La suerte está echada

Una semana después, y antes de partir, su hermano Thomas le habló en privado, su semblante rubicundo tenía una expresión airada, una mezcla de rabia y tristeza.

Se encontraban en los jardines, bajo la sombra de un nogal pues hacía mucho calor ese día de finales de verano.

—Mañana me iré—musitó—Nuestro padre está empecinado en que estudie leyes pero en realidad quiere alejarme para que no vea cómo regala su fortuna a esa ramera francesa.

Sus ojos azules echaban chispas y notó que tenía las manos cerradas y apretadas.

Angelet sintió pena por su hermano, no era justo, su padre no podía hacerle eso, él era el heredero de Derby house y debía prepararlo para el momento en que recibiría su herencia en vez de apartarlo de su lado.

—Thomas, aguarda, no te vayas por favor, intenta convencerle. No puede obligarte a hacer ese viaje.

Él la miró con tristeza.

—Sí puede, es nuestro padre, ¿lo olvidas? Además sabe que me disgusta la forma en que esa dama lo lleva de las narices por todas partes, ella y su hijo, sé que traman quedarse con todo y lo harán porque nuestro padre está ciego y se comporta como un tonto. Sé lo que planea y sospecho que planea utilizar a su hijo y a ti en sus malvados planes.

Angelet se sonrojó al ver que Louis se acercaba en su caballo.

—Allí viene, ya ni siquiera disimula que pasa el día entero vigilando. Y si espían es porque temen que descubramos su engaño. Nos creen estúpidos esos franceses, pues peor para ellos.

—Thomas, aguarda, tengo algo que contaros, por favor…

Su hermano la miró perplejo.

Debía hacerlo, debía contarle lo que había visto esa noche aunque se muriera de vergüenza. Era necesario pues si su hermano se iba ya no tendría aliados en la mansión y se quedaría sola con la bruja.

—¿Qué ha pasado?

—Madame serpiente, ella… Pues hace unas semanas la vi con otro hombre en una habitación. Desperté en la noche porque oí gemidos y pensé que había algún sirviente herido pero me equivoqué, era ella con otro hombre y además…

Jamás diría lo que vio, prefería no hacerlo pero sólo dijo que su madrastra estaba desnuda con dos hombres.

—Engaña a nuestro padre ¿entiendes? Es una adúltera.

Thomas se puso lívido de rabia.

—Maldita ramera, lo sospechaba ¿sabes? Esos sirvientes que tienen pasan el día entero en sus aposentos y esos amigos que trae aquí, no parecen gente decente. ¿Por qué no me avisasteis?

—Sentí vergüenza y además, ella es muy mala, si llego a hablar me dará una paliza.

Su hermano entendía por supuesto.

—No podéis marcharos ahora Thomas, por favor.

Louis estaba lo suficientemente cerca para oír lo que hablaban y Thomas lo miró con odio.

—¿Y tú qué miras, sucio francés entrometido?—le gritó.

Louis sonrió mientras saltaba del caballo y lo enfrentaba.

Iban a pelear, no sería la primera vez. Louis no era de insultar pero sí de defenderse a golpes de puño y ya no le importaba disimular, parecía él el heredero y Thomas el hijastro, era increíble como en poco tiempo habían conseguido invertir los papeles en Derby house.

Pero ella no iba a permitir que golpeara a su hermano y se interpuso.

—Vete de aquí Louis, estoy conversando con mi hermano y no me agrada que estés allí escuchando todo—le dijo.

Él la miró con una sonrisa pérfida.

—¿Y acaso vuestro hermano necesita que lo defienda una mujer?—murmuró provocador.

Thomas intervino.

—Apartaos, Angelet—le ordenó y luego empujó a Louis preparándose para pelear.

—Deja de mirar a mi hermana, de seguir sus pasos, os mataré si te atreves a hacerle daño, malnacido francés.

Angelet vio con impotencia cómo Louis golpeaba a su hermano y este se defendía pero estaba en franca desventaja, pues sabía que Thomas no era bueno peleando, no tenía el temple ni la agresividad del francés que todos los días se ejercitaba en el campo usando su espada y cuchillo con los mozos del establo. Su padre había sido un noble arruinado que entró en el ejército real y él esperaba seguir sus pasos, o eso se decía pero su madre tenía planes más ambiciosos. Planes que todos podían imaginar…

Se alejó horrorizada y pidió ayuda a los gritos porque no quería que ese francés lastimara a su hermano.

Unos criados, que estaban cerca corrieron y no tardaron en separarles. Pero Tom quedó con el labio partido y Louis en cambio sólo parecía fuera de sí, como si quisiera seguir peleando.

Pero luego de la trifulca Thomas se marchó sin despedirse de nadie y Angelet sintió que se quedaba sola con la bruja y su hijo malvado. Había esperado que su hermano hiciera algo, que hablara con su padre, pero por una razón incomprensible no lo hizo. ¿Tal vez pensó que su padre no le creería?

