Capítulo 17

—¡Barak! —gritó Garion delante de la puerta después de haber llamado con los nudillos durante varios minutos sin obtener la menor respuesta.

—¡Vete! —respondió la ronca voz de Barak.

—¡Soy yo, Barak! Soy Garion. Tengo que hablar contigo.

Se produjo un largo silencio en el interior de la habitación y, por fin, se oyó un lento movimiento. Luego, se abrió la puerta.

El aspecto de Barak era espantoso. Su túnica estaba arrugada y llena de manchas, tenía la barba despeinada y sus largas trenzas las llevaba deshechas y desgreñadas. No obstante, lo peor era la terrible mirada que despedían sus ojos. En ella había una mezcla de horror y de asco por sí mismo tan intensa que Garion se vio obligado a apartar su mirada.

—Tú lo viste, ¿verdad, muchacho? —preguntó Barak—. Tú viste lo que me sucedió ahí, en el bosque.

—En realidad, no llegué a ver nada —respondió Garion con cautela—. Me golpeé la cabeza contra ese árbol y lo único que vi de verdad fueron las estrellas.

—Tuviste que verlo —insistió Barak—. Tuviste que ver mi Destino.

—¿Destino? —repitió Garion—. ¿De que estás hablando? Sigues vivo y con salud.

—El Destino no siempre significa la muerte —respondió Barak malhumorado mientras se dejaba caer en una gran silla—. Ojalá el mío lo fuera. Un Destino es algo terrible que le sucede fatalmente a un hombre, y la muerte no es lo peor que puede pasarle.

—Estás dejando que las palabras de la vieja ciega chiflada se apoderen de tu imaginación —dijo el muchacho.

—No es sólo Martje —respondió Barak—. Ella no hace más que repetir lo que ya sabe todo el mundo en Cherek. Cuando nací, llamaron a mi cuna a un adivino como es costumbre en nuestras tierras. La mayoría de las veces, los adivinos no ven nada en absoluto y eso es que al niño no le va a suceder nada extraordinario durante su vida. Sin embargo, a veces, el futuro lo señala a uno con tanta claridad que casi todo el mundo puede ver su Destino.

—Eso no son más que supersticiones —se burló Garion—. Nunca he visto uno solo de esos adivinos que sea capaz de decir con seguridad si va a llover al día siguiente. Una vez, uno de ellos se presentó en la hacienda de Faldor y le dijo a Durnik que iba a morir dos veces. ¿No te parece una tontería?

—Los adivinos y augures de Cherek son más hábiles —afirmó Barak con el rostro sumido aún en la melancolía—. El Destino que han visto para mí siempre ha sido el mismo. Decenas de ellos han llegado a idéntica conclusión: voy a convertirme en una bestia. Y ahora ha sucedido. Llevo aquí dos días, observándome. El vello de mi cuerpo está creciendo y los dientes se me empiezan a volver puntiagudos.

—Eso es tu imaginación —replicó Garion—. Eres exactamente el mismo de siempre.

—Garion, eres un buen chico, y sé que sólo tratas de hacerme sentir mejor, pero tengo ojos en la cara. Sé que los dientes se me están volviendo puntiagudos y que mi cuerpo empieza a cubrirse de pelaje. No pasará mucho tiempo antes de que Anheg tenga que encadenarme en sus mazmorras para evitar que le haga daño a alguien, o tendré que huir a las montañas y vivir entre los trolls.

—Tonterías —insistió Garion.

—Dime que viste el otro día —suplicó Barak—. ¿Qué aspecto tenía cuando me transformé en animal?

—Lo único que vi fueron las estrellas cuando me golpeé la cabeza contra el árbol —repitió Garion, tratando de sonar convincente.

—Solo quiero saber en qué animal me convertiré —dijo Barak con voz cargada de autocompasión—. ¿Voy a ser un lobo, un oso o alguna especie de monstruo que ni siquiera tiene nombre?

—¿No recuerdas nada de lo sucedido? —preguntó Garion con cautela, en un intento de borrar de su recuerdo la extraña doble imagen de Barak y el oso.

