Capítulo 14: Cómo afrontar la ansiedad y aumentar la autoestima
Se ha calculado que, durante el transcurso de una vida, al menos uno de cada cuatro estadounidenses padecerán un grado de ansiedad o preocupación lo bastante grave como para confirmar los diagnósticos sobre trastornos de este tipo. Pero incluso aquellos que no sufran nunca un estado patológico o incapacitador de ansiedad, experimentarán en uno u otro momento niveles excesivos de preocupación que no sirven a ningún propósito útil y que no hacen sino resquebrajar su felicidad e interferir en su capacidad para alcanzar objetivos.
El cerebro humano está equipado con un complicado sistema de registro de emociones como temor y preocupación. Este sistema cumple una función importante: nos moviliza para responder al peligro, poniendo en movimiento una compleja secuencia de acontecimientos bioquímicos y fisiológicos. La faceta adaptativa de la preocupación es que nos permite anticiparnos al peligro y tomar medidas. Por tanto, algunos tipos de temor y un razonable nivel de preocupación pueden ser saludables. No obstante, estos sentimientos pueden persistir y hasta experimentar una escalada sin que haya una auténtica amenaza; cuando llegan a ser desproporcionadamente intensos respecto a cualquier peligro real, terminan por perder su cualidad. Lo mismo que la cólera y el odio, la ansiedad y la preocupación excesivas pueden tener efectos devastadores sobre la mente y el cuerpo, convertirse en fuente de mucho sufrimiento psicológico e incluso de enfermedades físicas. Al llegar a cierto nivel, la ansiedad crónica puede dificultar el juicio, aumentar la irritabilidad y obstaculizar la eficacia. También puede conducir a problemas físicos, incluido el debilitamiento del sistema inmunológico ante enfermedades cardíacas, trastornos gastrointestinales, fatiga, tensión y dolor muscular. Se ha demostrado, por ejemplo, que los trastornos de ansiedad provocaban atrofia del crecimiento en las niñas adolescentes.
Al buscar estrategias para afrontar la ansiedad debemos considerar que, como señala el Dalai Lama, hay muchos factores que contribuyen a ella. En algunos casos puede tener un fuerte componente biológico. Algunas personas parecen sufrir una cierta vulnerabilidad neurológica que les inclina a este estado. Recientemente, los científicos han descubierto un gen vinculado a personas con tendencia a la ansiedad y el pensamiento negativo, aunque no todos los casos de preocupación enfermiza son de origen genético, y hay pocas dudas de que el aprendizaje y el condicionamiento tienen un papel importante en su etiología.
Pero, al margen de que nuestra ansiedad sea predominantemente de origen físico o psicológico, lo cierto es que podemos hacer algo. En los casos más graves de ansiedad, la medicación suele ser una parte del tratamiento eficaz. Pero la mayoría de nosotros, acuciados por preocupaciones y ansiedades cotidianas, no necesitamos medicación. Generalmente, los expertos en el campo del control de la ansiedad tienen la sensación ,de que lo mejor es un enfoque multidimensional. Eso incluiría, en primer lugar, descartar una patología subyacente como causa de nuestra ansiedad. También resulta útil mejorar nuestra salud física, mediante dieta y ejercicio adecuados. Tal como ha resaltado el Dalai Lama, cultivar la compasión y profundizar nuestra conexión con los demás puede promover una buena higiene mental y ayudar a combatir los estados de ansiedad.
No obstante, en la búsqueda de estrategias para superar la ansiedad, hay una técnica que destaca como particularmente efectiva: la intervención cognitiva. Se trata de uno de los principales métodos utilizados por el Dalai Lama para superar las preocupaciones y ansiedades diarias. Esta técnica, en la que se aplica el mismo procedimiento utilizado para la cólera y el odio, supone enfrentarse activamente a los pensamientos generadores de ansiedad y sustituidos con pensamientos y actitudes positivas y bien razonadas.
Debido a la omnipresencia de la ansiedad en nuestra cultura, sentía verdaderas ganas de plantearle el tema al Dalai Lama para saber cómo lo afrontaba. Precisamente aquel día tuvo un programa particularmente apretado y noté cómo aumentaba mi propio nivel de ansiedad cuando, momentos antes de nuestra entrevista, fui informado por su secretario de que nuestra conversación tendría que ser breve. Presionado por el tiempo y preocupado por no poder abordar todos los temas que deseaba discutir, me senté rápidamente y empecé a preguntar, volviendo a mi tendencia de tratar de obtener respuestas sencillas por su parte.
—Como sabe, el temor y la ansiedad pueden ser un obstáculo para alcanzar nuestros objetivos, tanto si son externos como si son de mejora interior. En psiquiatría tenemos varios métodos para abordar estos problemas, pero siento curiosidad por saber cuál es, desde su punto de vista, la mejor forma de superarlos.
Resistiéndose a mi invitación de simplificar en exceso la cuestión, el Dalai Lama contestó con su característico enfoque meticuloso.
—Al enfrentarnos al miedo, creo que lo primero que tenemos que hacer es reconocer que hay muchos tipos distintos de él. Algunas clases de temor son muy genuinas y se basan en razones sólidas, como el temor a la violencia o al derramamiento de sangre. Es evidente que esas cosas son temibles. También existe el temor a las consecuencias a largo plazo de nuestras acciones negativas, el temor al sufrimiento, a nuestras emociones negativas, como el odio. Creo que estas son clases correctas de temor, ya que contribuyen a situamos en el camino correcto y nos ayudan a convertirnos en personas de corazón cálido.—Se detuvo un momento para reflexionar y musitó—: Aunque en cierto sentido estas son clases de temor, creo que quizá haya alguna diferencia entre temer estas cosas y el hecho de que la mente perciba la naturaleza destructiva de ellas…
De nuevo calló un momento, como si deliberase algo consigo mismo, mientras yo lanzaba miradas furtivas hacia mi reloj. Estaba claro que él no se sentía presionado por el tiempo como yo. Finalmente, siguió hablando con una actitud pausada.