¿Y ahora qué pasaría con ella? ¿Realmente planeaban casarla con Louis para que él pudiera convertirse en heredero del señorío? Pues jamás lo haría.

****

Entonces ocurrió algo inesperado: su padre enfermó y permaneció días postrado en la cama. Angelet fue a visitarlo al día siguiente y se asustó al verle tan pálido y demacrado. No podía ser verdad, sintió que vivía una pesadilla: su hermano ausente, su padre enfermo y ella sola para lidiar con su malvada madrastra.

—Padre, ¿qué tenéis?—le preguntó con un hilo de voz.

Él sonrió como si nada.

—Estoy bien, no debéis preocuparos. Me repondré, no es más que un dolor de estómago porque comí demasiado pescado y me hizo mal.

Su padre era glotón por naturaleza, pero era un hombre sano y fuerte como un toro y verlo así tirado en una cama la afectó.

Miró a su madrastra con gesto ceñudo preguntándose si no tendría algo que ver con ese asunto y ella mantuvo su mirada sin inmutarse. Era muy descarada y había descubierto que podía mentir sin pestañear, en realidad lo hacía todo el tiempo. Madame Chloé la miró con una sonrisa.

—Querida, ve por favor, vuestro padre necesita descansar—dijo luego.

Claro, quería alejarla de él como hacía siempre.

Y cuando iba a protestar fue su padre quién le pidió que se fuera.

Obedeció no muy convencida y se alejó rápidamente. Se sintió tan preocupada, nunca antes lo había visto así.

Cuando salía de sus aposentos sintió la mirada de madame serpiente clavada en sus espaldas, una mirada maligna. Lo extraño fue intentar comprender por qué ella la odiaba cuando jamás había sido descortés ni le había demostrado animosidad. Al menos ella sí tenía motivos de sobra para odiarla, desde el comienzo no había hecho más que gastar su herencia, hacer fiestas, espantar a sus parientes y luego engañar a su padre.

Y al verse descubierta su expresión cambió.

Angelet se sintió abatida, ver a su padre enfermo, postrado en una cama la angustiaba y al ver que pasaban los días y no mejoraba se preguntó si acaso… La bruja no había hecho algo para hacerle daño.

Los criados murmuraban que realizaba conjuros para mantenerse joven y hermosa, que algunas noches iba al bosque para invocar a los espíritus y también tenía pociones secretas escondidas en su habitación. No le sorprendía pero cuando su doncella insinuó que madame Chloé pudo haber envenenado a su padre palideció.

—Eso es demasiado, Meg. No puedo creerlo. ¿Por qué lo haría? ¿Es que la maldad de esa mujer no tiene límites?

—Pues a mí no me sorprende, señorita Dornell. Ella quiere Derby house para sus hijos y creo que planea casarla con su hijo, eso lo explica todo.

—Pues yo no tengo intención de casarme con Louis—replicó acalorada—Y si mi padre está grave, si algo le pasa, pues escaparé de aquí. Esa mujer es tan mala que… dudo mucho que me quiera de nuera, la he visto mirarme con tanto odio. Creo que trama algo, Meg, y no me siento segura aquí sin mi hermano. Tal vez no planee una boda sino algo mucho peor…

Meg se asustó al oír eso.

—Acaso cree que ella sería capaz de hacerle daño, señorita Angelet? Oh, yo no pienso que sea capaz.

—Pues me odia, siempre me ha odiado, no sé por qué pero, desde su llegada… al comienzo fingió cierta amabilidad pero ahora… ¿y si ha envenenado a mi padre crees que se detendría ahora?

Su doncella guardó silencio un momento como si reconociera que tenía razón pero luego dijo:

—No tema señorita Dornell, no permitiremos que le haga daño. Somos fieles a su padre y a usted, y sólo obedecemos a lady Chloé por obligación, porque es la nueva condesa, nada más. No le debemos lealtad, sólo a su padre y a usted.

—Gracias Meg, pero temo que vuestra lealtad no será suficiente, no olvidéis que ella tiene un séquito de sirvientes franceses a sus órdenes que van de aquí para allá espiando. Y Thomas no está y tío William hace tiempo que no visita la mansión. Parece muy disgustado por la presencia de esa mujer y no es el único, muchos parientes y amigos se han alejado y ella parece disfrutar recibiendo a sus propias amistades—Angelet calló al oír ruidos cerca de su habitación y se acercó espantada. No era la primera vez que sentía que la espiaban.

—Ya ni siquiera puedo hablar Meg, todo debe llegar a oídos de la bruja—dijo en un susurro.

Y luego, sin perder tiempo fue a ver cómo seguía su padre pues lo que parecía ser un malestar de tripas luego de comer algo que le cayó mal se había convertido en debilidad, cansancio. No podía salir de la cama y sabía que ese día un médico iría a verlo.

