Capítulo 6
Se llamaba Dominique Duval. Que yo sepa sigue llamándose así, aunque ¿quién sabe? Puede que a estas alturas ya vaya por su tercer o cuarto matrimonio. Han pasado unos cuantos años, y nadie podría acusar de Dominique de no ser rápida. La conocí en un club.
—No tienes por qué hablar de eso si no quieres…
Susie no sabía si estaba preparada para oír hablar del único y verdadero amor de Sergio y de cómo lo había dejado. ¿Lo habría hecho para casarse con otro?
—Tú me lo has preguntado y, ya que nuestra relación se está prolongando más de lo que había anticipado, creo que es justo que comprendas por qué no quiero tener nada que ver con las palabras compromiso y responsabilidad en lo referente a las relaciones.
—Cuando te enamoras de alguien la ruptura puede resultar brutal, sobre todo si tenías verdaderas esperanzas en que las cosas fueran a funcionar – Susie se tensó al percibir un matiz de añoranza en su propia voz. Lo último que quería era que Serio adivinara la profundidad de sus sentimientos por él. Cuando le dijera que estaba embarazada quería hacerlo con calma, como una persona adulta cuya única prioridad era discutir aspectos prácticos y asegurarle que no tenía por qué sentirse comprometido a nada —O eso supongo al menos— añadió.
—No sé de qué estás hablando —dijo Sergio— . Nunca estuve enamorado de esa mujer. Cuando la conocí estaba saliendo con otra y no es mi estilo divertirme con dos mujeres a la vez.
—¿Nunca estuviste enamorado de ella? ¿Y cómo es posible que aprendieras algo de la experiencia de conocer a una mujer con la que no llegaste a tener una relación? ¿Trató de robarte, o algo así?
—Dominique Duval era enfermera y trató de ligar conmigo porque sabía quién era. Por aquel entonces yo era muy joven y procedía de una familia adinerada. Mi madre había muerto hacía unos años y mi padre nunca volvió a casarse. Yo era su heredero, pero creo que ella supo desde el principio que una fortuna en el futuro resultaba mucho menos tentadora que una fortuna a la que pudiera acceder de inmediato. Puede que, si yo me hubiera mostrado interesado, se hubiera metido en mi cama por pura diversión, pero tenía puestas sus miras más arriba.
—¿Era enfermera? Se supone que las enfermeras y los enfermeros son personas que se preocupan por los demás, personas empáticas… —Susie apenas se fijó en los lujosos jardines que rodeaban el hotel, ni en cómo se puso en pie la recepcionista en cuanto los vio entrar.
—Esa fue la lección con la que aprendí que no se puede juzgar un libro por su portada.
—Y también fue así como aprendiste a asumir siempre lo peor en relación a las motivaciones de las personas que se acercan a ti, ¿no?
—Exacto.
—¿Qué sucedió?
Sergio entrecerró los ojos y se encogió de hombros.
—Dominique se aseguró de maniobrar adecuadamente para ser presentada a mi padre y sacó todas las cartas adecuadas. Era una chica cariñosa, divertida, treinta años menor que él, que podía comprender por lo que había estado pasando. Le dijo que vivir solo no era vivir, al menos no para un viejo zorro de pelo plateado como él. Mi padre se sintió halagado. Por primera vez en muchos años decidió que merecía la pena volver a sentirse vivo. Se casaron al cabo de seis meses y no hizo falta que pasara mucho tiempo para que apareciera la verdadera Dominique. La compasiva enfermera se transformó en la auténtica bruja cazafortunas que había sido siempre y consiguió que mi padre cambiara su testamento. Cuando mi padre murió repentinamente de un ataque el corazón ella lo heredó casi todo y se las arregló para gastar casi toda su fortuna en seis años. Afortunadamente, mi padre tuvo el sentido común de dejarme en herencia la mayoría de sus empresas. Dominique tenía dinero suficiente, además de dos casas, pero su avaricia la llevó a consultar con un abogado con la esperanza de poder hacerse con alguna de las empresas. Pasé cinco años en los tribunales batallando con ella hasta que finalmente renunció. Nadie sabe dónde está en la actualidad.
Susie fue hasta un grupo de sillas que había junto a la ventana y ocupó una de ellas, olvidando momentáneamente sus problemas mientras pensaba en cómo había acabado Sergio donde estaba.
