Capítulo 12: Producir un cambio
EL PROCESO DE CAMBIO
—Hemos analizado la posibilidad de alcanzar la felicidad eliminando nuestros comportamientos y estados mentales negativos. En general, ¿cómo se consigue superar los comportamientos negativos e introducir cambios positivos? —pregunté.
—El primer paso es el aprendizaje, la educación —contestó el Dalai Lama—. Creo que ya he mencionado con anterioridad la importancia del aprendizaje…
—¿Cuando habló de la importancia de comprender por qué son nocivas las emociones negativas?
—Sí. Pero para producir cambios positivos, el aprendizaje sólo es el primer paso. También hay otros factores, como la convicción, la determinación, la acción y el esfuerzo. Así pues, el siguiente paso consiste en desarrollar nuestra convicción. El aprendizaje y la educación son importantes porque nos ayudan a desarrollar el convencimiento de que necesitamos cambiar, y aumentan nuestro compromiso. Y la convicción ha de cultivarse para convertirla en determinación. A continuación, la determinación se transforma en acción; una determinación firme nos permite realizar un esfuerzo continuado para poner en marcha los verdaderos cambios. Este factor es decisivo.
»Así, por ejemplo, si se quiere dejar de fumar, lo primero es ser consciente de que fumar es nocivo para el cuerpo. Por tanto, tienes que educarte. Tengo entendido, por ejemplo, que la información sobre los efectos nocivos del tabaco ha permitido modificar el comportamiento de mucha gente; ahora se fuma menos en los países occidentales que en un país comunista como China, debido precisamente a la disponibilidad de información. Pero, a menudo, ese aprendizaje por sí solo no es suficiente. Tienes que incrementar esa conciencia hasta que te lleve a una firme convicción sobre los efectos nocivos del tabaco. Eso fortalece a su vez tu determinación de cambiar. Finalmente, tienes que realizar un esfuerzo para establecer nuevos hábitos. Ése es el proceso de cambio, cualquiera que sea su objetivo.
»Ahora bien, al margen del comportamiento que intentes cambiar, del objetivo hacia el que dirijas tus esfuerzos, necesitas desarrollar una fuerte voluntad o deseo de hacerlo. Necesitas gran entusiasmo. En este aspecto el sentido de la urgencia es un factor clave que ayuda a superar los problemas. Por ejemplo, el conocimiento que se posee sobre los graves efectos del sida ha creado en muchas personas la necesidad perentoria de modificar el comportamiento sexual. Con frecuencia, una vez que se ha obtenido la información adecuada, surge la seriedad y el compromiso.
»Así pues, la urgencia puede impulsar enérgicamente el cambio. En un movimiento político, la desesperación puede originarla hasta el punto de que la gente llega a olvidar incluso su hambre y su cansancio en la busca de sus objetivos.
»El sentido de lo perentorio no sólo ayuda a superar los problemas personales, sino también los comunitarios. Cuando estuve en St. Louis, por ejemplo, hablé con el gobernador. Allí habían sufrido recientemente unas graves inundaciones. El gobernador me dijo que cuando se produjeron temió que, dada la naturaleza individualista de la sociedad, la gente no cooperara, no se comprometiera.
»Pero hubo tanta cooperación que quedó muy impresionado. Para mí, eso demuestra que para alcanzar objetivos importantes necesitamos desarrollar el sentido de lo perentorio. Desgraciadamente —añadió con tristeza—, sucede a menudo que no percibimos que una situación requiere una solución con urgencia.
Me sorprendió oírle subrayar esto porque en Occidente creemos que una actitud característica de los asiáticos es dejar que las cosas sigan su curso, derivada de su creencia de que se viven muchas vidas, de modo que si algo no sucede ahora, ya sucederá la próxima vez…
—Pero ¿cómo se desarrolla en la vida cotidiana ese entusiasmo y esa decisión de cambiar? —pregunté.
—Para un budista practicante hay varias técnicas para generar entusiasmo. Buda habló sobre lo preciosa que es la existencia humana. Nosotros discutimos acerca del potencial que hay dentro de nuestro cuerpo, de los buenos propósitos a los que puede servir, de los beneficios y ventajas de tener una forma humana, etcétera. Esas discusiones nos instilan confianza, nos incitan a utilizar nuestro cuerpo de forma positiva.