Mientras se dirigía a la habitación descubrió a Louis espiándola, siguiendo sus pasos a distancia y sospechó que seguramente había sido él quien la estuvo espiando mientras conversaba con su doncella.

Apuró el paso y atravesó el corredor principal rumbo a la habitación de su padre. Estaba nerviosa y no podía disimularlo, él la seguía  a distancia lo que hizo que se detuviera y enfrentara.

—Louis Armand Dubreil, dejad de seguirme—dijo para que la escuchara.

Él se detuvo y sonrió y ella tembló cuando dirigió sus pasos en su dirección y sintió deseos de correr pero no lo haría, no le demostraría miedo.

—Buenos días, dama inglesa—dijo él muy formal haciendo una ligera reverencia.

La joven murmuró un saludo.

—No os seguía, sólo me dirigía a la habitación de sir Charles. Estoy preocupado por él—le respondió.

Esa fue la excusa que inventó y lo hizo con tanta naturalidad que se oyó convincente.

Angelet no dijo nada y entró en los aposentos de su padre.

O mejor dicho, quiso entrar pero no pudo hacerlo pues un criado francés de mirada fiera le cerró el paso.

—No puede entrar, mademoiselle—le dijo en francés.

La joven se detuvo entre sorprendida e indignada.

—Quiero ver a mi padre—replicó.

—Lo lamento señorita pero el médico lo está examinando y ha pedido no ser molestado, ¿comprende? Lo siento mucho. Le ruego que regrese en un momento.

Louis intervino y le dijo que debía regresar en otro momento.

Angelet tuvo un mal presentimiento. Esa enfermedad repentina tan conveniente para madame y su hijo mayor, tuvo miedo de que fuera más serio de lo que creía. Derby house ya no era su casa, parecía un castillo ruino lleno de fantasmas, de sombras acechantes. No podía ir a ningún sitio sola, hasta cuando salía con Meg al pueblo o daba un paseo por los jardines debía llevar escolta.

¿Y qué pasaría si su padre moría? No se atrevió a pensarlo.

Sintió deseos de gritar, de correr, de marcharse muy lejos, a casa de tío William, o a Londres a buscar a su hermano. Debía hacerlo, no podía quedarse sola en esa casa. Comenzaba a comprender que era peligroso quedarse. Porque tal vez madame no planeara casarla con su hijo. Eso no habría sido lo peor.

Porque si ella envenenó a su padre como se murmuraba y era su marido, ¿qué le haría a su hijastra?

No quería ni pensarlo.

Tuvo que salir y dar un paseo, no soportaba quedarse encerrada esperando lo peor. Temía que el médico les diera una mala noticia.

Y mientras caminaba oyó el grito de las grullas, eso pájaros que avisan cuando hay intrusos en el campo.

Demonios, alguien la seguía.

Pero al volverse no vio a nadie y siguió caminando un buen trecho sintiendo unas irrefrenables ganas de correr, de gritar y pedir ayuda, tal vez alguien pudiera salvar a su padre. Temía regresar y enterarse de que su padre no podría salvarse, temía quedarse sola con esa bruja y sus sirvientes.

De pronto vio el mar a la distancia y suspiró. El mar le daba tanta paz. Pero sus ojos se llenaron de lágrimas al pensar en su padre y rezó.

Unos pasos hicieron que dejara de rezar y mirara a su alrededor inquieta mientras preguntaba en voz alta:

—¿Meg, eres tú?

Pero no vio a nadie, sólo había una campiña desolada rodeada del rugido inquietante del mar. No debía estar allí, su madrastra le había advertido sobre esos paseos solitarios pero no le prestó atención, al parecer todo lo que hacía ella le molestaba. “Una señorita no debería pasear sola” había dicho con malicia.

“¿Y qué podría pasarme?” replicó ella.

Miró de nuevo y entonces escuchó con más claridad los pasos, alguien se acercaba pero no podía verlo y sin embargo sentir su presencia era lo más aterrador.

—Meg, ¿eres tú?—preguntó de nuevo con voz queda.

Los pasos dejaron de oírse.

—¿Quién está ahí?—preguntó cada vez más asustada.

No tuvo respuesta y sin embargo volvió a oír los pasos con más claridad pisando la hierba y alejándose del lugar.

Algún sirviente de madame serpiente ¿Quién más perdería el tiempo espiándola?

Se alejó nerviosa y emprendió el camino de regreso. La imponente mansión aguardaba oscura y silenciosa. Su hogar, su familia, su legado… ¿Acaso sería suya un día o al menos de Thomas o deberían compartir su herencia con esa dama malvada y oportunista?

Se envolvió aún más en su capa tiritando mientras miraba consternada esas nubes oscuras apiladas en el horizonte.

