Capítulo Seis

Por un momento, Simon pensó que Bethia se tiraría en sus brazos, semejante fue la alegría de ella ante tal idea. De manera extraña, aun cuando quedó claro que ella no haría nada así, él aun se sintió… bien. Mejor que bien. Se sintió como si fuese el mayor caballero que jamás pisara sobre la tierra. Mayor hasta incluso que Dunstan. Sacudiendo la cabeza, Simon apartó tal pensamiento, pues sabía que invitar a Brice a ir a Baddersly no garantizaría la cooperación de él, pero seguramente, ni aun Brice Scirvayne sería capaz de ignorar el lord de la región. Era un comienzo y tenía que ser más eficaz que el robar ovejas y hacer maniobras peligrosas, de poca importancia. Tal vez ahora, que tenían un plan, Simon consiguiese convencer a Bethia a abandonar aquella vida absurda y volver con él.

—¿Tienes hambre? —preguntó ella con una sonrisa, despertándolo de sus pensamientos—. Ya es tarde. Estoy pensando en cazar un conejo, o cualquier otro animal pequeño.

Al escuchar eso, Simon también sonrió. Preguntándose si Bethia se había cansado de su dieta de frutas y leche robada de Ansquith. Si era carne lo que ella deseaba comer, bastaría decirlo y él la atendería con placer. No era necesario fingir que ella misma cazaría algún animal para la cena.

—Me encargaré de eso —declaró.

En vez de mostrarse agradecida, Bethia cruzó los brazos y lo miró con expresión irritada.

—¿Y qué crees que vas a conseguir agarrar, si solo tienes tu espada? —preguntó.

Simon se sonrojó, y una vez mas, maldijo la facilidad con que aquella mujer lo hacía sentir tonto. Y ella tenía razón, una vez que, al contrario de la comitiva habitual, él fue solo hasta la floresta. Por lo tanto, no contaba con perros, ni halcones, o flechas, pues no se había preparado para una cacería.

—Préstame tu arco —habló, extendiendo la mano hacia el arma que ella estuviera arreglando cuando se habían encontrado.

—No —Bethia respondió con simplicidad, retrocediendo un paso—. Agradezco la oferta, pero cazaré mi propia cena, como he hecho en estos últimos meses, sin ayuda de nadie, milord.

Simon no sabría decir lo que era más irritante: la lengua afilada de Bethia, o la manera como ella usaba su nombre solamente cuando quería. ¿Sería posible que ella creyese que Simon se quedaría sentado, esperando, mientras ella hacía el trabajo de un hombre? Estrechó los ojos, estudiando la postura rebelde que ella asumiera. Vaya, ¿quién pensaba ella que era para contestarle? Alguien tendría que colocarla en su lugar. Una idea se el ocurrió, provocándole una sonrisa.

—Es ilegal cazar en la floresta del rey, a menos que poseas licencia especial. ¿Aun niegas ser una ladrona?

En vez de palidecer, o protestar, como él había pensado, Bethia se limitó a mirarlo con aire superior.

—No estamos en tierras del rey, pero si en la parte de la floresta que pertenece a los Burnel. Lo que significa que los animales de aquí pertenecen a mi padre… y a mi.

Con eso, ella se apartó y, furioso, Simon se sentó, en el tronco que ella acababa de desocupar. La observó posicionar el arco en las manos delicadas y, gradualmente, la rabia de él fue transformándose en diversión. Aunque Bethia pareciese dominar el arma con facilidad, no demostraba gran competencia para su uso. Recuperando la confianza natural, él se acomodó para divertirse mejor.

—Por favor, busca nuestra cena —la provocó.

Ella le lanzó una mirada de reprobación por romper el silencio, pero no discutió, simplemente, enderezó el arco, menos que aquellos que Simon acostumbraba a usar, pero igualmente bien hecho.

