Capítulo Siete
Simon despertó al amanecer, sintiendo la lluvia fina sobre la piel. Abrió los ojos y, al descubrir que el fuego se había apagado, se sentó. Con una de las manos, se secó la humedad del rostro, mientras posaba la otra en el cabo de la espada. Pero, la cautela era innecesaria, una vez que nada se movía entre los árboles. Emitió un suspiro satisfecho, sintiendo la expectativa calentarlo.
En breve, pondría un poco de buen sentido en la cabeza de su compañera, trataría de llevarla hacia Baddersly y entonces… los pensamientos agradables fueron interrumpidos por la constatación de que no había ninguna señal de vida en el claro. Se levantó de un salto, sus ojos barrieron las inmediaciones, mientras todo su ser intentaba negar la obvia realidad.
¡Bethia no estaba allá! Al mismo tiempo que se decía a si mismo que ella podría simplemente, haberse apartado para satisfacer sus necesidades fisiológicas, los instintos insistían en destruir la esperanza. Bethia se fue y Simon tuvo el ímpetu de gritar su frustración. Casi no podía creer que ella consiguiera, por segunda vez, engañarlo y huir. ¿Habría creado alas, durante la noche, y salido volando por la floresta? Levantando los puños cerrados en el aire, Simon maldijo repetidas veces, maldiciendo su aparente incompetencia.
Debería haber ignorado los deseos y argumentos de Bethia y amarrado sus manos y pies. Al final, ella no pasaba de ser una asaltante de caminos. Era verdad que ella le contara una historia convincente sobre una gran injusticia, pero, aun así, Simon no podría haber permitido que las palabras de ella ablandasen su corazón. Definitivamente, debería haberla llevado a la fuerza, como bandida que era, a la corte donde él gobernaba.
Una vez mas, se sintió el mayor de los tontos y pensó en como sus hermanos se reirían de él, al saber que fue engañado por una ordinaria mujer. Distinto de todos ellos, nunca se dejó engañar por un rostro bonito. Además, ni siquiera comprendía semejante absurdo. Aun así, permitió que aquella mujer lo envolviese en una historia sobre necesitar de su ayuda, solo para desaparecer en la madrugada. Probablemente, Bethia Burnel estaba muerta y aquella oportunista tomara su lugar.
La otra posibilidad, de que Bethia era exactamente quien decía ser y que huyera por no confiar en él, era algo que Simon simplemente se negaba a considerar. Todos confiaban en él. Era un de Burgh y su nombre hablaba por si mismo. Además de eso, la mujer que lo provocó y engañó no sería tan cobarde.
No, ella estaba jugando con él, lo que lo enfurecía. Nunca antes Simon se sintió tan contrariado… por la desaparición de ella, por su aparente talento para llevar la mejor parte sobre él todas las veces en que se encontraban, y lo peor de todo, por la manera como ella conseguía girar su vida de guerrero de cabeza hacia abajo, envolviéndolo en un torbellino de pasiones incontrolables y frustraciones.
Sin embargo, a pesar de todo, Simon jamás poseyó una consciencia tan profunda de si mismo, ni se sintió tan vivo, aun en sus mejores días, en Campion. La verdad, era como si estuviese delante de un gran conflicto, repleto de desafíos que probaban su habilidad, inteligencia y resistencia, a los límites, pero del cual él saldría vencedor. Tal pensamiento lo hizo sonreír. Bethia venció en aquella pequeña disputa, pero no vencería en la guerra. Y el producto de la conquista sería todo de él.
A medida en que la tensión fue disipándose, Simon eliminó cuidadosamente todas las evidencias de su presencia allí. Bethia hiso lo mismo, pues él no encontró siquiera un hilo de cabello que sirviese como recuerdo de la noche que habían pasado juntos, en el campamento improvisado. Ignorando la decepción perturbadora, se concentró en la decisión sobre lo que haría a continuación.