Entonces lo vio aparecer como el demonio, sin hacer ruido, vestido de negro y mirándola con una sonrisa rara y torcida. Era Louis Dubreil por supuesto, debió imaginarlo, ella se quedó mirándola aterrada sin comprender qué estaba haciendo allí. Y al parecer él se preguntaba lo mismo en esos momentos.

—¿Y qué estáis haciendo aquí sola, Angelet Dornell?—quiso saber.

No le respondió, ¿qué le importaba? ¿Por qué siempre seguía sus pasos?

—¿Es que no vais a responder, pequeña mimada?—insistió con gesto hostil mientras miraba a su alrededor.

No muy lejos de allí estaba su caballo y al parecer había hecho ese recorrido con prisa.

—¿Acaso esperabais a un enamorado, pequeña? ¿Os veis a escondida con algún caballero?—preguntó mirando a su alrededor como si esperara encontrar pruebas de sus sospechas.

Atrevido y entrometido, insinuar que ella se veía en secreto con un enamorado.

—Sólo daba un paseo. ¿Qué hay de malo en ello? ¿Por qué siempre estáis espiándome, Louis Dubreil?—se quejó.

Él sostuvo su mirada con esa sonrisa secreta, burlona, tan rara, hasta que se puso serio.

—Es que eres una tonta, mi madre lo sabe y me pide que te cuide, pronto vas a casarte y si sufres algún daño por estar aquí merodeando sola, no  podrás conseguir un marido.

—¿Casarme? —repitió incrédula. ¿Acaso madame serpiente le había encontrado esposo y ella era la última en enterarse, como siempre?

Louis no respondió y ella sostuvo su mirada sin responderle y le dio la espalda en un gesto de franco desafío e impertinencia, como si le diera a entender que la tenía sin cuidado lo que él dijera al respecto. ¿Encontrarse con un enamorado, ella? Debía ser una broma estúpida.

—Ey, ven aquí—chilló Louis molesto—¿A dónde creéis que vas?

Louis había enrojecido y sus ojos azules parecían dos llamaradas, al parecer sí lo había hecho enojar pero Angelet no se detuvo y se echó a correr, estaba harta de que ese cretino se metiera en sus asuntos, ya le había dicho lo que deseaba saber ¿por qué la perseguía?

De todas formas estaba acostumbrada a las largas caminatas por la mañana así que  le fue muy sencillo alejarse. No contaba con que él fuera mucho más ligero y la atrapara cuando dejaba atrás el camino empinado.

Angelet sintió que la jalaba con fuerza y sujetaba su cuerpo de forma indecorosa y chilló furiosa mientras se resistía.

Louis, sorprendido por su inesperada fuerza le gritó que se quedara quieta.

—Vendrás conmigo ahora Angelet, tranquilízate.

Ese forcejeo la dejó exhausta y rabiosa, sus mejillas ardían al igual que sus ojos. ¿Quién se creía que era él y su madre, unos entrometidos y advenedizos franceses?

No se lo dijo por supuesto y tampoco pudo librarse de sus manos cuadradas y fuertes sujetando sus brazos, inmovilizándola, haciéndola sentir su poder.

—Estáis lastimándome… sois un malvado y le diré a mi padre—dijo sin poder contenerse.

Él no se detuvo, no dejaba de mirarla con fijeza disfrutando ese momento.

—No lo haré, no os soltaré y  si deseáis que os libere deberéis venir conmigo y obedecerme—retrucó—pequeña gata insolente. Nunca más volváis a salir sola sin escolta o juro que le diré a mi madre y daré la orden de que os encierren en vuestra habitación hasta que recuperéis el juicio.

Angelet se estremeció al oír sus amenazas, sabía que podría cumplirlas. Estaba sola en esa mansión, sola y desamparada  a merced de esos malvados e indeseables.

—Está bien—gimió—no volveré a salir sola, soltadme, me lastimas.

Él no tuvo ninguna prisa en liberarla, sus ojos azules la miraban con intensidad y algo más que no pudo entender hasta que sus ojos recorrieron sus labios poco antes de sujetarla y robarle un beso intenso y apasionado. Tan inesperado como violento. Estaba besándola como si deseara hacerlo, como si disfrutara ese momento y espantada se resistió. No se esperaba ese beso ni sabía qué podía significar. Ella era una joven decente, no podían besarla así como si fuera una campesina o doncella del servicio.

Y de nuevo él no tenía ninguna prisa por liberarla. ¿Acaso lo hacía para burlarse, para demostrar su poder y humillarla una vez más haciéndola sentir como una campesina que podía tomarse sin más?

Cuando logró liberarse pensó que debía darle una bofetada, se la merecía y sin embargo se quedó mirándole aterrada y furiosa.

—No te atrevas a hacer eso de nuevo, Louis Dubreil—respiró agitada—Nunca más.

