Capítulo 21
Los rayos sesgados del primer sol de la mañana se reflejaban en las aguas heladas del puerto cuando los trineos se detuvieron junto a los muelles de piedra. El barco de Greldik se mecía y tiraba de las amarras; otro barco de menor tamaño aguardaba también en las inmediaciones; parecía impaciente por zarpar.
Hettar se apeó del trineo y fue a hablar con Cho-Hag y la reina Silar. Los tres conversaron en voz baja y con aire serio, cerrando en torno a ellos una especie de escudo de intimidad.
La reina Islena había recobrado en parte la compostura y estaba sentada en el trineo con la espalda muy recta y una sonrisa fija en la boca. Cuando Anheg se alejó para hablar con el señor Lobo, tía Pol cruzó el embarcadero helado y se detuvo cerca del trineo de la reina de Cherek.
—Yo en tu lugar, Islena —le dijo con voz firme—, me buscaría otro entretenimiento. Tus dotes para la brujería son bastante limitadas y es un arte en extremo peligroso para quienes no lo dominan. Hay demasiadas cosas que pueden salir mal si uno no sabe bien lo que hace. —La reina la miró, muda—. ¡Ah! —añadió tía Pol—, otra cosa. Creo que sería conveniente que rompieras tus relaciones con el culto del Oso. Resulta impropio de una reina tener tratos con los enemigos políticos de su esposo.
Islena abrió los ojos de sorpresa. Con voz temblorosa, preguntó:
—¿Lo sabe Anheg?
—No me sorprendería —respondió tía Pol—. Es mucho más listo de lo que parece, ¿sabes? Estás al borde de la traición, Islena. Deberías tener varios hijos. Te darían algo útil en que invertir el tiempo y te ayudarían a mantenerte lejos de los problemas. Sólo es una sugerencia, por supuesto, pero creo que deberías meditarla. He disfrutado mucho con la visita, querida. Gracias por tu hospitalidad.
Y, tras esto, dio media vuelta y se alejó.
Seda emitió un leve silbido.
—Eso explica algunas cosas —murmuró.
—¿Cuáles? —quiso saber Garion.
—El Sumo Sacerdote de Belar ha estado entrometido en la política de Cherek en los últimos tiempos. Es evidente que se ha infiltrado en palacio un poco más de lo que yo pensaba.
—¿La reina? —dijo Garion, desconcertado.
—Islena está obsesionada con el tema de la magia —explicó Seda—. Los adoradores del Oso celebran una serie de rituales que pueden parecer místicos a personas tan crédulas como la reina. —Dirigió una rápida mirada hacia el rey Rhodar, quien conversaba con los otros reyes y con el señor Lobo. Exhaló un profundo suspiro y añadió—: Vamos a hablar con Porenn.
Condujo al muchacho hasta el otro extremo del muelle, donde la rubia y menuda reina de Drasnia contemplaba el mar helado con expresión seria.
—Alteza —dijo Seda cortésmente.
—Querido Kheldar —respondió ella con una sonrisa.
—¿Podrías darle una información a mi tío en mi nombre?
—Desde luego.
—Parece que la reina Islena ha sido un poco indiscreta —le informó Seda—. Ha tenido contactos con el culto del Oso aquí, en Cherek.
—¡Oh, vaya! —respondió Porenn—. ¿Lo sabe Anheg?
—Resulta difícil decirlo —le explicó Seda—. Y, en caso afirmativo, dudo que lo reconociera. Garion y yo hemos oído por casualidad a Polgara cuando le recomendaba que lo dejase.
—Espero que esto ponga fin al asunto —murmuró Porenn—. Si llegase demasiado lejos, Anheg tendría que tomar medidas y eso podría ser trágico.
—Polgara se ha mostrado muy firme —dijo Seda—. Creo que Islena hará lo que le ha dicho. De todos modos, avisa a mi tío. Le gusta estar al corriente de este tipo de cosas.
—Le informaré —aseguró ella.
