Asedio
Todo estaba listo para la boda, la mudanza se había hecho días antes, de manera que todas sus ropas, mobiliario y pertenencias estaban en Rosehold Cottage y sólo faltaba que llegara la novia para instalarse de forma definitiva.
Thomas sin embargo no había entregado más que una parte de la dote, el resto sería entregado en cuotas, al año, luego a los cinco.
Ese acuerdo había enfurecido a lady Willmont y por ello se hizo la mudanza antes de la boda, pues los muebles que llegaron ese día la complacieron bastante. No eran tan valiosos, algunos habían sido restaurados poco antes por un carpintero, se lo dijo Meg y Angelet comprendió que su hermano “no daba puntada sin nudo”.
Tal vez la dote que acordó había sido excesiva para Thomas, él tenía la complicada tarea de administrar y llevar adelante ese señorío y ella sabía que no había sido una tarea fácil. Madame serpiente había gastado a manos llenas y le llevó tiempo recuperarse. Además sabía que cualquier inclemencia podía matar ovejas, arruinar la cosecha y él debía tener sus ahorros, siempre lo decía. Y lo estaba haciendo bastante bien pues Derby house volvía a ser un próspero señorío como antaño.
Angelet se miró en el espejo y tembló. El vestido de novia había quedado hermoso, la modista Elsie había hecho un buen trabajo y su doncella Meg había estado horas cepillando su cabello, rizándolo y peinándolo hacia arriba en un moño con una diadema de perlas y una toca de tul que la cubría casi por entero.
Los ojos de Meg brillaron de emoción.
—Oh señorita Dornell, se ve tan hermosa que su prometido morirá de amor hoy—dijo.
—Por favor Meg, qué cosas dices—respondió la novia incómoda y asustada.
—Bueno, ya es tiempo, debemos irnos señorita, su hermano la espera en la sala para llevarla a Rosehold Cottage.
Angelet no se movió y de pronto sus ojos color miel se llenaron de lágrimas.
—Señorita Dornell, no llore ahora, todos lo notarán.
—Es que tú no lo entiendes, no quiero casarme Meg. Esto no es lo que soñaba, es una boda concertada, no es lo que debería ser. Estaré atada el resto de mi vida a un hombre que no quiero.
En vano Meg quiso consolarla, la jovencita tuvo un ataque de rebeldía y se echó a correr por la habitación y abrió la puerta y escapó.
—Señorita Angelet, ¿qué hace? ¿A dónde va?—le gritó Meg.
Ella no la escuchó, estaba desesperada y nerviosa, no quería casarse, no quería yacer junto a ese joven, ni siquiera soportaba que la besara.
Avanzó por el corredor dejando perplejos a los sirvientes que se quedaron mirándola sin saber qué ocurría, sabía que era una locura escapar el día de su boda, pero no podía quedarse.
Pero entonces tropezó con su hermano, que la atrapó con gesto airado.
—Angelet, ven aquí, ¿qué estáis haciendo?—le gritó su hermano—¿Acaso habéis perdido el juicio? ¿Queréis escapar el día de tu boda?—no podía creerlo.
—Tú no lo entiendes, no te obligan a casarte con una joven que detestas.
—Es lo mejor para ti, deja de comportarte como una niña. ¿Qué vais a hacer, a dónde iréis?
—No lo sé, pero no quiero casarme hoy, no quiero hacerlo.
—Pues es algo tarde para arrepentimientos, di mi palabra y ya pagué parte de la dote. Esa boda va a celebrarse. Estarás a salvo Angelet, ¿es que no lo comprendes? Necesitas que él cuide de ti.
—¿Que cuide de mí?
—Por supuesto, para eso sirven los maridos, para cuidar de sus esposas y además tendrás una vida de reina. Rosehold será para ti. Cualquier mujer te envidiaría.
Tanto le habló que logró convencerla, Angelet se desahogó un poco más pero finalmente entró en razones y aceptó ir hasta el carruaje.
—Angelet, mírame—dijo su hermano como si leyera sus pensamientos.
Ella secó sus lágrimas y lo miró mientras caminaba con desgano.
—¿Qué quieres decirme? ¿Qué es por mi bien?—dijo la joven.
—Lo es y no puedo entender que estés tan histérica el día de tu boda por favor, tranquilízate. .