Simon no estaba preparado para la manera en como el hombro de Bethia se movió hacia atrás, los músculos distendiéndose bajo la piel clara. Era de veras una mujer fuerte y tal constatación volvió a provocar una fuerte ola de calor, que recorrió todo el cuerpo de Simon. Renuente, él admitió para si mismo el respeto que sentía por la habilidad de ella. Pero, al verla meterse en la maleza, se puso de pie, pues no tenía la menor intención de permitir que Bethia desapareciese.

Creía haber, finalmente, conquistado la confianza de ella, pero nada en aquella mujer era previsible, y así, Simon espió por entre el follaje, mientras ella esperaba. Tal vez Bethia conociese los lugares donde los animales salvajes hacían sus nidos, pues se concentró totalmente en una determinada tronera. Aun así, no era posible que una simple mujer fuese capaz de lanzar bien de verdad, por mas impresionante que fuese su musculatura.

Tal pensamiento hizo a Simon girarse hacia el otro lado, a fin de observar el paisaje, en un intento de distraer la atención del cuerpo esbelto de Bethia. Aprovechó la oportunidad para verificar si tenían compañía, pero no vio nada, ni nadie, excepto las criaturas de la floresta. Respiró hondo, apreciando el olor de la tierra y de las hojas. Como ya ocurriera antes, la floresta le proporcionó una agradable sensación de paz.

Después de algunos instantes, la inquietud volvió a atacarlo. La paz era algo agradable, solamente si venía en pequeñas dosis. Simon quería acción. La tarde llegaba a su fin y él lanzó una mirada impaciente a su compañera. Bethia continuaba concentrada en la trocha, tan atenta como antes. Aunque él le admirase la paciencia, Simon comenzaba a perder la de él. Cuando abría la boca para poner fin a los esfuerzos inútiles de ella, la vio mover el brazo y soltar la flecha, en un tiro certero. Quedó fascinado por la fluidez de los gestos de ella. Bethia era más graciosa que una bailarina que él vio una vez. Además de eso, su concentración era tan intensa como la de Geoffrey. Entonces, para completar su sorpresa, Simon descubrió que ella realmente mató un conejo, con una precisión que provocaría envidia en los mejores arqueros. Aparentemente, Bethia jamás dejaría de sorprenderlo. Aunque hubiese escuchado hablar sobre mujeres que criaban halcones, jamás supo de una que fuese capaz de tirar, luchar y liderar una banda de hombres. Decían que la esposa de Geoffrey manejaba armas muy bien, pero solo de pensar en Elene Fitzhugh, Simon se estremeció.

Cuando la vio por primera vez, tuvo la peor impresión posible. Los cabellos de Elene se presentaban desgreñados, el vestido desgastado caía flojo sobre su cuerpo, como si fuese un saco de cereales, mientras ella empuñaba su daga, amenazando a todos a su alrededor. Aunque Geoffrey hubiese conseguido mejorar un poco las maneras y la apariencia de su esposa, Simon continuaba considerándola una mujer de mal genio sedienta de sangre.

Bethia era tan diferente de aquella criatura, como el día de la noche. A pesar de vestir ropas masculinas, se presentaba siempre muy limpia, los cabellos presos en una trenza impecable. Aunque su lengua fuese afilada, ella era capaz de confortar a un herido y, al instante siguiente, gritar órdenes, con la misma eficiencia. Era bonita, fuerte e inteligente, además de habilidosa como ninguna otra mujer. Si, la compañera perfecta para un hombre…

El rumbo tomado por los propios pensamientos dejó a Simon furioso. Al final, no estaba habituado a ver a las mujeres como cualquier otra cosa, que no fuera seres débiles e incómodos. Y Bethia sabía eso. La sonrisa petulante que ella exhibió, al mismo tiempo que empuñaba al conejo muerto, casi hizo a Simon arrepentirse de la admiración que tenía por ella. El silencio se extendió por un largo momento, hasta que él finalmente admitió renuente:

—Muy bien.

