Rendición

Una semana después, Angelet se convirtió en la esposa de Louis en una ceremonia privada celebrada en la pequeña capilla que había en el chateau oficiada por el capellán. Boda, misa y bautismo porque no sólo se convertía en la esposa de un pirata ese día sino también en católica.

Ella no compartía esa decisión pero se casaba con un hombre católico y era de rigor que aceptara su religión.

Los invitados de la boda eran amigos y parientes lejanos de su esposo y de su parte sólo estuvieron presentes sus criadas Dolly y Meg y Angelet estaba tan asustada que el padre tuvo que repetirle dos veces el juramento para que aceptara pues sin saber ni cómo había olvidado el francés que había aprendido en vida de su madrastra.

Y cuando quiso acordarse ya estaba casada y lucía en su dedo un inmenso anillo de oro y rubíes, pero en su mente todo era miedo y confusión. La decisión de ser una esposa complaciente se esfumó en el instante en que entró en la habitación nupcial.

La tradición decía que su doncella debía ayudarla a quitarse el vestido y así esperar a su esposo en un traje más ligero y transparente… Pero Angelet se negó a ello y casi echó a Meg de su cuarto. Esperaría a su esposo así vestida y vería qué pasaba. Tal vez tuviera suerte y llegara ebrio y cansado y se olvidara por completo de ella. Lo había visto muy animado conversando con sus parientes y amigos mientras bebía más de una copa de vino en su honor.

Ella en cambio sólo había bebido agua aunque ahora al ver la cama con blancos cortinados lamentó no haber bebido nada, si lo hubiera hecho ahora estaría dormida en vez de temblar como hoja cada vez que oía pasos o ruidos en la puerta.

Al menos ya no tenía esa toca de tul y perlas sujetando su cabello y su vestido color rosa no era tan bello como el anterior pero Louis la había mirado con tal intensidad.

Recordó las palabras de Meg y suspiró mientras miraba la inmensa cama vacía, preguntándose cómo sería esa noche, si realmente Louis era ese amante tierno y experto que su doncella le había pintado. Sentía tanto miedo como curiosidad por saber cómo sería estar entre sus brazos, una parte de ella lo deseaba pero la otra lo temía…

Y mientras recorría la habitación nerviosa lo vio parado en la puerta y su reflejo en el espejo principal, estaba mirándola con una sonrisa extraña.

Avanzó hacia ella despacio, sin dejar de mirarla y sonreír, pero de pronto notó algo extraño en Louis.

—No temáis preciosa, no os haré daño, lo prometo—dijo al ver que retrocedía—lo prometo.

Ella tembló cuando se paró frente a ella y la tomó entre sus brazos con un movimiento brusco.

Él sonrió y atrapó su boca con desesperación, un beso húmedo e intenso, su lengua invadió su boca una y otra vez provocándole un cosquilleo extraño. Sensaciones desconocidas se apoderaron de todo su ser mientras la estrechaba con fuerza y sus labios recorrían su cuello murmurándole tiernas palabras de amor. Pero no la abrumó con besos ni intentó desnudarla con prisas, sólo la llevó hasta la cama muy lentamente y esperó.

Sus ojos azules sonrieron en la penumbra mientras la besaba despacio.

—Estáis temblando—observó él.

Ella asintió.

—¿Y sabes lo que pasará esta noche? ¿Alguien os ha hablado de ello?

Angelet vaciló y se sonrojó, sí sabía, Meg le había contado algo hacía tiempo, pero eso no lo hacía más fácil. No en esos momentos. Temblaba sin poder evitarlo, sus nervios la dominaban pensando en lo que pudiera hacerle pero se quedó quieta sin moverse como le había aconsejado Meg. “No se resista, no grite y no haga nada señorita, sólo deje que él lo haga todo. Siempre es así”. Le había dicho.

—¿Lo sabes? ¿Y qué sabéis preciosa?—preguntó él.

Ella se mordió el labio y respondió:

—Sé que la semilla del hombre hace un bebé.

Sus palabras le arrancaron una carcajada y de pronto se acercó y comenzó a desnudarla despacio.

—No te muevas, déjame que te vea hermosa virgen—le dijo al oído.

Angelet quiso cubrirse pero Louis no la dejó.

—Ten calma, sois tan hermosa, no debes avergonzarte. Ven aquí…

Ella lo miró asustada y confundida pero se aferró a su calor, a sus besos, necesitaba tanto sentirse amada y deseada, no lo sabía exactamente pero su cuerpo empezaba a despertarse, a llenarse de deseos que no lograba comprender mientras su corazón latía acelerado.

