Capítulo 15: Valores espirituales básicos

El arte de la felicidad tiene muchos componentes. Como hemos visto, empieza con la comprensión de cuáles son las verdaderas fuentes de ella, así como por establecer nuestras prioridades en la vida, que han de basarse en el cultivo de dichas fuentes. Supone aplicar una disciplina interna, un proceso gradual de desarraigo de nuestros estados mentales destructivos para sustituirlos por los positivos y constructivos, como la amabilidad, la tolerancia y el perdón. Al identificar los factores que conducen a una vida plena y satisfactoria, concluimos con un análisis del componente final: la espiritualidad.

Hay una tendencia natural a asociar espiritualidad con religión. El enfoque del Dalai Lama sobre el logro de la felicidad está condicionado por sus años de formación de monje budista. Por otra parte, se le considera un erudito respetado. Para muchos, sin embargo, no es la comprensión de los complejos problemas filosóficos su mayor atractivo, sino su calor personal, humor y enfoque práctico de la vida. Durante nuestras conversaciones, su humanidad básica pareció desbordar incluso su condición de monje. A pesar de llevar la cabeza rapada y de su llamativa túnica marrón, a pesar de ser una de las figuras religiosas más destacadas del mundo, el tono de nuestras conversaciones fue simplemente el de un ser humano con otro, ambos dedicados a discutir sobre los problemas que compartíamos.

Para ayudamos a comprender el verdadero significado de la espiritualidad, el Dalai Lama empezó por distinguir entre ésta y la religión.

—Estoy convencido de que es esencial apreciar nuestro potencial como seres humanos y reconocer la importancia de la transformación interior. Esto debería conseguirse a través de lo que llamo un proceso de desarrollo mental. En ocasiones, digo que es como tener una dimensión espiritual en nuestra vida.

»Puede haber dos niveles de espiritualidad. Uno tiene que ver con nuestras convicciones religiosas. En este mundo hay muchas personas diferentes, muchas actitudes diferentes. Somos cinco mil millones de seres humanos y, en cierto modo, creo que necesitamos cinco mil millones de religiones, tanta es la variedad de actitudes que encontramos. Estoy convencido de que cada individuo debería embarcarse en el camino espiritual más adecuado a su disposición mental, su inclinación natural, temperamento, convicciones o antecedentes familiares y culturales.

»Por mis convicciones, el budismo me parece lo más adecuado. Así que, por lo que a mí se refiere, he descubierto que el budismo es lo mejor. Pero eso no significa que lo sea para todo el mundo. Esto está claro y es definitivo. Estar convencido de que el budismo es lo mejor para todo el mundo sería una estupidez, porque las distintas personas tienen diferentes disposiciones mentales. La variedad de gentes exige una variedad de religiones. El propósito de éstas es beneficiar a los seres humanos y creo que si sólo tuviéramos una religión, al cabo de un tiempo ésta dejaría de ser beneficiosa. Si sólo hubiera un restaurante, por ejemplo, y allí sólo se sirviera un plato día tras día, serían muchísimos los clientes que dejarían de ir a él. La gente necesita y aprecia la diversidad en la comida porque hay gustos diferentes. Del mismo modo, las religiones tienen la intención de nutrir el espíritu humano. Creo que podemos celebrar esa diversidad de religiones y desarrollar un aprecio profundo por ella. Ciertas personas están convencidas de que el judaísmo, la fe cristiana o la fe islámica son las más efectivas para ellas. En consecuencia, tenemos que respetar y apreciar el valor de todas las confesiones religiosas del mundo.

»Todas las religiones pueden aportar una contribución efectiva al beneficio de la humanidad. Todas han sido diseñadas para que la persona sea más feliz y para que el mundo sea un lugar mejor. No obstante, para que la religión pueda ejercer un efecto que contribuya a hacer del mundo un lugar mejor, creo que es importante que la persona practique con sinceridad sus enseñanzas. Uno tiene que integrar las enseñanzas religiosas en su propia vida, esté donde esté, para poder utilizarlas como una fuente de fuerza interior. Hay que lograr una comprensión más profunda de las ideas religiosas, no sólo a nivel intelectual, sino también sentimental, para poder convertirlas en parte de la propia experiencia interior.