»Después, para dar conciencia de la urgencia, que impulse a prácticas espirituales, recordamos nuestra transitoriedad, es decir, la muerte, interpretada en términos muy convencionales y no en los aspectos más sutiles del concepto de transitoriedad. En otras palabras, se nos recuerda que algún día ya no estaremos aquí. Se estimula esa conciencia, de modo que cuando se conjunta con la comprensión del enorme potencial de nuestra existencia surge en nosotros la urgente necesidad de utilizar provechosamente todos los preciosos momentos de nuestra vida.
—Esa contemplación de nuestra transitoriedad parece una gran ayuda para desarrollar la urgencia de cambios positivos —comenté—. ¿No podrían utilizada también los no budistas?
—Creo que los no budistas deberían tener cuidado con algunas técnicas —contestó reflexivamente—. Porque —añadió echándose a reír— cabría utilizar la misma contemplación para el propósito opuesto y decirse: «No hay garantía de que vaya a estar vivo mañana, así que será mejor que hoy me divierta».
—¿Tiene alguna sugerencia acerca de cómo podrían desarrollar ese sentido de la urgencia los que no son budistas?
—Bueno, como ya he señalado, aquí es donde intervienen la educación y la información. Antes de conocer a ciertos expertos, por ejemplo, yo sabía muy poco sobre la crisis del medio ambiente. Pero ellos me explicaron el problema al que nos enfrentamos, y fui consciente de la gravedad de la situación. Eso mismo puede aplicarse a otros problemas que afrontamos.
—Pero, en ocasiones, incluso disponiendo de información, quizá no tengamos energía para efectuar el cambio. ¿Cómo podemos superar eso? —le pregunté.
El Dalai Lama reflexionó antes de contestar.
—Creo que tenemos que establecer una distinción. La apatía obedece en ocasiones a factores biológicos, y entonces hay que trabajar para cambiar el estilo de vida. Así, por ejemplo, dormir lo suficiente, seguir una dieta saludable, abstenerse de tomar alcohol, etcétera, ayuda a mantener la mente más alerta. En algunos casos quizá haya que recurrir incluso a medicamentos u otros remedios si la causa es una enfermedad. Pero también hay otra clase de apatía o pereza, la que surge de la debilidad de la mente…
—Sí, a eso me estaba refiriendo.
—Para superar esta apatía y generar compromiso y entusiasmo que permitan cambiar comportamientos o estados mentales negativos, creo que el método más efectivo y quizá la única solución es ser siempre consciente de los efectos destructivos del comportamiento negativo. Quizá haya que recordar repetidas veces dichos efectos.
Las observaciones del Dalai Lama me parecían acertadas. Como psiquiatra, sin embargo, sabía que algunos comportamientos negativos y formas de pensar están fuertemente arraigados, así como lo difícil que le resulta cambiar a la gente. Me he pasado muchas horas examinando y diseccionando la resistencia de los pacientes al cambio cuando hay en juego complejos factores psicodinámicos; así que pregunté:
—A menudo, la gente desea introducir cambios positivos en su vida, tener comportamientos más sanos…, pero en ocasiones parece producirse una especie de inercia o resistencia… ¿Cómo lo explicaría?
—Es bastante fácil—dijo con naturalidad.
—¿Fácil?
—Eso ocurre porque nos habituamos a hacer las cosas de cierta manera. Nos malcriamos y repetimos conductas que nos son familiares.
—Pero ¿cómo podemos superar eso?
—Utilizando el hábito en beneficio propio. Al familiarizamos constantemente con nuevas pautas de comportamiento, podemos establecerlas de modo definitivo. Le vaya dar un ejemplo: en Dharamsala solía iniciar la jornada a las tres y media de la mañana, aunque aquí, en Arizona, me estoy levantando a las cuatro y media. Duermo una hora más —dijo, sonriente—. Al principio se necesita un poco de esfuerzo para acostumbrarse, pero al cabo de unos meses se convierte en una rutina y ya no hay necesidad de ningún esfuerzo. Así, si uno se acostara un poco más tarde, se podría tener una tendencia a querer unos minutos más de sueño, pero uno se seguiría levantando a las tres y media sin esforzarse. Ello se debe al poder de la costumbre.
»Del mismo modo, podemos superar cualquier condicionamiento negativo y efectuar cambios positivos en nuestra vida. Pero hay que tener en cuenta que el cambio genuino no se produce de la noche a la mañana. En mi caso, por ejemplo, si comparo mi estado mental actual con el de, por ejemplo, hace veinte o treinta años, observo una gran diferencia. Pero a eso he llegado paso a paso. Empecé a estudiar el budismo aproximadamente a la edad de cinco o seis años, pero en aquella época no estaba interesado en los estudios —se echó a reír—, a pesar de que me llamaban la más alta reencarnación. Creo que hasta que no tuve unos dieciséis años no empecé a pensar seriamente en el budismo. Fue entonces cuando inicié prácticas serias. Luego, con el transcurso de los años, desarrollé un profundo aprecio por los principios y prácticas budistas, que al comienzo me habían parecido casi antinaturales. Todo me vino a través de la familiarización gradual. Claro que el proceso duró más de cuarenta años.