Él se quedó mirándola muy serio. Con esa mirada fuerte que decía mucho y no decía nada. ¿Acaso él había esperado reciprocidad de su parte como si realmente quisiera ser besada por ese joven malvado y engreído?

Y sin liberarla se acercó despacio y miró sus labios y luego sus ojos, sin prisa, muy seguro de lo que estaba haciendo.

Para Angelet ese beso robado había sido un insulto y quería al menos recibir una disculpa, una explicación del por qué lo había hecho. No esperaba que él se riera al ver su enojo y desconcierto como si todo hubiera sido una broma.

¡Desgraciado! Estaba riéndose de ella.

—Descarado, nunca más vuelvas a tocarme o juro que te daré una paliza—estalló.

Ante esa amenaza Louis dejó de reírse y la miró.

—Nadie me da órdenes, hago lo que me place y muchos menos haré caso de las amenazas de una niña mimada y tonta como tú—replicó airado—Ahora ven y sube a mi caballo, no puedo estar todo el día cuidándote como un perro guardián.

La jovencita hubiera deseado darle un empujón y correr pero no tuvo oportunidad pues en un rápido ademán la obligó a subir al caballo y como si fuera una especie de paquete la acomodó subiendo poco después.

Durante el viaje de regreso él permaneció silencioso y pensativo y de pronto dijo: —No digas a nadie que te besé ¿sí? No lo hagas.

Angelet lo miró perpleja.

—¿Y por qué no debo hacerlo? ¿Temes que te castiguen?

—No, no es por eso. Es por ti pequeña boba, no por mí. ¿Quién podría castigarme por besar a una damisela?

—Mi hermano Thomas y mi padre os castigarían por ello. Os lo aseguro.

Louis consideró esa posibilidad sí, pero no lo asustó para nada o al menos no lo demostró pues siguió con esa expresión temeraria y desafiante.

—Pero vuestro hermano está muy lejos, además podría darle una paliza si quisiera, de vuestro padre ¿qué os diré? Al pobre no le queda mucho tiempo, lo sabéis ¿no es así?

—¿Qué estáis diciendo? —Angelet lo miró espantada.

—El médico dijo que sufre del corazón y debe descansar. Nada puede disgustarle pero su vida…

—Estáis mintiendo, no os creo una palabra.

Era demasiado horrible y no quería seguir hablando con ese demonio, sólo quería regresar a su casa y encerrarse en su habitación y olvidar que ese malvado le había dado ese beso.

Y antes de despedirse le recordó que guardara silencio.

Ella lo miró ceñuda sin responderle. Luego entró corriendo a la casa sin mirar atrás. Derby house la envolvió con sus secretos y peligros. Pero cuando entró en su habitación, Angelet suspiró al pensar en ese beso. Ese odiado y malvado había logrado perturbarla al punto de que no podía dejar de pensar, de recordar las sensaciones que le dejó ese acercamiento, el roce de sus labios y de su lengua invadiendo su boca. Era la primera vez que la besaban, que estaba tan cerca de un hombre aunque este fuera un insoportable y malvado y se burlara de ella llamándola mudita o pequeña tonta.

Y luego le había pedido que no dijera palabra, ¿por qué rayos  le había pedido que no dijera una palabra?

Fue un arrebato, un error, un abuso de fuerza el momento en que la retuvo entre sus brazos y rozó sus labios atrapando su boca.

¿Por qué lo había hecho? ¿Y por qué le prohibió que dijera una palabra? ¿Qué tramaba Louis o qué temía en realidad? Si era tan dueño de hacer lo que le placiera como le dio a entender siempre, ¿por qué le había ordenado que callara?

Luego de encerrarse un buen rato en su habitación y tranquilizarse, cuando logró recuperar la serenidad, llamó a Meg.

Esta fue de inmediato.

—Meg, Louis acaba de besarme—dijo sin poder contenerse, olvidando por completo su promesa de guardar silencio.

Su doncella la miró espantada.

—¿Os besó?—repitió incrédula.

—Sí, lo hizo, en el bosque… me dio un beso apasionado de amantes y luego me pidió que no dijera nada. Pero eso no es lo peor de todo, me ha dicho que mi padre sufre del corazón y morirá en poco tiempo. Oh Meg. ¿Está mintiendo, no es así? No puede ser verdad. Mi padre no…

Meg demoró en responderle, hasta que dijo.

—Es verdad, señorita Angelet, el doctor lo dijo hoy temprano pero… no quise decírselo señorita, era muy duro. Louis es muy cruel, no debió contarle.

—Pero mi padre jamás estuvo enfermo, Meg, esto no puede ser verdad, debe haber un grave error. Ese médico no sabe nada. Está inventando o tal vez sea madame serpiente quién os ha hecho creer que está enfermo… quiere quedarse con Derby house y que su hijo lo herede todo.