El hecho de que una mujer tuviera una profesión exigente confería cierta seguridad para las relaciones. Pensó en su hermana. Alex nunca se interesaría por el dinero de nadie, ni quería vivir colgada de nadie. Era una mujer independiente y ambiciosa que no necesitaba a nadie para seguir avanzando. Aquella era la clase de mujer que podría interesar a Sergio. Una mujer que tuviera su propia vida, como él tenía la suya.
—He visto con mis propios ojos cómo puede llegar a creerse enamorada una persona —continuó Sergio mientras ocupaba una silla frente a Susie— . La emoción se adueña de ella, pierde la perspectiva, el autocontrol. Desde mi punto de vista, esa es la clase de asunto que nunca acaba bien.
Susie pensó que podría haberla estado describiendo a ella.
—Supongo que con el tiempo querré asentarme —añadió Sergio— , pero cuando llegue ese momento será más parecido a un acuerdo de negocios que a un vértigo de emociones absurdas.
Sergio era incómodamente consciente de la facilidad con que perdía el control cuando se encontraba frente al magnífico cuerpo de Susie, pero descartó enseguida cualquier preocupación al respecto porque había una línea de demarcación muy clara entre lo físico y lo emocional. En el frente emocional sabía exactamente dónde estaba, y en el físico… cierta pérdida de autocontrol era aceptable… y además suponía un refrescante cambio respecto a su habitual y predecible dieta.
La respiración de Susie se volvió más agitada bajo la intensa mirada de los profundos ojos azules de Sergio.
¿Por qué se había dejado convencer para ir al hotel con él? Sabía por qué. Porque era débil y estaba enamorada. Porque un beso de Sergio bastaba para hacerle perder el sentido común. Porque era precisamente el tipo de mujer emocional de la que Sergio no quería saber nada.
—Es tarde.
—¿Y? Ven aquí —dijo Sergio a la vez que le dedicaba una sensual sonrisa.
—No estoy de humor para el sexo.
—¿No? ¿Quieres que pongamos esa afirmación a prueba?
—Tenemos que hablar, Sergio. Hay… tengo cosas que decirte.
Sergio frunció el ceño. Lo más probable era que Susie quisiera hablar sobre la boda, sobre sus padres, su hermana, sus primos… Suponía un intenso contraste con su no existente familia. Su expresión se aligeró y sonrió.
—Vamos a la cama…
—No se trata de una charla de cama.
—¿Y quién ha dicho que lo fuera? Simplemente me cuesta seguir charlando cuando podríamos estar haciendo otras cosas. ¿Por qué no le das un capricho a este anciano y me haces un striptease?
—¡Pero si solo tienes treinta y dos años! —Susie no pudo evitar ruborizarse mientras sentía que, como de costumbre, su cuerpo comenzaba a derretirse.
Sergio sonrió, se levantó y se encaminó hacia la cama mientras se iba quitando la ropa. Finalmente se detuvo y se quitó lentamente los pantalones y los calzoncillos, dejando expuesta la poderosa evidencia de su excitación.
Susie lo contempló como si estuviera en trance. Su cuerpo seguía siendo el de siempre. Aún no había indicios externos de su embarazo. ¿Pero qué pasaría cuando sí los hubiera? ¿Qué pasaría con el evidente deseo que Sergio sentía por ella, que era el único motivo por el que seguía a su lado?
¿Y si aquella era la última vez que podía estar con él? Porque pensaba darle la noticia por la mañana, antes de marcharse para permitirle digerir lo indigerible. Desde ese momento, lo que había entre ellos acabaría oficialmente, lo que justificaba que quisiera aprovechar aquella última oportunidad de que Sergio le hiciera el amor, se que la acariciara como solo él sabía hacerlo…
De manera que lo siguió hasta la cama y, mientras Sergio la miraba con ojos brillantes, hizo para él el striptease que le había pedido, sexy, erótico, sensual…
Para cuando se tumbó en la cama junto a él estaba totalmente húmeda. Sus cuerpos parecían encajar a la perfección. Se había sentido cómoda con Sergio desde la primera vez, y se sentía aún más cómoda después de aquellas semanas.
Sergio sabía exactamente cómo acariciarla, cómo excitarla. Jugueteó con sus pechos y tomó sus pezones en la boca, se los lamió, jugó con ella hasta hacerle sentir que estaba a punto de arder.
