Capítulo 7
Creo que estás muy alterado por las noticias y que… necesitas unos días para pensar —logró decir Susie en tono sofocado a la vez que volvía la mirada hacia la puerta con intención de salir corriendo de allí.
—No vas a irte a ningún sitio, así que deja de mirar la puerta como si detrás estuviera la tierra prometida. No necesito ningún día para pensar. Ya he llegado a la única conclusión posible.
—¿Casarte conmigo? ¿Esa es la única solución posible?
—¿Y qué otra solución hay?
El hombre sexy y guasón del que se había enamorado Susie había desaparecido. En su lugar se encontraba aquel desconocido de mirada gélida cuya voz podría haber congelado el infierno.
—Pienso asumir toda la responsabilidad del lío en que nos hemos metido. Es la primera vez que tengo un fallo a la hora de tomar precauciones.
—¡Deberías escucharte a ti mismo!
—¿De qué estás hablando?
—«El lío en que nos hemos metido»… «una explosión en tu vida»… —Susie sintió el escozor de las lágrimas en los ojos— . ¿Cómo puedes ser tan… insensible?
—No estoy siendo insensible —protestó Sergio.
—Hace unas horas me estabas arrastrando aquí para hacerme el amor…
—No te he escuchado protestar…
—¡Yo no he dicho eso! —Susie sostuvo la mirada de Sergio con gesto retador— . Además, no quiero que empecemos a discutir —dijo con un suspiro de cansancio— . Pero no voy a casarme contigo. Además, no entiendo por qué quieres casarte conmigo. Tras la dramática experiencia de ver casarse a tu padre con la mujer equivocada, ¿por qué ibas a querer casarte tú también con la mujer equivocada?
—Las circunstancias son muy distintas. Para empezar, no te saco más de treinta años, y tú no urdiste ningún plan para acercarte a mí y sacarme el dinero.
—¡No fue eso lo que pensaste cuando nos conocimos! Y solo has venido aquí hoy para asegurarte de que no habías cometido un error conmigo. No tiene sentido correr riesgos innecesarios.
—La situación no va a mejorar porque nos dediquemos a recordar el pasado. Lo que pasó, pasó, y punto.
—Eso no va a cambiar el hecho de que no piense casarme contigo. No vivimos en el siglo XIX, Sergio. ¿Qué sentido tendría sacrificar nuestras vidas por un error? La gente comete errores todo el tiempo, pero eso no implica que tengan que pagar por ello el resto de sus vidas.
Sergio se estaba tomando cada palabra de Susie como una afrenta personal.
Jamás se le había pasado por la cabeza casarse. Sin embargo sabía con certeza que cualquiera de las mujeres con las que había salido en el pasado habría aceptado con auténtico entusiasmo su oferta de matrimonio.
Y Susie no solo la había rechazado, sino que lo había hecho sin el más mínimo indicio de remordimiento… además de haberle dejado claro que no lo consideraba a la altura de lo que buscaba en un hombre.
—¿Y cómo piensas enfrentarte a esta situación? —preguntó con frialdad— . ¿Piensas seguir viviendo en tu diminuto apartamento, en el que la calefacción funciona cuando le da la gana? ¿O correrás a refugiarte de vuelta bajo el techo de mamá y papá? Porque está claro que con tu trabajo no ganarías dinero suficiente para pagarte una casa mejor.
—No había pensado tan a la larga —dijo Susie débilmente— . Ya sé que no voy a poder seguir donde estoy…
—De manera que la única opción que te queda es la de mamá y papá, ¿no?
—¡Yo no he dicho eso!
—Entonces, ¿qué es lo que estás diciendo exactamente?
—Como ya sabes, mis padres tienen un apartamento en Londres… —a Susie le avergonzaba el mero hecho de pensar en aceptar lo que sería su inevitable oferta. Y no solo sería una oferta. Insistirían.
—Por encima de mi cadáver.
—Podríamos pensar en algo —murmuró Susie con la mirada gacha— . Acepto que en mi trabajo no gano suficiente, y que no es estable… Y no quiero tener que acudir a mis padres para pedirles ayuda financiera. Ya me agobia bastante pensar que prácticamente querrán imponérmela en el momento en que se enteren de que estoy embaraza.