—Nada —respondió Barak—. Te oí gritar y mi siguiente recuerdo es que tenía el jabalí agonizante a mis pies y tú estabas caído bajo el árbol, cubierto con la sangre del animal. Pero noté la bestia dentro de mí. La olí, incluso.

—Lo que oliste fue a ese jabalí —dijo Garion—, y lo único que pasó es que perdiste la cabeza con la excitación.

—¿Qué enloquecí, quieres decir? —exclamó Barak, levantando la mirada con un destello de esperanza. Sin embargo, pronto volvió a hundirla—. No, Garion. Ya he enloquecido otras veces y no se parece en nada a lo que sentí. Esto ha sido completamente distinto.

Exhaló un profundo suspiro.

—¡No te estás convirtiendo en ningún animal! —insistió Garion.

—Sé muy bien que sí —replicó Barak, testarudo.

Y, en ese instante, por la puerta aún entreabierta penetró en la habitación Merel, la esposa de Barak.

—Veo que mi señor está recuperando los ánimos —dijo al entrar.

—Déjame en paz, Merel —respondió Barak—. No estoy de humor para esos jueguecitos tuyos.

—¿Juegos, mi señor? —repitió ella con aire inocente—. Sencillamente, estoy preocupada por mis obligaciones. Si mi señor no se encuentra bien, tengo el deber de cuidar de él. Es uno de los derechos de la esposa, ¿no es así?

—Deja de preocuparte tamo de derechos y deberes, Merel —dijo Barak—. Vete y déjame en paz.

—Mi señor fue muy insistente respecto a ciertos derechos y deberes la noche de su regreso a Val Alorn —replicó ella—. Ni siquiera la puerta cerrada de mi alcoba fue suficiente para doblegar su insistencia.

—Está bien —dijo Barak, enrojeciendo ligeramente—. Lo siento. Esperaba que las cosas hubieran cambiado entre nosotros, pero me equivocaba. No volveré a molestarte más.

—¿Molestarme, mi señor? Un deber no es una molestia. Una buena esposa está obligada a someterse cuando su esposo lo exija, no importa lo borracho que esté o lo brutal que sea cuando se acerca a su lecho. Nadie podrá acusarme nunca de negligencia en este aspecto.

—Tú disfrutas con esto, ¿verdad? —la acusó Barak.

—¿Disfrutar con qué, mi señor? —Su tono de voz era ligero, pero tenía un matiz cortante como una cuchilla.

—¿Qué quieres, Merel? —estalló Barak.

—Quiero servir a mi señor en su enfermedad —dijo ella—. Quiero cuidarlo y observar el progreso de su enfermedad…, síntoma a síntoma, según vayan apareciendo.

—¿Hasta ese punto me odias? —preguntó Barak con profundo desprecio—. Ten cuidado, Merel. Puede que se me meta en la cabeza insistir en que permanezcas conmigo. ¿Qué dirías a eso? ¿Te gustaría estar encerrada en esta habitación con una bestia furiosa?

—Si te vuelves imposible de dominar, mi señor, siempre puedo hacer que te encadenen a la pared —apuntó Merel, haciendo frente a su mirada furiosa con una expresión de despreocupada frialdad.

—Barak —intervino Garion, incómodo—. Tengo que hablar contigo.

—Ahora no, muchacho —respondió el hombretón.

—Es importante. Hay un espía en el palacio.

—¿Un espía?

—Un hombre con una capa verde. Lo he visto ya varias veces.

—Muchos hombres llevan capas verdes —dijo Merel.

—No te metas en esto —murmuró Barak. Se volvió a Garion y le preguntó—: ¿Qué te hace pensar que es un espía?

—Ésta mañana he vuelto a verlo y lo he seguido. Lo descubrí cuando se escurría por un pasadizo que, al parecer, nadie utiliza. Ése pasillo cruza por encima de la sala donde los reyes se reúnen con el señor Lobo y con tía Pol. El hombre pudo escuchar desde allí todo lo que decían.

—¿Cómo sabes que pudo oír lo que hablaban? —quiso saber Merel, entrecerrando los ojos.