—Por otro lado, algunas clases de temor son subjetivas; se basan principalmente en proyecciones mentales; por ejemplo, los temores infantiles —se echó a reír—; cuando yo era joven y pasaba por un lugar oscuro, especialmente por algunos de los salones oscuros del Potala, sentía miedo; éste era consecuencia de una proyección mental. O como cuando era joven y los barrenderos y las personas que me cuidaban me advertían siempre que había un búho que atrapaba a los niños pequeños y se los comía —el Dalai Lama se echó a reír todavía más—. ¡Y yo me lo creía!
»Hay otros tipos de temor basados en la subjetividad —siguió diciendo—. Cuando, por ejemplo, se tienen sentimientos negativos debido a la propia situación psicológica, se pueden proyectar tales sentimientos sobre otro, que entonces se nos muestra como negativo y hostil. Como consecuencia de ello, se experimenta miedo. Creo que esa clase de temor está relacionada con el odio y surge como creación mental. Así que, al tratar con el temor, hay que utilizar primero la facultad de razonar y tratar de descubrir si tiene una base lógica.
—Bueno —le dije—, en lugar de un temor intenso o concentrado en un individuo o situación específica, muchos de nosotros nos sentimos agobiados por una preocupación más difusa acerca de una amplia variedad de problemas cotidianos. ¿Tiene alguna sugerencia acerca de cómo tratar eso?
El Dalai Lama asintió con la cabeza, antes de responder.
—Uno de los métodos que personalmente me parece útil para reducir esa clase de preocupación consiste en cultivar el siguiente pensamiento: si la situación o problema puede remediarse, no hay necesidad de preocuparse. En otras palabras, si existe una solución o una forma de salir de la dificultad, no habría necesidad de sentirse abrumado por ella. La acción apropiada, por tanto, es la de buscar su solución. Es más sensato dedicar la energía a concentrarse en la solución que preocuparse por el problema. Por otro lado, si no hay forma de encontrar una solución, si no hay posibilidad de resolverla, tampoco sirve de nada preocuparnos por ella, puesto que, de todos modos, tampoco podemos hacer nada. En tal caso, cuanto antes se acepte ese hecho, tanto más fáciles serán las cosas. Esta fórmula, claro está, supone abordar directamente el problema. De otro modo, no podremos descubrir si hay una solución o no.
—¿Y si el pensar así no contribuye a aliviar la ansiedad?
—Bueno, entonces quizá haya necesidad de reflexionar un poco más sobre estos pensamientos y reforzar estas ideas, para recordarlas. En cualquier caso, creo que este enfoque puede ayudar a reducir la ansiedad y la preocupación, lo que no significa que vaya a funcionar siempre. Si uno se enfrenta con una ansiedad, creo que hay que considerar la situación específica que plantea. Hay diferentes tipos de ansiedad y diferentes causas. Algunos tipos de ansiedad o de nerviosismo podrían tener causas biológicas; a algunas personas, por ejemplo, les sudan las palmas de las manos, lo que, según el sistema médico tibetano, indicaría la existencia de un desequilibrio en los niveles de la energía sutil. Algunos tipos de ansiedad pueden tener raíces biológicas, lo mismo que algunos tipos de depresión, para los que quizá sea útil el tratamiento médico. Así que, para afrontar la ansiedad con eficacia, hay que ver de qué clase es y cual es su causa.
»Lo mismo que sucede con, el temor, puede haber diferentes tipos de ansiedad. Uno de ellos, que me parece común, sería el temor al ridículo, o el temor a que los demás piensen mal de uno…
—¿Ha experimentado alguna vez esa clase de ansiedad o nerviosismo? —le interrumpí.
El Dalai Lama lanzó una sonora risotada y respondió sin vacilar:
—¡Oh, sí!
—¿Puede darme un ejemplo?
Pensó un momento, antes de contestar.
—En 1954, por ejemplo, en China, el primer día de mi entrevista con el presidente Mao Zedong, y también en otra ocasión en que me reuní con Zhou Enlai. En aquellos tiempos yo no conocía el protocolo y los convencionalismos adecuados. Entre los chinos, el procedimiento habitual durante una reunión es iniciarla con alguna conversación de circunstancias para luego pasar a discutir el asunto que nos ocupa. Pero en aquella ocasión estaba tan nervioso que apenas me senté abordé el asunto. —El Dalai Lama se echó a reír al recordarlo—. Recuerdo que mi traductor, un comunista tibetano que era muy fiable y muy buen amigo mío, me miró, se echó a reír y más tarde bromeó conmigo sobre ello.
»Creo que incluso ahora, poco antes de iniciar una charla o una enseñanza ante el público, siempre experimento un poco de ansiedad, por lo que alguno de mis ayudantes me pregunta: "Si es así, ¿por qué habéis aceptado la invitación para esta conferencia?".
Se echó a reír de nuevo.
—¿Cómo afronta personalmente esta clase de ansiedad? —le pregunté.
Me contestó con serenidad, con un tono quejumbroso y nada afectado en su voz.
