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CONVERSACIONES

—Gesidensia Kegneg.

—Hola, Nikki, soy Bart Dodge. ¿Puedo hablar con Betty, por favor?

—Un momento, pog favog.

nnnnnnnnnnnnnnnnnnnn

—¿Sí, Bart?

—¿Betty?

—Oye Bart, ¿se trata de algo importante? Precisamente en este momento salía para encontrarme con Dede en Bonwit’s. Ha venido a la ciudad y…

—Es importante, Betty.

—Bart, ¿pasa algo?

—Tengo que hacerte un par de preguntas, Betty.

—Bart, parece algo serio. ¿Qué pasa, cariño, cuál es el problema?

—Acabo de hablar con Art. Me dijo algunas cosas. Y no se me ocurre qué puedo hacer.

—¿Habéis estado peleando de nuevo? ¿Te ha dicho cosas que pudieran herirte, cariño? No escuches las cosas que la gente dice cuando se enfada, amor.

—Me dijo algunas cosas acerca de ti, Betty.

—¿Sobre mí? No tengo la menor idea de lo que a tu hermano se le ocurrió decir de mí, y en realidad no quiero ni oírlo, pero como podrás ver las cosas que la gente dice cuando están enfadados…

—Tengo que preguntarte sobre ello, Betty. Creo que me entiendes. Tengo que saberlo.

—Bueno, yo simplemente niego todo lo que haya dicho de manera categórica, incluso antes de oírlo. ¿Qué pudo haberte dicho tu hermano acerca de mí cuando apenas nos vemos? En realidad creo que, de no ser hermano tuyo, apenas lograría reconocerlo por la calle. Creo que es muy cruel por tu parte prestar oído a los chismorreos que se cuentan contra mí. Llevamos casados apenas ocho días, y ya empiezas a dudar de mí, eres un…

—Se trata de impuestos, Betty.

—Eres un… ¿qué dices?

—Impuestos.

—¿Impuestos?

—Art dice que te casaste conmigo porque tenías que lograr casarte antes de fin de año por razones de impuestos.

—¿Se trata de impuestos? ¿Qué quieres hablar de impuestos?

—¿Es cierto éso, Betty?

—Oh, já, já, já, já. Oh, , já, já, já, já, já.

—Betty, ésto es algo muy serio, tengo que saberlo.

—Oh, já, já, ya sé que tienes que saberlo, já, já, querido. Qué cosa más dulce eres, me gustada abrazarte y besarte, y comerte todo entero.

—¿Es cierto? ¿Lo de los impuestos es cierto?

—¿Que ahorro dinero al convertirme en una mujer casada? Sí, lo es, querido, absolutamente cierto.

(Silencio dolido).

—¿Bart, cariño?

—Ya veo.

—Pero, querido, esa no es la razón por la qué me casé contigo. Me casé contigo porque te amaba. Me hiciste caer rendida, fue todo un flechazo. Nunca he sido más feliz en mi vida de lo que lo soy ahora, y el dinero nada tiene que ver con ello.

—¿Entonces, por qué no me dijiste nada al respecto?

—Tenía miedo de decírtelo, cariño.

—¿Miedo de qué?

—No quería que pensaras —já, já— que me casaba contigo por mi dinero.

—¿Estás segura, Betty?

—Oh, cariño, ¿acaso no recuerdas esta mañana?

—Seguro que sí, recuer…

—¿Y la noche anterior?

—Si, re…

—¿Y ayer por la mañana?

—Lo recuerdo todo, Betty.

—Entonces, ¿cómo puedes dudar de mí? Cariño, hablaremos de ello en la cena, pero ahora de verdad que tengo que irme corriendo. Dede está esperándome en…

—¿Pero y el juicio?

—¿Qué pasa con éso, querido?

—Tu hermana y tú os habéis puesto juicio mutuamente para ver quién se queda con el control de los negocios Kerner, y es importante que en el juicio aparezca que tú estás casada.

—¿Te dijo éso también Art?

—Sí.

—¿Y de dónde ha sacado él toda esa información?

—De Liz, supongo. Y sospecho que es verdad. ¿No?

—Querido, los maridos y las mujeres de este país se ayudan mutuamente en los aspectos financieros; rellenan juntos los impresos de la devolución de impuestos, ponen sus negocios a nombre de ambos, hacen juntos cantidad de cosas que tienen que ver con el dinero, y éso no significa que no se quieran.

—La cuestión es, ¿por qué no me contaste todo ésto desde el principio? Lo de los impuestos y lo del juicio. ¿Es que no confías en mí?

—Por supuesto que sí, cariño. Sólo quería que no te preocuparas. No quería que empezaras a sospechar del modo en que estás haciéndolo ahora. Eso es lo que yo trataba de evitar.