—Venga. Vamos a comer —ella invitó en tono casual, aunque bajase la cabeza, como si quisiese esconder una sonrisa de triunfo. Como no era tonto, Simon sabía lo que Bethia estaba sintiendo y jamás podría criticarla. Ella había conquistado tal triunfo con su capacidad y paciencia. El respeto que Simon tenía por ella continuaba creciendo, así como otro sentimiento totalmente desconocido para él. Trató de reprimirlo y seguirla, en la esperanza de que ella no pretendiese compartir la caza con aquella banda de la seguía. Simon no quería compartir ni la cena ni a la propia Bethia. Al mismo tiempo que juró mantener el autocontrol en la compañía de ella, sintió la sangre hervir por la expectativa de cenar a solas con ella. Entonces, frunció el ceño, diciéndose a si mismo que estaba solo ansioso por la oportunidad de probar que era superior a ella.

Por otro lado, ya no sabía si aun quería probar cualquier cosa. La situación se volvía confusa, especialmente después de haber oído la versión que ella tenía de los hechos. Si era verdad que Brice mantenía al padre de ella prisionero en su propia casa, entonces, cabía a Simon, hacer todo lo que estuviese a su alcance para corregir aquel error. Pero, aun estaba la posibilidad de ella estuviera mintiendo. Por más que las informaciones que él cogiera hasta entonces indicasen en el sentido de que ella había contado la verdad, Simon no era ingenuo al punto de creer en ella ciegamente. Diferente de sus hermanos, él no actuaba por la fe, pero basaba su confianza en los hechos. La idea de que Bethia pudiese estar engañándolo era perturbadora.

—¿Hacia donde estamos yendo?

—Hacia un lugar seguro, donde podremos pasar la noche.

¿Solos? Simon no pudo dejar de especular. Las palabras de Bethia provocaran sentimientos conflictivos. Al mismo tiempo que él fue invadido por una alegría intensa, también fue tomado de cierta desconfianza. A pesar de la certeza de que aquella mujer no sería capaz de engañarlo nuevamente, algo le decía que ella representaba un gran peligro en su vida. Era como si Bethia despertase una parte de su ser, cuya existencia él ignoraba hasta entonces.

¡Vaya, si un día el se dejase abatir por una mujer, dejaría de ser caballero! Siguió adelante, convencido de que estaba pensando demasiado. ¿Se habría vuelto igual que Geoffrey, que desperdiciaba tiempo pensando, cuando la acción era todo lo que necesitaba?

 

 

—Podremos usar estar piedras para hacer una hoguera —Bethia anunció, apartando un puñado de hojas secas y revelando un círculo de piedras. Ligeramente sorprendido, Simon se dio cuenta de que estaba en el antiguo campamento, cuyas señales él reconoció horas antes. ¿Bethia no confiaba en él lo bastante para llevarlo a su verdadero abrigo? Tal posibilidad lo perturbó mucho más de lo que Simon podría haber imaginado.

Admitió que no se encontraba en condición de afirmar que creía en ella, pero pronto se justificó, pensando que la situación era diferente. Bethia tenía obligación de saber que, siendo un caballero, Simon era un hombre de palabra. En aquel momento, se dio cuenta de que ella agarraba leña, como si el fuese un inútil, o peor, como si él no estuviese allí.

—¿Qué haremos si tu llamas la atención de quien no nos interesa con tu hoguera? —preguntó.

Bethia le dirigió una mirada maliciosa, haciéndolo sentirse aun más idiota.

—Sabré si alguien entra en la floresta.

Simon emitió un sonido grosero, indicando incredulidad. ¿Sería posible que ella lo considerase tonto a punto de creer que había hombres regados por todos los rincones de la floresta y que ella sería avisada de todos los movimientos que ocurriesen en toda aquella basta extensión? Tuvo ganas de reír, pero Bethia se limitó a encogerse de hombros, antes de apilar la leña y encenderla, utilizando la piedra que cargaba sujeta a la cintura.