»Estoy convencido de que se puede cultivar un profundo respeto por todas las confesiones religiosas. Una de las razones es que todas ellas aportan una estructura ética capaz de guiar el comportamiento y producir efectos positivos. En las confesiones cristianas, por ejemplo, la fe en Dios puede proporcionar un enfoque muy eficaz, porque hay una cierta intimidad en la relación de la persona con Él, y la forma de demostrar el amor a Dios, al Dios que te ha creado, es mostrar amor y compasión hacia nuestros semejantes. Creo que hay muchas razones similares para respetar a las otras confesiones religiosas. Todas las grandes religiones han aportado tremendos beneficios a millones de seres humanos a lo largo de los tiempos. Incluso en este momento, millones de personas siguen obteniéndolos. Y, en el futuro, también aportarán inspiración a millones de seres de las generaciones venideras.

»Creo que una forma de fortalecer el respeto mutuo es a través de un estrecho contacto personal entre esas confesiones religiosas. Durante los últimos años he realizado esfuerzos por reunirme y mantener diálogos con, por ejemplo, la comunidad cristiana y la comunidad judía, y creo que de ello se han derivado algunos resultados realmente positivos. Gracias a esta clase de contactos, podemos aprender a utilizar las aportaciones que las religiones han hecho a la humanidad, encontrar aspectos de ellas de los que podemos aprender. Hasta es posible que descubramos métodos y técnicas adaptables a nuestra práctica.

»Así pues, es esencial que desarrollemos lazos más estrechos entre las diversas religiones; de ese modo podremos realizar un esfuerzo común para beneficio de la humanidad. Hay tantas cosas que dividen a la humanidad, tantos problemas en el mundo… La religión debería ser un medio para reducir el sufrimiento en el mundo, y no otra fuente de conflicto.

»A menudo hemos oído que todos los seres humanos somos iguales. Queremos decir con ello que todo el mundo tiene el evidente deseo de alcanzar la felicidad. Toda persona tiene derecho a ser feliz, y toda persona tiene derecho a superar el sufrimiento. Por lo tanto, si alguien saca felicidad o beneficio de una confesión religiosa, es necesario respetar sus derechos; tenemos que aprender, pues, a respetar todas esas grandes tradiciones religiosas.

Durante las semanas de conferencias pronunciadas por el Dalai Lama en Tucson, el espíritu de respeto mutuo fue algo más que un deseo. Entre el público se encontraban muchos que seguían diferentes tradiciones religiosas, incluida una abundante representación del clero cristiano. A pesar de las diferencias, el local siempre estuvo impregnado de un ambiente pacífico y armonioso. Era algo incluso palpable. Reinaba también un espíritu de intercambio y de curiosidad entre los no budistas, acerca de la práctica espiritual cotidiana del Dalai Lama. Esa curiosidad impulsó a uno de los asistentes a preguntar:

—Tanto si se es budista como si no, en todas partes parece crecer la práctica de la oración. ¿Por qué es tan importante la oración para la vida espiritual?

El Dalai Lama contestó:

—Creo que, en su mayor parte, la oración es un simple recordatorio cotidiano de nuestros principios y convicciones. Yo mismo repito cada mañana ciertos versos budistas. Los versos pueden parecer oraciones pero en realidad son recordatorios. Recordatorios de cómo hablar con los demás, de cómo relacionarse con los demás, de cómo afrontar los problemas en la vida cotidiana y cosas así. Así que, en su mayor parte, mi práctica religiosa se compone de recordatorios, en los que reviso la importancia de la compasión, del perdón, de todas estas cosas. Y, naturalmente, también incluyo ciertas meditaciones sobre la naturaleza de la realidad y ciertas prácticas de visualización. Así pues, en mi propia práctica diaria, en mis oraciones cotidianas si las realizo pausadamente, puedo tardar unas cuatro horas. Es bastante tiempo.

La idea de dedicar cuatro horas al día a la oración impulsó a otra oyente a preguntar:

—Soy una madre que trabaja, tengo niños pequeños y muy poco tiempo libre. Alguien que está tan ocupado como yo, ¿cómo puede encontrar el tiempo necesario para realizar esas oraciones y prácticas de meditación?

—Incluso en mi caso, si deseara quejarme por la falta de tiempo siempre podría hacerlo —comentó el Dalai Lama—. Siempre estoy muy ocupado. No obstante, si se hace un esfuerzo, siempre se encuentra tiempo, por ejemplo a primeras horas de la mañana. Hay también otros momentos, como en los fines de semana. Se puede sacrificar algo del tiempo de diversión. —Se echó a reír—. Así, por lo menos, puede encontrar media hora diaria. O si se esfuerza aún más, quizá treinta minutos por la mañana y otros tantos por la noche. Si lo planifica, le será posible encontrar tiempo.