—No lo harán si están al tanto de que yo me haré cargo de ti financieramente.
—¡No quiero que te ocupes financieramente de mí! —Susie cerró un momento los ojos y respiró profundamente— . Puede que mi situación no sea precisamente boyante, pero nunca he querido depender de nadie. ¿Cómo crees que vas a sentirte cuando te veas obligado a darme dinero?
—No te preocupes por lo que vaya a sentir. Soy muy capaz de manejar mis sentimientos. Y, quieras o no contar con ayuda, vas a necesitarla.
—No era así como había imaginado que sería mi vida —dijo Susie con suavidad— . Siempre pensé que encontraría a mi media naranja y que todo seguiría el orden adecuado. Amor… matrimonio… bebés… la felicidad y la satisfacción de envejecer juntos…
Sin embargo, había acabado embarazada por un hombre que solo la veía como una diversión pasajera en su vida, un tipo que se sentía obligado a hacer lo correcto y casarse con ella por el bien del bebé que no había pedido tener.
—¿Qué clase de vida tendríamos juntos? —continuó— . A fin de cuentas esto iba a acabarse antes o después, y ahora me estás proponiendo que lo alarguemos artificialmente. ¿No crees que acabarás arrepintiéndote? ¿Que acabarás sintiéndote preso? ¿Y quién quiere sentirse preso de sus buenas intenciones?
—No hay por qué ponerse dramáticos – Sergio quitó importancia a las palabras de Susie con un impaciente gesto de la mano —Dos de cada tres matrimonios acaban en el cubo de la basura, y normalmente son los que empezaron más enamorados, pensando que la felicidad duraría para siempre. Una unión basada en puntos de vista más comerciales y prácticos tiene más probabilidades de durar.
—Y esta sería una de esas uniones, ¿no?
—Ninguno de los dos estábamos preparados para esta situación, pero ahora que estamos en ella no tiene sentido pensar en lo que nos habría gustado que pasara. No hay motivo para que no podamos lograr que esto funcione. ¿Quieres lamentarte sobre cadenas y ataduras? No sé cuántos prisioneros encadenados siguen metiéndose en la cama para hacer el amor como si el día siguiente pudiera no llegar…
De forma totalmente inapropiada, Sergio sintió que se excitaba y endurecía. La forma en que Susie había bajado la mirada y se había humedecido los labios había despertado de inmediato su libido.
Susie no se atrevía a mirarlo a los ojos. Todo se estaba desarrollando a la velocidad de la luz, y no pudo evitar sentirse afectada por la absurda suposición de Sergio de que el sexo podía compensar por todas las demás carencias de la relación. Como el amor.
—¿Por qué volviste anoche al hotel conmigo? —continuó Sergio, implacable— . Sabías que estabas embarazada, pero no viniste precisamente a contármelo para que pudiéramos hablar de ello.
—Quería… no sé… —Susie quería huir de una respuesta que confirmara lo poderoso que era el efecto que ejercía Sergio sobre ella— . No debería haber venido. Debería haberme tomado un tiempo para pensar y haber abordado el tema contigo en un sitio más… neutral.
—¿Te refieres a un sitio sin una cama? ¿Por qué no lo admites, Susie? Has venido aquí porque querías acostarte conmigo, porque querías que te hiciera el amor, que te acariciara en todas las partes que te gusta que te acaricie. Resulta un poco absurdo hablar de sacrificios personales, cadenas y ataduras cuando estás deseando meterte en la cama conmigo, ¿no te parece?
Susie apretó con firmeza los muslos. Sergio hacía que todo pareciera muy sencillo. Un acuerdo comercial con el beneficio añadido de buen sexo.
Pero ella no quería ningún acuerdo comercial, y el buen sexo no duraba para siempre. Si se casaba con él, conseguiría al hombre al que amaba, pero el hombre de sus sueños solo podría ser un hombre que la correspondiera. Con Sergio se sentiría atrapada, y su amor le haría volverse desesperada, dependiente, la clase de mujer que él acabaría despreciando. Su vida se convertiría en una pesadilla…
—Debería irme… —dijo en tono desafiante.
—Deberías ser sincera contigo mismo —replicó Sergio— . La pasión que hay entre nosotros no ha disminuido por el hecho de que estés embarazada. Eso es un comienzo.