—Sois tan hermosa, ángel, ¿creísteis que os había olvidado?—le susurró—Desee haceros mía desde el primer día que os conocí, damita remilgada, vaya, jamás pensé que tendría que esperar tanto pero sé que valdrá la pena—dijo y le robó un beso ardiente mientras la tendía y caía sobre ella.

Ese gesto de atraparla desnuda y sujetarla la mareó. Porque de inmediato lo vio quitarse la camisa blanca con prisa y ella vio la extraña medalla en su pecho con una calavera gravada y tembló, no sólo por el raro símbolo sino por las marcas que vio en su pecho, como si fueran azotes, cicatrices. Sus brazos también tenían cortes y no pudo evitar tocarle. ¿Acaso serían heridas antiguas de su vida de pirata?

—¿Quién os hizo eso?—quiso saber.

—Fueron los ingleses, preciosa, cuando me atraparon hace tiempo, pero logré escapar antes de que me ahorcaran por pirata y esta medalla me la obsequió el capitán Blake cuando repartimos el primer botín. Tuve mi parte y me alejé un tiempo. Tal vez debería deshacerme de esta cosa antes de que me dé problemas. Ahora ven aquí… deja de temblar pajarita, te he atrapado y no descansaré hasta que seas mía.

—Louis, aguarda… —le dijo ella.

Estaban muy juntos y sabía que lo haría, que pondría su semilla para dejarla preñada pero antes deseaba decirle algo.

—¿Qué sucede, preciosa? ¿Quieres que espere un poco más?—le preguntó.

Angelet no lo apartó, ya no estaba asustada, era su esposa y sabía que debía cumplir con sus deberes pero antes necesitaba saber que la amaba.

—Prométeme que no me dejarás, Louis, que haces esto porque me amas y no deseas vengarte de mi hermano—le dijo.

Él se puso serio.

—¿Creéis que hice todo esto por venganza?

—Es que no lo sé y temo que luego de que tengas lo que deseas me abandones. Prométeme que no lo harás.

Su mirada se volvió enigmática hasta que la tensión de su rostro se despejó.

—¿Pensáis que soy tan perverso de hacer todo esto por una venganza? Vaya, debéis creer que soy un demonio. Pero yo os demostraré que no lo soy preciosa, lo haré… sólo os ruego que nunca os neguéis a mis brazos. Aunque os dé miedo, aunque deseéis escapar…

—No lo haré —respondió ella en un susurro.

Él miró sus labios llenos y los besó con suavidad una y otra vez al tiempo que su miembro erguido y ansioso de atraparla buscaba su tesoro con creciente desesperación. Deseaba hacerlo y ya no podría contenerse y la llenó de besos al tiempo que su miembro entraba en su vientre.

Y mientras la rozaba con mucha delicadeza y se abría paso se detuvo y la abrazó con mucha fuerza.

—Calma preciosa, el dolor pasará—le susurró y volvió a besarla. Estaba en ella, unidos, fundidos. Y fue en esos momentos de pasión que él le dijo que la amaba. Se lo dijo en francés y las palabras se oyeron rudas y profundas.

Angelet se emocionó al oír sus palabras, lo necesitaba tanto, sentir amor y caricias en su piel como nunca antes había tenido en su vida. La amaba, se lo había dicho y nada más importaba en el mundo que eso, la amaba y la había convertido en su mujer esa noche. Su esposa y un montón de sensaciones la embargaban y emocionaban hasta las lágrimas.

Él vio sus lágrimas y se detuvo.

—No llores preciosa, eres tan hermosa, tan dulce… os creí tan remilgada, mi bella dama inglesa—le dijo mientras la rozaba con fuerza.

Ella sonrió y se estremeció al sentir ese contacto íntimo tan profundo y apasionado.

—No soy una remilgada—protestó luego—Vos lo erais, francés.

—Oh sí sois una damita inglesa muy remilgada y orgullosa, así os conocí pero yo os convertiré en una dama ardiente y apasionada, ya veréis…

Angelet sonrió sin entender de qué se trataba y lo envolvió con sus brazos y él atrapó su vientre por completo, rodando por la cama en ese abrazo apretado y apasionado.

