Capítulo 5

 

La temida boda había llegado. Susie prácticamente la había olvidado debido a la novedad y la emoción de estar con Sergio, aunque su madre y su hermana se habían encargado de recordarle a menudo que debía comprarse un vestido.

Midiendo un metro sesenta y cinco, con cierta tendencia a engordar, y su indomable melena rubia, elegir un vestido siempre suponía un problema.

Pero se había comprado uno, y en aquellos momentos, sentada en la cama con las piernas cruzadas, lo estaba mirando sin realmente verlo.

Sergio no iba a acompañarla a la boda, por supuesto. Y eso a pesar de que llevaban dos meses saliendo. Dos apasionados, sensuales y maravillosos meses.

Susie sintió que se le hacía un nudo en la garganta al pensar que el final de todo aquello estaba dolorosamente cerca. O al menos sería doloroso para ella, que había desobedecido las órdenes de Sergio de no implicarse demasiado, de no ver su relación como algo más de lo que era: sexo fantástico. Aquella era la esencia de su relación. Cuando estaban juntos no eran capaces de mantener las manos quietas. Sergio le había confesado que estaba sorprendido por el hecho de que su aventura se hubiera prolongado más allá de dos semanas, y Susie había interpretado que, por magnífico que fuera el sexo entre ellos, ella no tenía lo que había que tener para retener su interés.

Aquella noche no iba a ver a Sergio porque estaba en Nueva York, firmando un importante trabajo. Llevaba dos días allí y aún iba a pasar allí el fin de semana, precisamente cuando se celebraba la boda, de manera que Susie ni siquiera había tenido que evitar hablar del asunto.

Y no precisamente porque Sergio se hubiera ofrecido a acompañarla. Ella le había confesado que con sus citas a través de Internet había tratado de encontrar el amor de su vida para poder llevarlo a la boda de su prima y aplacar así los rumores sobre su incapacidad para encontrar a un hombre adecuado.

Sergio se había reído y le había dicho que nunca había escuchado un motivo más absurdo para buscar a los perdedores que se ofrecían en Internet para ver qué podían pillar.

Susie se tumbó en la cama y miró el techo mientras consideraba sus opciones. A su lado estaba la pequeña tira de brillantes líneas azules que anunciaban que su vida había acabado, al menos tal y como la conocía.

¡Estaba embarazada!

Sergio había sido siempre muy precavido, excepto el primer día, cuando la penetró para retirarse casi de inmediato… aunque, por lo visto, no lo suficientemente rápido.

Susie estaba segura de que saldría corriendo a la velocidad de la luz en cuanto se enterara. No dudaba de que fuera a ofrecerle ayuda económica, pero sabía que a Sergio no le interesaban las relaciones a largo plazo.

Su vida iba a cambiar radicalmente, pero no iba a tener a nadie a su lado. Sus padres iban a llevarse una gran decepción. Su madre lloraría un poco y su padre le diría que tendría que volver a casa con ellos, aunque lo cierto era que pasaban casi todo el tiempo en su casa en el campo, de manera que tampoco iban a estar cerca para echarle una mano con el bebé. Su hermana Alex y ella siempre habían tenido niñera, de manera que no era muy probable que un nieto sorpresa fuera a convertir a sus padres en la clase de abuelos que disfrutaban llevándolo al parque en su cochecito a dar de comer a los patos.

Y Alex también se llevaría una gran decepción. «¿Cómo has podido ser tan descuidada? ¡Los métodos contraceptivos son precisamente para prevenir esa clase de cosas!».

Todo el mundo iba a sentirse decepcionado.

Experimentó una oleada de autocompasión. Aquello había sucedido justo cuando su trabajo como ilustradora freelance empezaba a arrancar, cuando estaba a punto de conseguir que un importante museo le encargara ilustrar un libro de historia natural que pensaban publicar al año siguiente…

En aquel momento sonó su móvil y, al ver en la pantalla que era Sergio quien llamaba, no supo si responder. La había llamado dos veces al día desde que estaba en Nueva York. Finalmente, la tentación de escuchar su profunda y sensual voz se impuso.

