Capítulo 7
El Bosque de las Almas Perdidas
Después de conocer la historia de Tanuk y emprender nuestro viaje, nos encontramos justo en el comienzo del Bosque de las Almas Perdidas. No era una zona muy acogedora, daba miedo con solo ver los árboles.
Era un bosque muy espeso, pero los árboles no tenían demasiadas hojas y las ramas desnudas parecían brazos huesudos. La niebla cerrada, el aire gélido y el silencio sepulcral helaban el alma a cualquiera.
Tenía mucho miedo, así que le di la mano a Kirc y él me devolvió el apretón sin decir nada.
De repente, se escuchó un ruido, una especie de castañeo de dientes. Todos miramos atrás, era Wolfy que temblaba de miedo. Estaba pálido y miraba a todas partes desorbitado. Liam optó por cogerlo a hombros hasta que se le pasara el pánico.
Caminamos sin descanso, pero la niebla era muy espesa y no podíamos ver nada, debíamos avanzar con cuidado para no tropezar con rocas o con las raíces de los árboles. O simplemente no resbalar por algún barranco.
—¡Socorro! —grité desesperada.
Había resbalado con algo e iba a caer en un lodazal. Cada vez que intentaba moverme para salir, el lodo me engullía más y más. Comenzaba a oprimirme el pecho sin dejarme respirar. Me seguí hundiendo poco a poco hasta que solo se me veía la mano. Algo agarró mi mano y me logró sacar de ese infierno.
Estaba inconsciente y me sentía morir; pero un segundo más tarde recuperé la consciencia y pude abrir los ojos.
—Aylin, ¿estás bien? —preguntó Kirc nervioso.
Él me reanimó haciéndome la respiración artificial y ahí estaba dándome la mano sin separarse de mi lado.
—Estoy mejor, ¿qué ha pasado?, ¿quién me ha salvado? —pregunté mirando a mi alrededor con dificultad, puesto que todavía me estaba recuperando. No podía hablar bien ni respirar y la vista no estaba mejor.
—Gracias a Wolfy y a sus pequeños truquitos, con una rama cercana, pudimos sacarte del lodo —contestó Liam mirando alegremente al duende—. Hemos hecho bien en traerlo con nosotros.
Agradecí a Wolfy, dándole la mano, el haberme salvado, ya que todavía me costaba hablar y respirar.
Tenía el cuerpo, la cara y el pelo cubiertos de barro. Me picaba todo, pero no teníamos agua y tampoco había ningún lago cerca para lavarme.
Entonces, Wolfy pronunció unas extrañas palabras y a mi lado apareció un caldero con agua limpia y fresca. Me lavé y, por último, sumergí la cabeza en el líquido y me lavé el pelo. Ya estaba lista para continuar la marcha.
—¿De verdad te encuentras bien? Si quieres, podemos descansar y pasar aquí la noche. Podemos continuar por la mañana —sugirió Kirc.
—Tranquilo, estoy bien. Continuaremos caminando y no se habla más. Eso sí, esta vez iremos en fila para evitar contratiempos.
Seguimos con nuestro camino, hasta que la noche se nos echó encima y con la niebla, la visibilidad era nula.
Decidimos acampar y pasar la noche en ese tramo del bosque. Mientras unos preparábamos una hoguera y algo de comer, otros colocaban las mantas que llevábamos a modo de camas y nos acurrucamos alrededor del fuego. Tenía mucho frío, por lo que me costaba dormir; así que me acerqué más a Kirc; él me abrazó y conseguí quedarme dormida.
Me desperté de repente porque algo frío me rozó la cara, como si una mano helada acariciara mi mejilla. Entonces, decidí levantarme y andar por el bosque; seguía habiendo niebla, pero el día debía ser claro, ya que podía ver a través de ella. Continué avanzando hasta que llegué a un claro en el cual no había árboles, ni animales; el silencio era el dueño del lugar. De pronto, algo se cruzó delante de mí, una especie de nube gris. Miré fijamente para ver qué era, pero ya no estaba, había desaparecido.
Un minuto más tarde volvió pasar delante de mí y se detuvo expectante, permitiéndome ver perfectamente que era un fantasma. Le vi la cara, la cual tenía una expresión triste y asustada, pero se me acercó despacio y me observó detalladamente. Después desapareció.
Grité y me desperté, todo había sido un sueño.
El sol comenzó a salir, yo fui la primera en despertar. Después me siguió Kirc.
—¿Qué ocurre? —preguntó Kirc desperezándose.
—Nada, solo ha sido una pesadilla —dije tranquilizándolo.
—¿Qué hay para desayunar?
—Hoy comeremos frutos secos y fruta. No es que sea mucho, pero debemos comer lo esencial. Lo que da más energía.
Desayunamos, recogimos todo el campamento y reanudamos el viaje.
La niebla era menos espesa y se veía mucho mejor que el día anterior. Ya estaba recuperada y pudimos continuar el viaje hacia el reino de Eikam, pero debíamos tener mucho cuidado y no repetir los fallos anteriores y poner en peligro nuestras vidas.
Llegamos a un río, teníamos que cruzarlo si queríamos llegar a la otra orilla. Nos separamos en dos grupos: Liam con Wolfy y Kirc conmigo. Por nuestro lado no encontramos nada por donde poder cruzar, así que pensamos fabricar un puente con unos troncos; mientras pensábamos cómo talar los árboles, escuchamos un grito.
—Es Wolfy, debe de haber encontrado algo —comentó Kirc corriendo en dirección donde se encontraban los demás.
—Hay un puente ahí delante —dijo Wolfy—. Está un poco ruinoso, pero nos servirá para cruzar a la otra orilla.
—Bien hecho, chicos —dijo Kirc dando una palmadita en el hombro a Liam.
El puente estaba muy viejo, como dijo el duende. La madera estaba quebradiza, mojada y estropeada por el paso del tiempo. Era un puente algo estrecho, como para que pase un carro de un solo caballo, pero lo suficientemente grande para que pudiéramos pasar.
El primero en pasar fue Kirc, las maderas crujieron, pero lo consiguió sin ningún problema. El siguiente fue Wolfy y después yo, los tres pasamos sin ninguna dificultad. Liam fue el último en pasar, pero es el que tuvo más dificultades, puesto que las tablas se iban rompiendo a su paso. No pudo mantener el equilibrio y cayó al río.
Esperamos unos segundos para ver si salía a la superficie, pero nada, no se le veía asomar, se lo había tragado el agua. Comencé a gritar desesperada, pero nadie hacía nada, estaban paralizados. Así que, en un afán por salvar a mi hermano, intenté tirarme al agua, pero Kirc me abrazó para evitar que lo hiciera. Pero en un despiste, me solté y me tiré al río sin pensarlo. Nadé y buceé en su busca por esas aguas tan heladas, pero nada, ni rastro de él. Salí varias veces a coger aire y me volví a sumergir hasta lo más profundo, y ahí estaba, en el fondo del río con la pierna atrapada bajo una roca y parecía inconsciente. Subí de nuevo a la superficie a pedir ayuda.
—Kirc, ayúdame. Una roca esta aplastando su pierna y no tengo la fuerza suficiente para levantarla —expliqué—. Además, está inconsciente y no podré yo sola con él.
Kirc se quitó el calzado y se tiró al agua. Entre los dos logramos apartar la piedra y sacar a mi hermano del río. Lo colocamos en el suelo y, con unos pequeños golpes en el pecho, conseguimos que echara toda el agua que había tragado.
—¿Estás bien? —pregunté impaciente por saber cómo se encontraba—. Te debiste de golpear la cabeza cuando te caíste del puente.
—Estoy algo mareado y me duele un poco la cabeza, pero estoy bien, aunque tengo un poco de frío.
