió la cabeza.
—Recibí ordenes de no dejar al señor entrar, milord —explicó trémulo—, ella… ella dijo que no deseaba verlo.
—¿Que? —vociferó Simon, decidido a no creer en las palabras del sujeto. Y, tampoco pretendía permitir que un soldado del campo lo mantuviese apartado de Bethia. Empujando al guardia con un gesto rudo, Simon abrió la puerta. En su primera actitud inteligente, el hombre ni siquiera intentó impedirlo.
Maldiciendo, Simon invadió el cuarto, pero se paró abruptamente al encontrarse con Bethia sentada al borde de la cama, donde un hombre de cabellos blancos yacía, reclinado sobre almohadas. El ambiente estaba iluminado por velas, que acentuaban el brillo dorado de los cabellos de Bethia. Ella vestía una especie de bata suave, que revelaba la curva de los senos y, súbitamente, la boca de Simon se resecó.
—¡Sal! —dijo ella, sin girarse para mirarlo—. ¿No ves que mi padre necesita descansar?
—¿Quién está ahí, Bethia? —el viejo preguntó con voz débil.
—Simon de Burgh, papá, el caballero cuyo hermano es el señor de Baddersly —ella respondió—. Él me ayudó a recuperar mi hogar aquí.
La última frase fue pronunciada con una mirada fría a Simon, que sintió como si ella lo hubiese golpeado en el pecho. Aunque supiera que ella quedó contrariada por el comportamiento que él había exhibido por la mañana, no esperaba ser tratado de aquella manera. Luchó consigo mismo, a fin de controlar los ímpetus de reaccionar.
—Si, soy Simon de Burgh —declaró, decidiendo que llegaba el momento de definir la situación—, también soy el hombre que va a casarse con su hija —sir Burnel no hizo ningún comentario, pero Bethia emitió un sonido incrédulo. Se levantó de un salto y el traje leve no disfrazó su postura de guerrera. Simon fue invadido por la sensación de que una batalla fuera librada sin su conocimiento. ¡Y era él el derrotado!
—Me temo que está equivocado —Bethia habló con voz fría—. Él realmente me propuso matrimonio, papá, pero yo rechacé la oferta.
Simon perdió la voz ante el nuevo rechazo. Cerró los puños y se esforzó para contener el impulso de agarrarla por los hombros y mostrarle, aunque a la fuerza, lo que tal rechazo significaba para él. Pero, al posar los ojos en el semblante compuesto, sintió la rabia abandonarlo. Los recuerdos de otras veces en que fue rechazado por ella le invadieron la mente, trayendo consigo el dolor que solamente ella era capaz de infligir. Simon había jurado nunca más implorar delante de Bethia. Y, siendo un de Burgh, tenía que mantener su palabra. Tal vez hubiese llegado el momento de batirse en retirada, de rendirse a la guerra que estaba rasgando su pecho. Enderezando los hombros, reunió lo que le quedaba de orgullo. Entonces, sin mirar hacia atrás, se giró y dejó el cuarto. Se encontró a Stephen sentado en el salón y, aunque nunca hubieran sido íntimos, Simon aceptó el vino que su hermano le ofreció. Bueno, aceptaría cualquier cosa que pudiera aplacar el dolor que se alojaba en su pecho, o apagar los recuerdos de las facciones de Bethia, desprovistas de expresión, mientras ella lo rechazaba una vez más. Debería estar acostumbrado aquel tipo de tratamiento, después de tantos rechazos y humillaciones, pero después de la semana que habían pasado juntos, él no esperaba que nada de aquello volviera a ocurrir.
Se preguntó si Bethia lo usó solo para recuperar su propiedad. Vaya, se negaba a creer que la guerrera temeraria que admiraba fuera capaz de algo así. Vació la copa de un solo trago y dejó que Stephen le sirviera mas vino. Bueno, ¿qué sabía realmente de Bethia? Aunque se hubiera sentido atraído por ella desde el principio, Simon admitió que jamás la comprendió, especialmente en lo que decía respecto a la manera en como ella se comportaba en relación a él. La relación de los dos fue de la violencia a la indiferencia, de la pasión a la frialdad. Solo sabía una cosa: Bethia lo acertaba con precisión, sino con la espada, con algo que él era incapaz de definir, pues el dolor que sentía era mucho mayor de lo que cualquier herida podría causar.