—Es que quiero quedarme en Derby, es mi hogar, es todo lo que tengo ahora y vivir en una casa nueva con una suegra envarada y malvada pues no me apetece. No quiero hacerlo.
—Angelet deja de berrear como si tuvieras diez años, eso no resuelve nada y no actúes como una consentida por favor, después de todo lo que ha pasado, ¿realmente crees que un matrimonio concertado es lo peor que puede pasarte?. Esto es lo que nuestro padre hubiera querido, él estaba preocupado por vuestro futuro y sé que lo complacerá saber que haréis un buen matrimonio.
—Espero que así sea, Thomas—murmuró ella nada convencida.
Su hermano fue en busca del carruaje y le dijo que esperara dentro de la casa pues corría una brisa fresca y Angelet notó que el cielo que había amanecido despejado se había cubierto de nubes en un momento y se detuvo en la puerta para contemplar ese paisajes de pradera y mar, tan grandioso que no volvería a ver en tiempo, pues a pesar de que su nuevo hogar era una imponente mansión campestre no era Derby house. Podía sentir a la distancia el murmullo del mar y de pronto deseó correr y esconderse para que no la encontraran, para no tener que casarse con Patrick Willmont. Era una locura hacerlo pero fue una necesidad tan imperiosa que no pudo reprimirla y mientras buscaba un lugar para esconderse escuchó que la llamaban a los gritos. ¡Diablos! Ni que leyeran sus pensamientos.
Y al saber que estaban buscándola, entró en la casa sin hacer ruido, sigilosa y luego corrió como si se tratara del juego del escondite.
—Señorita Angelet, venga aquí por favor. ¿Dónde está? Señorita Angelet.
Su doncella estaba cada vez más alterada y de pronto sintió pasos acercarse como si varios criados corrieran en su dirección.
Vio a una sirvienta buscarla desesperada.
—No está aquí… Busquen en los jardines, no pudo ir muy lejos. Debemos advertirle—dijo una.
Angelet se alejó pensando que si no la encontraban tal vez podía evitar la boda y corrió escaleras arriba sin detenerse hasta que escuchó gritos de terror en la planta baja y se asomó a la escalera a tientas para ver entrar bandidos portando mosquetes.
—Quedaos todas quietas ahora, no queremos heriros. Sólo buscamos a vuestra señora, la bella novia—dijo uno.
Tenía una cara tan horrible y siniestra que tembló.
Eso no podía estar pasando. ¡Piratas! Piratas en Derby house?
—Si me decis donde está no os haré daño, preciosa. Qué bellos ojos tienes—dijo con marcado acento extranjero.
Dolly, una de las criadas del servicio se puso a temblar.
—Yo no sé dónde está señor, creo que escapó—farfulló espantada retrocediendo y quiso escapar, quiso correr pero el pirata la atrapó mirándola con creciente lujuria.
Pobre Dolly, no podría escapar de ese malnacido, acababa de decirle que la llevaría como parte del botín y que le haría su cautiva. Pero ella no debió entender una palabra pues le habló en francés.
Pensó que todas eran historias de su doncella Meg, jamás creyó que los piratas pudieran llegar a la mansión en busca de mujeres pero allí estaban y eran muchos, demasiados y tenían un aspecto que aterrador. Angelet no tuvo tiempo de ver qué ocurría con su criada y se echó a correr desesperada buscando un lugar donde no pudieran encontrarla. Debía escoger una de las habitaciones secretas, ellos no sabían de su existencia y podría estar a salvo.
Avanzó a tientas por el corredor sumergiéndose en el ala sur donde estaban esas habitaciones tapiadas, cerradas durante años. Una de ellas era la habitación de sus hermanitos mellizos que murieron de fiebres cuando sólo tenían cinco años. Tembló al llegar a esa habitación porque tuvo la sensación de que vio una sombra moverse pero estaba tan desesperada de que la atraparan los piratas que casi no le importaron los fantasmas que pudiera haber en esa habitación, sólo corrió y buscó ese armario donde solía esconderse de niña, nadie conocía su escondite y estaría segura.
Excepto que no recordaba bien donde estaba y avanzó a tientas, con la escasa luz que entraba en la habitación, tropezando con sillas, camas y muebles dejados allí como en otras habitaciones olvidadas de la mansión. El olor a encierro y a humedad hicieron que estornudara y de pronto sintió que alguien la jalaba de la toca de tul que llevaba y ahogó un chillido. Miró a su alrededor pero no vio nada, hasta que comprendió que el encaje de la toca que se había atascado en un armario pequeño y pudo quitarlo.
