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A las tres y cuarto empecé mis ensayos.

Había enviado a Gloria temprano a su casa, y había colocado el espejo justo al lado de la puerta de entrada a mi despacho, colocándome frente al umbral de la misma a practicar mis movimientos. Medio ciego, con las lentillas quitadas y las gafas a la altura de la cintura, sostenidas con mi mano derecha, dije mi recitado: “Lo pensaré de nuevo, y ya hablaremos mañana”. Luego, di un paso atrás y cerré la puerta de golpe con la izquierda, mientras con la derecha, con gesto casi de robot, me colocaba las gafas y con el mismo movimiento mecánico me echaba el pelo hacia atrás, pasando así del estilo de pelo Bart, al estilo Art.

La noche anterior, antes de meterme en mi saco de dormir, había hecho una nueva llamada de Bart-desde-Los-Angeles a Betty, diciéndole que llegaba a la ciudad precisamente el día de hoy. Quiso ir a buscarme al Aeropuerto, pero le expliqué que me hallaba aún bastante afectado por la riña con Art, y que quería arreglar éso antes de verla o de hacer ninguna otra cosa: Tomaré un taxi desde el Kennedy, le dije, e iré a ver a Art a su despacho. ¿Por qué no nos vemos allí? Fijamos la hora para las cuatro de la tarde.

Y, hacia las cuatro menos cuarto me hallaba ya totalmente preparado. Al principio mi pequeña danza balinesa había resultado rígida y poco coordinada, pero con la práctica empezaba a resultar perfecta, y ahora mis movimientos parecían suaves y acompasados. El espejo se hallaba situado en el ángulo correcto, la puerta abierta lo justo, y todo listo para la actuación. Lo único que faltaba ya era mi público.

Nervios. Sensación de noche de estreno. Salí de la oficina, caminé hasta el montacargas y volví de nuevo hacia el vestíbulo, de nuevo hasta el ascensor, y vuelta a la oficina, frotándome, arañándome, mirando constantemente el reloj. ¿Era Betty del tipo de personas que llegan siempre o demasiado pronto o demasiado tarde? ¿Sería capaz aún de hacer mi gesto rápido de gafas-más-pelo con este nuevo dolor que me había salido en la espalda? ¿Sería capaz de seguir coordinando bien los movimientos de ambas manos, de los pies y de la boca, mientras temblaba como una gaita?

En cualquier momento el ascensor se pondría en movimiento. Yo me lanzaría a toda prisa al interior de mi despacho, me quedaría en pie justo al lado de la puerta, intentaría calmar los latidos de mi corazón y mi respiración jadeante, y escucharía atentamente los bufidos y quejas del montacargas mientras subía.

A otro piso.

Las cuatro menos diez, las cuatro menos cinco, las cuatro menos tres minutos.

Me coloqué junto al ascensor mientras este bajaba de nuevo tras una segunda falsa alarma. Las escaleras se hallaban al lado de este, con la puerta abierta y sujeta, violando la normativa contra incendios. Le había dicho a Betty que tomara el montacargas ¿pero no se le ocurriría subir por las escaleras más bien? Estiré la oreja, tratando de escuchar sus pisadas subiendo.

Winnininnningg. El ascensor empezaba a subir de nuevo. Esta vez, con pretendido desdén, caminé con desgana en dirección a mi despacho, y apenas me había perdido de vista en su interior cuando el maldito chisme se paró en mi piso.

¡En posición! Cerré la puerta de fuera, crucé el vestíbulo, y me coloqué en el umbral del despacho, frente a la puerta y dando la cara al espejo. Mis labios y mi boca se hallaban totalmente resecos, e hice lo posible por producir un poco de saliva para poder hablar. Con la mano izquierda sobre el pomo de la puerta y la derecha aferrando las gafas, miré hacia el espejo de dentro, dejando ver mi reflejo desde la puerta del pasillo. En silencio, ensayé una vez más mi papel: Me lo pensaré de nuevo y ya hablaremos mañana. Me lo pensaré de nuevo y ya hablaremos mañana. Me lo pensaré de nuevo…

La puerta del pasillo se abrió. Y Betty penetró en el vestíbulo.

