Talento
Talento
Preocuparos por vuestro talento es como preocuparos por vuestra altura; es el intento de apropiarse de una prerrogativa que los dioses ya han ejercitado.
Estoy seguro de que sabéis lo que significa la palabra talento. He visto momentos e interpretaciones geniales de personas a las que había dejado de lado durante años pensando que eran actores mediocres. He visto estudiantes míos y de otros perseverar año tras año cuando todo el mundo menos ellos pensaba que sus esfuerzos eran una triste pérdida de tiempo, y los he visto florecer en actores espléndidos. Y, una y otra vez, he visto a la Estrella de la Clase, el Aplicado de los Aplicados, que entraba en el gran mundo y le faltaba la entereza para continuar.
No sé qué es el talento y, francamente, no me importa. No creo que sea tarea del actor estar interesado en él. Me parece que es tarea del texto. Me parece que la tarea del actor es ser auténtico y valiente, y las dos cualidades pueden ser desarrolladas y ejercitadas a través de la voluntad.
La preocupación del actor por el talento es igual a la preocupación del jugador por la suerte. La suerte, si tal cosa existe, o favorece a todo el mundo por igual o muestra una preferencia por los preparados. Cuando era joven, tuve un profesor que decía que en el transcurso de una carrera de veinte años todo el mundo tiene la misma buena suerte, unos al principio y otros al final. Sostengo y confirmo esa observación como cierta. La «suerte», en la parte financiera, y el «talento», su equivalente en el escenario, parecen premiar a aquellos con una filosofía activa y viable.
La chica o el chico guapos envejecerán, «el estudiante sensible» tendrá que crecer o padecer las consecuencias, la rueda girará, y el trabajo duro y la perseverancia serán recompensados. Pero preocuparse por el talento es un vano afán que no le compensa a ése que hoy eres.
Si trabajáis sobre vosotros mismos para mejorar aquello que sí podéis controlar, pronto descubriréis que os habéis recompensado por aquello en lo que os habéis convertido. Trabajad vuestra voz para que podáis hablar alto y claro a pesar de los nervios, el miedo, la inseguridad, el cansancio (el público paga para oír la obra); trabajad vuestro cuerpo para hacerlo fuerte y flexible, de manera que la emoción y la ansiedad no lo deformen desagradablemente; aprended a leer un texto para encontrar la acción. No lo podéis leer como lo hace el público, o el profesor de inglés, sino como aquel cuyo trabajo consiste en hacerlo llegar al público. (Vuestro trabajo no es explicarlo, sino interpretarlo). Aprended a preguntaros: ¿Qué quiere el personaje de la obra? ¿Qué hace para conseguirlo? ¿Qué hay de parecido en mi experiencia?
Dedicaros a esas disciplinas os hará fuertes y os dará amor propio; las habéis trabajado y nadie os las podrá quitar. La recreación en vuestro «talento» os puede ser arrebatada (y os será arrebatada) ante la más mínima desatención de la persona a quien os habéis dignado a ejercitar.
Un cartel muy común en los gimnasios de boxeo dice: los boxeadores son hombres normales con una determinación extraordinaria. Prefiero considerarme así que considerarme una persona con «talento»; y, si me dejáis decirlo, me parece que vosotros también.