LA LLEGADA

 

 

Nada de lo que Lord O´Neill había podido llegar a     imaginar que podía suceder en esas benditas tierras, lo había preparado para lo que habría de enfrentarse en aquellos precisos momentos.

Todo cuanto veía, le hacía pensar que no solo habían sufrido un ataque, sino que al parecer, los habían sometido a un gran asedio.

Únicamente alguien con una buena infraestructura y capacidad para ello habría podido hacer caer una torre tan firme como aquella.

Los guerreros, que habían acompañado a la familia O´Neill hasta tierras escocesas, esperaban con ansia que su líder saliera del castillo y les indicara su proceder.

Por el momento, tal como habían jurado hacer hasta la muerte, iban a defender a su señora e hijos.

Así pues… preparados ante un posible ataque, habían formado un circulo a su alrededor.

Lori estaba terriblemente asustada. No es que tuviera duda alguna de las habilidades de su marido pues ella misma había visto en repetidas ocasiones de cuánto era capaz, sin embargo, Sebastian estaba tardando demasiado. Quizá alguien podría haberle arrebatado la vida. Miró hacia el cielo, esperando que la oscuridad se cerniera sobre ellos, no obstante, fueron los cálidos rayos de sol los que respondieron.

Justo cuando Kendrick, que temía lo mismo que su madre, iba a mandar a sus hombres al castillo… Lord O´Neill apareció por la gigantesca puerta de madera maciza. Acto seguido, hizo una señal a todos para que lo siguieran. El rictus serio, que su semblante mostraba, no hacía presagiar nada bueno. Todos lo percibieron.

Encabezaba la marcha Lori seguida de sus hijas, Annabella y Meribeth. La  escolta terminaba con  Kendrick que, tras pasar el umbral del castillo, ordenó a sus guerreros que aguardaran a su llamada y permanecieran alerta.

Así pues, Bryan y Logan aguardarían fuera con su destacamento de hombres, los más experimentados, a la espera de cualquier ataque sorpresa. Malcom y James cubrirían la entrada principal.

En el interior del castillo, la oscuridad y el desasosiego podían palparse en el ambiente. Había poca luz solar y el calor no era suficiente para atender una sala tan grande.

Alrededor del amor de la lumbre, se habían dispuesto dos sillas. Hacía frío y quienes, en esos momentos se encargaban del castillo, querían que, fueran quienes fuesen, se resguardaran un poco y descansaran de tan largo viaje.

La muchacha pelirroja, al parecer a cargo del castillo, se había afanado en prepararles una buena taza de té caliente.

Sebastian había ordenado que todo aquel que pudiera caminar por su propio pie, se presentara ante su esposa y ante él mismo, a pesar de no haberles informado todavía de quiénes eran.

La verdad saldría a la luz en el momento indicado.

Lori observó, visiblemente asombrada, el mal estado en que se encontraba el castillo. No había luz interior, quedaba muy poca lumbre y al parecer solo disponían ya de las dos sillas en las que ellos estaban sentados.

Sebastian sentía que todo ese daño había sido realizado por pura venganza. Pero… ¿venganza de un De Sunx? Le costaba mucho creer eso. Daría su vida por Allen y por Gabriel, así pues, estaba seguro…  ellos no podían haber sido.

Pero entonces… ¿quién? No entendía. ¿Por qué habían actuado en nombre de la familia de su mujer? Y… ¿dónde estaban todos esos aliados suyos que juraron ayudarlo en casos como este?

Eran muchísimas cosas en qué pensar. Y muchas más por averiguar.

Por la estrecha y oscura puerta que daba a la cocina, salió nuevamente la doncella pelirroja acompañada por una treintena de habitantes. Ella encabezaba la comitiva. Al parecer había sido erigida líder y los demás la seguían.

Kendrick, que todavía no la había visto, se cuadró al quedar sorprendido por la belleza de dicha muchacha. Una mirada de arriba a abajo recorrió una y otra vez el cuerpo de la pelirroja. Quedó boquiabierto al contemplar las sinuosas curvas que tenía tan dulce joven ya que casi se trasparentaban debido a su ajada ropa. Tenía unos potentes y magníficos ojos verdes y, aunque todo su pelo estaba enmarañado y suelto, no habría podido pasar desapercibida a la vista del joven muchacho ni aunque veinte doncellas más se hubieran puesto delante. Cierto era que había estado con otras muchachas, pero debía admitir que ninguna con ese porte y semblante. La piel nacarada, con algún rasguño en las mejillas, y esas deliciosas pecas que salteaban su nariz, le hicieron desear poseerla en su propio dormitorio, esa misma noche.

Afortunadamente, sus hermanas estaban allí a su lado para hacerlo volver a la realidad de un codazo.

—Así pues muchacha, ¿puedes decirme al menos tu nombre?  —preguntó directamente Sebastian.

—Puedo hacer más que eso… si me aseguráis que ninguno de nosotros correrá riesgo alguno mientras estéis en nuestras tierras. Y siempre que me dejéis explicarme hasta el final.

¡Vaya! La muchachita tiene agallas pero no pelos en la lengua! —pensó Sebastian.

Le recordaba a alguien. Sutilmente, miró a su mujer de soslayo y vio cómo esta escondía una sonrisa.

No debes temernos. Mientras estemos aquí, nada puede sucederos. ¡Habla!