Buscó a tientas su escondite secreto.
Y en medio de su desesperación escuchó su nombre.
—Señorita Angelet, ayúdeme por favor.
Tembló al reconocer la voz de Meg, su fiel doncella, su única amiga en esa casa. Diantres, no podía dejarla sola, debía ayudarla, porque en su afán de escapar ni siquiera había pensado en la pobre Meg y allí estaba, pidiéndole ayuda.
Se acercó con sigilo, sin decir palabra hasta llegar a la puerta y entonces pudo espiar por una rendija.
—Señorita Angelet, no me deje aquí, no quiero que me lleven, por favor—murmuró.
Estaba sola y todo yacía en silencio en esa parte de la casa, al menos los gritos de los piratas se oían muy distantes y esperaba que fuera así.
—Señorita, Dornell, por favor, déjeme entrar—insistió su doncella desesperada y cuando lo hizo hablaba de forma entrecortada.
Rayos, ¿cómo la había encontrado? ¿Acaso siguió sus pasos, la vio esconderse?
No tuvo tiempo de preguntarle, abrió la puerta y la dejó pasar. Meg estaba temblando.
—Los piratas están aquí, se han llevado a las criadas, a la pobre Dolly, a Maude, Anne y muchas más. Sus joyas señorita, la platería…—se quejó.
—No importan mis joyas ni las cucharas de plata—replicó Angelet—sólo quiero que se vayan y nos dejen en paz. ¿Entonces se han ido?
Meg no estaba muy segura de eso.
—¿Pero cómo ocurrió esto? Aparecieron de la nada cuando iba a ir a mi boda.
—Es que no lo sé señorita, todo es muy extraño, no sabría decirle cómo lograron entrar pero son muchos y uno de ellos os buscaba señorita, interrogó a las criadas, pero todas se negaron a decirle entonces las ataron a sus caballos y se las llevaron como si fueran sacos de lana. Gritaban, lloraban, Dolly se desmayó porque la llevó uno de los peores, el pirata más feo que vi en mi vida.
Angelet se horrorizó cuando supo que habían dado muerte a criados y también se habían robado los caballos del establo.
—Demonios ¿y ahora cómo podremos escapar de la mansión?—se quejó.
—Ni lo intente señorita, la atraparán—le respondió Meg—es mejor quedarse aquí escondida y esperar. Seguramente ya tienen lo que querían y no tardarán en replegarse y regresar a su barco pirata. Pero no deben encontrarla, le harán cosas horribles. Y usted que lloraba porque no quería casarse con el caballero de Rosehold Cottage.
—Oh, cállate Meg, debemos escondernos ahora.
—Lo siento señorita… Pero creo que este lugar no es seguro, deberíamos buscar las otras habitaciones, las del último piso. No llegarán allí si usamos el pasadizo secreto, ¿lo recuerda? Cuando era niña jugaba al escondite con su hermano.
Angelet frunció el ceño confundida.
—Jugábamos aquí, Meg. No hay más habitaciones que esta y más arriba sólo hay habitaciones cerradas llenas de ratones. Me niego a entrar allí. Además deben estar todas con cerrojos, la señora Glenn tiene las llaves y no quiero ni saber dónde estará la pobre en estos momentos—replicó la joven y se acercó a la ventana que daba a los jardines, al ala sur.
Lo extraño fue descubrir que estos se veían desiertos, no había ni un alma, nada, todo parecía sumido en un extraño silencio y de pronto los vio cabalgando hacia la costa.
—Se han ido Meg, mirad—murmuró.
Su doncella se acercó y observó los jardines de la mansión con expresión de miedo y reserva.
—Es muy raro, señorita. Muy extraño que no estén. Había muchos aquí, piratas, bandidos robándose los tesoros de la mansión.
—Pero tal vez se llevaron todo y ahora regresarán a su barco.
—Dios la oiga señorita, pero regrese aquí, debe esconderse ahora. No me fío de esa calma y por nada del mundo intente escapar por favor, quédese escondida aquí. Venga.
No tuvo tiempo de terminar su frase cuando se oyeron pasos cercanos a la habitación. Ambas se miraron aterradas y Angelet murmuró “están aquí, nos encontraron” mientras corrían hacia la puerta secreta.
