UNA AMARGA DESPEDIDA

 

 

     Ya era bien entrado el medio día cuando los hombres regresaron al castillo. Volvían todos sanos y salvos, y volvían con un importante preso.

     Sin embargo, Laird Dougland no quería permanecer en ese castillo ni una noche más. No porque no fuera invitado sino porque prefería volver a la corte, presentarle sus respetos al rey y, con ellos, a ese desgraciado cuanto antes. Además, de esa forma se aseguraba de mantener lejos los problemas que ese hombre pudiera volver a causar.

     Todos los que habían llegado con él, excepto los que habían tenido la mala fortuna de aliarse con McKenze, volverían a sus vidas y serían reconocidos por su valor ante todos. Sebastian preparó una carreta para ellos con bebida y comida suficiente.

     A la hora de despedirse no lo hicieron como un inglés y un escocés, sino como dos lairds que luchaban juntos por una misma causa: restaurar la paz en las Highlands y conseguir vivir con tranquilidad.

     En mitad de la despedida, llegó Alex tomando de la mano a Meribeth, pidiendo por favor que se le permitiera hablar con aquel bastardo.

     Laird Dougland no vio nada de malo en ello por lo tanto no opuso ningún tipo de objeción.

     —Buenas noches tengáis, Laird McKenze.

     —Más buenas para unos que para otros —respondió.

     —Supongo que no me recordáis —dijo Alex, acercándose un poco más al detenido.

     —¿Debería acordarme de vos?

     —Sí, deberíais —dijo visiblemente enfadado—. Soy el hijo de Fiona—. Nada más mencionar ese nombre Igor supo de qué se trataba.

     —Fiona. Sí, la dulce Fiona.

     —Vos atacasteis repetidas veces nuestro clan, acabando con la mayoría de nuestros mayores y niños. En la última contienda acabasteis con la vida de mi madre —dijo Alex visiblemente enfadado.

     —Fiona no debió casarse jamás con tu padre. Ella debió cumplir la promesa que hizo su padre de casarse conmigo. Obtuvo su merecido: un castigo por su desobediencia.

     —¡Maldito bastardo! —Alex se acercó y, dándole un puñetazo, lo tiró al suelo—. ¿Empezasteis todo eso por un absurdo compromiso que ni siquiera existía, salvo en vuestra mente? Sé a ciencia cierta que jamás se firmó una alianza entre vuestro clan y el de mi madre. Mentís al decir esas cosas.

     —Alex, por favor. Contente —dijo Meribeth.

     —Este desgraciado, humilló y abusó de mi madre en repetidas ocasiones y no paró de golpearla hasta que quedó sin vida, tendida en el suelo. —Todos los que estaban allí cerca escucharon claramente las palabras del muchacho.

     —Tu madre era una mujer muy bella —dijo Igor riéndose y levantándose del suelo—. Siempre causó en mí un deseo desmedido y no paré hasta conseguirla. Todavía recuerdo su olor, muchacho.

     Laird McKenze no tuvo oportunidad de emitir una sola palabra más. Alex no pudo seguir escuchando esas malditas palabras que ensuciaban el nombre de su querida y añorada madre. Tomó del cinto de Meribeth su pequeña daga y, sin que el preso lo advirtiera siquiera, se abalanzó sobre él y se la clavó justo en el cuello seccionándole la carótida. No hablaría nunca más ni causaría más daño a nadie. Su madre acababa de ser vengada.

     —Pero Alex, ¿Que has hecho? —gritó Meribeth al tiempo que se personaban junto a él Sebastian y Laird Dougland.

     —Lo que debía.

     —Pero… —Sebastian quedó sin palabras.

     —Decidle a su majestad que yo maté a su detenido. No podía consentir que siguiera humillando a mi madre, aún estando esta fallecida. Pongo mi persona a vuestra disposición si así lo consideráis oportuno —dijo situándose frente al emisario del rey.