—¿Y cuando la pasión se acabe?
—Vamos a tener un hijo y no pienso ser un padre a medias. No voy a permitir que algún otro hombre entre en tu vida y se case contigo mientras yo me presento una vez a la semana en tu casa a jugar un rato con mi hijo.
—Las cosas no serían así —dijo Susie, incómoda. Cuando pensaba en la posibilidad de que algún otro hombre pudiera conquistarla, la mente se le quedaba en blanco.
—¿Y cómo vas a sentirte tú cuando haya otra mujer en mi vida, una mujer que me acompañe en esas visitas semanales, que conozca a nuestro hijo, que se interese por él, que me ayude a tomar decisiones…
Susie se puso lívida. Claro que Sergio encontraría otra mujer… No era un hombre propenso a pasar mucho tiempo célibe. Tardaría muy poco en volver a ser objeto de persecución… y ella no podría hacer nada al respecto.
Al imaginar el aspecto que tendría aquella mujer ficticia, todas sus viejas inseguridades afloraron junto con el sentimiento de inferioridad que se había pasado la vida intentando superar. Sería una rubia guapísima, alta, inteligente, totalmente dispuesta a intervenir en toda clase de decisiones que no eran asunto suyo.
Y ella, Susie, no podría hacer nada al respecto. Y tampoco podría competir con todo lo que Sergio pudiera ofrecer a su hijo gracias a su dinero.
—¿Y bien? —insistió Sergio, haciendo salir a Susie de su cruel ensueño— . ¿Qué te parece esa posibilidad?
—Podemos llegar a algún acuerdo desde el punto de vista financiero, Sergio. En cuanto al resto… me siento agotada. He sufrido esta conmoción justo antes de la boda y apenas puedo pensar con claridad…
Sergio se fijó por primera vez en las oscuras ojeras que adornaban los ojos de Susie. Se levantó y se acercó a ella.
—De acuerdo. Tienes razón. Podemos seguir con esta conversación mañana. Ahora lo que necesitas es relajarte…
—¿Relajarme? —repitió Susie con una mueca burlona— . Me temo que eso no lo voy a lograr en mucho tiempo.
—Ven a mi casa —sugirió Sergio con urgencia— . No puedes volver a instalarte en ese cuchitril.
—Resulta que ese cuchitril es mi casa.
—Eso solo lo dices por orgullo. ¿Pero has sentido alguna vez que eso es realmente tu casa, el lugar al que estás deseando volver cuando acaba el día?
—Esa no es la cuestión… —murmuró Susie a pesar de saber que la respuesta era un rotundo no.
—Te trasladaste a ese apartamento porque te negaste a aceptar la ayuda de tu familia, y eso puedo entenderlo, pero este no es un momento adecuado para permitir que el orgullo dicte tus actos. También tienes que pensar en el bebé.
—¿Y qué sugieres que haga? No voy a casarme contigo. El sexo solo no es suficiente. Al menos no para mí.
—Te buscaré algún sitio en el que vivir. Tengo varios apartamentos en Londres… pero probablemente estén demasiado cerca del centro para tu gusto – Sergio sabía que en aquellos momentos debía pensar creativamente; ¿no era aquella acaso su especialidad? Siempre había más de un modo de conseguir lo que uno quería. Inclinó la cabeza a un lado y miró pensativamente hacia lo lejos —Supongo que para ti supondría demasiado ajetreo vivir en el centro de Londres. De hecho, seguro que ya te parece bastante agitado el barrio, y eso que está lejos del caos del centro…
—A veces puede resultar un poco apabullante tanto bullicio —reconoció Susie a la vez que se relajaba un poco. No quería discutir con Sergio— . Tuve que ir a Londres a buscar trabajo…
—¿De lo contrario te habrías quedado en el campo? Supongo que haber crecido en Yorkshire hizo que te aclimataras a los espacios abiertos…
—¿Mis padres te han contado dónde vivíamos?
—Debió de surgir el tema en la conversación.
—Me parece que han surgido muchos temas en la conversación… —replicó Susie en tono más resignado que enfadado. Seguro que su familia había pensado que Sergio era un novio realmente apropiado, no como los anteriores. Pero no sabían que Sergio no sentía el más mínimo interés por el amor y el matrimonio.