»No obstante, si piensa seriamente en el verdadero significado de las prácticas espirituales, verá que están relacionadas con el desarrollo y el entrenamiento de su mente, de sus actitudes, estado psicológico y emocional y bienestar. No debería limitar su práctica espiritual a ciertas actividades físicas o verbales, como recitar oraciones y cantar. Si su práctica espiritual se limitara únicamente a estas actividades necesitaría, naturalmente, disponer de un tiempo específico, de un tiempo especialmente asignado para ello, porque no puede pasarse el día realizando sus actividades habituales mientras recita mantras. Eso sería bastante molesto para la gente que la rodea. No obstante, si comprende la práctica espiritual en su verdadero sentido, puede utilizar las veinticuatro horas del día para ella. La verdadera espiritualidad es una actitud mental que se tiene en cualquier momento. Por ejemplo, si se siente tentada de insultar a alguien, debe tomar inmediatamente precauciones y contenerse para no hacerlo. De modo similar, si cree que va a perder los estribos, debe decirse inmediata y reflexivamente: "No, esta no es la forma apropiada". Eso es una verdadera práctica espiritual. Visto desde ese ángulo, siempre dispondrá de tiempo.

»Esto me hace pensar en uno de los maestros tibetanos, Kadampa Potowa, quien dijo que para un meditador que ha alcanzado un cierto grado de estabilidad y realización interior, cada acontecimiento, cada experiencia, es una especie de aprendizaje; es una experiencia de aprendizaje. Creo que esto es muy cierto.

»Desde esta perspectiva, por tanto, hasta cuando se ve expuesta, por ejemplo, a escenas perturbadoras de violencia y sexo en la televisión o en las películas, existe la posibilidad de abordarlas con la conciencia de que causan efectos dañinos y, en lugar de sentirse totalmente abrumada por lo que ve, puede tomar tales escenas como una especie de indicador de la naturaleza nociva de las emociones negativas no controladas.

Pero sacar lecciones de reposiciones de El equipo A o Melrose Place es una cosa. Como budista practicante, sin embargo, el régimen espiritual del Dalai Lama incluye ciertamente rasgos propios del camino budista. Al describir su práctica cotidiana, por ejemplo, mencionó que incluye meditaciones sobre la naturaleza de la realidad, así como ciertas prácticas de visualización. Aunque en el contexto de este análisis mencionó tales prácticas sólo de pasada, a lo largo de los años he tenido la oportunidad de oírle hablar extensamente del tema, ya que, de hecho, sus charlas y conferencias abarcan algunos de los análisis más complejos que haya escuchado nunca sobre cualquier tema. Sus charlas sobre la naturaleza de la realidad estaban llenas de complicados argumentos y laberínticos análisis filosóficos; sus descripciones de las visualizaciones tántricas eran inconcebiblemente intrincadas y elaboradas, con meditaciones y visualizaciones cuyo objetivo parecía ser construir una especie de atlas holográfico del universo dentro de su propia imaginación. Había dedicado toda una vida al estudio y la práctica de estas meditaciones. Al pensar en esto, y conocedor del monumental alcance de sus esfuerzos, se me ocurrió preguntarle:

—¿Puede describir el beneficio práctico o el impacto que han tenido estas prácticas espirituales sobre su vida cotidiana?

El Dalai Dama guardó silencio durante un rato, antes de contestar serenamente:

—Aunque mi propia experiencia pueda ser escasa, algo que puedo decir con toda seguridad es que tengo la sensación de que, a través de la formación budista, siento que mi mente se ha hecho mucho más serena. Aunque se ha producido gradualmente, quizá incluso centímetro a centímetro —se echó a reír—, creo que ha habido un cambio en mi actitud hacia mí mismo y los demás. A pesar de que resulta difícil señalar las causas exactas de él, creo que está influido por una toma de conciencia; no una plena realización, pero sí un cierto sentimiento de la naturaleza fundamental de la realidad, y también de la consideración de cuestiones como la transitoriedad, el sufrimiento y el valor de la compasión y el altruismo.

»Así, por ejemplo, hasta cuando pensamos en los chinos comunistas que causan daño al pueblo tibetano, mi formación budista me permite experimentar una cierta compasión incluso hacia el torturador, porque comprendo que se ha visto impulsado por fuerzas negativas.

Debido a ello, a mis votos de Bodhisattva[5], y a mis compromisos, aunque una persona cometa atrocidades, no puedo sentir o pensar que, debido a ellas, deba experimentar siempre cosas negativas o no tener momentos de felicidad. El voto de Bodhisattva me ha ayudado a desarrollar esta actitud y me ha sido muy útil, de modo que, naturalmente, le doy un gran valor.