****

Angelet despertó a la mañana siguiente sintiéndose en las nubes, rodeada por los brazos de su guapo esposo francés, adormilada y cansada luego de esa primer noche de amor y pasión pensando que era afortunada. Nada de lo que tanto temía había ocurrido, no salió corriendo, ni él la hizo sufrir mientras la desvirgaba como le había insinuado Meg. Todo había sido tan maravilloso…

Angelet miró a su marido desnudo y suspiró al recordar sus palabras mientras le hacía el amor, le había susurrado “Je t’aime Agnée”… La amaba…

Louis abrió sus ojos y sonrió al verla observándole.

—Ven aquí, preciosa—dijo y la tendió en la cama atrapando su boca en un beso ardiente y apasionado al tiempo que caía sobre ella y separaba sus piernas.

Se ruborizó al sentir las caricias de su miembro en su vientre, la rozaba despacio para despertarla, para prepararla para recibirle en su interior y al parecer estaba más que listo para hacerlo.

—Ven aquí, mi hermosa virgen…—dijo.

Ella sonrió sin entender por qué le decía así.

—Es que aun sois virgen—le dijo él.

—Pero anoche…

—Sois virgen porque todavía le teméis a la intimidad—le respondió él—y estáis confundida sin saber qué hacer.

Angelet sonrió y lo besó y abrazó con fuerza sintiendo esa posesión ardiente y apasionada.

—Y me gusta que seáis así, dulce e inexperta—le susurró.

Ella sonrió y cayó rendida en sus brazos y no tardó en dormirse.

Meg la despertó cerca del mediodía y la miró con expresión preocupada.

—Señorita Angelet, ¿está usted bien?—le preguntó.

La joven sonrió.

—Soy señora ahora Meg, ¿lo habéis olvidado?

—Oh discúlpeme por favor señora Dubreil…

Angelet recordó que estaba desnuda y se sonrojó.

—Ve por un vestido ahora Meg, y traedme agua caliente, necesito darme un baño.

Angelet vio que su doncella corría nerviosa. ¿acaso pensaba que su marido era un bruto y le había hecho daño?

Y mientras se daba un baño en la tina de losa, rodeada de espuma y esencias suspiró diciendo:

—Dijo que me ama Meg, Louis me lo dijo.

Su doncella la miró sorprendida.

—Me alegro mucho por usted señora, es lo que todos dicen aquí, que el señor Dubreil la raptó y la trajo de su país porque está enamorado de su dama inglesa.

—¿Eso dijeron los criados?

Meg asintió.

—Dicen que sois muy hermosa, señora y que él ha dicho que matará a vuestro antiguo prometido si osa venir aquí a reclamaros.

—Patrick no vendrá, Meg, lo que temo es que él regrese a los mares, que sus amigos piratas vengan a buscarle un día y se lleven a mi esposo. No podré soportarlo, Meg…

—Eso no ocurrirá madame, el señor jamás haría eso. Planeó este rapto durante mucho tiempo y recibir la herencia de su verdadero padre lo ayudó. Este chateau es un lugar muy bello, ¿no lo cree?

—Lo es… pero ¿dónde está mi esposo ahora?

—Salió temprano y aún no ha regresado.

Angelet abandonó la tina con ayuda de su doncella y fue en busca de su esposo, luego del desayuno pero los sirvientes le dijeron que había salido muy temprano a la ciudad y no regresaría hasta la tarde.

Su ausencia la sorprendió y desanimó, nadie le dio más información y cuando quiso dar un paseo por los jardines un impertinente criado del chateau dijo que no podía hacerlo.

—Son órdenes de su esposo, madame.

Angelet pensó que debía haber un error y llamó a Meg para saber qué estaba pasando. Su doncella llegó enseguida, con paso ligero y expresión alerta.

—Meg, mi esposo me dejó encerrada, no puedo abandonar el chateau—se quejó.

—Aguarde señora, haré algunas averiguaciones. Tal vez hubo un error, no se preocupe.

Meg murmuró que esos sirvientes franceses eran algo raros y la miraban con petulancia, se creían superiores y no veían su presencia con buenos ojos.

—No entienden por qué su señor nos trajo aquí, sienten celos de usted madame y una de las criadas quería ser su doncella señorita. Siente celos de mí pero la ignoro.

Angelet se dejó caer en una poltrona muy aturdida por el incidente. ¿Acaso no era su esposa? ¿Por qué no podía abandonar la mansión si deseaba hacerlo?

Meg regresó poco después y le hizo un gesto de que fueran a su habitación.