—Hola.

—¿Qué sucede? —preguntó de inmediato Sergio.

—Nada – Susie trató de imprimir a su tono su alegría habitual, pero le faltó la energía necesaria para hacerlo convincentemente —¿Qué tal van las cosas en tu trabajo?— añadió rápidamente para tratar de disimular.

—Suéltalo de una vez, Susie. ¿Qué te preocupa? Nunca me habías preguntado por mi trabajo. ¿Dónde se ha ocultado mi sexy charlatana?

Susie se tensó. Sexy. Charlatana. Aquello era lo que Sergio veía en ella, pensó con amargura. Era alguien con quien meterse en la cama y que hablaba mucho. Lo aburría parloteando sobre su trabajo, sobre sus ilustraciones, sobre cómo le había ido el día. Sergio siempre la escuchaba, pero eso no significaba que la escuchara con interés.

—No estarás angustiada por lo de la boda, ¿no? —añadió Sergio, preguntándose si debería decirle que había decidido sorprenderla con su presencia. No quería que se llevara un impresión equivocada, y las bodas eran ocasiones muy propicias para ello. Normalmente no le interesaba conocer a las familias de las mujeres con las que se acostaba, pero le intrigaba que, siendo tan extrovertida como era, Susie fuera tan reticente a hablar de su familia.

¿Qué ocultaba? Los secretos le incomodaban. Le gustaba conocer bien el terreno que pisaba. Le gustaba mantener el control sobre lo que lo rodeaba, y si ello implicaba conocer a los parientes de Susie, que así fuera.

—Eh… Supongo que sí… —contestó Susie— . Ya sabes… habrá mucha gente, tendré que charlar con parientes a los que no veo hace siglos.

—Charlar se te da bien.

Susie apretó los dientes.

—También estoy empezando a pensar que debería haber comprado el vestido azul en lugar del marrón. El marrón es un color tan soso…

—A mí me pareció que estabas muy sexy cuando te lo probaste para mí —murmuró Sergio mientras se imaginaba a sí mismo quitándoselo. O tal vez no se lo quitaría. Tal vez se limitaría a subirle la falda y a poseerla aún vestida, incluso con los tacones.

Se relajó, cómodo con sus pensamientos sobre el magnífico sexo del que iban a disfrutar. Encontrarían algún lugar apartado y tranquilo… asumiendo que hubiera algún sitio así en el lugar en el que iba a celebrarse la boda. Solo sabía que era en el campo, en Berkshire. Tenía las señas, pero no significaban nada para él, pues apenas solía tener interés en salir de Londres.

—De hecho… —añadió en un tono de voz más ronco— he estado teniendo algunas fantasías muy interesantes relacionadas con ese vestido.

Susie no quería escucharlas. No quería que Sergio le recordara que todo aquello solo tenía como base el sexo y la charlatanería. Y tampoco quería sentir cómo se estaba humedeciendo, cómo estaba deseando acariciarse entre las piernas…

—¿No deberías estar concentrado en tu trabajo en lugar de andar fantaseando sobre mi insulso vestido marrón?

—Eres encantadora cuando buscas cumplidos, Susie…

—¡No estaba buscando cumplidos!

—Claro que sí. Quieres que te diga que tu vestido no es marrón, ni soso. Quieres que te diga que, si te pusieras ese vestido solo para mí, insistiría en que no llevaras sujetador, pero, teniendo en cuenta que eso no va a ser así, insisto en que te pongas el sujetador menos atractivo que tengas. No quiero imaginar los ojos de otro hombre dedicando una lasciva mirada a tus pechos. Esos pechos son solo para mis ojos…

—Basta… —Susie odiaba la facilidad que tenía Sergio para hacer que le ardiera la sangre en las venas.

