LA SIRENA QUE NO SABÍA CANTAR
Andando a orillas de las Antillas
me encontré con una sirena
que no sabía cantar
pero con la que se podía conversar.
Tenía aletas postizas
y se mareaba
a veces cuando buceaba,
pero se movía como pez en el agua
y entraba como el mezcal.
Quería comerme con los ojos.
Quería comer de su mano.
Ella cada vez más mojada
y yo a su vez menos de secano.
Era una sirena del centro
y yo un náufrago de extrarradio
que envió mensajes en botellas
por pasos de cebra hasta su acuario.
Nunca la vi como un trofeo
ni ella a mí como cebo,
pero los dos nos besamos bajo el muérdago.
Digamos que picamos en el anzuelo.