Lo arropé con las mantas y le puse un pañuelo en la cabeza, ya que tenía una pequeña herida que sangraba levemente. Me abrazó sin decir nada, algo que me pareció muy raro en él, eso era que estaba aturdido. Descansamos hasta su recuperación, ya que se encontraba débil, y así no podíamos continuar con nuestro viaje.
Descansamos durante dos días. Al tercer día reanudamos nuestro viaje, esta vez con mil ojos y todos dados de la mano. Así, si uno caía, el resto podría salvarlo.
Caminamos en silencio para estar alerta a todo lo que nos rodeaba. El bosque parecía eterno y se había convertido en nuestro peor enemigo. Llevábamos días caminando y no veíamos el final del mismo.
El día transcurrió sin incidentes por suerte, pero la niebla seguía dominando el bosque y se hacía cada vez más espesa, la noche empezó su reinado. Decidimos pasar la noche en un pequeño claro que logramos encontrar. Hicimos una hoguera para mantenernos calientes. Cenamos algo y dormimos apretujados unos contra otros para disminuir el frío que nos helaba los huesos.
Temblé de frío, solo llevaba el camisón y mis pies caminaban a través de la nieve. Observé que los árboles no tenían hojas, sería por la época del año; pero pude comprobar que habían caído y no volverían a crecer nunca más. Todo estaba muerto, sin vida. No se oían pájaros en el cielo ni se veían peces en el río; los animales no rondaban por el bosque. Después de un rato observando el bosque, levanté la vista y frente a mí se alzaba un castillo impresionante, con altas torres negras y en la vidriera de la torre más alta una sombra me observaba.
Me desperté sobresaltada, solo había sido un sueño. Me abracé a Kirc y me volví a dormir.
Amaneció un día diferente y el sol calentó mis pies desnudos. Abrí los ojos y sonreí al comprobar que no había niebla y el sol brillaba con intensidad en el cielo. Comimos y continuamos con nuestro viaje, ya que habíamos perdido mucho tiempo y no podíamos esperar a que los ejércitos de Dunia se alzasen contra nosotros.
Caminamos en silencio hasta llegar a un claro del bosque. No había niebla, puesto que era un día claro, pero algo extraño pasaba. No se oían animales como en el resto del bosque, ni ramas movidas por el viento. Había un silencio que estremecía el alma. Permanecemos unidos por miedo a aquello antinatural. Miramos hacia el fondo del bosque, no se veía nada. En ese momento, algo frío rozó mi cara. Otra vez se repitió mi sueño, con la pequeña diferencia de que aquello era real. Y ahí estaba, frente a mí, una nube blanca que poco a poco fue adoptando forma humana. Me miraba fijamente, observando cada detalle de mi ser, me volvió a rozar la cara y me desmayé.
Permanecí así durante algún tiempo, tenía la mente en blanco, así que no pensaba, no sentía, ni padecía, estaba ausente. En mi mente se materializó la imagen de una niña pequeña, hermosa e inocente. Sus cabellos eran dorados y rizados, y su piel era muy blanca con la nariz llena de pecas. Me habló y me dijo algo desconcertante. En ese momento me desperté sobresaltada.
—¿La habéis visto? Ella me habló —pregunté mirando a mi alrededor buscando algún indicio de su presencia.
—Aylin, aquí no hay nadie, estamos solo nosotros —contestó Kirc abrazándome—. Te desmayaste de repente.
—Pero yo la he visto, me dijo que ella me quería muerta. La niña de cabellos dorados me lo dijo.
—Aquí no hay nadie, te has debido de golpear la cabeza al caerte —dijo mi hermano.
Pero yo no estaba de acuerdo con ellos, estaba convencida de que había visto una niña y que me había hablado.
El día empezó a oscurecer, así que decidimos pasar la noche en ese claro, puesto que era mejor no avanzar por ese bosque maldito con noche cerrada. Hicimos una hoguera y dormimos a pierna suelta.
El alma se acercó a mí sigilosamente y me acarició la mejilla. Me levanté y la seguí sin hacer ruido para no despertar a los demás. Llegué al final del claro, cerca de una roca plana en forma de lecho. Ella estaba allí, era la niña mirándome con tristeza. De pronto, comenzó a hablar.
—Debes escapar, huye de aquí. Vuelve a tu mundo, porque si ella te encuentra, te matará.
No entendí nada de lo que me dijo, ¿quién iba a matarme? ¿Y por qué? Nada de lo que dijo el espíritu tenía sentido. Pero ella siguió repitiendo una y otra vez lo mismo. En ese instante, alguien me puso la mano en el hombro, me giré y pude ver a Kirc.
—¿Con quién hablabas? —preguntó Kirc asustado y mirando a todos los lados buscando a alguien.
—Con la niña que me habló el día anterior cuando me desmayé, ¿no la has visto? Estaba delante de mí contándome que alguien me quiere matar —expliqué decepcionada al ver la cara que estaba poniendo—. No estoy loca, yo la he visto y me habló.
—Yo no veo a nadie, eso debe ser del golpe y toda la tensión acumulada en el cuerpo por el viaje y todo lo que ha ocurrido en el transcurso del mismo —expuso abrazándome.
Decepcionada por su falta de confianza, lo empujé con tanta fuerza que le hice perder el equilibrio, pero no conseguí tirarlo al suelo. Tenía tanta rabia dentro de mí que logré sacar mucha fuerza de mi interior. Enfadada, le grité con todas mis fuerzas.
—No tengo tensión en el cuerpo, ni estoy loca si es lo que piensas. Y cuando pueda, te lo voy a demostrar.
Me marché asqueada y llorando a dar una vuelta por el bosque. Quería estar sola, lo necesitaba. Nadie me creía, era como volver otra vez atrás y encontrarme en casa con el libro en la mano, y con todo lo sucedido y que ni siquiera tu propio novio te crea. Lloré durante mucho tiempo, recordando todos aquellos momentos felices en los que yo no había encontrado nada raro en casa, y que éramos una familia y una pareja felices; pero esto era real, estábamos en un mundo extraño con criaturas extrañas. Quería volver a casa, pero era imposible.
Después de varias horas de meditación, volví al claro, ya se estaba haciendo de noche y no quería preocupar a los muchachos con mi retraso.
—¿Estás mejor? —me preguntó Kirc.
Pero no le contesté, así que me envolví en las mantas y me dormí.
Ya era de día, y como ya se me había pasado el enfado me giré para mirar a Kirc, y allí estaba, dormido como un ángel. Le di un beso, pero no se despertó. Le acaricié la cara y tampoco reaccionó. Lo moví, lo zarandeé, pero nada.
Empecé a ponerme nerviosa, llamé a Liam y a Wolfy, ellos también intentaron despertarlo, pero no hubo reacción. Empecé a pensar si estaba desmayado o incluso muerto. Comencé a observarlo por todos lados a ver si tenía algo extraño, y así es, tenía en el cuello una pequeña herida. Era muy extraña, nunca había visto nada igual. Era como una especie de quemadura, no había sangre, tenía forma de rombo y era bastante profunda. Cada vez me ponía más nerviosa, no sabía qué hacer ni cómo actuar. Wolfy miró la herida y se separó muy asustado.
—Esto tiene muy mala pinta —dijo el duende—. Esa herida se la ha hecho una mantícora.
—¿Y cómo podemos curarle? Habrá algo que podamos hacer —insistí agarrándolo de la ropa y zarandeándolo.
—Yo no lo sé, y suéltame que me haces daño.
Lo miró sin poder hacer nada, la herida se hacía cada hora más grande y nosotros no encontrábamos solución para evitar aquella desgracia. Los días se hacían eternos, no podía mirarlo y ver como su vida se consumía poco a poco. Pero por las noches era peor, no conseguía pegar ojo, y eso me debilitaba para poder cuidarlo como se merecía durante todo el tiempo que hiciera falta.
