Huida

El invierno llegó  y el frío los dejó aislados por la nieve.

Louis se ausentó menos que antes y lo notó preocupado. Algo no andaba bien y sin embargo no hablaba de ello. Mantenía una reserva casi constante. Hasta que una madrugada despertó temprano por el frío y al ver la cama vacía llamó a su doncella para que la ayudara a vestirse.

Meg tardó un poco en llegar.

—Mil perdones, madame Dubreil. Es que me han pedido ayuda en las cocinas. Uno de las cocineras enfermó anoche de fiebres.

—¿De veras? ¿Y fue repentino?

—Sí… Sin embargo me han dicho no es grave. Es el frío de este castillo, en la mañana es una heladera y hoy he tenido que ayudar a encender todas las estufas.

—Trabajas mucho, Meg, tú no debes hacer esa faena, eres mi doncella.

—Sí, lo sé pero es que no hay suficientes criados en el chateau señora, muchos se van a ayudar al señor Louis.

Angelet se inquietó.

—¿Dónde está mi esposo? ¿Le habéis visto?—preguntó.

Meg palideció.

—Salió hace un momento con los criados señorita.

El cambio en su doncella no pasó desapercibido.

—¿Qué está pasando, Meg? Dímelo por favor.

—No ha pasado nada madame. ¿Por qué lo pregunta?

Angelet apretó los labios.

—No me engañáis, sé que algo está pasando aquí, mi esposo se ve nervioso, distante, no quiere decirme.

Su doncella le aseguró que no había ningún problema.

—Excepto el frío, madame, este castillo parece a punto de congelarse.

Una de los criados se acercó para llevársela con la excusa de que otras dos sirvientas estaban enfermas. Dolly entre ellas.

—¿Qué tienen?—quiso saber Angelet.

—Fiebres, como los demás. Fiebre alta. Todos los inviernos vienen estas pestes madame, nada que deba inquietarla.

Tuvo la sensación de que en ese castillo nada debía inquietarla, al menos eso le decían sus habitantes y sin embargo ella intuía que algo andaba mal. ¿No eran demasiados criados enfermos?

—Dolly está enferma, Meg. Ve y averigua cómo está. Etienne, aguarda.

El joven criado se detuvo y la miró, lo conocía bien, él estaba el día que la raptaron y era más que un criado, era uno de los corsarios de su esposo y sabía que tenía pretensiones con Meg, sin embargo ella parecía ignorarlo.

—Etienne, por favor, ve a buscar un médico, son más de tres enfermos de forma tan repentina—insistió.

Etienne pensó que exageraba. Tuvo que insistir.

—Decidle al mayordomo.

—La señora Cleves lo arreglará madame, es nuestra curandera.

¿La señora Cleves, esa dama con cara de vieja bruja que aparecía cada tanto para darle algún susto?

—Ella sabe de plantas que curan y fabrica remedios caseros.

Al parecer en ese castillo nadie creía necesarios los doctores. ¿Podría esa anciana curar a los criados?

—Además no es más que un constipado con fiebres, todos los años ocurre algo similar en el Chateau. No debéis inquietaros, madame Dubreil.

Meg siguió a Etienne sin decir palabra. Pero detrás de Etienne estaba el tuerto Pierre, otros de los miembros de la tripulación que seguía sus pasos. Nunca entendería por qué su marido enviaba a esos piratas a seguirla, a espiarla, no se fiaba de su “protección” y en realidad sentía cierta animosidad de los criados hacia ella. A pesar de que la llamaran madame, marquesa y fueran muy respetuosos esos criados que la seguían como su sombra la hacían sentirse intranquila y nerviosa, como una prisionera recordándole que su marido era un pirata y ella su cautiva inglesa.

Y como no quería quedarse allí parada soportando un montón de ojos mirándola desde la oscuridad regresó a su habitación para esperar el regreso de Louis.

Esperó durante horas contemplando ese paisaje blanco preguntándose qué lo había hecho salir un día tan helado como ese. La nieve lentamente empezaba a cubrirlo todo a su alrededor y nadie parecía aventurarse por los caminos a esas horas. Tiritó y se acercó a la estufa.

Una criada le llevó el almuerzo porque no quería ir al comedor sino quedarse en la tranquilidad de su alcoba y mientras depositaba la bandeja le preguntó por su antigua doncella Dolly.

La joven criada la miró.

—Dolly está bien, madame. La señora Cleves la está curando. Ella siempre nos da medicinas, sabe mucho de plantas y algunos dicen que puede ver cosas a pesar de estar casi ciega.

—¿Ver cosas?

La joven asintió.

—Sí, ella puede ver cosas que pasarán y también sabe cuándo alguno de nosotros está enfermo o necesita algo. Puede confiar en ella si necesita alguna medicina. Los médicos de aquí no son buenos, madame. La señora Cleves nació aquí y es una de nuestras parteras, y ha salvado a muchos de los niños que pescaron una viruela hace tiempo. Tiene ese don.

Angelet pensó que a pesar de ser una curandera esa dama tenía un aspecto desagradable y maligno, como una bruja y su sola presencia la alteraba. Nunca se lo había dicho a  Louis, pero habría preferido que no estuviera en el chateau porque la asustaba, era una de las criadas más viejas y al parecer era muy buena sanando por eso era tan valiosa. Cada vez que la veía venir se escabullía. Meg le había dicho que madame Cleves era en realidad una bruja que realizaba conjuros y hechizos y que las criadas las buscaban para pedirles filtros amorosos.

Nada más sentir la presencia de la bruja Angelet salía corriendo.

—Es una bruja—murmuró pensativa.

Los ojos de la criada se agrandaron horrorizados ante tan inmerecida acusación.

—Oh no madame, Cleves no es una bruja, no…Le parecerá porque es vieja y muy fea, sin embargo os aseguro ha salvado muchas vidas y todos aquí la admiran y respetan.

Un sonido en la puerta hizo que la criada se pusiera nerviosa.

Y entonces se oyeron los golpes, los gritos.

—Abrid la puerta ahora. Abra la puerta madame.

No pudieron oír el resto, aunque imaginaron que algo muy malo estaba pasando. La puerta se abrió y apareció una doncella con expresión de espanto.

—Están aquí, han venido por el tesoro. ¡Piratas! Rápido, debéis esconder a madame, no deben encontrarla.