—No lo sé… —Hizo una pausa y permanecimos en silencio durante largo rato, mientras él parecía reflexionar cuidadosamente. Finalmente, dijo—: Creo que la honradez y una motivación adecuada son las claves para superar esa clase de temor y ansiedad. Si me siento ansioso antes de dar una charla, procuro recordar cuál es la razón principal de ella y me digo que el objetivo de la conferencia es beneficiar al menos a algunas personas, no demostrar mis conocimientos.
En consecuencia, explico únicamente aquellas cosas que sé; las cosas que no comprendo suficientemente, no importan, porque me limito a decir: «Para mí, este tema es muy difícil». No hay razón alguna para ocultar nada o para fingir. Desde ese punto de vista, con esa motivación, no tengo que preocuparme por hacer el ridículo o por lo que piensen los otros de mí. Así pues, he descubierto que la motivación sincera actúa como un antídoto capaz de reducir el temor y la ansiedad.
—Bueno, a veces la ansiedad supone algo más que simplemente hacer el ridículo. Es más el temor al fracaso, una sensación de incompetencia…
Reflexioné un momento, considerando hasta qué punto podía revelar información personal.
El Dalai Lama me escuchó con atención, asintiendo en silencio mientras yo hablaba. No estoy seguro de lo que sucedió. Quizá fue su actitud de amable comprensión, pero lo cierto es que, antes de que me diera cuenta, había pasado de hablar de los temas generales a solicitarle su consejo acerca de cómo afrontar mis propios temores y ansiedades.
—No sé…, a veces, con mis pacientes, por ejemplo… Algunos son muy difíciles; son casos en los que no hay un diagnóstico claro como depresión o alguna otra enfermedad que se remedia fácilmente. Hay algunos pacientes con graves trastornos de personalidad; por ejemplo, que no responden a la medicación y que no han conseguido realizar progresos en la psicoterapia a pesar de mis esfuerzos. En ocasiones no sé qué hacer con estas personas, cómo ayudarlas. Parece como si no fuera capaz de captar lo que sucede en ellas. Y eso hace que me sienta perplejo, casi como un inútil—me quejé—. Me siento incompetente y eso crea cierto temor, ansiedad. Él me escuchó solemnemente y luego me preguntó con voz amable:
—¿Diría que es capaz de ayudar al setenta por ciento de sus pacientes?
—Eso por lo menos —contesté.
Me dio unas suaves palmaditas en la mano al tiempo que decía:
—Entonces creo que no hay ningún problema. Si sólo fuera capaz de ayudar al treinta por ciento de sus pacientes, le sugeriría que se buscara otra profesión. Pero creo que lo está haciendo bien. También a mí acude la gente en busca de consejo. Muchos buscan milagros, curas milagrosas y todo eso y, naturalmente, no puedo ayudarles. Pero creo que lo principal es la motivación, tener una sincera inclinación a ayudar. Entonces uno se limita a hacer las cosas lo mejor que puede y no hay que preocuparse por nada más.
»En mi caso, por ejemplo, a veces se producen situaciones tremendamente delicadas, lo que supone una pesada responsabilidad. Creo que lo peor es cuando la gente deposita demasiada confianza en mí, en circunstancias en las que algunas cosas están fuera de mi alcance. En esos casos se desarrolla a veces algo de ansiedad, claro, pero vuelvo una vez más a la motivación: procuro recordarme a mí mismo que, por lo que se refiere a la mía propia, soy sincero y he hecho las cosas lo mejor que he podido. Entonces, mi fracaso significa que la situación no estaba al alcance de mis esfuerzos. La motivación sincera elimina por lo tanto el temor y proporciona confianza en uno mismo. Por otro lado, si la motivación fundamental de alguien es la de engañar a otro, se siente realmente nervioso si fracasa. Pero si se cultiva una motivación compasiva no hay por qué lamentarse si se falla.
»Así que, una y otra vez, creo que la motivación adecuada es una especie de protectora contra estos sentimientos de temor y ansiedad. Por eso es tan importante la motivación. De hecho, todas las acciones humanas pueden verse en términos de movimiento y lo que se mueve por detrás de todas las acciones es lo que las impulsa. Si se desarrolla una motivación pura y sincera, si se está motivado por el deseo de ayudar, sobre la base de la amabilidad, la compasión y el respeto, se puede desarrollar cualquier trabajo en cualquier ámbito y funcionar con mayor efectividad, con menor miedo o preocupación, sin temor a lo que digan los demás o si al final se tiene éxito y se puede alcanzar el objetivo. Aunque no logres alcanzar tu objetivo, puedes sentirte bien con el simple hecho de haber realizado el esfuerzo. Pero si tienes una mala motivación, aunque la gente te alabe o alcances los objetivos que te habías propuesto, no te sentirás feliz.
Al analizar los antídotos contra la ansiedad, el Dalai Lama ofrece dos remedios, cada uno de los cuales funciona en un plano diferente. El primero implica combatir activamente la preocupación y dar sistemáticamente la vuelta a las cosas mediante la aplicación de un pensamiento dicotómico: recordar que si el problema tiene una solución, no hay necesidad de preocuparse, y si no la tiene, tampoco.