—No pararía —murmuró Sergio roncamente— , pero tengo una cita en pocos minutos, y…

—Y el tiempo es dinero. Sí, lo sé —interrumpió Susie. Aquello era lo que siempre decía Sergio en tono burlón, y se había convertido en una especie de mantra privado entre ellos— . No sé si podré verte el domingo cuando vuelvas —añadió— . La celebración no terminará hasta última hora de la noche del sábado, y estoy pensando en quedarme el domingo para charlar con algunos parientes que no veo desde hace tiempo.

—Creía que esa era una de las cosas que no te apetecía.

—Hay algunos a los que sí me apetece ver. Podríamos quedar para la semana siguiente…

—No hay problema —dijo Sergio en tono desenfadado, pensando que iban a verse bastante antes de lo que Susie creía.

—¿No hay problema? —repitió Susie.

—Yo te llamaré.

—De acuerdo. Sí. Llámame.

—Ahora tengo que dejarte. Nos vemos… cuando nos veamos —dijo Sergio antes de colgar.

Susie se quedó mirando el móvil unos segundos. Sergio no había manifestado la más mínima decepción al saber que no iban a verse el fin de semana, cuando volviera de Nueva York.

¿Se estaría cansando ya de ella? Siempre había sabido que aquello iba a suceder antes o después, pero no pudo evitar sentirse desesperada ante la posibilidad de que el proceso ya hubiera empezado, y también enfadada consigo misma por no ser más fuerte. A fin de cuentas, aquello iba a suceder en cualquier caso en cuanto detonara su bomba informativa bajo la meticulosamente organizada vida de Sergio.

Aquella noche apenas fue capaz de dormir y a la mañana siguiente despertó tarde, lo que hizo que tuviera que acelerar todos los preparativos para acudir a la boda.

La ceremonia iba a tener lugar a las tres en la pequeña iglesia del pueblo en que vivían sus tíos. Era la clase de lugar pintoresco que solo podían permitirse los más ricos. Nadie habría adivinado que se trataba de un lugar utilizado por muchos hombres de negocios para acudir a la City, donde podían ganar suficiente dinero para instalar a sus familias en las grandes mansiones que había en aquella zona de Berkshire.

De pequeñas, a Susie y a su hermana Alex siempre les había gustado acudir allí a ver a su prima. Clarissa, de veintidós años, y su futuro marido, eran buenos candidatos para el estilo de vida de Berkshire. Él era un joven y prometedor abogado y ella estaba destinada a ser la perfecta ama de casa.

Cuando estaba a punto de salir, Susie se detuvo un momento ante el espejo para mirar su aún plano vientre. Era posible que, para decepción de su madre, Clarissa se hubiera adelantado a Alex y a ella a la hora de casarse, pero ella iba a ser la primera en darle un nieto.

En el trayecto a la iglesia, que finalmente tuvo que hacer en taxi para llegar a tiempo, logró relajarse un rato, pero sus nervios volvieron a aflorar cuando se reunió con el grupo de casi doscientos invitados que aguardaban ante la iglesia, entre los que se encontraban sus padres y su hermana.

Durante la ceremonia afloró la incurable romántica que llevaba dentro y no pudo evitar que se le saltaran las lágrimas, emocionada y orgullosa por el maravilloso aspecto de su prima con su deslumbrante vestido de novia color merengue.

Una vez fuera de la iglesia se hicieron cientos de fotos y, a continuación, los recién casados fueron conducidos a la casa de los padres de Clarissa en un Bentley blanco. Los demás recorrieron el trayecto en diversos coches.

Sentada entre su madre y su hermana Alex, Susie esperó a que esta terminara de hablarles de su ascenso, que iba a convertirla en la neurocirujana más joven de uno de los principales hospitales de Londres. Cuando se produjo un hueco en la conversación, Susie contó lo más animadamente que pudo que por fin empezaba a ver la luz en su intento de conseguir clientes para sus ilustraciones.

—¿Y cómo va el frente de los hombres, cariño? —preguntó su madre— . Pensé que a lo mejor nos sorprendías presentándote con alguno en la boda.

—Eh… te aseguro que los hombres interesantes no abundan, mamá. Todos están ocupados dejándose conquistar por reinas de la belleza como Clarissa.