Ambas criadas la miraron.

Angelet tembló al comprender que el chateau estaba siendo asediado por un grupo de piratas que pretendían llevarse el tesoro. Y su esposo no estaba para impedirlo…

—Sus hombres no pueden, son demasiados.

—Pero ¿cómo demonios?—dijo Angelet mientras corría a esconderse. Sabía que pasaría, que un día alguien iría a asaltar el castillo, había demasiadas riquezas para tentarlos.

Abandonaron la habitación y corrieron a un escondite.

—No se preocupe madame, tranquila, se llevaran sus riquezas y se irán—le dijo una criada llamada Jeanette.

—¿Y cómo saben dónde están los tesoros? Alguien debió decirles.

—Sí…  tal vez. Siempre hay algún traidor, madame, son tiempos difíciles—le respondió la criada.

Angelet tembló al oír los gritos y voces airadas desde el piso de abajo, debían ser más de veinte los invasores y tenían un aspecto temible.

—Cúbrase madame, no pueden verla.

La joven obedeció y no se detuvo hasta llegar a la torre. Louis le había hablado de ese escondite hace tiempo y al parecer sus criados estaban preparados para un ataque. Sin embargo ella temblaba pensando que podían encontrarla, no olvidaba el asalto a Derby house, ese día había vivido un terror espantoso y era como volver a vivirlo, sólo que esta vez no estaba su esposo. No estaba Louis para rescatarla y tuvo mucho miedo. Porque si caía en manos de esos indeseables la matarían.

—Sígame madame, por aquí—dijo su doncella y Angelet se esforzó por dominar el terror que sentía y la sensación de angustia al recorrer la escalera de piedra. Odiaba ese lugar, era tétrico y sabía que allí los marqueses de Dubreil solían esconder a las esposas insoportables en el pasado, quedaban confinadas a una habitación oscura, húmeda con una sola puerta llena de cerrojos y una ventana pequeña y estrecha. Era una especie de prisión clandestina, con escasos muebles y una sola cama con una manta. Helada y oscura. Así era la habitación de la torre y Angelet tembló.

—No quiero quedarme aquí, por favor—murmuró.

Las criadas se miraron y Jeanette habló.

—Es el lugar más seguro señora Dubreil, aquí no la encontrarán.

—Me quedaré con vos madame, para que no tengáis miedo—dijo Meg.

—Oh, ¿lo haríais Meg?

Jeanette se movió impaciente.

—No puedo quedarme con vosotras hay mucho que hacer y la señora Diana se disgustará, creerá que estoy holgazaneando—replicó ceñuda para luego agregar en tono más suave:—No tema madame, os dejaré una lámpara de aceite y luego os traeré algo de comer, en cuanto pase todo este jaleo.

Angelet quiso detenerlas pero fue en vano, nada más salir echó los cerrojos y quedó encerrada, confinada. Odiaba quedarse en ese lugar oscuro y silencioso, olía a mazmorra. Al menos estaba a salvo, debía comprenderlo. Habría sido imprudente permanecer en sus aposentos con el castillo invadido por piratas. Por algo la habían llevado allí, debían seguir órdenes.

—¿Dónde está Louis, Meg?—preguntó inquieta.

Su doncella se encogió de hombros.

—Estaremos a salvo, señora, no se angustie. Es mejor que esos piratas no la encuentren, no tendrían piedad de usted.

Angelet dio vueltas en la habitación exigua nerviosa.

—Debió escucharme, ¿por qué no lo hizo? Era muy peligroso, lo era. Todo esto… pensó que jamás lo delatarían sin embargo alguien lo hizo.

—El señor Louis estará a salvo y regresará a buscarla, no se preocupe, intente descansar—le dijo Meg.

El tiempo se hacía eterno encerrada allí y su cabeza no dejaba de tejer historias rezando para que Louis regresara sano y salvo. Al demonio con el tesoro, que se lo llevaran todo y se fueran de Chateaubriand la vida de su esposo valía mucho más, la vida de todos sus habitantes.

Dio vueltas en la habitación hasta que se cansó y miró la cama con cariño. Todo estaba tan silencioso que le resultaba extraño y aterrador. ¿Y si alguien hacía daño a sus doncellas y nadie sabía que estaba allí?

Mientras daba vueltas en la habitación la puerta se abrió y apareció una criada con una bandeja.

Casi se precipitó sobre la joven para saber qué había pasado.

—Todavía están, por favor, no salga madame, aquí no la encontrarán y estará a salvo—dijo la doncella.

—¿Y mi esposo? ¿Dónde está?

—Todavía no regresó madame, no sabemos dónde está… Al parecer salió muy temprano sin decir nada. Descuide, que en cuanto llegue le avisaremos. Ahora beba esto, le hará bien.

Angelet miró a su doncella y vaciló, mas estaba sedienta y no se detuvo hasta tomar ese delicioso vino. Observó la copa de plata vacía con expresión pensativa y de pronto sintió una repentina somnolencia.

—¿Se siente bien, madame?—la voz de Meg se oía a la distancia.

Lo último que escuchó fue la voz de Meg gritándole con desesperación: —Madame Dubreil, despierte. Despierte por favor.

****

Entonces escuchó su voz y pensó que era un sueño. Louis la llamaba y le pedía que abriera los ojos. No podía hacerlo, tenía los párpados pesados. Debía despertar, él le pedía que despertara.

Cuando volvió en sí tuvo la sensación de que habían pasado mil años, ¿dónde estaba? ¿Qué era ese lugar? La torre…

Lentamente comprendió que no estaba en la torre sino en su habitación.

—Al fin, preciosa, habéis despertado. ¿Estáis bien? ¿Os duele algo?

Louis estaba a su lado, qué alivio, lloró de emoción al verle.

—Louis, ¿dónde estabais?

Su expresión se endureció.

—Esos malditos me tendieron una trampa, hicieron que me alejara para venir aquí y robarse los tesoros. Ya los atraparé. Meg me contó todo, fue ella que comenzó a gritar y a pedir ayuda porque no podía despertaros. Os dejaron encerrada. ¿Quién lo hizo?

—Fue Jeanette y otra criada, dijeron que estaríamos a salvo.

Louis besó sus manos.