Naturalmente, una opción sería encontrarla nuevamente, pero sus instintos le advertían sobre no perder más tiempo en la floresta. No tenía duda de que ella ordenara a sus hombres que lo vigilasen y, esta vez, Simon no contaba con el elemento sorpresa y su favor.
Decidió que, antes de volver a hablar con Bethia, conversaría con Brice y descubriría la verdad sobre lo que pasaba en Ansquith. Y si las respuestas que tuviese no confirmaban la historia de Bethia, Simon enviaría un ejército a la floresta y acabaría con aquellos bandidos de una vez por todas. Sonrió, satisfecho por saber donde encontrarla, ya que ella estaba presa al abrigo de los árboles.
Y, cuando llegase el momento del enfrentamiento, Bethia no tendría como esconderse, pues Simon la encontraría, aunque tuviese que derribar cada centímetro de floresta.
Al acercarse a la mina abandonada, Bethia casi no respondió a los saludos de sus hombres. Pareciendo intimidado por el estado de ánimo de la líder, John se apresuró en retroceder para darle paso, pero Firmin se colocó en su camino, haciendo exclamaciones en voz alta sobre las ropas mojadas de Bethia. Ella se limitó a despacharlo con un ademán de la mano, demasiado perturbada para enfrentar al arquero rebelde. Aunque hubiese dejado a Simon de Burgh una hora antes del amanecer, su mente aun se concentraba en el bribón arrogante.
¿Cómo se atrevía él? Se repitió a si misma la pregunta, varias veces, a lo largo del camino de vuelta a la mina, pero no consiguió encontrar una respuesta satisfactoria. ¿Cómo se atrevía a invadir la floresta e intentar asumir el control de la vida de ella? ¡Vaya, aquel era un comportamiento típico de los hombres! A pesar de conocerla hacía poquitísimo tiempo, de Burgh se creía en el derecho de decirle a ella que hacer, donde ir, como comportarse. ¡Que la arrogancia de él se fuese al infierno! Bethia y sus seguidores venían alcanzando sus objetivos, sin la interferencia de Simon, y así continuaría ocurriendo. Aunque él estuviese dispuesto a ayudarla a destruir a Brice, el precio por tal ayuda sería demasiado alto.
Bethia pasó muchos años bajo el mando de un hombre, o de otro, y decidió nunca más someterse a las órdenes de terceros. No tenía la menor intención de ceder a los deseos de un caballero malhumorado, incapaz de pronunciar una frase siquiera, sin incluir en ella una orden. Pasando por Firmin, que no escondía su indignación, Bethia continuó removiendo su revuelta contra el caballero petulante. Cuando hablaba, Simon de Burgh esperaba que todo el mundo oyese… ¡y obedeciese! Vamos, Bethia no sería manipulada con semejante facilidad. Tenía personalidad. ¿Por casualidad, él había pensado en preguntarle a ella cuales eran sus deseos u opiniones? No. Estaba demasiado ocupado consigo mismo. ¿Y ella debería simplemente, inclinarse a atenderlo?
Bethia habría reaccionado con una carcajada, si la situación no fuera tan seria. Al final, el conflicto de intereses entre ellos era solo una parte del problema. Admitió que, aunque Simon de Burgh se hubiese arrodillado a sus pies, ella no lo habría acompañado. Aunque la imagen fuese tentadora, ella sacudió la cabeza. Por más que él insistiese en la afirmación de su propia honestidad, Bethia no creería tan rápidamente en un extraño, fuese cual fuese su nombre.
También admitió que se sentía tentada a creer. La autoridad con que él hablaba la impresionaba, a pesar de sus esfuerzos por lo contrario. Y ella siempre quiso creer en el honor y la bondad de aquellos que empuñaban una espada. Pero, su deseo era una cosa, mientras la realidad era otra, completamente diferente. Bethia abandonó aquellos sueños hacía mucho tiempo, junto con la esperanza de que alguien tomara su defensa. Aprendió a confiar solamente en si misma. Su humor ya era el peor cuando ella alcanzó la entrada de la mina, donde un arquero se adelantó y dijo:
—Vimos tu hoguera, pero como no nos enviaste ninguna señal, mantuvimos distancia.