Algunas noches hacíamos guardia por si había cambios y despertaba o empeoraba. Pero no había nada, así que decidimos levantar el campamento e intentar llevarlo a cuestas.
Fabricamos una camilla con unas cuantas ramas y hojas en abundancia. Con mucho cuidado, lo colocamos encima y reanudamos nuestro viaje, el más horrible de nuestra vida. Nunca en mi vida he presenciado tantas desgracias juntas.
Continuamos caminando y parando de vez en cuando para poder descansar. Observé a Kirc para ver cómo evolucionaba, pero la ponzoña se seguía extendiendo por todo su cuerpo sin parar. Fui en busca de algo para comer, y conseguí coger unas frambuesas que había entre unos árboles, también cogí unas cuantas setas y preparé algo de comer.
—Kirc no mejora y el bosque no se termina, estamos atrapados aquí para siempre. —comenté tristemente—. Si no logramos parar el avance del veneno de la herida, Kirc no sobrevivirá. Debemos encontrar a alguien que nos ayude.
Pero es imposible, allí no había nadie, solo bosque y más bosque por todos lados.
La luna iluminaba el campamento a través de las hojas, así que decidimos dormir, ya que mucho más no podíamos hacer.
A la mañana siguiente, Wolfy fue el primero en despertarse y dar la voz de alerta.
—Chicos, despertad. Algo o alguien nos está vigilando —gritó asustado—. Vamos, todos arriba.
Cuando nos despertamos, teníamos a nuestro alrededor a un ejército de almas. Todos nos miraban y apuntaban con armas. Me levanté rápidamente y me puse a dialogar con ellos.
—No queremos haceros daño, solo queremos pasar al otro lado del bosque para poder llegar cuanto antes al castillo y poder salvar la vida de nuestro amigo —expliqué para hacerles ver que las armas eran innecesarias, pero era inútil y una de ellas, con su espada, me hizo un pequeño corte en la cara.
La herida me sangraba, pero era insignificante como para empezar un conflicto con unas almas que nos superaban en número. Al fin, una de ellas comenzó a hablar.
—Este bosque es nuestro y ningún humano ha osado jamás atravesarlo y ha logrado salir de él con vida.
—Eso no es cierto, el Maestro entró en este bosque y pasó al otro lado sin ninguna dificultad. Él fue quien nos insistió para que cruzáramos por aquí —expuso mi hermano—. Dijo que vosotros nos ayudaríais a cruzarlo.
Una de las almas interrumpió el diálogo y se adelantó hasta ponerse a mi altura.
—Princesa Enola, no os había reconocido. Pensé que habíais muerto. El Maestro fue un gran aliado nuestro y nos ayudó en momentos muy difíciles por los que pasaba nuestra comunidad. Le estamos muy agradecidos.
—Como podéis comprobar, no somos gente mala y conocemos al Maestro —comencé a hablar—. Así que, por favor, os pido que no perdamos más tiempo con charla, que para eso ya habrá ocasión, y que me ayudéis a salvar a mi amigo.
—¿Qué le ha ocurrido? —preguntó uno de ellos.
—Le atacó una mantícora mientras dormíamos —respondió el duende—. Su cuerpo está dominado por la ponzoña de su veneno y, si no hacemos algo pronto, morirá.
—Lo único que puede curar a este joven es el agua de la cascada del bosque de Tanuk, pero perderíamos mucho tiempo y ya sería demasiado tarde.
Entonces recordé lo que Tanuk me había dado el día que lo conocimos en su cueva. Sin decir nada, saqué el frasco de agua y se lo enseñé a los allí presentes.
—Este frasco contiene agua de la cascada. Me lo regaló Tanuk.
Al ver el contenido del frasco, una de las almas le dijo a Wolfy que trajera hojas de varios árboles. Unos minutos más tarde, el duende llegó con un puñado de hojas diferentes.
—Coge una y echa un poco del agua —me pidió el espíritu—. Con cuidado, colócala en la herida del muchacho. Ahora solo nos queda esperar.
Durante una noche entera, nadie pudo dormir. Todos estábamos pendientes de Kirc y de su recuperación. Mientras esperábamos para ver algún cambio, nos pusimos a conversar.
—El maestro nos entrenó y nos instruyó en el arte de las armas. También en el manejo de nuestra mente para así poder combatir a las fuerzas del mal —conté—. Por cierto, siento defraudaros, pero debo deciros que no soy vuestra princesa ni me llamo Enola. Me parezco mucho a ella, ya me lo han dicho más veces, pero no lo soy. Nosotros venimos de otro mundo; un mundo en el que no existe nada de esto, solo existe si crees en ello, y muy poco creen.
Todos estaban anonadados y no dijeron nada, solo miraban y escuchaban atentamente. Continué explicando cosas de nuestro mundo, ya que parecían muy interesados.
—En nuestro mundo no hay tantos árboles ni tantos animales como aquí. En este lugar, la vegetación y la fauna son extraordinarias. Allí las grandes casas, los edificios, las carreteras… destruyen todo a su paso, incluso el ser humano es destructivo.
Hice una pausa y proseguí mi relato, pero esta vez centrándome en nuestra entrada a través de la pared en el callejón.
—Cruzamos las puertas que nos llevaron al bosque de Tanuk gracias a un hada pequeña que nos guió y nos trajo hasta este mundo. Ella nos pidió ayuda para combatir a Dunia. Y cambiando de tema, una niña pequeña de cabellos dorados vino a advertirme sobre alguien que quiere matarme. No me dijo quién era, espero que vosotros podáis ayudarme a averiguarlo.
Todos permanecían en silencio, yo mientras me acerqué a Kirc para ver cómo seguía, pero nada. Pensé demasiadas cosas horribles mientras lo veía ahí, igual nunca despertaba, y jamás volvería a ver sus ojos, ni besar sus labios, ni discutir con él por bobadas.
Como ya era tarde, me despedí de todos los presentes y me recosté al lado de Kirc para descansar, o por lo menos intentarlo.
Otro día más en ese bosque y sin Kirc. Lo miré detalladamente para ver sus heridas y pude ver, sorprendida, que habían desaparecido y solo quedaba la herida principal. Estaba emocionada, y no sabía a quién despertar. Así que me quedé sentada a su lado, puesto que igual abría los ojos y quería que lo primero que viera fuera mi rostro. Y así fue, después de varios días sin dar señales de vida, Kirc se despertó.
Emocionada, lo abracé sin dejarlo apenas respirar. Estaba débil y debía tener cuidado de no lastimarlo, así que me separé con cuidado y lo miré a los ojos. No pude evitar que resbalasen unas lágrimas por mi mejilla, pues estaba muy emocionada de poder ver sus ojos.
—Aylin, tranquila, estoy bien —contestó con dificultad.
—Estaba muy preocupada y asustada, pensé que te iba a perder y todo por mi culpa.
—Eso no es cierto.
—Si yo no hubiese encontrado ese libro, nada de esto hubiese pasado y ni mi hermano ni tú hubieseis venido conmigo.
—Yo he venido porque he querido, nadie me ha obligado. Y tu hermano… en fin, se aburría en casa.
Una pequeña sonrisa se dibujó en mi cara y Kirc me abrazó.
—Hombre, si nuestro querido amigo ya se ha despertado —comentó Liam acercándose a nuestro lado—. Me alegro de que estés bien, la tenías muy preocupada, y a nosotros también.
Kirc se levantó con sumo cuidado de la camilla y observó a su alrededor para ver dónde se encontraba.
—¿Me habéis traído vosotros hasta aquí?
—Sí —respondió Liam—. Fabricamos una camilla con ramas y hojas, y entre los tres logramos traerte hasta aquí.