—Qué extraño, realmente os salvaron al llevaros allí, pero antes se llevaron parte del botín. Los criados me traicionaron preciosa, ellos ayudaron a los bandidos y ahora se largaron. Debo agradecer que al menos os pusieron a salvo al llevaros a la torre de los condenados, un lugar espantoso y siniestro que nadie visita porque dicen que está embrujado. Estabais tan dormida que no podíamos despertaros, debieron daros alguna droga, creo que os dieron algo de beber.

—Sí, un vino, sabía raro—dijo y vio que madame de Cleves estaba cerca mirándola con su expresión maligna.

—Debieron daros algo para dormir esos criados, pero os pondréis bien, madame Cleves os dio una tisana para que despertaras.

—Dios mío, ¿quién hizo esto, Louis? Dices que fueron todos vuestros leales sirvientes ¿pero quién más? ¿Acaso los piratas que venían aquí a dejar sus cofres?

—Eran ingleses, preciosa, piratas de vuestro país. Sospecho que alguien les envió, tal vez vuestro hermano. Siempre me ha odiado.

—Oh no, Thomas no haría algo así.

—Sabían dónde buscar, sabían de los tesoros. Yo no estaría tan seguro. Y eran ingleses. ¿Creéis que no os buscó luego de que os rapté? ¿Que no supo que estabais aquí? Pudo enviar espías, enterarse de todo. Fue un golpe magistral, me ha dejado arruinado. Vino un galeón a llevarse todo y lo planearon desde hace tiempo, sospecho que los criados de aquí, esos que huyeron esa noche lo sabían y los ayudaron. Debieron ofrecerles parte del botín, porque sólo dos de ellos sabían dónde estaban los cofres y los demás debieron ayudarles. Demonios, había más de veinte criados armados con carabinas y ninguno defendió el castillo del asedio. ¿Cómo es posible? Su tarea era defender con su vida esos cofres y no lo hicieron. Ahora todo ha terminado preciosa, no nos queda más que este castillo arruinado y un montón de piratas que querrán colgarme por lo que pasó.

—Louis, mi hermano no haría eso, no pondría mi vida en peligro enviando a piratas a robarte, él no haría algo tan cruel. Thomas no sería capaz.

—¿Y por qué os esconderían en la torre? Os habrían dejado librada a vuestra suerte preciosa, lo habrían hecho. Lo extraño fue que los sirvientes tenían la orden de proteger a su señora. Órdenes de vuestro hermano. ¿Quién más haría algo así? Piratas ingleses. Eso lo delata. Aunque debo darle las gracias, al menos os salvo la vida—replicó su marido airado.

Podía entender su rabia, lo había perdido todo y ahora todo era incierto.

Días después pudo abandonar la cama y ver con sus ojos los destrozos que habían hecho los piratas, no sólo se habían robado los cofres repletos de joyas y monedas de oro sino que se habían llevado jarrones, platería, todo lo que encontraron valioso a su paso.

Y más de la mitad de los criados se había marchado. Meg le dijo que en las cocinas se preguntaban cómo subsistiría el marqués sin sus tesoros. ¿Cómo pagaría sus salarios y haría frente a las cuentas en el futuro sin sus cofres? Pues los piratas también se habían llevado parte de las provisiones que había en la alacena.

Angelet se preguntó si su hermano lo habría hecho, le costaba creer que fuera tan vengativo.

—Meg, ¿tú crees que fue Thomas que envió a esos piratas?

La pregunta sorprendió a Meg.

—Oh, no madame. Él no haría eso. No sabe que está aquí ni tampoco…

—Tampoco lo creo, Meg, sin embargo Louis dijo que eran ingleses.

Meg vaciló.

—No todos eran ingleses madame, había franceses también. Supe que era un grupo muy numeroso y si me pregunta le diré que temo que el señor marqués haya sido traicionado por los suyos. ¿Quién puede confiar en un pirata? Son seres crueles y ambiciosos, ladrones y asesinos, su tripulación parece salida del infierno y…—Meg calló al notar que el marqués se acercaba hacia ellas—Disculpe, debo regresar a mi trabajo, madame.

Angelet miró a su esposo.

—¿Hablabais en secreto con vuestra doncella?—preguntó. Parecía enojado.

—¿Secretos? No tengo secretos, Louis. ¿Por qué dices eso?

Él se detuvo frente a ella sin responder.

—Vais a abandonarme, ¿verdad? Regresaréis a Derby house. Siempre lo has querido.

—Louis, ¿es que os habéis vuelto loco?—Angelet no podía creer lo que estaba escuchando.

—Es que no tengo nada que ofreceros, me han hundido preciosa. Han hundido la herencia que me dejó mi padre y yo soy responsable de esto.

Angelet se enojó al comprender sus acusaciones.

—¿Y me creéis capaz de abandonaros ahora? ¿Pensáis que sería tan frívola y malvada Louis? Deja de lamentarte. Tenéis tierras, animales, podéis hacer que vuestros criados trabajen la tierra.

—Estas tierras son yermas preciosa, apenas pueden pastar ovejas y caballos. Nunca ha dado más que legumbres cecas. Este lugar está maldito, lo dijo mi padre antes de morir.

—Tenéis muchas tierras, Louis, alguna ha de poder ser trabajada con esmero. Contratad labriegos, llenad los establos de animales.

—¿Cómo Derby house? ¿Queréis convertir el castillo en una perfecta granja inglesa? Pues no lo permitiré.

—¿Entonces es por orgullo? Es vuestra única salida ahora, las alacenas están vacías, ¿de qué viviremos en el futuro cuando las provisiones se acaben? Es necesario cultivar la tierra, buscar una salida. No puedes quedarte de brazos cruzados ahora.

Era la primera vez que tenían una discusión tan acalorada. Angelet no podía entender cómo podía ser tan obstinado, sólo porque no quería convertirse en un granjero inglés. ¿Acaso era mejor trabajar para piratas y vender sus tesoros robados?

Al parecer él lo creía así y decidió no insistir. ¿Qué podía hacer? No lo convencería, no en esos momentos en los que estaba furioso por haber perdido casi todos sus tesoros en manos de los piratas.

Pero Louis estaba más desesperado de lo que demostraba y de pronto dijo sombrío:

—Cuando vengan aquí por su parte nadie creerá que me lo han robado todo ¿entendéis?