»Como ve, en lo más profundo, el desarrollo mental requiere tiempo. Si alguien dice: "Las cosas han mejorado después de pasar por muchos años de dificultades", me tomo esa afirmación muy seriamente y es muy probable que los cambios sean genuinos y duraderos. Pero si alguien dice: "En muy poco tiempo he tenido un gran cambio", dudo mucho de esa afirmación.
Aunque el análisis del Dalai Lama era irreprochable, había una cuestión que parecía quedar pendiente.
—Ha mencionado la necesidad de un alto nivel de entusiasmo y determinación para transformar la mente, para efectuar cambios positivos. Al mismo tiempo, sin embargo, reconocemos que el verdadero cambio sólo se produce con lentitud y puede exigir mucho tiempo —continué—. En consecuencia, es fácil desanimarse. ¿No se ha sentido nunca desanimado por el lento progreso en su práctica espiritual o por algún otro aspecto de su vida?
—Sí, desde luego —contestó.
—¿Cómo afronta eso?
—Por lo que se refiere a mi práctica espiritual, si encuentro obstáculos o problemas, me resulta útil detenerme y echar una mirada a largo plazo. Existen unos versos que en esas circunstancias me transmiten valor y me ayudan a mantener mi determinación. Son éstos: «Mientras el espacio perdure, mientras queden seres sensibles, viva también yo para disipar las miserias del mundo».
»Ahora bien, por lo que se refiere a la lucha por la libertad del Tíbet, si con la convicción expresada en esos versos estuviera dispuesto a esperar eones y eones…, mientras el espacio perdure…, bueno, creo que tendría una actitud estúpida. Hemos de implicamos activa e inmediatamente. Claro que, en esta lucha por la libertad, al pensar en los catorce o quince años de esfuerzos negociadores, sin resultados, al pensar en casi quince años de fracasos, se despierta en mí un sentimiento de impaciencia o frustración. Pero ese sentimiento no me desanima hasta el punto de perder la esperanza.
Insistí:
—Pero ¿qué es exactamente lo que le impide perder la esperanza?
—Creo que me ayuda la amplitud de mi perspectiva. Por ejemplo, si observamos la situación del Tíbet desde una perspectiva estrecha, nos sentiremos impotentes. No obstante, si lo hacemos desde una perspectiva más amplia, vemos una situación internacional en la que se están derrumbando los sistemas comunistas y totalitarios, en la que incluso existe en China un movimiento favorable a la democracia, en la que el ánimo de los tibetanos sigue siendo alto. Así que no abandono.
Llama la atención que un hombre con la formación filosófica y la práctica meditativa del Dalai Lama prescriba la educación como primer paso para producir la transformación interna, en lugar de prácticas espirituales más trascendentales o místicas. Aunque casi todo el mundo reconoce la importancia de la educación, solemos pasar por alto su papel como factor vital para alcanzar la felicidad. Las investigaciones han demostrado que hasta la educación puramente académica contribuye a la felicidad. Numerosas encuestas han puesto de manifiesto, de forma concluyente, que los niveles superiores de educación tienen ecos beneficiosos en la salud y hasta protegen de la depresión. Al tratar de determinar las razones de estos efectos, los científicos han sugerido que las personas mejor educadas son más conscientes de los factores de riesgo para la salud, están más capacitadas para adoptar medidas que la favorezcan e incrementen la autoestima, tienen mayores habilidades para solucionar problemas y también disponen de estrategias más efectivas para afrontar las situaciones. Así pues, si la simple educación académica aparece asociada con una vida más feliz, ¿cómo no va a ser más importante el aprendizaje del que habla el Dalai Lama, que consiste en comprender y utilizar todo aquello que conduce a una felicidad duradera?
El siguiente paso en el camino del Dalai Lama hacia el cambio supone generar «decisión y entusiasmo». Estas actitudes también son señaladas por la ciencia occidental contemporánea como factores importantes para alcanzar los objetivos. El psicólogo educativo Benjamin Bloom estudió la vida de algunos de los artistas, atletas y científicos estadounidenses más destacados y descubrió que el impulso y la decisión, y no el talento natural, fue lo que les permitió triunfar. Por tanto, cabe concluir que también son factores determinantes en el arte de alcanzar la felicidad.