Cuando las llamas se levantaron Simon se quedó allí parado, sintiéndose absolutamente superfluo.

—Voy a buscar algo mas para comer —refunfuñó, antes de dirigirse hasta donde divisara algunos hongos tiernos.

Los agarró rápidamente, y entonces, examinó los alrededores, hasta encontrar algunas ramas de ajo porro. Cuando regresó y extendió los manjares a Bethia, ella levantó los ojos, sorprendida.

—¿Sabes cocinar? —preguntó incrédula. Simon, estrechó los ojos, sin saber si ella lo estaba provocando.

—Lo suficiente para no morir de hambre —respondió, arrodillándose al lado de Bethia y preparando un asador para asar la comida.

—Estoy impresionada, milord, pues nunca imagine que poseyese dotes culinarias.

—¿Estas burlándote de mi? —preguntó él, sintiendo su paciencia agotarse.

—No. Estoy solo admirando tus habilidades, Simon. La mayoría de los hombres no sería capaz de preparar una comida así.

—Mi padre insistió en enseñar a todos nosotros lo que era necesario para no depender de nadie.

—¿Si… los grandiosos de Burgh que cuentan con un número razonable de criados para servirlos?

—Pasé mucho tiempo en el camino.

—Un guerrero —Bethia concluyó en tono de aprobación.

—Si —así que colocó la comida sobre el fuego, Simon se sentó en el tronco que Bethia ocupaba, manteniendo cierta distancia entre ellos—. ¿Tus hombres no se quedaran preocupados por tu paradero?

—Verán la humareda y marcarán el punto donde me encuentro —replicó ella aparentemente tranquila. Pero Simon no se sentía tan a gusto, pues otras personas podrían ver la humareda, también. Al final, los bandidos que ella lideraba no eran los únicos asaltantes de la región y cualquier idiota notaría que Bethia era una mujer.

—¿Tienes la costumbre de salir sola? —preguntó, furioso por el descuido de ella. Ella se encogió de hombros, irritándolo aun más. ¡Vaya, Bethia no debería quedar sola en la floresta! ¡Nunca! Además, ella no debería estar allí, pues su banda no pasaba de un puñado de ladrones y vagabundos. Simon ya había visto con sus propios ojos que algunos no obedecían las ordenes de la líder como deberían. ¿Qué ocurriría si a uno de ellos se le metiese en la cabeza la idea absurda de tenerla para si? ¿Quién lo impediría? Era verdad que Simon pasó a admirar la fuerza de Bethia, igual que su destreza con las armas, pero contra un hombre decidido, hasta incluso la más capacitada de las mujeres…

—Cuéntame sobre los años que pasaste en el camino —pidió ella.

Arrancado de sus pensamientos sombríos. Simon abrió la boca para decir a Bethia exactamente lo que pensaba de su comportamiento irresponsable, pero, sin saber como, se puso a contar sobre su viaje hacia el sur, cuando habían encontrado a Marion, heredera de Baddersly, sufriendo de amnesia, después de haber tenido su comitiva diezmada. Entonces, pasó a la historia de cómo él y sus hermanos habían liberado a Dunstan de su propio castillo, Wessex, y destruido el ejército de Fitzhugh. Haciendo pequeñas pausas, solo para cuidar de la comida, Simon comenzó hablar libremente, como si estuviese conversando con uno de sus hermanos, pues Bethia no lo interrumpía constantemente, ni se quejaba de detalles que no le agradaban. Como la mayoría de las mujeres haría. Las pocas preguntas que ella hacía eran las mismas que un caballero formularía. “¿Pero como calculaste el tamaño del ejercito de él? o ¿Qué es mas importante considerar: soldados montados o a pie? ¿Qué tipo de armas usaban ellos?” y Simon respondía con placer, pues ya hacía tiempo que no conversaba en aquel nivel.

