14. La insoportable levedad del aire
Detrás de David y Judith, entro al sendero con Sacha a mi lado. El Canon de Pachelbel tocándose por un cuarteto de cuerdas resuena y marca el ritmo de nuestros pasos. Desecho de mi mente las reminiscencias de mi sueño que surgen y doy un vistazo a Sacha, quien me sonríe.
Nos dirigimos con un paso ligero hasta la enramada bajo la que se encuentran el pastor, Stanley y Gary. Mi corazón late al ritmo de la música.
Al llegar al destino, David suelta el brazo de Judith y va a reunirse con Stan del lado izquierdo. La novia se gira hacia mí y me extiende su ramo; Sacha y yo nos desviamos a la derecha.
— Estamos aquí reunidos para celebrar la unión de este hombre y esta mujer…
Mientras el pastor habla, mi mente se evade, toda mi atención se concentra en David, quien tiene la mirada clavada en mí… ¿Qué puede estar pensando en este momento? En todo caso, me está devorando con los ojos.
¿Estaré pronto, yo también, con un hermoso vestido blanco frente a todos mis amigos, aceptando como esposo a este hombre que adoro? ¿Estoy lista?
Mientras contemplo el rostro de David, comprendo que lo estoy. A pesar de mi joven edad, mi poca experiencia, lo sé: él es el único, nadie podría destronarlo. ¿Estará consciente? ¿Siente lo mismo que yo? Después de todo, ha cambiado tanto desde que nos conocimos… Ahora es capaz de amar de nuevo, de abrirse a una mujer. ¿Tendré la fortuna de ser ésa que compartirá sus días y sus noches para siempre?
Ciertamente, yo lo curé, sin embargo, eso no significa que yo soy el amor de su vida. Tal vez todo lo que le aporté le servirá para amar a otra mujer y hacer junto a ella el juramento de adorarla por toda la eternidad.
La voz del pastor me arranca de esta meditación desagradable, en la cual mis más grandes miedos parecen tomar forma.
¡Por el amor de Dios, la pesadilla de esta noche, definitivamente, no me abandona!
— Es hora, Gary y Judith, de intercambiar sus votos frente a sus testigos, familia, amigos y todos los que son importantes para ustedes.
Judith se gira hacia Gary y toma la palabra: — Gary, pasé más de la mitad de mi vida esperando este momento, soñé con esto desde la primera vez que me besaste. Teníamos 14 años, ¿lo recuerdas?
Me habías llevado a la feria de Coney Island; me habías regalado una manzana del amor y pedido que te esperara un instante frente a la casa de los espejos.
Desapareciste más de veinte minutos y yo te esperaba muerta de miedo, pensaba que tal vez me habías dejado plantada ahí. Cuando reapareciste, yo estaba enfadada, pero tú agitabas un inmenso oso de peluche y te disculpaste, apenado. «Quería ganar esto para ti en el estante de tiro. Como sé que nunca tuviste un peluche…».
Éramos huérfanos, Gary, pero en ese momento comprendí que estabas aquí para cuidarme. Supe que algún día crecerías para convertirte en un hombre formidable y que quería depositar mi vida en tus manos, pero aún era una niña, así que, en lugar de decirte eso, balbuceé unos agradecimientos conmovidos; fue en ese momento en el que te inclinaste hacia mí.
Judith hace una pequeña pausa y mira de arriba abajo a la reunión con una sonrisa maliciosa. Los invitados ríen, pero de pronto, la emoción invade de nuevo a la novia, quien agrega:
— Y muy suavemente, colocaste tu boca sobre la mía.
El rostro de Judith se vuelve soñador:
— Ese día, Gary, ya te había dicho «sí». Cuando me diste ese beso, mi corazón, mi cabeza, gritaron al mismo tiempo este «sí» que reitero el día de hoy.
En dieciséis años, mi amor por ti no ha cambiado; tú, por supuesto, cambiaste, te convertiste en este hombre maravilloso y protector que logré percibir ese día en Coney Island. Pero yo sigo siendo la misma Judith: la que, por un beso tuyo, consolidó su destino.
Gary parece estar conmovido, toma las manos de su prometida: — Judith… Al momento de escribir mis votos, yo también pensé en un recuerdo de ti del que pudiera inspirarme. Me senté en mi mesa, con un bolígrafo en la mano y una hoja de papel delante de mí, y comencé a hurgar en mi memoria… Ese día, algo evidente me golpeó: estás en todos mi recuerdos; no recuerdo nada más que a ti. Cuando te conocí, tenía 7 años, de mi vida anterior, no me acuerdo. Comencé a vivir el día en el que, en el patio apagado de un albergue en Brooklyn, percibí el sol de tu cabello, el calor de tu sonrisa.