Los estudiosos del comportamiento han investigado ampliamente los mecanismos que inician, mantienen y dirigen nuestras actividades, lo que se ha denominado «motivación humana». Los psicólogos han identificado tres clases principales de motivación. La primera es la motivación primaria, impulso basado en las necesidades biológicas para sobrevivir. Incluye, por ejemplo, las necesidades de alimento, agua y aire. La segunda agrupa las necesidades de estímulo e información, que para algunos investigadores son innatas e intervienen en la maduración y el funcionamiento del sistema nervioso. Por último, tenemos las motivaciones secundarias, derivadas de necesidades e impulsos adquiridos. Muchas de ellas están relacionadas con la necesidad de éxito y poder, influidas por fuerzas sociales y configuradas por el aprendizaje. Es aquí donde las teorías de la psicología moderna se encuentran con el concepto del Dalai Lama de desarrollar "decisión v entusiasmo». En el sistema del Dalai Lama, sin embargo, el impulso y la decisión no se utilizan únicamente para buscar el éxito mundano, sino que se desarrollan a medida que se obtiene una comprensión más clara de los factores que conducen a la verdadera felicidad y se utilizan en la búsqueda de objetivos superiores, como la compasión y el crecimiento espiritual.
El «esfuerzo» es el último factor del cambio. El Dalai Lama lo caracteriza como un factor necesario para establecer un nuevo condicionamiento. La idea de que podemos cambiar nuestros comportamientos y pensamientos negativos mediante un nuevo condicionamiento no sólo es compartida por muchos psicólogos occidentales, sino que constituye el fundamento de la psicología conductista: las personas han aprendido a ser como son, de modo que adoptando nuevos condicionamientos se puede resolver una amplia gama de problemas.
Aunque la ciencia ha revelado recientemente que la predisposición genética de la persona tiene un papel muy claro en las respuestas del individuo ante el mundo, muchos psicólogos creen que buena parte de nuestra forma de comportamos, de pensar y de sentir viene determinada por el aprendizaje y el condicionamiento, es decir, por la educación y las fuerzas sociales y culturales. Y puesto que los comportamientos son reforzados por el hábito, se nos abre la posibilidad, tal como afirma el Dalai Lama, de erradicar el condicionamiento nocivo y sustituirlo por uno útil: la vida.
Realizar un esfuerzo continuado para cambiar el comportamiento no sólo es útil para superar los malos hábitos, sino también para cambiar nuestros sentimientos fundamentales. Los experimentos han demostrado que así como nuestras actitudes determinan nuestro comportamiento, idea comúnmente aceptada, el comportamiento también puede cambiar nuestras actitudes. Los investigadores han descubierto que gestos inducidos experimentalmente, como fruncir el entrecejo o sonreír, tienden a producir las correspondientes emociones de cólera o felicidad, lo que sugiere que el simple hecho de «hacer como si», sobre todo si se practica con frecuencia, puede producir finalmente un verdadero cambio interno. Esto avala las prácticas propugnadas por el Dalai Lama. Con el simple acto de ayudar regularmente a los demás, por ejemplo, aunque no nos sintamos particularmente altruistas, podemos desarrollar genuinos sentimientos de compasión.
EXPECTATIVAS REALISTAS
Para una verdadera transformación interna, afirma el Dalai Lama, es preciso realizar un esfuerzo continuado. Se trata de un proceso gradual. Esto contrasta agudamente con la proliferación de técnicas y terapias de autoayuda para «soluciones rápidas» que tanto se han popularizado en las últimas décadas en la cultura occidental, técnicas que van desde las «afirmaciones positivas» hasta el «descubrimiento del niño interior».
El Dalai Lama está convencido del tremendo y acaso ilimitado poder de la mente, pero de una mente que haya sido sistemáticamente entrenada y atemperada por años de experiencia y de sano razonamiento. Se necesita mucho tiempo para desarrollar el comportamiento y los hábitos mentales capaces de contribuir a solucionar nuestros problemas, así como para establecer los nuevos hábitos que trae consigo la felicidad. No hay forma de soslayar estos factores esenciales: determinación, esfuerzo y tiempo son las auténticas claves de la felicidad.