El segundo antídoto es un remedio de más amplio espectro. Supone la transformación de la propia motivación fundamental. Existe un contraste interesante entre el enfoque del Dalai Lama sobre la motivación humana y el de la ciencia y la psicología occidentales. Según hemos visto previamente, los estudiosos de la motivación han investigado los motivos normales, examinando las necesidades e impulsos, tanto instintivos como aprendidos. En este nivel, sin embargo, el Dalai Lama ha centrado su atención en desarrollar y utilizar los impulsos aprendidos para intensificar el propio «entusiasmo y determinación». En algunos aspectos, esto es similar al punto de vista de muchos expertos occidentales; la diferencia estriba en que el Dalai Lama trata de crear determinación y entusiasmo para que la persona adopte comportamientos sanos y elimine los rasgos negativos, en lugar de resaltar el éxito mundano, lograr dinero o poder. Pero quizá la diferencia más notable sea que mientras que los «especialistas en motivación» se ocupan de promover las motivaciones ya existentes para alcanzar el éxito mundano, el principal interés del Dalai Lama por la motivación humana radica en reconfigurarla y cambiarla, de modo que se base en la compasión y la amabilidad.
En el sistema del Dalai Lama para entrenar la mente y alcanzar la felicidad, cuanto más cerca esté uno de sentirse motivado por el altruismo, tanto menor será el temor que experimentará ante circunstancias que provoquen incluso una ansiedad extrema. Pero ese mismo principio puede aplicarse también a cosas más pequeñas, incluso cuando la propia motivación no es del todo altruista. Retroceder un paso para asegurarse de que uno no tiene intención de causar daño y de que la propia motivación es sincera, contribuye a reducir la ansiedad en situaciones corrientes.
No mucho después de la conversación anterior con el Dalai Lama, almorcé con un grupo de personas entre las que había un joven a quien no conocía, estudiante de una universidad local. Durante el almuerzo, alguien preguntó cómo iba mi serie de entrevistas con el Dalai Lama. Después de escuchar con atención mi descripción de la idea de la «motivación sincera como antídoto frente a la ansiedad», el estudiante declaró que siempre se había sentido tímido y muy nervioso en las relaciones sociales. Al pensar en cómo podía aplicar esta técnica para superar su ansiedad, el estudiante murmuró:
—Bueno, todo eso es muy interesante, pero me imagino que la parte difícil es la de tener esa elevada motivación de compasión y amabilidad.
—Supongo que eso es cierto —tuve que admitir.
La conversación se desvió hacia otros temas y terminamos de almorzar.
A la semana siguiente me encontré por casualidad con el mismo estudiante universitario, en el mismo restaurante. Se me acercó alegremente y me dijo:
—¿Recuerda que el otro día hablamos sobre motivación y ansiedad? Pues bien, lo probé y realmente funciona. Conozco a una joven que trabaja en unos grandes almacenes, a la que he visto muchas veces. Siempre he querido invitarla a salir, pero la chica agravaba mi timidez, así que no me atrevía a hablar con ella. El otro día fui a los grandes almacenes, pero esta vez empecé a pensar en mi motivación para pedirle que saliera conmigo. El motivo, claro está, era que quería salir con ella. Pero detrás estaba el deseo de encontrar a alguien a quien amar y que me amara. Al pensar en ello, me di cuenta de que no había nada de malo en ello, de que mi motivación era sincera; no deseaba causarle ningún daño, ni a ella ni a mí mismo, sino sólo que nos sucedieran cosas buenas. El simple hecho de tener eso en cuenta y de recordármelo unas cuantas veces pareció ayudarme; me proporcionó el valor para entablar una conversación con ella. El corazón me latía con fuerza, pero yo me sentía estupendamente al ver que por fin había encontrado valor para hablar con ella.
—Me alegro mucho de saberlo —le dije—. ¿Y qué ocurrió?
—Bueno, resulta que ya tiene novio formal. Me sentí un tanto desilusionado, pero está bien. Me sentí estupendamente por el simple hecho de haber podido superar mi timidez. Eso me permitió comprender que si me aseguro de que no hay nada malo en mi motivación y lo recuerdo, eso me puede ayudar la próxima vez que me encuentre en la misma situación.
LA HONRADEZ COMO ANTÍDOTO CONTRA EL BAJO NIVEL DE AUTOESTIMA O LA EXAGERADA SEGURIDAD EN SÍ MISMO
Una saludable seguridad en uno mismo es un factor esencial para alcanzar nuestros objetivos. Esto se aplica tanto si nuestro objetivo consiste en lograr un título universitario como si se trata de crear un negocio con éxito, disfrutar de una relación satisfactoria o disponer la mente para ser más feliz. Un bajo nivel de confianza en nosotros mismos inhibe nuestros esfuerzos para seguir adelante, afrontar los desafíos y hasta para asumir algunos riesgos cuando sea necesario para la consecución de nuestros objetivos.
La seguridad exagerada en uno mismo también es igualmente peligrosa. Quienes tienen un sentido desmesurado de sus propias capacidades y logros se hallan sometidos continuamente a la frustración, la desilusión y la rabia cuando la realidad se entromete y el mundo no avala la visión idealizada que tienen de sí mismos. Estas personas siempre se encuentran a un paso de hundirse en la depresión cuando no logran estar a la altura de su imagen idealizada. Además, su megalomanía les conduce a menudo a experimentar una sensación de tener derecho a todo y a una especie de arrogancia que les distancia de los demás y les impide establecer relaciones emocionalmente satisfactorias. Finalmente, el hecho de sobrestimar sus capacidades puede conducirles a correr riesgos peligrosos. Según nos dice el inspector Callahan, en vena filosófica en la película Harry el fuerte, mientras observa cómo el malo de la película, exageradamente seguro de sí mismo, termina por volarse la tapa de los sesos: «Un hombre tiene que conocer sus limitaciones».