»Eso me recuerda a un antiguo maestro de canto que está en el monasterio Namgyal. Estuvo en las prisiones chinas y en campos de concentración, como prisionero político, durante veinte años. Una vez le pregunté cuál fue la situación más difícil a la que tuvo que enfrentarse en esa época. Sorprendentemente, me contestó que, en esa época, el mayor peligro que corrió fue el de perder la compasión que sentía por los chinos.

»Hay muchas historias similares. Por ejemplo, hace tres días me reuní con un monje que pasó muchos años en las prisiones chinas. Me dijo que tenía veinticuatro años cuando se produjo el levantamiento tibetano de 1959. Se unió a las fuerzas tibetanas en Norbulinga. Fue hecho prisionero por los chinos y enviado a prisión, junto con otros tres hermanos suyos que fueron asesinados en ella. Otros dos hermanos también fueron asesinados. Más tarde, sus padres murieron en un campo de trabajos forzados. Pero me dijo que cuando estuvo en prisión, reflexionó sobre la vida que había llevado hasta entonces y llegó a la conclusión de que, a pesar de haber pasado toda una vida en el monasterio de Drepung, no había sido un buen monje. Pensaba que había sido un monje estúpido. En aquel momento se hizo votos de que, a partir de entonces, estando en prisión, trataría de ser un monje genuinamente bueno. Como resultado de sus prácticas budistas, pudo mantenerse mentalmente muy feliz a pesar de sufrir un gran dolor físico. Incluso cuando lo sometieron a torturas y a fuertes palizas, pudo sobrevivir y seguir sintiéndose feliz al considerar todo como una limpieza de su anterior karma negativo.

»A través de estos ejemplos podemos apreciar realmente el valor de incorporar todas estas prácticas espirituales en nuestra vida cotidiana.

De ese modo, el Dalai Lama añadió el ingrediente final de una vida más feliz: la dimensión espiritual. A través de las enseñanzas del Buda, el Dalai Lama y muchos otros han encontrado unos principios que les permiten soportar y hasta trascender el dolor y el sufrimiento que la vida trae consigo. Y, tal como sugiere el Dalai Lama, cada una de las grandes confesiones religiosas del mundo puede ofrecer las mismas oportunidades de alcanzar una vida más feliz. El poder de la fe, generado a una escala muy amplia por la religión, ilumina las vidas de millones de personas y las ha sostenido en momentos de dificultad. A veces, funciona de forma silenciosa y sutil, otras lo hace a través de experiencias transformadoras. Cada uno de nosotros, en algún momento de nuestras vidas, ha sido testigo del funcionamiento de ese poder en un miembro de nuestra familia, en un amigo o en un conocido. Ocasionalmente, los ejemplos llegan hasta las páginas de los periódicos. Muchos conocen, por ejemplo, el suplicio de Terry Anderson, un hombre corriente que fue secuestrado en una calle de Beirut una mañana de 1985. Le echaron una manta por encima, fue metido a empujones en un coche y durante los siete años siguientes fue retenido como rehén por Hezbollá, una organización islámica radical. Hasta 1991 estuvo encerrado en pequeñas celdas de sótanos húmedos y sucios, con los ojos cubiertos y encadenado durante prolongados períodos de tiempo, soportando palizas regularmente. Cuando fue finalmente liberado, el mundo se fijó en él y encontró a un hombre regocijado por poder regresar junto a su familia y reanudar su vida, pero sorprendentemente libre de amargura y odio hacia sus captores. Al ser interrogado por los periodistas sobre el origen de una fortaleza tan notable, señaló la fe y la oración como los elementos que le ayudaron a soportar su suplicio.

El mundo está lleno de ejemplos similares de cómo la fe religiosa ofrece ayuda en momentos difíciles. Recientes y extensas encuestas parecen confirmar el hecho de que la fe religiosa puede contribuir sustancialmente a llevar una vida más feliz. Las dirigidas por investigadores independientes y por grandes organizaciones de encuestas (como la empresa Gallup) han descubierto que las personas religiosas se sienten felices y satisfechas con su vida en mayor medida que las no religiosas. Los estudios han descubierto que la fe no sólo conlleva sentimientos de bienestar, sino que también parece ayudar a afrontar más serenamente cuestiones como el envejecimiento o la superación de crisis personales y acontecimientos traumáticos. Además, las estadísticas muestran que las familias con fuertes creencias religiosas se ven afectadas por menores índices de delincuencia, alcoholismo, drogadicción y rupturas matrimoniales.