—¿Qué ocurre, Meg? ¿Qué habéis averiguado?

Su doncella miró a su alrededor.

—Es que esos criados son muy antipáticos y malos señorita, no quisieron decirme nada. Sólo que eran órdenes de Monsieur Dubreil y que por su seguridad no debe realizar paseos en su ausencia. Eso es todo. Creo que ellos piensan que las damas casadas deben estar aquí, en el chateau y su esposo también lo cree. Los franceses son algo raros, señora. Tienen otras costumbres.

—¿Otras costumbres?

—Sí, mi madre me contó una vez de una condesa que vivía en Paris que nunca salía de su habitación y que eso era una conducta elegante para los nobles.

—Pero Meg, no puedo vivir encerrada en esta casa sólo porque sea costumbre de este país hacerlo. No es razonable. El día está tan hermoso y tal vez Louis demore mucho en regresar de la ciudad.

Y no se equivocaba, su esposo regresó poco antes del anochecer sonriente corrió a su lado para abrazarla y besarla, diciendo luego a los sirvientes que cenarían en su habitación.

Pero la cena fue postergada.

Nada más tomarla entre sus brazos la llevó a la cama para hacerle el amor.

—Os echaba de menos hermosa, ven aquí…—le susurró mientras besaba su cuello.

Estaba ansioso por hacerle el amor y no tardó en poseerla con desesperación, de forma brusca, ahogando sus gemidos con besos y caricias como si quisiera consolarla por su arrebato. Tan pronto la llenó con su miembro y rozó sintió que la inundaba con su semilla y la esparcía en lo profundo mientras suspiraba y la estrechaba con fuerza. Y en sus brazos lo olvidó todo una vez más.

****

Angelet no tardó en comprender que a pesar de que fuera su esposa y le dijera que la amaba él seguía tratándola como a una prisionera. No la dejaba traspasar los jardines en su ausencia y los criados, no se engañaba, la vigilaban. ¿Qué temían? ¿Acaso podía escapar cuando había aceptado convertirse en su esposa? Pues prefería ser cautiva de un pirata que pasar su vida junto a un hombre que no amaba. No echaba de menos su hogar, su ausencia era lo único que extrañaba ahora. Sus largas ausencias la hacían temer que estuviera ocultándole algo y lo que más temía era que un buen día se encontrara encinta y abandonada en su chateau. Por más que Louis dijera que no pensaba regresar a la piratería no se sentía segura de ello. ¿Y si alguien descubría su pasado y lo enviaban a prisión?

Corrían tiempos difíciles en Francia, Meg se lo dijo una mañana.  Era un día hermoso de otoño y el cielo tenía tantos colores.

—He oído decir que el rey sol ha muerto y su hijo es muy joven e inexperto. Que no tiene su fuerza ni tampoco es tan venerado. Es muy joven y dicen que lo manipulan sus cortesanos. Algunos campesinos han comenzado a rebelarse contra los nobles, se mofan de sus modas extravagantes y… Ha habido incidentes. Por eso su esposo cree que no es prudente que salga sola madame.

—OH Meg nunca he salido sola a ningún lado. Además, ¿tú crees que esos campesinos serían tan atrevidos de venir aquí?

—He oído que están en todas partes señorita Angelet, disculpe, señora Dubreil.

—Es extraño eso que me dices pero si esa es la razón por la que me esconde aquí…

Angelet notó las miradas de los criados, alertas y vigilantes.

Le parecía algo raro que esa vigilancia tuviera que ver con ciertos hechos aislados de los campesinos y se preguntó si acaso su esposo le ocultaba algo.

Siempre salía a recorrer los alrededores o a la ciudad, iba muy a menudo a la ciudad y nunca la llevaba y luego no le hablaba nada de sus viajes.

De pronto tuvo una idea y quiso buscar a Louis, había salido a media mañana y era más del mediodía y no había regresado. Pero al llegar a la puerta apareció uno de los criados principales como fantasmas para cerrarle el paso.

—Lo lamento madame Dubreil, no puede salir del chateau ahora. Me temo que es muy peligroso para su seguridad.

Angelet tembló de rabia.

—¿Acaso soy una prisionera?—se quejó.

—Oh no señora marquesa, es por su propio bien, tal vez no lo sepa porque es extranjera pero ha habido algunos incidentes. Una horda de salvajes se dedica a atacar carruajes y han cometido muchas indignidades contra las damas de noble linaje. El señor marqués teme por usted y me ha pedido que no abandone el chateau bajo ninguna circunstancia en su ausencia.