Borraste, en un instante, el dolor, la miseria y la pérdida que había conocido hasta ese momento.
Gary se gira hacia David y le hace una señal para que le tienda el joyero con las sortijas.
— Sí, mi vida comenzó contigo… Así que, es lógico que quiera terminarla a tu lado. Con esta sortija de matrimonio, no te estoy dando nada que no tengas ya, Judith Campbell: posees mi corazón, mis noches, mis días y todos mis pensamientos. Ya no me queda nada más que poner a tus pies más que mi apellido, y me harás un inmenso honor al aceptarlo. ¿Judith, aceptas convertirte en mi esposa, dejarme amarte en la salud y la enfermedad, en la fortuna y la pobreza, cada día que Dios me dé de vida y hasta que la muerte nos separe?
Temblando, Judith extiende su mano; su voz se sofoca mientras responde: — S… sí.
Gary desliza el anillo en su dedo, luego le tiende la otra sortija, de la cual se apodera.
— ¿Y tú, Gary…?
Gary tiene una pequeña risa conmovida:
— Claro que sí. Mil veces sí.
Y pasa su dedo anular por la sortija, antes de atrapar el rostro de Judith y besarla ardientemente. El pastor, bromeando, sermonea a Gary: — Normalmente, soy yo quien debe autorizar esto…
Gary relaja su abrazo y se gira respetuosamente hacia el ministro de la ceremonia, quien retoma la palabra:
— Gary, Judith, por el poder que me confiere el Estado de New York, los declaro marido y mujer. Ah, lo olvidaba: ahora, puede besar a la novia.
Las bocas de Gary y Judith se unen mientras una ráfaga estrepitosa de aplausos explota en la reunión; yo golpeo las manos mirando a mis amigos abrazarse.
¡Mr. y Mrs. Gary Stewart!
Mi mirada cruza la de David y… no lo puedo creer, pero…
¡Está llorando!
Por la mejilla de David se desliza una lágrima de emoción. Él se da cuenta y, un poco incómodo, la seca antes de sonreírme y articular en silencio, en mi dirección: « I love you».
Ebria de alegría, aplaudo aún más fuerte a los novios.
En los jardines del castillo, el champaña corre a raudales. Los invitados se precipitan para felicitar a los jóvenes esposos.
— Fue una ceremonia magnífica.
— ¡Qué discursos tan hermosos hicieron los dos!
Judith y Gary besan a sus amigos y a sus conocidos, los testigos se mantienen a su lado y estrechan calurosamente las manos que les extienden.
Judith, murmurando, me dice:
— Creo que si continúo sonriendo de esta manera, voy a desgarrar mis músculos de la mandíbula.
Yo sofoco una risa. Sancha completa su comentario: — Yo, personalmente, estoy a punto de tener tendinitis…
Estallamos en risa, antes de que Judith nos dé tiempo libre para el final del vino de honor:
— Gary y yo vamos a encargarnos de los comensales: diviértanse. Nos vemos en cuarenta y cinco minutos para lanzar el ramo.
Ella me hace un guiño, el cual David intercepta; yo me sonrojo por miedo a que adivine que yo también me sueño casada, Pero, por el contrario, me estrecha y me murmura:
— Confío en ti para que lo atrapes, hermosa. Algo me dice que probablemente necesitaremos ese ramo.
Yo me sonrojo aún más. Desde que nos conocimos, es la segunda vez que David habla de matrimonio, ignoro si en el fondo forma parte de sus proyectos futuros. Así que, cuando menciona la posibilidad de que algún día nos unamos de esa manera, él y yo… Pues bien, eso simplemente me derrite.
Vamos a buscarnos una copa al bufet.
De lejos, observo a los invitados, hago un recuento de los que conozco, los que aún no he tenido la ocasión de conocer, los que, sencillamente, no he tenido tiempo de saludar… Es entonces cuando percibo a Sandro, a lo lejos, solo.
Mi primera reacción es precipitarme hacia él para saludarlo, pero mi sueño me regresa a la mente de pronto.
Sandro frente al altar, abriéndome sus brazos.
De pronto, me siento muy incómoda.
¿Será que una parte de mí aún piensa en el beso que me dio este invierno?