También hay pruebas que indican que la fe puede tener beneficios para la salud, incluso en casos de enfermedades graves. De hecho, hay cientos de estudios científicos y epidemiológicos que han establecido una vinculación entre la fe religiosa, índices menores de mortalidad y mejor salud. Según un estudio, mujeres ancianas con fuertes creencias religiosas pudieron caminar distancias más largas, después de haber sido operadas de la cadera, que las que tenían menos convicciones religiosas; también se sintieron menos deprimidas después de la operación. Un estudio realizado por Ronna Casar Hanis y Mary Amanda Dew en el Centro Médico de la Universidad de Pittsburgh descubrió que los pacientes trasplantados de corazón con fuertes convicciones religiosas tienen menos dificultades para afrontar regímenes médicos postoperatorios y muestran una mejor salud física y emocional a largo plazo. En otro estudio del doctor Thomas Oxman y sus colegas de la Escuela Médica de Dartmouth, se descubrió que los pacientes mayores de cincuenta y cinco años sometidos a una operación quirúrgica a corazón abierto de la arteria coronaria o de la válvula cardiaca que se habían refugiado en sus creencias religiosas, tenían tres veces más probabilidades de sobrevivir que quienes no lo habían hecho.

A veces, los beneficios de una fuerte fe religiosa son el producto directo de las doctrinas de una religión concreta. Muchos budistas, por ejemplo, soportan el sufrimiento a través de su fe en la doctrina del karma. Gracias a la fe que tienen depositada en un Dios omnisciente y amoroso, un Dios cuyo plan quizá sea oscuro para nosotros pero que, en su sabiduría, terminará por revelarnos su amor, mucha gente puede resistir sus tribulaciones. Con fe en las enseñanzas de la Biblia, pueden reconfortarse con versículos como el de Romanos 8:28: «En todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman, de aquellos que han sido llamados según su voluntad».

Aunque algunas de las compensaciones de la fe se basen en doctrinas de una confesión determinada, la vida espiritual también tiene otras características comunes a todas las religiones. La participación en las actividades de cualquier grupo religioso puede crear una sensación de pertenencia, de lazos comunes, una conexión con los otros participantes. Ofrece una estructura a través de la cual uno puede conectarse y relacionarse con los demás; eso puede proporcionar un sentimiento de pertenencia. Las creencias religiosas muy arraigadas pueden damos un profundo sentido de propósito, aportar significado a la propia vida. Ofrecen esperanza frente a la adversidad, el sufrimiento y la muerte. Ayudan a adoptar una perspectiva amplia, que nos permite salir de nosotros mismos cuando nos sentimos abrumados por los problemas cotidianos.

Aunque estos beneficios potenciales están al alcance de quienes practican una religión establecida, está claro que tener una fe religiosa no garantiza, por sí sola, la felicidad y la paz. Por ejemplo, en el mismo momento en que Terry Anderson se hallaba encadenado en una celda, manifestando los valores más elevados de la fe religiosa, justo fuera de ella se desataban la violencia de masas y el odio mostrando los peores aspectos de la misma. Durante años, distintos grupos musulmanes, cristianos e israelíes mantuvieron una guerra, en parte alimentada por el odio violento entre los bandos, lo que tuvo como consecuencia atrocidades inenarrables cometidas en nombre de la fe. Es una vieja historia que se ha repetido con demasiada frecuencia a lo largo de los tiempos, incluso en el mundo moderno. Debido a este potencial para alimentar la división y el odio, resulta fácil perder la confianza en las religiones. Eso ha llevado a algunas figuras como el Dalai Lama a tratar de difundir los elementos de la vida espiritual que pueden ser aplicados universalmente para aumentar la felicidad, independientemente de la confesión o las creencias religiosas.