—Nunca pensé que te vería así —Stephen balbuceó.
Simon ignoró a su hermano, excepto para aceptar mas vino que anestesiara sus sentidos, hasta que él quedase igual que Stephen, solamente la sombra de un hombre que no honraba su propio nombre. Por primera vez, la verdad sobre su hermano no provocó la acostumbrada ola de desprecio. Los labios de Simon se curvaron en una sonrisa amarga. Tal vez él debiera abandonar la vida de caballero y volverse un bebedor inútil, también.
—Te avisé, Simon, que deberías tener muchas mujeres, pero tú no me escuchaste. Ni tú, ni Dunstan, ni Geoffrey. ¡Ahora, mira en lo que se transformaron! —Stephen se estremeció.
En vez de responder, Simon extendió la copa para que su hermano volviera a llenarla.
—Cuando el administrador contó que tu estabas enamorado, todos nos reinos, pero cuando él explicó que…
Simon lo interrumpió furioso:
—¿Que?
Stephen se reclinó en la silla con aire de sorpresa.
—El administrador de Baddersly, llamado…
—Florian —Simon refunfuñó, mientras imaginaba mil maneras de matar al administrador chismoso.
Decidió hacerlo con sus propias manos. Sería su acto final, en su breve condición de señor de Baddersly y, sin duda, la más agradable de todas las misiones que realizó en aquel fin del mundo.
Excepto por el día que hiso el amor con Bethia, recostado en la pared de la casa de Meriel, en la lluvia. Simon gimió bajito y cerró los ojos. O de la primera vez, cuando ella imploraba que él la poseyera. O, aun, la segunda, lenta y lánguida. O en la mañana en que él despertó con el rostro enterrado en los cabellos rubios… un gemido de agonía escapó de los labios de Simon, mientras él recordaba el placer que el cuerpo de Bethia le proporcionaba, la paz que encontraba en la compañía de ella, el sonido suave de la voz de ella, de la mujer increíble que era Bethia, dama y guerrera, amante y amiga.
—Bueno, es evidente que, ahora, es demasiado tarde. Solo me queda ofrecer mi apoyo moral —Stephen continuó—. Yo jamás desearía que alguien se enamorase, ni aun tú, Simon.
Simon se sobresaltó. ¿Sería verdad? ¿Estaría enamorado de Bethia? Su reacción inmediata fue la de negar la realidad, pero al mismo tiempo, él sintió la confusión que se volvía una constante en su vida, desde el primer momento en que puso los ojos en Bethia, poco antes de ser hecho prisionero por ella, y de tener su vida vuelta de cabeza abajo, disiparse. Vaya, ¿de que otra manera podría explicar lo que ella hiso? Y Stephen tenía razón. Simon vio con los propios ojos a Dunstan deprimido por la misma razón. Y, también, asistió a la crisis de llanto de Geoffrey, cuando la bruja con quien él se había casado desapareció.
Horrorizado, Simon juró nunca llorar por Bethia, aunque su pecho le doliera cada vez que respiraba. Era más fuerte que sus hermanos, incluso el Lobo. Enfrentó varias batallas y venció, y no permitiría que una simple mujer lo derrotara. Así que terminado lo que tenían que hacer en Ansquith y Baddersly, él seguiría su plan de unirse al ejército de Edward. Y nunca miraría atrás. Pero, mientras tanto, bebería un poco más de vino.
Simon fue despertado por un dolor de cabeza palpitante y un ruido alto, que le pareció la voz de Dunstan. Parpadeó repetidas veces, antes de darse cuenta de que tenía la cabeza apoyada sobre la mesa del salón de Ansquith y de que Dunstan bramaba al su lado.
—¿Qué significa esto? —rugió el Lobo.
—Bueno, creo que la respuesta es obvia.
El tono de voz aterciopelado de Stephen provocó un sobresalto en Simon, que, al intentar levantarse, se pegó con la rodilla en el banco. Soltó un gemido alto y se llevó la mano a la cabeza palpitante, que le dolía más que la pierna.
—Nuestro querido hermano no tiene resistencia para el vino —Stephen explicó en tono de conspiración.
—¿Qué hiciste con él?
Al escuchar la pregunta furiosa de Dunstan, Simon se giró y descubrió que todos los hermanos se encontraban reunidos a su espalda. Dunstan encaraba a Stephen con expresión amenazadora, mientras el más joven parecía estar en su mejor forma, aun después de haber bebido hasta la madrugada. Simon volvió a gemir.