Me quedo avergonzada, observando a mi amigo, quien, por otro lado, parece completamente absorbido, fascinado por un espectáculo que yo no percibo…
Sigo su mirada y constato que está mirando fijamente a una hermosa morena, moldeada en un vestido de tubo azul oscuro. ¡Y esa sublime criatura, cuya silueta no tiene nada que envidiarle a la de Scarlett Johansson, es nada más y nada menos que… Chloe Armant!
¡Por el amor de Dios, pero si literalmente la está devorando con la mirada! ¿Qué le sucede? Pensaba que se había enamorado, en Trieste.
Yo le doy un pequeño codazo a David y señalo a Sandro con el mentón: — Mira lo que está pasando…
David gira la cabeza hacia su primo, luego hacia Chloe.
— ¡Mira, tienes razón, Louisa! ¡La está comiendo con la mirada! ¿Qué le sucede? Pensaba que estaban peleados a muerte.
Yo levanto los hombros:
— ¿Quién puede saber lo que pasa por la cabeza de esos dos? No es como si alguna vez hubiéramos entendido sus juegos…
— ¡Justamente, creía que ya habían superado esa fase! Pero ahora, en realidad, parece que están jugando al escondite.
— Más bien parece persecución, si quieres mi opinión. Húyeme, te sigo…
— … sígueme, te huyo. ¡Dios mío, estoy feliz de que hayamos pasado esa fase, mi amor! Es terriblemente agotador.
David se inclina hacia mí y acaricia mi rostro antes de poner sus labios sobre los míos, soy recorrida por un delicioso escalofrío. Tiene razón: ¡es tan bueno poder, por fin, tener confianza en el futuro! Yo le tomo la mano y doy un último vistazo a Sandro, en ese momento, nuestras miradas se cruzan, Sandro me hace una pequeña seña.
David acaricia mi espalda y me dice:
— Ve a verlo, Louisa, aún no lo has saludado.
— ¿Y tú?
— Yo me lo crucé justo antes de la ceremonia. Los dejaré parlotear y continuaré saludando a los invitados, los que no se quedarán para la cena se irán pronto. Enseguida…
Yo lo jalo hacia mí.
— Enseguida, la velada y la noche serán nuestras.
Lo beso una última vez, tiernamente, luego me dirijo hacia mi amigo.
— ¡Sandro! ¿Cómo estás?
— Louisa…
Él me abraza.
— ¡Estoy tan contento de verte! Estaba un poco perdido, solo, en medio de esta multitud; no conozco a muchas personas aquí.
Yo señalo a Chloe con un movimiento de cabeza: — Está ella… Tú amiga de la infancia…
Sandro sonríe con una expresión molesta.
— No me atrevo a ir a verla. ¿Es idiota, eh?
Sandro atrapa mi brazo:
— Ven, caminemos un poco.
Avanzamos en dirección a la rosaleda, ahí, en medio de las flores, encontramos un banco de piedra. Sandro me propone que nos sentemos.
— ¿Cómo va la vida, en Trieste?
— Estoy considerando regresar, imagínate. Creo haber tomado el retroceso necesario en mi vida y haber resuelto todos mis problemas. ¿Hace cuánto? ¿Cinco o seis meses que me fui?
Reflexioné mucho para saber dónde estaba, con respecto a ti, a David, a Chloe, a mis padres…
— ¿Entonces te sientes listo para regresar a Manhattan?
Sandro sonríe al vacío:
— Más que nunca.
Un pequeño silencio se instala, durante el cual yo reflexiono a toda velocidad. Finalmente, me atrevo a hacerle la pregunta que me atormenta.
— Sandro, pensaba que había alguien… Una mujer… En Italia.
Sandro se sonroja.
— Efectivamente, hay alguien, Louisa… pero nunca dije que estaba en Italia.
Yo giro el rostro hacia él, con una ceja levantada en una expresión perpleja.
— Pero… me dijiste que te habías enamorado allá.
Sandro gesticula sobre el banco, un poco incómodo; parece un niño.
— Sí, Louisa, sí me enamoré en Trieste, pero ya me conoces, soy un admirador incorregible de los amores imposibles… Me enamoré de alguien que no estaba allá.
Mi perplejidad se multiplica. Sandro se da cuenta.
— Si te cuento todo, Lou, ¿prometes no burlarte ni sermonearme?
— ¿Burlarme de ti? ¡Sandro, sabes que no soy de ese tipo de personas!
— Tienes razón: es tan solo que… Me imagino que me siento un poco ridículo.