En la tradición psicoterapéutica occidental, los teóricos han relacionado tanto el bajo como el alto nivel de seguridad en uno mismo con perturbaciones en la imagen propia y han investigado para descubrir las raíces de estas perturbaciones en la educación que se recibe durante la infancia. Muchos teóricos consideran la imagen, tanto deficiente como exagerada, como una moneda de dos caras, de las que la exagerada, por ejemplo, es una defensa inconsciente contra las inseguridades y sentimientos negativos sobre uno mismo. Los psicoterapeutas de orientación psicoanalítica han formulado complejas teorías acerca de cómo se producen las distorsiones de la imagen. Explican cómo se forma a medida que la persona interioriza la información que recibe de su ambiente. Describen cómo las personas desarrollan sus conceptos sobre ellas mismas al incorporar mensajes explícitos e implícitos de sus padres, y cómo pueden ocurrir distorsiones cuando las primeras interacciones con quienes las cuidan no son ni saludables ni formativas.
Cuando las perturbaciones en la propia imagen son lo bastante graves como para causar problemas significativos en su vida, muchas de esas personas recurren a la psicoterapia. Los psicoterapeutas orientados hacia la percepción interior se concentran en ayudar a los pacientes a comprender las disfunciones de sus relaciones infantiles en las que se encuentra el origen del problema, y en proporcionar información apropiada y un ambiente terapéutico en el que los pacientes reestructuren y reparen paulatinamente su imagen negativa. Por otro lado, el Dalai Lama centra la atención en «extraer la flecha», más que en dedicar tiempo a preguntarse quién la disparó. En lugar de plantearse por qué la gente tiene un nivel de autoestima bajo o elevado, nos plantea un método para combatir directamente estos estados negativos de la mente.
En las décadas recientes, la naturaleza del «yo mismo» ha sido uno de los temas más investigados en el campo de la psicología. En la «década del yo», la de los años ochenta, por ejemplo, se publicaban cada año miles de artículos en los que se exploraban temas relacionados con la autoestima y la seguridad en uno mismo. Pensando en ello, abordé el tema con el Dalai Lama:
—En una de nuestras conversaciones, habló usted de la humildad como un rasgo positivo y explicó cómo estaba vinculada con el cultivo de la paciencia y la tolerancia. En la psicología occidental, y en nuestra cultura en general, suele pasarse por alto el ser humildes en favor del desarrollo de cualidades como altos niveles de autoestima y de seguridad en nosotros mismos. De hecho, en Occidente se da mucha importancia a estos atributos. Me preguntaba si usted tiene la sensación de que los occidentales tendemos a veces a dar demasiado valor a la seguridad en nosotros mismos, a ser excesivamente indulgentes o estar demasiado centrados en nuestras vidas.
—No necesariamente —contestó el Dalai Lama—, aunque el tema puede ser bastante complicado. Los grandes maestros espirituales, por ejemplo, son aquellos que han hecho un voto o que han asumido la determinación de anular sus estados mentales negativos para promover y producir la felicidad definitiva en todos los seres sensibles. Tienen esa visión y esa aspiración, que requiere un tremendo sentido de la seguridad en sí mismos; la cual puede ser muy importante porque transmite una cierta osadía que ayuda a alcanzar grandes objetivos. En cierto modo, parecen arrogantes, aunque no de una forma negativa. Se basan en razones sanas. Así pues, yo los consideraría personas muy valientes, casi héroes.
—Lo que en un gran maestro espiritual puede parecer superficialmente una arrogancia, quizá sea una expresión de seguridad en sí mismo y de valentía —admití—. Pero, para la gente normal, en circunstancias cotidianas, lo más probable es que suceda lo contrario, que alguien que parezca tener mucha seguridad en sí mismo y un alto nivel de autoestima, no sea en realidad más que simplemente un arrogante. Tengo entendido que, según el budismo, la arrogancia se define como una de las «emociones básicas del sufrimiento». De hecho, he leído que, según un sistema, hay siete tipos diferentes de arrogancia. Se considera por tanto muy importante evitar o superar la arrogancia. Pero también lo es el tener un fuerte sentido de seguridad en uno mismo. Existe una línea muy tenue entre ambas. ¿Cómo saber la diferencia entre ellas y cultivar la una al tiempo que se elimina la otra?
—A veces es bastante difícil distinguir entre seguridad en sí mismo y arrogancia —admitió el Dalai Lama—. Quizá una forma sea ver si el sentimiento es sano o no. Se puede tener una idea de superioridad muy sana en la relación con otros, que puede estar muy justificada y ser válida. Y también puede tenerse una seguridad exagerada en uno mismo, totalmente infundada. Eso sería arrogancia. Así pues, en términos de su estado fenomenológico, pueden ser similares…
—Pero una persona arrogante siempre tiene la sensación de poseer una base válida para…
—Es cierto, es cierto —admitió el Dalai Lama.
—¿Cómo distinguir, entonces, entre las dos? —insistí.
—Creo que, a veces, es algo que sólo puede juzgarse retrospectivamente, ya sea desde la perspectiva del propio individuo o desde la de una tercera persona. —El Dalai Lama hizo una pausa y bromeó—: Quizá la persona en cuestión tuviera que presentarse ante los tribunales para descubrir si es un ejemplo de orgullo exagerado o de arrogancia —exclamó riendo.
»Al establecer la distinción entre engreimiento y seguridad en uno mismo —siguió diciendo—, cabría pensar en términos de las consecuencias de la propia actitud; generalmente, el engreimiento y la arrogancia tienen consecuencias negativas, mientras que una sana seguridad en uno mismo tiene consecuencias positivas. Así pues, cuando hablamos de "seguridad en sí mismo", tenemos que examinar el sentido subyacente del "sí mismo". Creo que se pueden establecer dos tipos. Un sentido del yo mismo o "ego" se preocupa únicamente por la realización del propio interés, de los deseos egoístas, con un completo desinterés hacia el bienestar de los demás. El otro tipo de ego o sentido de uno mismo se basa en una verdadera preocupación por los demás y el deseo de rendirles un servicio. Para realizar ese deseo de servir hay que tener un fuerte sentido y una gran seguridad en uno mismo. Esa clase de seguridad es la que tiene consecuencias positivas.
