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Silencio.

Un silencio caliente, sucio, de ojos enrojecidos.

Veinticuatro horas para los cuatro.

Oldman examinaba la carta que tenía en las manos, sobre el escritorio un trozo de tela con estampado de flores en otra bolsa de plástico, Noble me evita, Bill Hadden se muerde una uña.

Silencio.

Un silencio caliente, sucio, amarillo, sudoroso.

Jueves, 9 de junio de 1977.

Los titulares de la mañana nos miran desde la mesa:

EL ENIGMA DEL DESTRIPADOR

EN EL ASESINATO DE RACHEL, 16 AÑOS

Noticias de ayer.

Oldman alisó la carta sobre el escritorio y la leyó en voz alta de nuevo:

Desde el infierno.

Señor Whitehead:

Señor, aquí le envío un regalito para su colección que habría sido un trozo de carne de debajo, de no ser por aquel perro. Tuvo suerte, la desgraciada.

Ya va la cuarta, dicen que la tercera pero recuerde Preston 75, dentro de aquélla me corrí. La muy guarra.

En fin, adviertan a las putas que no salgan a las calles porque noto que me viene otra vez.

Puede que le dedique uno a la reina. Amo a nuestra reina.

Que Dios la salve.

Lewis

He avisado con bastante antelación, así que será culpa suya y de ellos.

Silencio.

Luego Oldman pregunta:

—¿Por qué a ti, Jack?

—¿Qué quieres decir?

—¿Por qué te escribe a ti?

—No lo sé.

—Tiene la dirección de tu casa —dijo Noble.

Yo:

—Está en el listín.

—En el suyo, desde luego.

Oldman levantó el sobre:

—Sunderland. Lunes.

—Se tomó su tiempo —dijo Noble.

Yo:

—Día festivo. Los 25 Años.

—La última fue en Preston, ¿verdad? —dijo Hadden.

Noble suspiró:

—Se mueve mucho.

—¿Camionero? —preguntó Hadden.

—¿Taxista? —dije yo.

Oldman y Noble no abrieron la boca.

—Aquella última vez —dijo Hadden—, el trozo que mandó ¿era de Marie Watts?

—No —dijo Noble mirándome a mí.

Hadden abrió los ojos desmesuradamente:

—Entonces, ¿qué era?

—Buey —sonrió Noble.

—Vaca —dije yo.

—Sí —dijo Noble perdiendo la sonrisa.

—Pero esto debe coincidir con lo que llevaba Linda Clark, ¿no? —pregunté a Oldman.

—Eso parece —señaló Noble.

—¿Eso parece? —repetí.

—Caballeros —dijo Oldman levantando las manos y mirándonos a Hadden y a mí—. Voy a ser franco con ustedes, pero tengo que insistir en que esto permanezca estrictamente en el terreno confidencial.

—Entendido —dijo Hadden.

Noble me miró a mí.

Asentí.

—Ayer tal vez fuera el peor día de mi carrera como oficial de policía. Y esto —dijo Oldman mostrando el sobre de plástico con la carta—, esto no mejoró las cosas. Como dice Pete, el jurado sigue sin saber nada de la carta anterior, pero las pruebas son más concluyentes con ésta.

—¿Concluyentes? —no pude evitar preguntar.

—Sí, concluyentes. Uno, es del mismo tipo que la anterior. Dos, el contenido es auténtico. Tres, los primeros análisis de saliva señalan al grupo sanguíneo que nos interesa.

—¿B? —dijo Hadden.

—Sí. Los análisis de la primera carta se estropearon. Cuatro, hay restos de un aceite mineral en ambas cartas que ha estado presente en todas las escenas de los crímenes.

—¿Qué clase de aceite? —intervine directamente.

—Un lubricante que se usa en ingeniería —dijo Noble, dejando claro que hasta ahí iba a llegar su concreción.

—Por último —dijo Oldman—, está el contenido: la amenaza de matar unos días antes del asesinato de Rachel Johnson, la reina y los 25 Años, y la referencia a Preston y a que dentro de aquélla se corrió.

—¿Eso no salió en ningún periódico? —preguntó Hadden.

—No —respondió Noble—. Y eso es lo que distingue ese crimen de los demás.

Me dirigí a Oldman:

—¿O sea que creen que él lo hizo?

—Sí.

—Alf Hill es escéptico.

—Ya no —dijo Oldman señalando con la cabeza la carta.