—Hoy estás encantadora, cariño.

—¿Y qué me dices de los demás días? —preguntó Susie con ironía.

Louise Sadler le palmeó cariñosamente el brazo.

—No vendría mal que añadieras a tu vestuario de vaqueros y camisetas algún vestido más femenino. Tienes un aspecto de ensueño cuando te pones uno…

—Más bien de pesadilla —dijo Susie mientras la mansión de Kate y Richard Princeton aparecía en todo su esplendor ante su vista— . Me gustan los farolillos que bordean el camino.

—En mi opinión es un poco demasiado, pero ya conoces a mi hermana —dijo su madre con un suspiro— . Nunca ha sido capaz de resistir la tentación de tratar de impresionar a todo el mundo. Aunque supongo que tiene cierta lógica, dado que Clarissa es la primera de la familia en casarse. Espero que tú seas la próxima…

—O Alex – Susie dio un discreto codazo en las costillas a su hermana, que enseguida comentó que, dado el momento en que se encontraba en su trabajo, ni siquiera tenía tiempo para pensar en la posibilidad de casarse.

Susie pensó que Alex era la clase de mujer que atraería a Sergio. Ella era la excepción que confirmaba la regla. ¿Acaso no era ese el motivo por el que nunca había mencionado a su familia de altos vuelos? Si Sergio no llegaba a conocer a su familia, no se preguntaría qué diablos hacía saliendo con ella.

Consciente de que aquel pensamiento no era justo, se esforzó por apartarlo de su mente.

En el esquema general de las cosas, sus tontas inseguridades eran el menor de sus problemas.

—Yo no creo en el matrimonio —declaró para asombro de su hermana, su madre y su padre, que volvió la cabeza para mirarla con el ceño fruncido.

—¿Desde cuándo?

—Desde… que vivo en Londres —contestó Susie animadamente— . Creo que, si una mujer quiere llevar una vida independiente, más le vale olvidarse de tener un hombre al lado dándole la lata sobre cuándo va a estar lista la cena mientras él se dedica a ver algún partido.

—Está claro que necesitas librarte de una vez de esos jóvenes con los que sales… —dijo Louise Sadler con gesto de desagrado.

—Creo que hoy en día es perfectamente aceptable que una mujer críe a un hijo por su cuenta —soltó Susie mientras el chófer de su padre detenía el coche y se apresuraba a salir para abrir las puertas— . Me ha llevado tiempo comprenderlo, ¡pero más vale tarde que nunca!

A continuación salió prácticamente corriendo del coche y se unió al grupo más cercano de invitados que se encaminaban hacia la entrada de la mansión.

 

 

Susie conocía a muchos de los invitados, que habían acudido de todas partes del mundo, pero apenas tuvo de charlar un momento con los recién casados para transmitirles sus felicitaciones.

La marquesina, que ocupaba gran parte del enorme jardín trasero de la mansión, era espléndida. Los arreglos florales de las mesas eran tan grandes que habría sido imposible meterlos por la puerta de su diminuto apartamento, y habrían ocupado más espacio en su sala de estar que…

Que varias docenas de rosas surtidas.

Sergio y ella habían llevado la mayoría de las flores al apartamento de este la mañana siguiente del día en que se había presentado con ellas. Se habían reído mucho y, como era de esperar, acabaron en la cama… y desde entonces habían seguido cayendo en la cama constantemente porque les resultaba imposible no hacerlo.

Sintió que se le hacía un nudo en la garganta y estaba a punto de sonreír para ocultar aquel momento de tristeza cuando escuchó una profunda voz a sus espaldas.

—Hola.

Susie se volvió, conmocionada, y apenas pudo creer lo que vieron sus ojos.

Estaba en una zona apartada del jardín, medio oculta por un denso parterre de flores, con una copa de champán en la mano y, por unos instantes, fue incapaz de pronunciar palabra.

—¿Sorprendida? —preguntó Sergio con suavidad.