Al emprender el camino del cambio, es importante establecer expectativas razonables. Si fueran demasiado elevadas, nos estaríamos encaminando a una desilusión. Si son demasiado bajas pueden desalentar nuestra voluntad de enfrentamos a las limitaciones y desarrollar todo nuestro potencial. Después de nuestra conversación sobre el proceso de cambio, el Dalai Lama añadió:
—No debería perderse nunca de vista la importancia de mantener una actitud realista, de ser sensible y respetuoso ante la realidad de la situación a medida que se avanza por el camino de la transformación. Se deben reconocer las dificultades que se encuentren y que quizá se necesite tiempo y un esfuerzo coherente para superarlas. Es importante establecer una clara distinción entre los propios ideales y los métodos mediante los que se juzga el progreso. Para un budista, por ejemplo, el fin último es muy elevado: la plena iluminación. Pero esperar alcanzarla con rapidez es una expectativa desmesurada, que te lleva al desánimo y la desesperanza. Así pues, necesitas un enfoque realista. Por otro lado, si dices: «Me voy a concentrar en el aquí y el ahora; esto es lo práctico, debo olvidarme del futuro y la iluminación», estás en otra actitud extremada. Necesitamos una actitud intermedia. Necesitamos encontrar equilibrio.
»El tema de las expectativas es complicado. Las excesivas, sin fundamentos adecuados, acarrean problemas. Por otro lado, si no tienes expectativas y esperanza, si no tienes aspiraciones, no puede haber progreso. Por tanto, no resulta fácil encontrar el equilibrio adecuado.
Yo seguía abrigando dudas; aunque pudiéramos modificar algunos comportamientos y actitudes negativos con suficiente tiempo y esfuerzo, ¿hasta qué punto era realmente posible erradicar las emociones negativas? Decidí abordar el tema con el Dalai Lama.
—Para acercamos a una felicidad duradera, ha dicho usted, debemos eliminar nuestros comportamientos y estados mentales negativos, como la cólera, el odio, la avaricia… —El Dalai Lama asintió con un gesto—. Pero esas emociones son inherentes a nuestra constitución psíquica. Al parecer, todos los seres humanos experimentamos en mayor o menor grado esas oscuras emociones. Si eso es así, ¿es razonable detestar, negar y combatir a una parte de nosotros mismos? ¿Es correcto tratar de erradicar alguna parte de nuestra naturaleza?
—Sí, algunas personas sugieren que la cólera, el odio y otras emociones negativas son naturales e inamovibles. Pero eso es erróneo. Todos nosotros nacemos en un estado de ignorancia. La ignorancia, por lo tanto, también es natural. Pero, a medida que crecemos, adquirimos conocimientos a través de la educación y el aprendizaje, disipamos la ignorancia. Sin embargo, si permaneciéramos en un estado de ignorancia, sin desarrollar nuestro aprendizaje, no seríamos capaces de disipar la ignorancia. Del mismo modo, mediante una formación adecuada podemos reducir gradualmente nuestras emociones negativas y ampliar nuestros estados mentales positivos, como el amor, la compasión y el perdón.
—Pero si esas emociones forman parte de la psique, ¿cómo podemos tener éxito a la hora de luchar contra ellas?
—Para ello es útil saber cómo funciona la mente humana —contestó el Dalai Lama—. La mente es muy compleja y muy habilidosa. Es capaz de encontrar muchas formas de afrontar una gran variedad de situaciones. Para empezar, tiene capacidad de adoptar diferentes perspectivas.
»En la práctica budista se utiliza esta capacidad en meditaciones en las que se aíslan mentalmente diferentes aspectos de uno mismo, para luego establecer un diálogo entre ellos. Tenemos, por ejemplo, la meditación para intensificar el altruismo, en la que se establece un diálogo entre la actitud egocéntrica y la actitud de progreso espiritual. Por tanto, y a pesar de que rasgos negativos como el odio y la cólera forman parte de la mente, podemos embarcamos en la tarea de tomados como objetos externos y combatirlos.
»A menudo nos encontramos en situaciones en las que nos censuramos, y nos decimos: "Me he defraudado a mí mismo", y nos enfadamos. Así que también en esas ocasiones entablamos un diálogo con nosotros mismos, aunque en realidad seamos siempre un solo individuo. A pesar de ello, tiene sentido criticarse, enojarse con uno mismo, como todos sabemos por experiencia propia.
»Pues bien, aunque en realidad sólo hay un único ser individual, se pueden adoptar dos perspectivas diferentes. ¿Qué es lo que ocurre cuando uno se critica? El "yo" que critica lo hace desde una perspectiva totalizadora de la persona, mientras que el "yo" criticado es uno mismo en una experiencia concreta. Así es posible esta relación del "si mismo con el sí mismo".