Y ahora déjenme decirles lo que Betty vio al entrar en el vestíbulo de la oficina, vio a Bart dándole la espalda en el umbral de la puerta que tenía frente a sí, y conversando con Art Pudo ver claramente la cara de Art, sin gafas y con el pelo peinado hacia delante, por encima del hombro derecho de Bart vio los labios de Art moviéndose, y oyó a Art decir: «Me lo pensaré de nuevo y ya hablaremos mañana». Luego, según le pareció a ella, Art cerró la puerta, dándole con ella en las narices a Bart, lo que obligó a este a dar un paso hacia atrás. Bart reculó, se dio la vuelta, levantando su mano hacia la cabeza como defendiéndose del choque, y terminó por volverse del todo pestañeando por detrás de sus gafas, bajando la mano de nuevo desde su pelo peinado hacia atrás, para decir: ¡Betty!

—¡Querido! respondió Betty, combinando de manera muy delicada la alegría de la reunión con una repentina preocupación. Cruzó la habitación a toda prisa en dirección mía, diciendo: ¿Hubo algún lío ahí dentro?

Ya antes había decidido que mi mejor actitud en semejante tesitura sería una leve ambigüedad, un cierto aire distraído mezcla del síndrome de avión y la discusión con Art. Fue una decisión feliz, como luego se vería, ya que aquella especie de terco atontamiento era todo lo que la situación del momento me permitía. El espejo, sin Art, se hallaba del otro lado de la puerta. Toda una habitación sin Art se hallaba, de hecho, al otro lado de aquella puerta. ¿Cómo podía yo esperar salir con bien de aquella especie de prueba juvenil? ¿Problemas?, repetí como un eco. ¿Problemas?

—Acabo de ver a Art ahí dentro, dijo ella, señalando hacia la puerta. Y él…

—¿Lo viste? Lo viste ¿eh?

—Por supuesto. Y no me miró con cara de muchos amigos.

Una gran sonrisa tipo ala de flamenco cruzó mi cara. No podía evitarlo. Sencillamente no podía evitarlo: Muy al contrario, dije. ¡Por Dios que había funcionado! Creo, dije, creo que todo va a ir perfectamente.

—Pero él… yo lo vi…

—Ya sé que lo viste, cariño, le dije, y le di un gran beso. No me importaba nada que no me hubiera sido fiel: No te preocupes por Art, le dije, es su manera de ser. Se le pasan enseguida los cabreos. Créeme. Lo conozco bien, y las cosas van a ir bien de ahora en adelante. Lo llamaré mañana por la mañana y volveremos a ser amigos.

—Si tu lo dices.

—Escucha, vámonos de aquí, dije. Démosle la oportunidad de que se calme y se le pase el enfado.

Frunció la frente en dirección de la puerta cerrada. ¿Se le estaría pasando por la cabeza entrar allí, y discutir con Art en mi nombre? No. Meneó la cabeza y dijo: Bueno, tu lo conoces mejor que yo.

Podía haberle discutido ésto, pero no lo hice. En vez de ésto, le sostuve la puerta para que pasara, dejamos la oficina, y bajamos en el lento e interminable montacargas.

Cuando dejábamos el edificio, Candy entraba. Parecía enfadada, y apenas nos miró al pasar. Creo que me sentí impactado, pero no creo que se me notara.

Pero ¿y si llega a entrar antes? ¿Qué hubiera pasado de ser ella quien saliera del ascensor y al abrir la puerta de la oficina se hubiera encontrado con la charada allí organizada? ¿Qué hubiera pasado si Betty hubiera entrado detrás de ella, encontrándose allí a un hermano, un espejo, y una extraña mujer, en vez del bien ensayado acto entre Art y Bart? Una cerrada ovación, sin duda.

Carlos y el Lincoln se hallaban frente al edificio. Betty y yo nos introdujimos en el coche, y este arrancó, y cuando lo hacíamos me pareció ver con el rabillo del ojo a Candy aparecer de nuevo por la puerta y quedarse mirando al coche, tal vez frunciendo el ceño. Pero no me molesté en mirar atrás.