De repente, se quedó paralizado mirando a las almas. No sabía qué decir, ni qué hacer. Se giró con cuidado y me miró intentando decir algo que no lograba, solo pudo tragar saliva. Sus ojos estaban abiertos como platos mirando de un lado a otro.
Detrás de la aglomeración de almas apareció la niña haciéndose sitio para acceder al centro de la reunión.
—Esa es la niña, ¿la ves? ¿Estoy loca o qué? —comenté con sarcasmo—. No es mala, y ha salido en casi todos mis sueños, pero ahora es real, tan real como tú y yo. Por lo que he podido recordar y observar, el Maestro nos contó que las almas de este bosque son buenas y además ella me advierte de peligros, así que mala no es —expliqué a Kirc, que seguía anonadado.
Al final consiguió hablar.
—También nos dijo el Maestro que no siempre son buenas. Algunas almas nos engañarían e intentarían arrastrarnos al otro lado.
—Pero gracias a ellas tú estás con vida.
Se hizo el silencio y una de las almas comenzó a hablar.
—Es mi hija, se llama Nurka. Ve el futuro o lo intuye. La verdad es que todo lo que dice se cumple a gracias a eso, se puede cambiar el futuro.
—Pero ¿cómo puedo evitar que me suceda eso? ¿Y cómo puedo saber quién me quiere matar y cuándo será? —pregunté asustada, pero nadie me contestó. ¿Es que he preguntado algo extraño? Puede ser, puesto que nadie comenta.
Pasaba el tiempo y nadie dijo nada, así que cambié de tema y empecé a preguntar por qué estaban aquí y no habían pasado al otro lado. El jefe de todas las almas, el padre de la niña, comenzó a hablar.
—Mi nombre es Safir, y, como puedes ver, yo soy el líder de estas almas. Como bien sabéis, este bosque es el paso entre este mundo y el más allá. Las almas se quedan aquí tras su muerte, realizan aquello que les quedaba pendiente y pasan al otro lado —contó el jefe—, pero después de que el Mal cerrara las puertas, ningún alma puede abandonar el bosque, ni las malas ni las buenas.
—Pero ¿aquí también hay almas malas? —preguntó Liam.
—Nosotros estamos aquí —comentó una mujer— porque fuimos asesinados, otros morimos en guerras o por una muerte natural. En cambio, las almas malas son los asesinos o los hombres juzgados por la justicia por sus fechorías cometidas.
—¿Y dónde están esas almas malas? —interrogó Wolfy asustado y agarrándose a la pierna de Kirc.
Todos permanecieron en silencio. De pronto, un joven contó todo lo que sabía.
—Ellas son las que os han puesto las almas y las que nos hacen la vida imposible. Son pocos, serán unos 20, pero no sabemos cómo deshacernos de ellos.
—Vosotros sois cientos, no creo que sea tan difícil. Planearemos algo y las atraparemos —propuso Kirc acariciando la cabeza al duende para tranquilizarlo.
—Será muy complicado —declaró el muchacho— porque, como bien sabéis y estáis comprobando, somos almas. No atravesamos paredes ni nada por el estilo, pero no morimos y podemos desaparecer.
La cosa estaba muy complicada, todo eran problemas desde que habíamos entrado en el bosque. Había que pensar algo que nos sirviera para retener a esas almas.
—Yo sé cómo capturarlas —se adelantó a decir Wolfy—. El maestro me enseñó una forma de conseguirlo.
—¿Qué? ¿Y cuándo pensabas decirlo? —estaba asqueada con él y solo pensaba en cogerle de las orejas.
Kirc consiguió relajarme y me pidió que escuchase lo que nuestro amigo tenía que contarnos.
—El Maestro me entregó esta cuerda —sacó una cuerda plateada de su bolso y nos la mostró a todos los allí presentes—. Está fabricada con pelo de unicornio y bañada en su propia sangre. Con ella podremos atraparlas. Esta cuerda puede adoptar la forma que desees, incluso la forma de una celda.
Para probar que funcionaba, crearon una celda y metieron dentro de ella unas cuantas almas que salieron voluntarias para probar si era cierta su eficacia. Y así fue, de la celda no pudo salir ningún alma. Por fin tendríamos a esas almas a raya.
Ahora, el problema era cómo atraerlas a la trampa. Teníamos que poner un señuelo para que picasen.
—Se me ha ocurrido una idea —propuso Safir—. Enola, perdón, Aylin, con tu parecido a la princesa y con el medallón que posees, el cual busca ansiosamente la Diosa, caerán en la trampa sin ningún problema.
Kirc no estaba de acuerdo con el plan. Me acerqué a él, pero se alejó de mí. Caminó sin rumbo hasta llegar a una roca fuera del claro, en la cual se sentó. Me coloqué junto a él y nos pusimos a hablar.
—¿No te das cuenta de lo peligroso que es? —pero ni siquiera me miraba a la cara—. Si ellos consiguen atraparte, te llevarán ante la Diosa. Te perderé y no volveré a verte.
—Tranquilo —lo consolé mientras lo abrazaba, pero él esquivó mi brazo—. Confío en vosotros y sé que no permitiréis que me pase nada.
Se giró y me abrazó con mucha dulzura. Estaba muy asustado y temblaba, noté como sus lágrimas mojaban mi hombro. Le sequé los ojos y lo besé, yo también tenía miedo y no quería perderlo. Nos levantamos de la roca y, cogidos de la mano, regresamos al centro del claro. Todo estaba preparado.
De repente, noté una corriente eléctrica que recorrió todo mi cuerpo y que hizo estremecer todo mi ser. El momento había llegado.
—Como ya sabes, el medallón brilla en la oscuridad. Eso los atraerá y en cuanto te vean, te confundirán con la princesa Enola. Se acercarán poco a poco y ¡zas! —explicó Safir mirándome fijamente a los ojos—, los atraparemos.
Me despedí de Kirc, me senté y esperé. Ellos se escondieron y el silencio se hizo presente en el claro.
Las horas pasaban y allí no acudía nadie. La noche cada vez era más cerrada. De repente, una luz surgió de entre los árboles. Por fin habían llegado y venían directos hacia mí.
Uno de ellos se acercó poco a poco. Era un muchacho joven con una cuerda atada al cuello. Fue ahorcado, por lo que pude deducir. Rozó mi cara con su mano, entonces pude notar el mismo frío como cuando me rozó la niña. Continuó bajando la mano hasta el medallón. Entonces hizo una señal y el resto de almas se acercaron. Me rodearon, pero pude saltar hasta alcanzar una soga colgada de un árbol que accionó un mecanismo y la jaula cayó, atrapándolos a todos. No podían soltarse, pero sus movimientos eran fuertes y constantes; después de largas horas, por fin se calmaron al ver que era inútil soltarse. Conseguimos conversar con ellos.
—¿Quién os envía? ¿Por qué queréis el medallón? —interrogué histérica amenazando a uno de ellos con la daga.
Pero si lo piensas, una daga era insignificante contra un alma.
—No puedes matarnos, ya estamos muertos. Tus armas son insignificantes contra nosotros.
—Las suyas sí, pero estas no. Así que habla —se adelantó Safir apuntándole con un cuchillo.
El espíritu se estremeció y accedió a contar todo lo que sabía. La Diosa les había prometido que regresarían al mundo que les corresponde, dejando el bosque para siempre. Solo tenían que conseguir el medallón y a su portadora y llevarlos ante ella. Con este saldarían su cuenta y dejarían de vagar por el bosque.
—¿Qué hacemos con ellos? Casi acaban con nosotros en numerosas ocasiones. Deberíamos castigarlos —propuso Liam indignado.
—De esa forma no seríamos mejor que ellos. Debe de haber algo que podamos hacer, pero ¿el qué? —comenté pensativa.
En ese momento, Nurka se acercó y me propuso algo poco corriente y difícil, pero a la vez muy sensato.