—Oh señorita, lo lamento, alguien debió seguirme. No vi a nadie, estuve horas escondidas para que no me encontraran, no me explico qué ocurrió.
—Corred tonta o nos pillarán—dijo Angelet furiosa.
Las voces y gritos se oyeron mucho más cerca. La buscaban. No dejaban de llamarla: señorita Dornell, señorita Angelet. La buscaban y no tardarían en encontrarla esos piratas desalmados, tal vez quisieran saber dónde encontrar más tesoros en la mansión o algo peor. Y escondida donde estaba los vio entrar en la habitación y comenzar a buscar, a hurgar en busca de objetos de valor y no tuvieron empacho en hacer a un lado las cunas de sus hermanitos. Malditos bastardos, habría deseado darles su merecido pero estaba demasiado asustada para moverse. Pero los vio con nitidez por las velas y candelabros que portaban, uno de ellos hablaba en francés y maldecía a los otros. Envueltas en la penumbra de la habitación contigua no podían verlas pero ellas sí podían. Inmóviles como estatuas presenciaron la escena a la distancia.
—Debéis encontrar a la señorita Dornell, seguid buscando en las otras habitaciones. Dudo que esté aquí—expresó.
Conocía esa voz. Conocía su bello semblante pero el cambio obrado en él era muy extraño. Su mirada se veía maligna y sus rasgos parecían haberse endurecido en poco tiempo. No era el mismo joven arrogante que había conocido y cuando lo vio a la luz de las velas con la casaca de terciopelo, los pantalones y botas y la camisa blanca manchada de sangre, no tuvo dudas: era un pirata. Su hermano no se había equivocado. Louis Dubreil, el soberbio francés que se jactaba de sus orígenes nobles en Anguleme ahora era un pirata y pudo ver en sus modales rudos que ya no era un caballero. Casi había atravesado con su espada a uno de los suyos en una discusión repentina y violenta.
—Si descubro que le habéis hecho daño os cortaré en pedazos—le advirtió a un sujeto que llevaba un parche en el ojo que se rió a carcajadas ante la acusación. Sin embargo Louis lo amenazó con su espada apuntándole al pecho.
El pirata elevó las manos al cielo.
—Vamos, yo no tengo a la señorita, ¿qué dice señor Dubreil? ¿Cree que querría robársela?
Angelet miró a su doncella con cara de espanto.
—Es él, es Louis, Meg. No puedo creerlo—murmuró.
Su doncella asintió con expresión grave.
—No se mueva, quédese escondida. Si hace ruido la descubrirán. No sé lo que dicen pero están muy cerca, señorita.
—Debo intentarlo Meg, no quiero que Louis me atrape.
—Entonces espere aquí, señorita, no se mueva. Está muy ocupado peleando con sus amigos piratas y se irán pronto. Aguarde aquí.
Angelet estaba temblando pero aceptó quedarse quieta, Meg tenía razón, si intentaba escapar ahora la encontrarían y ella no deseaba que eso ocurriera. Estaba muy asustada, ese no era el joven que había conocido además no quería que la convirtiera en su cautiva, que la hiciera su amante sin estar casados para luego dejarla en Derby house con el fruto de su deshonra en su vientre como le ocurría a las mujeres raptadas por piratas.
Debía buscar la forma de escapar de su destino, debía hacerlo y se quedaría escondida en esa habitación hasta que todo pasara.
Entonces oyó maldecir a Louis, ya no peleaba con su amigo pirata sino que caminaba por la habitación hablando en voz alta.
—Id y buscad en cada rincón de esta maldita mansión, no pudo ir muy lejos—bramó—Encontradla de inmediato o juro que os pesará.
Se habían alejado, era el momento de retroceder y cerrar la puerta. Si se escondían allí tal vez podrían lograrlo pero…
Algo salió mal, alguien escuchó el sonido del cerrojo y dio la voz de alarma. Angelet pensó que no podía tener tan mala suerte. Contuvo la respiración al oír los pasos acercarse lentamente.
—¿Qué es esto?—preguntó Louis al ver la puerta.
—Es una puerta que debe comunicar con otra habitación señor Dubreil—respondió otra voz.
—¿Una puerta secreta? Qué extraño, ¿a dónde conducirá?—preguntó Louis con voz más calma.