No logro determinar si lo que siento es sincero y profundo, o si es otra de mis historias inverosímiles de corazón de melón. Un poco como cuando…
Él baja la voz, incómodo, de pronto:
— Un poco como cuando creí amarte.
Para mostrarle que no tomo a mal la comparación, tomo su mano y la coloco en la mía.
— Todo está bien, Sandro, puedes decirme este tipo de cosas. Yo nunca juzgué los sentimientos que tenías por mí — o más bien, los que creíste tener — y nunca lo haría, simplemente, estoy feliz de que se te haya pasado.
— En ocasiones tengo la impresión de que no eras tú, sino la idea de estar enamorado lo que quise. Como si, al ver todo lo que le dabas a David, hubiera comenzado a querer vivir eso yo también, y como si hubiera fijado mi atención en ti, esperando a la persona ideal.
— ¿Y piensas haber encontrado a esa persona? Cuéntame.
Mi amigo me estrecha la mano.
— Como ya te lo dije, al partir a Trieste, en verdad no quería pensar en amor, deseaba concentrarme en mí, darle una nueva dirección a mi vida, tal vez estudiar arte, tomar cursos de dibujo, este tipo de cosas; realizarme, en resumen. Los primeros días, vagué por la ciudad sin saber bien qué hacer; caminé mucho, pensé mucho. Durante esos largos paseos sin objetivo, una persona no dejaba de surgir en mi mente.
Y esa persona era Chloe.
Sandro hace una pequeña pausa antes de retomar.
— Al principio, creí que era mi enojo contra ella lo que hacía que su imagen no dejara de imponerse sobre mí; la desechaba de manera enfadada, no me preocupaba por ella. Estaba muy solo en ese momento, estaba alojado en un hotel modesto, esperando encontrar un apartamento. Quería vivir como una persona normal, lejos del lujo y de la alta sociedad; rechazaba todas las peticiones sociales, vals, cenas, que podía recibir de parte de la nobleza italiana.
Al cabo de una semana…
Sandro toca automáticamente el bolsillo de su traje, puedo ver que un sobre sobresalte de él.
— … Chloe me escribió esta carta, la cual conservo conmigo desde entonces.
Una carta de amor, pero, sobre todo, una carta de disculpas. Ese correo me conmovió; entre líneas, creí redescubrir a esta chica a quien quise tanto y de quien era tan cercano. Comencé a pensar en ella con ternura…
Sandro saca el sobre y lo examina, con una expresión ausente, soñadora.
— Durante toda mi estadía, las cartas no cesaron, Louisa, cada semana, Chloe me escribió, no para suplicarme que la perdonara, o para hablarme de amor, sólo para contarme sus días. Me habló de sus proyectos para lanzarse en lo humanitario, de las entrevistar que tuvo con diversas ONG. ¿Sabías que hizo una pasantía de tres meses en un gabinete de abogados para iniciarse en el régimen tributario, antes de lanzarse en la colecta de fondos?
Lo ignoraba: Chloe se mantuvo muy discreta con sus actividades, incluso después de que la perdoné y yo no busqué saber más del asunto.
— También me habló de ti y de su relación, de lo que hizo por ayudar a Eleonore, me confió sus dudas cuando estaba investigando sobre Richard para ayudar a Maria; ella no sabía si tenía razón para resucitar a John Doe. Por más que continué desconfiando de ella, no respondiéndole, ella continúo abriéndose conmigo cada semana. Con el transcurso del tiempo, la vi cambiar, yo también estaba cambiando…
— ¿A qué te refieres?
Sandro toma una sonrisa maliciosa.
— Pues bien, en primer lugar, no le dije a ninguna de las personas que frecuenté en Trieste que era un Guardia.
Al cabo de quince días instalado, destruí mis tarjetas bancarias que me daban acceso a las cuentas de mis padres y, fíjate, mi querida Lou, que tu Sandro hizo algo de lo que nunca se habría creído capaz…
Mi curiosidad es encendida:
— ¿¿Entonces, qué??
— ¡Encontré un trabajo! ¡Yo solo, como un grande, sin utilizar las relaciones de mi padre, gracias a mis propios talentos!
¡Y con esto, me quedo boquiabierta!
¡No me imaginaba que Sandro, algún día, renunciaría al lujo y al dinero de su familia para ganarse él mismo su vida!
— ¡Estoy orgullosa de ti, Sandro, es maravilloso! ¿Entonces encontraste tu vocación?