WKFD.

Wakefield.

—¿Sería posible que le echara un vistazo al expediente de Preston?

—Habla con Pete después. —Oldman se encogió de hombros.

Bill Hadden, sentado en el borde de la silla, los ojos clavados en la carta:

—¿Se va a hacer pública?

—No, en este momento no.

—¿O sea que no podemos publicar nada?

—No.

—¿Se va a informar a otros editores, los de Bradford, Manchester?

—No, a menos que empiecen a recibir cartas de admiradores como ésta.

—Si se sabe, unas cuantas personas se van a sentir ofendidas.

—Pues entonces vamos a tener buen cuidado de que no se sepa.

El inspector jefe George Oldman cogió su vaso de agua y miró al grupo.

Millgarth, 10.30 de la mañana.

Otra rueda de prensa.

Tom, de Bradford:

—A estas alturas, ¿tienen ustedes una imagen hecha del tipo de hombre que están buscando?

Oldman:

—Sí, ya tenemos en la cabeza una imagen muy clara del tipo de hombre que estamos buscando y, evidentemente, ninguna mujer estará realmente a salvo hasta que lo encontremos. Estamos buscando a un asesino psicópata que odia patológicamente a las mujeres que cree que son prostitutas. Creemos que es posible que alguien le proteja, porque tiene que haber regresado a casa varias veces con la ropa visiblemente manchada de sangre. Esta persona necesita ayuda urgentemente y cualquiera que nos ayude a encontrarle le estará haciendo un favor.

Gilman, de Manchester:

—¿Está usted en condiciones de describir el tipo de armas contra las que tendrían que estar alerta los ciudadanos?

—Creo que sé las armas que se han empleado, pero no, no estoy en condiciones de decir cuáles, salvo que entre ellas se incluye un instrumento contundente.

—¿Se han encontrado algunas de las armas?

—No.

—¿Se ha presentado algún testigo presencial en relación con el asesinato de Rachel Johnson?

—No. Hasta ahora no tenemos ninguna descripción detallada de este hombre.

—¿Tienen algún sospechoso?

—No.

—¿Qué tienen?

De vuelta en la oficina, el sol en las grandes ventanas del séptimo piso, papel ardiendo debajo del cristal.

Leeds está en llamas.

Saco mi violín:

NINGUNA MUJER ESTÁ A SALVO MIENTRAS EL DESTRIPADOR ESTÉ LIBRE, DICE LA POLICÍA

Los agentes de policía que buscan al «Jack el Destripador» de West Yorkshire establecieron por fin anoche que el mismo hombre ha asesinado brutalmente a cinco mujeres en el norte de Inglaterra.

Científicos forenses de los laboratorios del Ministerio del Interior, en Wetherby, lograron vincular ayer las agresiones sádicas a las cuatro prostitutas con la de Rachel Johnson, una dependienta de comercio de dieciséis años.

Su cuerpo mutilado se encontró en un parque infantil cerca del centro cívico de Chapeltown el miércoles por la mañana.

El oficial de policía que lleva las riendas de la investigación del asesinato múltiple más importante del norte desde la explosión de la bomba colocada en el autobús en la M62 describió anoche al hombre que buscan:

«Seguimos la pista a un asesino psicópata que odia patológicamente a las mujeres que cree prostitutas. Es importantísimo que lo encontremos rápidamente», dijo el señor George Oldman, subdirector de la policía de West Yorkshire.

A lo largo del día de ayer, a medida que se establecían las sorprendentes semejanzas entre los cinco asesinatos, el señor Oldman y otros oficiales superiores dedicaron algún tiempo a discutir sobre la mente del asesino con los psiquiatras.

«Ahora tenemos en la cabeza una imagen clara del tipo de hombre que estamos buscando y, evidentemente, ninguna mujer está a salvo hasta que demos con él.»

«Creemos que posiblemente alguien le protege, porque en varias ocasiones ha tenido que volver a casa con la ropa visiblemente manchada de sangre. Esta persona necesita ayuda urgentemente y cualquiera que nos ayude a encontrarle le estará haciendo un favor», añadió el señor Oldman.

La policía cree que el sujeto es de West Yorkshire, evidentemente conoce bien Leeds y Bradford, y probablemente haya desarrollado un trastorno psicológico por las prostitutas, bien a manos de una de ellas o porque su madre lo era.