—No señorita, no fue madame esta vez. Ella se mostró muy apenada, dicen que ha llorado al saber que su esposo está muy enfermo del corazón. El médico lo dijo y él… vino de Londres, no es de aquí, por lo tanto ignora por completo las ambiciones de madame. O eso creo.

—Eso no puede ser verdad—repitió Angelet—Mi padre no estaba enfermo, nunca sufrió del corazón. ¿Cómo es que de repente se lo pasa encerrado en su habitación sin ganas de nada? Meg, ella debe estar enfermándolo con sus venenos, la creo capaz.

Su doncella le hizo un gesto de que callara, como si temiera que sus palabras pudieran ser oídas.

Entonces oyó las campanillas que avisaban que estaba servido el almuerzo en el comedor principal. Pero Angelet decidió que no tenía hambre y que primero iría a ver a su padre.

Dirigió sus pasos a su habitación escoltada por Meg, tal vez su doncella pensó que luego de lo ocurrido con Louis en el bosque mejor sería cuidar a la señorita de los arrebatos de un joven apasionado.

Pero nuevamente al llegar a la habitación de su padre encontró a un sirviente que le dijo que no podía ver a su padre.

—Sir Charles necesita descansar, señorita. Son órdenes del médico. No puede recibir visitas hoy—le respondió.

Y cuando iba a protestar, apareció su madrastra con los ojos hinchados por  haber llorado para decir que lo lamentaba.

—Tu padre está muy grave, Angelet. Mi niña hermosa, debéis ser fuerte ahora—dijo y tomó sus manos en un gesto teatral.

Pero sus palabras se oían falsas, carentes de emoción, como si hubiera estado ensayando esa escena varias veces para que no se oyera tan teatral, aunque sin éxito. A ella no podía engañarla.

—Mi padre es un hombre fuerte, madame—replicó ella sosteniendo su mirada.

Y como madame serpiente no esperaba que se mostrara tozuda en esos momentos, optó por llorar.

—Oh, es tan triste, no logro reponerme. ¡Qué dura prueba me envía el señor, qué duro es todo esto!—se quejó y luego hizo ese gesto papista de besar la cruz de oro que pendía de su pecho y luego secó sus fingidas lágrimas.

Angelet no podía creer que la misma ramera que retozaba con dos hombres fingiera pena, y que esos labios llenos de secretos y pecados besara la cruz. Vaya blasfemia, era como si un demonio invocara al Altísimo.

Pero madame serpiente no era tonta y luego de ver que no lograba conmoverla ni un poquito se tranquilizó y dijo con frialdad que debía rezar por su padre.

—Rezad querida, por favor hazlo. Lamento mucho que en esta mansión no haya una capilla.

Una sugerencia ridícula por supuesto.

—Es que nuestra familia no es católica, madame sino protestante y no creemos que un montón de imágenes puedan invocar a nuestro señor—dijo Angelet.

Sus comentarios la hicieron palidecer, claro, ella era una papista furiosa, una hipócrita que se llenaba la boca hablando de Dios mientras daba un ejemplo lamentable.

—Bueno, yo soy católica y pienso distinto y nadie debería molestarse por ello—replicó madame serpiente, pero en sus ojos había rabia y desdén hacia su hijastra.

Siempre había sido así, desde el comienzo, pero ahora la salud de su padre estaba en juego. Angelet se alejó sintiendo una horrible sensación de angustia e impotencia. Nuevamente le impedían ver a su padre y encerrada y vigilada en esa mansión sólo podía rezar.

****

Pasaron los días y el verano llegó a su fin, los día comenzaron a ser más frescos, lentamente se acercaba el otoño de forma anticipada ese año.

Angelet comenzó a usar un chal de lana sobre su vestido de corsé y aunque no fuera muy elegante, pues tenía frío y lo necesitaba.

La tarde anterior había visto a su padre y ese encuentro la había dejado muy angustiada. Él intentó hablar, quiso hacerlo pero madame serpiente estaba a su lado y no lo dejó. Como si eso le diera miedo.

Parecía haber envejecido años esos últimos días, se veía tan pálido y débil y demacrado.

“No es el mismo Meg, mi padre ha cambiado, es como la sombra del hombre que un día fue. Se ve tan delgado, tan pálido y… parece haber envejecido diez años en poco tiempo. Es esa mujer, es esa bruja” se quejó la joven.

Su doncella la abrazó y consoló pero sus palabras cayeron en el vacío. Nada podría darle alivio, su padre moriría pues sufría del corazón, era lo que decían y sólo le quedaban unos meses de vida.

Angelet saltó de la cama y secó sus lágrimas, atormentada por el recuerdo del día anterior. Debía ser fuerte y hacer algo, pedir ayuda.

