Capítulo 9

La Torre Dorada

 

—Que día más increíble, de los pocos que hemos tenido hasta ahora —comentó Tanuk desde lo alto de una roca. Llevaban dos días caminando sin descanso, solo paraban para comer algo, pero todavía no habían dormido, y el cansancio se reflejaba en sus pasos torpes y en sus ojos.

—La verdad es que llevábamos varios días en los que la lluvia no cesaba —mencionó Kirc mirando al cielo contemplando el estado de las nubes.

—Deberíamos descansar. Si seguimos a este ritmo, llegaremos exhaustos —pronunció Tanuk dejando las cosas en el suelo—. Buscad algo de leña y haremos una hoguera para preparar algo de comer.

El sitio en el que decidieron acampar era un pequeño claro cerca del camino con muy pocos árboles y la mayoría desprovistos de hojas. Era el lugar ideal para poder pasar la noche y descansar, aunque solo fuera por un par de horas. Las rocas, unas grandes y otras más pequeñas, protegían el claro a modo de muralla.

Kirc dejó sus cosas apoyadas en una roca y se fue en busca de leña.

Desde la partida y la despedida no había vuelto a pensar en Aylin. La echaba muchísimo de menos y más todavía las pequeñas discusiones que terminaban con un beso de reconciliación.

Nunca había estado tan lejos de ella. Solo en una ocasión en la que discutieron por todo ese lío del libro y el medallón y todas esas noches sin dormir.

No tenía cuerpo para recoger madera, solo quería sentarse y relajarse pensando en esa personita tan importante y tan frágil que había dejado hacía ya unos días.

—Ojalá todo esto termine bien y podamos encontrarnos de nuevo —suspiró y cerró los ojos por un instante, en el cual imaginaba su cara y su sonrisa—. Pero todavía pasarán muchos días o incluso semanas hasta que nos volvamos a encontrar.

Con las mismas pocas ganas de antes, o incluso menos, recogió algo de leña y se dirigió al lugar donde se encontraban sus compañeros de viaje.

—Por fin llegó esa leña tan deseada —carcajeó uno de los centauros—. Pensábamos que te había atacado algún bicho gigante.

—No, la verdad es que me senté a descansar en una roca —explicó dejando la leña donde el resto—. Necesitaba sentarme y pensar, nada más.

—Si necesitas hablar, podemos cenar y comentar todas las dudas o inquietudes que te surjan —dijo Tanuk—. Sé que esto es algo nuevo para ti, pero poco a poco te acostumbrarás a estar lejos de ella.

—Lo peor de todo no es estar separados, sino no saber nada. No tener noticias de ellos, si estarán bien o no.

—No te preocupes por eso, Aylin es muy fuerte y está bien acompañada. No te preocupes, todo estará bien, ya lo verás. Y sin darte casi cuenta estarás otra vez con ella, discutiendo y riendo.

Esas palabras animaron un poco a Kirc, pero no lo suficiente.

—¿Qué queréis para comer? —preguntó uno de los centauros—. Para comer hay suficiente comida, pero para cenar habrá que salir a buscarlo o a cazarlo.

Comieron de todo, frutas de todos los colores, verduras y carne. Estaban hambrientos y cansados después de varios días caminando.

—En una semana nos reuniremos con los hombres de Saykam, y en tres más o menos nos dirigiremos al desierto de Dendir —empezó a explicar el señor de los bosques—. Necesitaremos un tiempo para entrenarnos y conseguir equipararnos en destreza a los elfos oscuros. Son muy hábiles con el arco, pero también lo son con las espadas.

—¿Dónde hemos quedado con ellos? —preguntó muy interesado por la respuesta.

—Tenemos que llegar a la Torre Dorada, allí nos encontraremos con un amigo hechicero que nos ayudará a combatir la magia negra.

—Pero nosotros no tenemos poderes, no somos magos, ni duendes, y menos yo —comentó Kirc algo indignado—. Vosotros por lo menos sois de este mundo, pero yo no. Vine aquí sin conocer nada, sin saber nada y, sobre todo, sin creer en nada de lo que hay en este mundo.

—Nadie es mago, nadie tiene poderes. El poder se encuentra en el interior de cada uno.

—Eso es imposible, yo no tengo ese poder.

—Tampoco creías en estas cosas y mírate donde has terminado, rodeado de centauros e intentando salvar tu mundo y el nuestro.

Tenía razón, Kirc jamás hubiera pensado estar en un sitio como ese. Él no creía en estas cosas, para él solo eran cosas de críos, fantasías de Aylin, pero ahora era algo más. Ahora todo eso formaba parte de su vida.

—Debemos entrenar muy duro, más duro incluso que en nuestras sesiones de lucha cuerpo a cuerpo —habló Tanuk—. Nuestro mundo y, por consiguiente, el vuestro, están en peligro, por tanto debemos arriesgar nuestras vidas por todos aquellos seres queridos que hemos dejado atrás. Ellos lo harían por nosotros.

El atardecer se acercaba cada vez más, y con él llegó la noche. Había que ir a buscar algo de comida. Varios centauros se marcharon a cazar y a recolectar algo de fruta para la cena y para guardar para el resto del viaje.

—Tanuk, me gustaría saber unas cosas —mencionó Kirc sentándose en el suelo cerca del centauro—. Este viaje me está abriendo los ojos y me hace darme cuenta de lo que realmente importa. ¿Cómo aguantas sin ver a tus seres queridos durante tanto tiempo? Pensé que lo llevaría bien, que no me costaría, pero, según avanzamos, más la echo de menos.

—Con el paso del tiempo, te das cuenta de que ella es lo más importante que te ha pasado, que darías la vida por ella. Es entonces cuando sacas las fuerzas y las ganas suficientes para aguantar todo lo que llegue y para llegar vivo a casa después de tu misión —hizo una pausa y echó más leña al fuego—. Ella te da la fuerza para continuar, para vencer las adversidades y seguir con vida, aunque sea solo por verla una última vez.

Cuando los centauros llegaron con comida para la cena, Tanuk comenzó a prepararlo todo para comer y recuperar fuerzas.

—Comed todo lo que queráis, hay de sobra para todos y, si se termina, mañana volveremos a salir a buscar más —invitó Tanuk echando más leña al fuego—. Tenemos gran variedad de comida, entre frutas, verduras y carne. Se me olvidaba, también hay algo de pescado.

Kirc cogió algo de fruta, unas fresas muy rojas y jugosas, para reservarlas para el postre, por si luego se acababa y no llegaba a tiempo. Cogió también unos filetes de venado y unas setas revueltas.

Todo estaba exquisito, cuando hay hambre lo comes todo. Da igual que esté bueno o malo, o que sea raro, no hay escrúpulos.

—Cuando terminéis todos de cenar, pasaremos a comentar un poco todo lo que tenemos propuesto para el viaje, nuestras paradas y nuestras zonas estratégicas de ataque —Tanuk se quedó pensativo, sacó un mapa de la zona y lo desplegó en el suelo, cerca de la hoguera para que todos pudieran verlo—. Sé que esto es muy precipitado y que no sabemos cuándo será la batalla, pero no creo que la Diosa tarde en dar señales de vida.

—Hace varias noches atrás, el cielo se tiñó de rojo —comentó uno de los allí presentes— ya sabéis que eso solo quiere decir una cosa, que habrá derramamiento de sangre, por tanto, la batalla está cada vez más cercana.

—Por ello, debemos estar preparados y alerta —afirmó Tanuk.

—Tanuk, ¿crees que seremos capaces de vencer a nuestro enemigo? —preguntó Kirc con voz temblorosa—. Jamás he presenciado una batalla, y menos participar.

Las llamas de la hoguera chisporroteaban y las chispas adornaban el cielo como pequeñas estrellas anaranjadas. Hacía una noche espléndida. El cielo estaba estrellado y el frío apenas se notaba. Era una auténtica noche de verano.

—Nadie está preparado para algo así. Se necesita valor y un entrenamiento muy duro —comentó el señor—. Todos tenemos miedo, por supuesto que lo tenemos. Solo prensar que puedes perder la vida te quedas sin aliento. Pero si la muerte es mala, imagínate perder a tus seres queridos. Vivir sin ellos, sin verlos, sin tocarlos, sin abrazarlos. Eso es más doloroso e insoportable que la misma muerte.

Todo quedó en silencio, solo se escuchaba el lobo que aullaba sobre la roca a la luna llena y el búho que atacaba al pequeño roedor en la cegadora noche. Nadie pronunció una palabra, solo reflexionaba sobre lo que había dicho Tanuk.

—No os preocupéis, seremos muchos los que iremos a esa batalla a defender nuestro mundo —dijo después de varios minutos sin hablar.

—Pero también serán muchos los que perecerán —Kirc no podía dejar de pensar en la batalla y en la posibilidad de no volver a ver a Aylin.

—Dejad de pensar en eso, la cobardía y el miedo ha matado a muchos hombres a lo largo de los siglos —cogió una pluma y una hoja y se puso a anotar el itinerario del viaje—. Si os quedáis más aliviados, podemos hacer una parada más larga de lo que teníamos pensado en Eikam. Vemos a los seres queridos y nos encaminamos hacia la Dendir.