—Yo también estuve allí arriba —explicó Garion—. Me escondí cerca del hombre y también pude oír sus voces, casi como si estuviera en la misma estancia que ellos.

—¿Qué aspecto tiene ese hombre? —preguntó Barak.

—Tiene el cabello y la barba del color de la arena y, como ya he dicho, lleva una capa verde. También lo vi el día que bajamos a que nos enseñaras tu barco. Entró en una taberna con un murgo.

—En Val Alorn no hay murgos —afirmó Merel.

—Hay uno —replicó Garion—. Y yo lo había visto antes. Sé quién es.

Garion tuvo que tratar el tema con mucho cuidado. El impulso que lo obligaba a no mencionar a su enemigo de ropas oscuras era tan poderoso como siempre. Incluso la pista que acababa de proporcionar le dejó la lengua rígida y los labios entumecidos.

—¿Quién es? —quiso saber Barak.

Garion no hizo caso de la pregunta y añadió:

—Y luego, el día de la cacería del jabalí, volví a verlo en el bosque.

—¿Al murgo?

—No. Al hombre de la capa verde. Se reunió allí con otros hombres y hablaron un rato no lejos de donde yo esperaba a que apareciera el jabalí. Los hombres no me vieron.

—Eso no tiene nada de sospechoso —dijo Barak—. Cualquiera puede reunirse con sus amigos donde le plazca.

—No creo que fueran amigos, exactamente —continuó Garion—. El de la capa verde llamaba a uno de los otros hombres «mi señor» y el así llamado le daba órdenes de acercarse lo suficiente para escuchar lo que conversaban el señor Lobo y los reyes.

—Eso es más serio —murmuró Barak, como si hubiera olvidado su melancolía—. ¿Dijeron algo más esos hombres?

—El de cabello pajizo quería saber cosas de nosotros. De ti, de mi, de Durnik y Seda…, de todos nosotros.

—¿De cabello de color pajizo? —preguntó rápidamente Merel.

—Sí, el que llamaban «mi señor» —ratificó Garion—. Parecía saber quiénes somos. Incluso sabía de mí.

—¿Un hombre con el cabello largo de color claro, sin barba y con algunos años más que Barak? —insistió Merel.

—No puede ser él —dijo Barak—. Anheg lo desterró bajo pena de muerte.

—Eres como un crío, Barak —replicó ella—. Si le convenía, habrá hecho caso omiso de la orden. Creo que será mejor contarle todo esto a Anheg.

—¿Sabéis quién es? —preguntó Garion—. Algunas de las cosas que dijo de Barak no eran nada corteses.

—Ya lo imagino —comentó Merel con ironía—. Barak fue uno de los que estuvieron a favor de cortarle la cabeza.

Barak ya se estaba poniendo su cota de malla.

—Arréglate el pelo —le dijo Merel en un tono que, cosa extraña, no tenía ni rastro del rencor de momentos antes—. Parece un pajar.

—Ahora no tengo tiempo para tonterías —exclamó Barak con impaciencia—. Venid conmigo los dos. Vamos a ver enseguida a Anheg.

No hubo ocasión para más preguntas puesto que Garion y Merel casi tuvieron que echar a correr para mantenerse cerca de Barak. Entraron como una tormenta en el gran salón y los sobresaltados guerreros se apartaron apresuradamente de su camino tras echar una mirada al semblante de Barak.

—Conde Barak… —saludó al hombretón uno de los centinelas apostados a la puerta de la cámara del consejo.

—Hazte a un lado —le ordenó Barak al tiempo que abría la puerta con un gran estruendo.

El rey Anheg se volvió, sorprendido ante la repentina irrupción.

—Bienvenido, primo… —empezó a decir.

—¡Traición, Anheg! —rugió Barak—. El conde de Jarvik ha quebrantado el destierro y ha puesto espías en tu propio palacio.

—¿Jarvik? ¡No se atrevería! —exclamó el monarca.

—Ya lo ha hecho —insistió Barak—. Ha sido visto no lejos de Val Alorn y parte de sus planes han llegado a nuestro conocimiento.

—¿Quién es ese Jarvik? —preguntó el Guardián de Riva.