En sus ojos había dolor y desesperación y por más que ella quiso consolarlo, decir que les explicara a los piratas él no fue tan optimista.

—Sólo tengo una opción ahora, ángel.

Ella lo miró alarmada.

—¿De qué estáis hablando, Louis?

Él demoró en responderle.

—Escapar de este lugar, hacer un largo viaje al nuevo mundo. Un grupo de campesinos de estas tierras viajó hace meses y al parecer les ha ido bien.

—¿Te refieres a ir a las colonias inglesas?

Él asintió.

—Me temo que no hay otra opción ahora, no podemos quedarnos aquí, es peligroso. Pudieron mataros Angelet, o algo peor. Y sé que regresarán, muy pronto vendrán a buscar su parte y lo que ha quedado sólo cubrirá las ganancias anteriores, sin embargo sabrán que los tesoros han desaparecido. Todo ha terminado aquí, ya no queda nada ¿entiendes? Pronto llegará el crudo invierno y esta tierra yerma hace tiempo que está seca y vacía. Nada crece aquí, dicen que es por la maldición de los tesoros robados.

—Pero debe haber otra salida, si buscas ayuda y lo intentas.

—Lo haría si hubiera alguna esperanza. Convertir esta heredad en un señorío próspero llevaría mucho tiempo y el tiempo es lo que no tenemos ahora.

¿Partir al nuevo mundo, a las colonias inglesas? Angelet no estaba muy convencida.

—Pero Louis, he oído que allí hay animales salvajes y también indios muy peligrosos que matan a los hombres forasteros.

—Son historias que se cuentan, nadie sabe sin son verdad. Pero muchos han viajado al nuevo continente y les ha ido bien. Además estaremos a salvo en la ciudad, hay muchas aldeas con puritanos holandeses y franceses. No les temo a los indios, he peleado con piratas un buen tiempo y además llevaré suficientes mosquetes por si aparecen.

—Es demasiado peligroso Louis, por favor, debes considerar otra opción. Sería un viaje muy largo y penoso—Angelet se estremeció de imaginar un viaje de meses en un barco pirata, había estado menos de un día navegando y le pareció un completo tormento.

Él dijo que tenían otra salida.

—Tal vez si fuera a Dover y hablara con mi hermano, si le pidiera ayuda—dijo ella.

La mirada de Louis cambió.

—¿Y crees que tu hermano ayude a su peor enemigo? Ese encuentro no será amistoso y deberé matarlo antes de que él lo haga. No deseo hacerlo, porque es vuestro hermano, sólo por eso. Pero no olvido que mató a mi madre. Él lo hizo. Ella iba a escapar esa noche, lo teníamos planeado, había logrado convencerla.

—Y ella mató a mi padre Louis, lo embaucó y engañó y luego lo envenenó para heredar su fortuna. Tampoco fue justo que lo hiciera. Mi padre la adoraba y le dio todo.

Louis no replicó.

—Está bien, no deseo hablar de ese asunto. Cuidé de ti ángel, lo hice y me debes la vida. Mi madre estaba loca sí y no podía impedir que hiciera lo que hizo, no pude evitarlo. Ya os dije que lo siento, vuestro padre era un buen hombre, yo lo apreciaba, pero no puedo decir lo mismo de tu hermano. Sin embargo tú eres mi esposa y mi familia ahora y partiremos al nuevo mundo en cuanto consiga un barco.

—¿Entonces ya lo habéis decidido?—Angelet sintió que todo su mundo se desmoronaba. Ahora que se había adaptado a ese nuevo país y al castillo ¿debían dejarlo todo para ir a una tierra extraña llena de peligros, de indios y criaturas salvajes?

No quería hacerlo, si hubiera alguna manera de convencer a su marido de que cambiara de idea, de que viajaran a otro país menos peligroso.

Louis se acercó y la tomó entre sus brazos al ver que se ponía triste.

—No temas, preciosa, todo estará bien. Cuidaré de ti, lo sabes ¿verdad?

Ella lo miró sin decir palabra, sólo sabía que la aterraba hacer un viaje tan largo por mar. Moriría, no resistiría, esos viajes duraban semanas, meses según había oído una vez. Y era una travesía horrible, llena de peligros e incomodidades para luego llegar a una tierra llena de indios salvajes. No, no estaba feliz, ¿cómo podía estarlo? Louis no pudo tener una idea peor para salir del embrollo en el que se encontraba.

Desesperada buscó hablar con Meg, necesitaba hablar con alguien que no fuera su marido puesto que no había logrado hacerle cambiar de idea.

Pero tuvo que esperar hasta que la joven se desocupara a media tarde.

—Ven Meg, demos un paseo por los jardines—le dijo.

Su doncella la miró inquieta.

—¿A esta hora, madame?

—Bueno, ve por tu abrigo.

—Oh, no importa eso, estoy bien.

Angelet tomó el suyo del perchero dónde estaba colgado, una gruesa capa de paño con ribetes de armiño y suspiró mientras su criada la ayudaba a colocársela.

Nada más llegar a los jardines del vergel, ese lugar idílico y escondido le habló de la decisión de su marido de viajar a las colonias del nuevo mundo.

Los ojos de Meg se abrieron de repente.

—¿Os llevará a las colonias, madame? Pero he oído que hay indios salvajes allí.

—Lo mismo le dije, Meg, pero no quiere escucharme, está empecinado en ir.

Su doncella se quedó pensativa.

—Ahora comprendo… muchos de los criados se han marchado, señora Dubreil y creo que el señor nos permitirá regresar a Derby con nuestros ahorros.

—Oh Meg, ¿regresaréis a Derby house?

Meg asintió con un ademán.

—¿Entonces os iréis?

—No lo sé madame, lo estoy pensando porque Etienne me ha pedido que me quede.

—¿Etienne, el corsario?

—Sí—respondió sonrojándose.

—Meg, ¿acaso te habéis enamorado de ese pirata?

A juzgar por el sonrojo Meg correspondía a las atenciones de ese joven. No podía culparla, llevaban meses viviendo en Francia y ahora las cosas habían cambiado.

—Me ha pedido que sea su esposa señorita, por eso no podré acompañarla en su viaje. Pero Dolly tal vez lo haga.

—¿Y qué ocurre con Dolly?

—Dolly es muy hermosa y no han dejado de cortejarla desde que llegó y por eso André está loco de celos. Le ha pedido que viaje con él y creo que aceptará. No la deja en paz.