Se formó un pequeño revuelo por la emoción de ver a los seres queridos algo más del tiempo estipulado, aunque solo fuese para despedirse de ellos hasta pronto o hasta nunca.

—Lo malo de esto es que si os dais cuenta —comentó Tanuk señalando el mapa —el tiempo programado para realizar todo y llegar al Desierto será más largo de lo previsto hasta el momento. Pero esto es lo que queréis, así que no discutiré.

Era cierto, el tiempo que iban a perder pasando alguna noche más en Eikam era más largo, pero merecía la pena si podía estar unas horas más con Aylin.

—Como ya habíamos comentado, nuestra ruta era llegar hasta la Torre Dorada y de allí nos iremos hasta Dendir, pero ahora nuestro camino ha cambiado —señaló nuevamente el mapa trazando la nueva trayectoria—. De aquí iremos a Eikam, pasaremos dos noches como mucho. Sé que es poco, pero el tiempo apremia y hay que darse prisa. Y de allí volveremos a este camino y nos dirigiremos a la Torre.

Ya era muy tarde, así que nuestros compañeros decidieron marcharse a descansar. Kirc cogió su macuto, sacó las mantas que Aylin le había dado y se arropó hasta que consiguió acomodarse.

—¡No! Aylin —Kirc se despertó sudando y con la respiración agitada. La pesadilla lo había puesto muy nervioso.

—¿Qué ocurre? —preguntó Tanuk acercándose para tranquilizarle.

—Ella está en peligro, lo presiento —mencionó Kirc intentándose levantar para acudir en su ayuda.

—¿Dónde crees que vas? —Tanuk lo agarró y no lo dejó levantarse—. No sabes dónde está, y ni siquiera sabes si es verdad que está en peligro. Ha sido solo una pesadilla. Ahora vuelve a dormirte y mañana será otro día.

Pero Kirc no estaba de acuerdo. Él sentía que Aylin estaba en peligro, que lo necesitaba, pero no podía hacer nada.

Se durmió después de mucho tiempo dando vueltas entre las mantas. El frío empezó a helar sus huesos, se puso una manta más y descansó hasta que el sol calentó su rostro.

Un nuevo día empezaba, pero Kirc seguía sintiendo esa angustia que le azotaba el corazón.

Cogió algo de ropa y se marchó en busca de la pequeña charca donde los centauros habían pescado la cena.

Caminó durante quince minutos y por fin encontró la charca. Estaba rodeada de árboles de todo tipo, cuyas ramas se adentraban en el agua; un agua cristalina con cierto tono verdoso debido a las rocas del fondo, que tienen esa tonalidad.

Miró alrededor para ver si había alguien mirando. Al comprobar que no había nadie, se quitó la camiseta, mojó un pañuelo y se lo pasó por el torso, las axilas y el cuello. Terminada esta zona, volvió a mirar por si alguien lo observaba y se quitó los pantalones. Remojó otra vez el pañuelo y se comenzó a lavar todas sus zonas íntimas y los pies. Cuando terminó, se vistió y se marchó al campamento.

—¿Qué tal el baño? —preguntó uno de los compañeros mientras preparaba algo para desayunar.

—Me ha sentado muy bien, lo necesitaba —contestó con la expresión más animada que la noche anterior—. No he pasado la mejor noche de mi vida y quería refrescarme.

—¿Alguien de vosotros ha oído ruidos esta noche? —comentaron dos de los muchachos.

—No, la verdad es que, aunque no he pasado muy buena noche, no he oído nada, solo los sonidos de los animales del bosque, nada más.

—Yo tampoco —respondió Tanuk—. ¿Cómo eran los ruidos?

—Eran gritos de lamento. De auxilio. Sonaban muy lejanos, pero se escuchaban claramente —miró al cielo para ver su color, era azul como siempre, no había de qué preocuparse—. Jamás oí unos gritos así.

—Sería algún animal cazando.

—Sé cómo cazan los animales; y eso no era caza, era matanza.

El silencio se propagó en el grupo, nadie sabía qué decir, porque no todos habían oído los ruidos.

—No me creáis si no queréis, pero yo sé lo que he oído —comentó asqueado y, con las mismas, se dio la vuelta y se marchó.

Kirc dejó a sus compañeros y se fue detrás de él.

—Yo te creo —le dijo Kirc poniéndole una mano sobre el hombro.

—No te acerques, tú no sabes nada. Eres como los demás.

—En el sueño que he tenido esta noche una criatura gritaba mientras despedazaba a otro ser —continuó hablando mientras pisoteaba las hojas del suelo—. No pude ver qué era esa criatura ni qué forma o físico tenía, pero el otro ser al que despedazaba era Aylin.

El centauro tragó saliva y continuó escuchando el relato atentamente.

—No sé si será verdad, pero era tan real… la sentía lamentarse, sentía el olor a sangre, lo veía todo como si estuviese allí, pero no podía salvarla. Entonces me desperté.

—Eso no ha sido un sueño, ha sido una señal de lo que está pasando en otra zona en ese mismo momento.

—Pero ¿cómo puedo ayudarla?

—No puedes hacer nada. Ella debe solucionar sus problemas, con ayuda de los que tiene al lado. Pero no te preocupes, ella es fuerte y saldrá de esta. Además, en unos días, la veremos y ya verás como está bien.

La incertidumbre y la impotencia se albergaban en el espíritu y el corazón de Kirc.

—Debemos recoger el campamento y poner rumbo a la Torre Dorada —comentó Tanuk—. Está en una zona un poco particular —se hizo el silencio y una incógnita quedó suspendida en el aire—. Donde se encuentra la Torre Dorada está siempre nevando. Unas veces, más; otras, menos, pero sin parar, y el frío puede romper vuestros frágiles huesos. Va a ser una dura jornada de entrenamiento y supervivencia.

Kirc se quedó helado al descubrir lo que le habían ocultado, pasará la peor jornada de su vida soportando el frío intenso de las nevadas incesantes. ¿Qué es lo peor que le podía pasar?

Recogieron todas sus pertenencias y emprendieron el viaje.

El camino era bastante duro, no era llano como había sido hasta la parada en el claro. Ahora, el sendero era escarpado, con muchas piedras obstaculizando el camino y con algún que otro animal salvaje acechando en la oscuridad. Les quedaba muy poco para llegar, lo estaban deseando.

—Ánimo, muchachos, ya solo queda pasar ese pequeño valle y estaremos en el camino dorado que nos llevará a la Torre —Tanuk estaba muy animado, pero Kirc ya no podía con su alma. Necesitaba reposo en una cama, no entre mantas en el campo. Necesitaba algo de confort y un caldo caliente para entonar el cuerpo.

—Paremos un poco, necesito recuperar el aliento. Jamás había andado tanto tiempo seguido —dijo Kirc sin aliento y apoyándose en el tronco de un árbol.

—De acuerdo. Pararemos unas horas para comer algo y descansar. Así que aprovechadlo al máximo, porque no habrá más paradas hasta que lleguemos a la Torre.

Comieron algo de fruta que llevaban en los petates y se sentaron a mirar el cielo y a desconectar de la larga jornada que les esperaba cuando llegan a la Torre.

—Tanuk, ¿qué hay en ese valle? —preguntó Kirc intrigado.

—Antiguamente fue una civilización muy antigua que existió en la época de los Titanes. Ahora solo son ruinas, es una ciudad fantasma.

—¿No hay gente de esa ciudad que se trasladara antaño a otro lugar? Igual sus descendientes están en otro pueblo.

—No, la ciudad fue masacrada. No quedó ningún superviviente.

—¿Cómo era la ciudad? ¿Y qué sucedió? —Kirc siguió muy interesado por la historia de esa ciudad fantasma.

—La ciudad se llamaba Kratios. Era una ciudad bastante grande comparada con el reino de Eikam. Tenía gran cantidad de árboles que rodeaban la ciudad a modo de muralla. Sus casas no eran demasiado grandes ni demasiado altas. Estaban construidas de ámbar, todas y cada una de ellas, sin excepción, ya fueran rico o pobre. Aquí todos vivían en armonía y tenían los mismos derechos.

—Una duda que me corroe, ¿de qué época es la ciudad?

—De mucho antes de los Titanes. Fue creada cuando aquí no existía prácticamente nada.

Tanuk comió unas cuantas nueces y continuó hablando.

—Nadie se metía con nadie, vivían en paz y jamás empezaron una guerra. Es más, no tenían armas, ni siquiera un simple cuchillo para defenderse o pelar una pieza de fruta. Una noche de tormenta, el cielo se puso negro y los rayos caían sobre todos los árboles de la muralla. Todos se incendiaron hasta dejar la ciudad rodeada por el fuego. Los habitantes de Kraitos salieron de sus casas asustados y conmocionados —hizo una pausa y miró al cielo indicando con el dedo—. Allí en el cielo se dibujó la imagen de una calavera. La tierra empezó a abrirse bajo sus pies y de ella salieron los Titanes. Fueron destrozando casas y matando personas hasta que no quedó nadie con vida. Seguidamente, hicieron que del interior de la tierra saliera lava y petrificara toda la ciudad.

