CAPITULO 8

 

Su disparo coincidió casi exactamente con el que llegó desde la cerca de un establo. Por fortuna para Velda, el otro disparo se anticipó en décimas de segundo al de Bart Hazard. Y eso hizo que cuando Bart apretara el gatillo, su arma se desviase lo preciso, puesto que aquella bala acababa de alcanzar matemáticamente su frente, entre ambas cejas, alojándose fulminante en el cerebro del asesino.

Bart disparó, sí. Pero su proyectil silbó, no lejos de Velda, totalmente inofensivo ya, puesto que lo había disparado un virtual cadáver. Despacio, muy despacio, Bart se puso rígido en su silla, dejó caer el arma despacio, dilató sus ojos sin luz, y luego se derrumbó, quedando enganchado a un estribo, mientras el asustado caballo emprendía el galope, arrastrando a su jinete por tierra, con escalofriantes rebotes de cráneo en las piedras. Pero para entonces, Bart Hazard ya era cadáver.

El polvo se iba posando mansa y suavemente en el escenario del último tiroteo. Velda se encogía en la silla, sangrando su costado abundantemente, muy pálida pero firme.

En la empalizada del establo, Ethan Haycox, con su «Colt» humeante, contemplaba la escena con fría mirada. Al ver sangrar a Velda, caminó hacia ella con larga zancada.

—Gracias, Ethan —musitó ella, mirándole con ojos opacos—. Me salvaste la vida...

—Era lo convenido. Si tú no podías con todo el trabajo, yo te echaría una mano. Ahora, la tarea ya ha terminado.

—Sí, ya terminó —susurró amargamente, contemplando los cuerpos sin vida—. Y tienes razón en algo: no me siento del todo feliz. Mi vida ya no tiene objeto.

—Eso es porque centraste todo en esta venganza. Y eso no es humano, Velda. Comprendo lo que sentías. Y además, te felicito por tu valor. Acabaste con unas alimañas que sólo estaban en el mundo para hacer daño. Pero conviene que aprendas algo: la vida es para vivirla, para intentar de nuevo ser feliz, no para amargarte con el odio. Es más hermoso amar, sentir algo noble, algo que proporcione alegrías.

—Pero ellos terminaron con todo eso, Ethan... —gimió ella.

—Lo sé —él le arrancó la camisa a tiras, contemplando el horrible orificio de bala, sobre el que puso su pañuelo—. Vamos, te llevaré al médico de inmediato. Tienen que extraerte esa bala cuanto antes. La herida no es grave, pero conviene que se la atienda de inmediato. Luego hablaremos sobre todo eso, Velda. Pero debes empezar a comprender que tu marido está muerto y eso ya no tiene arreglo. Tú sigues viviendo, y eso es lo que cuenta.

—Pero será una vida sin objeto, Ethan. Una mujer que lo perdió todo, incluso su dignidad de mujer, a manos de unos facinerosos...

—Esos facinerosos están muertos ya. Y el recuerdo de su infamia también debe morir. Tienes toda una vida ante ti. Vívela, Velda. Vívela a fondo.

—¿Qué hombre querría saber de una mujer que fue ultrajada por seis miserables?

—Estás diciendo tonterías —cargó con ella en brazos, echando a andar hacia el centro de la ciudad—. Ocurrió contra tu voluntad. Sigues tan pura como antes de que eso sucediera. Cualquier hombre olvidaría tal hecho. Yo mismo lo he olvidado, a pesar de que me gustas tanto, Velda. Para mí, eres la mujer que fue vestida de blanco a la boda. Todo lo que pasó luego, no cuenta para nada.

Ella le miró, sorprendida. Sus ojos reflejaron cierta ternura.

—Ethan... —musitó—. No podía imaginar... que tú...

Y en ese punto, perdió el conocimiento.

—Te lo dije, Velda. La herida no era nada —sonrió Ethan, tomándola de una mano—. Vamos, te ayudaré a salir por tu propio pie. El doctor dice que ya puedes caminar e ir adonde quieras, sin problema alguno. Sentirás cierto dolor, pero eso será todo.

—Sé soportar el dolor, sea cual sea —dijo ella, animosa, dejándose tomar por la mano y conducir fuera del recinto donde había estado hospitalizada aquellos días—. Vamos allá, Ethan.

Salieron a la calle soleada de El Paso. Caminaron un corto trecho, sin prisas.

—Me siento fuerte —admitió Velda, parándose de pronto—. Ethan, ¿no peligrarás si permanecemos aquí más tiempo? El sheriff local puede identificarte y...

—No te preocupes de eso —sonrió Ethan meneando la cabeza—. Ya me entregué a él, apenas te puse en manos del médico aquel día, diciéndole quién era yo.

—¡Dios mío! —le miró asustada—. Habrá avisado a Utah, vendrán a por ti...

—Eso es lo que yo esperaba, Velda. El sheriff cumplió con su deber telegrafiando rápidamente a Green River. Pero llegó una noticia sorprendente. Algo que lo cambió todo.