—Creo que antes mencionó que una forma de ayudar a reducir la arrogancia o el orgullo, si una persona reconociera el orgullo como un defecto y deseara superarlo —comenté—, sería considerar el propio sufrimiento, reflexionar sobre todas las formas en las que nos hallamos sometidos o somos proclives a él. Además de considerar el propio sufrimiento, ¿existe alguna otra técnica o antídoto para trabajar contra el orgullo?
—Un antídoto consiste en reflexionar sobre la diversidad de las disciplinas sobre las que quizá no se tengan conocimientos —contestó—. Por ejemplo, en el sistema educativo moderno hay multitud de disciplinas. Pensar en tantos campos de los que uno es ignorante, puede ayudamos a superar el orgullo.
El Dalai Lama dejó de hablar y, convencido de que eso era todo lo que tenía que decir al respecto, empecé a rebuscar en mis notas para pasar al siguiente tema. De repente, volvió a hablar con un tono reflexivo.
—Mire, hemos hablado de desarrollar una saludable seguridad en uno mismo… Creo que quizá honradez y seguridad en uno mismo están estrechamente relacionadas.
—¿Se refiere a ser honrado con uno mismo acerca de cuáles son las propias capacidades, etcétera? ¿O se refiere a ser honrado con los demás? —pregunté.
—Ambas cosas —contestó—. Cuanto más honrado sea uno, cuanto más abierto, menos temor tendrá, porque no hay ansiedad ante el hecho de verse expuesto o revelarse ante los demás. Así pues, creo que cuanto más honrado sea uno, mayor seguridad en sí mismo tendrá… —Me interesa explorar un poco más cómo afronta personalmente el tema de la seguridad en sí mismo —le dije—. Ha mencionado que la gente parece acudir a usted y espera que realice milagros. Lo someten a demasiada presión y tienen elevadas expectativas sobre usted. Aunque tenga una motivación adecuada, ¿no hace eso que sienta una cierta falta de confianza en sus capacidades?
—Creo que aquí hay que tener en cuenta lo que quiere decir al hablar de «falta de confianza» o de «poseer seguridad en uno mismo», en relación con un acto en concreto o con lo que sea. Para que alguien experimente falta de confianza en algo, es necesario que primero tenga la convicción de poder hacerlo, es decir, que está a su alcance; si algo está a su alcance y no puede hacerlo, se empieza a pensar: «Quizá yo no sea lo bastante bueno o competente, o no esté a la altura» o algo parecido. En mi caso, sin embargo, darme cuenta de que no puedo realizar milagros no me produce ninguna pérdida de seguridad en mí mismo porque nunca pensé que tuviera esa capacidad. No espero poder actuar como los Budas plenamente iluminados, ser capaz de saberlo todo, de percibirlo todo o de hacer lo más correcto en todas las ocasiones. Así que cuando la gente se me acerca y me pide que la cure, que realice un milagro o algo así, en lugar de sentir falta de seguridad en mí mismo, sólo me siento bastante incómodo.
»Creo que, en general, ser honrado con uno mismo y con los demás sobre lo que se es y no se es capaz de hacer puede contrarrestar ese sentimiento de falta de seguridad.
»Sin embargo, hay ocasiones, como por ejemplo en las relaciones con China, en que me siento inseguro. Habitualmente, consulto estas situaciones con funcionarios y, en algunos casos, con personas que no lo son. Pregunto a mis amigos y luego discuto la cuestión. Puesto que muchas de las decisiones se toman a partir de discusiones con varias personas y no se adoptan precipitadamente, suelo sentirme bastante seguro de mí mismo y no hay razón para que lamente haberlas tomado.
La valoración honrada y sin temor alguno puede ser un arma poderosa contra las dudas o el bajo nivel de seguridad. La convicción del Dalai Lama de que esta clase de honradez actúa como un antídoto contra estados negativos de la mente ha sido efectivamente confirmada por una serie de recientes estudios en los que se demuestra con claridad que quienes tienen una visión realista y exacta de sí mismos tienden a gustarse más y a ser más seguros que los que tienen un conocimiento de sí deficiente o quizá inexacto.
Con el transcurso de los años, he visto a menudo al Dalai Lama ilustrar hasta qué punto la seguridad en sí mismo procede del hecho de ser honrado y claro con las propias capacidades. Me causó una gran sorpresa la primera vez que le oí decir, delante de una gran audiencia «No lo sé», en respuesta a una pregunta. A diferencia de lo que estaba acostumbrado a escuchar a los conferenciantes académicos o a los que se presentaban como autoridades, admitió su falta de conocimiento sin ambages, declaraciones justificativas o intentos por parecer que sabía algo soslayando el tema.
De hecho, pareció complacerse ligeramente al verse confrontado con una pregunta difícil para la que no tenía respuesta, y a menudo incluso bromeaba al respecto. Por ejemplo, una tarde, en Tucson, había hecho un comentario sobre un verso de lógica particularmente compleja perteneciente a la Guía del estilo de vida del Bodhisattva, de Shantideva. Se esforzó por recordarlo correctamente, se confundió y finalmente se echó a reír y dijo:
—¡Estoy confundido! Creo que es mejor dejarlo como está. Ahora bien, en el siguiente verso…
En respuesta a las risas apreciativas del público, aún se rió más y comentó:
—Hay una expresión para referirse a este enfoque; hace referencia a la comida de un anciano, una persona muy vieja, con los dientes muy deteriorados: se comen las cosas blandas; en cuanto a las duras, se dejan. —Sin dejar de reír, añadió—: Así que lo dejaremos como está por hoy.