—¿Y por qué destruyeron el pueblo? Unas personas tan pacíficas no hubieran interrumpido sus planes.

—Ellos querían volver a crear el mundo a su antojo, y unas personas pacíficas pueden enfurecer al ver desaparecer todo aquello que aman —Tanuk no sabía cómo expresar ese dolor que tenía dentro al recordar viejas historias, pero su breve silencio lo decía todo—. Ahora la ciudad está sepultada por la lava y las cenizas desde hace siglos. 

—¿Quién vivía allí?

—Eran personas como tú, sin poderes, sin antecedentes mágicos. Gente que logró sobrevivir durante algún tiempo en un mundo extraño como es este.

Después de este breve relato, Kirc se dio cuenta de que la vida era muy corta como para vivirla enfadado con la gente a la que quieres o para vivir amargado.

—Muchacho, se acabó el descanso, nos vamos.

Ya quedaba menos para llegar a la Torre, y mientras avanzaban, Kirc recordó la historia de Kratios e imaginó cómo sería la ciudad.

Caminaban a paso ligero, ya estaban deseando llegar.

De improviso, en medio del camino entre dos rocas, vieron un cuerpo. Con mucho cuidado, uno de los centauros se acercó a ver de qué se trataba.

—Es un hada de la Tierras Doradas —se inclinó despacio y comprobó que la criatura todavía respiraba, pero a duras penas—. Sigue viva.

Rápidamente, Tanuk y Kirc se acercaron para socorrerla.

—Se los llevaron a todos. Ayudadles, por favor —cada palabra que pronunciaba, le costaba más.

—¿Quién se los llevó y a dónde? —preguntó Kirc con impaciencia.

—Ella los mandó —fueron las últimas palabras que pronunció, su pequeño cuerpecito dejó de luchar contra la muerte.

Con cuidado, cogieron al hada y la enterraron cerca de la raíz de un árbol. Allí descansaría en paz y se uniría a la tierra para formar parte de ella.

—Dunia ha debido mandar a sus secuaces para atrapar a todos los seres mágicos —comentó Tanuk—, pero lo que no entiendo es qué pretende hacer con ellos. Debemos buscarlos y rescatarlos.

—Pero no sabemos dónde están y si todavía están vivos —comentó Kirc—. Primero, tendremos que formarnos y luego ya iremos a rescatarlos, no podemos arriesgar nuestras vidas sin más.

—Eso es cierto, señor —pronunció uno de los centauros—. Lo más seguro es que estén en el castillo de la Diosa de las Tinieblas, pero no podemos arriesgarnos a ir y perder la vida sin antes habernos preparado para luchar y defendernos, aunque sea por un corto periodo de tiempo.

—Tenéis razón, debemos continuar y entrenar muy duro para así poder vengar a nuestros amigos.

Después de este pequeño contratiempo, continuaron hasta llegar al inicio del valle.

—Entramos en la ciudad fantasma. Ahora debemos tener cuidado de no quedar sepultados bajo las cenizas, así que caminad con cuidado.

La ciudad era de un tono gris oscuro debido a las cenizas y a la lava petrificada. No se distinguieron calles, ni casas, solos formas indefinibles. Aquello debió de ser una catástrofe y una auténtica matanza.

—No os separéis del grupo. Permaneced unidos —explicó Tanuk mirando sin cesar a su alrededor—. Dice la leyenda que los cuerpos quemados de las personas que aquí vivían se levantan cuando gente extraña pasea por las calles de la ciudad. Comentan los ancianos que esos cuerpos secuestran a la gente que pasea por aquí y que les sacan la vida.

—Pero ¿eso puede ser cierto? —preguntó Kirc algo asustado.

—No sé si será cierto, pero la gente que vino jamás volvió.

Fueron caminando con cuidado por lo que queda de la ciudad, observando cada detalle, pero sin separarse del grupo. Todo estaba destrozado, pero a la vez era una estampa espectacular, algo nunca visto.

De repente, algo se cruzó en el camino y les hizo parar. Era la silueta de alguien quemado, pero a los pocos segundos desapareció.

—Ya saben que estamos aquí, así que a la menor ocasión puede que sea el fin para algunos —advirtió Tanuk—. Sé que no creéis en estas cosas, yo tampoco hasta hoy.

Varias sombras se movieron deprisa por las tapias de las casas que todavía quedaban en pie.

De pronto, un grito movilizó a todos los allí presentes.

—Señor, mi compañero ha desaparecido. Toda ha sido tan deprisa que no he tenido tiempo de reaccionar —el centauro estaba tan asustado que las palabras se trababan en su garganta.

—Olvidadlo, no podemos ir a buscarlo. Si así fuese, estaríamos perdidos. Acelerad el paso, pronto saldremos de Kratios.

Iban cada vez más deprisa hasta que, al final, uno de los centauros subió a Kirc a su lomo y se fueron a galope.

Después de varios minutos de miedo y sudores fríos, por fin lograron llegar al final de la ciudad. Sin que nadie lo viera, Kirc se giró a ver por última vez Kratios, y allí estaban todos los cuerpos quemados de los habitantes de la ciudad, acechando al que osara pasar por sus dominios.

—Gracias por el viajecito —dijo Kirc bajándose del centauro—. Tanuk, ¿por qué esos cuerpos atacan? Eran personas buenas en vida, ¿por qué tras su muerte se comportan así?

—Ellos jamás se metieron con nadie, pero su muerte no fue la mejor de todas. A nadie le gustaría morir abrasado por la lava. Los muertos no conocen ni el mal ni el bien. Ellos solo quieren recuperar la vida que tenían, y esa es de la única forma que ellos creen que la podrán recuperar. Mirad delante de vosotros, aquí empieza el camino dorado que nos lleva a la Torre.

Todos miraban al frente, un camino serpenteante y amarillo como el oro los esperaba.

Parecía más largo de lo que era, porque en solo un par de horas lograron llegar al final y allí se encontraba la Torre Dorada, situada al final del valle.

No se apreciaba demasiado bien, puesto que las nubes la cubrían de nieve, pero por lo poco que se veía, se podía observar que era una Torre majestuosa de oro macizo, o por lo menos era lo que parece.

Cuando estaban más cerca podían ver que la Torre estaba en una zona céntrica, rodeada por un suelo dorado que parecía ser el foso de un castillo, pero que no lo era.

—Bienvenidos a mis dominios —dijo un hombre gritando desde lo alto de la Torre.

Unos segundos más tarde, se encontró frente a ellos. Era un hombre de mediana edad con una barba negra que le llega hasta el pecho. Sus ojos eran negros como la noche y su pelo también, era largo y negro como la barba. Llevaba una especie de túnica morada con las mangas largas y anchas en sus extremos. De su cintura colgaba un cinturón plateado con el símbolo de la media luna en el centro.

—Tanuk, me alegro de veros, aunque siento la pérdida de uno de tus hombres —expresó su pésame por uno de los nuestros.

—Sybil, viejo amigo —pronunció Tanuk dando un abrazo al hechicero—. Cuánto tiempo sin vernos, sigues igual que siempre. La vida de hechicero parece que te ha sentado muy bien.

—Bueno, la verdad es que no me puedo quejar. Mira dónde vivo —dijo señalando la Torre—. Lo único que me falta es una mujer que me caliente las sábanas por las noches.

—¿Qué es de tu hermana? Hace mucho que no la veo. Seguro que seguirá igual de bella que cuando la vi la última vez hace años.

—Igual de bella, pero igual de testaruda que siempre. Hace años que no veo a Ney, pero ya sabes que tampoco la echo de menos. Mi hermana y yo no nos llevamos demasiado bien. Pero a la hora de salvar el mundo uniríamos nuestras fuerzas.

—No esperaba menos de vosotros.

La nieve caía delicadamente y mojaba los cabellos de todos los allí presentes. Algún pequeño rayo de sol atravesaba las nubes tímidamente.

—Pero no os quedéis ahí. La noche está cada vez más cerca y el frío helará vuestros huesos en muy poco tiempo. Me imagino que querréis descansar y comer algo caliente.

—Sí, hemos estado varios días durmiendo en el suelo y necesitamos calor y algo más cómodo que el suelo para poder descansar. 

Sin decir nada más, nos guió al interior de la Torre.

Ya en el interior pudieron observar que era tan majestuosa o más que el exterior. Todo estaba bañado en oro, los pilares, el suelo y las puertas de las habitaciones.

—Os sorprende, ¿verdad? —preguntó el hechicero a Kirc—. Esta edificación lleva levantada hace siglos, y siempre ha sido así. Tan espectacular, tan hermosa… En estas tierras no hay ninguna que se asemeje a su esplendor. 

—La verdad es que jamás he visto algo así. Es increíble —comentó Kirc observando cada esquina y cada columna de la Torre.

