LA VERDAD
Ya era hora de una buena reunión familiar. ¿Rodarían cabezas aquel día? ¿Habría alguna explicación lógica para todo cuanto estaba aconteciendo en aquellos momentos?
—¿Estabais ocupados, Sebastian? —dijo Allen, burlándose de su cuñado mientras se apeaba del caballo.
—Únicamente una reunión de amigos al atardecer —alegó con fanfarronería, mientras se dirigía hacia él para darle un fuerte abrazo.
—No me pareció eso —indicó furioso Gabriel.
—¿Y qué te pareció? —dijo, acercándose esta vez al heredero de los De Sunx.
—A quien no he visto… es a mis hijos —dijo, cruzándose de brazos a la espera de una respuesta.
—Tal vez sea porque están los dos dentro con las mujeres. Vayamos al comedor, allí hablaremos de cuanto tenemos pendiente. Vuestra hermana estará deseando veros, sin duda ya le habrán notificado vuestra llegada.
De repente, la puerta del castillo se abrió de golpe y Lori salió corriendo con las faldas levantadas hasta las rodillas y sin piel alguna que la protegiera del frío anochecer. Todavía quedaba un poco de sol pero obviamente no calentaba el cuerpo. Era tal la alegría que tenía, por ver a sus hermanos, que olvidó todo decoro. Se lanzó a los brazos de Allen que, entusiasmado exactamente igual que ella por verla, comenzó a darle vueltas en el aire como cuando eran niños. Los embarazos no habían cambiado la forma menuda de Lori y desde luego tampoco su delgada constitución. Una vez que fue depositada en el suelo, llegó el turno de su otro hermano. Pasado un momento, que a Sebastian le pareció eterno, Gabriel la soltó y este de inmediato la acogió en un abrazo. Por muy hermanos suyos que fueran, ella era su esposa y ante eso se mostraba claramente receloso. Nadie iba a jugar con ella como si de una niña se tratase.
—¡Qué alegría teneros aquí a los dos! —dijo Lori, mirándolos con visible y notable adoración. Sebastian sonrió instintivamente al ver la alegría de su mujer. Siempre le encantaba verla con esa hermosa sonrisa suya instalada en los labios.
—No hemos venido solos —dijo Allen, dando una cabezada hacia atrás para que se fijaran en quién más había viajado con ellos.
—¡Devlan! —gritó Annabella desde la puerta del castillo. Presa de la alegría, rompió a llorar en dirección a su prometido. Al llegar a su lado, lo abrazó con fuerza sollozando quedamente en el cuello del joven muchacho. Su intención era no volver a separarse de él jamás. Había pasado mucho miedo, debía reconocer que ella no tenía la fortaleza de su hermana y no era capaz de llevar esas acciones con calma. El joven recién llegado, cuando sintió que los lloros de su prometida iban remitiendo, levantó la cara de la muchacha y depositó un suave y rápido beso en sus labios.
—De camino hacia aquí hicimos noche en tu casa, Sebastian. Cuando volvimos a reanudar la marcha al día siguiente, este muchacho se nos pegó a los talones sin que pudiéramos hacer nada al respecto —dijo Allen, emitiendo una sonora carcajada.
—Devlan, te pedí que te hicieras cargo de todo en mi ausencia —dijo Dereck enfadado.
—No os molestéis con el muchacho, ha dejado vuestras tierras a buen recaudo —dijo Allen con una sonrisa bailando en sus labios.
—Sí, padre. Owen se ofreció a ocupar mi sitio. Y si vais a decir algo referente a su edad, os aconsejo que no lo hagáis. No acepta demasiado bien las críticas a ese respecto. —Lori sonrió, su padre no admitía referencias respecto a su edad y mucho menos si en las mismas se ponía en duda sus aptitudes físicas o guerreras. Las tierras de los O´Neill estaban a salvo, de eso no había duda.
—Será mejor que entremos a tomar una buena taza de té caliente —dijo Lori encabezando la marcha hacia el salón familiar.
—Yo preferiría un buen brandi —argumentó Gabriel.
—Por todo lo que vamos a hablar, cuñado, lo vas a necesitar —dijo Sebastian, riendo a mandíbula abierta.
El interior del castillo, ahora bien iluminado y caldeado por una buena lumbre, tenía un aspecto agradable y familiar. La familia llevaba ya un mes instalada en aquellas tierras y los progresos realizados era abrumadores. Iona entró de inmediato por la puerta para ver qué podía hacer por sus señores. Lori le explicó con sumo detalle que debía traer té caliente y alguna comida fría, pan y fruta, o tal vez… tal vez algo de carne de las sobras de la mañana sería lo más adecuado. No había tiempo para sentarse formalmente a la mesa, así pues, esperaba que con eso fuera suficiente. De cualquier manera, ella tenía el estómago cerrado, no podría probar bocado en esos momentos ni aunque se forzara a ello.