     —Alex, no —sollozó Meribeth, que miró suplicante a Laird Dougland.             

     —Laird. —Sebastian se antepuso al muchacho.  —Puede que haya sido movido por venganza, pero ese hombre había causado un daño irreparable en muchas de las tierras lindantes a las nuestras. ¿Podríais vos interceder por él ante nuestro rey para que no recayera la culpa en el muchacho? Vos, de estar en su lugar habríais actuado de la misma manera.

     —Laird Sebastian, hoy hemos creado un vinculo irrompible entre nuestros pueblos. No acepto los actos llevados por una venganza. Acabar con una vida siempre es algo muy difícil de disculpar…

     —Por favor, laird —suplicó Meribeth a su lado.

     —No me has dejado terminar muchacha. Sin embargo, creo que será mucho mejor, si en esta ocasión informo a su majestad de lo ocurrido aquí: Igor McKenze cayó en la batalla junto al resto de sus secuaces.

     —¡Gracias al cielo! —susurró Meribeth, tremendamente aterrada por cómo se habían sucedido los acontecimientos.

     —Creo que de este modo le damos, a su majestad, solución a un problema importante sin que haya sido necesaria su intervención. Evitaremos con ello algún que otro enemigo a la corona. Todos sabemos cómo son las cortes, no todos son de la misma opinión que nuestro rey en estos momentos. Hijo —se dirigió a Alex—, yo daré cuenta a nuestro rey de su muerte en plena batalla.

     —Muchas gracias, laird. Estaré en deuda con vos toda la vida —Alex le tendió la mano.

     —Bien. No me queda nada que hacer aquí. —Laird Dougland se dio la vuelta y se encaminó hacia su corcel para partir de inmediato hacia Edimburgo.

     —Ahora que Igor no representa ningún problema. ¿Por qué no os quedáis a descansar esta noche y partís al alba?

     —Una idea muy tentadora pero no os molestéis laird, si os digo que preferimos coger el cuerpo inerte de este desgraciado, quemarlo en las afueras y compartir la noche con las estrellas.

     —Como gustéis. Pero sabed que aquí siempre seréis bien recibido. —Sebastian se despidió de ellos y, atravesando la muralla, regresó con su familia al salón donde todos aguardaban.

     Los problemas parecían haberse terminado por fin. Todos estaban increíblemente cansados. Tanto que Sebastian creía que podría dormir días enteros si se lo permitían.

      Así pues, todos marcharon a sus respectivas alcobas a intentar conciliar el sueño. Sebastian necesitaba relajarse, pegado al cuerpo de su mujer. Eran tiempos de paz.

 

 

     Meribeth estaba en pie al alba. No podía modificar sus horas de sueño. Desconocer qué sucedería en los próximos días con sus vidas no hacía más que causarle dolores de cabeza.

     Sin perder tiempo, fue a ver cómo se encontraban los heridos.

     Ambos mejoraban como debían y afortunadamente no había rastro de infección en ninguno de ellos. Meribeth sonrió complacida cuando salía de las habitaciones.

     Suponía que partirían hacia su casa cuando su padre decidiera que había llegado el momento oportuno pero eso no sería posible antes de un par de semanas como mínimo. Era imposible que kendrick y Dereck pudieran montar a caballo antes de ese plazo.

    No sabía qué hacer, ni con quién hablar. No deseaba separarse de Alex pero estaba claro que sus vidas irían por caminos separados. Debía empezar a hacerse a la idea, debía resignarse como buena mujer que era.

     Días después, llegó el momento de las despedidas con la partida de Duncan. Marchaba a su hogar donde lo esperaban con premura. Tres meses fuera y sin ver a su prometida era mucho tiempo, necesitaba volver y comprobar que no había sucedido nada malo en su ausencia. Con él se llevaba cinco jóvenes con ganas de ver mundo y trabajar en otros aspectos de la vida. Finalmente, Gabriel no lo acompañaría. Duncan no aceptaría que lo acompañasen, como si de un niño se tratara. Además, ya no había peligro por los caminos. Y gracias a su padre y a sus tíos, ahora sabía cómo defenderse.  No tardarían tanto en llegar. No estaban tan lejos.