Si Susie lo estaba, no lo estaba menos él. No había tenido verdaderos motivos para dudar de su inicial suposición de que Susie procedía de orígenes humildes. De hecho, cuando Stanley lo había llevado hasta allí se había atrevido a dudar de su habilidad para interpretar un mapa. Pero había quedado claro que Stanley sí sabía interpretar un mapa.

Y ahora estaba allí.

Y Susie también estaba allí, mirándolo como si esperara que fuera a disolverse en cualquier momento en una nube de humo.

—¿Qué haces aquí? —preguntó Susie.

—No he podido resistirme a la perspectiva de arrastrarte tras un matorral para hacer algunas travesuras. Hay algo en ese vestido que…

—Se suponía que estabas cerrando un trato en Nueva York.

—Me gusta hacer algo inesperado de vez en cuando. ¿Dónde están la radiante novia y el afortunado novio? La verdad es que… esto no es lo que había anticipado.

Susie se ruborizó culpablemente. Sabía por qué no había dicho una palabra sobre su familia. Si lo hubiera hecho, Sergio la habría visto como una niña rica más, empeñada en hacer algo parecido a trabajar porque sabía que cuando se cansara o aburriera su familia acudiría en su rescate. ¿Y por qué iba a salir alguien como Sergio con alguien así?

—¿Y qué habías anticipado?

—¿Por qué me has permitido creer todo este tiempo que no tenías dinero?

—Yo no te he permitido creer nada. ¿Has decidido venir aquí para comprobar cuáles son mis orígenes?

—Ya hace dos meses que somos amantes, y me gusta saber exactamente en qué me estoy metiendo —contestó Sergio con frialdad.

—¿Y qué habría pasado si hubieras averiguado que mis orígenes eran realmente humildes, o que tenía antecedentes criminales? Supongo que te habrías librado de mí inmediatamente.

—No suelo plantearme situaciones hipotéticas. En cualquier caso, nunca te tomé por alguien que procediera de un largo linaje de ladrones de trenes…

Susie pensó que aquello lo decía todo.

De pronto todo pareció muy complicado. Sus padres adorarían a Sergio. Era precisamente la clase de hombre que esperaban que algún día llevara a casa. ¿Pero qué sentido tenía presentarles a alguien que no iba a seguir a su lado? Y cuando les dijera que estaba embarazada…

Susie se puso lívida. Sus padres iban a deducir de inmediato la identidad del padre y, dado lo tradicionales que eran, probablemente considerarían su deber enfrentarse a él.

—No deberías haber venido —dijo con firmeza.

Sergio entrecerró los ojos.

—No era esa la reacción que esperaba…

—Esta no es una relación normal, Sergio. Esto es… sexo, y conocer a mi familia no formaba parte del trato… —Susie se obligó a decir aquello porque necesitaba empezar a distanciarse cuanto antes.

—Pero ahora estoy aquí…

—No porque hayas querido venir como mi acompañante. Si tuviéramos una relación normal, habríamos venido aquí juntos. Tú habrías querido conocer a mis padres, habrías querido dar un paso más hacia el futuro…

—¿De dónde te has sacado todo eso?

—¿Acaso importa? Solo estoy describiendo las cosas como son. Te has presentado aquí para comprobar cuáles son mis orígenes, para investigarme. Supongo que ahora que estás aquí y que mi familia ha pasado la prueba, querrás conocerlos, ¿no?

—Creo que tu reacción está siendo desproporcionada, y me pregunto por qué…

Sergio posó su penetrante mirada en el ruborizado rostro de Susie, que tuvo que esforzarse para mantener su respiración bajo control.

—Estoy un poco tensa —murmuró Susie a la vez que bajaba la mirada— . No sucede todos los días que el hombre con el que estás saliendo decide inspeccionar a tu familia para asegurarse de que no son unos exconvictos.

—Ese no es el único motivo por el que he venido.

Sergio estaba deseando dejar pasar aquello. Lo que tenían Susie y él era bueno… mejor que bueno. No quería que empezara a hacerse ideas sobre el papel que iba a jugar en su vida porque estaba en la boda de su prima.