—Gracias —Bethia agradeció, ignorando la mezcla de embarazo y gratitud por la privacidad que tuvo durante la noche.
A pesar de la certeza de que estuvo solo cumpliendo con su deber al conversar con Simon de Burgh, tenía que admitir que le gustó mucho la noche que tuvieron, desde las historias que él le contara sobre batallas y glorias, la sorpresa que él había demostrado ante las habilidades de ella en la caza, hasta el simple hecho de estar en la compañía de él.
—¿Qué está ocurriendo? —Firmin inquirió, postrándose delante de ella—. ¿Dónde estuviste ayer en la noche? ¡Este idiota no me dijo nada!
Bethia estudió la postura airada y beligerante de Firmin y se forzó a mantener la compostura. Su primer impulso fue decirle a él que donde pasara la noche no era de la incumbencia de él. Sin embargo, los últimos meses pasados en el liderazgo de un grupo de hombres había fortalecido su paciencia. Así, ella respiró hondo y respondió con voz controlada:
—Fui a encontrarme con alguien que puede ayudarnos.
Firmin frunció el ceño.
—Ya tenemos aliados de sobra en la villa y en los campos —declaró—¿Quién es esa persona, capaz de sacarte del campamento, en la noche?
Muchos de los que se encontraban cerca conocían la verdad y, por eso, Bethia no podría mentir.
—Estuve con Simon de Burgh —informó con la cabeza erguida, negándose a dejarse intimidar por otro hombre malhumorado.
—¡Simon de Burgh! John, ¿cómo permitiste eso? —Firmin vociferó. Bethia sintió su propio control como un hilo.
—John no es responsable por mis actos, ni es mi padre. Tampoco es el líder de esta banda. ¿Por qué él tendría algo que decir sobre mi paradero? —aunque hablase con voz suave, la mantuvo firme, de manera que los otros retrocedieran.
—¡Él debería haberme avisado! ¡Debería haber garantizado tu seguridad! —Firmin insistió.
—Creo que soy capaz de cuidarme sola. Vengo haciendo eso hace mucho tiempo.
Al mismo tiempo que pareció concordar con tal afirmación, el arquero continuó mirándola con una mirada de acusación.
—¿También cuidaste de Simon de Burgh? ¿Fue por eso que pasaste la noche sola con él?
Bethia necesitó de todo su autocontrol para no abofetearlo. No obedecía a las reglas que mantenían a otras mujeres en sus lugares, y, aunque no viese sentido en ellas, sabía que era difícil para la mayoría de los hombres ignorarlas.
—¿Estás insinuando algo? —inquirió, antes de girarse hacia los demás, todos con los ojos fijos en el suelo, aparentemente muy avergonzados—. Duermo con ustedes y nadie dice nada. ¿Por qué se está transformando este acontecimiento en semejante escándalo?
—¡Porque él es nuestro enemigo! —Firmin declaró.
—Eso aun no ha sido comprobado. Mientras esperamos por la verdad, haré lo que sea preciso para saber más sobre Simon de Burgh y sus planes.
Bethia le aguantó la mirada, desafiándolo a decir algo más. Por un largo momento, Firmin pareció listo a continuar la discusión. ¿Qué pensaba él? ¿Qué ella era una prostituta, para acostarse con Simon de Burgh? ¡Un pensamiento más, típico de los hombres! ¡Ella parecían creer que el mundo giraba en torno de sus partes íntimas! Bethia se esforzó mucho, durante un largo tiempo, para superar los prejuicios existentes contra su condición de mujer, para entonces liderar la banda. No permitiría que un tema sobre donde ella había dormido destruyese el respeto que había conquistado.
Al mismo tiempo, no podía dejar de creer que no era de la incumbencia de nadie si ella había dormido con Simon. La simple idea le provocó una ola de calor, pero ella trató de ignorar la sensación indeseada. Lord de Burgh ya era demasiado arrogante y Bethia no pretendía volverlo aun mas convencido con su admiración femenina.
