Capítulo 16
Los diez equívocos más comunes sobre la ópera
En este capítulo
Los cantantes de ópera y su apariencia
física
Tópicos acerca del aburrimiento de la ópera
y la necedad de sus argumentos
La ópera es un arte elitista al alcance de
muy pocos
Si has leído algo de este libro, ya sabes sin necesidad de que te lo repitamos que la ópera está lejos de ser ese aburrido, anticuado y recargado espectáculo que la gente habitualmente se imagina. Sin embargo, y sólo para asegurarnos de que así sea, a continuación te presentamos algunos de los prejuicios que esperamos haber derrumbado.
La ópera es para esnobs
Si profundizas lo suficiente en cualquier
forma artística encontrarás a algunos personajes que se consideran
superiores porque saben más: conocen la jerga y la utilizan como si
se tratara del santo y seña de entrada a un club exclusivo.
No obstante, y por irónico que parezca, los grandes compositores de ópera escribieron originalmente sus obras para diversión de las masas. Las óperas eran el cine antes del cine. Así, decir que la ópera es para esnobs es tan tonto como afirmar que las buenas películas son sólo para esnobs.
Las cantantes de ópera son damas gordas que usan yelmos con cuernos
El estereotipo del cantante de ópera gordo ha muerto. Comenzó a morir, realmente, cuando empezaron a pasar ópera por televisión. La célebre soprano Renata Scotto se vio una vez en televisión en La bohème y quedó tan asombrada ante lo que tenía ante los ojos, que sin perder más tiempo, adelgazó 20 kilos. Y no fue la única: la gran Jessye Norman perdió 50, y Deborah Voigt, 35. La televisión cambió igualmente las reglas de contratación de cantantes de ópera.
Es cierto que los cantantes voluminosos no han desaparecido del todo, pero a fin de cuentas su talento es tal que los hace dignos de su peso.
A la vez podemos citar los nombres de muchas estrellas de la ópera que se ven muy bien sobre el escenario (y también por televisión): las sopranos Angela Gheorghiu, Barbara Bonney, Patricia Petibon y Anna Netrebko; las mezzosopranos Cecilia Bartoli, Anne Sofie von Otter, Magdalena Kozená y Elina Garanca; los tenores Roberto Alagna, Juan Diego Flórez y Rolando Villazón; los barítonos Dimitri Hvorostovsky, Carlos Álvarez y Simon Keenlyside… No hay duda: los tiempos han cambiado.
En cuanto a los yelmos cornudos de vikingo, aparecen en forma prominente en el ciclo de El anillo del nibelungo de Wagner, en La valquiria para ser más exactos. Pero también esto ha cambiado, porque hoy nadie representa estas óperas wagnerianas con tal fidelidad histórica. Los directores de escena prefieren llevarlas a otras épocas y ambientes, ya sea al ámbito de una familia burguesa decimonónica o a una nave espacial estilo Star Trek; lugares, en suma, en los que los dichosos cuernos están fuera de lugar.
En cuanto a la afirmación de que todos los cantantes de ópera son mujeres, es cierta sólo en un 50 por ciento. Y a veces, como en el Billy Budd de Britten, ni eso. (En el capítulo 14 encontrarás más información sobre esta ópera.)
Las óperas son largas
Ésta es otra simplificación extrema, y en buena parte motivada por Wagner. Es cierto que varias de sus óperas duran cuatro y hasta cinco horas, contando los entreactos. Es decir, una velada completa. Pero muchas óperas no pasan de las tres horas, que es menos tiempo del que te llevaría ver películas como El paciente inglés o La lista de Schlinder.
Es más, hay también óperas que son tan cortas que las compañías suelen programarlas acompañadas por otra. Así, Cavalleria rusticana de Pietro Mascagni y Pagliacci de Ruggiero Leoncavallo se representan casi siempre juntas por esta razón: ninguna de las dos, con una duración aproximada de una hora, coparía por sí sola una velada. Giacomo Puccini compuso tres obras cortas (Il tabarro, Suor Angelica y Gianni Schicchi) escritas expresamente para ser representadas juntas.