Sergio se encogió de hombros y a continuación se inclinó hacia ella. Susie lo miró con cautela.
—Te voy a decir lo que estoy pensando. No quieres casarte conmigo, y tienes razón en que no puedo forzarte. Creo que para un hijo es mejor tener a ambos padres, lo mismo que creo que nuestra unión tendría muchas probabilidades de funcionar. Somos físicamente compatibles y no se puede ignorar el hecho de que el sexo juega un papel muy importante en la relación. Pero, si no puedo persuadirte respecto a esa sencilla verdad, que así sea.
Susie se quedó aún más aturdida tras el repentino cambio de actitud de Sergio, y, si era sincera consigo mismo, también sintió una punzada de decepción.
—Me alegra que me comprendas…
—Voy a buscarte algún lugar más apartado del centro – Sergio alzó una mano para prevenir una posible interrupción —Richmond es un lugar intermedio que podría estar muy bien. Supongo que querrás un lugar en el que poder seguir pintando. Una de las ventajas de tu trabajo es que puedes hacerlo desde casa, sin necesidad de ir a diario a una oficina o algo parecido.
—¿Vas a alquilarme una casa?
—Voy a comprarla —corrigió— . Siempre he pensado que alquilar es casi lo mismo que tirar el dinero. Además, no será solo para ti. Será para ti y para nuestro hijo.
—¿Y tendré permiso para decidir algo sobre la casa, o tendré que asimilar tus decisiones, sean cuales sean?
—Tomaremos la decisiones juntos. No podría ser de otro modo, ¿no te parece?
Entretanto, Sergio permitió a Susie seguir viviendo en su «cuchitril».
Debido al embarazo, Susie se hizo más consciente de lo poco adecuado que era aquel apartamento. Una persona joven y sola podía superar los inconvenientes, pero la perspectiva de tener un hijo allí resultaba muy poco atractiva.
Finalmente acabó viviendo entre la casa de sus padres en Yorkshire y su apartamento. Sus padres se habían tomado la noticia mejor de lo que había esperado, y ella se estaba esforzando por no encontrar significados ocultos ni segundas intenciones en lo que le decían.
Hablaba con Sergio a diario, normalmente en más de una ocasión. Él insistía en ir a visitarla a su apartamento y no trató en ningún momento de coaccionarla para que se trasladara al suyo. Respetó su decisión de ir a Yorkshire sin la más mínima protesta y, si estaba resentido por el hecho de que Susie no hubiera informado a sus padres de que le había propuesto matrimonio, lo disimuló muy bien.
Además, mantuvo las distancias.
Desde que Susie le comunicó que estaba embarazada no trató de tocarla, excepto ocasionalmente y de pasada, pequeños roces que hacían que la sangre de Susie hirviera. Susie ni siquiera sabía lo que hacía Sergio cuando no estaba con ella, aunque ella también estaba ocupada con las ilustraciones que por fin le había encargado el museo.
Además, ¿qué habría podido decir? Ella misma había llevado su relación al terreno de los negocios y él lo había aceptado. Estaba haciendo lo que Susie le había dicho que consideraba aceptable: ayudarla económicamente y mostrarle su apoyo moral. De vez en cuando salían a cenar o a comer y, en alguna ocasión, cuando a Susie no le apetecía salir, Sergio llegó a ocuparse de cocinar para ella.
Susie había puesto los límites y él los estaba respetando.
De manera que preguntarle si estaba saliendo con alguna otra mujer no venía a cuento.
Pero no podía evitar preguntarse si ya no la desearía. La urgencia física había desaparecido y Susie empezó a pensar que la transformación que estaba experimentando su cuerpo tampoco ayudaba. El verano había llegado y le estaba costando acostumbrarse al calor. Sus pechos casi habían doblado su tamaño, y antes no era precisamente plana.
Se estaba convirtiendo en una pelota de playa.
Repentinamente desmoralizada, suspiró mientras se encaminaba hacia el taxi que había decidido tomar aquel día para acudir a casa de sus padres en lugar del metro. Se sentía exhausta. Aún inmersa en su mundo de preocupaciones, se sobresaltó cuando alguien apoyó una mano en su hombro mientras se encaminaba con paso cansino hacia la parada de taxis. Sobresaltada, se volvió y vio a Sergio ante sí. Como siempre, los latidos de su corazón arreciaron y su cuerpo empezó a hacer todas las cosas que ella le pedía que no hiciera cada vez que estaba con él. La boca se le secó y su sistema nervioso amenazó con derretirse.