Siguieron caminando hasta llegar a una de las habitaciones.

—Esta es vuestra habitación —dijo Sybil señalando a Tanuk y a Kirc—. Espero que estéis cómodos. Os he dejado preparado algo de comida y más mantas en ese baúl por si tenéis frío. Las noches aquí son insoportables y es mejor dormir acompañado, por lo menos para conversar en las noches en vela.

Kirc y Tanuk entraron en la habitación, mientras Sybil siguió distribuyendo a sus inquilinos por el resto de habitaciones.

—Es enorme, jamás he estado en una habitación tan grande como esta —observó Kirc. Se tiró en la cama y notó lo cómoda que era, pero también se dio cuenta de que solo había una—. ¿Cómo vamos a dormir?

—No te preocupes, los centauros no dormimos en camas. Pondré una manta en el suelo y allí me recostaré. No necesito más comodidades —dijo señalando un rincón—. Bueno si me prestan un almohadón, te lo agradeceré.

Prepararon la zona del centauro para dormir y, acto seguido, se sentaron a comer lo que Sybil les había dejado.

La comida era exquisita, tenían queso, varios tipos de frutas, algunos que incluso Kirc no conocía, vino para aplacar la sed del camino y carne de venado.

Todo estaba exquisito, pero después de una comilona lo que necesitaba era dormir. Sin comentar nada más, Kirc se metió en la cama. En menos de un minuto ya estaba dormido.

Mientras tanto, Tanuk se acercó a la ventana y miró hacia el exterior. Los cristales estaban empañados, así que pasó la mano por ellos para poder ver hacia fuera. La nieve seguía cayendo y la noche era cada vez más y más cerrada. Al día siguiente, los esperaba un día muy duro.

—No le hagas nada, no. Déjala —gritó Kirc entre sueños—. Si le haces daño, te mataré.

—Kirc, despierta. Solo es una pesadilla —Tanuk lo zarandeaba para que se  despertara, pero Kirc no reaccionó. Después de varios envites, Kirc por fin abrió los ojos.

—Otra vez la misma pesadilla que hace unas noches —consiguió decir sudoroso—. Sé que ella está en peligro o lo ha estado, lo presiento.

—Tranquilo, ya verás que solo son pesadillas y Aylin está bien —Tanuk quería reconfortarlo, pero sabía que algo malo había pasado o estaba pasando, puesto que no era normal que Kirc, siendo una persona más racional, tuviera la misma pesadilla varias veces seguidas—. Cuando vayamos a Eikam, verás como todo está como siempre y que ella no ha sufrido ningún percance.

Un poco más tranquilo, Kirc volvió a conciliar el sueño.

Tanuk estaba preocupado por lo ocurrido, pero no sabía cómo llegar hasta Aylin y ver si era verdad lo del sueño de Kirc, el único que podía ayudarlo a llegar a ella era Sybil.

Sin hacer ruido, el centauro abandonó la estancia y se fue en busca del hechicero. Recorrió los pasillos en busca de su amigo. Al fin, en una estancia bañada por la oscuridad, se encontraba el hechicero, rodeado por un haz de luz y suspendido en el aire sin ningún soporte.

—Pasa, ahora mismo bajo.

—Siento interrumpirte en tus meditaciones, pero hay algo que quiero consultarte.

Despacio y sin hacer ruido, Sybil bajó y, cuidadosamente, se situó al lado de Tanuk.

—¿Qué ocurre para tener que visitarme tan tarde? —preguntó el hechicero.

—Uno de mis hombres, Kirc el humano, ha tenido dos veces la misma pesadilla —comenzó a explicar—. Kirc es una persona muy racional, constante y protectora. No creyó en nada de esto hasta que no estuvo aquí y lo vio con sus propios ojos.

—¿Cómo es la pesadilla?

—Hace unas semanas nos separamos del grupo. Él se vino con nosotros y su amada y el hermano de esta fueron por otro lado en dirección al Reino —miró hacia las vidrieras de la sala y continuó hablando—. En su sueño, o más bien pesadilla, Aylin es atacada por una criatura. Él dice que es tan real que piensa que de verdad le ha pasado algo y me gustaría saberlo. Igual con tus poderes podrás decirme algo.

El hechicero se acercó a un espejo de gran tamaño colocado en una de las paredes. La sala seguía a oscuras, pero así sin hacer nada, varias antorchas se encendieron e iluminaron la estancia. Esta era muy amplia, pero no a lo ancho, sino a lo alto. No era dorada como las demás habitaciones, estaba construida con piedra gris, como cualquier vivienda.

El espejo se iluminó y en su reflejo apareció la imagen de Aylin y una criatura que le iba arrancando poco a poco la piel a tiras.

—Así que era cierto, Kirc sabía que algo malo le estaba pasando a Aylin —dijo Tanuk—. Lo único es que ahora no puedo decirle nada de lo que he visto aquí. Si él supiese esto, querría llegar cuanto antes a Eikam.

—Tanuk, no debes preocuparte —consoló Sybil al centauro. Con un movimiento delicado de su mano, el espejo volvió a su estado original—. Esta imagen no es de ahora, sino de unos días atrás. Ella ahora estará bien y durmiendo en una cama. Pero tienes razón, es mejor no preocuparle.

—Gracias por todo. Mañana nos vemos y empezaremos el entrenamiento.

—Ahora debes dormir. Ya sabes que esto va a ser muy duro y necesitarás estar al 100% de tu rendimiento.

Después de aquella visión en el espejo, no dejaba de pensar en Kirc y en esas pesadillas que había tenido. Eran tan reales para él como comer o dormir, pero no podía decirle lo que había visto. Si Kirc se enterase, abandonaría todo y se marcharía a buscarla.

Con sus reflexiones, Tanuk se echó en la manta y, por fin, después de una noche un poco ajetreada, se quedó dormido.

Amaneció un nuevo día, pero como el anterior la nieve no dejaba de caer. A veces más débil, a veces más fuerte, pero sin cesar.

Los centauros y Kirc estaban dispuestos para empezar el entrenamiento.

—Como ya sabéis, faltan los hombres de Eikam, pero hasta mañana no llegarán —explicó Sybil—. Así que de momento empezaremos nosotros hasta que ellos lleguen.

Se encontraban a las afueras de la Torre. Y aquí sería donde entrenarían. Kirc miró al cielo y observó cómo los débiles rayos del sol intentaban pasar a través de las nubes, pero estas no les dejan.

—Os dividiréis en grupos de unas 8 personas cada uno. Kirc, tú quédate en el grupo de Tanuk —esperó hasta que los grupos estaban formados—. Ahora, formad un círculo y unid vuestras manos. Alzar vuestra vista al cielo. Podéis ver como la nieve moja vuestra cara poco a poco. Cerrad los ojos y pensad en vuestros recuerdos más agradables.

Nadie sabía qué era lo que Sybil pretendía, pero todos hicieron caso a sus indicaciones. Cerraron los ojos y se concentraron como nunca antes lo habían hecho.

—No debéis dejar de pensar en cosas felices, eso os ayudará a centrar todos vuestros pensamientos —Sybil paseó por todos los grupos observando a sus alumnos—. Eso es, seguid concentrados.

La nieve comenzó a caer con más fuerza, pero nadie se movió del sitio. Estaban esperando órdenes del hechicero.

—Sin dejar de pensar en vuestros recuerdos alegres, pensad algo que queráis mover, como una piedra, un compañero, una rama de un árbol, pero solo cosas pequeñas. No penséis que no podéis, solo intentadlo.

Todos lo intentaron, pero ninguno consiguió nada.

—Debéis pensar con más fuerza. La magia existe y está en vuestro interior.

Pero seguían sin conseguirlo, era algo muy difícil de conseguir. Pasados unos instantes, Tanuk lo logró.

—Eso es, continúa así. Tanuk ha logrado levantar una pequeña rama. A ver los demás si también lo lográis. Tenéis que pensar de verdad que eso lo queréis levantar.

Y poco a poco todos consiguieron levantar diferentes cosas, pero todas de tamaño muy pequeño.

—Bueno, ahora debéis descansar un ratito. Esto lleva mucho esfuerzo y para la siguiente actividad debéis estar relajados.

—Yo no entiendo esta actividad —objetó Kirc abriéndose paso entre sus compañeros—. De qué nos va a servir algo así a la hora de enfrentarnos a nuestro enemigo. Para realizar esto necesitamos concentración y tiempo, que es algo que no tendremos en el campo de batalla.

—No os tenéis que preocupar. Esto solo acaba de empezar, y cuanto más lo practiquéis, con más soltura os saldrá. Esto os ayudará a concentraros, aunque a vuestro alrededor haya mucho alboroto.

Kirc empezó a comprender la lógica de la actividad, pero quería aprender más, y lo necesitaba ya.

—Este descanso ya ha sido suficiente, debemos seguir entrenando y aprendiendo cosas nuevas.

—No seas impaciente, el descanso es esencial, puesto que con trucos como estos se gasta mucha energía, y eso puede acarrearnos la muerte en un momento determinado. Toda actividad lleva su descanso.