Al contrario de su hermano, Robin, muy expansivo, Simon no tenía muchos amigos, pues no los consideraba importantes, o útiles. Generalmente, vivía casi aislado, especialmente en el camino, pues creía ser mejor mantener cierta distancia de sus hombres. Aun antes de que Dunstan hubiera sido traicionado por un viejo amigo, Simon ya desconfiaba de amistades nacidas en campos de batalla.

Pero Bethia era diferente. Así como los hermanos de Simon, no le debía obediencia a él. Y la desconfianza que se interponía entre ellos parecía haberse disipado en la secuencia de los acontecimientos de aquella noche. Varias veces, Simon se inclinó bien cerca, mientras ella escuchaba con atención las explicaciones que él daba, como la ayuda de dibujos que hacía con ramas secas en la tierra.

Y ella comprendía. Por más detallada que fuese la discusión sobre armas y tácticas, Bethia le acompañaba el razonamiento hasta el final. Era tan inteligente que hizo a Simon acordarse de Geoffrey, y fue solamente cuando él dejó de hablar y miró hacia ella, que se acordó de que no estaba junto de uno de los hermanos.

La verdad, ni siquiera conversaba con un hombre. Tal pensamiento ocurrió cuando la comida ya estaba lista y Simon la observó agarrar un pedazo de conejo asado, los senos presionando el tejido de la túnica. Ella no los disimulaba, Simon concluyó, sintiendo la garganta súbitamente seca. Perturbado, agarró un pedazo de carne, y claro, se quemó los dedos. Al murmurar una palabrota, escuchó la risa suave de Bethia.

—¡Eso es lo que se gana por ser goloso! —comentó ella.

Simon se preguntó si ella tenía idea de cómo su sonrisa era de seductora, a la luz de la hoguera. A primera vista, no era difícil confundirla con un hombre, pero cerca como estaban, sería imposible cometer el mismo error. No solo sus rasgos eran de una delicadeza impar, sino también, ella comía con la gracia, y la elegancia que un hombre jamás tendría.

Aguantando la respiración, le observó los dedos agarrando la comida delante de los labios carnosos. Cuando, al tragar el bocado, ella los lamió, Simon fue tomado por una fuerte ola de excitación, y tuvo que luchar con todas las fuerzas para recuperar el control sobre su cuerpo traidor.

Se dijo a si mismo que no estaba habituado a verse solo con una mujer. Su cuerpo estaba solo reaccionando a tal situación, incapaz de reconocer la diferencia entre una compañera pagada y una asaltante de la floresta. Su mente, ahora estaba perfectamente capacitada para establecer la diferencia y el no permitiría que los instintos lo dominasen. Por mas tentadora que ella fuese, con su piel dorada por el sol, Simon no irrespetaría las reglas que él mismo impusiera con relación a las mujeres. Le lanzó una mirada furiosa, culpándola por provocar aquella atracción indeseada. Peor aun era el hecho de saber que él, aunque fuese irresponsable al punto de abandonar su código personal sobre relaciones con las mujeres, Bethia no aceptaría de buen grado sus avances. Ella había dejado eso bien claro mientras luchaban en el suelo, cuando Simon descubriera la existencia de los músculos de ella…

Irritado consigo mismo, Simon tuvo que esforzarse, una vez más, para desviar el rumbo de sus pensamientos. Y trato de concentrarse en el silencio que los rodeaba. Miró alrededor, en busca de señales de que estaban siendo vigilados. Aunque no encontrase ninguna, continuó sintiéndose poco a gusto. Al final, aquel era territorio de Bethia, no de él. Al mismo tiempo que se sentía confiado de que no tenía que temer, Simon sabía que podría acabar rodeado por arqueros nuevamente.

Y fue tal conocimiento que lo hizo tomar una decisión en lo que decía respecto a Bethia. Por encima de todo, Simon detestaba verse desvestido de su dignidad, lo que aquella mujer ya hizo una vez. Y él se negaba a recibir una flecha en la espalda, mientras estuviese en posición comprometedora, fuese con ella, o con cualquier otra.