En ningún instante se conmovió su suprema seguridad en sí mismo.
REFLEXIÓN SOBRE NUESTRO POTENCIAL COMO ANTÍDOTO CONTRA EL ODIO A UNO MISMO
Durante un viaje que hice a la India en 1991, dos años antes de la visita del Dalai Lama a Arizona, me reuní brevemente con él en su casa de Dharamsala. Aquella semana él había mantenido reuniones diarias con un distinguido grupo de científicos occidentales, físicos, psicólogos y maestros de meditación, en un intento por explorar la conexión entre la mente y el cuerpo, por comprender la relación entre la experiencia emocional y la salud física. Me reuní con el Dalai Lama a última hora de la tarde, después de una de sus sesiones con los científicos. Hacia el final de nuestra entrevista, el Dalai Lama preguntó:
—¿Sabe que durante esta semana he tenido varias reuniones con esos científicos?
—Sí.
—A lo largo de ellas ha surgido algo que me ha parecido muy sorprendente. Me refiero al concepto de odio hacia uno mismo. ¿Está usted familiarizado con ese concepto?
—Desde luego que sí. Lo sufre una proporción bastante alta de mis pacientes.
—Cuando los científicos empezaron a hablar del tema, al principio no estuve seguro de comprender correctamente el concepto. —Se echó a reír—. Pensé: «¿Odiarse a uno mismo? ¡Pero si nos queremos! ¿Cómo puede una persona odiarse a sí misma?». A pesar de que creía tener cierto conocimiento sobre cómo funciona la mente humana, esa idea del odio dirigido contra uno mismo me resultó completamente nueva. La razón por la que me pareció totalmente inconcebible es porque los budistas practicantes trabajamos mucho para superar nuestra actitud egocéntrica, nuestros pensamientos y motivaciones egoístas. Desde este punto de vista creo que nos queremos y apreciamos demasiado. Así que pensar en la posibilidad de que alguien no se apreciara e incluso se odiara a sí mismo, era bastante inconcebible. Como psiquiatra, ¿puede explicarme ese concepto y por qué ocurre?
Le describí brevemente mi visión profesional del origen del odio contra uno mismo. Le expliqué cómo la imagen que tenemos de nosotros está configurada por nuestros padres y nuestra educación, cómo captamos de ellos mensajes implícitos sobre nosotros a medida que crecemos y nos desarrollamos, y le perfilé las condiciones específicas en las que se desarrolla una imagen negativa. Entré en detalles sobre los factores que exacerban el odio contra uno mismo, como cuando nuestro comportamiento no logra estar a la altura de la imagen idealizada que tenemos de nosotros, y le describí algunas de las formas mediante las que el odio contra sí puede verse reforzado culturalmente, sobre todo entre algunas mujeres y las minorías. Mientras le explicaba estas cosas, el Dalai Lama siguió asintiendo reflexivamente, con una expresión burlona en el rostro, como si tuviera alguna dificultad para captar este concepto extraño para él.
Groucho Marx dijo humorísticamente en cierta ocasión: «Nunca ingresaría en un club que aceptara a tipos como yo». Respecto a esta visión negativa de sí hasta convertirla en una observación sobre la naturaleza humana, Mark Twain había dicho: «En lo más profundo de la intimidad de su propio corazón, ningún hombre tiene un respeto considerable por sí mismo». Tomando esta visión pesimista de la humanidad e incorporándola a las teorías psicológicas, el psicólogo humanista Carl Rogers afirmó: «La mayoría de la gente sé desprecia a sí misma, se considera inútil y poco digna de ser querida».
Existe en nuestra sociedad una noción popular, compartida por la mayoría de psicoterapeutas contemporáneos, de que el odio contra uno mismo abunda en la cultura occidental. Aunque eso es cierto, afortunadamente no se halla tan extendido como creen muchos. Se trata, desde luego, de un problema común entre quienes acuden al psicoterapeuta; pero los psicoterapeutas tienen a veces una visión un tanto sesgada de las cosas, una tendencia a basar su concepción de la naturaleza humana en los individuos que acuden a sus consultas. La mayoría de los datos basados en pruebas experimentales han establecido, sin embargo, que la gente tiende a menudo (o al menos desearía tender) a verse bajo una luz favorable, a calificarse como «mejor que la media» cuando se le pregunta sobre las cualidades subjetivas y socialmente deseables.
Con todo, aunque el odio contra uno mismo no sea tan general como se cree comúnmente, puede seguir siendo un tremendo lastre para muchas personas. Me quedé tan sorprendido por la reacción del Dalai Lama como él ante el concepto. Su respuesta inicial puede ser muy reveladora y curativa.
Hay dos puntos relacionados con su notable reacción que merecen un examen más atento. El primero es, simplemente, que no estuviera familiarizado con la existencia del odio contra sí. La suposición subyacente de que este tipo de odio es un problema muy difundido ha generado la sensación de que se trata de un rasgo profundamente arraigado en la psique humana. Pero el hecho de que sea algo virtualmente desconocido en ciertas culturas, como en la cultura tibetana, nos recuerda que se trata de un estado mental problemático, como los otros estados mentales negativos que hemos analizado, y que no forma parte intrínseca de la mente humana. No se trata de algo con lo que hayamos nacido, que nos veamos obligados a arrastrar irrevocablemente, ni es una característica indeleble de nuestra naturaleza. Es algo que se puede eliminar. Darse cuenta de ello puede servir, por sí solo, para debilitar su poder, dándonos esperanza y reforzando nuestro compromiso de eliminarlo.