—También puedes sugerirle que mantenga bajo vigilancia las organizaciones locales de ese culto en Boktor y Kotu —apuntó Seda—. En general, las cosas de este tipo no suceden de forma aislada. Hace unos cincuenta años de la última vez que hubo de prohibirse el culto.
La reina Porenn asintió, muy seria.
—Me encargaré de que lo sepa —dijo—. Tengo algunos de mis propios agentes infiltrados en el culto del Oso. Cuando regrese a Boktor, hablaré con ellos y me enteraré de qué se está tramando.
—¿Tus agentes? ¿Ya has llegado a eso? —exclamó Seda en un tono de burla—. Maduras muy aprisa, mi reina. No tardarás mucho en ser tan corrupta como el resto de nosotros.
—Boktor está lleno de intrigas, Kheldar —replicó la reina con ademán de modestia—. No se trata sólo de los adoradores del Oso, ¿sabes? En nuestra ciudad se reúnen comerciantes de todo el mundo y la mitad de ellos, por lo menos, son espías. Tengo que protegerme… a mí y a mi esposo.
—¿Sabe Rhodar en lo que andas metida? —preguntó Seda con interés.
—Naturalmente —respondió la reina—. Él me regaló mi primera decena de espías. Fue un presente de bodas.
—Un detalle típicamente drasniano —murmuró el hombrecillo.
—Al fin y al cabo, se trata de un regaló practico. Mi esposo está ocupado con los asuntos que se refieren a otros reinos y yo intento llevar el control de las cosas de casa para permitirle concentrarse en esas otras cosas. Mis operaciones son un poco más modestas que las suyas, pero me las ingenio para mantenerme al tanto de lo que sucede. —Porenn le dirigió una mirada furtiva por debajo de las pestañas y añadió—: Si alguna vez decides volver a Boktor y establecerte, quizá pueda encontrarte trabajo.
—El mundo parece lleno de oportunidades últimamente —replicó él con una carcajada.
La reina lo miró, muy seria.
—De veras, Kheldar, ¿cuándo volverás a casa? ¿Cuándo dejarás de ser Seda, el vagabundo, para regresar adónde perteneces? Mi esposo te echa muchísimo de menos y servirías mejor a Drasnia como principal consejero del rey que dando vueltas por el mundo.
Seda apartó la mirada y entrecerró los ojos bajo el intenso sol de la fría mañana.
—Todavía no, alteza —murmuró a Porenn—. Belgarath me necesita también y lo que ahora nos ocupa es muy importante. Además, todavía no estoy preparado para establecerme. El juego sigue entreteniéndome. Tal vez algún día, cuando todos seamos mucho más viejos, me deje de interesar… ¿Quién sabe?
—Yo también te echo de menos, Kheldar —añadió la reina con voz dulce tras un suspiro.
—Pobrecita reina solitaria —murmuró Seda, medio en tono burlón.
—¡Eres imposible! —dijo ella con un ademán de impaciencia.
—Se hace lo que se puede —replicó él con una sonrisa.
Hettar terminó de abrazar a sus padres y saltó a la cubierta de la pequeña nave que el rey Anheg había puesto a su disposición.
—Belgarath —dijo mientras los marineros largaban las amarras que sujetaban el barco al muelle—, nos reuniremos dentro de dos semanas en las ruinas de Vo Wacune.
—Allí estaremos —asintió el señor Lobo.
Los marineros separaron la nave del embarcadero y empezaron a remar por la bahía. Hettar permaneció en cubierta con el largo mechón de su cráneo rasurado ondeando al viento. Agitó una vez la mano y luego volvió el rostro hacia el mar.
Se colocó una larga pasarela desde la borda del barco del capitán Greldik hasta las piedras cubiertas de nieve del embarcadero.
—¿Subimos a bordo, Garion? —propuso Seda. Los dos ascendieron hasta la cubierta por la precaria pasarela.
—Diles a las niñas que las quiero mucho —dijo Barak a su esposa.