Mi amigo ríe sinceramente.
— No realmente, Lou. Mi trabajo estaba mal pagado, abrumador. ¡En este caso, yo que quería ver la vida real de las personas reales, la vi y de cerca!
— Me intrigas… ¿Entonces qué hiciste?
— Lo único que estaba a mi alcance con mi labia y mi amor inmoderado por el whisky: fue barman.
— ¿¿Barman??
— Pues sí, Lou. ¡Y qué satisfacción la de ganarse su propio dinero! Qué placer el de vivir con lo que se tiene, aprender a manejar un presupuesto, sentir que tu jefe está satisfecho con el trabajo que se le proporciona… Hice amigos entre mis compañeros de trabajo y, por primera vez desde hacía mucho tiempo, me sentí amado por mí mismo.
Sandro ríe al decir todo esto. ¡Esta experiencia lo hace tan feliz!
— En ocasiones, cuando regresaba de mi servicio, después de haber bebido algunas copas con mis colegas, me instalaba en mi pequeña mesa, en mi minúsculo estudio, y le escribía a Chloe.
Pero nunca le envié ninguna de esas cartas, no podía decidirme.
— ¿Y eso por qué?
De pronto, la angustia se asoma en la voz de Sandro: — Porque estaba descubriendo que estaba enamorado de ella, Louisa.
Mis ojos se abren desmesuradamente.
— ¿Tú… estás seguro, Sandro?
Él sonríe tristemente:
— ¿Se sabe realmente lo que se siente por alguien, después de tantos años y tantas pruebas? No, no estoy seguro, Louisa. Pienso que tal vez sea la soledad…, el hecho de que mi mejor amiga me hacía falta..., una ilusión debida a todas las cartas hermosas que me enviaba…
Sandro suspira:
— No logro saber si lo que estoy sintiendo es verdad, si Chloe realmente cambió tanto como ella dice, incluso si yo cambié. ¿Tal vez estoy inventando cosas?
Yo paso mi brazo alrededor de la de Sandro y me acurruco contra él. Miro a nuestro alrededor las flores maravillosas: las rosas blancas, a lo lejos, que simbolizan la pureza; las rosas amarillas, que simbolizan la amistad; las rosas rojas, sinónimo de pasión.
— Todo lo que puedo decir, Sandro, es que Chloe realmente me sorprendió en tu ausencia. La ayuda que nos dio, la amabilidad y disponibilidad que demostró… Todo eso no tenía nada de fingido; pienso que puedes abrirle tu corazón sin temor. Si en realidad la amas, dale una oportunidad a su historia, porque, incluso en los peores momentos, Chloe siempre te quiso más que a nada.
Creo que ella haría cualquier cosa por ti.
Sandro se entristece:
— Desafortunadamente, va a dejar Estados Unidos en dos meses, se va a ir a trabajar a Tallin, en Estonia, en una escuela de diseño justo. Enseñará historia de la moda allá, comienza al inicio del año escolar y quiere instalarse desde julio…
— ¡Mejor razón para actuar!
Me levanto del banco, brincando.
— No es tan grave que se vaya: lo importante es que te atrevas a ser fiel a lo que sientes.
— ¡Pero no quiero contrariar sus planes! Por primera vez en su vida, Chloe está pensando en lo que es bueno para ella…
Jalo a Sandro por la mano para que él también se levante.
— Vamos Sandro, tú mismo lo probaste: puedes volver a empezar de cero desde donde estés. ¿No te tienta Estonia?
Le hago un guiño:
— Sin duda, deben necesitar barmen talentosos.
Dejé a Sandro en la rosaleda, tenía que reflexionar sobre lo que iba a decirle a Chloe. Cada vez me siento más tranquila y la horrible pesadilla que tuve esta noche parece disiparse poco a poco. ¿Y si ver a Sandro en el sueño significaba que él también había encontrado el amor?
Avanzo al jardín frotándome los brazos; el cielo está nublado y la temperatura cayó, de pronto. Muy decidida a ayudar a Cupido, me apresuro al antiguo lagar del castillo, transformado en salón de recepción, para cambiar el orden de las mesas y reunir a los dos tórtolos. ¡Una dama de honor también tiene ese tipo de poder!
¡Estoy tan ansiosa por ver lo que va a suceder entre ellos! Esta conversación me revigorizó. Por el momento, me parece que esta boda es perfecta.
Mientras converso con los camareros, David llega a encontrarme.