—Un noble al que desterré el año pasado —explicó Anheg—. Detuvimos a uno de sus hombres y le interceptamos un mensaje. Iba dirigido a un murgo en Sendaria y daba detalles de uno de nuestros consejos más secretos. Jarvik intentó negar que el mensaje fuera suyo a pesar de que llevaba su propio sello y sus áreas rebosaban de oro rojo de las minas de Cthol Murgos. Yo habría puesto su cabeza en la picota, pero su esposa era pariente mía y me suplicó por su vida. Entonces lo desterré a una de sus propiedades en la costa oeste. —Miró a Barak y le preguntó—. ¿Cómo has tenido noticia de todo esto? Lo último que he sabido de ti es que te habías encerrado en tu habitación y no querías hablar con nadie.

—Lo que dice mi esposo es cierto, Anheg —afirmó Merel con una voz desafiante.

—No lo dudo, Merel —replicó Anheg, mirándola con una expresión de ligera sorpresa—. Solo quería saber cómo se ha enterado de la presencia de Jarvik, nada más.

—Ése muchacho sendario lo vio —anunció Merel— y lo oyó hablar con el espía. Yo he oído el relato del muchacho y confirmo lo que dice mi esposo, si alguien de los presentes se atreve a dudar de él.

—¿Garion? —dijo tía Pol, desconcertada.

—¿Puedo sugerir que escuchemos al jovencito? —dijo Cho-Hag de los algarios en tono conciliador—. Un noble en destierro con antecedentes de contactos es, creo yo, un asunto que nos concierne a todos.

—Diles lo que nos contaste a Merel y a mí, Garion —ordenó Barak, y empujó al muchacho hacia delante.

—Majestad —dijo Garion tras una torpe reverencia—, desde que llegamos aquí he visto en varias ocasiones a un hombre con una capa verde que se ocultaba aquí, en el palacio. Siempre anda acechando por los pasillos y toma muchas precauciones para no ser visto. Yo me fijé en él la primera noche que pasamos aquí y, al día siguiente, volví a verlo cuando entraba en una taberna de la ciudad, con un murgo. Barak dice que no hay murgos en Cherek, pero yo sé que el hombre con quien estaba el espía era un murgo.

—¿Cómo lo sabes? —preguntó Anheg en una exhibición de sagacidad.

Garion lo miró, impotente; era incapaz de pronunciar el nombre de Asharak.

—¿Y bien, muchacho? —preguntó el rey Rhodar.

Garion luchó por pronunciar las palabras, pero no surgieron de su boca.

—¿Tal vez conocías a ese murgo? —apuntó Seda. Garion asintió, aliviado de que alguien pudiera ayudarlo.

—No puedes conocer a muchos de ellos —continuó Seda, frotándose la nariz con un dedo—. ¿Fue el que encontramos en Darine, tal vez…, y después en Muros? ¿El que es conocido como Asharak?

Garion asintió otra vez.

—¿Por qué no nos lo has dicho antes? —quiso saber Barak.

—No… no podía… —balbució Garion.

—¿No podías?

—No me salían las palabras. No sé por qué, pero nunca he sido capaz de hablar de él con nadie.

—Entonces, ¿lo has visto antes?

—Si —confirmó Garion.

—¿Y nunca se lo has dicho a nadie?

—No.

Seda lanzó una rápida mirada a tía Pol.

—Me parece que éste es uno de esos asuntos que tú dominas mejor que nosotros, ¿verdad, Polgara? —preguntó a la mujer. Ésta asintió.

—Es posible hacerlo —comentó—. Nunca ha sido un medio muy fiable, de modo que no me ocupo de él. Sin embargo, es posible.

Su expresión se hizo sombría.

—Los grolims creen que es impresionante —intervino el señor Lobo—. Los grolims son fáciles de impresionar.

—Ven conmigo, Garion —dijo tía Pol.

—Todavía no —indicó Lobo.

—Es importante —insistió ella con expresión adusta.

—Puedes hacerlo más tarde. Ahora, escuchemos el resto del relato. El daño ya está hecho. Adelante, Garion. ¿Qué más viste?