—Así lo haré, mi señor —asintió Merel en el mismo tono estirado y ceremonioso que siempre utilizaba con él—. ¿Tienes alguna otra instrucción que darme?
—Tardaré algún tiempo en volver —indicó Barak—. Éste año, planta avena en los campos del sur y deja en barbecho los del oeste. Haz lo que creas más conveniente en los del norte. Y no lleves el ganado a los pastos altos hasta que haya desaparecido del suelo todo el hielo.
—Tendré sumo cuidado con las tierras y el ganado de mi esposo.
—También son tuyos —replicó él.
—Como mi esposo diga.
—Nunca lo dejas, ¿verdad, Merel? —dijo Barak con tristeza.
—¿El qué, mi señor?
—Olvídalo.
—¿Me abrazará mi señor antes de partir? —preguntó la mujer.
—¿Para qué? —replicó Barak. Saltó al barco y, de inmediato, desapareció en la bodega.
Tía Pol se detuvo antes de subir a la pasarela y lanzó una grave mirada a la esposa de Barak. Pareció que se disponía a decir algo pero luego, de improviso, se echó a reír.
—¿Tan divertido es, Dama Polgara? —preguntó Merel.
—Mucho, Merel —respondió tía Pol con una misteriosa sonrisa.
—¿Me permites que lo comparta contigo?
—Bueno Merel, ya lo compartirás —le prometió tía Pol—, pero no quisiera estropearte la sorpresa revelándote de qué se trata.
Tras una nueva carcajada, ascendió la pasarela que conducía a la nave. Durnik le ofreció su mano para ayudarla y los dos subieron a cubierta.
El señor Lobo estrechó sucesivamente la mano de los reyes y subió ágilmente a la nave. Se detuvo un instante en la cubierta a contemplar la ciudad de Val Alorn, antigua y cubierta de nieve, y las impresionantes montañas de Cherek que se alzaban tras ella.
—Adiós, Belgarath —lo despidió el rey Anheg.
—No te olvides de los juglares —respondió el señor Lobo.
—Desde luego que no —le prometió Anheg—. Buena suerte.
Lobo le sonrió y a continuación se encaminó hacia la proa de la nave de Greldik. Garion fue tras él, siguiendo un repentino impulso. Tenía varias preguntas que exigían respuestas y el viejo narrador era el más indicado para satisfacerlas.
—Señor Lobo —dijo cuando ambos estuvieron en la elevada proa.
—¿Sí, Garion?
El muchacho no sabía por dónde empezar, de modo que enfocó el problema de modo indirecto.
—¿Cómo ha podido tía Pol hacerle correr el velo de los ojos de Martje?
—Por la voluntad y la palabra —respondió Lobo mientras su larga capa ondeaba en torno a su cuerpo bajo la fuerte brisa—. No es muy difícil.
—No lo entiendo.
—Simplemente, deseas que algo suceda y luego dices la palabra —explicó el señor Lobo—. Si tu voluntad es lo bastante fuerte, sucede.
—¿Y eso es todo? —preguntó Garion, un poco decepcionado.
—Eso es todo —asintió Lobo.
—Ésa palabra que se dice, ¿es una palabra mágica?
El señor Lobo se echó a reír y volvió la mirada hacia el brillante reflejo del sol sobre el mar invernal.
—No —respondió—. No existen palabras mágicas. Alguna gente cree que sí, pero se equivoca. Los grolims utilizan palabras extrañas pero, en realidad, no son necesarias. Cualquier palabra surte efecto. Lo importante es la voluntad, no la palabra. La palabra es un medio para la voluntad.
—¿Yo podría hacerlo también? —preguntó Garion, esperanzado.
—No lo sé, muchacho —respondió Lobo—. Yo no era mucho mayor que tú la primera vez que lo hice, pero ya llevaba varios años de convivencia con Aldur. Supongo que eso cambia las cosas.
—¿Qué sucedió?