—Mintiéndome.

—No te mentí, amor. Simplemente me limité a ocultarte la verdad. Y todo, simplemente porque te quiero.

—¿Entonces, por qué te fuiste a la cama con Art?

(Silencio de asombro. De mucho asombro).

—Lo siento, Betty, no creo que pueda seguir adelante con ésto.

—Ba-Bart…

—Es ya tarde para que lo niegues. Art me lo contó todo, me contó… detalles, me contó cosas que no hubiera podido saber de no ser cierto.

—Um, Bart, cariño.

—Los impuestos, el juicio, y luego ésto.

—Cariño, Bart, por favor, escúchame un momento.

—Tienes que verte con Dede en Bonwit’s.

—Bart, me he equivocado. Sí, sucedió como tu dices que Art te contó. Pero te juro que no hubiera sucedido si no se pareciera a ti tanto como se parece.

—Oh, Betty, po…

—Es cierto, cariño, cariñísimo. Pero, cuando nos fuimos a la cama, lo sentí. No se parece en nada a ti. No sabe como hacer que una mujer se sienta de verdad mujer. No sabe hacerlo como tú.

—Quieres decir que yo soy mejor, ¿no es éso?

—Querido, empecemos todo de nuevo, desde el principio. Aún podemos hacerlo.

—Lo siento, Betty.

—Bart, ¿qué vas a hacer?

—Tengo que ser yo mismo por una vez. Tengo que pensarme bien las cosas de nuevo.

—Oh, querido, me mata de verdad haberte hecho tanto daño.

—Te llamaré… te llamaré dentro de uno o dos días.

—Sí, Bart ¿Bart?

—¿Sí?

—Recuerda siempre, querido, que te quiero.

(Silencio significativo).

—¿Bart? ¿Cariño?

—Te llamaré dentro de un día o dos.

nnnnnnnnnnnnnnnnnnnn

Zumbido del interfono.

¿Sí?

—Una tal Sr. Minck al teléfono.

—Dile que me he metido en la trapa.

—Sí, señor.

nnnnnnnnnnnnnnnnnnnn

—¿Lo?

—¿Feeney?

—¿Sí?

—Soy tu casero.

—¿Qué tal, Art? ¿Cómo andas?

—El próximo lunes es el día del trabajo, Feeney.

—Uf, sí. Para entonces ya me habré abierto de aquí, tranquilo. Ya estoy empacando.

—¿Vuelves a Cornell, Feeney?

—Sí, tío.

—Magnífico, Feeney, ¿conoces un bar en Ithaca que se llama O’Hanahee’s?

—Es un palo, tío, por allí no puedes caer.

—Bueno, conoces el sitio, de todos modos. Mira una cosa, Feeney, dos de los jefes de ese sitio son amigos míos, de los días colegiales. Se llaman Brock Lujenko y Big Horse Tumwatt ¿Los conoces de algo, Feeney?

—No parecen de la gente con la que me trato.

—Feeney, la semana pasada estuve en el apartamento. Estabas fuera.

—¿Ah, sí? Supongo que estaba todo un poco liado, ¿no?

—Parecía como si Laurel y Hardy acabaran de irse de allí.

—Ji, ji.

—El asunto es, Feeney, que antes de irte tienes que dejarlo todo limpio.

—Seguro.

—Impoluto. Inmaculado. Exactamente como lo encontraste.

—Palabra, tío.

—Porque, de no ser así, durante el semestre de otoño vas a tener que vértelas con mis amigos Brock Lujenko y Big Horse Turn Watt.

—¿Ah, sí?

—Pues sí. Y me voy a cambiar el martes. ¿Vale?

—Estará limpio, tío. Tú, tranquilo.

—No, si yo estoy tranquilísimo, Feeney, creóme. En medio del torbellino de la vida tu eres la menor de mis preocupaciones.

—¿Sí?

—Sí.

nnnnnnnnnnnnnnnnnnnn

Zumbido de interfono.

¿Ujú?

—La Srta, Linda Margolies.

—En persona.

—Por el teléfono.

—Ah, dile que… No, no importa, pásamela.

—Mm, jm.

Click: ¿Srta. Margolies?

—Qué pronto olvidamos.

—¿Eh?

—Si no recuerdo mal, la última vez que nos vimos nos hallábamos desnudos en el suelo de su oficina, y le dije que me llamaras Linda, y tú dijiste…

—«Llámame irresponsable». Ahora me vuelve todo a la memoria. ¿Cómo andas, Linda?

—Las heridas de mi hombro empiezan a curar bastante bien. ¿Y tú, cómo vas, irresponsable?

—Exactamente igual.