La joven miró a Meg y retrocedió. No la convencía esa excusa, quería saber la verdad, ¿qué le escondía su marido? ¿Qué era eso tan misterioso que lo mantenía lejos del chateau a veces el día entero mientras la dejaba encerrada?

Pues no se quedaría encerrada en su habitación, recorrería el chateau para distraerse y mientras lo hacía le dijo a Meg en inglés: —No le creo, ¿sabes? Me parece todo muy extraño. Mi marido parece un fantasma: sólo llega en las noches y cada día permanece más distante. Lo noto muy extraño Meg, algo le preocupa me temo.

—Tal vez tema que su hermano venga a buscarla señorita, que averigüe dónde está.

—Esa respuesta no me satisface. Tiene que haber algo más, sospecho que me oculta algo, algo muy grave, Meg.

Su doncella guardó silencio.

—Tal vez desconfíe de mí y piense que intentaré escapar. Es como si no fuera su esposa sino su cautiva—se quejó.

Cuando Louis regresó, a media tarde vio que llevaba en el carruaje un cargamento de cajas que guardó con ayuda de sus criados en el ala este del castillo. ¿Qué eran esas cajas de madera apiladas unas contra otras? Se acercó para ver pero a esa distancia era imposible saberlo.

Louis se reunió poco después con ella, se veía cansado y nervioso, pero sus ojos se iluminaron al verla.

Angelet lo abrazó y él atrapó su boca en un beso robado y  apasionado.

Pero ella estaba decidida a saber la verdad y no se dejó marear por caricias ni evasivas.

—¿Dónde estabais, Louis? ¿A dónde vas todos los días y todas las noches?

Sus preguntas lo sorprendieron.

—No comprendo por qué me lo preguntáis querida, ya os dije. Ser el señor del castillo no es una aventura romántica para mí, debo supervisar a los aldeanos, ha habido problemas con los campesinos y…

De nuevo la historia de los rebeldes campesinos amotinados.

—Louis, por favor, dime la verdad. Os alejáis durante el día y me dejáis encerrada en el chateau. ¿Creéis que no me doy cuenta de ello? Vivo cautiva del castillo como si pensarais que sería capaz de abandonaros.

Él la atrajo contra sí, se moría por tocarla, lo sabía pero no la tendría hasta que le dijera lo que quería saber.

—Tal vez sí intentes abandonarme un día ángel, por eso os cuido con tanto celo.

—Por favor, no bromeéis. Soy vuestra esposa y jamás os abandonaría.

—¿Y por qué siempre queréis marcharos tras mi partida? ¿Cuál es la necesidad de dar paseos cada vez que me alejo del chateau?

Angelet enrojeció.

—En Derby house daba paseos todas las mañanas pero aquí no puedo hacerlo, vos ni siquiera me dejáis recorrer los jardines. Me dejáis encerrada cada vez que os vais lejos.

Él se puso serio y lo vio vacilar. ¿Le diría la verdad?

—Lo siento ángel, pero es necesario, es por tu bien. Y tenéis suerte que no os confine en nuestros aposentos.

—¿Confinarme? ¿Por qué? Si no he hecho nada malo.

Louis sonrió y volvió a besarla, a empujarla contra su pecho.

Luego la miró con una sonrisa.

—Es que sois muy valiosa para mí, por eso. Os dejaría encerrada en nuestra habitación para que aguardéis mi regreso sin que nada os pase aquí. Este chateau ya no es un lugar seguro preciosa, no me fío más que de los criados que traje para trabajar aquí, el resto eran leales a mi padre.

—Vuestro padre, ¿por qué  nunca habláis de él?

Su mirada cambió y se tornó oscura.

—Mi historia es algo sórdida preciosa, Dubreil no era mi verdadero padre lo supe hace años, mi madre me lo dijo poco antes de morir, me envió una carta a Francia contándome toda la verdad. También que pensaba escapar al nuevo mundo con tus joyas y algunos tesoros de Derby house. Fue una despedida…

—¿Y por qué no se marchó contigo ese día, Louis? ¿Por qué se quedó en Derby sabiendo que descubrirían su crimen?

Él hizo un gesto de resignación.