—¿Qué noticia es ésa?

—Encontraron al verdadero asesino, Velda. Alguien que se beneficiaba con la muerte del hombre a quien creían que yo maté. Confesó todo. Ha sido condenado a la horca. Y yo he quedado libre de cargos.

—¡Cielos! Dios te ha ayudado, Ethan. Lo merecías. Yo sabía que eras inocente.

—Sólo tú confiaste en mí —suspiró él—. Nunca lo he olvidado, Velda.

—Ni yo tampoco que tú me salvaste la vida, que te pusiste de mi lado en algo que no te incumbía...

—Sí que me incumbía, Velda. Te lo dije entonces. Me enamoré de ti en el hospital de Salt Lake City. Pero nunca te lo confesé, porque sólo vivías para el odio. No iba a permitir que nadie te hiciera daño.

—Me creía muy fuerte, y soy mucho más débil de cuanto imaginé...

—No, Velda. Eres fuerte. La mujer más fuerte y valiente que he conocido. Pero ahora ese valor debes ponerlo al servicio de tu futuro, de tu vida, de tu felicidad. Y olvidar todo lo demás.

—Sí, creo que tienes razón —le miró limpia, dulcemente—. ¿Podrás tú ayudarme en eso, Ethan? Yo... yo también te amo, acabo de descubrirlo mientras convalecía de mi herida.

—¡Velda! —murmuró él, gratamente sorprendido y admirado.

Y en ese momento, al volverse para tomarla en sus brazos, vio el destello metálico en el porche cercano. Se precipitó sobre ella, tirándola al suelo violentamente.

—¡Cuidado! —aulló—. ¡Velda, cuidado...!

La muchacha rodó por las tablas del porche, lanzando un quejido de dolor al resentirse de su herida, sin comprender por qué Ethan la trataba tan brutalmente.

Pronto supo la razón. Ethan mismo se arrojaba a tierra, mientras sobre ellos zumbaban varios proyectiles que, en medio del estampido de las armas de origen, reventaron ventanas y astillaron muros.

Ethan, desde el suelo, desenfundando su «Colt», disparó contra el lugar donde viera destellar el cañón de rifle. Un hombre saltó violentamente, alcanzado de lleno. Desde otra esquina, llegaron disparos de dos armas de fuego, cuyas balas zumbaron junto a ellos, clavándose en las maderas del porche.

Ethan Haycox se revolvió rabiosamente, siguiendo con el graneado fuego de su «Colt» 44 sobre los tiradores emboscados. Uno más saltó en el aire, herido de lleno. Rodó por tierra, soltando su revólver de largo cañón. Un tercero asomó, decidido a terminar con él, haciendo rugir su «45».

Ethan rodó por las tablas. El lugar donde estaba un segundo antes, se cubrió de orificios. El hizo fuego sin vacilar, en respuesta al exasperado tirador.

Por dos veces rugió su revólver a ras del suelo. La cara del tirador se cubrió de sangre. Llevó las manos a la faz, aullando desesperadamente, y osciló en la calzada, antes de desplomarse de bruces.

Un silencio profundo reinó en la calle de El Paso. Los tres asesinos apostados habían caído. Ya no parecía haber más.

Tras una pausa, Ethan se incorporó despacio, ayudando a Velda. Ella miró los cuerpos sin vida, muy pálida. Sus labios se movieron, pronunciando unas palabras:

—¿Por qué, Ethan? Ahora, ¿por qué? ¿Qué pretendían esos asesinos?

—Matarte, Velda. Disparaban contra ti. Menos mal que lo vi a tiempo.

—¿Pero por qué, Ethan?

—¿Y por qué intentaron lo mismo en Las Cruces aquellos dos tipos? Alguien desea eliminarte del mundo de los vivos, Velda...

—¡Jason! —susurró ella, asustada—. Mi propio hermanastro...

—Posiblemente. Después de todo, sólo él se beneficia, ¿no?

Velda asintió, demudada, con expresión incrédula. Ethan recargó su vacío «Colt». Y su mirada, instintivamente, recorrió la calle que se llenaba de curiosos, en torno a los tres cuerpos sin vida.

Eso le permitió ver muy a tiempo la figura en la ventana.

Tras los cristales polvorientos, en una fonda situada frente a ellos, una silueta de mujer contemplaba lo ocurrido. Pero esa mujer, de rostro moreno, frío y cruel, empuñaba algo en su mano derecha. Algo que alzaba lentamente hasta mostrarlo pegado al vidrio, metálico, rígido...

Era un revólver. Un «38», negro y pavonado. Lo amartillaba... ¡Y estaba apuntando directamente al cuerpo de Velda!

Ethan se mantuvo frío, sereno. Su mano fue mucho más veloz que la de aquella mujer. Se alzó, rápida, segura. Amartilló de nuevo el «Colt» todavía caliente. Y disparó.