Debíamos encerrarlos en una bola de cristal y tirarlos al mar. Era algo para lo que nadie nos había preparado.
—Yo puedo hacerlo —anunció Wolfy interrumpiendo mis pensamientos.
—Wolfy, no es momento para bromas. Deja que me concentre para buscar una solución —contestó.
—Pero es que yo sé hacerlo. El Maestro me enseñó, dijo que en algún momento lo necesitaríamos y creo que ese momento ha llegado.
La noticia nos dejó muy sorprendidos. Nadie pensaba que un simple duende pudiera hacer algo así, pero hasta la persona más pequeña aporta un granito de arena.
Esperamos a que bajara el sol y la noche inundara el bosque. Era la ocasión idónea para realizar el ritual o lo que fuese.
La luna llena iluminaba el bosque y dejaba ver cada árbol, cada hierba, cada flor que lo forma. Formamos un círculo en el claro, el cual era inmenso. Justo en el centro se colocó Wolfy con la bola de cristal. Bola que nadie sabía de dónde demonios la había sacado y tampoco quisimos preguntar para no interrumpirle. El duende se sentó en el suelo, sujetó la bola entre sus manos con los brazos estirados sobre su cabeza y cerró los ojos.
Todo estaba en silencio, nadie pronunció una palabra. De repente, un haz de luz llegó del cielo y atravesó la bola hasta llegar al duende. Era lo más hermoso que había visto nunca.
En ese instante, todos los malos espíritus se izaron hasta el cielo y uno a uno fueron absorbidos por la bola. Cuando entró el último de ellos en la esfera, esta se elevó y desapareció. Wolfy cayó desplomado por el esfuerzo y durmió felizmente hasta el día siguiente.
Todo había terminado, o eso creyeron nuestros amigos. No se percataron de que una de las almas se libró del encierro en la bola y huyó del bosque.
Caminó sin descanso por todas las tierras sin ser visto hasta llegar a las tierras oscuras de Dendir.
El alma consiguió llegar hasta el castillo de la diosa. Los centinelas no lo dejaron pasar, pero después de mostrarles la marca del mal, sin decir palabra, lo dejaron pasar.
Entró a los aposentos de la señora. En ningún momento osó levantar la mirada hacia ella. Era muy hermosa, cautivadora, pero nadie podía mirarla a los ojos. Dunia, la diosa de las Tinieblas, era una mujer muy poderosa y traicionera donde las haya. Embaucaba a cualquiera que se interpusiera en su camino —sobre todo hombres— para obtener sus propósitos.
Sus ojos verdes destacaban sobre una piel muy blanca. Su largo pelo rojo y liso, que llevaba atado en una trenza y largo hasta la cintura, era como el fuego, ardiendo sin cesar. Su vestido era estrecho y largo hasta los pies. Se adaptaba perfectamente al cuerpo, dejando ver su esculpida silueta. Pequeños trozos de tela transparente y bordada formaban parte de tan vistoso y deslumbrante vestido. Su escote era provocativo, pero más lo era su espalda, que dejaba al descubierto. Sus mangas eran largas y terminaban en campana. Era realmente hermosa.
—¿Qué nuevas me traes? —preguntó la Diosa, sin mirarlo, sin desviar su atención de la rosa negra que sostenía entre sus manos—. Habla.
—Ella estaba allí con su medallón, justo como usted la describió. Cuenta con varios aliados, entre ellos dos muchachos y un duende, además de todas las almas buenas del bosque que la apoyan. Cuando entraron en el bosque, intentamos evitar su entrada en él con trampas e incluso matando a uno de sus compañeros, pero lograron sobrevivir. Todo fue inútil.
—Vaya, así que ella está aquí y cada vez se acerca más a mí.
—Mi señora, mis compañeros han desaparecido o muerto, no sé exactamente —estaba muy nervioso y tembló de miedo—. Han sido encerrados en la bola de cristal. Yo logré escapar y me dirigí rápidamente aquí para contarle todo lo sucedido.
—Tú, el más inteligente de todos logra escapar de un encierro seguro —contestó irónicamente girándose poco a poco hasta clavar sus ojos en los ojos del alma—. No eres más que un cobarde, un ser sin escrúpulos que vendería a su propia madre para salvar su pellejo.
—Pero… —intentó balbucear.
—Silencio —gritó la Diosa.
Durante un rato nadie dijo nada, el silencio invadió la sala. La luz que iluminaba la habitación se apagó de repente. La oscuridad absoluta dominaba la estancia.
Un segundo más tarde el visitante habló.
—Señora, ¿me puedo ir?
—Sí, claro, desaparece de mi vista —pero ella no pensaba dejarlo marchar tan feliz.
De repente, su pelo se encendió como una cerilla, sus ojos estaban inyectados en sangre. La diosa gritó tan fuerte que el visitante se esfumó sin dejar rastro.
—Nadie que me sirva se convierte en un cobarde y deja a los suyos en la estacada.
Como si no hubiese pasado nada, la diosa se dirigió a su cama, se despojó de sus ropajes y se durmió.
Llegó el amanecer, y con él un nuevo rayo de esperanza para el bien.
Me levanté entusiasmada y fui al río a bañarme. Todo estaba tranquilo, o eso creía, el medallón comenzó a brillar y a moverse frenéticamente, se volvió loco. Miré a mi alrededor, pero no pasaba nada. El agua del río estaba en calma y me encontraba completamente sola.
Miré al cielo y ahí estaba la respuesta a la reacción del medallón. Estaba teñido de rojo, el color de la sangre, la batalla estaba cada vez más cerca y habría mucho derramamiento de sangre. Asustada, salí del agua, me vestí y volví a mirar al cielo. Este había recuperado su color, había sido solo mi imaginación, una mala noche y muchos acontecimientos, los cuales te juegan malas pasadas.
—Buenos días —dije a Kirc que se levantó con los ojos a medio abrir—. ¿Qué tal habéis dormido?
—Muy bien, sin esas almas errantes acechando, se duerme en la gloria.
—Dentro de unos días dejaremos el bosque y volveremos a retomar nuestro camino para lograr nuestro objetivo.
—Se acerca la batalla —dijo Safir acercándose sigilosamente hasta donde nos hallábamos—. El cielo se tiñó de rojo, habrá mucho derramamiento de sangre.
—Yo también lo vi —dije—. El medallón se agitó fuertemente y se iluminó como nunca, él sabía lo que iba a suceder.
—Los ejércitos del mal se preparan para la gran batalla. Si se apoderan del medallón y conquistan este mundo y el vuestro, los dos mundos estarían condenados —explicó Safir—. Solo tú, princesa, puedes evitar esta tragedia.
—Yo no soy ninguna princesa. Me gustaría que me explicaras por qué me llamáis Enola y decís que soy la hija del rey.
Todos los presentes permanecieron en silencio durante unos minutos hasta que Safir comenzó a relatar su historia.
—Hace muchos, muchos años, el príncipe a tu edad más o menos, con un físico muy apuesto y muy orgulloso de sí mismo, conoció a una mujer hermosa y de familia humilde, pero buena y generosa como ninguna otra. Como ya sabes, los reyes no pueden casarse con nadie que no sea de linaje real, pero el padre del príncipe hizo una excepción y bendijo ese matrimonio.
Todos escuchamos atentamente sin decir nada para no interrumpir la historia.