—Mi maestro quiso que apartara una roca —dijo Lobo—. Parecía pensar que estaba en medio de su camino. Yo probé a levantarla, pero pesaba demasiado. Al cabo de un rato, me enfadé y le dije a la piedra que se moviera. ¡Y lo hizo! Me sorprendí bastante, pero mi maestro no pareció considerarlo tan extraordinario.
—¿Sólo le dijiste «muévete»? ¿Nada más? —Garion se mostró incrédulo.
—Nada más. —El señor Lobo se encogió de hombros y añadió—: Parecía tan sencillo que me sorprendió el no haber pensado en ello antes. Entonces creí que todo el mundo podía hacerlo, pero los hombres han cambiado bastante desde aquellos tiempos. Tal vez ya no sea posible repetirlo. En realidad, es difícil de decir.
—Siempre había creído que la hechicería tenía que hacerse con largos encantamientos y signos extraños y cosas así.
—Eso son sólo estratagemas que usan los charlatanes y embusteros —le aseguró el señor Lobo—. Organizan un buen espectáculo e impresionan a la gente sencilla y asustadiza, pero los hechizos y encantamientos no tienen nada que ver con lo que sucede realmente. Todo está en la voluntad. Concentra la voluntad, di la palabra y ya está. A veces, algún tipo de gesto ayuda, pero en realidad tampoco es necesario. Tu tía Pol siempre parece abusar de los gestos cuando hace que algo suceda. He intentado quitarle esa costumbre desde hace cientos de años.
—¿Cientos de años? —Garion parpadeó—. ¿Cuántos tiene?
—Más de los que parece —respondió Lobo—. Pero no es de buena educación preguntar la edad de una dama.
Garion se sintió presa de un súbito y abrumador vacío. Sus peores miedos se veían confirmados.
—Entonces, no es realmente mi tía, ¿verdad? —preguntó con un hilo de voz.
—¿Qué te hace pensar eso?
—No podría serlo, ¿verdad? Siempre he pensado que era la hermana de mi padre pero, si tiene cientos de años, eso sería imposible.
—Tienes demasiada afición a esa palabreja, Garion. Si vas al fondo de las cosas, verás que nada (o, al menos, muy poco) es realmente imposible.
—¿Cómo podría serlo? Mi tía, me refiero…
—Está bien —aceptó Lobo—. Polgara no es estrictamente hablando, la hermana de tu difunto padre. Su relación con él es bastante más complicada. Polgara es hermana de la que fue abuela de tu padre; podríamos decir, si vale la expresión, que es su abuela ultima. Y por supuesto, también lo es de la tuya.
—Entonces, sería mi tía abuela —murmuró Garion con un destello de esperanza. Al menos, era algo.
—No sé si usar ese término exacto para referirme a ella —sonrió Lobo—. Podría ofenderse. ¿Por qué te preocupa tanto este tema?
—Tenía miedo de que ella sólo hubiera dicho que era mi tía, pero que no existiera realmente ningún parentesco entre nosotros —explicó Garion—. Llevaba bastante tiempo temiendo tal cosa.
—¿Por qué te daba miedo?
—Es difícil de explicar —murmuró Garion—. Verás, ahora no sé quién o qué soy en realidad. Seda dice que no soy un sendario y Barak opina que me parezco bastante a un rivano… pero no del todo. Yo siempre me había considerado un sendario, como Durnik, pero sospecho que no es así. No sé nada de mis padres, ni de dónde procedían ni nada de eso. Si tía Pol no está emparentada conmigo, entonces no tengo absolutamente a nadie en el mundo. Estoy totalmente solo, y eso es terrible.
—Pero ahora estás satisfecho, ¿no es así? —respondió Lobo—. Tu tía lo es de verdad…, al menos, tu sangre y la suya son la misma.
—Me alegro de que me lo hayas contado —dijo el muchacho—. El asunto me tenía preocupado.
Los marineros de Graldik soltaron las amarras y empezaron a separar la nave del muelle.
—Lobo… —dijo Garion cuando un extraño pensamiento le vino a la cabeza.