Comieron algo para recuperar fuerzas y descansaron durante un rato.

—En marcha —indicó Sybil—. La siguiente actividad es más agotadora y peligrosa. Poneos de dos en dos. Aquí lo que tenéis que lograr es derribar a vuestro adversario, pero sin ayuda de la fuerza, no podéis tocarle. La mente lo es todo.

Kirc se puso con Tanuk, cara a cara.

—Ahora vuestro amigo no es lo que parece, ahora es vuestro enemigo. Tenéis que derribarlo o él lo hará con vosotros. Para ello tenéis que pensar en algún recuerdo muy desagradable. Esos momentos en los que os hubiera gustado matar a alguien. En este momento es cuando debéis mostrar vuestra ira.

Kirc y Tanuk fueron los primeros en cerrar los ojos. Pensaban en cosas desagradables y concentraron toda su ira para conseguir derribar a su adversario.

De repente, Kirc cayó al suelo sin previo aviso. Tanuk había conseguido concentrar su ira y derribar a Kirc. Con cara de pocos amigos, Kirc se levantó y volvió a cerrar los ojos para poder concentrarse. Tanuk hizo lo mismo, pero Kirc volvió a caer al suelo.

—Dame algo de tiempo, tú ya le has cogido el truco, pero si no me dejas intentarlo, no lograré derribar ni a un triste gato.

Tanuk le ofreció su mano a modo de ayuda, pero Kirc, en cuanto la cogió, lo tiró al suelo.

—Así por lo menos yo te habré tirado una vez, aunque haya sido tocándote.

Se pusieron de pie, uno frente al otro y volvieron a concentrarse. Pero esta vez fue Kirc quien consiguió tirar al suelo a Tanuk. Por fin lo consiguió, pero, emocionado, bajó la guardia y el centauro lo volvió a tirar al suelo.

—Jamás le des la espalda a un enemigo —dijo Tanuk cogiéndolo de la mano para ayudarlo a levantarse.

Después de varias horas de entrenamiento, los centauros, acompañados de Kirc, hicieron una pausa en el entrenamiento.

—Como podéis ver, a fuerza de intentarlo, os sale con más soltura. Pero no debéis olvidar la concentración, es lo más importante. Ahora debemos descansar y comer algo. Tenéis que recuperar fuerzas para mañana —indicó señalando una mesa que había cerca de la puerta de la Torre. Había gran cantidad de comida: frutas, verduras, pescados. Todo lo necesario para recuperar fuerzas.

Rápidamente, los centauros se acercaron a la mesa y comenzaron a comer. Sybil se acercó a Kirc y comenzó a conversar con él.

—Sé que estás preocupado por Aylin.

—¿Cómo sabes su nombre? —preguntó Kirc sorprendido.

—Soy hechicero y sé cosas que te llegarían a sorprender. Ella está bien, no debes preocuparte.

—Pero las pesadillas… Seguro que le pasó algo, lo presiento.

—Solo lo sabrás cuando la veas y hables con ella. Mientras, lo que más debe interesarte es que ella está bien y que te está esperando. Ahora come y recupérate. Mañana llegarán los Naithilis y los entrenamientos serán más duros.

Comieron y descansaron, la jornada había sido muy dura y tenía que relajarse, así que Kirc decidió dar un paseo por el bosque.

—No os alejéis demasiado, la nieve está cayendo con más fuerza, y el bosque es muy peligroso cuando anochece —advirtió Sybil.

Kirc, con mucha precaución, paseó por las lindes del bosque. Ya había tenido experiencias desagradables en los bosques y no estaba dispuesto a revivirlas.

El día le había enseñado gran cantidad de cosas, pero necesitaba más tiempo para ir perfeccionándolas. Pero con la llegada de los Naithilis, los entrenamientos serían más intensivos y aprendería mucho más.

Desde su posición la Torre no parecía tan grande, pero seguía siendo majestuosa y hermosa.

Continuó caminando cuando algo lo cogió del cuello y lo amenazó con un puñal.

—Si gritas, la hoja de mi puñal será lo último que verás —mencionó el atacante.

—¿Quién eres y qué quieres de mí? —preguntó Kirc algo nervioso.

—No tienes necesidad de saber quién soy —pronunció el desconocido—. Solo quiero que olvides a Aylin, que la abandones, que dejes de amarla.

—Jamás podría hacer eso, antes moriría.

—Si el problema no es que mueras tú, es que si te niegas a hacer lo que te mando, la que morirá será ella.

—¿Por qué haces esto?

—Digamos que mi reina quiere a la chica y lo que porta. Y si tú la abandonas, menos apoyo tendrá y más fácil será llevarla al reino oscuro.

—Entonces, ¿qué quieres que haga?

—Ya te lo he dicho, no creo que seas sordo. Déjala. Aléjate de ella o sufrirá las consecuencias de tu insensatez.

Sin decir nada más, el individuo se marchó, no sin antes golpear a Kirc en la cabeza con el mango del puñal y dejarlo desmayado en el suelo.

Unos minutos más tarde consiguió abrir los ojos y mirar a su alrededor. Se encontraba en su habitación acompañado de Sybil y Tanuk. Quería incorporarse, pero el dolor de cabeza era bastante agudo.

—¿Qué te ha ocurrido? —preguntó Tanuk preocupado.

—Estaba paseado por la linde del bosque y algo me golpeó, y hasta ahora —Kirc no quiso decir lo que le había ocurrido. Si lo contaba, matarían a Aylin, y prefería hacerle daño a verla muerta y no tenerla jamás entre sus brazos.

—Quédate quieto y descansa, ahora te subimos algo de beber. No te levantes de la cama hasta que no regresemos. El golpe ha sido fuerte y podrías marearte —sugirió el hechicero.

Kirc cerró los ojos y descansó. Mientras, Tanuk y Sybil a la puerta de la habitación conversaban sobre lo ocurrido.

—No quiere decirnos lo que le ha pasado. De momento, no le preguntaremos más, pero algo le ha ocurrido que no quiere que sepamos —comentó Sybil.

—Tienes razón, pero no podemos obligarle. Y tampoco lo sabemos de verdad. Habrá que esperar a que él nos lo cuente, si quiere.

Sin decir nada más, los dos hombres se marcharon dejando a Kirc solo en la habitación. Abrió los ojos y se puso a pensar.             

—¿Quién era ese individuo? ¿Cómo voy a decirle a Aylin que la dejo y que no la quiero?

Era un dilema que debía solucionar en cuanto la viera si no quería perderla para siempre.

No se levantó de la cama para nada, y sin darse cuenta comenzó un nuevo día. Se oyó jaleo fuera de la Torre. Kirc se despertó y se asomó por la ventana. Por fin habían llegado los Naithilis y por fin conocería sus habilidades y sus rostros. 

Rápidamente, se vistió y salió fuera. Allí estaban todos reunidos e hicieron las presentaciones.

—Tú debes de ser Kirc —dijo uno de los hombres.

—¿Cómo lo sabes? —preguntó asombrado.

—Tanuk nos ha dicho que faltaba una persona. Habías sufrido un ataque y te estabas recuperando.

—Venís de Eikam, ¿verdad?

—Así es.

—¿Ha llegado a vuestro a vuestro reino una chica, un muchacho y un duende? —quería tener noticas de ella y no podía esperar a interrogar a su compañero.

—Cuando nosotros estábamos preparando la salida hacia la Torre Dorada, se oían rumores de que alguien había venido a visitar al Rey, pero nosotros no hemos visto nada. Estábamos demasiado liados con la partida como para estar pendientes de otras cosas.

Con cara deprimida, Kirc se dio la vuelta sin decir nada más.

—No te preocupes, seguro que son ellos los que llegaron —dijo el hombre para consolarlo—. Mi nombre es Záhor, soy capitán de la guardia de Eikam, uno de los Naithilis.

—Después de estas presentaciones, debemos comenzar con los entrenamientos —sugirió Sybil mientras se dirigió con paso elegante al centro del grupo.

Todos se pusieron en su dirección para poder observarlo y escuchar las explicaciones que tenía que darles.

—El día anterior estuvimos practicando la concentración. Elevar objetos y derribar a nuestros compañeros. Hoy repetiremos los mismos, pero cada uno de los centauros —miró hacia Kirc para incluirlo en el grupo de los centauros— deberá colocarse con un Naithili. Ellos han entrenado durante mucho tiempo y saben repeler vuestros ataques. Deberéis derribarles y después aprender a no ser derribados.

Ya en silencio, las parejas se fueron formando. A Kirc le tocó con Záhor, era un hombre bastante alto, de cabellos rubios y ojos negros. Iba vestido con su armadura, la cual se desprendió pieza a pieza para estar igualados, aunque no sea una lucha cuerpo a cuerpo.

—Cuando quieras —incitó Záhor.

Los dos compañeros cerraron los ojos y concentraron sus energías. Lo bueno empezaba entonces. Después de unos minutos de concentración, Kirc cayó al suelo.