Así como no tenía intención de revelar sus pensamientos a los hombres que la seguían. Para ellos, su imagen debería continuar siendo la de una mujer fuerte e intocable por deseos mundanos. Por eso, continuó mirando a Firmin a los ojos, esperando que él dijese algo contra su reputación. Lo que él no hizo. Murmurando algunas palabrotas, el arquero giró los talones y se apartó. Y Bethia tenía problemas mucho más urgentes que un hombre más, arrogante. Apoyando las manos en la cintura, miró alrededor, hacia el campamento que tendría que ser cambiado una vez más. Por causa de Simon de Burgh.
Independientemente de sus sentimientos por él, Bethia continuaba decidida a no confiar en el súbito interés de Simon por ella. Él ya los forzó a abandonar un campamento, y ahora, encontró la mina sin mayores esfuerzos. Él se movía por la floresta como un animal bien entrenado, evitando con precisión a los hombres que Bethia mantenía como centinelas.
Bueno, una cosa nadie podría negar: Simon de Burgh era un caballero formidable. Fuese confiable o no, a Bethia no le gustaba la idea de tenerlo rondando su escondrijo. Y no pretendía que él volviese a encontrarla.
—John, reúne a los hombres —ordenó. Llegaba el momento de tomar una actitud drástica.
Cuando regresó a Baddersly, Simon retribuyó cada mirada curiosa con una careta, que hacía a sus observadores apartarse rápidamente. Sabía que la noticia sobre su viaje solo ya había recorrido todo el castillo, pero no estaba habituado a ser objeto de especulaciones.
En Campion, Stephen era el blanco de los chismes. Sus escapadas eran legendarias, así como los hechos divertidos de Robin. Se hablaban de Simon, lo que era raro, los comentarios expresaban admiración por su habilidad en las batallas, como debería ser. Con seguridad, nadie jamás discutió sus idas y venidas y, ahora, él descubría que eso no le agradaba. Por primera vez en su vida, se preguntó si realmente deseaba conquistar la notoriedad que Dunstan obtuvo con sus realizaciones. Simon siempre soñó en tener todo lo que su hermano mayor consiguiera. No solo el éxito como caballero, sino también una propiedad suya. Pero, ahora, un castillo del tamaño de Wessex, o Baddersly, le parecía demasiado grande, conteniendo exceso de gente y, principalmente, de lenguas maliciosas invadiendo su privacidad. Aunque un día hubiese desdeñado la mansión de Geoffrey, ahora comenzaba a notar las ventajas de poseer una pequeña propiedad, donde un número reducido de residentes comentaría su vida.
Pensó en decretar una prohibición formal de chismes. Solo no lo hizo por saber que sus hermanos nunca más le darían paz y se burlarían de tal actitud por el resto de sus vidas. Así, prefirió ignorar los rumores, pues no era de incumbencia de nadie donde pasaba él sus días… o sus noches. De repente, Simon pensó en la noche pasada en la floresta, donde la comida sencilla y la conversación amena le habían parecido mucho más agradables que el lujo y las grandes dimensiones del castillo.
Irritado por el rumbo de sus propios pensamientos, Simon se dijo a si mismo que aquel estilo de vida no era nada practico, pero si una existencia para tontos que se congelarían, así que el invierno llegase. Entonces, quedó petrificado ante esa última idea. ¿Para donde iría Bethia, cuando el frío tomase cuenta de la región? ¿Incluso entonces, ella continuaría rechazando la oferta hospitalaria de Simon? La imaginó en los brazos de algún arquero flacucho y gruñó bajito, contrariado tanto por la imagen, como por su mente que parecía haber adquirido voluntad propia y la determinación de no dejarlo en paz. Antes incluso de llegar a Baddersly, Simon decidió que, en vez de luchar contra aquellas inclinaciones inexplicables, pasaría a encararlas de frente. Y concluyó que la mejor manera de borrar a Bethia de sus pensamientos sería descubrir la verdad sobre la identidad de ella. Con tal idea en mente, ignoró los susurros curiosos, mientras atravesaba el gran salón, encaminándose directamente hacia el solar. Allá, mandó a llamar al administrador.