Ella contuvo la respiración al oír esas palabras pues si abría la puerta estaría perdida, la atraparía.
Meg le hizo un gesto de que no se moviera ni hablara pero fue demasiado tarde pues la puerta comenzó a recibir golpes despiadados de Louis. ¿Cómo supo que estaba allí? ¿Era el diablo que lo veía todo? ¿O fue simple coincidencia?
Angelet no pudo evitar gritar cuando le vio entrar por la puerta. Sus ojos tenían un brillo salvaje y no parecía el mismo joven tunante que la había cortejado hacía tiempo, el cambio era tan profundo que casi parecía un extraño, un pirata, un demonio de los mares ansioso de robar, matar y llevarse el botín a bordo. Ahora podía verlo con claridad y la asustaba.
Angelet corrió hasta el último rincón de la habitación pidiendo ayuda pero nadie acudió a su rescate.
—Deje en paz a la señorita Dornell—intervino Meg—lo ahorcarán si osa hacerle daño Louis Dubreil.
Pobre Meg, en medio de su terror quiso defenderla, hacer que ese pirata recapacitara y comprendiera que pagaría por todos sus desmanes pero Louis se rió.
—Apártate, tonta criada inglesa, me llevaré a mi prometida este día y nada lo impedirá—le respondió mirándola con desdén.
—Pues no tan rápido francés, os aseguro que tendréis que lidiar con los Willmont, ellos vendrán hoy para la boda y no permitirán que os robéis a la novia del joven Patrick.
Louis se detuvo y la miró con intensidad.
—¿Hoy es el día de tu boda, ángel? —quiso saber.
Angelet estaba temblando y gritó cuando Louis ordenó a uno de sus secuaces que se llevara a Meg para quitarla del medio, y quedaron frente a frente.
—No tengas miedo ángel, tranquila, no voy a hacerte daño. Lo prometo.
Pero ella no le creyó una palabra y corrió, corrió con todas sus fuerzas sabiendo que era inútil, que él la atraparía como ocurrió poco después cuando abandonaba las habitaciones embrujadas. Sintió cómo la jalaba y sujetaba entre sus brazos hasta inmovilizarla por completo, robándole un beso salvaje que la dejó sin aliento.
—¿Y pensasteis que os dejaría que ese tonto os tomara como esposa?—dijo agitado—Aquí estoy hermosa, he cumplido mi promesa. He venido a buscar lo que es mío por derecho y es lo que vuestro padre hubiera querido.
—Mi padre jamás habría querido que me desposarais—se quejó ella temblando.
—¿Eso pensáis? Sin embargo firmó su última voluntad poco antes de morir, un testamento en el que me nombra su heredero y vuestro esposo. Podría tomar todo esto si quisiera, la casa, las tierras pero no me interesa Derby house, nunca me interesó, lo único que quise siempre fue a ti ángel. Tú me perteneces y vendrás conmigo a mi país. Ahora despídete de tu hogar, nunca más volveréis a verlo.
Ella quiso resistirse pero sabía que era inútil, su hermano brillaba por su ausencia, no sabía dónde estaba y ningún criado habría podido con esa horda de salvajes. Y al llegar al piso de abajo todo era caos, sangre y gritos, esos malditos seguían llevándose mujeres como parte del botín robado.
La última visión que tuvo de Derby house le arrancó lágrimas pues supo que nunca regresaría, él lo había planeado todo, durante todo ese tiempo no sólo se había convertido en un pirata desalmado sino que había regresado el día de su boda para reclamarla.
Fue inútil intentar correr, la tenía fuertemente sujeta de los brazos y si su mirada fiera no era suficiente, su compañía demoníaca alcanzaba para intimidarla.
—No intentes nada ángel, no lo hagas—le susurró al oído—mis amigos os encontrarán y no querréis que eso pase. Vendréis conmigo ahora.
Angelet obedeció, ¿qué otra cosa podía hacer?
Subió a su caballo y tiritó, estaba aterrada, no quería irse con Louis, era un pirata, un villano de los mares. ¿A dónde la llevaría? ¿A vivir en un barco, en medio del mar tempestuoso y traicionero?