Contrariado, Simon ignoró sus instintos, y para su propia sorpresa, consiguió relajarse. La carne y los hongos estaban muy sabrosos y él apreció la comida sencilla. Mientras comían en silencio, Simon se descubrió extrañamente satisfecho. No fue por primera vez que notó la paz en la floresta, el aire fresco y rico en aromas de la naturaleza. Estaba acostumbrado al sonido metálico de las espadas, o al ruido cotidiano de Campion, siempre muy movido. Pero, allí, los únicos ruidos eran el estallar del fuego y los movimientos astutos de pequeñas criaturas. Nunca pasó mucho tiempo en la floresta cercana a su casa, pero ahora, se preguntaba si todas eran así, o se la floresta Burnel era diferente. Especial… como su compañera.

Sin darse cuenta de lo que hacía, Simon se giró para mirarla, y maldijo tal impulso, pues Bethia se lamía los dedos nuevamente, lo que volvió a excitarlo, llenándole la mente de imágenes de ella lamiendo sus dedos y… otras partes de su cuerpo. ¡Ah, como Stephen se reiría de su hermano! Todos ellos sabían que Simon disfrutaba de sus placeres de manera rápida y… básica, despreciando las satisfacciones mas exóticas de las cuales su hermano vivía vanagloriándose.

Pero ahora, Simon sentía una increíble atracción por lo desconocido, por lo que nunca experimentara antes. Con un gesto abrupto, lanzó lejos un hueso y se levantó, encaminándose hacia los árboles y fijando los ojos en la oscuridad.

De repente, la floresta pasó a parecerle peligrosa, un lugar donde residían atracciones sombrías y pasiones incontrolables.

—Mañana iremos a Baddersly —refunfuñó.

Allá, en la familiaridad relativa del castillo de su hermano, él se vería libre de aquellas tentaciones que lo atormentaba. Allá, forzaría a Brice a contarle su versión, y de una vez por todas, descubriría si aquella mujer le decía la verdad. Y entonces, sabría…

—No.

El sonido fue tan suave que Simon casi no lo escuchó.

—¿Qué dijiste? —preguntó, volviéndose a encararla, al mismo tiempo que se negaba a creer en sus propios oídos.

Bethia se había acomodado en la grama, aparentando disfrutar del mismo confort que otra mujer encontraría en la más suave de las camas. Los labios de ella se curvaron en una sonrisa.

—Se que no estas acostumbrado a escuchar esa palabra, pero no, no iré contigo. Mi lugar está aquí.

¡El lugar de ella era al lado de él! Simon casi gritó tal protesta, aunque no fuese siquiera capaz de comprenderlo.

—Si la situación es como tú me explicaste, imagino que deseas volver a Ansquith en el papel de heredera —argumentó.

—Si, pero solo después que Brice esté lejos de allí.

Simon abrió la boca para discutir pero volvió a cerrarla. Sabía que no era tan inteligente como Geoffrey, que era su destreza con la espada, igual como sus conocimientos de tácticas de guerra lo que lo volvía superior. Aun así, se sorprendió al notar cuanto era de difícil comprender lo que Bethia estaba diciendo. Cuando finalmente entendió, la miró, incrédulo. ¡Bethia no confiaba en él! Simon no se acordaba de nadie que hubiese dudado de él antes. Era, al final, un de Burgh, y su honor jamás podría ser cuestionado. Sintió una puntada de frustración. ¿Cómo conquistar la confianza de Bethia?

Todo lo que poseía era su palabra, que jamás fuera colocada en duda. Y jamás alguien negó una intimidación suya. En Campion, la palabra de Simon era ley. Por eso, fue con furia que reaccionó a la negativa de Bethia, igual como a su falta de lealtad.

—¡Iras conmigo porque, como tu señor, ordeno que vayas! —vociferó.

—No eres mi señor. Es mi padre quien debe lealtad a tu hermano.