—¿Sí, Garion?
—Tía Pol es realmente mi tía… o mi tía abuela, ¿verdad?
—Si.
—¿Y ella es hija tuya?
—Tengo que reconocer que lo es —declaró Lobo con ironía—. A veces intento olvidarlo, pero no lo puedo negar.
Garion tomó aliento y soltó de una vez lo que tenía en la cabeza:
—Si ella es mi tía y tú eres su padre, ¿no nos convierte eso en una especie de nieto y abuelo?
Lobo lo miró con un gesto de perplejidad.
—¡Vaya, sí! —exclamó, con una repentina carcajada—, supongo que de algún modo así es. Nunca se me había ocurrido pensarlo desde ese punto de vista.
De pronto, a Garion se le llenaron los ojos de lágrimas y el muchacho se abrazó impulsivamente al anciano.
—Abuelo —murmuró mientras trataba de acostumbrarse a la palabra.
—Bueno, bueno —respondió Lobo, también con un extraño temblor en la voz—. Vaya un descubrimiento —añadió al tiempo que daba unas torpes palmaditas en el hombro al muchacho.
Los dos estaban bastante embarazados ante la súbita demostración de afecto de Garion y se quedaron en silencio donde estaban, contemplando a los marineros de Greldik que impulsaban la nave a golpe de remos hacia la bocana del puerto.
—Abuelo —dijo Garion al cabo de un rato.
—¿Sí?
—¿Qué les sucedió en realidad a mis padres? Quiero decir, ¿cómo murieron?
Lobo cobró una palidez visible.
—Hubo un incendio —se limitó a responder.
—¿Un incendio? —repitió Garion débilmente, mientras su imaginación escapaba de aquel pensamiento terrible, del indecible dolor—. ¿Cómo sucedió?
—No es muy agradable de contar —dijo Lobo en tono sombrío—. ¿Estás seguro de que quieres saberlo?
—Es preciso, abuelo —aseguró el muchacho sin alzar la voz—. Tengo que saber todo lo que pueda de ellos. Ignoro por qué, pero es muy importante.
—Sí, Garion. —Con un suspiro, el señor Lobo se dio por vencido—. Supongo que así había de ser. Muy bien, pues. Si tienes edad suficiente para hacer las preguntas, también la tienes para escuchar las respuestas.
Tomó asiento en un banco abrigado del viento helado y, dando unos golpecitos en la madera del asiento, invitó al muchacho a sentarse junto a él. Garion lo hizo y se acurrucó bajo la capa del anciano.
—Veamos —prosiguió el señor Lobo, mientras se mesaba la barba con gesto pensativo—, ¿por dónde empezamos? —Meditó unos instantes y, al fin, continuó—: Tu familia es muy antigua, Garion, y como tantas otras con esos viejos orígenes, tiene cierto número de enemigos.
—¿Enemigos? —Garion parecía perplejo. Jamás se le había pasado por la cabeza una idea parecida.
—No es raro que así suceda —prosiguió el anciano—. Cuando uno hace algo que disgusta a otros, éstos tienden a odiarlo. Éste odio se acumula con los años hasta que se convierte en algo parecido a una religión. No sólo te odian a ti y a los tuyos, sino que detestan cualquier cosa que tenga relación contigo. Pues bien, hace mucho tiempo los enemigos de tu familia se hicieron tan peligrosos que tu tía y yo decidimos que el único modo de proteger a la familia era ocultarla.
—No me lo estás contando todo —intervino Garion.
—No —reconoció Lobo, imperturbable—, tienes razón. Te estoy contando todo lo que puedes saber por ahora. Si conocieras ciertas cosas, tu comportamiento cambiaría y la gente se daría cuenta. Es más seguro que, durante un tiempo más, sigas bajo tu apariencia actual.
—Es decir, que siga en la ignorancia —protestó Garion en tono acusador.
—Muy bien, en la ignorancia, si lo prefieres. ¿Qué quieres, escuchar la historia o discutir?