»Cabe añadir que es útil reflexionar sobre los diversos aspectos de la Identidad personal. Tomemos como ejemplo un monje tibetano. Ese individuo puede construir su identidad desde la perspectiva de ser monje: "Yo mismo como monje". Y también puede experimentar su identidad basándose en su origen étnico, como tibetano, de modo que puede decir: "Soy tibetano". Y puede tener otra identidad en la que la condición monacal y el origen étnico no jueguen un papel importante. Puede pensar: "Soy un ser humano". Tenemos por tanto perspectivas diferentes de la identidad personal.
»Esto indica que cuando nos relacionamos conceptualmente con algo, podemos observar un mismo fenómeno desde muchos ángulos diferentes, y que esta capacidad es bastante selectiva; podemos enfocar la atención en un aspecto de ese fenómeno y adoptar una perspectiva determinada. Esta facultad es muy importante cuando queremos identificar y eliminar ciertos aspectos negativos en nosotros o intensificar los rasgos positivos: con ella podemos aislar las partes que tratamos de eliminar o contra las que queremos luchar.
»Pero entonces, surge una cuestión muy importante: aunque podemos enfrentarnos a la cólera, el odio y los demás estados negativos de la mente, ¿qué garantía tenemos de que es posible vencerlos?
»Al hablar de estos estados negativos de la mente, debería señalar que me refiero a lo que nosotros llamamos nyon mong en tibetano, o klesha en sánscrito. Este término significa literalmente "aquello que aflige desde dentro". A menudo se traduce como "ilusiones". La etimología de la palabra tibetana nyon mong nos indica que se trata de algo emocional y cognitivo que aflige a nuestra mente, destruye nuestra paz mental o nos produce una perturbación psíquica. Si observamos atentamente, será fácil reconocer la naturaleza de estas "ilusiones" por su tendencia a destruir nuestra calma. Pero en cambio es mucho más difícil descubrir si podemos superarlas. Esto se relaciona directamente con la posibilidad de activar todo nuestro potencial espiritual, que es un tema muy serio y de arduo tratamiento.
»Así pues, ¿qué argumentos tenemos para creer que estas emociones destructivas o "ilusiones" pueden ser eliminadas de nuestra mente? En el pensamiento budista, tenemos tres premisa s sobre ello.
»La primera afirma que todos los estados "ilusorios" de la mente, todas las emociones y pensamientos destructivos son distorsiones, porque se apoyan en percepciones erróneas de la realidad. Por muy poderosas que sean, esas emociones carecen de fundamento válido; se basan en la ignorancia. Por otro lado, todas las emociones o estados positivos de la mente, como el amor y la compasión, tienen una base muy sólida. Cuando la mente experimenta estos estados positivos, no hay distorsión, ya que están fundados en la realidad, pueden ser verificados por nuestra experiencia. Pero no ocurre lo mismo en el caso de las emociones destructivas, como la cólera y el odio. Además, los estados positivos pueden ser potenciados continuamente, siempre y cuando realicemos prácticas regulares.
—¿Puede explicarme a qué se refiere al decir que los estados positivos de la mente tienen una «base sólida» mientras que los estados negativos carecen de ella? —le interrumpí.
—Tomemos la compasión, por ejemplo. Se empieza por reconocer que no se desea sufrir y que se tiene derecho a alcanzar la felicidad. Eso se puede verificar. Se reconoce a continuación que las demás personas, como uno mismo, tampoco desean sufrir y también tienen derecho a alcanzar la felicidad. Ya se tiene la base para generar compasión.
»Esencialmente, hay dos clases de emociones o estados de la mente: las positivas y negativas. Una forma de clasificar estas emociones sería considerar si pueden ser justificadas. Antes por ejemplo, al analizar el deseo, vimos que hay algunos negativos. El deseo de satisfacer las necesidades básicas es positivo. Es justificable. Se basa en el hecho de que todos existimos y tenemos derecho a sobrevivir. Así pues, ese deseo tiene un fundamento sólido. Los deseos negativos, como por ejemplo la avaricia, no poseen bases sólidas, y a menudo no hacen sino crear problemas y complicamos la vida. La avaricia obedece al descontento, a pesar de que las cosas que se desean no son realmente necesarias.
El Dalai Lama continuó su examen de la mente humana con la misma escrupulosidad que pudiera emplear un botánico para clasificar especies raras.
—Eso nos lleva a la segunda premisa sobre la que se basa la afirmación de que podemos erradicar las emociones negativas. Establece que los estados positivos de la mente pueden actuar como antídoto contra !as tendencias negativas y los estados ilusorios. Por consiguiente utilizando y potenciando los estados positivos, los antídotos, reduciremos la presencia de los estados negativos.