El segundo punto relacionado con la reacción inicial del Dalai Lama fue su respuesta: «¿Odiarse a uno mismo? ¡Pero si nos queremos!». Para aquellos que sufrimos este tipo de odio o que conocemos a alguien que lo sufre, esta respuesta puede parecer increíblemente ingenua. Pero si la examinamos más de cerca, encontramos verdades en ella. Hay muchas formas de sentir amor, y quizá la más pura y exaltada es el deseo total, absoluto e ilimitado de felicidad para otro; un deseo, sentido con el corazón, de que el otro sea feliz, al margen de que haga algo para causarnos daño o incluso de que nos guste o no. Ahora bien, en lo más profundo de nuestros corazones no cabe la menor duda de que todos y cada uno de nosotros queremos ser felices. En consecuencia, si nuestra definición de amor se basa en un verdadero deseo de que alguien sea feliz, cada uno de nosotros se ama efectivamente a sí mismo, cada uno de nosotros desea sinceramente la propia felicidad. En mi consulta me he encontrado a veces con casos extremos de odio hacia sí, hasta el punto de abrigar pensamientos recurrentes de suicidio. Pero incluso en estos casos, la voluntad de morir se basa en último término en el deseo del individuo (por distorsionado y equivocado que esté) de liberarse del sufrimiento, no de causarlo.
Así pues, quizá el Dalai Lama no se hallaba tan lejos de la verdad al expresar su convicción de que todos experimentamos un amor fundamental por nosotros mismos, lo cual sugiere la existencia de un poderoso antídoto contra este mal, ya que podemos contrarrestar los sentimientos de desprecio recordando que, por mucho que nos disgusten algunas de nuestras características, deseamos ser felices; ése es un tipo profundo de amor.
Durante una visita posterior a Dharamsala, volví a plantear al Dalai Lama el tema del odio contra uno mismo. Para entonces ya se había familiarizado con el concepto y había empezado a pensar métodos para combatirlo.
—Desde el punto de vista budista —explicó—, estar en un estado depresivo, en un estado de desánimo, es una situación extrema que constituye claramente un obstáculo para alcanzar los propios objetivos. Este estado de odio contra uno mismo es incluso mucho más grave que el sentirse simplemente desanimado, y puede llegar a ser muy peligroso. Para los que practican el budismo, el antídoto contra el odio hacia sí sería reflexionar sobre el hecho de que todos los seres humanos, incluido uno mismo, tienen la naturaleza del Buda, la semilla o el potencial para alcanzar la perfección, la plena iluminación, sin que importe lo débil, pobre o llena de privaciones que pueda ser nuestra situación actual. Por tanto, los budistas que sufren de odio contra sí mismos o que se detestan, deberían evitar considerar lo doloroso o insatisfactorio de la existencia y centrarse en sus aspectos positivos, como el tremendo potencial que hay dentro de uno mismo. Al reflexionar sobre estas oportunidades y potencialidades, podrán aumentar la sensación del propio valor y alcanzar mayor seguridad en sí mismos.
Le planteé la habitual pregunta desde la perspectiva de un no budista:
—¿Cuál sería entonces el antídoto para alguien que no hubiera oído hablar del concepto de la naturaleza del Buda o que no sea budista?
—Una de las cosas que podríamos señalarles a esas personas es que hemos sido dotados, como seres humanos, de una maravillosa inteligencia. Además, todos los seres humanos tienen capacidad de decisión, y de orientar ésta hacia sus fines. De eso no cabe la menor duda. Así pues, si se tiene conciencia de estos potenciales y se interiorizan hasta convertirlos en parte de nuestra percepción de los seres humanos, incluido uno mismo, quizá reduciríamos los sentimientos de desánimo, impotencia y autodesprecio.
El Dalai Lama se detuvo un momento y luego continuó con una inflexión pensativa, lo que sugería que aún seguía explorando activamente, enfrascado en un proceso de descubrimiento.
—Creo que existe algún paralelismo con la forma en que tratamos la enfermedad física. Cuando los médicos tratan a alguien de una enfermedad específica no sólo le administran antibióticos para combatirla, sino que también se aseguran de que el estado físico permita al paciente tomar antibióticos y tolerarlos. Para asegurarse de ello, los médicos comprueban que la persona está bien alimentada, y a menudo también le recetan vitaminas o lo que sea necesario para fortalecer el cuerpo. Mientras la persona posea fortaleza, su cuerpo dispone del potencial o la capacidad para curarse con ayuda de la medicación. De modo similar, mientras conozcamos y tengamos conciencia de que poseemos este maravilloso don que es la inteligencia, así como capacidad de decidir utilizarla de forma positiva, tendremos esa salud mental fundamental, esa fortaleza subyacente que procede de sabernos poseedores de un gran potencial humano. Darnos cuenta de ello puede actuar como una especie de mecanismo innato que nos permite afrontar cualquier dificultad, sin que importe la situación a la que nos enfrentemos, sin perder la esperanza ni hundirnos en el odio hacia nosotros mismos.
»Recordar las grandes cualidades que compartimos con todos los seres humanos neutraliza el impulso de pensar que somos malos o indignos. Muchos tibetanos lo analizan en su meditación diaria. Quizá sea esa la razón por la que el odio contra uno mismo nunca llegó a arraigar en la cultura tibetana.