Simon contrató a Florian durante su última visita a Baddersly, pues el hombre fue recomendado por un amigo de Campion y probaba ser un administrador leal y capaz. Sin embargo, Simon consideraba la tendencia de Florian a hablar demasiado extremadamente irritante, y por eso, cuidaba de evitar conversar con él lo máximo posible, desde su llegada. Pero, ahora, necesitaba valerse del administrador.
—¡Milord! ¡Ya esta de vuelta! —Florian comenzó, pareciendo dispuesto a discutir indefinidamente la ausencia de Simon.
El caballero, por su parte, estaba igualmente determinado a no permitir que eso ocurriese.
—Quiero enviar una invitación. No, una convocación —anunció, así que Florian atravesó el solar.
—Redacta de la mejor manera, pero deja claro que el hombre está recibiendo una orden para presentase a su señor.
—¿A quien el señor desea convocar al castillo, milord?
—Brice Scirvayne es el nombre del hombre que está viviendo en Ansquith.
Florian vaciló, como si no pudiese decidir sobre la pertinencia de un comentario. Como si eso fuese tan raro, Simon se irritó.
—¿Qué es? —preguntó.
—No tengo la intención de irrespetarlo, milord, ni jamás cuestionaría sus ordenes. Sin embargo, por lo que se, ese hombre no juró lealtad a Baddersly —dijo el administrador.
—Se eso, pero él dice estar gobernando Ansquith, en nombre de su propietario, sir Burnel. Se presenta como jefe de la casa y de la propiedad. Por lo tanto, debe asumir las lealtades de Burnel también —o estar preparado para enfrentar una guerra, pensó Simon. Aunque el sujeto probase ser el más honesto de los hombres, había ofendido profundamente el honor de los de Burgh al impedir que Simon entrase en Ansquith. Y por eso, al menos, Brice pagaría caro.
—Pensé que él era un mero visitante de Ansquith —comentó Florian.
—Si lo es, entonces, se tomó libertades que huésped ninguno tendría derecho a tomar. Siendo vasallo de mi hermano, sir Burnel está bajo mi protección. Si estuviera siendo amenazado por Brice, debo tomar medidas —Simon hizo una pausa, intentando decidir hasta donde podría confiar en Florian—. También parece haber un problema envolviendo a la hija de sir Burnel. Tengo motivo para creer que ella aun está viva, contra los planes de Brice.
Florian no se esforzó por esconder la sorpresa.
—Escuché pocas cosas sobre ese tal de Brice y la mayor parte de ellas no es nada positivo, ¿pero él sería capaz de mantener a sir Burnel prisionero en su propia casa, y aun, declarar a su hija como muerta?
—Hablé con ella personalmente —Simon declaró, dejando claro su desagrado por las dudas levantadas por el administrador— y claro que existe la posibilidad de que esa mujer esté mintiendo. Y es justamente lo que estoy intentando apurar: la verdad.
Estrechó los ojos, desafiando a Florian a cuestionarlo nuevamente, pero el otro se limitó a estudiarlo disfrazadamente. Simon habría reído de la estrategia, si no comenzase a sentirse un tanto incomodado con todo aquello. Al parecer el administrador estaba divisando mucho más de lo que debería. Irritado consigo mismo, se giró hacia la ventana.
—¿Y si la verdad no fuera de su agrado, milord? —Florian preguntó.
—¿De qué estas hablando?
—Bueno… —Florian vaciló, escogiendo cuidadosamente las palabras—. ¿Y si el padre de ella no estuviese corriendo peligro? Escuché decir que ella estaba comprometida a Brice. Tal vez el padre le haya ordenado que se casase, pero ella lo desobedeció. No sería la primera mujer en no aprobar la elección hecha por el padre para marido.