—Pasaron los años y la esposa del príncipe, ahora reina, no concebía hijos. El reino se marchitaba y los reyes eran cada vez más viejos. Pero cuando creían que ya todo estaba perdido, la reina quedó en cinta. El médico habló con ella en privado y le dijo que el embarazo saldría adelante, pero que ella fallecería en el parto. Eso no le importó y jamás se lo contó a su esposo. Cuando el momento del parto se acercó, las cosas se complicaron, pero nació una hermosa niña, sana y fuerte como su padre. Sin embargo, su madre, antes de poder verla y mecerla entre sus brazos, falleció. El rey, destrozado, crió a su hija como si se le fuera la vida en ello. El nombre elegido por su padre fue el de Enola, que significaba diosa de la luz. Aprendió todo lo que una muchacha debía saber y todo lo que un hombre debía aprender. El rey estaba muy orgulloso de ella. En su dieciocho cumpleaños, Enola se vistió para la ocasión y su padre le hizo una gran fiesta. Vinieron invitados de todo Saykam y muchos pretendientes, pero la muchacha no hizo caso a ninguno, pero uno de ellos la cautivó de verdad. Se trataba de un muchacho algo mayor que ella. Un chico humilde, pero de buen porte. Tenía el pelo negro, al igual que sus ojos, apuesto y amable, en definitiva, un buen chico. A su padre no le gustaba, no como pretendiente, solo por el hecho de que si él se la llevaba, el rey se moriría de pena. Enola discutió con su padre, se marchó y jamás regresó. Todos la dan por muerta, menos el Rey. Él confía en que volverá a su lado. Tú eres su vivo retrato.
—¿Crees que ella se marchó con él? —pregunté intrigada.
—Se marcharon juntos, de eso estoy seguro, pero a dónde —Safir hizo una pequeña pausa, miró al cielo y reanudó la conversación—. Ese es un interrogante. Nadie la ha visto por Saykam, ni por Dendir. La buscaron durante años, pero no hubo noticias de ella. Una de las hipótesis que se baraja es que paso a vuestro mundo con él.
—¿Los vio alguien pasar al otro lado? —inquirió Kirc interesado.
—No, pero si alguien los vio, no lo ha contado —contestó.
—Bueno, cambiando de tema —interrumpió Liam—. ¿Cómo lucharemos contra los ejércitos del mal? Nosotros solo somos cuatro.
—En el reino de Saykam, los Naithilis se unirán a vosotros contra la oscuridad —explicó el espíritu— y… nosotros también os ayudaremos a luchar. Es una buena causa para poder cruzar al otro lado.
Cada día que pasaba, se acercaba más el día de partir a Saykam y, por tanto, el día de la batalla. Todos preparaban sus armas, afilaron sus cuchillos, hachas, espadas… Fabricaron flechas y lucharon cuerpo a cuerpo para perfeccionar sus técnicas.
Los días eran claros y el sol brillaba en lo alto del cielo, pero las nubes eran extrañas y no se escuchaba ningún animal. Todo parecía muerto, sin vida, como si hubiesen desaparecido todos los seres del bosque. Incluso la luna era diferente, ya no tenía su color perlado de siempre, estaba adquiriendo un tono rosado. La miré en silencio observando con detalle su belleza. Era hermosa, a la par que tétrica.
De repente, me asusté. Alguien me tocó el hombro y grité. Saqué mi daga y me giré para atacar al intruso, pero ahí estaba Kirc, cerca de mí con un pequeño corte en el cuello.
—Lo siento —dije arrancado un trozo de vestido y limpiando la herida— me asusté y…
—Tranquila, ha sido culpa mía. Debí acercarme haciendo más ruido —respondió anudándose la tela en el cuello.
—Observa la luna, no es la de siempre y el bosque… —hice una pausa para que pudiera escuchar— ha cambiado. No se escucha nada.
Pero él no le dio importancia, igual era cierto y solo era mi imaginación. Dejé mis pensamientos y volví a entrenar con los demás. Practiqué con las flechas, cada vez las lanzaba más lejos y acertaba en mi objetivo. Todo lo que me había enseñado el Maestro me estaba ayudando a desarrollar mi mente y mi cuerpo.
Después de muchas horas de agotado entrenamiento, paramos para descansar hasta el día siguiente.
—Las mujeres hemos preparado algo para comer para mis hombres. He preparado revuelto de setas con verduras y ellas han elaborado algo más extraño —expliqué a nuestros comensales.
Comimos, reímos, cantamos y bailamos para olvidar todo lo malo que nos esperaba. Debíamos descansar, mañana sería otro día y seguiríamos desarrollando nuestras habilidades.
Crash…
Me desperté asustada, miré alrededor, pero nadie se había despertado. Me levanté cuidadosamente para no molestar a nadie, paseé por el campamento, pero no había nada.
Crash…
Me giré asustada y pude ver como entre los árboles del bosque brillaba algo, pero no se veía nada. Me acerqué con cuidado.
—¿Quién anda ahí? Sal y descúbrete —pero nadie contestó—. Sé que estás ahí.
De pronto, alguien salió de los árboles. No lo veía bien, pero la luna iluminó su rostro. Era un elfo, un elfo muy apuesto con ojos azules, cabello negro que brillaba con los reflejos de la luna. Me miró a los ojos sin pronunciar palabra.
—¿Quién eres? ¿Qué haces escondido en esos árboles? —pregunté amenazándole con daga, pero el elfo no contestó—. ¿Por qué no contestas? ¿Nos estabas espiando?
—Mi nombre es Bregar —respondió sin dejar de mirarme y desapareció delante de mis ojos.
Caí al suelo desmayada. Al rato, desperté y ahí estaba Wolfy mojándome la frente con un paño mojado.
—¿Te encuentras bien? —preguntó asustado—. Fui en busca de algo para comer y aquí te encontré.
—Estoy bien, solo me duele un poco el cuello. Debe ser del golpe al desmayarme —respondí—. Gracias, Wolfy, ¿ya se han levantado todos?
—Sí, están preparando las armas para entrenar —explicó—. Están dispuestos a morir por ti, por su mundo y por ellos mismos.
—¿Por mí? —pregunté muy sorprendida—. Yo no soy nadie, nada importante para ellos, solo soy una muchacha muerta de miedo y sin saber qué hacer.
—Eres su esperanza, la última que les queda para librar a su mundo de las fuerzas del mal —continuó comentando el duende—. Eres su reina, su vivo retrato y ellos te seguirán hasta el final.
Pero ¿y si les fallaba? ¿Y si morían todos por su culpa y no lográbamos la paz?
Era una carga muy grande para mí y no sabía qué hacer. Estaba desesperada, era mejor olvidarlo e intentarlo con todas nuestras fuerzas. Me levanté lentamente del suelo y me fui al campamento, desayuné y me dirigí al grupo.
—Amigos, debemos planear la batalla, el lugar estratégico de cada grupo, pero no soy buena estratega y… no sé dónde colocaros a cada uno —me derrumbé, no podía llevar eso, era muy difícil y no tenía conocimientos—. Lo siento.
—Muchacha, debes tranquilizarte, todos confiamos en ti y te ayudaremos a elaborar nuestros planes —dijo Safir para animarme.
—Nosotros también te ayudaremos —dijo una voz detrás de los arbustos—. Lucharemos con vosotros contra el mal.
Los centauros hicieron su aparición apoyando la batalla. Tanuk encabezaba la manada de centauros. Todos provistos de armas, corazas para proteger sus tórax, dispuestos a morir defendiendo su mundo. Eran unos 200 más o menos y, por tanto, las esperanzas aumentaron.
Nos reunimos en el centro del bosque para organizar las estrategias y qué grupo se colocaría en cada zona.
—Existen cuatro zonas estratégicas —empezó a explicar Tanuk—. La primera son las Montañas Escarpadas. Es tierra de lobos, así que allí mandaría a las almas. Ellas pueden pasar desapercibidas y dejar el paso despejado para nuestra llegada. La siguiente zona es el Reino de Saykam, esta parte debe estar muy bien protegida, debemos defender al rey y evitar que tomen el reino. Uno de vosotros tres se quedará en el reino —dijo mirándonos a Liam, Kirc y a mí—. Dirigiréis parte del ejército de los Naithilis y evitareis que entre cualquier intruso en el reino —hizo una pausa y se dirigió a Wolfy—. Tú debes partir sin demora a las Tierras Doradas, tienes que evitar que destruyan vuestro pueblo y que os hagan prisioneros.