—Lo siento —se excusó Garion.
—Está bien —respondió Lobo dando unas nuevas palmaditas en la espalda del muchacho—. Como tu tía y yo estamos emparentados con tu familia de una manera muy especial, nos interesaba, como es natural, vuestra seguridad. Por eso escondimos a tus antepasados.
—¿Se puede esconder a toda una familia? —quiso saber Garion.
—Nunca ha sido una familia demasiado grande —explicó Lobo—. Parece ser, por alguna razón, una línea genealógica única e ininterrumpida, sin primos ni tíos ni ese tipo de parentescos. No resulta difícil esconder a un hombre y a su esposa con un único hijo. Lo llevamos haciendo cientos de años. Los hemos escondido en Tolnedra, en Riva, en Cherek, en Drasnia…, en todo tipo de lugares. Han llevado existencias sencillas, como artesanos sobre todo, a veces como simples campesinos…, el tipo de gente que no llamaría la atención de nadie. En fin, todo había funcionado a la perfección hasta hace unos veinte años. Llevamos a tu padre, Geran, desde un lugar de Arendia hasta una pequeña aldea al este de Sendaria, a unas sesenta leguas al sudeste de Darine, metida en las montañas. Geran era cantero… ¿No te he contado ya todo esto en otra ocasión?
—Hace mucho tiempo —asintió Garion con una sonrisa—. Dijiste que te caía bien y que lo visitaban de vez en cuando. Entonces, ¿mi madre era una sendaria?
—No —respondió Lobo—. Ildera era una algaria; de hecho, era la segunda hija de un jefe de clan. Tu tía y yo la presentamos a Geran cuando tuvieron la edad conveniente. Las cosas sucedieron como habíamos previsto y los jóvenes se casaron. Tú naciste más o menos un año después.
—¿Cuándo se produjo el incendio? —quiso saber el muchacho.
—Ahora voy a eso —dijo Lobo—. Uno de los enemigos de tu familia había estado buscando a los tuyos durante mucho tiempo.
—¿Cuánto?
—Cientos de años, en realidad.
—Eso significa que ese enemigo era también un hechicero, ¿no es así? Me refiero a que únicamente los hechiceros viven tanto tiempo, ¿verdad?
—Sí, tiene algunas facultades de ese tipo —reconoció Lobo—, pero la palabra «hechicero» es un término engañoso que no solemos utilizar para referirnos a nosotros mismos. Hay quien sí lo hace, pero nosotros no vemos las cosas exactamente así. Es una palabra adecuada para gente que no comprende realmente lo que tiene entre manos. En fin, como te estaba contando, ese enemigo siguió por fin la pista de Geran e Ildera. Una mañana, muy temprano, llegó a la casa que ocupaban tus padres mientras éstos todavía dormían, selló puerta y ventanas y le prendió fuego.
—Pensaba que habías dicho que la casa era de piedra.
—Así era —confirmó Lobo—, pero uno puede prenderle fuego a una casa de piedra si lo desea de verdad. El fuego ha de ser más caliente, eso es todo. Geran e Ildera se dieron cuenta de que no tenían modo de salir de la casa en llamas, pero Geran consiguió quitar una de las piedras de la pared e Ildera te introdujo por el hueco para intentar salvarte. Sin embargo, el incendiario estaba al acecho y esperaba a que esto se produjera. Te recogió y emprendió la huida del pequeño pueblo. Nunca llegamos a estar seguros de cuáles eran sus planes, si iba a matarte o si, tal vez, te quería mantener prisionero con algún propósito. Sea como sea, en ese momento me presenté yo en el lugar. Apagué el incendio, pero Geran e Ildera ya estaban muertos. Entonces empecé a perseguir al que te había secuestrado.
—¿Lo mataste? —exigió saber Garion con aire de ferocidad.