Fue la calma con que ella replicó lo que dejó a Simon ciego de rabia.

—¡Si no vas por tu bien, juro que te pondré sobre el hombro y te cargaré hasta allá! —bramó, pero, entonces, respiró hondo e intentó argumentar—: La vida que estas llevando aquí es peligrosa. Ven conmigo. Estarás segura y bien acompañada.

—¿Y debo aceptar tu palabra como única garantía? Lo siento mucho, milord. Viniste hasta aquí sin que yo te invitase, y aun así, como cualquier otro hombre, quieres tener dominio sobre mí, mi pueblo y mi floresta —Bethia declaró en voz baja y controlada—. ¡Pues puedes agarrar tu autoridad y desaparecer de aquí!

Simon la miró indignado.

—¿De que estás hablando? ¡Estoy ofreciéndome para ayudarte, mujer!

—¡No necesito de tu ayuda!

—¡Vaya, tu imploraste que te ayudase, hace pocas horas! ¿O ya olvidaste de haber manifestado el deseo de que yo destruyese a tu novio?

—¡Él no es mi novio! —Bethia replicó—. ¡Y yo jamás imploraría nada a ti, so arrogante!

Irguiendo las manos hacia el cielo, Simon maldijo bajito. ¿Había incluso creído que aquella mujer era diferente? ¡Vamos, ella era tan insensata e irritante como cualquier otra! ¡Es mas, era mucho peor! Le dio la espalda, en el intento de calmar el propio animo, antes que ella lo incitase a la violencia. La noche ya había caído por completo, y por lo tanto, sería imposible viajar a aquella hora. En vez de continuar haciendo ruido y arriesgarse a llamar la atención de los hombres de ella o de cualquier otro que se encontrar en los alrededores, lo mejor sería abandonar la discusión… Por ahora.

Al día siguiente, tendrían tiempo de sobra para continuarla. En caso de que Simon se deparase con una resistencia muy grande de parte de ella, simplemente tendría que arrastrarla por los cabellos. Cuando estuviese en Baddersly, Bethia aprendería como comportarse. Y, también, aprendería a confiar en él.

—¿Si no vienes conmigo, como haré contacto contigo? —preguntó cambiando el rumbo de la conversación—. No puedo hacer excusiones por la floresta, en tu busca, cada vez que necesite darte un mensaje.

Se irritó aun más ante la vacilación de ella. Tuvo ganas de agarrarla por los hombros y sacudirla, a fin de colocar un poco de buen sentido en aquella linda cabeza.

—Deja tu recado en la villa. Lo recibiré enseguida —Bethia finalmente murmuró.

Simon estrechó los ojos. ¿Estaría ella insinuando que todos los moradores de la villa le prestaban lealtad? ¡Vaya, él era de veras un tonto por esperar la verdad de una ladrona mentirosa, vistiendo ropas de hombre!

Si Bethia pretendía continuar recitando mentiras, entonces, no había el menor sentido en continuar conversando. Así, sin más palabras, Simon fue hasta un rincón del claro y se acostó. Manteniendo una de las manos sobre el cabo de la espada, apoyó la cabeza en el brazo libre. Como la noche estaba caliente, no serían necesarias mantas, además de las ropas que usaba. La armadura y la rabia que lo quemaba por dentro lo mantendrían caliente. Escuchó a Bethia acomodarse cerca de allí, pero estaba demasiado irritado para admirarle la facilidad con que se adaptaba a cualquier situación. Juró que, por la mañana, pondría fin a sus negociaciones con aquella mujer. Entonces, haría que ella se comportase de manera apropiada, de un modo o de otro.

Cuando cerró los ojos para dormir, Simon se dio cuenta de que volvía a ejercer control sobre su propio cuerpo. Se sintió aliviado por no ser más perturbado por deseos inoportunos. La verdad, todo lo que quería hacer con Bethia, en aquel momento, era estrangularla. Tal idea trajo una sonrisa a sus labios. La batalla fuera librada.