Miró desesperada a su alrededor preguntándose dónde estaba su hermano, por qué todo parecía envuelto en una extraña calma. Él debió estar allí, defenderla de ese francés…
Casi no se animaba a mirar a su raptor de lo asustada que estaba, pero aún no había pasado lo peor, pues no tardaron en llegar al muelle por un atajo y mucho antes de lo que esperaba vio el inmenso barco pirata, un galeón con velas negras. Lo vio pensando que no era real porque era demasiado terrorífico que lo fuera. Estuvo un instante contemplando esa inmensa y soberbia construcción de madera que impresionaba, hasta que su mirada se cruzó con la de Louis, sus ojos azules brillaban con intensidad como si ser pirata de ese barco fuera un orgullo para él.
Pero sus palabras desmintieron por completo ese hecho.
—Es el día de vuestra boda y os veis tan hermosa ángel, ¿y quién os iba a decir que llegaría un pirata para arruinar una unión tan ventajosa, no es así?
Angelet sintió rabia y se mordió el diablo para no replicar porque en el fondo estaba asustada y su estado de ánimo oscilaba entre gritarle que la dejara ir o intentar sobornarle con sus joyas, con todo lo que fuera su dote para que la dejara regresar sana y salva a su casa.
—Louis por favor, estáis cometiendo un delito. Raptar a la prometida de sir Willmont os traerá problemas, os buscarán en los mares, no descansarán hasta encontraros—dijo haciendo a un lado su orgullo.
Él demoró en responderle mientras sus hombres trepaban por las escaleras de soga y subían al barco. Algo le dijo que era en vano, que estaba determinado a llevársela.
—Lamento arruinar vuestra boda pero no podéis casaros con ese imberbe, vuestro padre dejó escrito cuál era su última voluntad con respecto a quién sería tu futuro esposo y mi nombre está en ese documento.
—Ese testamento no es válido y lo sabéis muy bien, Louis.
—¿De veras?
—No es válido, mi padre estaba muriéndose además mi hermano lo destruyó, ni siquiera existe.
—No importa eso, tengo una copia sellada. Además, mis abogados dicen que podría abrir un litigio y apoderarme de la mansión y tal vez lo haga. Pero por el momento sólo me interesa apoderarme de ti, ángel.
Angelet retrocedió espantada cuando quiso llevársela al barco, nunca había viajado en uno y no quería ni imaginar cómo sería y gritó, gritó con todas sus fuerzas para que pudieran oírla con la esperanza de que su hermano estuviera cerca. Pero se equivocaba.
Pero no pudo escapar, en ese rincón del muelle no había un alma y de haberla habido nadie la habría defendido. Estaba sola y nada impediría que Louis se la llevara.
Y cuando entró en el camarote y vio que cerraba la puerta tembló. Había caído al suelo y no hacía más que llorar y alejarse de él como si fuera un demonio, sabía lo que tramaba, lo que iba a hacerle y ahora nadie podría impedírselo.
—Deja de mirarme así, bella inglesa, tranquilízate. No soporto a las damas melindrosas que se desmayan cuando alguien contraría sus deseos—le advirtió.
Ella lo observó aturdida y secó sus lágrimas esforzándose por dominar el terror que sentía, lo intentó, quiso protestar, exigirle que la dejara en paz pero no tuvo fuerzas, estaba agotada y ese maldito barco se movía de un sitio a otro y se aferró a su rincón porque empezaba a marearse. Todo le daba vueltas y cerró los ojos deseando que todo fuera una pesadilla, deseó despertar y estar en Rosehold Cottage, casándose con Patrick porque a pesar de todo lo prefería a ser la cautiva de ese tunante que se la había llevado a la fuerza como un bandido.
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No esperaba que el viaje fuera tan corto, ni que el galeón siguiera rumbo a mar abierto y ellos se quedaran en el muelle, esperando el carruaje que los llevaría a su nuevo hogar.
Pero al parecer ellos tenían negocios y Angelet sospechó que Louis los había contratado para que la raptaran y llevaran luego hasta Francia. Esos malnacidos se quedarían con los tesoros de Derby house, muebles, platería, vestidos, joyas… todo sería para ellos pero al menos había podido salvar a sus dos doncellas: Dolly y Meg de los piratas y ahora vivían con ella en su nuevo hogar. No sabía a dónde la llevaba pero esperaba estar a salvo de esos indeseables.
Meg aún temblaba cuando subieron al carruaje y Dolly no dijo palabra en todo el viaje.
Louis miró a las criadas con desdén.