—¿Y qué ocurrirá si alguien consigue llegar al bosque? —dije asustada.
—Las ninfas cuidan del bosque. Lo vigilan día y noche. No habrá ningún problema, pero de todas formas habrá que evitar que lleguen allí —se apresuró a explicar uno de los centauros.
—Continuemos —prosiguió Tanuk—. Nosotros, los centauros, y parte de los hombres de Saykam con otro de vosotros iremos al desierto de Dendir. Es otro paso que debemos defender, ya que los ejércitos deberán pasar por aquí. Es el paso más adelantado hacia las puertas del castillo, cerca de la ciénaga. Y el último punto es el río de los muertos, es el río más largo y caudaloso de nuestro mundo, pero no es un río corriente. Sus aguas son calientes, hierven, de ahí su nombre, puesto que todo el que cae en él no sale vivo, su cuerpo se consume y desaparece. Esta es otra zona posible a parte de las montañas escarpadas, por la que pueden pasar nuestros enemigos hasta nosotros. Pero hasta que lleguemos a Saykam no podremos decidir qué grupo irá al río.
Cuando Tanuk terminó de hablar, nosotros tres nos concentramos para hablar de la separación inminente. Nos miramos los unos a los otros sin pronunciar palabra, no quería separarme de ellos. Igual nunca más volvíamos a vernos, tenía mucho miedo.
—Kirc, si nos separamos para la batalla, quiero que me prometas que tendrás cuidado y que volverás a buscarme —estaba tan triste que no pudo evitar derramar algunas lágrimas.
—Aylin, no llores. Te prometo que volveré a por ti y nunca nos separaremos —contestó Kirc consolándome y secándome las lágrimas.
Pasados unos minutos, me dirigí a mi hermano, lo miré a los ojos, pero no tenía palabras para decirle todo lo que sentía en ese momento, así que lo abracé y todo se dio por supuesto.
Se hizo de noche, el cielo estaba cubierto de estrellas y la luna iluminó el claro del bosque. Nadie podía dormir, los nervios y el miedo a la batalla congeló el corazón de los presentes. Nadie hablaba, el cansancio los vencía, pero en cuanto cerraron los ojos, las pesadillas los atormentaron.
Me levanté en medio de la noche, observé al grupo y todos dormían plácidamente. Caminé a través del claro y llegué al río, me senté en la orilla y metí los pies en el agua. De repente, algo me tiró al agua, me ahogaba y entre la agonía y la desesperación, una hermosa mujer apareció ante mí. Sus cabellos eran rojos como el fuego, sus ojos verdes se clavaron en los míos. Me quedé quieta sin poder moverme, estaba paralizada.
—Pronto vendrás a mí, serás mía y tu medallón será la clave de mi éxito. Todo lo que amas desaparecerá contigo.
—Aylin, Aylin —alguien me estaba zarandeando para reanimarme—. ¿Estás bien?
Abrí los ojos poco a poco y delante de mí estaba Kirc. Lo abracé y le conté mi pesadilla, todas y cada una de las que había tenido durante nuestra estancia en el bosque de las almas perdidas. Tanuk se metió en nuestra conversación y afirmó lo que yo sospechaba, Dunia era la mujer de mi sueño. Estaba temblando por la situación y al recordar las amenazas de la diosa. Estaba desesperada, quería que esas pesadillas desapareciesen, que ella no se metiera en mi mente, que me dejara en paz.
—Ella no desaparecerá de tu mente, está unida a ti por medio del medallón —comentó el centauro—. No dejarás de verla hasta que no la destruyas o, por el contrario, ella consiga el medallón.
—Pero estoy harta. Necesito descansar y dormir, lo necesario para afrontar este destino que me está encomendado.
—Dunia solo pretende asustarte, quiere debilitarte y así conquistar tu mente. Cuando ella acabe con tu mente, tendrá tu cuerpo a su merced. Debes ser fuerte y resistir, no puede hacerte daño mientras lleves el medallón, debes estar tranquila.
Era muy fácil decirlo, pero en mis sueños no mandaba nadie y ella entró a sus anchas. Debía enfrentarla y así conseguiría controlar esas pesadillas tan horribles.
—Aylin —me reclamó Kirc—, necesito hablar contigo.
Estaba muy serio y me asustó un poco.
—Quiero decirte que…
—Kirc, ¿qué ocurre? No me asustes, así que dime lo que tengas que decirme, sea bueno o malo, dímelo ya.
—Tengo que marcharme.
Se dio la vuelta y no dijo nada más.
—Pero por qué dices eso, por qué ahora. Prometiste no alejarte de mí nunca y que después de la batalla volverías a buscarme.
—Me duele marcharme y dejarte aquí, pero Tanuk me reclamó. Me necesita.
—Y yo qué, ¿no te necesito? Si ahora te vas, no podré lograr todo lo que vine a hacer aquí. Te quiero a mi lado.
—Tú eres fuerte y muy valiente. También eres muy capaz de llevar las riendas de todo esto. Eres la princesa de este mundo, aunque no quieras reconocerlo.
—Pero yo sola no podré, necesito tu ayuda.
—En unas semanas regresaré y todo volverá a ser como antes. Volveremos a estar juntos y continuaremos con nuestros planes.
—Y qué tienes que hacer tan importante con ese centauro que tienes que marcharte de mi lado por tanto tiempo. Jamás he estado tanto tiempo alejada de ti, y menos en un mundo que no es el mío.
—Aylin, vales mucho y serás capaz de estar todo ese tiempo y más sin mí. Ya verás que será muy poco tiempo y que sin que te des cuenta estaré aquí a tu lado.
Sin decir nada más, me fui.
Pasaban las horas y en todo ese tiempo pude pensar en lo hablado con Kirc. Me dolía mucho que se fuera, que se marchara en un momento tan difícil, pero tampoco podía exigir lo contrario. Lo iba a echar mucho de menos. Cuando me levanté, justo enfrente me encontré con Kirc. Quería hablarle, pero me rodeó con sus brazos y me besó sin dejarme explicarle las cosas.
—Kirc, sé que lo pasaré muy mal, pero si tienes que irte, lo aceptaré, aunque me duela.
—Calla, no digas nada, solo bésame y disfrutemos del poco tiempo que nos queda juntos hasta que volvamos a encontrarnos.
Acarició mi rostro delicadamente, bajó su mano hasta mi cintura y me apretó contra él. Nos unimos en un beso eterno y poco a poco me fue desnudando bajo la luz de la luna. Y en un fuerte impulso, unimos nuestros cuerpos en uno solo, embriagados por la pasión y el amor que nos teníamos.
Llegó el amanecer y con él la triste despedida. Me quedé mirando tiernamente a Kirc. No podía hacerme a la idea de que se marchase y que hasta dentro de unas semanas no lo volvería a ver. En ese momento, un rayo de sol llegó a su rostro y se despertó.
—Hola, ¿qué tal has dormido? —le pregunté con una amplia sonrisa—. Tienes que preparar todo lo necesario para llevarte en el viaje.
—No creo que necesite mucho, prefiero llevar poco para no tener que soportar mucho peso. Sobre todo, tendré que llevar comida y las armas, nada más.
—Pero también tendrás que llevar ropa y mantas para taparte si te quedas a dormir a la intemperie.
—No te preocupes tanto que voy a estar bien, de verdad. El tiempo pasará muy rápido y volveremos a vernos en poco tiempo. Me acordaré de ti todo el tiempo.