—Lo primero, cuidar de uno mismo.

—Eso está bien.

—Bueno, por lo que te llamo ahora es…

—Lo siento, señorita, recibo en la oficina.

—Lo recuerdo. Y recuerdas mi tesis.

—¿Se trataba de éso? Y tú recuerdas mi trabajo, ¿no?

—Picante.

—No, Linda, nosotros no trabajamos ese tipo de material. —Maldita sea si no. Lo que quiero es enviarte mi tesis. —No creo que pegue en una postal.

—Escucha, Eerie, la cuestión es que…

—¿Escucha qué?

—Eerie. Diminutivo de Irresponsable.

—Mejor me llamas Sibila.

—Por mí vale. Escucha, Sibila, lo que quiero es que…

—No creo que salga adelante con ese nombre.

—Lo que quiero, Jack, es que leas mi tesis y me digas qué te parece.

—Creo que es la tesis más excitante y mejor forrada que he visto…

—Sibila.

—Vale. Me encantará leer tu tesis, seguro que lo haré, pero no puedo decirte cuándo. Tengo cantidad de, um, cosas en marcha precisamente en este momento.

—Muy bien, aún queda un mes para que la entregue.

—Entonces mándamela.

—Tal vez el título no te guste.

—¿Sí? ¿Cuál es?

—El Humor: La Respuesta del Cobarde ante la Agresión.

—Bueno, resulta un poco difícil de decir sin música.

—Es un tango.

—Envíame entonces dos copias.

—¡Vaya por Dios!

—Él sí que sabe.

—Ese es un chiste malo.

—No lo es. ¿Qué le dio el caníbal a su novia el Día de San Valentín?

—Una caja de fans de granjero.

—¿Oíste hablar de aquel tío que se peinaba el pelo de oreja a oreja?

—Pensaba que era maravilloso hasta que alguien se lo soltó en la cara.

—Linda. ¿Es que no hay uno de estos chistes baratos que no conozcas?

—Hay tres, en realidad.

—Por… No, mejor no. Adiós, Linda.

—Casi te tengo. Casi te tengo.

nnnnnnnnnnnnnnnnnnnn

—Gloria, tengo que…

—Espera un minuto que termine de escribir ésto.

—¿Otra carta a tu madre?

—Negocios de la empresa. Un impreso de impuestos para el Estado.

—¡Mejor no me lo enseñes!

—No iba a enseñártelo.

—Firma con mi nombre, y envíalo sin más.

—Tendría que ir acompañándolo un talón.

—Entonces añade una carta que diga: «Busque su cheque». —¿No incluyo el talón, entonces?

—No malgastes el tiempo con cosas tontas. Tengo un coche esperándome. Escribe, escribe.

—Clac, clac, clac, clac — chaapp.

—Muy bien, ¿ahora qué?

—Ante todo, aquí está tu cheque del mes.

—¿Cómo es éso? Si sólo es miércoles.

—Verás que tiene fecha atrasada. Es tu paga extra del Día del Trabajo.

—Cien dólares… No creerás que de verdad puedo cobrar ésto. ¿No?

—Fé y paciencia, éso es lo que necesitas. Y ahora, este es un talón y el resguardo de depósito para la cuenta de «Tarjetas Gente», que quiero que me ingreses.

—DIEZ M…

—Tranquila, tranquila.

—¿Diez mil dólares?

—La Srta. Kerner quiere invertir en Tarjetas Gente.

—Está meando fuera del tiesto.

—Sea como sea, el talón es tan bueno como la chica abrazada al unicornio. Ahora, vamos a cerrar la barraca ya, y tú ingresas el cheque mientras vas camino de casa. El viernes la cuenta estará nueva y rebosante, y tú podrás cobrar entonces esos dos talones.

—Un minuto. ¿No tengo que volver después del almuerzo?

—No. Y no vamos a abrir ni mañana, ni el viernes. Nos tomaremos un largo puente del Día del Trabajo. Te veré el martes próximo.

—Por mí, perfecto.

—Gloria.

—¿Qué pasa? Estás tramando algo.

—Tú, por supuesto, no quieres saberlo.

—De acuerdo.

—Pero quieres saber qué hay que decir dónde se encuentra mi hermano Bart

—¿Todavía sigues jugando a ese juego?

—Estoy empezando a quitármelo de encima precisamente ahora. Si ocurre que alguien pregunta, si alguien quiere saber por dónde anda Bart Dodge, date por enterada de que ambos hermanos han discutido, y que Bart Dodge ha cortado sus conexiones con esta oficina, y no es muy probable que vuelva.

—Amén.

—Empieza a verse la luz al final del túnel, Gloria.

—Reza porque no sea un lanzallamas.

—Qué bromista eres.