—Serviréis a mi prometida pero vuestra lealtad será conmigo, ¿habéis comprendido? Y si me entero que me traicionáis o intentáis fugaros y ayudar a la señorita Dornell a escapar juro que regresaréis con mis amigos piratas.
Las criadas temblaron al oír eso.
—No haremos nada que lo disguste señor—se apuró a responder Meg.
Dolly seguía conmocionada y no podía hablar pero Meg habló por ella.
—Está muy asustada señor, no puede hablar pero os prometo que le serviremos con lealtad. Y queremos agradecerle por salvarnos—su voz se quebró, estaba tan asustada como Dolly pero luchaba por dominarse.
Louis hizo un gesto de indiferencia y sus ojos buscaron a Angelet.
La joven esquivó su mirada, el carruaje avanzaba a toda prisa por el campo y no sabía a dónde iban ni como haría para escapar. Había tenido que dominarse para no echarse a correr cuando llegaron a tierra firme pero entonces la amenaza de los piratas era todavía latente. Y ahora el miedo y la ansiedad la consumían y era incapaz de pensar con claridad. Habría deseado mostrarse altanera y desafiante, obligarle a que la devolviera a su mansión de inmediato pero no fue capaz de articular palabra. El miedo la debilitaba, la consumía y de pronto se preguntó por qué había soñado con sus besos en el pasado, por qué había esperado y deseado ese momento si ahora no era capaz ni de sostener su mirada.
Aguardó acurrucada en un rincón hasta que se detuvieron en una inmensa propiedad, una mansión inmensa y oscura rodeada de espeso follaje. Lo vio desde la ventanilla de la diligencia.
—Este será vuestro nuevo hogar, preciosa. Ven, deja de llorar, no voy a comerte—se quejó y extendió su mano para ayudarla a descender del carruaje.
Ella sostuvo su falda con una mano y con la otra logró apoyarse.
Miró la casa con curiosidad.
Parecía una casa encantada y antigua, pero pronto comprendió que no era una villa francesa sino un Chateau, un edificio similar a los castillos de su país pero con una forma distinta, sin torres almenadas.
Louis parecía muy orgulloso de su propiedad.
—Chateau Saint Michelle. Perteneció a mi padre pero cuando vine estaba en ruinas, tuve que restaurarlo—dijo.
Angelet pensó que el lugar le daba escalofríos, era oscuro, muy antiguo y sus piernas parecían negarse a avanzar mientras las criadas se alejaban rumbo a los departamentos de servicio. ¿Viviría el padre de Louis allí?
Los criados de la mansión salieron para ayudarlos con el equipaje y darles la bienvenida, eran delgados y de aspecto sombrío. Una de las mucamas la miró con curiosidad mientras el ama de llaves hacía un pequeño discurso de bienvenida en francés.
Angelet apenas le prestó atención, estaba exhausta, triste y hambrienta, sólo quería comer algo, asearse y descansar y siguió a Louis por el interior del edificio.
Llamó su atención la magnificencia del mobiliario, los coloridos tapices y retratos que encontró en la sala principal. Pero estaba demasiado exhausta y nerviosa por la aventura y no hizo preguntas y aun aturdida, entró en los aposentos y sólo vio la inmensa cama de roble oscura, cubierta con cortinados y un cobertor mullido y suspiró. Necesitaba descansar, dormir. Estaba hambrienta y sin fuerzas y cuando pudo cambiarse el vestido ajado, sumergirse en una bañera llena de agua caliente y perfume, sintió que era el paraíso.
Una criada la ayudó con el aseo. Entonces pensó en Meg, pues la criada se le parecía un poco, era extraño. ¿Dónde estaba Meg? Había estado tan asustada que olvidó preguntar. ¿Acaso esos piratas la habían llevado de cautiva?
Sus ojos se llenaron de lágrimas al mirar a su alrededor. No quería estar allí, no quería ser su cautiva, eso nunca debió pasar. ¿Por qué lo había hecho? Se preguntó la joven y una palabra vino a su mente: venganza. Venganza por haber tenido que abandonar la mansión, por la muerte repentina de su madre y por muchas otras cosas que ella ignoraba.
Ese día no tuvo fuerzas para nada más y apenas apoyó su cabeza en la almohada de plumas se quedó profundamente dormida. Estaba realmente exhausta luego de la aventura.