Así, con tono de la más completa convicción, el Dalai Lama concluyó su análisis ofreciendo su visión de una verdadera vida espiritual:

—Cuando hablo de adoptar una dimensión espiritual en nuestra vida, he identificado fe con espiritualidad. Cuando se profesa una religión eso está bien. Pero nos podemos arreglar incluso sin creencias religiosas. En algunos casos, nos las arreglamos mejor. Tenemos derecho: si deseamos creer, bien; si no, también. Existe, sin embargo, otro nivel de espiritualidad. Eso es lo que llamo espiritualidad básica: se trata de un conjunto de cualidades, como bondad, amabilidad, compasión, atención con los demás. Tanto si somos creyentes como si no, esta clase de espiritualidad es esencial. Personalmente, considero este segundo nivel de espiritualidad más importante que el primero, porque al margen de lo maravillosa que pueda ser una religión, sólo será aceptada por una parte de la humanidad. Pero, mientras seamos seres humanos, mientras formemos parte de la familia humana, todos necesitamos aquellos valores espirituales. Sin ellos, la existencia humana resulta dura, muy seca: ninguno de nosotros podrá ser una persona feliz, nuestra familia sufrirá y, en último término, toda la sociedad tendrá más problemas. Así pues, queda claro que el cultivo de aquellos valores resulta esencial.

»Al cultivarlos, me parece que necesitamos recordar que de los aproximadamente cinco mil millones de seres humanos que habitamos este planeta, sólo unos mil o dos mil millones somos creyentes. Naturalmente, al referirme a creyentes no incluyo a aquellas personas que dicen simplemente: "Soy cristiano" porque lo eran sus antepasados, pero que no practican su religión. Por tanto, excluyendo a estas personas, creo que quizá haya alrededor de mil millones de personas que practiquen sinceramente su religión. Eso significa que hay cuatro mil millones de personas, la mayoría de la población de esta tierra, que no son creyentes. Tenemos que encontrar una forma de intentar mejorar la vida de ellos, de esos cuatro mil millones de seres que no tienen religión específica; alguna forma de ayudarles a convertirse en seres humanos buenos, en personas morales, sin ninguna religión. En este aspecto creo que la educación es crucial, ya que dar a la gente la idea de que la compasión, la afabilidad, etcétera, son las cualidades humanas básicas no afecta sólo a los miembros de una Iglesia. Creo que antes ya hablamos de la importancia fundamental del calor humano, del afecto y la compasión para la salud física de la gente, para su felicidad y paz mental. Este es por tanto un tema muy práctico y no simple teoría religiosa o especulación filosófica. Se trata de un tema clave. Y creo que constituye la esencia de las enseñanzas religiosas de todas las confesiones. Pero también es esencial para los que prefieren no tener religión. Creo que a esas personas podemos educarlas y convencerlas de que está bien que permanezcan sin religión, pero que hay que ser una persona buena, un ser humano sensible, con sentido de la responsabilidad y del compromiso para lograr un mundo mejor y más feliz.

»En general, es posible que cada cual muestre su religión por medios externos, como ciertas vestimentas, las imágenes sagradas del hogar, canciones u oraciones. Estas prácticas no son tan importantes como que cada uno lleve un estilo de vida verdaderamente espiritual, basado en valores fundamentales, porque es posible realizar actividades externas públicas al mismo tiempo que se tiene un estado mental muy negativo. La verdadera espiritualidad debería tener como resultado que la persona fuera más serena, más feliz, más pacífica.

»Todos los estados virtuosos de la mente, como la compasión, la tolerancia, el perdón, la atención hacia los demás, etcétera, todas esas cualidades mentales son dharma genuino, cualidades espirituales genuinas, porque no pueden coexistir con malos sentimientos o con estados negativos de la mente.

»Así pues, adoptar un método que aporte disciplina a la propia mente es la esencia de una vida religiosa; se trata de una disciplina interior que tiene el propósito de cultivar estados mentales positivos. Por tanto, llevar una vida espiritual depende de que se haya conseguido alcanzar ese estado disciplinado y domesticado de la mente y que eso se vea reflejado en las acciones cotidianas.

El Dalai Lama tenía que asistir a una pequeña recepción en honor de un grupo de donantes que apoyaban la causa tibetana. Frente a la sala de recepción se había congregado una gran multitud, a la espera de su aparición. Cuando él llegó, la multitud ya era bastante densa. Entre los espectadores observé a un hombre al que había visto en un par de ocasiones a lo largo de la semana. No era fácil precisar su edad, aunque yo le habría supuesto entre veinticinco y treinta años; era alto y muy delgado. Aunque destacaba por su aspecto descuidado, me había llamado la atención por su expresión, que había visto con frecuencia entre mis pacientes: angustiada, profundamente deprimida, como si sufriera mucho. Creí observar ligeros gestos reflejos alrededor de su boca. «Discinesia tardía», diagnostiqué en silencio. La discinesia es un trastorno neurológico causado por el uso crónico de medicación antipsicótica. «Pobre hombre», pensé, aunque me olvidé de él rápidamente.