—Se lo advertí, sus planes habían fracasado esta vez, no podría apoderarse de la mansión pero no me creyó. Sólo le pedí que no te hiciera daño, que iría a buscarte tiempo después. Estuve a punto de raptaros esa noche pero entonces no tenía nada que ofreceros. Y luego ocurrió la desgracia, sospeché que pasaría pero no pude evitarlo. Ahora estoy aquí, disfrutando de la herencia de mi verdadero padre. Él siempre supo que era su hijo, sospecho que mi madre le escribió antes de mi huida de Derby house.

—¿Y vuestro padre sabía que erais pirata? ¿Acaso no intentó llevaros por el buen camino?

Él la miró con fijeza antes de confesarle la verdad.

—Mi padre era un pirata,  hermosa, lo era. Él me hizo lo que soy, me enseñó este triste oficio. Sus secretos, sus peligros y ahora estoy atado al negocio familiar. Este chateau estaba en ruinas, los aldeanos escaparon a la ciudad porque una plaga mató sus cosechas y muchos murieron de hambre, los impuestos del rey han arruinado  a toda Francia. Sólo había una manera de vivir aquí, de devolverle la prosperidad al Chateau Noire y debí aprender a guardar silencio, a participar de este sórdido negocio pero al menos ya no debo estar a la deriva en los mares tomando galeones por asalto. Ahora sólo escondo la mercancía, la vendo en la ciudad y me llevo una gran parte del botín.

Angelet abrió la boca horrorizada, ahora lo sabía, ese cargamento traído del océano, el botín de los piratas.

—Este es un castillo pirata y así ha sido durante mucho tiempo. Pero al menos podemos vivir bien y pagar nuestros impuestos al rey.

—Pensé que habíais dejado esa vida, que nunca más seríais pirata y ahora… No me agrada esto Louis, ¿creeis que nunca os prenderán?

—Comprendo que es difícil para vos ángel, no os culpo.

—¿Por eso me encerrabais, no quería que viera nada de lo que ocurría aquí?

Él vaciló.

—No sólo por eso, a veces hay indeseables merodeando el chateau. Algunas noches esos demonios vienen aquí en busca de su parte del botín y no me agrada que lo hagan, ni que estén cerca siquiera.

—¿Y hasta cuándo haréis esto, Louis?

—Es todo lo que tengo ángel, no podría ser de otra manera, no podría mantener este mausoleo con las cosechas arruinadas, sin campesinos labrando la tierra.

—¿Y por qué no intentáis que funcione de nuevo? Imagino que ahora tendréis dinero para pagar  a los campesinos, para lograr que siembren la tierra y levanten sus casas.

—Las cosas han cambiado aquí preciosa, me temo que ya no es como antes. Esos salvajes aldeanos se han rebelado y ahora viven como bandidos escondidos por aquí y allá, no me fío de ellos. Prefiero conservar a los criados y sirvientes del chateau aunque no confíe demasiado en ninguno. Por ahora sólo he comprado animales y mejorado la granja, luego veré cómo soluciono los cultivos. Varios nobles han sido asaltados y humillados en Paris y los alrededores, algo muy extraño se está gestando en nuestra Francia y no me agrada. No es el reino que conocí, donde me crié, mi madre me lo advirtió hace mucho tiempo pero no sabía de qué hablaba, ahora creo que hay una guerra en ciernes y este rey es demasiado débil para hacerle frente. Si eso pasa deberemos regresar al mar.

—Oh Louis, no, eso no. Deja esta vida de pirata, deja todo esto por favor, huyamos a otro país para empezar de nuevo. Puedo pedirle ayuda a mi hermano, pedirle que…

—¿Vuestro hermano? Lo único que tendréis será mi cabeza en bandeja de plata querida, me quiere muerto y al ser pirata no dudéis que ese será mi fin en tu país. No… no podemos hacer lo que dices, no es más que una quimera. Este es mi país, amo a Francia y no me iré de nuevo. A menos que haya una guerra, no lo haré.

—¿Y os arriesgaréis a que os cuelguen por esconder la mercancía de esos bandidos? ¿Creéis que no descubrirán lo que hacéis?

—No, no lo harán. Tienen su parte asegurada del botín querida, todos reciben su parte y eso es muy ventajoso para todos. No harán nada, son peones del juego y les sirve estar allí, hacer lo que hacen.

—¿Entonces todos los tesoros robados están escondidos aquí Louis, en este castillo?—Angelet tembló al comprender la verdad. Siempre había sido un pirata, sólo que no comandaba una embarcación pirata, era un intermediario, un comerciante respetable en apariencia pero en realidad era un pirata de tierra.