Por un largo momento, Simon miró a Florian, boquiabierto. Aunque hubiese pensado en Bethia casi todo el tiempo, desde que la conociera, no se le ocurrió la posibilidad de que ella fuera, simplemente, una hija descontenta que huyera de casa.
—¿Y mandarían a matarla por eso?
—¡No, milord! —Florian respondió, horrorizado—. Pero, tampoco sería la primera en pasarse por muerta. ¿Si la devuelve a la familia, va a obligarla a casarse, milord?
¿Bethia casada? Simon habría soltado una carcajada, si no fuese por la puntada dolorosa que le atravesó el pecho. Fuese cual fuese la verdad, ella no se casaría con nadie. Además de no ser el tipo, ella parecía ser la mujer menos indicada al papel de esposa.
Bethia era demasiado parecida a los hombres para agradar a uno de ellos. Diferente de las criaturas delicadas y quejitas que conocía, ella era fuerte y valiente. Probablemente, no aceptaría vivir en una situación como el matrimonio, que la relegaría a las tareas domesticas. Simon se acordó de la imagen de ella empuñando el arco y la imaginó haciendo lo mismo delante de cualquier persona que intentase dominarla. Una sonrisa le curvó los labios.
Aunque descartase de pronto la simple idea de tal matrimonio, Simon dirigió una mirada dura al administrador, pues algo en el tono de voz usado por Florian lo desagradó.
—¿Sabes algo que yo no se? —inquirió.
—No, milord. Estaba solo intentando presentarle todas las posibilidades —Florian se defendió con aire inocente.
—Bien, de nada sirve continuar especulando, mientras no sepamos más. Y no sabremos mas, mientras yo no converse con Brice.
El tono impaciente de Simon hizo a Florian levantarse inmediatamente.
—Si, milord. Me encargaré de todo ahora mismo.
—Bien —Simon murmuró, observándolo apartarse.
Al parecer, todos en Baddersly estaban decididos a cerrar los ojos a lo que quiera que pasase en Ansquith. Y aunque Simon no notara nada de siniestro en aquella aparente negligencia, concluyó que fue una buena idea haber vuelto allí para tomar las riendas de la situación.
Pero, tal pensamiento, no disipó su mal humor, pues las insinuaciones del administrador continuaron planeando en el aire. ¿Y si Bethia estuviese solo desafiando a su padre? Simon no podría aprobar una actitud así, pero la idea de verla casada con un hombre, sobre quien el no escuchara nada de bueno, era inaceptable. Bethia no se casaría con nadie, juró Simon, fuese cual fuese la voluntad del padre de ella. Siendo un de Burgh, él tenía el derecho de tomar tal decisión. Una vez más, sus labios se inclinaron en una sonrisa. Si alguien intentase casarse con Bethia, él tendría que intervenir.
Como lord, en lugar de Dunstan, su opinión no podría ser ignorada y él se negaba a permitir cualquier matrimonio. Sintiéndose mejor, Simon decidió ignorar las preguntas formuladas por la propia razón. Como por ejemplo, como haría eso o por qué. A pesar de saber que un mensajero fue enviado inmediatamente a Ansquith, Simon no consiguió librarse de la inquietud, o de la impaciencia. No estaba habituado a sentarse a esperar. Era un hombre de acción, y a medida que las horas fueron pasando, se fue volviendo imposible continuar impasible. Así, salió del castillo y fue hasta el edificio donde los halcones eran mantenidos. Estaba decidido a sacarse a Bethia y a su banda de la mente, de una forma u otra.
Así que sus ojos se acostumbraron a la semioscuridad, Simon examinó atentamente cada uno de los pájaros. Quedó satisfecho cuando el entrenador se acercó, y con voz suave, lo saludó:
—Milord, es un placer recibirlo aquí. ¿Puedo ayudarlo?
—Si. Quiero probar tus pájaros. Vamos a cazar.