     La despedida entre los gemelos fue la más dura. Nunca se habían alejado el uno del otro, ni siquiera un día. A partir de ese momento vivirían el uno sin el otro. Separarse iba a resultar un cambio muy duro para ambos. Duncan juró que la visitaría con su mujer en cuanto le fuera posible y ambos se despidieron con un beso y abrazo.

     Afortunadamente para Martha, su marido la acompañaría en todo momento y cuidaría de ella. Gracias a Logan y a todo el amor que tenía para ella guardado, no se sentiría tan sola.

     Los días pasaban y esta aprovechaba los momentos en que su marido entrenaba o ayudaba en la reconstrucción del recinto amurallado para instruir a Toni McGuina. Gran aprendiz, tal como había demostrado. Él mismo utilizaba varias nociones aprendidas de su abuelo y había sorprendiendo gratamente a Martha al hacerse cargo de todo durante unos días mientras ella preparaba su partida. Toni habría de encontrar un par de muchachos para que lo ayudaran a realizar todas las tareas. Era muy duro para un joven solo. Afortunadamente, no dejaría aquello abandonado a su suerte. No podía hacer que los demás sintieran su pasión por la creación de hermosos platos con un simple trozo de arcilla, pero se iría a su nuevo hogar sabiendo que alguien lo intentaría al menos.

     Meribeth también quiso dejar preparados todo tipo de ungüentos, así como un pequeño arcón con plantas medicinales. Sin duda habría alguien entre todos ellos que supiera apreciarlo.

     Cada rato que podía escaparse lo pasaba junto a Alex. Ninguno de los dos se atrevía a hablar del futuro inmediato, sencillamente dejaban correr los días sin tocar el tema. Estar juntos era lo único que precisaban.

     Una mañana, casi dos semanas después de la grave contienda, Kendrick sorprendió a todos bajando a desayunar con Iona del brazo. Su estado había mejorado considerablemente y se mantenía en pie a la perfección. Pidió hablar con sus padres y también con sus hermanas. Habían tomado una decisión y querían comunicarlo a todo el mundo. No sabían cómo iban a reaccionar pero debían hacer aquello que fuera mejor para ellos.

     —Quiero ser el primero en deciros que en un par de días regresaremos a nuestro hogar. Kendrick ya está bastante restablecido y Dereck puede viajar, bien en su caballo o en una carreta —dijo Sebastian en cuanto los vio entrar a la sala. Estaba un poco asombrado al verlos pasear de la mano sin importarles que la gente opinara al respecto pero al fin y al cabo era su decisión y su vida.

     —Padre yo… —dijo Kendrick.

     —Déjame terminar hijo —pidió Sebastian. —Vuestra madre y yo hemos tenido mucho tiempo para hablar sobre muchos temas desde que todo ha vuelto a la normalidad. Juntos hemos decidido que por el bien de todos, Kendrick, deberías tomar estas tierras bajo tu custodia desde este mismo momento en vez de esperar a sucederme. He hablado con tu primero al mando, Darwin, él se quedará junto con todo tu regimiento. —Tanto Kendrick como Iona quedaron estupefactos al escuchar la noticia—. Quiero recordaros que su majestad el rey me cedió de por vida las tierras de los lairds a los que hemos ayudado. No van solo a mi nombre, van al de todos nosotros. Vuestra madre y yo consideramos que, dadas las circunstancias, lo mejor sería que Iona y tú comenzarais una nueva vida aquí como señores de estas tierras.

     —Mi señor… No sé qué deciros —dijo Iona, que había estallado en lágrimas.