El señor Oldman dijo que, además de las pruebas forenses cuyos detalles no estaba en condiciones de comentar, entre las semejanzas se incluían las siguientes:

TODAS las víctimas son «de vida alegre», menos Rachel Johnson, que pudo sufrir la agresión por error cuando regresaba a su casa tarde la noche del martes.

NO HAY PRUEBAS de agresión sexual ni robo en ninguna de las víctimas, excepto en una.

TODAS SUFRIERON horribles lesiones en la cabeza y otras heridas en el cuerpo, algunas de ellas por frenéticos cortes de cuchillo.

Anoche los vecinos de Rachel Johnson en Chapeltown recogían firmas para elevar una petición al secretario de Estado señor Merlyn Rees para que se restaure la pena de muerte.

Una de las organizadoras, la señora Rosemary Hamilton, dijo: «Vamos a pasarnos por todas las casas de Leeds si es necesario. Esta cría nunca le hizo ningún mal a nadie y cuando atrapen al asesino no recibirá su merecido».

El Club de Prensa.

Muerto, sólo George, Bet y yo.

—Hay que ver las cosas que dicen que ha hecho —decía Bet.

George ratificó con un movimiento de cabeza:

—Les rebana las tetas, ¿no?

—Les saca el útero, según ha dicho el poli ese.

—Hasta se come pedazos y todo.

—¿Otra?

—Y no será la última —dije, asqueado.

Doblé la esquina de mi calle tambaleándome y allí lo vi, debajo de la farola.

Un hombre alto con gabardina negra, sombrero y un maletín viejo.

No se movía, miraba hacia mi piso, congelado.

—Martin —dije acercándome a él por detrás.

Se dio la vuelta.

—Jack. Empezaba a preocuparme.

—Ya te dije que estoy bien.

—¿Has bebido?

—Unos cuarenta años.

—Necesitas algunos chistes nuevos, Jack.

—¿Tienes alguno?

—Jack, no puedes seguir huyendo.

—Vas a exorcizar mis demonios, ¿verdad? ¿Me vas a librar de mi puta angustia?

—Me gustaría subir. A hablar.

—En otro momento.

—Jack, puede que no haya otro momento. El tiempo se acaba.

—Bien.

—Jack, por favor.

—Buenas noches.

Sonaba el teléfono.

Abrí la puerta y contesté.

—Diga.

—¿Jack Whitehead?

—Al habla.

—Tengo cierta información acerca de uno de los asesinatos de ese Destripador.

Una voz de hombre, joven y con acento local.

—Adelante.

—Por teléfono, no.

—¿Dónde está?

—Eso es lo de menos, pero puedo quedar el sábado por la noche.

—¿Qué clase de información?

—El sábado. En el Variety Club.

—¿En Batley?

—Sí. Entre las diez y las once.

—De acuerdo, pero necesito un nombre.

—Nada de nombres.

—¿Debo suponer que quiere dinero?

—Nada de dinero.

—Entonces, ¿qué quiere?

—Usted esté allí.

En la ventana, el reverendo Laws todavía bajo la farola, un judío linchado del East End con su gabardina y su sombrero negros.

Me senté e intenté leer, pero estaba pensando en ella, pensando en ella, pensando en ella, suplicando que Carol siguiera donde estaba, pensado en su pelo, pensando en su orejas, pensando en sus ojos, suplicando que Carol siguiera donde estaba, pensado en sus labios, pensando en sus dientes, pensado en su lengua, suplicando que Carol siguiera donde estaba, pensando en su cuello, pensando en sus clavículas, pensando en sus hombros, suplicando que Carol siguiera donde estaba, pensando en sus pechos, pensando en su piel, pensando en sus pezones, suplicando que Carol siguiera donde estaba, pensando en su estómago, pensando en su vientre, pensando en su útero, suplicando que Carol siguiera donde estaba, pensado en sus muslos, pensando en su piel, pensando en su pelo, suplicando que Carol siguiera donde estaba, pensando en su pis, pensando en su mierda, pensando en sus partes ocultas, suplicando que Carol siguiera donde estaba, pensando en ella, pensando en ella, pensando en ella y suplicando.

Me levanté y me fui a la cama, para meterme entre las sábanas, para pensar en ella, para tocarme.

Me levanté, me volví y me la encontré.

Ka Su Peng desaparecida.

Carol en casa.

—¿Me has echado de menos?