»En la práctica budista, ciertas cualidades mentales positivas como la paciencia, la tolerancia y la amabilidad, pueden actuar como antídotos específicos contra la cólera, el odio y el apego. Antídotos como el amor y la compasión reducen de modo significativo las aflicciones mentales, pero su especificidad los convierte en medidas parciales. Las emociones destructivas se encuentran en último término enraizadas en la ignorancia, es decir, en la concepción errónea de la naturaleza de la realidad. En consecuencia, todas las confesiones budistas parecen coincidir en que, para superar plenamente todas las tendencias negativas, tenemos que aplicar el antídoto contra la ignorancia, es decir, el "factor sabiduría". Eso es indispensable. Ese "factor sabiduría" supone crear percepción de la verdadera naturaleza de la realidad.
»En resumen, en la tradición budista no sólo tenemos antídotos específicos, como por ejemplo la paciencia y la tolerancia, que actúan como antídotos específicos contra la cólera y el odio, sino que también disponemos de un antídoto general, el conocimiento de la naturaleza de la realidad. Esto es algo similar a librarse de una planta venenosa: puedes eliminar los efectos nocivos cortando ramas y hojas o bien arrancando la planta de cuajo.
El Dalai Lama continuó con su exposición de las premisas.
—La tercera premisa asevera que la naturaleza esencial de la mente es pura, que la conciencia básica no está manchada por emociones negativas. Su naturaleza es pura, un estado denominado la «mente de luz clara» y también la «naturaleza de Buda». Puesto que las emociones negativas no forman parte de la naturaleza de Buda, existe la posibilidad de eliminadas y purificar la mente.
»De acuerdo con estas tres premisas, el budismo sostiene que las aflicciones mentales y emocionales pueden ser eliminadas mediante el cultivo de fuerzas que actúan como antídotos, como el amor, la compasión, la tolerancia y el perdón, así como con prácticas como la meditación.
Ya había oído hablar al Dalai Lama de la naturaleza fundamental de la mente y de su capacidad para eliminar nuestras pautas negativas de pensamiento. Había comparado la mente con un vaso de agua sucia; los estados mentales aflictivos eran las «impurezas», que podían ser eliminadas para revelar la fundamental naturaleza «pura» del agua. Esto parecía un tanto abstracto, así que le interrumpí, impulsado por preocupaciones prácticas.
—Supongamos que uno acepta la posibilidad de eliminar las emociones negativas y empieza a dar pasos en esa dirección. A partir de nuestras conversaciones, sin embargo, me doy cuenta de que sería preciso un tremendo esfuerzo para erradicar ese lado oscuro: estudio, contemplación, aplicación constante de antídotos, intensas prácticas de meditación, etcétera. Eso puede ser apropiado para un monje o para alguien capaz de dedicar mucho tiempo y atención a esas actividades. Pero ¿qué sucede con la persona corriente, que tiene una familia y un trabajo, que quizá no disponga de suficiente tiempo? ¿No sería más adecuado para esas personas tratar de vivir con sus emociones manejándolas adecuadamente, en lugar de intentar erradicarlas por completo? Sucede aquí lo mismo que con los enfermos de diabetes. Quizá no dispongan de los medios para alcanzar una cura completa, pero si vigilan su dieta, toman insulina, etcétera, pueden controlar la enfermedad y evitar las secuelas negativas.
—¡Sí, precisamente de eso se trata! —me respondió con entusiasmo—. Estoy de acuerdo con usted. Lo que podamos hacer para reducir la influencia de las emociones negativas, por poco que sea, siempre será muy útil; puede ayudar a llevar una vida más satisfactoria. Mire, un laico cargado de obligaciones familiares y laborales puede alcanzar, no obstante, un alto grado de realización espiritual. Ha habido personas que no iniciaron una práctica seria hasta un período avanzado de su vida, cuando ya tenían cincuenta o incluso ochenta años, a pesar de lo cual pudieron convertirse en grandes maestros.
—¿Ha conocido personas que hayan alcanzado esa condición? —le pregunté.
—Es difícil reconocerlos. Los verdaderos practicantes nunca alardean —contestó riéndose.