Garion hizo una profunda aspiración, aliviado de poder hablar con el viejo en lugar de hacerlo a los reyes.

—Volví a ver al hombre de la capa verde el día que salimos de caza. El tipo se reunió en el bosque con un individuo de cabello pajizo y sin barba. Hablaron durante un rato y yo pude oír qué decían. El del cabello pajizo quería saber de qué estabais hablando en esta cámara.

—¡Deberías haber venido inmediatamente! —exclamó el rey Anheg.

—Veréis —continuó el muchacho—, justo después tuve el encuentro con el jabalí, me golpeé la cabeza contra un árbol y perdí el sentido. No he recordado lo que había visto hasta esta mañana. Cuando el rey Fulrach ha mandado llamar a Durnik, me he dedicado a explorar el palacio. Me he metido en una parte cuyo techo está completamente hundido y allí he descubierto unas huellas. Las he seguido y, al cabo de un rato, he visto otra vez al hombre de la capa verde. En ese momento he recordado todo lo sucedido. Lo he seguido hasta llegar a un pasadizo que cruza justo por encima de esta cámara. El hombre se ha escondido allí a escuchar lo que se decía aquí abajo.

—¿Crees que ha podido enterarse de mucho, Garion? —quiso saber el rey Cho-Hag.

—Estabais hablando de alguien llamado el Apóstata —respondió Garion— os preguntabais si sería capaz de utilizar una especie de poder para despertar a un enemigo que ha permanecido dormido durante mucho tiempo. Algunos de vosotros pensabais que era preciso poner sobre aviso a los arendianos y a los tolnedranos, pero el señor Lobo no compartía esa opinión. Durnik hablaba de que los hombres de Sendaria acudirían al combate si los angaraks atacaban.

Todos los presentes se mostraron perplejos.

—Yo estaba escondido bastante cerca del hombre de la capa verde —añadió el muchacho—. Estoy seguro de que también ha oído lo mismo que yo. En ese momento, se presentó un grupo de soldados y el hombre escapó. Fue entonces cuando decidí que debía contarle todo esto a Barak.

—Aquí arriba —dijo Seda, acercándose a uno de los muros de la sala y señalando con el dedo una esquina del techo—. El mortero se ha desmoronado y el sonido de las voces escapa por las rendijas entre las piedras hasta el pasillo del piso superior.

—Ése muchachito que has traído contigo es una joya, Dama Polgara —comentó el rey Rhodar con el semblante grave—. Si busca profesión, es probable que tenga un puesto para él. Recoger información es una tarea gratificadora y el chico parece tener ciertas dotes naturales para dedicarse a ella.

—También tiene otras dotes —respondió tía Pol—. Parece muy capacitado para aparecer en lugares donde se supone que no debe estar.

—No seas demasiado severa con el muchacho, Polgara —dijo el rey Anheg—. Nos ha prestado un buen servicio que tal vez nunca podamos recompensarle como es debido.

Garion hizo una nueva reverencia y se apartó de la fija mirada de tía Pol.

—Primo —dijo entonces Anheg a Barak—, parece que tenemos en palacio un visitante indeseable. Creo que me gustaría mantener una breve charla con ese espía de capa verde.

—Escogeré algunos hombres —respondió Barak con aire ceñudo—. Volveremos el palacio del revés y lo sacudiremos para ver qué cae.

—Me gustaría tener a ese hombre más o menos intacto —le advirtió Anheg.

—Desde luego —asintió Barak.

—Pero tampoco demasiado intacto. Mientras pueda hablar, servirá para nuestros propósitos.

—Me aseguraré de que se sienta locuaz cuando te lo traiga, primo —asintió Barak con una sonrisa.

En el rostro de Anheg apareció otra mueca semejante como respuesta y Barak empezó a dirigirse hacia la puerta.

En ese instante, Anheg se volvió hacia la esposa de Barak.

—También quiero darte las gracias a ti, Merel. Estoy seguro de que has tenido un papel importante en hacer llegar todo esto a mis oídos.

—No es preciso que me des las gracias, majestad —respondió la mujer—. Era mi deber.