     Ellos iban a comunicarles su decisión de seguir juntos. Aunque Iona no quería abandonar esas tierras, pertenecientes a sus ancestros, por su amado estaba dispuesta a hacerlo, de la misma forma, que él también lo hubiera hecho por ella. Dejaría todo lo relacionado con su heredad y se establecería en algún lugar cercano para comenzar una nueva vida con Iona como su mujer. La solución que habían hallado sus padres a todos sus problemas era maravillosa, mucho más de lo que nunca hubieran imaginado.

     —Padre, no os fallaremos. Sabremos llevar estas tierras tan dignamente como vos habéis hecho.

     Lori sonrió convencida de ello. Si algo habían hecho bien era todo lo concerniente a la distinguida educación de sus hijos.

     —No me cabe la menor duda hijo —dijo Sebastian—. Bien, propongo que hagamos de estos dos días los mejores de nuestras vidas. Nunca sabremos cuándo podremos volver a reunirnos.

     —Tenéis razón, padre —dijo Meribeth, levantándose de un salto. En ese mismo momento, lo había visto todo más claro que nunca. No se resignaría a perder a Alex. Ese mismo en el que podía apreciar cada día los gestos de admiración hacia su persona. ¿Cómo podía dejarlo?—. Debemos pasar juntos el máximo tiempo posible. Desde donde yo esté, no creo que pueda ir a visitarles—. La sala enmudeció por un momento y Alex se levantó de su silla boquiabierto. No podía creer que fuera Meribeth la que finalmente hiciera valer su destino y se enfrentara a su padre—. Padre, mañana mismo, cuando Alex se vaya de nuevo con su clan, yo partiré con él.

     —¡Hija! ¿Pero qué estás diciendo? —exclamó Lori, mirando a su marido. Lo cierto era que no habían contemplado tal posibilidad.

     —Padre —dijo, acercándose a Sebastian—. Vos sabéis cómo soy. Sabéis que no sería feliz, viéndome recluida en un castillo sin poder hacer todo aquello que amo. Necesito sentir la libertad del campo, saber que puedo salir a cazar y usar mis propias flechas. Deseo que quien se case conmigo, lo haga por cómo soy y no por asegurarse un heredero o, lo que es peor, una dote que sostenga su hogar. Padre, yo amo a Alex con todo mi ser y sé que a él le ocurre lo mismo. No podría vivir sin su cariño. Perdonadme por ir en contra de todo cuanto nos habéis enseñado pero ni puedo, ni quiero, volver a casa. A partir de ahora, mi hogar estará donde este él.

     —Hija mía. Te entiendo y por ello vamos a aceptar tu petición. —Lori miraba asombrada a su marido. Ni siquiera le había consultado su opinión. Necesitaba que le explicara el porqué de esa respuesta—. Sé, desde hace mucho tiempo, que ambos os amáis, es por ello que os puse a trabajar juntos. Únicamente había dos salidas, acababais el uno con la vida del otro o terminabais enamorados. Celebro que haya sido la segunda opción. Quiero que sepas que me apena enormemente no tenerte a nuestro lado y verte crecer como mujer, casarte y tener hijos, pero… —dijo, tomando de la mano a Lori—. Tu madre y yo sabemos lo que es sufrir por un distanciamiento innecesario y creo que obligarte a vivir el resto de tus días sin él, sería llevarte a la desdicha. Prefiero mil veces saberte feliz, aunque sea lejos de nuestros brazos, a verte deambular muerta en vida cada día.

     —¡Oh padre! Muchas gracias —dijo la joven, rodeándolo con sus brazos.

     —Déjame que te diga que también lamentaré perder a mi mejor arquera —bromeó, sacándole una bonita sonrisa a la muchacha–. Y tú Alex… ¿tienes algo que decirnos?

     —Únicamente laird, diré que si la hubierais obligado a irse con vos de vuelta a su castillo, sentiría que me la habríais robado.