— Mi amor… Habías desaparecido, te busqué por todas partes.
Ligeramente decepcionado, también agrega: — Te perdiste el momento en el que Judith lanzó su ramo, fue una de las compañeras del curso de yoga quien lo atrapó…
— Discúlpame, David, estaba con tu primo. ¡También teníamos cosas por atrapar, desde hace tiempo!
Yo me inclino a la oreja de mi amante:
— Sandro me contó cosas impresionantes sobre Trieste, sobre lo que hizo ahí. ¡Vas a estar orgulloso de él!
David luce nervioso; mira su reloj.
— Louisa, ya son las 6:00…
Solamente tenemos una hora, en el mejor de los casos, hora y media antes de la cena. Realmente me gustaría verte en privado, tengo que hablarte de algo.
— ¡Oh, claro! Discúlpame, es verdad que no hemos encontrado un momento para nosotros desde esta mañana.
¿Quieres que vayamos a un lugar tranquilo?
— Lo preferiría, sí.
— Sólo tenemos que regresar a la habitación: nadie llegará a molestarnos ahí y debo tomar una estola, el aire está refrescando.
David asiente, muy feliz. Salimos del lugar tomados de la mano, descubro con sorpresa que ahora el cielo está totalmente negro.
— ¡Afortunadamente, la cena está prevista en el interior! Presiento que va a haber una tormenta tremenda.
— Apresurémonos a regresar a la habitación, antes de que la lluvia nos sorprenda, mi amor.
Pasamos por la entrada principal del castillo y nos deslizamos a través del vestíbulo lo más discretamente posible; nos metemos a las escaleras.
Desafortunadamente, una mujer en traje sastre rosa y sombrero amarillo que está bajando me intercepta de pronto: — ¡Señorita, qué conveniente encontrarla! Me hacía una pregunta en cuanto al menú de la cena. Fíjese que soy alérgica al cilantro y…
David, jalándome para que continuemos nuestro camino, le lanza: — La confunde con alguien más: esta chica no forma parte de la organización de la boda.
La dama se sorprende:
— ¡Pero… pero… lleva puesto el vestido de dama de honor!
Desaparecemos en la curva de la escalera mientras David le grita: — ¡Es una mala imitación: esta chica tiene un gusto marcado por las falsificaciones!
Entramos al pasillo del segundo nivel reventando de risa. Sin aliento, David me pega a un muro.
— ¡Qué tipo tan malo eres! Si a esa mujer le da un shock anafiláctico en la cena…
Pero David me hace callar con un beso ardiente, presiona su cuerpo contra el mío y mordisquea mi labio inferior, murmurándome con su bella voz grave: — Comeremos animales de caza esta noche, ningún servicio de catering sano de la mente sazonaría un ciervo con cilantro.
Luego, me toma la mano para arrastrarme corriendo a nuestra habitación.
Nos lanzamos sobre la suave alfombra y dejamos atrás una ventana, luego otra, y otra más, las cuales están todas abiertas hacia un cielo gris oscuro.
De pronto, el primer trueno resuena, espectacular, mi corazón comienza a palpitar. La tormenta me pone aún más inquieta, pero también sorprendentemente sensual. Los elementos que se desencadenan…, la electricidad en el aire…, el miedo irracional, animal…, tienen un erotismo ardiente ante mis ojos.
Finalmente, llegamos a nuestra puerta, la cual David, quien tiembla ligeramente, le cuesta trabajo abrir; yo me sorprendo. ¿Es la tormenta la que lo pone nervioso? Eso me sorprendería: este hombre no le tiene miedo a nada.
NUNCA lo había visto así de inquieto.
Esto resulta muy oportuno: justamente, tengo una idea para ayudarlo a relajarse…
Yo me meto a la habitación también y, sin ruido, cierro la puerta detrás de nosotros.
Avanzo hacia David en la penumbra de la habitación, a causa de la tormenta, es como si fuera de noche en pleno día.
David está de pie al lado de la ventana y se dispone a cerrarla; yo lo detengo.
— No, déjala…
Él se gira hacia mí, sorprendido. Yo me acerco a él.
— Quiero escuchar la tormenta.
Frente a la ventana, puedo sentir el viento cálido que sopla fuerte: es como una caricia tibia sobre mi cuerpo, yo me estremezco, excitada. El primer rayo cae, abriéndose paso por el cielo en un alboroto impresionante: yo me refugio en los brazos de David. Una vez contra el cuerpo de mi amante, me doy cuenta de cuánto lo deseo.