Al llegar el Dalai Lama, la multitud se condensó y se movió hacia él para saludado. El personal de seguridad, compuesto en su mayor parte por voluntarios, se esforzó por contener a la masa de gente que avanzaba, para despejar un camino hacia la sala de recepción. El joven angustiado de antes, ahora con una expresión un tanto desconcertada, se vio empujado hacia adelante por la multitud y se encontró al borde del claro abierto por el equipo de seguridad. Al abrirse paso, el Dalai Lama observó al hombre, se liberó de la protección del equipo de seguridad y se detuvo para hablar con él. Al principio, el joven se quedó aturdido y empezó a hablar muy rápidamente al Dalai Lama, que pronunció pocas palabras. No pude escuchar lo que se dijeron, pero observé que mientras hablaba, el joven empezó a mostrarse visiblemente más agitado. El hombre decía algo pero, en lugar de responder, el Dalai Lama le tocó espontáneamente la mano, dándole unas suaves palmaditas, y durante un momento se limitó a permanecer allí, asintiendo con ligeros gestos. Mientras sostenía con firmeza la mano del joven y lo miraba a los ojos, pareció como si no se diera cuenta de la multitud que le rodeaba. De repente, la expresión de dolor y agitación pareció desaparecer del rostro del hombre y las lágrimas corrieron por sus mejillas. Aunque la sonrisa que brotó y se extendió lentamente sobre sus rasgos fue tenue, una expresión de consuelo y alegría apareció en sus ojos.

El Dalai Lama ha resaltado repetidas veces que la disciplina interior es la base de una vida espiritual. Es el método fundamental para alcanzar la felicidad. Tal como explicó para este libro, la disciplina interior supone, desde su perspectiva, combatir los estados negativos de la mente, como la cólera, el odio y la avaricia, y cultivar los estados positivos como la amabilidad, la compasión y la tolerancia. También ha señalado que una vida feliz se construye sobre el fundamento de ese estado mental sereno y estable. El desarrollo de la disciplina interna puede incluir técnicas de meditación formal que ayudan a estabilizar la mente y logran ese estado de calma. La mayoría de las religiones incluyen prácticas que tratan de aquietar la mente, de situarnos más en contacto con nuestra más profunda naturaleza espiritual. Como conclusión de la serie de conferencias pronunciadas por el Dalai Lama en Tucson, el maestro ofreció una meditación pensada para ayudarnos a serenar nuestros pensamientos, observar la naturaleza fundamental de la mente y desarrollar la «quietud de la mente».

MEDITACIÓN SOBRE LA NATURALEZA DE LA MENTE

Tras observar a los reunidos, empezó a hablar en su forma peculiar, como si en lugar de dirigirse a un grupo estuviera transmitiendo enseñanzas a cada individuo presente. En algunos momentos se mostraba quieto y concentrado, en otros más animado; acompañaba sus instrucciones con ligeros movimientos de cabeza, gestos con las manos y suaves balanceos.

—El propósito de este ejercicio es empezar a reconocer y percibir la naturaleza de nuestra mente —empezó a decir—, al menos a un nivel convencional. Generalmente, al referimos a nuestra mente, expresamos un concepto abstracto. Si no tenemos una experiencia directa de nuestra mente, por ejemplo, si se nos pidiera que la identificáramos, nos sentiríamos impulsados a señalar simplemente el cerebro. Si se nos pidiera que definiésemos la mente, diríamos que es algo que tiene «capacidad para saber», algo que es «claro» y «cognitivo». Pero si no hemos captado directamente la mente a través de prácticas de meditación, estas definiciones no son más que palabras. Es importante poder identificar la mente a través de la experiencia directa y no sólo como un concepto abstracto. Por tanto, el propósito de este ejercicio es sentir o captar directamente la naturaleza convencional de la mente, de modo que cuando se diga que la mente tiene cualidades de «claridad» y «cognición», seamos capaces de identificarla de forma experimental.

»Este ejercicio nos ayuda a detener deliberadamente los pensamientos y a permanecer gradualmente en ese estado durante un tiempo cada vez más prolongado. Cuando se domina este ejercicio se llega a tener la sensación de que no hay nada, sólo vacío. Pero si se profundiza más, se empieza a reconocer la naturaleza fundamental de la mente, sus cualidades de "claridad" y de "conocimiento". Es como un vaso de cristal puro lleno de agua. Si el agua también es pura, se puede ver el fondo del vaso, aun sabiendo que el agua está ahí.