Con un suspiro, Anheg preguntó con aire abatido:

—¿Siempre tiene que ser el deber, Merel?

—¿Qué otra cosa, si no? —replicó ella.

—Hay tantas otras… —murmuró el rey—. Pero me temo que vas a tener que descubrirlo por ti misma.

—Garion, ven aquí —dijo tía Pol.

—Si, señora —respondió el muchacho, acercándose a ella con cierto nerviosismo.

—No seas tonto, cariño, no voy a hacerte nada —insistió Pol al tiempo que le tocaba la frente con las yemas de los dedos.

—¿Y bien? —quiso saber el señor Lobo.

—Lo tiene —informó ella—. Es muy leve, si no lo habría advertido antes. Lo siento mucho, padre.

—Veamos —murmuró Lobo; se acercó a Garion y tocó la cabeza de éste con su mano—. No es nada grave —comentó.

—Podría haberlo sido —replicó tía Pol—. Y era responsabilidad mía ocuparme de que no le sucediera nada parecido.

—No te sientas culpable de ello, Pol —insistió Lobo—. Eso es muy impropio de ti. Simplemente, elimínalo y no le des más vueltas.

—¿Qué sucede? —preguntó Garion, alarmado.

—No es nada que deba preocuparte, querido —le dijo tía Pol, al tiempo que tomaba la mano derecha del muchacho y tocaba con ella durante un instante el mechón de cabello blanco de su frente.

Garion notó una vorágine, una erupción de impresiones e imágenes confusas acompañada de un zumbido agudo detrás de los oídos. Una repentina sensación de vértigo se adueñó de él y habría caído al suelo si tía Pol no lo hubiera sostenido.

—¿Quién es el murgo? —preguntó la mujer, con su mirada fija en el muchacho.

—Se llama Asharak —respondió Garion al instante.

—¿Desde cuándo lo conoces?

—Desde siempre. Toda mi vida, desde que era pequeño, ha aparecido esporádicamente por la hacienda de Faldor para observarme.

—Ya basta por ahora, Pol —intervino el señor Lobo—. Dejemos descansar un poco al chico antes de seguir. Prepararé algo para impedir que esto vuelva a suceder.

—¿Está enfermo el chico? —preguntó Cho-Hag.

—No es exactamente una enfermedad, Cho-Hag —respondió el señor Lobo—. Resulta un poco difícil de explicar, pero ahora ya está aclarado.

—Ahora quiero que vayas a tu habitación —dijo tía Pol a Garion, a quien todavía sostenía por los hombros—. ¿Te sientes lo bastante firme para llegar hasta ella sin ayuda?

—Me encuentro bien —asintió el chico, todavía un poco mareado.

—Nada de excursiones y exploraciones por tu cuenta —le advirtió ella con voz firme.

—No, señora.

—Cuando llegues a la habitación, acuéstate. Quiero que hagas memoria y recuerdes cada una de las veces que has visto a el murgo, lo que hizo y lo que dijo.

—Jamás ha cambiado una palabra conmigo. Sólo me miraba.

—Yo iré a verte dentro de un ratito —continuó la mujer— y te pediré que me cuentes todo lo que sepas de él. Es importante Garion, de modo que debes concentrarte con todas tus fuerzas.

—Está bien, tía Pol —asintió él.

Ella le depositó un leve beso en la frente y murmuró:

—Ahora, corre a la cama, cariño.

Con una extraña sensación de aturdimiento, Garion alcanzó la puerta de la cámara y salió al pasillo.

Cruzó el gran salón donde los soldados de Anheg se ceñían las espadas al cinto y recogían unas hachas de guerra de temible aspecto para realizar la batida en el palacio. Todavía meditabundo pasó ante ellos sin detenerse.

Una parte de su mente parecía medio dormida, pero otra, más secreta y profunda, estaba totalmente alerta. La seca voz interior le dijo que acababa de suceder algo importante. Aquél impulso invencible que le impedía hablar de Asharak había desaparecido, evidentemente. Tía Pol lo había extirpado por completo de su mente de alguna manera y el hecho había despertado en el muchacho una rara y ambigua sensación. La misteriosa relación entre él y Asharak, el murgo silencioso de ropas oscuras, había sido siempre un asunto profundamente privado y ahora, de pronto, había desaparecido. Garion se sintió vagamente vacío y, de algún modo, violado en su intimidad. Con un suspiro, empezó a subir por la amplia escalera hacia su habitación.