Se enfrentaron unos a otros. Los centauros cayeron, pero los hombres resistían las ofensivas de sus compañeros. Kirc intentó tirar a Záhor, pero solo consiguió estar más tiempo en el suelo. Lo intentó muchas veces, pero nada.

Al final, después de varios intentos fallidos, por fin consiguió tirarlo.

—Muy bien, muchacho, por fin lo has logrado —lo felicitó Záhor—. Ahora debes descansar.

Pero Kirc quería seguir intentándolo. Su respiración era entrecortada y el sudor le resbalaba por la frente. Se volvió a concentrar, pero se desmayó.

—Despierta —le dijo Tanuk tirándole un jarro de agua a la cara.

Ya despierto, quería levantarse, pero nadie lo dejó.

—Quiero continuar y comprobar que de verdad lo he tirado y no ha sido suerte.

—Estás muy débil debido a la gran concentración que has empleado para derribarle, debes descansar y coger fuerzas para la siguiente actividad de nuestro entrenamiento —explicó Sybil.

Con su cabezonería y sin hacer caso a nadie, Kirc se puso de pie delante de Záhor. Le temblaba el cuerpo, y por fin reconoció que no estaba en condiciones de enfrentarse a nadie.

—Tienes mucho potencial, pero debes administrarlo y no gastarlo todo de una vez —comentó Záhor.

Kirc, cansado y agradecido por el cumplido de Záhor, se sentó en una roca a descansar.

—Muchachos, os tengo que pedir que para la siguiente actividad traigáis mantas de vuestras habitaciones. Cuando lo hayáis hecho, las traéis y os explico para qué las necesitareis.

Cada uno de ellos se dirigió a su habitación y trajo las mantas correspondientes.

—Poneos en círculo y dejad todas las mantas en el centro —mientras él encendía una hoguera—. Esta hoguera debe mantenerse encendida hasta el amanecer. Sé que aún quedan muchas horas para que anochezca y más todavía hasta que amanezca, pero debéis mantenerla encendida.

La nieve seguía cayendo y el frío era cada vez más fuerte, por ello se agradeció el calor de la hoguera.

—Esta noche acamparéis aquí, de ahí lo de las mantas. También os traeré algo de comida —dijo indicando a unos de los sirvientes para que lo trajera—. Debéis acostumbraros también a acampar en condiciones extremas, puesto que no sabéis lo que os vais a encontrar más allá de estas tierras.

Nadie dijo nada, el hechicero seguía hablando y los allí presentes escuchaban con atención.

—Más allá de este reino el mal acecha por doquier. Hay criaturas muy peligrosas y diversas —Sybil se acercó a la hoguera y echó unos polvos que tiñeron las llamas de color azul—. A través de la hoguera podréis ver alguna de las cosas a las que tendréis que enfrentaros.

Con el frío congelando las manos de los presentes, miraron a las llamas. En ellas vieron aparecer un castillo y en una de sus ventanas el rostro de una mujer muy hermosa.

—No os fiéis de su belleza. Ella es Dunia y ese es su gran castillo. Solo quiere conquistar este mundo para poder acceder al vuestro. No os dejéis embaucar por sus encantos.

Kirc recordó la historia que le había contado el Maestro. Recordó cada escena de la historia, cada detalle y lo mal que lo pasó Tanuk. Sin que él se diera cuenta, lo miró y vio la tristeza reflejada en sus ojos.

En la hoguera se formó otra imagen, la figura de una mujer muy hermosa.

—Esta es una mantícora. Una especie muy peligrosa, adopta forma humana, como estáis observando. Seduce a los hombres y acaba con ellos —miró a todos fijamente y les advirtió de lo que estaban viendo—. Jamás os dejéis engatusar por una mujer tan hermosa, eso no os llevaría a buen puerto.

Todos se reían y las imágenes seguían surgiendo en la hoguera. En la siguiente imagen apareció una especie de lobo. Cuerpo de hombre y cabeza de lobo.

—Esto es un hombre lobo —explicó.

—Pero ¿los hombres lobos no son humanos que en las noches de luna llena se transforman en lobos? —preguntó Kirc algo confuso.

—No, esas son historias que se cuentan en tu mundo. Aquí los hombres lobos tienen esta apariencia. Viven en las Montañas Rocosas y su fuerza es increíble —hizo una pausa y prosiguió con la explicación—. Su mordedura no es mortal, pero os transmite muchas enfermedades, de las cuales podríais morir.

De la hoguera ya no salieron más imágenes y las llamas recuperaron su color original.

—Después de toda esta información, espero que os haya quedado claro todo lo que puede pasar si dais rienda suelta a vuestros instintos. Ahora debo irme a la Torre y dejar que paséis aquí la noche para soportar el frío. Tenéis comida y mantas —dijo señalando detrás de un grupo de centauros donde se encontraba gran variedad de comida.

Cada uno fue cogiendo algo de comida y unas mantas para pasar la noche a la intemperie. La nieve no dejaba de caer y el frío era cada vez más insoportable.

—Recordad, la hoguera debéis mantenerla encendida. Sé que normalmente no se debería dejar encendida, pero como es la primera noche, tampoco quiero mataros de frío.

Sin decir nada más, el hechicero se marchó. Cada persona allí presente se fue situando en su lugar y se preparó para comer algo y dormir. Iba a ser una noche muy dura.

A la mañana siguiente, la hoguera seguía prendida, aunque solo quedaban las ascuas y la nieve seguía cayendo.

—¿Qué tal habéis pasado la noche? —preguntó Sybil.

Nadie contestó, tenían demasiado frío para poder moverse y para poder hablar. Por fin, después de unos minutos, algunos comenzaron a levantarse.

—Ha sido una noche muy fría —mencionó uno de los hombres.

—Si os soy sincero, ha sido la noche más fría de todas las que yo he vivido. Y veo que vosotros la habéis superado sin problemas. Nos os quedéis aquí más tiempo y pasad a la Torre. Calentaos y cambiaos de ropa. Cuando hayáis terminado, dirigíos al salón.

Caminaron en silencio con cada articulación y cada hueso congelado y entumecido. Casi no podían andar. Sin perder tiempo, se dirigieron todo lo deprisa que podían a sus habitaciones.

Ya dentro, se quitaron las ropas humedecidas por el frío y se pusieron otras ropas secas y calientes. Después, uno a uno se fueron reuniendo en el salón.

—Gracias por llegar tan pronto. Sé que la noche ha sido muy dura, por ello, hoy podréis descansar y hacer lo que deseéis —propuso Sybil—. Mañana continuaremos con los entrenamientos. Podéis quedaros en la Torre. Hay varias salas que podéis visitar, como, por ejemplo, la biblioteca, que está en la planta superior en el ala este, en la cual solo encontraréis libros de hechizos. También podéis visitar la sala oscura.

Todos se quedaron perplejos al oír lo de la sala.

—¿Qué es esa sala? ¿O qué hay en ella? —preguntó uno de los hombres.

—En esa sala, la oscuridad es absoluta. En ella os podéis concentrar sin ser interrumpidos por nadie. Y vuestros pensamientos iluminarán las paredes de la sala, siempre y cuando estos sean agradables. Tenéis que colocaros en el centro de la sala, sentaros en el suelo y dejar la mente en blanco.

Sin decir nada a nadie, Kirc abandonó la sala y se marchó a la sala oscura. Quería y necesitaba estar solo y recordar esos buenos momentos compartidos con Aylin.

Subió las escaleras, las cuales no parecían terminar nunca. Cuando llegó al final de las mismas, una puerta inmensa se levantó ante él. La abrió con cuidado y entró. La sala estaba oscura, pero una vela muy pequeña, situada a su mano derecha, iluminaba una pequeña parte de la sala. La cogió y caminó hasta situarse en el centro de la sala. Se sentó en el suelo, cerró los ojos y despejó la mente.

Las primeras imágenes que llegaron a su mente eran de Aylin, cuando se conocieron, cuando fueron de vacaciones al pueblo… Imágenes que le alegraban el día. Con cuidado, abrió los ojos y pudo ver las imágenes de sus pensamientos reflejados en las paredes de la sala, es una visión espectacular. Casi podía tocarlas.

De repente, alguien llamó a la puerta.

—Siento interrumpir —dijo Záhor— era para saber si ya habías terminado. Me gustaría entrar y relajarme. Necesito desconectar.

Kirc salió de la sala y cedió el sitio a su compañero Záhor.

—Espero que disfrutes tanto como yo —le comentó Kirc—. Ha sido una experiencia increíble.

Sin quitar más tiempo al Naithili, Kirc se marchó al salón. Allí todavía estaban todos reunidos, pero cada uno estaba concentrado con sus cosas. Como Kirc no quería interrumpir ni estorbar, se marchó a su habitación. De camino a ella se encontró con Sybil.

—¿Qué te ha parecido la experiencia de la sala?

—La verdad es que me ha encantado y sorprendido. He pasado un rato increíble.

—Me alegro. Dentro de unas horas pasaremos al salón a comer. Cuando bajes, ya estará todo preparado.