Cuando él se pone a acariciar mi nuca para tranquilizarme, es aún peor: ese movimiento protector asociado a la textura de sus palmas contra mi piel me vuelve completamente loca. Bajo la tela de mi vestido, mis senos se yerguen, instintivamente, arqueo mi espalda y pego mi pelvis contra la de David; mi respiración se hace más rápida, más discontinua. David debe darse cuenta porque siento su sexo endurecerse a través de su pantalón, lo que termina por volverme loca. En el momento en el que un segundo rayo cae, ya puedo sentir entre mis muslos lo húmeda que estoy.
Coloco mis labios en los de David e introduzco mi lengua en su boca, comienzo a besarlo con ardor. Él no puede evitar dejarse llevar aunque protesta, frente al suplicio:
— No… Louisa, no, no ahora, tengo algo importante por decirte…
Yo estiro mi lengua y la paso por su cuello, lo mordisqueo a la altura de la yugular y le respondo jadeando:
— Pues bien, habla… Te escucho…
David desciende sus manos a lo largo de mis caderas. Difícilmente, se resiste a las ganas de colocarlas sobre mis glúteos, pero lo logra al precio de un esfuerzo sobrehumano.
— Sin embargo, no me parece que estés muy atenta…
Yo hago ir y venir mi muslo por su entrepierna y le hago notar, bromista: — Yo tampoco tengo la impresión de que estés muy concentrado…
De pronto, David se apodera de mis muñecas, las cuales mantiene en el aire, mientras se despega de mí; me sostiene firmemente a algunos centímetros de su cuerpo, muy decidido a no dejarse tentar. Yo no me puedo mover de tan desesperada que estoy por el deseo, me quedo completamente inmóvil, a excepción de mi pecho que se eleva a un ritmo rápido. Mientras la excitación me hace jadear, sumerjo mi mirada en la de David.
¡Mala idea: eso no me tranquiliza para nada!
Su mirada sombría, indescifrable, por el contrario, me hace mojarme aún más. Me estremezco, siento mis pupilas dilatarse ligeramente, mi nuca tensarse, mis clavículas sobresalir, mis pezones endurecerse mientras, imperceptiblemente, acerco mi pecho a él.
David se da cuenta y lucha por conservar la calma. Afuera, el cielo se enfurece: retumba mientras la lluvia cae más fuerte. Los invitados se resguardaron en el lagar o en el interior del castillo, escucho sus voces resonar dos pisos más abajo, sus risas, sus copas que tintinean. Al lado de ese alboroto ligero y encantador, el silencio entre David y yo es de una intensidad increíble.
Ya no sé quién, entre él y yo, es el cazador o la presa; tan solo sé una cosa: si uno de nosotros habla, la magia se romperá.
David también lo siente, es por eso que no se atreve a decir nada, quería hablarme de algo, pero ahora está demasiado imantado para romper el encanto entre nosotros. Me desea, lo siento; su cuerpo desprende un calor increíble. Él es el primero en ceder, afloja la presión en mi muñeca derecha y acaricia mi mejilla con su palma; yo acurruco mi rostro en su mano.
Aún no quiere entregarse, pero es más fuerte que él: no puede evitar pasar la yema de su pulgar por mi labio inferior, yo saco un poco la lengua y cosquilleo su dedo. Imperceptiblemente, David se acerca a mí, entonces atrapo su dedo entre mis dos labios carnosos y húmedos, lo dejo deslizarse en mi boca de manera lo suficientemente sugestiva como para que David se olvide de todo y afloje mi otra muñeca. Entonces, con mis dos manos, me apodero de la suya y, en esta ocasión, hago entrar en mi boca su índice, luego su dedo medio, con el fin de presionarlos contra mi lengua suave y caliente.
Mis dientes tocan la punta de los dedos de David; me doy cuenta del número de sensaciones que me causa este simple contacto, las miles de terminaciones nerviosas que se encuentran bajo mis labios, contra mi paladar.
No puedo evitar preguntarme qué es lo que sentiría si, en lugar de sus dedos, fuera el sexo de David lo que estuviera acariciando mi ávida boca.
Y yo sé — los dos lo sabemos, que él está pensando exactamente lo mismo.
Con la respiración entrecortada, David me dice: — Louisa, realmente tengo que habl…
Pero, en el momento en que la palma de mi mano se pega a su sexo erecto, por encima de la tela de su pantalón, se encuentra incapaz de terminar su frase.