—Tranquilízate por favor, no pienses esas cosas, os hacen daño. Nada debéis temer, estáis a salvo aquí y si os sirve de algo os diré que hace mucho tiempo que este castillo sirve de lugar para guardar tesoros, mi madre, mi abuelo lo hicieron y jamás ninguno fue condenado por ello, al contrario, este lugar gozó de mucho prestigio y prosperidad. Hasta que esos tontos campesinos se rebelaron, imbéciles, en otros tiempos habrían sido colgados de cabeza por su osadía pero ahora campean a sus anchas. Sólo os diré que si alguno de esos truhanes viene aquí lo cortaré en pedazos.

Por  más que quiso consolarla Angelet se sintió inquieta, aturdida, asustada. No le agradaba ese asunto y casi habría preferido no saberlo, pero ya era tarde. Acababa de descubrir la cruda verdad. Su marido era un pirata, seguía haciendo negocios con ello y pensaba que jamás lo atraparían. Había sido tan ingenua, debió imaginarlo ¿pero cómo habría podido imaginar algo como eso?

—No temas preciosa, ven aquí, escucha, no me agrada este negocio sé que tiene sus peligros y riesgos, pero todos los negocios los tienen. Sin embargo quiero que os sintáis segura de que nada malo pasará…

Pero ella no se sintió tan optimista. ¿Cómo podía estarlo sabiendo que su marido era un bandido que ayudaba a los piratas a vender sus mercancías robadas en el mar? ¿Y cómo diablos pudo subsistir ese negocio sórdido durante tantos años en ese Chateau? ¿Nobles y piratas? Era una completa contradicción.

Y no se sintió segura ni a salvo. Todo ese asunto le daba muy mala espina. ¿Funcionarios del rey sobornados con parte del botín? ¿Y si alguien honesto descubría que ese castillo estaba lleno de tesoros robados? Alguno de los sirvientes podía traicionarle. ¿Acaso no lo comprendía, no temía esa posibilidad?

Al parecer Louis no le temía a nada y no podía culparlo, su padre era un pirata que fue amante de su madre y esta tenía algunos crímenes en su haber.

Louis no era un hombre común, tal vez tuviera sangre de pirata como su padre y su abuelo.

Porque eso era Louis, un pirata y debía aceptarlo.

Y cuando momentos después se encerraron en su habitación para hacer el amor tembló. Ahora entendía las cicatrices en los brazos, en su pecho, los latigazos en su espalda. Y sin embargo caía rendida cuando la tomaba entre sus brazos y llenaba su cuerpo de besos. Ya no podía luchar contra el deseo que la poseía cada vez que la tocaba.

Y ese día, sin reservas, cayó desnuda en la cama, rendida, incapaz de impedir que su boca hambrienta se deslizara por el surco de su vientre y abriera los delicados pliegues de su sexo para besarlos una y otra vez.

Cerró los ojos avergonzada al sentir sus caricias húmedas y desesperadas ahora que al fin tenía lo que tanto había deseado. Quiso correr, alejarse pero él sujetó sus caderas y hundió su boca gimiendo de placer y sólo la dejó en paz cuando hubo saciado su hambre de ella, y la dejó temblando de excitación y deseo. Temblando y deseando que entrara en su cuerpo y la poseyera una y otra vez. Era un deseo tan fuerte que no podía controlarse.

—Sois tan dulce, sois tan dulce que podría devoraros toda la noche—le susurró él mientras besaba sus pechos y su cuello y demoraba el momento de la cópula, desesperándola.

—Por favor, por favor…—murmuró y se sonrojó al sentir su mirada.

—¿Por qué suplicáis, preciosa?—le preguntó Louis con una sonrisa algo perversa.

Angelet temblaba de deseo y pensó que enloquecería si no lo tenía en su vientre y lentamente lo abrazó y empujó hacia ella.

—Poséeme—murmuró despacio—Por favor…

—Todavía no, es muy pronto—le respondió él y miró con malicia su vientre y en un arrebato lo tomó y volvió a besarlo, a deleitarse gimiendo al sentir cómo respondía a sus caricias. Eso le daba mucho placer y Angelet pensó que se desmayaría. No, no podía resistirlo más…

Y entonces vio su inmensidad rosada lista para poseerla, húmeda y tembló. Tembló sintiendo algo que no podía controlar.