Desgraciadamente ni incluso los halcones espectaculares, criados en Baddersly, consiguieron prender la atención de Simon por mucho tiempo. En vez del pájaro elegante, sumergiéndose para atacar a la presa, él solo veía la imagen de una mujer esbelta, empuñando un arco y disparando una flecha certera. Irritado con su propia incapacidad de controlar los pensamientos, declaró cerrada la sesión de caza e incitó a su caballo en la dirección del castillo.
Cuando fue informado de que el mensajero aun no había regresado, fue a inspeccionar la producción de leche y queso, de cerveza, y varios otros productos. Lo que dejó a su rastro fue un gran número de trabajadores ansiosos y trémulos. Todo parecía estar en orden. Aunque no tuviese la misma vocación que Geoffrey tenía para los negocios administrativos, Simon verificó superficialmente todas las actividades desarrolladas en Baddersly y concluyó que la propiedad florecía. Estaba de camino a la cocina, cuando el administrador se acercó. Simon aun miró alrededor, en busca de un escondrijo, donde pudiese evitar la compañía del parlanchín de Florian, pero fue en vano. Florian ya se encontraba a su lado, inclinándose, sonriente.
—Yo no sabía que el señor pretendía inspeccionar nuestras operaciones hoy —dijo—. ¿Qué le pareció la producción de cerveza? ¿Quiere que le cuente como conseguimos aumentar la producción el año pasado? —sin esperar por la respuesta, el administrador se puso a explicar en detalles lo que, en verdad, no despertaba el menor interés en Simon. Sin duda, Geoffrey y su padre adorarían conocer todo sobre aquel nuevo método, pero Simon trató de cerrar rápidamente la conversación.
—Ya basta —interrumpió—. Prepara un informe y le daré una mirada antes de enviarlo a Dunstan.
Con eso, se apartó con pasos apurados. ¿Era así como su hermano mayor pasaba los días? ¿Inspeccionando la cerveza? ¿Verificando la producción de lácteos? Por más que desease negarlo, Simon se vio ante la verdad: los días de batalla habían terminado para Dunstan. Aunque el mayo de los de Burgh raramente mencionase sus obligaciones, había pedido a Simon que se asegurase de que los campos estuvieran bien cuidados y las cosechas garantizadas. En la ocasión, Simon se limitó a aceptar con un ademán de cabeza, ansioso por poner los pies en el camino. Pero, ahora, tal pedido pesaba en sus hombros. En Campion, era su padre quien cuidaba de esas cosas. En su ultima visita a Baddersly, Simon se libró de los caballeros corruptos que habían servido al señor equivocado, organizó un nuevo ejercito, contrató un nuevo administrador, planeó estrategias de defensa y recuperó la propiedad que, por derecho, pertenecía a su cuñada. Ahora, no había nada que hacer allí, excepto supervisar un castillo muy bien administrador. No había batallas que enfrentar. Ni nuevos soldados a entrenar. Ningún desafío. Con excepción de una banda de asaltantes…
Con un gruñido, Simon se negó a seguir aquella línea de razonamiento. Hasta que el mensajero regresase, no gastaría ni un minuto más de su tiempo con Bethia. No resistió la tentación de mirar en la dirección de los portones, pero la carretera estaba desierta y el sol ya se encontraba bajo en el horizonte.
Se acordó de la noche que pasó en la floresta, y decidió tomar un baño antes de la cena. Su padre siempre cultivó hábitos higiénicos y trató de criar a sus hijos bajo el mismo molde. Algunos, más específicamente Stephen, llevaba el aseo personal a extremos. Al pasar por el gran salón, Simon gritó a los criados que le preparasen un baño y, entonces, se dirigió a sus aposentos. Su escudero entró enseguida, a fin de ayudarlo a sacarse la armadura.
—¿Debo llevarla para pulirla? —el muchacho preguntó.