Sabía que algo muy malo estaba pasando en Derby house, había visto a su madrastra conversar con el administrador de la finca, el señor Roberts días atrás y esa reunión tan inesperada le dio mala espina. Algo tramaba… Ahora que su hermano estaba ausente ella actuaría, intentaría arrebatarle la herencia. Y tal vez no esperaría a que su padre muriera, lo haría antes.

Todo encajaba demasiado bien: su hermano era expulsado de la mansión y obligado a ir a Londres, y antes de eso: Louis aprendía todo lo referente a los asuntos de Derby house junto al señor Roberts y su padre. Ahora su padre estaba muy enfermo. Y el día menos pensado llegaba un doctor y decía que le quedaba poco tiempo de vida.

En menos de un mes todo parecía venirse abajo. Todo.

Y ahora al despertar cada mañana temía lo peor.

Se preguntó si podría enviarle una carta a su hermano y que esta llegara a destino.

—Señorita Dornell, ya se ha levantado—dijo Meg entrando en su habitación. Sus ojos oscuros tenían una expresión rara ese día. ¿Estaba asustada?

—¿Ocurrió algo, Meg?—le preguntó.

La doncella lo negó con un gesto.

—¿Cómo está mi padre?

—Está igual.

—Meg, debo viajar a Londres y buscar a mi hermano. Debo hacerlo y sé que mi madrastra no me dejará, no querrá que salga de aquí. Soy una prisionera en mi propia casa. Por favor, debéis ayudarme.

Meg se quedó tiesa.

—Pero no podréis ir a Londres vos sola, señorita Dornell. Sería peligroso.

—¿Peligroso? Peligroso es quedarme aquí con esa bruja y su hijo.

—Su padre está muy grave, debe quedarse señorita.

Tenía razón, no podía hacer nada más que esperar.

Luego de ese beso robado le resultaba incómodo cada vez que veía a Louis y esa incomodidad era una mezcla de rabia y desconcierto, la había besado y la había llamado tonta.

Para ella era incomodidad pero para él era diversión.

Hacía como si nada hubiera pasado y sin embargo, cada vez que la miraba notaba algo extraño, algo que no lograba comprender.

Su madrastra no había hablado de bodas.

De haber planeado casarla con su hijo para que este heredara la mansión pues… lo habría hecho con tiempo. Una boda no podía tramarse con prisas y a lo loco.

Angelet sospechó que había algo más y cuando esa tarde entró en los aposentos de su padre lo notó inquieto.

—Angelet, pequeña, ven aquí—dijo.

Pero madame serpiente comenzó a intervenir.

Su padre quería decirle algo, no tardó en notarlo pero hablaba y se agitaba y ella parecía inquieta, hasta nerviosa.

—Angelet, querida, deja a tu padre descansar. Hoy no se ha sentido muy bien—dijo su madrastra y se acercó despacio, parecía deslizarse como una serpiente, despacio y con un movimiento sinuoso.

Ella sostuvo su mirada sin moverse, estaba harta de que siempre la apartara de su padre.

Y cuando iba a protestar apareció Louis.

—Madre, tenemos visitas—dijo y algo en su mirada alarmó a madame serpiente obligándola a abandonar la habitación con su hijo detrás.

Estaban solos por primera vez desde hacía días y de pronto sintió que su padre tomaba su mano.

—Angelet, busca a tu tío William por favor, dile que venga… necesito hablar con él con urgencia.

—Padre, ¿qué está pasando?

—Ve hija, habla con Theodore, nuestro mayordomo. No confío en nadie más. Ten mucho cuidado ella… os hará mucho daño.

Esas palabras la asustaron pues comprendía que el peligro acechaba, que no eran habladurías de criados ni tampoco la rabia que le tenía a esa mujer maligna. Algo debió hacer para que su padre pidiera ayuda, para que estuviera tan desesperado.

Y tomando sus manos que estaban frías le dijo que hablaría con el mayordomo, que buscaría ayuda.

—Ahora descansa—le dijo.

Él asintió y no dejó de advertirle que tuviera cuidado.

Procuró controlar el terror que sintió al salir de la habitación y buscar a Theodore. Era el sirviente más leal de la mansión y debía encontrarlo de inmediato.

Avanzó con sigilo a través del corredor sin hacer ruido, procurando no ser vista pero cuando llegaba a la escalera alguien la atrapó por detrás y cubrió su boca al tiempo que la sujetaba. La habían visto, tal vez oyeron la conversación con su padre.

Se retorció furiosa y entonces lo vio en la penumbra. Era Louis Dubreil.

—Guarda silencio pequeña y escúchame con cuidado—le dijo en un inglés con acento.

Angelet tembló y lo miró aterrada, ¿qué iba a hacerle?

—Vuestra vida correrá peligro si no hacéis lo que os digo—continuó en francés—¿Entiendes lo que acabo de decirte?

Angelet asintió.

—Tu padre morirá en pocos días, el médico se lo acaba de decir a mi madre. No hay nada que puedas  hacer. Nada le salvará, su corazón está muy dañado.