—¿Triste, no? —Stephen comentó—. Desgraciadamente, no todos poseen los mismos talentos.
—¿Tú permitiste que él pasara la noche aquí? —Dunstan inquirió, pareciendo listo a perder el control. Stephen se encogió de hombros.
—Encontré acomodaciones mejores para mi y él parecía confortablemente instalado, acostado sobre la mesa, con el rostro en un pozo de vino, pareciendo un…
Furioso, Simon se levantó, decidido a golpear el bello rostro de Stephen, pues conocía muy bien las tácticas de su hermano. Stephen estaba adorando hacer que Simon pareciera malo, pues eran raras sus oportunidades de mostrarse más virtuoso que cualquiera de sus hermanos. Fue solamente cuando se tambaleó, que Simon comenzó a acordase de la noche anterior, inclusive del juramento de volverse un bebedor inútil como Stephen. Miró hacia el más atractivo de sus hermanos, que no parecía tan inútil a la luz del día.
—Ve a tomar un baño —recomendó Dunstan—. ¡Hueles mal! Es mejor no dejar que tu novia te vea así.
Por un momento, Simon no consiguió hablar, pero entonces, con gran esfuerzo, enderezó los hombros y encaró a los hermanos.
—No tengo novia —declaró en tono casi feroz.
—¿Hey, y ahora que es eso? —Robin indagó, confuso.
—Ah, no —Geoffrey murmuró. Dunstan maldijo bajito.
—¿Entonces, fue por eso que comenzaste a beber?
—El administrador dijo… —Nicholas comenzó, pero se calló ante la expresión de furia en el rostro de Simon. Aunque notase las miradas que todos intercambiaban, Simon no estaba dispuesto a discutir más.
—Voy a tomar un baño para no ofender tu sensibilidad, Dunstan, pero después, pretendo irme de aquí. Por lo tanto, no partan sin mí.
—¿Partir? Vaya, no estamos siquiera pensando en eso —Geoffrey replicó en un tono extraño, que llenó a Simon de sospechas—. ¿No es así, Dunstan? —Geoff indagó, levantando las cejas hacia el Lobo.
—¿Que? Ah, si —Dunstan gagueó—, no podemos partir mientras sir Burnel no esté recuperado. Nos quedaremos, como mínimo, una semana.
Simon estrechó los ojos, sintiéndose engañado, pero la expresión de Dunstan no daba lugar a discusiones y, en aquel momento, Simon no se sentía en condiciones de enfrentarse al mayor. ¿Cómo Stephen conseguía beber tanto y nunca parecer afectado por eso? Frunciendo el ceño, subió la escalera sin decir nada más. ¿Una semana? No tenía la menor intención de quedarse allí por tanto tiempo. Gritó por agua caliente, pero solo entonces se dio cuenta de que ni siquiera tenía un cuarto. Afortunadamente, a una orden de Dunstan, un criado se adelantó para conducirlo. Por lo que parecía, Simon fue reducido a compartir un cuarto con su hermano, ¡cuando fue él quien luchó para reconquistar aquel maldito lugar! Refunfuñando consigo mismo, él no escuchó la conversación que se siguió en el salón.
—¿Por qué vamos a quedarnos en esta casa razonablemente confortable, pero pequeña, cuando tú eres dueño de un excelente castillo, tan cerca de aquí? —Stephen preguntó a Dunstan.
—¿Si, por que? —Robin reforzó la pregunta.
—¡No me miren a mi! La idea fue de Geoff —Dunstan protestó.
—¿Será que no lo notaron? Él es muy infeliz —Geoff explicó—, tenemos la obligación de ayudarlo.
—¿Ayudar a Simon? —Stephen se burló—. ¿No crees que hay una contradicción de términos, ahí?
—Tal vez, pero ¿Por qué tú le diste tanto vino ayer en la noche? —replicó Geoff.
—No fue un intento de acercarlo a ninguna mujer.
—¿Y eso es lo que tu quieres que hagamos? ¿Qué juguemos a alcahuetes para nuestro propio hermano? —Robin preguntó, incrédulo—. ¡Vaya, eso raya en la traición!
—No pensarías así si estuvieras enamorado —dijo Geoffrey.
—¡Cuanta tontería! —Reynold refunfuñó.