—No —Simon respondió y frunció el ceño ante la expresión sorprendida del muchacho—. No pretendo quedarme sin ella por mucho tiempo —declaró. En Campion, Simon jamás cenaba llevando la armadura, pero estaba en Baddersly. Aunque el castillo viviese en paz hacía años, él tenía que estar alerta. Los enemigos siempre esperaban por el momento en que pudiesen agarrar a los adversarios de sorpresa.
Como Brice. El sujeto tendría que ser idiota para desafiar a Baddersly, pero Simon aprendió, por experiencia propia, que la mayoría de las personas eran desprovistas de buen sentido. Hasta entonces, Brice actuaba con mucha inteligencia. Por eso, Simon dejó la espada a un lado y dispensó al escudero. También dispensó a los criados que habían llevado una bañera de madera al cuarto, para entonces llenarla de agua caliente. Todos obedecían rápidamente, excepto una joven de apariencia delicada y largos cabellos negros. Al constatar que solamente ella quedaba en el cuarto, Simon levantó las cejas.
—Soy Ida, milord. Master Florian me mandó a bañar al señor.
Cruzando las manos delante del cuerpo, ella bajó los ojos hacia el suelo. Una mujer para bañarlo… Simon refunfuñó, contrariado. Nunca había experimentado tal ritual antes. Su padre jamás aprobó la práctica, especialmente teniendo siete hijos hombres dentro de casa, además de un gran deseo de contar con herederos legítimos. Y Dunstan, muy protector con relación a su esposa, tampoco permitía tales baños en Wessex, aunque Marion fuese tratada como una hermana, por todos los de Burgh. En sus viajes, Simon recibió ofertas de ese servicio varias veces, pero siempre lo rechazó, por fuerza de la costumbre. Conocía solo un uso para las mujeres, que no incluía ser lavado pro ellas. Sin embargo, se dio cuenta de un sentimiento de profunda frustración que podría disiparse, en caso que él recibiese aquel tipo de atención. Vaciló, listo a dispensar a Ida, como hiso con los demás, pero cambió de idea. Con un ademán de cabeza a la muchacha, se desvistió y entró en la bañera.
Por un momento, Simon cerró los ojos, entregándose al placer proporcionado por el agua caliente al envolverle el cuerpo. Entonces, se acordó de la criada y volvió a sentir los músculos tensos. Notando que ella había permanecido inmóvil, se giró para mirarla y la descubrió allí, parada, con los ojos agrandados.
Simon frunció el ceño, nada satisfecho con el resultado de su plan. Pensaba en recuperar su orgullo herido, pero se veía delante de una joven que parecía no encontrar nada digno de admiración en su señor. Nunca dio mayor atención a su cuerpo, pero ahora se preguntaba si había algo malo en el. Algo que pudiese haber hecho que Bethia lo rechazase…
—¿Qué es? —preguntó.
—Disculpe, milord —la joven balbuceó— el señor es tan… grande… con tantas cicatrices. Debe haber participado en muchas batallas.
Cicatrices. Bueno, había poco que él pudiese hacer para mejorar la apariencia de su piel, que cargaba las marcas de la vida activa de un caballero, además de los recuerdos de las travesuras de la infancia, pero, nunca se le ocurrió que su cuerpo pudiese ser repulsivo. Los de Burgh eran considerados atractivos, aunque tal vez el fuese un poco menos que sus hermanos.
Y ninguna mujer se había quejado antes. La verdad, Simon acostumbraba a ignorar a las jóvenes nobles que flirteaban con él, mientras las mujeres a quienes pagaba para satisfacer sus deseos más básicos parecían más que entusiasmadas en atenderlo. Bueno ninguna de ellas lo vio completamente desnudo.
—Sal —ordenó.
—Pero, milord, yo…
—¡Sal! —bramó él.
Ida salió corriendo, batiendo la puerta detrás de si. En seguida, Simon se hundió en el agua, sintiéndose vulnerable, lo que no le agradaba. Pero lo que le agradaba menos aun era saber que, de alguna manera, Bethia Burnel era responsable por el raro sentimiento. Una vez más.