—Me llamo Iona. Soy la nieta de Angus Laren. Vivimos aquí desde siempre. Fuimos una de las pocas familias que permanecieron en estos hermosos dominios cuando todos fueron tras nuestro señor a tierras inglesas. Pocos hemos quedado después de los ataques sufridos. Algunos fallecieron en este último y muchos mayores están enfermos y viven apiñados en los barracones. Hacemos cuanto podemos pero, como podéis apreciar, estamos en la miseria. Todos los asaltos han sido realizados, uno tras otro, en nombre de la familia De Sunx. Algo que no entendemos porque, las últimas noticias recibidas de nuestro señor, indicaban que su mujer es miembro de dicha familia. Cierto es que no los conocemos, nunca han venido por estos lares —reprochó la joven, mientras el matrimonio compartía miradas de tanto en tanto—, sin embargo, no nos dejamos acobardar. Intentamos luchar y salvar nuestras vidas.

—¿Podrías describirme a los que os atacaron? —preguntó Sebastian

—Un hombre joven, alto, entrenado para la lucha.

—¿Dónde estaban los clanes amigos para ayudaros en las contiendas?

—Las tres primeras veces vinieron a ayudarnos sin dudar. Las dos últimas enviaron mensajeros, indicándonos que ellos también estaban bajo amenaza. De hecho habían tenido un par de incursiones sorpresa, reduciendo bastante su población. Es por ello que no pudimos pedirles más —enfatizó la joven—.  Enviamos mensajes en repetidas ocasiones a Lord Sebastian pero… queremos suponer que nunca llegaron a su destino, él habría venido de inmediato al saberlo. —La sorpresa iluminó el rostro de Sebastian. Sin conocerlo, su fe en él y en su ayuda era inquebrantable. Lori no pudo soportar un instante más el malestar de la joven muchacha y se levantó de su sitio, se dirigió hacia ella y le dio un fuerte abrazo. Algo completamente inapropiado, por supuesto, pero necesario para ella.

Justo en ese momento, Sebastian se incorporó de su silla y decidió hablar por primera vez como líder.

—Habría venido, no te quepa la menor duda. Yo soy vuestro señor, yo soy Lord Sebastian O´Neill —dijo enmudeciendo a la multitud—. Cierto es que nunca recibimos ningún aviso. De hecho, el que nos encontremos aquí hoy es justo por la escasez de noticias vuestras y la alerta que nos llegó, por otros caminos, de las irracionales embestidas sufridas por las tierras altas. No os quepa la menor duda… descubriré quién está detrás de todo esto, averiguaré qué es lo que quiere y haré que lamente haber desatado mi ira.

Vítores y palabras de algarabía resonaron en el interior de la pequeña sala común. Entonces fue Iona quien abrazó con fuerza a Lori, rompiendo cualquier tipo de protocolo. El momento no requería de normas preestablecidas, necesitaba consuelo.

Pronto Kendrick avisó a Darwin, su segundo al mando, para que sin más tardar fueran a las tierras de los O´Neill en Londres en busca de un gran ejército. Sebastian no tenía la menor duda, pronto volverían a sufrir un nuevo ataque. Estaba tan seguro de ello como del aire que respiraba cada día. Sin duda, el propósito del atacante era liquidar a todos los miembros de su comunidad y quedarse con las tierras para sí.

Tanto Annabella como Meribeth se hicieron cargo del castillo en el momento en que su madre les indicó con la barbilla. Una, seguida por una escolta de dos hombres, se dirigió a inspeccionar todas y cada una de las estancias, y la otra a las cocinas a ver con qué alimentos contaban. Lori, viendo las ajadas ropas de aquella gente, decidió reunir al menos una muda para cada uno de ellos, tanto de hombres como de mujeres. No eran los mismos estilos pero al menos, hasta que pudieran permitirse el lujo de obtener telas nuevas, esa pobre gente no pasaría frío.

Las habitaciones estaban vacías. No había una sola cama en ninguna de ellas, nada de madera que quemar, nada donde dormir y nada donde sentarse a comer. Tampoco importaba demasiado esto último pues tampoco había víveres que tomar.

Los cazadores habían sido abatidos en la última contienda y, con el cuidado de los enfermos, la escasa población había tenido trabajo más que suficiente.

Sebastian se hizo cargo de la situación de inmediato y, gracias a que había traído consigo a un gran número de guerreros experimentados, puso a todos a trabajar.

Bryan y tres de sus muchachos se encargarían de la guardia y custodia de los barracones donde estaban los enfermos. Así lo había decidido porque este tenía nociones de curandero, aprendidas gracias a las habilidades de su abuela. Con sus gráciles manos, en un santiamén, estarían todos fuertes y sanos.

Malcom y dos jóvenes escuderos buscarían leña, estaban rodeados de frondosos bosques y por lo tanto no deberían tener problema alguno en conseguirla. Habrían de hacer varios viajes porque, como mínimo, tenían que traer suficiente para los fogones de la cocina y para alumbrar la parte baja del castillo, donde Lori había decidido acampar como si a la intemperie estuvieran.

Logan y su aprendiz fueron enviados al lago cercano. Un lago que, según recuerdos de Sebastian, estaba repleto de peces. De ser así, servirían para una buena cena. Logan tenía experiencia en el arte de la pesca ya que, de pequeño, había vivido en un pueblo costero cuya única dedicación para la supervivencia era esa.

James y otros tres fuertes combatientes fueron escogidos para ir de caza. Cualquier animal valía: conejos, jabalíes, ciervos, corzos, cualquier ave pero, eso sí, necesitaban una cantidad lo suficientemente grande como para abastecerlos al menos hasta la mañana siguiente.

El resto de jóvenes guerreros fue encargado de retirar los escombros y de intentar recomponer las piedras de la entrada al castillo. En días sucesivos restaurarían la estructura de defensa. No había tiempo que perder.

Afortunadamente, la caza y la pesca habían sido ventajosas.

Para esa noche habría comida, sobre todo para los enfermos. Al día siguiente ya se reorganizarían.