Y si a ello vamos, de acuerdo con el libro
Guinness de los récords, la ópera más corta que existe es
La délivrance de Thésée (La liberación de
Teseo), escrita en 1927 por el compositor francés Darius Milhaud,
que dura siete minutos y treinta y siete segundos. Y no te creas,
ese tiempo es más que suficiente como para que en sus seis escenas
haya arias, dúos, conjuntos y coros.
No sólo eso, sino que La délivrance de Thésée es la tercera parte de una trilogía de ambientación mitológica, que empieza con L’enlèvement d’Europe (El rapto de Europa), de ocho minutos, y sigue con L’abandon d’Ariane (El abandono de Ariadna), la más larga, de diez minutos. ¿O acaso te creías que sólo Wagner escribía ciclos operísticos?
Los personajes de las óperas necesitan por lo menos diez minutos para morirse
Según reza el tópico, el tenor es herido de muerte al final del tercer acto, está quedándose sin aliento y se ve en muy mal estado en sus últimos instantes. Pero justo antes de morir encuentra fuerzas suficientes como para cantar durante diez minutos, sin olvidar su célebre do de pecho.
Todo esto es un error, por dos razones:
En todo caso, hay un personaje que es herido al final del segundo acto y se pasa prácticamente todo el tercero agonizando hasta que al final expele su último aliento. Nos referimos al Tristán de Tristán e Isolda, de Wagner. Su amada Isolda, en cambio, sólo necesita alrededor de un cuarto de hora para pasar al otro mundo.
Hay que saber idiomas extranjeros para entender la ópera
Consideremos el asunto: la inmensa mayoría de las óperas no son en castellano. Antes, si uno iba a una ópera cantada en su idioma original, tenía que memorizar la acción por anticipado (lo que implicaba horas de estudio) o llevar la traducción del libreto y una pequeña linterna de mano para entender lo que pasaba. Ninguna de esas dos perspectivas era apasionante.
No obstante, la mayoría de los teatros profesionales de ópera tienen hoy sobretítulos, esas maravillosas traducciones al castellano que se proyectan sobre la escena. Además, en la mayoría de las transmisiones de ópera por televisión y en las grabaciones en DVD hay subtítulos también en castellano. De este modo, ahora todo el mundo puede disfrutar del espectáculo, entendiendo qué pasa en cada momento.
En el capítulo 2 hay más información sobre el libreto de ópera, las traducciones y los sobretítulos. Sobre éstos también encontrarás más detalles en el capítulo 12.
La ópera es aburrida
La ópera puede ser aburrida si vas a ella y no entiendes lo que dicen los personajes. Los sobretítulos (o la lectura del libreto) te garantizan que eso no ocurra.
Mas aún, estamos de acuerdo en que algunos momentos —sólo algunos— de ciertas óperas son aburridos. Sabemos que miles de aficionados wagnerianos se horrorizarían ante una afirmación así, pero pensamos que algunas escenas del ciclo de El anillo del nibelungo o de Parsifal, o incluso de la comedia Los maestros cantores de Núremberg, podrían recortarse un poco.
No debes dejar que esos momentos te
exasperen. Después de todo, la ópera es una de las más estimulantes
formas artísticas. Basta escuchar el último acto de Tosca de Puccini, por ejemplo, para comprobarlo. La
música es apasionada y vigorosa, las melodías son hermosísimas, la
historia es trágica y rebosante de humanidad, el clima es intenso y
agobiante… Apostaríamos a que esta ópera tiene en tu estado de
ánimo y tu actitud hacia el género un efecto real y
cuantificable.
El apéndice A contiene los nombres de veinte óperas, como Tosca, para nada aburridas. Escúchalas y fórmate una opinión propia al respecto. Después hablaremos.
Hay que vestirse de gala para ir a la ópera
Éste es uno de los errores más lamentables que se dan sobre la ópera, ya que impide a muchos aficionados que se decidan a poner un pie en un teatro lírico.