En Occidente son muchas las personas que consideran las convicciones religiosas como una fuente de felicidad; el enfoque del Dalai Lama, sin embargo, es fundamentalmente distinto al de muchas religiones occidentales, ya que depende mucho más del razonamiento y la formación de la mente que de la fe. En algunos aspectos, el budismo del Dalai Lama se parece a una ciencia de la mente, un sistema cuya aplicación se asemeja a la psicoterapia. Pero lo que el Dalai Lama sugiere va mucho más allá. Aunque estamos acostumbrados a utilizar técnicas psicoterapéuticas para modelar el comportamiento, para eliminar malos hábitos como fumar o beber y para combatir conductas impulsivas, no estamos tan acostumbrados a cultivar los atributos positivos, el amor, la compasión, la paciencia y la generosidad, como armas purificadoras de los estados mentales negativos. El método del Dalai Lama para alcanzar la felicidad se basa en la idea revolucionaria de que los estados mentales negativos no constituyen una parte intrínseca de nuestra mente, sino que son obstáculos transitorios en la expresión de nuestro estado fundamental de alegría y felicidad.
Las escuelas más tradicionales de la psicoterapia occidental concentran su acción en la neurosis del individuo; exploran su historia personal, sus relaciones, sus experiencias cotidianas (incluidos los sueños y las fantasías) y hasta la relación con el terapeuta, en un intento por resolver los conflictos internos del paciente, sus motivos inconscientes y la dinámica psicológica que pueda encontrarse en el origen de sus problemas. Es decir, se centran en encontrar estrategias más sanas para afrontar las situaciones, un mejor ajuste, una mejora de los síntomas, antes que una formación de la mente para ser más feliz.
El rasgo más característico del método de formación de la mente, expuesto por el Dalai Lama, es la idea de que los estados positivos de la mente pueden actuar como antídotos contra los estados negativos. Al buscar paralelismos en la ciencia moderna del comportamiento, la terapia cognitiva es quizá la que más se le acerca. Esta psicoterapia se ha hecho cada vez más popular en las últimas décadas y ha demostrado ser muy efectiva en una amplia variedad de problemas, particularmente los trastornos del estado de ánimo, como la depresión y la ansiedad. La terapia cognitiva moderna, desarrollada por psicoterapeutas como Albert Ellis y Aaron Beck, se basa en la tesis de que las perturbaciones emocionales y los comportamientos inadaptados tienen su causa en distorsiones del juicio y en convicciones irracionales. La terapia consiste en ayudar al paciente a identificar, examinar y corregir sistemáticamente tales distorsiones. Los pensamientos correctores son, en cierto modo, antídotos contra las pautas distorsionadas que son el origen del sufrimiento del paciente.
Una persona rechazada por otra, por ejemplo, responde con excesivo dolor. El terapeuta cognitivo ayuda a la persona a identificar la convicción irracional subyacente, que puede ser ésta: «Tengo que ser amado y aprobado por todas las personas significativas que haya en mi vida en todo momento; de no ser así, no valdré nada y la vida será horrible». El terapeuta le presenta pruebas que refutan esa convicción. Aunque este enfoque pueda parecer superficial, muchos estudios han demostrado que la terapia cognitiva obtiene buenos resultados. En el tratamiento de la depresión, por ejemplo, parte del principio que está originada por los pensamientos autopunitivos. De un modo similar a los budistas, que ven todas las emociones negativas como distorsiones, el terapeuta cognitivo considera los pensamientos generadores de depresión como «esencialmente distorsionados». En la depresión, el pensamiento considera los acontecimientos como una cuestión de todo o nada: o generaliza en exceso (si se pierde un trabajo, se piensa automáticamente: «Soy un fracasado») o se piensa selectivamente (si en un día ocurren tres cosas buenas y dos malas, el deprimido deja de lado las buenas y sólo se fija en las malas). Así, al tratar la depresión, el terapeuta ayuda al paciente a neutralizar la aparición automática de pensamientos negativos (como por ejemplo: «No tengo absolutamente ningún valor») mediante la acumulación de información y pruebas que los contradigan (por ejemplo: «He trabajado duramente para educar a dos hijos», «Tengo talento para el canto», «He sido un buen amigo», «He mantenido un puesto de trabajo difícil»). Los investigadores han demostrado que al sustituir los modos de pensamientos distorsionados por información veraz, podemos producir un cambio en los sentimientos y mejorar así nuestro estado de ánimo.
El hecho mismo de que podamos cambiar nuestras emociones y contrarrestar los pensamientos negativos mediante la aplicación de otros pensamientos apoya la tesis del Dalai Lama, según la cual podemos superar nuestros estados mentales negativos mediante la aplicación de «antídotos», es decir, estados mentales positivos. Después de las recientes pruebas científicas de que se puede transformar la estructura y el funcionamiento del cerebro mediante el cultivo de nuevos pensamientos, la observación de que podemos alcanzar la felicidad mediante el entrenamiento de la mente es completamente plausible.