Se movieron juntos como un solo cuerpo, al unísono. A Sergio le encantó que se montara a horcajadas sobre él de manera que sus pechos quedaran tentadoramente suspendidos ante su boca. A la vez que prestaba atención a estos con sus labios y sus dientes, la acarició con precisión entre las piernas y luego la saboreó allí mismo con su lengua mientras ella hacía lo mismo con él. Sergio no se puso el preservativo para penetrarla hasta que ya habían disfrutado al máximo el uno del otro y alcanzaron juntos un abrumador orgasmo.
Susie no quería que aquello acabara. No quería cerrar los ojos y quedarse dormida sabiendo todos los problemas que le aguardaban en el horizonte.
—Así que… —murmuró Sergio mientras mordisqueaba con delicadeza la oreja de Susie.
—¿Así que…?
—Así que no me habías hablado de tu familia porque te hacía sentirte insegura…
—¿De dónde te has sacado eso?
—Me decido a resolver problemas, y me gusta ir comprobando cómo encajan las cosas.
—¿Y yo soy un problema que estás resolviendo?
—Tu padre me ha dicho que, a pesar de su empeño en que te alojaras en el apartamento que tienen en Kensington, siempre te has negado a hacerlo. ¿Por qué?
—Porque no soy ninguna niña y soy capaz de cuidar de mí misma.
Sergio asintió lentamente.
—Puede que creas que tu hermana Alex lo tiene todo, pero a lo mejor no sabes que te envidia.
Susie volvió la cabeza hacia él.
—¿Te lo ha dicho ella?
—No hacía falta. Lo he deducido por su forma de describirte, por la admiración con que habla de tu espíritu libre, de tu capacidad para aceptar cada día tal como viene…
—Alex disfruta mucho con su vida. Te sorprendería lo lista e inteligente que es.
—También es la mayor, y eso siempre supone un peso extra sobre sus hombros.
—Nunca lo había mirado desde ese punto de vista. Puede que tengas razón – Susie suspiró —¿Pero a quién le importa?
—A ti.
—Estoy cansada – Susie simuló un bostezo —Ha sido un día largo y cansado y me gustaría dormir un rato.
Sergio tomó uno de sus pechos en la palma de su gran mano. Le acarició con el pulgar el pezón y sintió cómo se excitaba.
—Querías decirme algo —murmuró— . ¿De qué se trata?
Susie se quedó muy quieta. Aquel no era el momento adecuado. Sabía que cuando detonara la bomba le convenía estar a cubierto.
—Por la mañana —murmuró— . Ahora estoy demasiado cansada para hablar…
—¿Y estás demasiado cansada como para acariciarme? —preguntó Sergio a la vez que la tomaba de la mano para guiarla hasta su erección. Susie se arrimó a él instintivamente.
Hicieron el amor despacio, como dos personas bailando bajo el agua. Susie alcanzó un clímax prolongado, profundo, y se durmió casi de inmediato acurrucada contra Sergio.
La luz ya entraba por los ventanales de la habitación cuando despertó. Durante los primeros segundos no recordó la desagradable tarea que la aguardaba. Pero su tranquilidad duró muy poco cuando se irguió en la cama, se frotó los ojos y vio a Sergio sentado a la mesa, trabajando con su ordenador.
—¿Qué hora es?
—Más de las diez.
Susie dio un gritito y salió de la cama disparada al baño, cuya puerta cerró con el pestillo. Era la primera vez que lo hacía, pero aquel no era el momento para duchas ardientemente compartidas. Ni siquiera sabía si iba a ser capaz de mirar a Sergio a la cara cuando saliera.
—¿A qué venían esas prisas? —preguntó Sergio cuando Susie salió del baño completamente vestida. Al ver su expresión volvió a tener la sensación de que algo andaba mal aunque, después de la increíble noche que habían pasado, no podía imaginar de qué se trataba.
—Voy a pedir un taxi para que me lleve de vuelta a Londres —dijo Susie, que alzó ligeramente la barbilla y miró a Sergio como retándolo a poner alguna objeción.
Sergio frunció el ceño.
—¿Por qué? Stanley está esperando y puede llevarnos de vuelta a los dos.
—Voy a tener que pasar por el hotel a recoger mi equipaje y a cambiarme. No puedo andar por ahí con este vestido.
Sergio no dijo nada y un pesado silencio se instaló durante unos instantes en la habitación.
—Esto empieza a resultar un tanto desquiciante, Susie. ¿Qué quieres decirme? Si vas a darme una charla sobre nuestro futuro, te libero del trauma de tener que empezar la conversación. Ya sabes lo que pienso al respecto.