Ante la puerta de su alcoba había media docena de guerreros componentes sin duda de las partidas organizadas por Barak para la búsqueda del hombre de la capa verde. Garion se detuvo. Allí pasaba algo raro y el muchacho se sacudió de encima el amodorramiento. Aquélla parte del palacio era demasiado frecuentada para pensar que el espía pudiera ocultarse en ella. El corazón empezó a latirle aceleradamente y, paso a paso, empezó a retroceder hacia el rellano de las escaleras que acababa de ascender. Los guerreros tenían el mismo aspecto que todos los chereks de palacio —hombres barbudos provistos de casco, cota de malla y pieles— pero había algo en ellos que no parecía del todo normal.

Un hombre corpulento, cubierto con una capa oscura con capucha, apareció por el umbral de la puerta de la habitación y salió al pasillo. Era Asharak. El murgo se disponía a decir algo cuando sus ojos descubrieron a Garion.

—¡Ah! —exclamó en voz baja. Sus ojos oscuros brillaban en su rostro surcado de cicatrices—. A ti te buscaba, Garion —añadió en el mismo tono de voz—. Ven aquí, muchacho.

Garion notó que algo tanteaba su mente y luego parecía retirarse como si, de algún modo, no encontrara dónde asirse. El muchacho, sin una palabra, sacudió la cabeza en gesto de negativa y continuó su retroceso.

—¡Ven aquí enseguida! —repitió Asharak—. Nos conocemos desde hace demasiado tiempo para que me vengas con ésas. Obedece. Sabes que debes hacerlo.

El extraño tanteo en su mente se convirtió en un lazo poderoso, que volvió a retirarse sin conseguir apresarla.

—¡Ven aquí, Garion! —ordenó Asharak con aspereza—. Garion continuó su retirada, peldaño a peldaño.

—¡No! —exclamó.

Asharak le dirigió una mirada furiosa y se lanzó en mitad del pasillo con gesto colérico.

Ésta vez no fue un tanteo ni un tirón, sino un golpe tremendo. Garion pudo apreciar su fuerza aunque le pareció que algo desviaba o amortiguaba el impacto. Durante unos instantes, Asharak puso una expresión de sorpresa, pero volvió a entrecerrar los ojos.

—¿Quién ha hecho eso? —preguntó—. ¿Polgara? ¿Belgarath? No te servirá de nada, Garion. Te tuve una vez y puedo volver a tenerte cuando me lo proponga. No eres lo bastante fuerte como para resistirte.

Garion contempló a su enemigo y le respondió, como si tuviera la imperiosa necesidad de replicar a su desafío:

—Tal vez no lo sea, pero creo que tendrás que cogerme para comprobarlo.

Asharak se volvió al instante hacia sus guerreros.

—¡Ése es el muchacho que busco! —les gritó—. ¡Capturadlo!

Rápidamente, casi como si no necesitara pensar sus movimientos, uno de los guerreros levantó su arco y apuntó directo a Garion con una flecha. Asharak movió el brazo al momento y golpeó el arco en el mismo instante en que la saeta de punta de acero iba a ser lanzada. La flecha cruzó el aire con un zumbido y dio en las piedras de la pared, a unos palmos a la izquierda de Garion.

—¡Lo quiero vivo, idiota! —masculló Asharak al tiempo que descargaba un enérgico puñetazo en la cara del soldado, quien cayó al suelo retorciéndose.

Garion dio media vuelta y echó a correr escaleras abajo. Saltó los peldaños de tres en tres sin molestarse en mirar atrás. El ruido de los pasos a su espalda le indicó que Asharak y sus hombres lo perseguían. Al llegar al pie de las escaleras, dobló bruscamente hacia la izquierda y huyó por un pasadizo largo y oscuro que lo condujo de nuevo al laberinto del palacio de Anheg.