—Ah, ¿no? Entonces, ¿por qué has venido?

—Porque te echaba de menos —contestó Sergio con una lenta sonrisa.

—¿Por qué para ti todo se reduce al sexo?

Susie pudo leer aquella sonrisa con tanta facilidad como habría podido leer un libro, pero no por ello se vio menos afectada por ella.

—También me gusta ganar dinero. Además, ya sabes cómo pienso. No necesito que te pongas llorosa e histérica. He venido para asegurarme de que no estabas jugando conmigo. Pero, como ya he dicho, ese no ha sido el único motivo. Y ahora que estoy aquí, tus familiares y amigos van a extrañarse si te muestras reacia a la hora de presentarles a tu acompañante. Así que relájate, Susie.

Susie había olvidado lo desconfiado que era Sergio, pero aquello le hizo recordarlo con toda crudeza. Se había enamorado de un hombre que jamás le permitiría acercarse del todo a él. Siempre habría un reducto inalcanzable de su personalidad para ella. Era un amante encantador, seductor, pero una relación verdadera supondría una amenaza para su autocontrol, y Sergio nunca permitiría que eso sucediera. Casi había logrado olvidar aquel detalle, y estaba resultando muy doloroso recordarlo.

—¡Estoy relajada!

—Casi podrías haberme engañado —murmuró Sergio— . Pero creo que sé cómo relajarte…

Cuando besó a Susie en los labios, escuchó un susurro de protesta, pero enseguida sintió cómo se apoyaba contra él y se dejaba llevar. Finalmente se apartó de ella y le dedicó una sensual mirada.

—Mucho mejor.

—¡Mamá…! ¡Alex…! —casi gritó Susie al ver aparecer ante ellos a su madre y su hermana— . Este es… Este es…

—Yo ya sé quién eres.

Susie suspiró al ver que su hermana mayor hacía lo mismo que la mayoría de las mujeres cuando los profundos y oscuros ojos de Sergio se posaban en ellas. Su brillante, perspicaz, independiente y preciosa hermana se ruborizó.

—Mamá, este es Sergio Burzi. Puede que sea neuróloga —añadió con tímida coquetería— , pero incluso yo sé quién eres. ¿Cómo conociste a Suez?

—¡Pequeña pícara! —dijo Louise Sadler con una sonrisa de oreja a oreja— . Tenías bien oculto a este en tu sombrero. Supongo que querías sorprendernos, ¿no?

—O puede que no quisiera decir nada por temor a que su cita no se presentara —dijo Alex— . Supongo que tiene su agenda realmente llena, señor Burzi…

—Llámame Sergio, por favor…

—Supongo que no me recuerdas, pero estuvimos juntos en la inauguración de una galería de arte hace unos meses…

—Sergio… —Louise dio un paso adelante y lo tomó por el brazo, obviamente encantada— . Tienes que venir a conocer al resto de la familia —mientras se ponían en marcha, se volvió hacia Susie, que los seguía con evidente reticencia, y susurró— : A tu padre le va a alegrar mucho que hayas venido con un acompañante tan estupendo.

—Mamá… —protestó Susie sin convicción, pues ya era demasiado tarde. Lo que pudiera suceder ya no estaba en sus manos.

Después de haber tenido a Sergio para ella sola durante aquellas pasadas semanas, le atemorizó ver la comodidad con que se relacionaba con los demás. Sabía exactamente qué decir a todo el mundo, era realmente ocurrente y se mostró halagadoramente atento con ella todo el tiempo.

Incluso Clarissa, que había bebido un poco más de la cuenta y que apenas había tenido tiempo de hablar con nadie porque solo tenía ojos para su Thomas, la arrastró en determinado momento a un rincón y le dijo que quería enterarse de todo en cuanto volviera de su luna de miel.

En cualquier otra circunstancia Susie se habría sentido en la gloria. Si su relación hubiera sido seria, si su relación hubiera ido más allá del sexo, si no hubiera estado embarazada de Sergio, se habría sentido inmensamente feliz soñando con el día de su boda.