—¡Claro que lo sé! —espetó Susie, tensa— . ¡Lo dejaste bien claro desde el primer momento y no has dejado de recordármelo desde entonces!
Sorprendida por su propio arrebato, Susie sintió que las lágrimas atenazaban su garganta. Parpadeó varias veces seguidas y respiró profundamente.
—Al parecer tengo motivos para repetirme —replicó Sergio con la dosis justa de aburrimiento en su tono para aumentar el suplicio de Susie— . Las bodas suelen afectar a las chicas. Ven a su mejor amiga, o en este caso a tu prima, avanzando por el pasillo de la iglesia y de pronto empiezan a pensar que ya es hora de que llegue su turno.
—Yo no estaba pensando en eso.
—¿No? Pues tu padre me mencionó ayer de pasada que siempre habías soñado con tu boda. Al parecer, de niña te pasabas el tiempo vistiendo a tus muñecas con trajes de novia y casándolas con cualquier otro muñeco que tuvieras a mano.
Susie se ruborizó intensamente. Había olvidado por completo aquello. Nunca había creído que su padre le hubiera prestado tanta atención en aquella fase de su vida.
—También me dijo que insististe en hacer ese curso de secretariado que tan solo había sido una sugerencia. Te aferraste a él a pesar de que se notó desde el principio que eras alérgica a todo lo tecnológico y te aburriste de tu primer trabajo en cuanto pisaste una oficina.
Temblorosa, temiendo que las piernas fueran a fallarle, Susie tuvo que sentarse.
—No es así como yo lo recuerdo… —dijo, distraída— . Alex siempre fue la chica de oro en casa.
—A veces uno distorsiona los recuerdos. La verdad suele residir en algún punto intermedio.
—La verdad es que no fue buena idea que te presentaras sin haber sido invitado en la boda de Clarissa y que conocieras a mis padres.
—¿Porque podrían llevarse la impresión de que lo nuestro es más serio de lo que es? Eso ya lo habías mencionado. Esta conversación está empezando a convertirse en un círculo cerrado.
—¡Puede que para ti esté muy bien estar ahí sentado con esa sonrisita de suficiencia! —espetó Susie en un tono más agudo de lo habitual— . ¡Pero no tienes ni idea de cómo son las cosas!
—Y puede que tú estés exagerando a la hora de imaginar la reacción de tu familia por el hecho de que estés saliendo conmigo. Puede que sean más pragmáticos y realistas de lo que imaginas… —Sergio dedicó a Susie una mirada fríamente pensativa— . ¿Y desde cuándo te has vuelto tan gritona?
—No estaba gritando. Solo trataba de aclarar las cosas – Susie se pasó una temblorosa mano por el pelo —Puede que esa sea una faceta mía que aún no conocías. La de gritona. Solo quiero que sepas que no espero nada de ti. Nada en absoluto.
Sergio ladeó la cabeza y entrecerró los ojos.
—No te sigo.
Tensa como la cuerda de un arco, Susie se puso en pie y comenzó a caminar de un lado a otro de la habitación. Luchó contra la tentación de posponer aquello para otro día, cuando se sintiera más fuerte.
—Hay algo que tienes que saber… algo que va a dar una perspectiva completamente diferente a lo que… a lo que tenemos.
Sergio se quedó muy quieto. Estaba claro que algo andaba mal, pero ¿de qué se trataba? Susie aún le gustaba mucho. Incluso en aquellas circunstancias podía sentir la atracción que había entre ellos como una oleada de electricidad.
¿Estaría Susie a punto de contarle que había hecho algo en la boda, mientras él descubría toda clase de cosas sobre ella a través de sus padres y su hermana? Desde luego, conocía a muchos de los hombres jóvenes que habían asistido a la ceremonia.
Los celos que experimentó al pensar en aquello lo dejaron sin aliento. ¿Celos? ¿Desde cuándo sentía él celos por una mujer?
—Estoy empezando a perder la paciencia con este asunto —dijo, tenso, teniendo que hacer verdaderos esfuerzos por controlar las desconocidas emociones que estaba experimentando— . Si tienes algo que decirme, ¿por qué no dejas de ir de un lado para otro y me lo dices?
—Estoy embarazada.
Aquello era lo último que esperaba escuchar Sergio, y necesitó unos segundos para digerir la revelación. Luego soltó una risotada.
—Supongo que estás bromeando.
—¿A ti te parece que estoy bromeando? Estoy embarazada. Lo supe ayer. Utilicé dos pruebas del embarazo para asegurarme. No hay error. Voy a tener un hijo. Tu hijo.