—Pero no puede obligarla a ir.

—Bueno, creo que a esta altura de los acontecimientos irá, madame.

—¿Qué quieres decir con eso, Meg?

Su doncella cambió de expresión.

—Nada madame.

—Es que ese viaje es una locura. Si al menos pudiera convencer a mi esposo, si acaso pudiera hacerle comprender que es muy riesgoso.

Meg permaneció silenciosa hasta que habló.

—Si me permite madame, Louis ya no es el joven galante que la cortejaba en Dover, es un pirata y como tal es aventurero y temerario. No le teme al mar pero tal vez sí le tema a la muerte si se queda aquí. Los piratas vendrán a buscar su paga y cuando sepan que lo han robado todo no le creerán y todos nos iremos de aquí, señora. No quedará nadie. Sería peligroso quedarse. Habrá represalias.

—Pues creo que todos moriremos en esa travesía Meg y no quiero morir, quisiera escapar, por momentos lo he pensado pero demonios, no puedo abandonar a mi marido ahora. No es que no piense que tal vez sea lo más sensato, es que no podría hacerlo porque lo amo y no soportaría vivir sin él. Estoy atrapada.

—¿Y vos creéis que él la dejará escapar, madame? La vigila constantemente y le ruego que no diga estas cosas. Tal vez crea que nadie puede oírla pero a esta altura no me fío ni de los arbustos que nos rodean.

—Es que no quiero ir a las colonias inglesas. Además los piratas nos seguirán hasta esa tierra, cuando sepan que huimos vendrán tras de nosotros pensando que tenemos sus tesoros. Esto nunca acabará Meg, eso es lo que más temo. Nunca viviremos en paz, indios, piratas y animales salvajes. No habrá tregua, siempre estaremos huyendo.

—No debe atormentarse con esos pensamientos, madame, todo saldrá bien, su esposo es osado y si ha planeado este viaje es porque puede hacerlo. Tal vez no lo comprenda, pero el peligro que rodea esta propiedad es inminente. No podemos quedarnos y enfrentar a esos piratas.

Angelet tuvo que entender que su doncella tenía razón. ¿Qué sentido tenía insistir? La decisión de Louis fue tomada mucho antes y al parecer no había otra salida. Era una realidad. Y no podía abandonarlo, era su esposo y lo amaba, pero estaba asustada, el futuro se veía tan incierto y peligroso.

****

Finalmente partieron un mes después, cuando la primavera empezaba a notarse en el aire y los jardines reverdecían. Ahora que el frío cesaba tendrían que marcharse.

Un galeón aguardaba en la bahía para ser comandado por Louis y Antoine, que sería nuevamente su contramaestre. No le agradaba ese sujeto ni los demás pero no podía hacer nada al respecto. Al parecer los acompañarían en su nueva aventura y había más tripulación inesperada: cuatro criadas, el mayordomo del castillo, el ama de llaves y madame de Cleves, la bruja. Dios bendito, estaban completos. Nada más ver arribar a esa anciana cubierta de negro como un cuervo tembló. Esa mujer siempre le daba escalofríos y sin embargo su esposo insistió en llevarla. ¿La razón? Pues que llevaba consigo una maleta llena de hierbas y medicina casera. Era la curandera del chateau y Louis creía que sería muy útil en tierras extrañas, además siempre había vivido en el Chateau y no tenía a donde ir al igual que los demás criados.

El día de la partida fue el más triste que recuerde. Angelet lloró al ver cómo se alejaba el castillo, un lugar al que había sentido su hogar y ahora debía abandonar en pos de una aventura arriesgada y peligrosa.

—No llores ángel, todo saldrá bien, ya lo veréis—le dijo Louis para consolarla.

Pero nada más llegar al muelle del condado y ver ese galeón surcando sus aguas azules tembló. No quería ir, no quería subir a ese barco, su corazón estaba lleno de malos presentimientos.

Meg no la acompañaría y despedirse de ella fue el momento más triste de ese día. La quería tanto. Pero ella había escogido su camino.

—Tal vez vaya más adelante con Etienne, señora. No iré a Dover como pensaba.

—¿Y a dónde iréis, Meg?

—Iremos al norte madame. Etienne tiene familiares en Annecy.

Angelet lloró al recordar esa despedida y secó sus lágrimas viendo cómo se alejaba esa tierra que un día había considerado su nuevo hogar.

—Ven, por aquí Angelet—le dijo su esposo y la ayudó  a subir.

No se apartó de su lado durante el resto de la travesía, excepto cuando debía realizar tareas en la nave y controlar que todo estuviera bien.

Fue un viaje tranquilo al comienzo, sin percances y disponía de cierta comodidad en un camarote lujoso, hasta tenía una tina para poder asearse y contaban con las provisiones necesarias para el largo viaje. No tenía de qué quejarse pero la aparente calma le parecía una trampa. Si todo estaba bien solo podía significar que luego, al llegar a tierra vendría lo peor, lo presentía pero ya no había vuelta atrás, no podría regresar a Francia.

Ella intentaba mantenerse siempre alegre y animada pero por momentos cuando se quedaba sola la asaltaban los miedos por el futuro, pues las colonias del nuevo mundo eran un mundo desconocido lleno de peligros.

Perdió la noción del tiempo, pues en el medio del océano todo era eterno, los días pasaban uno tras uno pero ella había dejado de contarlos. Estaban allí, en el medio del mar y por el momento todo estaba tranquilo.

Luego ocurrió el incidente con la tormenta cuando llegaban a aguas más cálidas. Unos nubarrones oscuros se acercaban a la distancia, se veían tan distantes que la joven no pensó que fuera una tormenta. Fue el otro capitán que lo vio y les dijo a todo que corrieran a esconderse. Su esposo la vio en cubierta y corrió a decirle que regresara al camarote.

—¿Qué está pasando, Louis?

—Es sólo que puede haber una tormenta pero pasará cuando atravesemos estos mares cálidos—le respondió él sin darle demasiada importancia.

Pero fue peor de lo que temía, pues en menos de una hora una feroz tormenta sacudió el galeón meciéndole con violencia de un sitio a otro. Y el terror de no saber qué iba a pasar duró un buen rato, tanto que Louis la abrazó con fuerza y ambos cayeron al suelo por un viraje brusco.