Kendrick no fue capaz de quitarle la vista de encima a la joven muchacha desde el preciso momento en que había entrado en la estancia. Entre la ansiedad de la batalla vivida y su necesidad de ella, el primogénito de los O´Neill dudaba de si sería capaz de poder pasar algún día más sin su compañía. ¿Acaso la idea de hacerla caer rendida a sus pies, iba a volverse en su contra? ¿Acaso sería él, al final, quien hubiera de rogarle un poco de cariño?
Todos se sentaron aparentando calma pero… la embestida acontecida y la tensión acumulada en esos momentos, hacían que el nerviosismo se apoderara de cada una de las miradas de los que allí se habían congregado.
Las mujeres del castillo se habían instalado cerca de la lumbre. Martha permanecía al lado de su hermano con ambos brazos cruzados sobre su cuerpo. Ver nuevamente a su padre, la había alterado y necesitaba la paz y la calma que su hermano le infundía.
Annabella se había quedado a la vera de su prometido y nada ni nadie haría que se alejara. Tenía muchas ganas de estar con él y había pasado mucho tiempo desde la última vez que habían conversado.
Meribeth se hallaba sentada entre los hombres. Quería, esta vez, saber todo lo referente a las historias de los cabezas de familia y creía que, estando a su lado, todo le llegaría de primera mano.
—Deberíamos acostarnos y descansar. Mañana, cuando amanezca un nuevo día, hablaremos tranquilamente —propuso Lori.
—Yo no sería capaz de dormir ahora, amor —dijo Sebastian.
—Bien pues. ¿Gabriel te importaría explicarnos? —le animó su hermana, emitiendo un sonoro suspiro de resignación.
—Supongo que mis hijos ya os habrán explicado —dedujo Gabriel, paladeando otro sorbo de uno de los mejores brandis escoceses.
—Supones bien —dijo Sebastian—. Sin embargo, agradeceríamos alguna que otra aclaración por tu parte.
Gabriel miró fijamente a sus dos hijos antes de responder a dicha cuestión y Martha, que iba a hablar para evitarle a su padre más remordimientos o penas, fue acotada por su hermano. Con un apretón de mano, la instó a permanecer en silencio. Lord De Sunx debía explicarse y todos debían permanecer a la espera de sus palabras.
—Me he equivocado en muchas cosas a lo largo de mi vida. —Comenzó a explicar—. Y cuando vinisteis a mí, cometí el error más grande de todos, algo que supuso una grave afrenta para mi esposa y mis hijos. Me vi en la obligación de permanecer en mi hogar para enmendar mis malogradas palabras. Elisse sufrió un desvanecimiento importante, estuvo postrada en cama varios días. Patty dijo que su corazón es débil y que, por tanto, debíamos permanecer a su lado… por lo que le pudiera… suceder. —Gabriel frenó a su hermana, esta se había llevado la mano al pecho y tenía intenciones de entrar a formar parte activa en la conversación, sin embargo, el mayor de los tres hermanos necesitaba acabar con su historia antes de pasar a lo que sería, sin ninguna duda, una rueda de preguntas sin tregua—. Ya hacía algunos meses que la veíamos más taciturna y debilitada pero pensábamos que era por la llegada del invierno, simplemente. Ahora debemos estar más pendientes de ella y de su salud. He venido a veros y a acompañaros a vuestro hogar, tal como os lo prometí, porque quiero comprobar con mis propios ojos lo bien asentados que, como decís, estáis. —Inspiró hondo y continuó—. Mis palabras para con vosotros no fueron nada acertadas, hijos. Tal como os dije, es cierto que amé a vuestra madre en cuerpo y alma pero también es cierto que cuando me abandonó, contraje nupcias con mi señora Elisse. Poco a poco, aprendí a amarla hasta que fue ella quien ocupó mi corazón al completo. Por tanto, es mi deseo no causarle más daño del que ya le ha causado saber de vuestra existencia. No os reprocho nada hijos. Vosotros habéis hecho lo correcto… acudir a mí tal como prometisteis a vuestra madre, si bien es cierto que debería haber sabido de vosotros hace mucho tiempo. Como os dije en su día, cuidaré de vosotros y os ayudaré cuanto me sea posible. Seréis reconocidos como miembros de la casa De Sunx pero es mi deseo que mi hijo Donnald sea quien siga mis pasos y complete, con sus actos, la vigencia de la heredad de nuestras tierras. Espero que sepáis perdonarme si os causo dolor con mis palabras o mis actos, pero no puedo arrebatarle lo que es legítimamente suyo.