Pero tal y como estaban las cosas…

—¿Te ha traído Stanley? Supongo que ya querrás ir marchándote…

La mayoría de los invitados se había ido ya. Solo quedaba un grupo de amigos, casi todos bebidos, balanceándose bajo la marquesina.

Fuera había refrescado y Susie se arrebujó en su chal.

—He notado que apenas has bebido —dijo Sergio.

—Me… ha dolido un poco la cabeza casi todo el día.

—¿Qué es lo que te preocupa, Susie?

—¿Por qué no me habías dicho que ibas a venir?

Sergio suspiró.

—¿Vamos a volver a tener la misma conversación de nuevo? Quería introducir un elemento de sorpresa… pero preferiría no volver a eso.

—No sabes lo que has hecho.

—¿En serio? Ilústrame, por favor.

—Ahora que mis padres te han conocido, y además en presencia de casi todos los miembros de mi familia materna, todo el mundo va a pensar que entre nosotros hay algo serio…

—No soy responsable de lo que pueda pensar la gente.

El tono de indiferencia con que Sergio dijo aquello fue como una jarra de agua fría para Susie.

—Ya sé que no eres responsable de eso.

—Entonces, ¿qué me estás diciendo? ¿Que no vas a poder soportar la decepción de todo el mundo cuando esto acabe y nos separemos? —preguntó Sergio con la misma indiferencia.

—Mis padres han tenido un matrimonio muy feliz, lo mismo que mis tíos. Provengo de una larga dinastía de gente aburrida y felizmente casada…

—¿Acaso esperan que te cases con el primer tipo que conozcas?

—Claro que no.

—En ese caso no tienes nada de qué preocuparte.

—Las cosas no son tan sencillas, Sergio. Tú serías el yerno perfecto, sobre todo si te comparan con alguno de mis anteriores novios. Has venido aquí y pensarán que…

—Deja de analizarlo todo —interrumpió Sergio— . Estás tan preocupada por lo que puedan pensar los demás que no pareces darte cuenta de que es tu vida con lo que te encuentras al final de cada día. Y tú vives tu vida como puedes y consideras oportuno. Si otras personas tienen otros planes para ti en sus mentes, es problema de ellos.

—Para ti todo es blanco o negro.

—Como ya te dije, sé por experiencia el daño que puede hacer confiar en alguien equivocado. Prefiero ceñirme a lo que conozco.

—¿Cómo… era esa mujer? —preguntó Susie antes de poder contenerse.

Sergio alzó una ceja con expresión mezcla de perplejidad e impaciencia.

—¿De qué estás hablando?

—Una vez me dijiste que en parte eres como eres a causa de una mujer. ¿Quién era esa mujer?

—¿Y eso qué más da?

—Si no quieres hablar de ello, olvida que lo he preguntado —contestó Susie con un encogimiento de hombros, y a continuación se encaminó hacia el vestíbulo, aunque en realidad no sabía cómo iba a irse, porque sus padres y su hermana ya hacía un rato que se habían marchado. No le iba a quedar más remedio que tomar otro taxi.

—¿Dónde te alojas? —preguntó Sergio mientras la seguía.

—En el hostal del pueblo, como unos cuantos invitados más.

—Yo me alojo en el único hotel de cinco estrellas que hay en quince kilómetros a la redonda —dijo Sergio en tono sugerente.

—Creo que prefiero no ir contigo.

—¿Estás segura de eso? —preguntó Sergio a la vez que pasaba una mano por su cintura y la atraía hacia sí para besarla. Su lengua fue rápidamente al encuentro de la de ella y la respuesta de Susie fue inmediata.

A pesar de saber que necesitaba pensar, que no podía olvidarlo todo y aferrarse a Sergio como una lapa, no pudo evitar rodearlo por el cuello con los brazos mientras él la arrinconaba contra la pared.

—No podemos… No aquí…

—Supongo que eso significa que vas a regresar conmigo…