Me miró y me besó delicadamente en los labios para besar después mi frente. Lo abracé y no quería soltarlo nunca, pero debía dejarlo marchar. Recogí todas sus cosas y las envolví en un hatillo.
—Te he metido algo de comida también para que no pases hambre, un poco de fruta, frutos secos y algo de verdura —le expliqué—. No dejes que se estropee, pero tampoco te lo comas todo a la vez, que puedes ponerte malo y yo no estoy a tu lado para cuidarte.
—Deja de preocuparte, estaré bien.
Sin decir nada más, nos dirigimos al claro para la despedida. El centro estaba muy concurrido, todos los allí presentes estaban esperando el momento más triste de esta primera jornada.
—Señores y señoras, quiero deciros que nuestra partida traerá grandes esperanzas y soluciones a nuestra lucha —comenzó a exponer Tanuk—. Nuestra partida no es en vano. Con ella la victoria estará asegurada.
—¿Qué es lo que van a buscar fuera de este bosque que pueda sernos de ayuda? —preguntó Liam con curiosidad—. No creo que haya mucho más allá fuera que nos sirva en esta lucha.
—No debatas algo que no sabes ni conoces. Las respuestas a vuestras dudas serán aclaradas —pronunció—. Ahora no podemos demorarnos más y debemos partir con rapidez. El día avanza y hay zonas por las que no debemos pasar de noche.
Liam fue el primero en acercarse a Kirc y darle un abrazo enorme a modo de despedida. Después se acercó a mí y, con una mirada muy tierna, me agarró de la cintura y me abrazó con mucha energía. Le devolví el abrazo y se marchó sin mirar atrás. Fue una despedida muy triste, pero las semanas pasarían pronto y Kirc volvería a mi lado.
Habían pasado varias horas desde la partida de nuestros amigos y nadie había hablado en todo ese tiempo.
—La partida ha sido dura y será larga, pero debemos apoyarles y confiar en ellos. —comencé a explicar delante de todos los presentes—. Ahora debemos preparar nuestro viaje al palacio del rey Eikam. Iremos los tres solos y vosotros estaréis preparados para cuando os reclamemos para hacer frente al mal.
—Pero si vamos los tres solos sería muy peligroso, podría pasarnos cualquier cosa —comentó Liam—. Deberíamos pedir a Safir a sus compañeros para que nos escolten hasta el castillo.
—Eso no puede ser. Si ellos se arriesgan a ser vistos, nuestros planes serán descubiertos y nada podrá garantizarnos la victoria —expuse—. Muchos de los siervos de la diosa nos están siguiendo y sabes en todo momento dónde nos encontramos.
—¿Y cómo sabes eso? —preguntó Wolfy intrigado.
—Hace dos días me encontré con un ser extraño. No supe quién era —empezó a contar—, pero a fuerza de mirarle pude ver que era un elfo.
—¿Un elfo? —preguntó Safir—. Y te dijo qué quería.
—No, solo me dijo su nombre, Bregar, y después desapareció. Pero creo que lleva varios días o incluso semanas siguiéndonos. Cuando estuvimos en la casa del Maestro, un día que fui al lago a ducharme noté entre los árboles y los arbustos que alguien me espiaba. Y puedo suponer y no me equivoco que fue ese elfo el que me espió entonces y todas las veces anteriores.
—¿Y por qué jamás nos lo dijiste? —me interrogó Liam un poco enfadado.
—Porque pensé que eran imaginaciones mías, y después de todo lo sucedido anteriormente con el libro, el medallón y todo lo demás, preferí no decir nada y evitar malos entendidos.
—Debemos marcharnos cuanto antes al reino, así conseguiremos unos días de ventaja antes de que consigan encontrarnos de nuevo —sugirió Liam—. Cojamos nuestras cosas y comencemos nuestro viaje lo antes posible.
—Creo que no es necesario precipitarnos, podemos salir en un par de días —propuso—. Recogeremos las cosas con calma y después ya saldremos.
—Niña, eso es muy insensato —dijo Safir—. Debéis hacer lo que sugiere Liam, es lo más sensato, así evitaréis muchos problemas con los siervos de la diosa.
La verdad era que ellos tenían razón. Ese elfo sabía dónde estábamos antes y ahora, lo había sabido siempre. Pero creía que ese elfo no era malo, porque si era mandado por la diosa y quería el medallón, ¿por qué nunca lo tomó? ¿Por qué no me secuestró y me llevó frente a ella? Era algo que iba a averiguar costase lo que costase, aunque tardara toda mi vida en averiguarlo.
Recogimos nuestras cosas, comida y todas las ropas. Lo dejamos todo preparado y nos dispusimos a descansar para emprender el viaje al reino lo más temprano posible.
La noche era tranquila, nada de pesadillas y nada de contratiempos. Pero en mi corazón había un gran vacío, una pena enorme por la ausencia de mi amor.
El amanecer llegó y con él la gran partida al reino; todo estaba listo y la demora solo nos pondría muchas dificultades en el camino.
—Vamos, no debemos demorarnos más. Si los vasallos de la diosa salen en nuestra busca, nos encontrarán rápidamente y ya no habrá nada que hacer. Si nos apresan, todo estará perdido —dijo Liam algo preocupado y metiendo presión para que nos marcháramos cuanto antes.
—Ya lo tengo todo listo, solo quiero despedirme de nuestros amigos y ya podremos irnos —contesté cogiendo todos los bártulos y algo de comida.
Todo me parecía raro, dejamos el bosque después de tanto tiempo y me sentía triste, sola. Había dejado atrás a Kirc y no sabía cuándo lo volvería a ver. Saldría sola a afrontar mi destino, esperando la llegada de mi guerrero, si llegaría sano y salvo a mi lado, a buscarme como me había prometido.
—Bueno, muchacha, es hora de decir adiós y que continuéis con vuestro viaje —comentó Safir con una mirada un poco triste—. También quiero advertiros de que no dejéis el sendero. No os adentréis en el bosque, es demasiado peligroso.
—¿Por qué? —pregunté algo asustada por la cara que había puesto.
—Existen zonas donde el bosque no es seguro. Debéis evitar meteros en él, porque si lo hacéis, si tenéis suerte, os costará salir, pero saldréis. En caso contrario, si fracasáis y no encontráis la salida, moriréis en el intento.
Sin decir palabra, los tres nos miramos algo horrorizados por las palabras de Safir. Jamás abandonaríamos el bosque, solo en el caso de que fuera por fuerza mayor.
—Pronto nos veremos, aunque espero que ese día, el día de la batalla, llegue lo más tarde posible —mencioné algo ausente.
—En cuanto sepamos o tengamos indicios de cuándo empieza la batalla, debemos buscarnos y comunicarnos para poder reunirnos y ordenar nuestros hombres para la batalla.
—Pero ¿cómo nos avisaremos para ese momento? —preguntó Liam.
—Dos días antes de la batalla, más o menos —comenzó a hablar Safir—. Ya sé que una guerra es algo imprevisible, pero si metemos uno de los nuestros en su grupo, conseguiremos averiguar muchas cosas. Pero en cuanto sepamos el día, debéis avisarnos cuanto antes.
—¿Y cómo?
—Como iba diciendo, dos días antes de la batalla deberéis encender una almena en el horizonte, pero no una almena cualquiera. Su fuego no será amarillo y anaranjado como las llamas comunes, será de color verde —hizo una pausa y cogió una pequeña bolsa de cuero que tenía escondida debajo de la rama del árbol más antiguo del bosque—. Dentro de este saquito hay unos polvos que harán que esa llama anaranjada se vuelva verde. Con esta señal, nosotros acudiremos y prepararemos todo lo necesario para el enfrentamiento.
Con todo ya dicho nos despedimos y comenzamos nuestro viaje en dirección a nuestro nuevo destino. El Reino de Eikam.