Ella lo negó pero no pudo hablar, era imposible hacerlo con su mano cubriendo su boca.

—Luego las cosas cambiarán aquí y tú tendrás que casarte conmigo.

¿Casarse con Louis? Jamás, pensó ella.

Debió ver su respuesta pues él la miró con fijeza y sonrió liberándola despacio.

—Si te niegas mi madre te matará, preciosa—le advirtió.

Sabía que decía la verdad.

—Sólo quería advertirte. Cuando llegue el momento deja de mostrarte rebelde y obstinada, tu hermano tardará meses en regresar, nadie podrá salvarte. Pero si aceptas ser mi esposa prometo cuidar de ti.

—¿Cuidar de mí?—preguntó ella incrédula.

—Lo haré. No es mi intención haceros daño, el matrimonio es algo sagrado para mí y mi madre espera que haya una boda que selle mi herencia en Derby house—hablaba con mucha seguridad.

Angelet no cabía en sí del asombro, ¿entonces todo era cierto? ¿Era lo que planeaban? ¿Concertar un matrimonio con la heredera para que este tuviera derecho a la herencia?

Sintió que su corazón latía muy deprisa.

—Derby house será de mi hermano Louis Dubreil, por más que mi padre no esté, su herencia pasará intacta al primogénito, no a ti—replicó furiosa.

Él sonrió de forma pérfida.

—El tiempo lo dirá, ángel. Sólo quiero advertirte que debes casarte conmigo porque si te niegas mi madre te hará desaparecer, lo hará, nada la detendrá, pero si aceptas que sea tu marido yo cuidaré siempre de ti, os doy mi palabra.

—¿Cuidaréis de mí? —repitió ella incrédula. No le creyó una palabra, era muy claro el por qué se casaba con ella: por su dote, por su herencia, era una de las herederas más ricas de Dover y todos lo sabían. Pero si lo hacía para quedarse con Derby house era muy ingenuo pues la propiedad pasaría intacta al primogénito varón, siempre ocurría así y esa mansión sería de su hermano. ¿O acaso habían hecho que su padre lo desheredara? Eso era horrible.

—No me creéis ¿verdad?—preguntó él.

Ella lo negó con un gesto pero estaba asustada, comprendía que Louis estaba advirtiéndole, le pedía que no se mostrara rebelde ni desafiante. Que su madre iba a matarla, lo haría…

Y entonces, cuando intentaba marcharse, él la retuvo entre sus brazos y la besó. Atrapó su boca y la abrió despacio con su lengua y ella tembló al sentir esa invasión feroz y ese abrazo apasionado y apretado. Fue imposible escapar, no la dejaría en paz hasta que él tuviera lo que deseaba: su boca, atrapada en un beso.

Y cuando pudo huir le gritó furiosa que nunca se casaría con él, pero estaba temblando. No podía dejar de pensar en sus palabras, madame serpiente era mucho peor de lo que imaginaba y su padre también le había advertido que tuviera cuidado.

Pero tenía una misión que cumplir y Louis no lo impediría, necesitaba hablar con Theodore. Así que apuró el paso y se volvió en varias ocasiones para cerciorarse de que nadie la seguía. Sin embargo, cuando llegaba a las cocinas creyó ver a una sombra deslizarse hacia ella.

Los criados la miraron espantados y ella los enfrentó.

—Necesito encontrar al señor Theodore por favor. Es urgente.

Los sirvientes se miraron unos a otros.

—El mayordomo no está aquí, lady Angelet. ¿Por qué lo buscada señorita Dornell? ¿Podemos ayudarla?—preguntó la cocinera.

—Sólo me ayudaréis si encontráis al señor Theodore por favor, necesito hablar con él ahora, buscadle de inmediato.

La cocinera miró a una de sus doncellas y le ordenó que buscara al mayordomo.

Angelet temblaba, sabía que el tiempo que se tardara podía ser demasiado tarde, era necesario avisarle al tío William.

Unos pasos le provocaron un sobresalto y entonces lo vio, al mayordomo, pero no estaba solo, uno de los sirvientes de madame lo acompañaba.

—Necesito hablar con vos, Theodore. A solas por favor, acompáñeme.

Antes de que ese impertinente criado francés se acercara, Angelet le susurró al oído el mensaje de su padre.

—Es necesario que avise al hermano de mi padre, a sir Williams por favor. De inmediato.

El mayordomo asintió en silencio.

Angelet suspiró, había cumplido su cometido y regresó a su habitación nerviosa, con la horrible sensación de que vigilaban sus pasos. Y lo peor que acababa de confirmar sus peores sospechas, esa ramera quería hacerle daño a su padre pero ella lo impediría, y no pensaba casarse con Louis. Pronto su tío pondría fin a esa maldita intriga, lo haría. El mayordomo pediría ayuda…