Aunque no lo creas, lo cierto es que puedes vestirte como quieras para ir a la ópera. Claro está que algunas personas se visten de gala, y que para mucha gente el hecho de arreglarse bien hace que el asunto sea mucho más divertido. Pero también es cierto que muchas otras personas se visten bien para ir a echar una carta al buzón. Lo que ni en uno ni otro extremo significa que tú tengas que hacer lo mismo.
Los argumentos de las óperas son decrépitos y traídos por los pelos
Uno oye decir siempre a la gente que la ópera es irreal, que no tiene nada que ver con la vida cotidiana. Pero lo cierto es que los argumentos operísticos son exactamente como lo que leemos a diario en las primeras páginas de los periódicos.
Piensa que la ópera trata de amor y deseo, de celos y codicia, de abnegación y traición, y de justicia e injusticia, es decir, de temas universales. Los argumentos de las óperas que puedes ver hoy son tan actuales como lo eran cuando fueron escritas.
Ciertamente, hay argumentos que no hay por dónde cogerlos. Pero eso no es exclusivo de la ópera. ¿O acaso no hay películas tremebundas y absurdas? ¿U obras de teatro y novelas del mismo jaez? Pues claro que sí. Pero la ópera cuenta con una gran ventaja, que es la música: una melodía puede ser maravillosa aun cuando ponga música a la guía telefónica…
La ópera no vale el precio que cobran hoy día por las entradas
Una buena localidad en un teatro de ópera puede costar 50, 100 y hasta 250 euros o más. ¿La experiencia es digna del precio?
Para esa pregunta tenemos dos respuestas: sí y no.
El precio de una entrada está de acuerdo con la magnitud de la producción, en especial si se trata de una gran producción. Basta mirar lo que nos ofrecen: un reparto de grandes voces (cada una de las cuales gana varios miles de euros cada noche que canta), hermosos decorados que transforman el escenario en París o Egipto, efectos de iluminación increíbles, un desfile de elefantes, valquirias que bajan en picado sobre sus caballos voladores, un gran coro de siervos o de soldados romanos con lanzas, una orquesta de categoría, centenares de personas que trabajan entre bambalinas (o encima, o delante o abajo) haciendo que todo marche sobre ruedas, y un edificio lo suficientemente grande como para albergar a todas esas personas.
Por otra parte, el precio no vale la pena si tú no te lo pasas bien. Sin embargo, esperamos que, armado de este libro, contarás con la información adecuada para disfrutar todas las veces que asistas a la ópera.
Los cantantes de ópera se dan la gran vida
Salir a escena, trabajar durante tres horas, ganar 10.000 euros y volver a casa. ¡Qué vida!
En realidad, salir a escena, cobrar e irse a casa es sencillo. El problema es el trabajo: el canto.
Como has podido leer en el capítulo 4, ninguna de las artes escénicas es más difícil y exigente que cantar ópera. Los cantantes de ópera deben cantar sin interrupción, a veces a pleno pulmón, durante varias horas. Muchas óperas duran tres horas, y algunas de las de Wagner, cinco.
Los cantantes tienen que ser casi superhombres y supermujeres para cumplir con esta hazaña. Deben estar en la mejor forma vocal posible, lo que suele exigir ejercicios y calentamientos tan complejos como los de un atleta de decatlón. Cuando hay que producir un sonido tan grande como para superar el volumen de una nutrida orquesta y llenar una sala de conciertos, el cantante requiere una perfecta coordinación de los pulmones, el diafragma y el aparato vocal.
En realidad, el trabajo es más duro hoy de lo que era antes. En primer lugar, el estrés de los viajes es enorme. Un intérprete puede tener que cantar esta noche Aida en Barcelona y ensayar Tosca mañana en Nueva York.
Por otra parte, la presión para ser perfecto es enorme. Mucha gente del público ha escuchado el compact disc, que fue grabado en un estudio en condiciones ideales, con un micrófono junto a los labios del cantante, y espera que el intérprete proyecte sin esfuerzo el mismo sonido en una sala de tres mil localidades.
Los mejores cantantes de ópera dan la sensación de cantar sus papeles con gran facilidad. Los adoramos por ello. Pero no lo olvides: únicamente dan esa sensación.