—Pobre Simon. Siento pena por él —Robin se lamentó, sacudiendo la cabeza.
—Yo también —Nicholas concordó, aparentemente sin comprender nada de lo que pasaba.
—Vamos, ¿Por qué no entierran un cuchillo en la espalda de él? —Stephen se burló en su tono aterciopelado—. Debo admitir que me he sentido aburrido, últimamente. Creo que eso va a ser divertido. A propósito, ¿dónde está la mujer? Me gustaría mucho conocer a la mujer que consiguió doblegar a nuestro hermano guerrero.
Todos se miraron y encogieron de hombros. Stephen soltó una carcajada.
—Dunstan, siendo el poderoso señor de Baddersly, tú eres el mas indicado para exigir la presencia de ella —sugirió— pero, por favor, nunca hagas un favor parecido para mi.
Simon levantó la cabeza aliviado por no sentir dolor. Entonces, miró hacia la ventana estrecha. Después del baño, durmió, y por la altura del sol, se había perdido la hora del almuerzo. Lo que era bueno, ya que él no estaba dispuesto a encarar ni a sus hermanos ni a cualquier otro residente de Ansquith.
Tal pensamiento trajo de vuelta el dolor de su pecho, como si él hubiese acabado de recibir una puñalada. Maldiciendo, respiró hondo y se forzó a ignorarla, como hacia con cualquier otro tipo de dolor, aunque ese fuera mas profundo y, probablemente, permanente. Se levantó, y se sintió agradecimiento porque el suelo no hubiera bailado bajo sus pies. Aunque algo le dijo que el mundo nunca mas volvería a ser lo que era antes.
Una llamada a la puerta lo sobresaltó y el maldijo la expectativa que lo invadió. Se dijo a si mismo que no era Bethia. De hecho, al abrir la puerta, se encontró con un criado.
—Sir Burnel ofrece su gratitud y pide que el señor vaya a los aposentos de él, ya que está demasiado enfermo para venir a visitarlo —el hombre le informó. Simon frunció el ceño. No tenía el menor deseo de enfrentar la conversación que, probablemente, incluiría a Bethia. Pero, no era un cobarde, y así, se encaminó directamente hacia el cuarto de Burnel. Exhibiendo una mala cara para el guardia que continuaba al lado de la puerta, Simon vaciló, concluyendo que preferiría entrar en un túnel a seguir adelante. Necesitó de todo el coraje que poseía para abrir la puerta. Lo que fue una gran pérdida de tiempo, una vez que el cuarto estaba desierto, excepto por el viejo acostado en la cama. Simon se adelantó, emitiendo un suspiro de alivio. ¿O sería de decepción?
—¡Lord de Burgh! Muchas gracias por atender a mi pedido. Por favor, acérquese, pues mi voz aun está muy débil.
Al escuchar la voz ronca de sir Burnel, Simon obedeció, aunque detestase visitar enfermos y no tuviese el menor deseo de conocer mejor al padre de Bethia.
—Le debo mi vida —declaró el viejo, así que Simon se sentó al lado de la cama— y, lo más importante, mi gratitud por haber colaborado para el regreso triunfante de mi hija.
—No necesita agradecerme, pues yo tenía el deber de honor de hacer lo que estuviera a mi alcance, a fin de ayudar a un vasallo de mi hermano.
Burnel lo miró al los ojos.
—Ah, si, la honra. Los de Burgh la tienen de sobra, si estoy recordando bien. Aun así, el señor hizo más de lo que la mayoría habría hecho y, por eso, yo le agradezco. Ahora, hábleme del compromiso. ¿Cuando va a casarse con mi hija?
Simon reprimió un taco y se puso de pie.
—Fue un error. El señor la escuchó. Ella rechazó mi oferta.
Más de una vez, pensó Simon.
—Estoy seguro de que un de Burgh no desiste con semejante facilidad. Especialmente delante de un premio tan raro.
Simon cerró los puños, en un intento de contener la rabia que amenazaba explotar.
—Son palabras extrañas, pronunciadas por un hombre que abandonó a la hija y, después, intentó forzarla a casarse con un hombre como Brice Scirvayne —dijo entre dientes.
—Tiene razón —sir Burnel concordó con expresión amarga—, pero habiendo cometido errores, un hombre puede tener la esperanza de repararlos, ¿no?
Cerrando los dientes, Simon sacudió la cabeza.
—No esta vez.