—¿Qué haces aquí?
—He venido a recogerte – Sergio señaló con un gesto de la cabeza el lugar en el que Stanley estaba aparcado a la vez que retiraba de las manos las bolsas que llevaba Susie —Al menos veo que me has hecho caso e ibas a tomar un taxi en lugar del metro. De todos modos, sigo pensando que deberías permitir que Stanley se ocupara de llevarte y traerte.
—Puede que esté embarazada, Sergio, pero aún puedo viajar por mi cuenta. Además, resulta más conveniente ir en tren.
Cuando descubrió que estaba embarazada y pensó en cómo reaccionaría Sergio al enterarse, imaginó muchas cosas, pero no que refrenaría su habitual tendencia a controlarlo todo, a ser el ganador, y que se plegaría a lo que ella quisiera.
Era muy considerado y amable con ella. Y cuanto más lo era, más tenía que esforzarse Susie por reprimir el inadecuado pensamiento de que no quería que fuese amable, sino apasionado.
Sergio se estaba mostrando amable en aquellos momentos, y ella deseaba arrojarse entre sus brazos, sentir sus sensuales labios en ella, sus manos acariciándola. Echaba aquello tanto de menos…
Una vez en el asiento trasero del coche se puso a charlar con Stanley, con el que había entablado una agradable camaradería a lo largo de aquellas semanas. Las dos pasiones de Stanley eran los coches y la repostería, y empezó a hablarle de su última receta.
—Cierra el pico, Stanley —ordenó Sergio— . ¿Cuántas veces voy a tener que decirte que…?
—Disculpe, ¡pero aquí hay alguien interesado en lo que tengo que decir… señor!
Sergio alzó las cejas y suspiró pesadamente, pero, en lugar de seguir con la conversación, cerró el cristal que los separaba de la zona del conductor, de manera que quedaron aislados.
—Eso ha sido muy grosero por tu parte —dijo Susie.
—Stanley se quedaría conmocionado si de repente me volviera un jefe blando. Además, hay un motivo por el que he venido a recogerte, Susie.
—¿De qué se trata? —preguntó ella, repentinamente nerviosa.
¿Estaría a punto de decirle que ya la había sustituido? ¿Que estaba viendo a otra pero que no se preocupara porque se aseguraría de mantenerla?
—Tengo una sorpresa para ti —dijo Sergio mientras se apoyaba contra la puerta del coche.
—No me gustan las sorpresas. Las odio.
—Esta te va a gustar – Sergio miró a Susie y sonrió —Eres la orgullosa dueña de una casa en Richmond. Está a dos pasos del parque…
—¿Qué?
—Ya es hora de que salgas de ese apartamento en el que vives, y tu búsqueda de casa no ha dado muchos resultados hasta ahora.
—¿Y has decidido elegir tú una para acelerar las cosas? —preguntó Susie con el ceño fruncido.
—La vi hace un tiempo, pero no estaba en venta. Hice una oferta a los dueños difícil de rechazar, pero aún no quería decirte nada porque podrían haberse echado atrás en cualquier momento.
—¿Y ahora?
—Ahora tú eres la dueña de la casa.
—¡Deberías haberme avisado! ¡No puedes tomar una decisión como esa sin consultarme! ¿Y si no me gusta? —Susie sabía que estaba siendo injusta, pero Sergio le hacía sentirse como un paquete que tuviera que ser entregado urgentemente. Era tan controlado y eficiente…
—Si no te gusta, ya cruzaremos ese puente cuando lleguemos a él —replicó Sergio con calma— . Y entretanto…
—¿Entretanto qué?
—Trata de no ver solo los aspectos negativos del asunto.
A Sergio no le habría extrañado que Susie hubiera estado retrasando lo de la casa deliberadamente para poder ir a instalarse en Yorkshire, lejos de él y de su intervención.
Pero no pensaba aceptar nada parecido. Oh, no. No pensaba permitir de ningún modo que se alejara de él…