—Señor, es cierto que podríamos haber permanecido en nuestro hogar sin ir a conoceros, al fin y al cabo hemos pasado toda la vida sin vos y no os hemos echado en falta —dijo poco acertado—. Fue la promesa a mi madre lo que nos instó a acudir a vuestras tierras y conoceros. No quisimos dañar su memoria faltando a ella —dijo Duncan.
—Tal como os dijimos en su momento, no necesitamos de vuestra fortuna. Afortunadamente… en nuestras tierras tenemos una buena posición y nos ganamos la vida dignamente —recalcó Martha.
—Lo sé y por ello os estoy agradecido. Cualquier otro, en vuestro lugar, hubiera exigido derechos y bienes materiales pero claro… —reconoció— vuestra madre os educó a su imagen y semejanza. Ella no comulgaba con esa forma de pensar o actuar.
—Señor, lo único que nosotros deseamos es volver a nuestro hogar —apostilló el muchacho.
—¿No deseáis pasar un tiempo más conmigo y vuestros hermanos? —preguntó Gabriel, un tanto apesadumbrado. Si bien era cierto que en su hogar tenía toda la dicha que un hombre podía tener en su vida, esos vástagos eran fruto de su amor por Liri y no deseaba perderlos.
—No es que no lo deseemos, mi señor —dijo Martha quedamente—. Es que en casa nos aguardan quehaceres y Duncan tiene allí a su prometida. Debemos volver.
—¿Y a ti no te espera nadie, hija? —preguntó Gabriel.
—Solo el duro trabajo. Hace años decidí dedicarme a cuidar de mi madre enferma y no he vuelto a pensar en compartir mi vida con nadie.
—¿Quieres decir que alguien ocupó tu vida tiempo atrás?
—Señor, si vos me lo permitís… preferiría no hablar del tema. —Era muy personal y, aunque en esa sala solo estaba su familia, no creía oportuno tratar aquello delante de todos. Más aún cuando la conversación con Logan todavía estaba pendiente. Antes de tomar una decisión tan importante en su vida, debían aclarar ciertas cosas.
—Está bien hija, pero recordad… si me necesitáis, me tendréis. En unos días, cuando lo crea oportuno, yo mismo os acompañaré a vuestro hogar.
Gabriel contuvo la necesidad de un abrazo a su hija. Era su deseo acogerla y murmurarle al oído que, pese a todo y pese a todos, él era su padre y como tal lo tendría por siempre. Sin embargo, faltaba confianza entre ambos y, de haberlo hecho, hubiera resultado demasiado forzado.
Lo mejor sería dejar pasar el tiempo. Poco a poco irían conociéndose y, pese a que vivían muy lejos unos de otros, intentaría visitarlos siempre que sus tareas así se lo permitieran.
Tampoco quería dejar a su familia sola. En aquellos tiempos había altibajos en la corte y debía prestar atención a su pueblo. Sobre todo a su rey, por si era requerido en cualquier momento para ayudar en una nueva contienda contra su prima Matilde. Enfrentamiento este, que duraba ya demasiado tiempo. Pensó que, dado que no había solución al respecto, lo mejor sería que las cosas permanecieran tal cual estaban. Además, estaba muy ocupado con su hijo Donnald y con su instrucción como caballero. Debía trasmitirle todo aquello que Owen le había enseñado de pequeño y todo lo que Lord Donnald le había instruido ya en edad adulta. Él sería el siguiente De Sunx en ocupar su lugar como señor de un territorio muy grande y eso pesaba mucho en sus hombros. Tenía mucha gente a la que cuidar y por la que luchar. Haría de su hijo Donnald un buen guerrero.
Ya era bien entrada la noche cuando decidieron dejar el resto de la conversación para la mañana siguiente. El día empezaba muy pronto para todos y ya era hora de retirarse. Lo único que importaba entonces era pensar bien en cómo enfrentarse a Alex y a todas las dudas que se les presentaran.
Rápidamente, y haciendo gala de sus habilidades como señoras del castillo, Annabella y Lori dispusieron unas cuantas habitaciones más para los recién llegados. Estos, así mismo, dieron orden de acampar en el patio de armas a todos los fornidos guerreros que habían traído consigo. Una hoguera los mantendría calientes y cada uno dispondría de sus propias pieles para cubrir sus cuerpos de noche. Ya estaban sobradamente acostumbrados al frío y el suelo era ya un aliado de los huesos. De cualquier forma, el castillo y los barracones no tenían tanto espacio para albergar a esa cantidad de hombres.
Lo único que deseaba Sebastian en esos momentos era llevar a su mujer a su alcoba y envolverla entre sus brazos. Solo el calor que emanaba de su cuerpo lo dejaría descansar en una noche como aquella.
A la mañana siguiente comprobaría que Gabriel estuviera bien, anímicamente hablando. Lo necesitaba con la cabeza despejada por completo pues su habilidad para las estrategias seguramente sería lo que les ayudaría a ganar la contienda que se avecinaba.