—Oh Louis, vamos a morir en este horrible viaje.

—No temas ángel, por favor, tranquila, todo pasará. Ya verás.

La joven estaba tan aterrada que por un instante vio la muerte a la cara, una muerte horrible en medio del océano.

—No moriremos, te la prometo, es sólo una tempestad.

Angelet lloró sin decir palabra, estaba realmente aterrada y nada le daba consuelo, excepto cuando sintió sus besos y comprendió que él también estaba asustado pero no lo decía. Tan asustado que la llevó al camastro para besarla mientras la desnudaba de prisa.

—Louis—murmuró ella sorprendida.

—Ven aquí preciosa, no temas, si algo pasa quiero que sea en tus brazos, ángel, haciéndole el amor a la única mujer que amaré en mi vida—le susurró.

Ella se estremeció al sentir sus besos recorriendo sus pechos sintiendo cómo el terror de su corazón se transformaba en un deseo salvaje y en una necesidad imperiosa y desesperada y mientras el barco se movía de un lado a otro él logró atrapar sus caderas y hundir su miembro por completo en su vientre, tanto que se sintió mareada rodeada por su inmensidad por el peso de su cuerpo. Estaba desesperado por sentirla y sus embestidas eran cada vez más fuertes y sin embargo le gustaba así, duro y salvaje.

—Oh Louis… es maravilloso, es…—dijo y su voz se ahogó al sentir algo tan fuerte que la dejó sin habla. Un placer tan intenso y exultante que la hizo estallar y estremecerse más que ese maldito barco que no paraba de columpiarse y se abrazó  a él, su vientre lo estrechó y se movió de forma rítmica mientras él la llenaba con su simiente y su boca la atrapaba en un beso intenso y salvaje. Louis la levantó un poco y apretó contra el piso de madera y estuvo así varios segundos hasta vaciar la última gota de placer en su vientre y mientras lo hacía, mientras la llenaba con su simiente la miró.

—No os mováis ahora preciosa—dijo—voy a haceros un bebé, un hijo, sabes cuánto lo deseo.

Ella tembló al oír sus palabras.

—Por favor, quedaos así—insistió.

Angelet obedeció y sintió cómo su vientre recibía su placer y su miembro lo aprisionaba en su interior para que nada escapara de su cuerpo todavía. Todavía temblaba con la sensación de placer que acababa de experimentar y se sentía como flotando en una nube, abrazada a él, fundidos en un solo ser. Casi no le importó la tormenta ni el peligroso vaivén del barco, sólo quedarse así, dormida entre sus brazos.

****

Al despertar la tormenta había pasado y se encontró envuelta en una manta, Louis no estaba a su lado y se incorporó inquieta al recordar la feroz tempestad. Se vistió de prisa pero aún tenía pereza, estaba cansada, habían estado horas haciendo el amor hasta quedar exhaustos, él no la dejó dormir y suspiró al recordar sus palabras tiernas de amor y ese cansancio que la hizo dormir como lirón durante horas.

Había estado tan asustada pero en sus brazos encontró consuelo y tanta paz. Se vistió deprisa y salió a investigar y notó que todo estaba mojado y algunas velas estaban siendo reparadas por los oficiales. A la distancia vio al capitán del barco Raymund y se detuvo al sentir su mirada. No le agradaba ese hombre, era tan desagradable como Antoine pero lo necesitaban, era el único que conocía el camino a las colonias y había sorteado con éxito la tempestad ahora la miraba con una sonrisa mientras se inclinaba tocándose el gorro en son de saludo. Un nuevo día comenzaba y el cielo tenía unas pocas nubes.

Louis la vio a la distancia y la abrazó y besó ante la mirada atenta del capitán.

Ella se ruborizó incómoda, deseaba que el tiempo volara y así poder llegar pronto a destino. Casi había perdido la noción del tiempo, los días pasaban, las semanas y sospechaba que llevaban más de un mes en ese barco. Preguntar acerca de ello la impacientaba demasiado, por eso no lo hacía.

****

Llegaron a tierra al mes siguiente, exhaustos por el viaje, agobiados y temerosos por lo que encontrarían en la tierra nueva, así se sintió Angelet que contempló el paisaje con una mezcla de curiosidad y miedo. No había más que un frondoso bosque luego de dejar atrás la costa azul con arenas blancas. Un bosque que podía ocultar muchos peligros.

—No temas, ángel, aquí no hay indios ni fieras salvajes—le dijo Louis abrazándola despacio.

Ella sintió que ese sol intenso la cegaba y le provocaba un mareo. Necesitaba descansar, sentía que le  dolía todo el cuerpo, meses en ese barco y las últimas semanas habían sido tan difíciles, no había hecho más que sufrir vómitos y mareos y ahora se sentía débil y enferma. No decía nada a su esposo para no preocuparlo, además ya no podrían regresar a Francia pues estaba segura de que no volvería a subirse a un barco en su vida.

—Es por allí…

—Acabo de ver algo.

Pasos, ruidos en el bosque, los piratas permanecieron alertas. Alguien se acercaba y Angelet se replegó contra su esposo ahogando un gemido. Indios, osos, lobos y toda clase de bestias aguardaban.

—No te asustes preciosa, han de ser campesinos ingleses u holandeses, hay muchas colonias de puritanos en estas tierras y he oído que son muy hospitalarios.

¿Colonos ingleses? Qué optimista era Louis. En ese continente había muchos lugares desiertos o poblados de bestias salvajes y peligrosas.

Pero cuando vio llegar a un grupo de colonos vestidos de negro como los cuáqueros suspiró aliviada. Eran un montón, más de treinta pero no eran peligrosos. Al contrario, a pesar de su semblante sombrío parecían gente pacífica.

Estaban a salvo.

Uno de ellos, que debía ser el líder le dio la bienvenida a su congregación luego de interrogarlos un buen rato sobre de dónde venían y quiénes eran.

Fue Louis quien le habló mientras los colonos los miraban con curiosidad.

—Deseamos ir a Boston buen hombre, ¿podría guiarnos hasta la ciudad?—preguntó.

—¿Boston? Eso está muy lejos de aquí, hermano. ¿Qué desean hacer allí?

Louis inventó una historia de que esperaba reunirse con su primo. Él lo esperaba.