—Procuro no cometer más muertes de las imprescindibles —respondió Lobo—, pues perturban en exceso el curso natural de los acontecimientos. En aquel momento tenía otros planes para él… mucho más desagradables que la simple muerte. —Su mirada se hizo helada—. Sin embargo, las cosas se desarrollaron de tal manera que nunca tuve la oportunidad de llevarlas a cabo, ese individuo se volvió, te arrojó contra mi (solo eras un bebé) y tuve que ocuparme de recogerte, lo cual le dio tiempo para escapar. Yo te dejé con Polgara y salí en busca de tu enemigo, pero todavía no he podido encontrarlo.
—Me alegro de ello —murmuró Garion. Lobo pareció un poco sorprendido ante sus palabras y el muchacho añadió—: Cuando sea mayor yo mismo lo encontraré. Creo que debo ser yo quien le exija cuentas por lo que hizo, ¿no te parece?
—Podría ser peligroso —respondió Lobo mirándolo con aire muy serio.
—No me importa. ¿Cómo se llama?
—Creo que será mejor esperar un poco para revelarte su nombre. No quiero que te lances a hacer algo antes de estar preparado.
—¿Pero me lo dirás?
—Cuando sea el momento oportuno.
—Es muy importante, abuelo.
—Sí, ya lo veo —respondió Lobo.
—¿Me lo prometes?
—Si insistes… Y, si no lo hago yo, estoy seguro de que lo hará tu tía. Ella ve las cosas igual que tú.
—¿Tú no, abuelo?
—Yo soy mucho más viejo —declaró Lobo—. Veo las cosas de otra manera.
—Yo no tengo tus años —dijo Garion—, y tampoco podría hacerle a ese enemigo las cosas que tú le tenías reservadas, de modo que tendré que conformarme con matarlo.
El muchacho se incorporó y empezó a caminar arriba y abajo, bullendo de rabia por dentro.
—Supongo que no podré quitarte esa idea de la cabeza —comentó Lobo—, pero estoy convencido de que cuando todo termine verás las cosas de otra manera.
—No es muy probable —replicó Garion, sin dejar de deambular.
—Ya veremos —insistió Lobo.
—Gracias por contarme todo esto, abuelo.
—Lo habrías descubierto por tu cuenta tarde o temprano —respondió el anciano—, y es mejor que te lo explique yo antes de que escuches algún relato distorsionado de los hechos en boca de otra persona.
—¿Te refieres a tía Pol?
—Polgara no te mentiría con deliberación, pero su visión de las cosas es mucho más personal que la mía. A veces, adorna demasiado lo que ve, Yo intento captar una visión general de las situaciones a grandes rasgos. —Tras una risilla irónica, Lobo añadió—: Supongo que, dadas las circunstancias, es el único punto de vista que puedo utilizar.
Garion contempló al anciano, cuyas canas en el cabello y la barba parecían luminosas bajo el sol matutino.
—¿Cómo es vivir eternamente, abuelo? —preguntó.
—No lo sé —replicó el señor Lobo—. Yo no he vivido eternamente.
—Ya sabes a qué me refiero.
—La cualidad de la vida no cambia mucho —explicó entonces el viejo narrador—. Todos vivimos lo necesario. Lo único que ha sucedido es que tengo que resolver un asunto que se ha prolongado durante muchísimo tiempo. —Se incorporó del banco con brusquedad y añadió—: Ésta conversación ha tomado un giro muy sombrío.
—La empresa que estamos llevando a cabo es muy importante, ¿verdad, abuelo? —preguntó Garion.
—La más importante del mundo en este momento —asintió Lobo.
—Me temo que no voy a serte de mucha ayuda.
Lobo lo miró unos instantes con aire grave y luego le pasó un brazo por los hombros.
—Creo que te sorprenderá lo que eres capaz de hacer antes de que este asunto termine, Garion —declaró.
Y, tras esto, volvieron la cabeza para contemplar desde la proa de la nave las costas nevadas de Cherek deslizándose a su derecha, mientras los marineros remaban hacia el sur en dirección a Camaar y a las tierras de más allá.