Sergio se puso de pie casi de un salto y se pasó una mano por el pelo.
—No es posible —dijo, a pesar de haber percibido con total claridad la sinceridad del tono de Susie.
¿Embarazada? ¿Cómo podía haber pasado aquello? ¿Iba a ser padre? Ni siquiera cuando se había planteado la posibilidad de casarse algún día había llegado hasta el extremo de pensar en la paternidad?
Bajó rápidamente la mirada hacia el vientre de Susie y la retiró con la misma velocidad.
—No me digas que no es posible —espetó Susie— . Sucedió la primera vez. Ya sé que en todas las demás ocasiones hemos sido muy cuidadosos, pero estos son los hechos. No veo ningún sentido a echarnos mutuamente la culpa.
—¿Quién ha dicho que esté hablando de culpables?
—Siéntate, por favor, Sergio. No me estás facilitando nada las cosas. Estoy teniendo que asimilar todo esto sola y…
—¿Lo sabías ya durante la boda?
Susie asintió.
—¿Y no me dijiste nada?
—¡No esperaba que te presentaras en la boda, Sergio! Además, esta no es la clase de conversación que suele tenerse mientras se bebe champán y se comen canapés.
—No querías que conociera a tu familia porque si lo hacía sería muy difícil descartarme como padre. ¿Estabas planeando decirles que te habías quedado embarazada de algún tipo que habías conocido por casualidad, alguno de los cretinos que conociste en una de esas absurdas citas a ciegas? —preguntó Sergio sardónicamente.
—¡No, claro que no! Pero sabía que las cosas se complicarían si aparecías. Ya va a ser bastante horrible explicar a mi familia que estoy embarazada…
—Y dado lo tradicionales que son tus padres, supongo que les costará mucho digerir el hecho de que no estemos casados —interrumpió Sergio en tono mordaz— . Supongo que borrarme por completo de la foto habría sido mucho más lógico. Tienes razón. Tal vez podrías decirle que soy un miserable bastardo que salió corriendo en cuanto le dijiste que estabas embarazada… O cualquier otra cosa parecida. Las posibilidades son ilimitadas.
—No estás siendo justo.
—¿No? —preguntó Sergio en tono burlón.
—No. No puedes culparme por no querer anunciar a voces que estoy embarazada. Me dejaste muy claro desde el principio lo que sentías respecto a las relaciones a largo plazo, lo que sentías por mí.
—¿Y qué siento por ti?
—Que nos entendemos muy bien en la cama, y eso es todo. Sé que eso es algo mutuo. No pretendo asediarte con este asunto con la esperanza de que hagas algo al respecto.
La mandíbula de Sergio se tensó visiblemente.
—Cuando dices que no esperas que haga nada al respecto, ¿a qué te refieres exactamente?
—Me refiero a que esto no forma parte del plan que tienes para tu vida – Susie bajó la mirada, incapaz de soportar la intensidad de la de Sergio —No tienes por qué pensar que vas a tener que cargar con responsabilidades con las que no contabas. Como habrás notado, mis padres no tienen problemas económicos… Me las arreglaré financieramente.
—Voy a simular que no he escuchado lo que acabas de decir —dijo Sergio con aparente calma— . Pero voy a aclararte algunas cosas. En primer lugar, no me conoces en lo más mínimo si crees que soy la clase de hombre capaz de acostarse con una mujer, dejarla embarazada y luego desaparecer como si nada. En segundo lugar estamos hablando de mi bebé y, por tanto, de mi responsabilidad. No tengo ninguna intención de trasladar esa responsabilidad a tus padres ni a ningún otro miembro de tu familia. ¿Te ha quedado claro?
—Me parece bien —susurró Susie— . Si quieres contribuir económicamente, no diré que no. Pero creo que es importante que entiendas que…
—¡No me estás escuchando!
Susie se sobresaltó y miró nerviosamente a Sergio.
—Quieres… quieres ayudar financieramente. Lo comprendo…
—No lo comprendes. Quisiera o no esta explosión en mi vida, ha sucedido, y pienso ser un jugador totalmente implicado en el juego. No pienso limitarme a ingresar dinero en tu cuenta y a tener un régimen de visitas ni nada parecido. Y si estás pensando algo así es que has malinterpretado la situación, Susie. Ya puede empezar la cuenta atrás. Queramos o no, estás a punto de convertirte en la señora Burzi…