El colono aceptó la explicación sin hacer más preguntas.

—Creo que primero deberían descansar, su esposa está muy pálida, señor. No tiene buen color. Podría enfermar.

Louis lo miró con cierta acritud.

—Hemos tenido un viaje agotador señor Olsen, le agradecería si nos guía hasta un hostal o posada.

El viejo se rió mostrando una dentadura banca y reluciente a través de su larga y poblada barba gris.

—No hay posadas aquí, señor Dubreil. Pero si gusta, puede descansar en nuestra aldea con su esposa y sus sirvientes.

Angelet miró a su esposo y vaciló.

—No creo que sea buena idea, Louis—le dijo en francés para que el colono no pudiera entenderle.

Su esposo la miró.

—Es que no tenemos alternativa preciosa, necesitamos que nos ayuden a llegar a Boston. Pero no temas, son colonos ingleses, parecen personas de bien.

A la distancia vio a otros colonos con esa vestimenta sencilla de campesinos que los miraban con expresión alerta.

La joven se preguntó qué pensaría Antoine y los demás al ser llamados sirvientes de Louis, en realidad no tenían aspecto de serlo y rezaba para que no sospecharan la verdad.

Siguieron a los colonos y tuvieron que andar un buen trecho a pie en ese bosque y la joven se estremeció al sentir esos sonidos a su alrededor.

No tardaron en llegar a la aldea de puritanos, un lugar lleno de casas de maderas y personas vestidas como campesinos. Las damas llevaban su cabello cubierto con una capelina y se cubrían desde el cuello a los pies con vestidos grises de tela rústica.

—Sean bienvenidos a Prudence, nuestra aldea. Por aquí por favor—dijo el líder.

Los colonos se acercaron para mirar, parecían ovejas curiosas que seguían al líder pero estaban dispuestas a correr en estampida si él lo hacía.

Pero eso no ocurrió y los llevaron a una casa abandonada de madera muy rústica para que pudieran descansar. Madame de Cleves miró a su alrededor con expresión casi maligna y murmuró algo que no pudo entender cuando una dama la vio como si fuera el demonio en persona.

—¿Qué sucede, Louis? ¿Por qué miran así a madame de Cleves?—preguntó Angelet.

—Es porque es vieja y fea, pensarán que es una bruja, pero no te preocupes. Sólo nos quedaremos a pasar el día. Antes de que quieran quemarla en una hoguera.

—¿Qué dices?

—Sólo bromeaba, en realidad sólo sienten curiosidad. Parecen gente decente y amable.

Angelet tembló al pensar que pudieran colgar a madame de Cleves pero luego se sintió agradecía de poder bañarse con agua caliente que le trajeron las damas de la aldea y cambiar su vestido ante la mirada atónita de las jóvenes puritanas. Miraron su traje de terciopelo con piedras preciosas como si vieran un tesoro.

Angelet sonrió y quiso obsequiarles un vestido que ya no usaba a cada una pero las jovencitas se alejaron espantada.

—No podemos aceptar—dijo una.

—¿Y por qué no pueden aceptarlo? Es un obsequio por su ayuda—respondió Angelet.

—No podemos aceptar su regalo, es muy lujoso, es pecado. Es pecado vestir así madame. No está permitido aquí.

¿Pecado usar vestidos bonitos y elegantes?

Iba a decirles que estaban locas pero comenzó a sufrir mareos tan fuertes que estuvo a punto de caer.

—La señora está enferma, debemos avisarle al señor Olsen—murmuraron.

Louis entró en ese momento y preguntó qué estaban haciendo a su esposa en tono altivo.

Una de las jóvenes replicó que la dama estaba enferma y debían atenderla.

Angelet luchaba para no desmayarse pero se sentía débil y sin fuerzas, las piernas se le aflojaban y tuvo la sensación de que no podría aguantar más tiempo.

Louis la sostuvo entre sus brazos mientras llamaba a gritos a madame de Cleves.

La anciana llegó enseguida para atender a la señora condesa.

—Está agotada por el viaje señor Dubreil, fue demasiado para ella pero se repondrá—dijo luego.

—¿Qué tiene, maldita sea?

La vieja sonrió.

—Creo que usted lo sabe Monsieur, yo lo sospeché desde hace unas semanas cuando comenzaron estos síntomas.

—¿De qué hablas, anciana?

—Sospecho que su esposa está encinta, Monsieur. Por eso se marea y sufre náuseas. Es normal en los primeros meses de preñez, luego se le pasarán.

Toda la rabia y el miedo se esfumaron de su expresión y se acercó a la anciana con expresión exultante.

—¿Estás segura, Anna? Demonios. No me ilusiones si no es verdad. Si mi esposa está enferma y no la curas, te mataré.

—No está enferma, está preñada, ¿verdad querida?

Ella miró a la anciana aturdida.

—¿Cuándo tuviste tu última regla?—le preguntó.

—No lo recuerdo—replicó la joven.

Un bebé, ¿entonces estaba esperando un hijo?

Cuando se quedaron a solas lloró de la emoción. Ahora entendía los mareos y esa debilidad que la asaltaba todas las mañanas.

Louis la abrazó y la besó emocionado.

—Preciosa, es verdad, ¿estás esperando un bebé?

—Creo que sí… es un milagro Louis, pero nacerá aquí y no tenemos una casa, ¿qué será de él?—se quejó.

—No temas preciosa, todo saldrá bien. Iremos a Boston y venderé las joyas, comenzaremos en una nueva tierra, tal vez pueda conseguir que nos den tierras para sembrar, he oído que estos colonos les dieron tierras hace tiempo. No te preocupes por nada, sólo cuida a mi bebé, quedaos en la cama ahora. Temo que el viaje en barco fue excesivo para ti, ángel.

Angelet lloró emocionada.

—Oh Louis, deseaba tanto darte un hijo, que no puedo creerlo. Parece un milagro… entonces fue concebido en el barco.

Él sonrió y la besó.

—Creo que sí…—le respondió y se moría por hacerle el amor pero se contuvo.

Estuvo haciéndole el amor casi a diario en ese barco y allí lo había concebido, estaba allí, en su vientre, su tesoro más preciado, su hijo.

—No temas preciosa, todo saldrá bien—le dijo él—Te lo prometo, sabéis que os cuidaré con mi vida.