»Así que hoy meditaremos sobre la no conceptualidad. No es este un simple estado de abulia o de dejar en blanco nuestra mente. En lugar de eso, lo que hay que hacer es decidir "anular los pensamientos conceptuales". La forma de hacerla es la siguiente:

»En términos generales, nuestra mente está dirigida predominantemente hacia los objetos externos. Nuestra atención sigue el sentido de las experiencias. Se mantiene en un nivel predominantemente sensorial y conceptual. En otras palabras, nuestra conciencia se dirige normalmente hacia las experiencias sensoriales y los conceptos mentales. En este ejercicio lo que hay que hacer es retirar la mente hacia el interior; no lanzarla a la caza de objetos sensoriales. Pero, al tiempo, no debe retirarse hasta el extremo de provocar un estado de estupor. Ha de estarse en un estado consciente de alerta y atención, para desde él asumir la conciencia, de modo que ésta no se vea afectada por los pensamientos del pasado, las cosas que han ocurrido, sus recuerdos o ideas sobre el futuro, como planes, expectativas, temores y esperanzas. Intente más bien permanecer en un estado relajado y neutral.

»Esto es un poco como un río que fluye con fuerza, por lo que su lecho no se puede ver con claridad. Si hubiera algún modo de detener el flujo de ambas direcciones, es decir, desde donde llega el agua y hacia donde va, se podría mantener el agua quieta. Eso permitiría ver el lecho del río. De modo similar, cuando se es capaz de detener la mente de modo que deje de cazar objetos sensoriales y pensar en el pasado y en el futuro, si se puede liberar la mente por completo, dejándola totalmente "en blanco", podría empezarse a mirar debajo de la turbulencia de los procesos de pensamiento. Allí reina una quietud subyacente, una claridad fundamental de la mente. Debería tratarse de observar y experimentar eso…

»Quizá sea difícil de conseguir en una fase inicial, así que iniciaremos la práctica desde esta misma sesión. En la fase inicial, cuando se empieza a experimentar este estado natural subyacente de "conciencia", se siente como una "ausencia". Eso ocurre porque estamos muy habituados a comprender nuestra mente en términos de objetos externos; tendemos a mirar el mundo a través de nuestros conceptos, imágenes, etcétera. Así que, al retirar la mente de los objetos externos es casi como si no pudiéramos reconocer nuestra propia mente. De ahí proviene la ausencia, la vacuidad. No obstante, a medida que se progresa y se acostumbra uno a ella, se empieza a notar una claridad subyacente, una luminosidad. Es entonces cuando se comienza a apreciar el estado natural de la mente.

»Muchas de las experiencias meditativas realmente profundas tienen que alcanzarse sobre la base de la quietud de la mente… Oh —exclamó el Dalai Lama echándose a reír—, debería advertirles que en este tipo de meditación se corre el peligro de quedarse dormido, puesto que no hay objeto específico sobre el que concentrar la atención.

»Así que, ahora, meditemos…

»Para empezar, realicemos antes tres rondas de respiración profunda y centremos la atención simplemente en la respiración. Concéntrese en la inspiración, la espiración, la inspiración, la espiración…, hasta tres veces. Luego, empiecen la meditación.

El Dalai Lama se quitó las gafas, cruzó las manos sobre su regazo y permaneció inmóvil, sumido en la meditación. Un silencio total se extendió por la sala, al tiempo que mil quinientas personas efectuaban una introspección, en la soledad de mil quinientos mundos privados, tratando de acallar sus pensamientos y quizá de echar un vistazo fugaz a la verdadera naturaleza de su propia mente. Al cabo de cinco minutos, el silencio crujió, aunque no se rompió, cuando el Dalai Lama empezó a cantar suavemente, con voz baja y melódica, sacando suavemente a sus oyentes de la meditación.

Ese día, al concluir la sesión, el Dalai Lama juntó las manos, como hacía siempre, se inclinó ante el público en demostración de afecto y respeto, se levantó y se abrió paso entre la gente que lo rodeaba. Mantuvo las manos juntas y siguió inclinándose a uno y otro lado mientras abandonaba la sala. Al cruzar por entre la multitud se inclinó tanto que habría sido imposible verlo para cualquiera que estuviera a más de unos pocos pasos de distancia. Parecía perdido entre un mar de cabezas. Desde la distancia, sin embargo, aún podía detectarse el camino que seguía por el sutil desplazamiento del movimiento de la multitud al pasar él. Era como si hubiese dejado de ser un objeto visible y se hubiera convertido, simplemente, en una presencia que se siente.