Sybil se marchó y Kirc entró en su habitación. Quería tumbarse en la cama y dormir. La noche había sido muy dura y, después de la sesión de relajación en la sala, le llegó el sueño, así que cerró los ojos.

—Kirc, la comida espera —dijo Tanuk a través de la puerta—. Si quieres, te espero.

—Gracias, Tanuk, ahora bajo yo.

Se levantó de la cama y se lavó la cara con el agua de la palangana, la cual estaba muy fría y eso le despejó. Se secó y bajó con el resto de sus compañeros.

La mesa del salón estaba preparada, era muy larga y estrecha, con muchos asientos a los lados para todos los hombres, y entre ellos había huecos vacíos para los centauros.

—Id pasando y sentaos —invitó un sirviente.

Kirc se sentó en uno de los asientos, a su izquierda se sentó Tanuk, el cual nunca lo dejaba solo para que no se sintiera desplazado y a su derecha, otro centauro del grupo. La mesa estaba llena de comida. Había aves de todos los tipos, frutas de gran variedad de colores, aperitivos, vinos y muchas cosas deliciosas a la vista y seguro que al estómago también. Esperaron a que Sybil se sentara para comenzar a comer.

—Gracias por esperar, podéis empezar a comer —invitó el hechicero a todos los comensales—. Estos días han sido los más duros, pero de ahora en adelante, los entrenamientos serán más duros, pero más rápidos. Nos va quedando poco tiempo, así que habrá que darse prisa y concluir el entrenamiento cuanto antes.

Concluida la explicación del hechicero, nadie más dijo nada hasta terminada la comida.

—Después de la comida, nos iremos a reposar, y de ahí, saldremos otra vez fuera y seguiremos con los entrenamientos —explicó—. Quiero que fijéis lo aprendido hasta ahora, porque lo empleareis constantemente.

Dicho esto, cada uno se fue a algún lugar para reposar la comida y mentalizarse de que tenían que volver a entrenar.

Después del pequeño descanso, todos se dirigieron a la calle. Comenzó otra vez la pesadilla del entrenamiento…

—Otra vez a lo nuestro, espero que estéis preparados. Poneos otra vez por parejas y con el compañero del día anterior —indicó el hechicero, el cual tenía poco tiempo para enseñarles todo lo que sabía, para que ellos pudieran defender ese mundo.

Practicaron las técnicas de los días anteriores y, a fuerza de repetirlo una y otra vez, les salía mucho mejor. Se cansaban, descansaban y seguían entrenando. Ya lo controlaban con mucha soltura y majestuosidad.

—Lleváis horas entrenando y esto ya lo habéis asimilado, así que, como ya está anocheciendo, pasaremos a lo siguiente —el hechicero cogió unos polvos de su túnica y los lanzó al aire. Parecía no pasar nada, pero al caer sobre una roca, esta desapareció.

Todos exclamaron asombrados.

—Esto no es ningún truco, simplemente son unos polvos de invisibilidad, los cuales necesitareis si os internáis en territorios enemigos. Pero no siempre funcionan, en algo inerte siempre van a funcionar, pero en algo vivo solo si se cree con fuerza en ello.

Uno a uno iban bañándose en los polvos, pero no todos consiguieron volverse invisibles.

—Por lo visto, no todos podréis utilizar estos polvos, así que a los que sí pueden usarlo, les daré un saquito. Pero recordad que esto no dura siempre. Tiene un tiempo limitado, por lo tanto, debéis daros prisa en realizar vuestra misión antes de que os pillen.

Kirc era uno de los que no recibió los polvos, su mente era demasiado racional como para creer en la invisibilidad.

—Este saquito debéis guardarlo muy bien y solo utilizarlo cuando sea estrictamente necesario, si no tampoco os servirá para nada.

Se guardaron muy bien el saco y siguieron observando a Sybil.

—Lo siguiente que os enseñaré es a hacer hechizos muy simples. No todos podemos hacer hechizos, pero los más simples y que os salvarán de muchos apuros si podréis realizarlos. Los más complejos no, para eso tenéis que tener sangre de brujo, hechicero, mago… si no es más complicado realizar algún conjuro.

Sybil hizo unos cuantos conjuros sencillos para poder mostrar lo que ellos podían hacer. Con un simple movimiento de muñeca, Sybil consiguió hacer explotar una piedra.

Todos observaban y se preguntaron cómo podía hacer esas cosas. Al rato, uno de sus sirvientes, se acercó con una palangana de agua y la colocó a su lado.

Con un ligero movimiento del sombrero hizo que el agua de la palangana se alzara de la misma, y con el dedo señaló un objetivo, lanzó el agua hasta que esta alcanzó la zona deseada.

—Con estos dos hechizos, tendremos suficiente hasta que anochezca del todo. Para poder realizar estos conjuros debéis aprenderos unas frases muy sencillas.

—Pero tú no has dicho nada cuando has realizado el hechizo —mencionó Kirc.

—Yo me sé el hechizo de memoria y no necesito recitarlo en voz alta, estos son muy fáciles. No hace falta. Pero para los del próximo día tendrán que realizarse en voz alta, puesto que son más poderosos. Debéis recordar cada palabra que os recite y en el orden en que las pronuncie. Jamás al revés, podría ser muy peligroso.

 

“Agua, elemento que da vida

y que la quita,

sal de tu prisión

y derriba al que me intimida”.

 

Intentaron memorizar palabra por palabra, pero no era tan sencillo como parecía.

—Primero memorizadlas y luego os pondré una palangana de agua a cada uno para que lo practiquéis.

—Con este hechizo ¿podremos sacar también las aguas de los ríos? —preguntó Kirc muy ilusionado. Iba a hacer un hechizo, no creía que él pudiese hacer algo así.

—Desde luego que sí, siempre y cuando ese río no esté demasiado lejos de vosotros.

Por fin lograron aprenderse el hechizo. Acto seguido, el sirviente trajo poco a poco más palanganas. Fueron probando uno a uno hasta que todos consiguieron levantar las aguas de las palanganas y lanzarlas a un objetivo ya definido.

—Como veo que ya manejáis este, pasaremos al otro.

 

“Fuego, que me calientas en las noches de frío

y que quemas lo que no quiero,

haz que lo que yo elija

explote sin remedio”.

 

Kirc se acercó al hechicero y le preguntó algo que no entendió.

—¿Por qué somos capaces de haces estos hechizos? No tenemos poderes ni somos magos ni nada por el estilo.

—Como te he comentado antes, hay conjuros que los podéis hacer. Habéis sido capaces de tirar a vuestros contrincantes con la mente, eso ya es tener poder. Eso os ha abierto una puerta a lo desconocido, a la magia —hizo una pausa y observó a sus alumnos—. Vosotros ahora sois capaces de eso y de mucho más, porque controláis la mente a vuestro antojo.

Sin una palabra más y conforme con lo que Sybil le había dicho, Kirc continuó practicando. Ahora tocaba aprenderse el siguiente conjuro.

Con paciencia, cada uno logró hacer explotar una piedra o incluso un árbol. Era increíble para ellos ver cómo controlaban esos hechizos.

—Ya es noche cerrada, así que por hoy ya hemos hecho suficiente. Descansaremos hasta mañana.

Cada uno se fue a su habitación a descasar hasta el día siguiente.

 

Amaneció un nuevo día en la Torre Dorada. Kirc fue el primero en levantarse y asearse, pero no podía hacerlo, el agua de la palangana estaba congelada.

—Tanuk, despierta.

—¿Qué pasa? —preguntó el centauro mientras se desperezaba.

—El agua está congelada y quería lavarme.

—Concéntrate e intenta descongelarla.

—No voy a ser capaz de eso, Sybil no nos ha enseñado nada parecido.

—Él te ha enseñado que con el calor se puede hacer explotar algo, por lo tanto, controlando eso, en lugar de hacerlo explotar, conseguirás que el agua pueda descongelarse.

Kirc vio aquello como algo imposible, pero hizo caso a su amigo y se concentró. Tras varios minutos de concentración, el agua fue adquiriendo su estado líquido.

—Kirc abre los ojos —le indicó Tanuk.

El muchacho pudo ver que lo había logrado, el agua había recuperado su estado líquido.

—Tienes mucho potencial, solo tienes que saber utilizarlo adecuadamente.

—Gracias.

Se aseó y los dos juntos salieron fuera de la Torre.

—Espero que hayáis descansado, esta va a ser una mañana muy dura y quiero veros descansados y despejados.

Era el momento de estar muy atento a las explicaciones del hechicero y a todos los movimientos y palabras que utilizaba.

—Este hechizo es muy peligroso, pero a la vez muy importante. Como ya sabéis controlar vuestra mente, ahora debéis protegerla. Habrá hechiceros que pueden meterse en vuestra mente, por ello tenéis que saber protegerla. También os enseñaré a meteros en la mente de ciertas personas para poder conocer sus intenciones —Sybil señaló a Tanuk y le hizo un gesto para que se acercara.

El centauro se aproximó hasta donde se encontraba su compañero.