Ella extendió sus brazos y lo besó. Echaba de menos su abrazo apasionado pero temía hacerlo y perder a su hijo, debía ser más cautelosa ahora y descansar.

****

No partieron a Boston al día siguiente como planeaban y tuvieron que esperar tres semanas hasta que Angelet comenzó a sentirse mejor.

Albert Olsen, el líder de la congregación dijo que podían quedarse si trabajaban la tierra. Hasta les ofreció una casa pero Louis no aceptó.

—Su esposa está en estado, no puede hacer un viaje tan largo.

Louis lo miró fijamente y agradeció su preocupación pero acababan de conseguir un carruaje para llevarla.

—Puede quedarse hasta que nazca su hijo señor Dubreil. Algunas damas se vuelven muy delicadas en su estado—señaló.

—Mi esposa está bien y debemos encontrar a mi primo. Le agradezco todo lo que ha hecho por nosotros y quisiera recompensarle…

El colono se horrorizó cuando quiso darle dinero.

—Oh no, no necesitamos dinero ahora, nuestras manos siembran la tierra y cuidan a los animales. Todos trabajamos aquí y por eso es una aldea muy próspera—dijo.

No pudo convencerle y Louis lo vio alejarse con una expresión de alivio.

“Aldeano entrometido” pensó para sí.

Sabía que los espiaban y temían y aborrecían a madame de Cleves a pesar de que ella había curado a un niño que sufría de fiebres y a otra mujer que no paraba de vomitar. La anciana tenía el don de curar y conocía todas las plantas que curaban pero para los aldeanos ella sólo podía ser una bruja enviada por satán. Mejor sería alejarse antes de que la acusaran de brujería. Esos colonos no eran tan santos como parecían, espiaban y acusaban y eran muy estrictos con sus normas. No quería quedarse ni un día más, su esposa estaba asustada y se le había puesto en la cabeza que querían robarle a su bebé y que no eran tan buenos como parecían.

Regresó a la casa y avisó a sus hombres, estaban todos listos para partir.

Angelet se acercó asustada.

—Oh Louis, una de las jóvenes que viene a cocinar todos los días le ha pedido a madame de Cleves un filtro para enamorar a un joven aldeano y como ella se negó la llamó vieja bruja.

Él se esperaba algo como eso.

—No te preocupes, ha venido el carruaje  y partiremos en una hora. Justo a tiempo. Sabía que pasaría algo así pero no te inquietes, nos largaremos de aquí ahora. Debo avisar a mis hombres y creo que es mejor que la anciana viaje contigo en el carruaje para que os cuide por si los malestares regresan.

—Oh, ¿nos iremos? Qué maravillosa noticia Louis, ¿ha llegado el carruaje?

—Sí, al fin dejaremos esta aldea. Nadie va a robarte tu bebé, es nuestro y siempre lo será.

Ella se emocionó cuando la abrazó y acarició su vientre que comenzaba a ponerse duro y redondo. Estaba allí, creciendo firme y madame de Cleves dijo que todo saldría bien y que sería un varón.

Partieron poco después y encontraron una ciudad donde había hombres a caballo y carruajes, y damas vestidas con elegantes vestidos. No había aldeanos y las casas eran muy bonitas y lujosas. Se parecía a una ciudad inglesa, tenía la misma distribución.

Allí encontraron una posada para quedarse.

Dejar atrás la aldea hizo que Angelet se sintiera aliviada. Había sido tres semanas de sufrir vómitos, mareos y una debilidad que no le permitían abandonar la cama pero ahora se sentía mejor, más fuerte y pudo soportar el viaje sin sentir mareos.

El grupo se separó poco después de llegar a la ciudad. Los oficiales al mando de Antoine regresarían a la aventura. Un nuevo tesoro escondido en las islas que les permitiría hacer fortuna.

—¿Y crees que lo encontrarán?—preguntó Angelet inquieta.

—No lo sé pero ellos no se quedarán aquí, no les interesa convertirse en colonos franceses—respondió su esposo.

El dinero obtenido del tesoro les permitió mudarse a una mansión de las afueras de Boston. Un lugar tan hermoso que Angelet pensó que no había un lugar mejor para que su hijo naciera: la mansión tenía un montón de habitaciones y jardines con plantas exóticas y a su alrededor tierras y bosques para cultivar. Tal cual lo había soñado una vez.

—Oh Louis, es preciosa—dijo.

Él la abrazó y la alzó en brazos para llevarla a su interior, como si fueran recién casados.

Angelet protestó pero luego rió cuando entraron en la casa y pudo recorrer las habitaciones lujosas, los pisos de madera relucientes y la que sería su habitación nupcial.

—Necesitaremos sirvientes y labriegos, pero por ahora nos arreglaremos—dijo.

—Es preciosa, Louis…

Angelet se alejó para abrir las ventanas y contemplar ese paisaje de verde, árboles, plantas y flores y un sol radiante que parecía darles la bienvenida a la nueva tierra.

De pronto sintió que se le acercaba y besaba su cuello por detrás y se estremeció. Hacía semanas que no la tocaba, temía hacerlo pero ella lo deseaba y lo enfrentó respondiendo a su beso apasionado.

Besos y caricias y terminaron en la cama, medio desnudos. Sus labios buscaron su pubis para deleitarse con su respuesta, para saborear su dulzura pero temía hacerlo.

—Tal vez deberíamos esperar—dijo luego.

Angelet temblaba de la excitación.

—Por favor, no te detengas, me muero por estar contigo—le respondió ella y él no pudo resistirlo más y liberó su miembro para poseerla una y otra vez. Unidos, fundidos, ella gimió cuando sintió que la llenaba por completo, estaba allí, estaba en ella y lo había echado tanto de menos.

—Te amo Louis, te amo tano mi amor eres mi vida—dijo Angelet mientras su cuerpo estallaba en éxtasis una y otra vez.

Él atrapó sus labios y le respondió al oído.

—Y yo te amo ángel, siempre te he amado—dijo y acarició su vientre que comenzaba a tomar forma.

Allí estaba, su bebé, el fruto de su amor. Angelet se sintió inmensamente feliz. Ya no la angustiaba pensar en el futuro, su futuro era Louis y esa nueva vida que llevaba en su vientre en esa tierra nueva. Pronto serían una familia. ¿Qué más podía pedir?