Él comenzó a acariciar su miembro para que estuviera más firme y ella se acercó y lo tocó despacio. Sabía cuánto le gustaban sus caricias tímidas y de pronto se hincó en la cama y la invitó a acercarse un poco más. Sabía lo que quería pero al comienzo se sintió incapaz de  hacerlo.

—Sólo un beso, preciosa, sé que lo deseáis—murmuró.

Nada estaba prohibido en la intimidad de su alcoba, se lo había dicho desde el comienzo y se acercó con timidez, sin saber qué debía hacer. Sólo un beso se dijo y sus labios rozaron la punta de su miembro tan duro y de piel tan suave. Pero sabía que sería más que un beso y guiada por una lascivia incontenible abrió sus labios y lo engulló muy lentamente meciéndolo con su lengua sintiendo que había perdido el control, que en esos momentos era una gata en celo desesperada por dar y recibir placer, por complacer a su marido y hacerle temblar…

Y lo logró, guiada por él comenzó el suave vaivén de su boca hasta que él la detuvo y la tendió en la cama para poseerla con su inmensidad, para llenarla con ese maravillo miembro erecto tan suave y mientras atrapaba su boca en un beso ardiente y salvaje su vientre era asediado hasta los límites, hasta que gimió desesperada de sentirle  por completo, hundido hasta el fondo mientras comenzaba a rozarla sin piedad buscando su placer.

—Oh, Louis, voy a volverme loca—murmuró al tiempo que su cuerpo estallaba de placer, convulsionando hasta la última fibra de su ser, ahogando un gemido mientras él la llenaba con su simiente. Pensó que se desmayaría, jamás había experimentado un éxtasis como ese, había volado, había viajado al paraíso en un instante y ahora en sus brazos sintió que las fuerzas la abandonaban. No podía moverse ni hacer nada más que suspirar mientras se besaban y rodaban por la cama.

Louis sonrió mientras la besaba.

—Siempre os soñé así, dulce y ardiente preciosa—dijo y acarició sus mejillas arreboladas—Desde que os vi en la mansión. Hermosa y orgullosa, una virgen ardiente deseando ser despertada a la pasión… yo os desperté y ahora sois mía. Soy vuestro dueño, ángel, sois mía y os cuidaré y amaré hasta el fin, jamás permitiré que nada malo os pase… mataría a quién osara acercarse a vos—dijo y volvió a besarla, a poseerla con su virilidad lista para un nuevo combate. Solía decirle que ella lo enloquecía y excitaba con sólo mirarla y era verdad, allí estaba atrapando su sexo, llenándola con su virilidad dura como roca otra vez.

Sin embargo en medio del éxtasis cuando su cuerpo estalló en un orgasmo múltiple, más fuerte que el anterior le dijo que lo amaba, y sus palabras fueron un grito lleno de pasión y también angustia. Angustia porque acababa de descubrir su secreto, el de su corazón y también el que escondía ese castillo y no se sintió segura ni a salvo.

—Os amo Louis—volvió a decirle—Os amo más que a nadie en este mundo, más que mi vida…

Él tembló al oír sus palabras y una emoción intensa lo embargó entonces, lo vio en sus ojos.

—Ángel, mi amor, por favor, dilo de nuevo—le rogó.

Ella sonrió y se volvió a emocionar mientras lo decía.

—Te amo Louis, te amo más que a mi vida. Y sentirlo llena mi corazón de amor y también miedo. Temo que algo malo pase, sé que tú siempre cuidarás de mí pero sabiendo lo que sé ahora, tiemblo al pensar en el futuro.

Él atrapó su boca y rodaron por la cama, abrazados y entrelazados.

—Calma, preciosa, todo estará bien, lo prometo. Jamás permitiré que nada malo pase esperé tanto este momento, esperé tanto por hacerte mía. ¿Creéis que sería tan loco de perderte? ¿Tan loco o tan estúpido?

No, ella no lo creía, sin embargo sabía que ese castillo lleno de secretos y tesoros era un peligro en sí mismo. Que alguien más sabría de sus actividades y podía intentar robar o algo peor: denunciarle ante el rey. Era muy extraño que los oficiales reales no estuvieran enterados y de todas formas era peligroso. Corrían tiempos difíciles y los piratas eran colgados todos los días en su país y seguramente también en Francia. El peligro acechaba, podía sentirlo pero no quiso pensar en ello, la asustaba demasiado, quería quedarse dormida entre sus brazos y no pensar en nada más.