—En este primer paso, me introduciré en la mente de Tanuk. Él no pondrá resistencia, puesto que solo es una pequeña demostración.

El silencio reinaba en la zona, ni los pájaros del bosque piaban. Todo estaba en absoluto silencio.

Después de unos instantes, y de pronunciar el hechizo en voz alta, Sybil por fin se introdujo en su mente. Cuando terminó la demostración, para indicar a los presentes que había entrado en su mente contó algunas de sus cosas más íntimas, pero que no le perjudicaban o lo delataban.  

—Ahora os repetiré el hechizo para que lo memoricéis, y este tenéis que pronunciarlo en voz alta.

—Pero esto podría delatarnos —dijo uno de los hombres. 

—Aunque el hechizo lo digáis en voz alta, el enemigo no os descubrirá puesto que no tenéis que estar cerca de él para introduciros en su mente. En la biblioteca de Eikam hay gran cantidad de libros que os cuentan la historia de los seres de este mundo. Con ella podréis ver cómo son para guardar esa imagen en vuestra memoria y así introduciros en la mente de esos seres.

—Por lo que entiendo, necesitamos saber cómo son físicamente las personas o los seres en lo que nos queramos introducir —dijo Kirc.

—Exactamente. Ahora escuchad.

 

“Mente a la mente.

Cuerpo al cuerpo.

Introdúceme en su mente

por un momento”.

 

Practicaron el hechizo muchas veces. En el exterior de la Torre solo se oían los gritos de los hombres y los centauros pronunciaron el hechizo.

Pasadas muchas horas, por fin lograron introducirse en la mente de sus compañeros, y ellos en las suyas.

—Ahora lo que tenéis que hacer es evitar que la persona que se meta controle vuestros pensamientos y sepa vuestros secretos o incluso nuestras estrategias. Para ello debéis luchar desde vuestra mente. En esto ya no puedo ayudaros ni enseñaros nada, debéis ser fuertes para evitar el control.

Probaron mil veces repeler las invasiones en la mente, pero era muy complicado.

—Necesitáis concentración. Vuestros amigos no intentan haceros daño, pero vuestros enemigos no van a ser tan considerados. Ellos indagarán en vuestra mente hasta conseguir lo que desean, y esto os hará daño.

Debían concentrarse y echar a sus compañeros de sus mentes, pero no era nada fácil. La concentración lo era todo, pero con la mente de otra persona dentro de uno era difícil concentrarse.

—Haremos un breve descanso y después continuaremos —propuso Sybil para que todos pudieran reposar y recargar sus pilas para continuar más tarde. Así pues, se sentaron en las rocas a descansar.

Después de ese pequeño descanso, nuestros amigos volvieron al entrenamiento.

Las horas pasaban y no consiguían su objetivo, ni hombres ni centauros. Debían esforzarse más y poner toda la concentración al límite. 

Cuando la noche ya estaba acercándose, uno de los centauros por fin consiguió echar a su compañero de su mente.

Cinco minutos más tarde, uno de los hombres también lo logró, y así fueron lográndolo uno a uno hasta que todos consiguieron echar de su mente al intruso.

—Veo que el esfuerzo, la dedicación y la perseverancia han logrado lo que os proponíais. Pasaremos al salir para que os calentéis y descanséis —indicó el hechicero de forma alegre por el progreso de sus alumnos.

Entraron en el salón y cogieron sitio para estar relajados. Entonces, Sybil comenzó a hablar.

—Durante estos pocos días habéis aprendido muchas cosas, y ya no tengo más que enseñaros —miró a todos los presentes y vio sus caras de cansancio, aunque de felicidad—. Ahora os toca a vosotros, en estos días que van quedando hasta que os marchéis, entrenar muy duro y practicar todo lo que hemos visto. Necesitáis aprenderlo muy bien para no perder el control en la batalla y que seáis capaces de atacar a vuestros enemigos sin necesidad de esperar y dejar opción al enemigo para que os ataque.

Sin decir nada más les indicó que podían abandonar la sala y marchar a descansar si así lo deseaban. Y así fue, cada uno se marchó a su habitación sin cenar, solo querían descansar.

—Han sido unos días muy duros, pero veo que todavía nos queda lo peor —comentó Kirc mientras se dirigían a la habitación.

—Cierto, ahora habrá que entrenar mucho y practicar todo lo que hemos aprendido, tanto los hechizos como el control de nuestras armas. Lo pondremos todo en práctica —dijo Tanuk.

Llegaron a la habitación  y entraron a descansar. Sin hablar nada más, se acostaron hasta el día siguiente.

 

Un nuevo día empezó y necesitaban reponer fuerzas para la larga jornada que les aguardaba. Empezaron entrenando con las armas y la batalla cuerpo a cuerpo, puesto que dejarían para el día siguiente los hechizos y para los posteriores utilizarían ambas habilidades.

Se defendían muy bien y atacaban con soltura y determinación. Alguno salió herido, pero con un poco de reposo y unas curas todo se solucionaba.

 

Los días pasaban y los entrenamientos estaban llegando a su fin. Lo habían practicado todo y ya no podían perfeccionarlo más. El tiempo se les echó encima y tenían que llegar a Eikam.

—Como ya sabéis, este es vuestro último día. Mañana temprano os marcháis y ya no nos volveremos a ver hasta pasado un tiempo. Ahora tenéis el poder, ya no puedo enseñaros más. Lo importante es controlar todo lo que sabéis y no dejaros llevar por el sufrimiento o el nerviosismo. Controlad vuestros cuerpos y vuestras mentes.

Los hombres y centauros agradecieron a Sybil todo aquello que había hecho por ellos.

—Aquí nos despedimos, Kirc. Me ha gustado conocerte y espero coincidir contigo en la batalla —Záhor se dirigió a Kirc y le dio la mano.

—¿Os marcháis hoy? —preguntó Kirc.

—Saldremos hoy por la noche. Nos dirigimos a la Montaña Escarpada, y es preferible llegar de día, por si nos encontramos con los lobos.

—Cierto, nosotros nos iremos a Eikam, y de allí iremos a vuestro encuentro. Tened cuidado.

Los Naithilis recogieron sus pertenencias y emprendieron en camino. Cuando ya no se les veía en el horizonte, los centauros se marcharon a preparar sus cosas para dejarlas listas para la mañana siguiente.

—Estoy deseando llegar a Eikam, necesito ver a Aylin y verificar que está bien; y que mi sueño solo ha sido eso, un sueño —comentó Kirc a Tanuk.

—No debes preocuparte, ella estará bien —le consoló el centauro. Él sabía la verdad de esos sueños, pero era mejor que se lo contara ella, así por lo menos la vería bien. Si se lo contaba ahora, solo conseguiría preocuparlo durante el viaje.

Kirc preparó todas sus cosas y ayudó a Tanuk a empaquetar las suyas.

Cuando todo estaba preparado, se echaron a descansar para el día siguiente, iban a madrugar mucho y el viaje, aunque no fuera largo, era un viaje y estos siempre son duros.

Nada más echarse en la cama, Kirc se quedó dormido. Pero, de repente, se despertó asustado, le había venido a la memoria el ataque del desconocido que ya había olvidado. En cuanto viera a Aylin, tenía que abandonarla, dejarla y olvidarla para evitar que la matasen, pero ¿cómo iba a hacer eso? Si le decía que no la quería, la iba a destrozar. Y necesitaba ser fuerte para enfrentarse al mal, pero si no hacía lo que le habían dicho, ella moriría.

Lo único que podía hacer por ella era estar lejos, así no le dolería y al menos si termina odiándolo, él no la vería y poco a poco ella lo olvidaría. Tendría todo un viaje para pensar la forma de decirle todo lo que tenía que decirle. Lo único que quería de momento era saber si estaba viva y bien, nada más.

Se quedó dormido hasta el día siguiente.

Los rayos de sol entraban por la ventana con más fuerza que ningún día. Kirc abrió los ojos y se levantó sorprendido por la cantidad de luz que entraba por la ventana. Se asomó y vio que el cielo estaba azul, no había nubes y no nevaba. Jamás pensó que volvería a ver el cielo. Lo echaba tanto de menos…

—Tanuk, despierta, ha salido el sol.

El centauro, asustado, se levantó y también miró por la ventana.

—Jamás, en todos estos años de existencia, había visto en la Torre Dorada un día despejado y sin nieve. Eso puede ser buena señal.

Recogieron las cosas y se dirigieron fuera de la Torre.

—Llegó el momento de que marchéis. Nos veremos, pero antes de eso pasarán muchas cosas —sin decir nada más, el hechicero se despidió de sus compañeros y, sobre todo, de Tanuk—. Viejo amigo, ten cuidado y si ves a mi querida hermana en algún momento, dale recuerdos.

—Lo haré, Sybil, no te preocupes. Lo único que te pido es que estés preparado por si te reclamamos para la batalla.

—No te preocupes, estaré preparado.

Diciendo adiós al hechicero, los centauros, acompañados de Tanuk, emprendieron su camino hacia Eikam.