La bala partió, en medio de un seco estampido, ante el asombro de Velda, que no entendía lo que estaba sucediendo. El proyectil reventó la vidriera tras la cual iba a disparar la mujer morena. Un grito de dolor agudo brotó de labios de ésta. Y soltó el arma, mientras su rostro se contraía violentamente.

Velda miró en esa dirección, mientras el cuerpo de la mujer, tambaleante, terminaba por caer contra la vidriera, asomando al exterior, doblado y sangrante.

Se quedó allí inmóvil, con el rostro crispado, goteando sangre fachada abajo...

Velda gritó aterrorizada, incrédula por completo, al fijarse sus ojos en aquella figura femenina que colgaba sobre el vacío, sangrante e inmóvil, medio cuerpo a través de la ventana rota, los brazos inertes, el arma humeante rodando hasta el polvo de la calzada...

—¡Helen! —clamó—. ¡Helen, es ella! ¡Mi cuñada! ¡La mujer de Jason, Dios mío!

—Ahora ya sabemos quién quería acabar contigo como fuese... —suspiró Ethan incorporándose despacio, con una sacudida de cabeza—. Incluso fue capaz de venir hasta aquí con sus pistoleros a sueldo, para comprobar que cumplían su tarea... o para rematarla ella si fallaban sus esbirros, como así ocurrió. Tal vez tu hermanastro ni siquiera sepa que era ella quien manejaba eso, Velda...

—Sí, tal vez... Helen siempre fue dura, egoísta, decidida a todo. Pero nunca pensé que llegara tan lejos. Dios mío, Ethan, otra vez te debo la vida...

—Vamos, olvídalo —rió él suavemente, ayudando a la joven a incorporarse—. Lamento haber sido tan rudo contigo, pero no tenía otro remedio. Esa mujer llevaba el odio y la maldad impresos en su rostro, en su mirada, cuando alzó el arma contra ti.

—Dios la haya perdonado —susurró Velda contemplando el cuerpo sin vida—. Vámonos, Ethan. Tengo que volver a Tucson, a hacerme cargo de todo lo mío. Jason sabrá lo sucedido. Y espero que se dé cuenta de la clase de mujer que tenía a su lado, aunque él tampoco es persona demasiado sensible ni tierna...

—Tal vez por eso se unió a una mujer así. Serían tal para cual, sólo que ella era la más fuerte de los dos, la que era capaz de hacer lo que él no se atrevía.

La tomó del brazo, echando a andar calle abajo. Velda suspiró, apretándose contra su acompañante:

—Ethan, ven conmigo a Tucson, te lo ruego. Vas a hacerme mucha falta para llevar mis cosas allí, querido... Pero sobre todo, para que vuelva a sentirme yo misma, para que la vida vuelva a tener alicientes para mí.

—Te acompañaré sólo por eso último. Tus negocios y bienes son cosa tuya, no mía. Yo sé ganarme la vida por mí mismo, Velda.

—¿Quieres decir que no querrás ser... mi esposo, Ethan? —musitó ella, parándose y mirándole a los ojos.

—Lo estoy deseando. Pero eso será solamente cuando yo pueda ofrecerte lo que deseo, sin que tu dinero, poco o mucho, intervenga en la cuestión.

—Ethan, no soy rica, pero poseo bienes y negocios... Papá está inválido y no muerto como suponía, según me contó el doctor Graham pocos días antes de evadirnos del hospital. Ahora todo debo llevarlo yo. Y no tengo ni idea. Tendrás que ayudarme. Ese es un trabajo que debería hacer otro, un administrador bien remunerado. ¿Por qué no ser socios y casarnos cuanto antes?

—Lo pensaré —prometió Ethan risueño—. De todos modos, antes de ser detenido por asesinato y juzgado, poseía unos ahorros en Green River, en el Banco Minero, que aún son míos. Podría aportarlos como contribución a tu negocio, y juntos emprender un camino de mayor prosperidad, ¿qué te parece?

—Ethan, siempre el mismo: independiente, orgulloso, altivo... Está bien, como quieras. Posiblemente haga falta dinero fresco tras las manipulaciones de Helen. Seremos socios como deseas. Pero, sobre todo, socios en la vida, en el amor, en el hogar común, Ethan. Es lo que más deseo. Lo que me hará olvidar odios y venganzas...

—Sí, Velda. Eso es lo más importante de todo. Me alegra que lo entiendas, cariño mío.

Y tomándola en sus brazos, la besó largamente en los labios. Velda respondió a su beso cálida, apasionada, tiernamente.

Y Ethan supo que, desde ese mismo momento, una nueva mujer reaparecía en la persona de Velda Evans, futura Velda Haycox. Volvía a ser la novia, la enamorada, la joven soñadora, ilusionada y llena de esperanzas.

Sólo por eso había valido la pena de dejarla cumplir su venganza, de permitir que utilizase las seis balas que había reservado para seis asesinos que destrozaron su vida inicialmente.

 

F I N