Deja salir un largo suspiro mientras mi mano moldea la forma de su pene y sube, luego baja y vuelve a subir.
Llevo mi segunda mano a la altura de su entrepierna y comienzo a abrir su bragueta. La voz temblorosa de David me pregunta: — ¿Qué estás haciendo, Louisa?
Dispuesta a todo para jugar con sus nervios, le propongo: — ¿Quieres que me detenga, David?
Siento que su garganta se cierra, es incapaz de pronunciar la más mínima palabra o hacer el más mínimo movimiento para detenerme.
Hago surgir su sexo de su pantalón y, después de haber humedecido la palma de mi mano, comienzo a acariciarlo; lo siento hinchado entre mis dedos, los cuales están apretados sobre él, como un torno. Alterno pequeños movimientos ágiles con movimientos más largos, más profundos, con mi mirada clavada en la suya. ¿Qué está sintiendo? ¿En qué piensa?
Casi puedo adivinarlo al mirarlo.
¡Es increíble!
Atenta a las expresiones de su rostro, acecho su placer mientras él gime: — Louisa, qué bueno es…
Con sus manos ardientes, agarra la tela de mi vestido. A pesar de los pesados volantes de organza, él levanta mi falda y va a buscar mi sexo con su mano. Su palma se pega a mi monte de Venus: yo comienzo a ondular. Con su dedo, de manera experta, él separa el elástico de mis bragas y se desliza en el interior; puede sentir mi sexo húmedo y comienza a jugar con él. Sus dedos entran y salen para venir a cosquillear mi clítoris. Mi placer es tan grande que ya no logro distinguirlo del que le estoy dando. Nuestros movimientos se sincronizan — sus dedos que me registran, mi mano que lo acaricia con vigor…
Él me hace dar media vuelta y, como dos bailarines de tango, caminamos hacia atrás hasta que mi espalda se encuentra con la columna de la cama de baldaquín.
Mordisqueándome el lóbulo de la oreja, David murmura: — Quisiera poder arrancarte este vestido.
La violencia de la tormenta continúa llenando el aire. Yo también quisiera que David desgarrara mi vestido, que liberara mi cuerpo y me tomara salvajemente. Yo suelto su sexo y comienzo a desabrochar mi corsé; las manos impacientes de David se unen a las mías para desanudar los lazos y liberar mi pecho. Él lo toma a manos llenas y comienza a acariciarlo con deleite, dejando a sus dos pulgares cosquillear la punta de mis pezones. El placer que esto me produce es casi tan intenso como si acariciara mi sexo y no puedo evitar gritar cuando llega a cerrar su boca en la punta de mi seno, el cual encierra suavemente entre sus dientes.
La mordedura, la punta de su lengua…
Todo me electriza.
Podría correrme con tan solo esto.
Yo me muevo para extraerme de mi vestido, al mismo tiempo que le quito a David su corbata, su saco, su camisa…
Sus manos llegan a atrapar mis glúteos, sus dedos se clavan en la piel; se apodera de mis bragas y, de pronto, con una expresión despiadada, me dice: — Éstas, sin embargo, nada me impide arrancarlas…
Él jala de la tela, la cual se estira y corta mi piel; esto me quema y me excita. ¡Luce tan fuera de control en este momento! Contra mi vientre, siento el suave calor de su sexo, tengo tantas ganas de hacer que se corra… David continúa atareado, lo intenta varias veces pero, finalmente, mis bragas ceden.
Entonces, me levanta, yo me apoyo de sus hombros musculosos y paso mis piernas alrededor de él. Él orienta mi pelvis y, con un movimiento ágil de cadera, introduce su sexo rígido en mí.
Yo estoy en un estado de completo éxtasis, David se encarga de hacerme subir y bajar sobre él y me penetra profundamente. Yo casi no tengo esfuerzos por hacer, tan solo agarrarme de él; me siento ligera como una pluma, lo que contrasta con la densidad de mi placer.
Afortunadamente, la tormenta cubre nuestras voces, ya que David y yo lanzamos gemidos intensos, profundos.
Estamos en perfecta simbiosis, encajados el uno en el otro; nuestros cuerpos son uno mismo.
— Oh, David… ¡Oh, qué bueno es…!
Yo grito, no puedo contenerme.
Araño su espalda, muerdo sus hombros, ya no soy dueña de mí. Quiero más, mucho más. Casi le suplico:
— Tómame por detrás…
Esta petición lo vuelve loco: me lanza sobre la cama, yo aterrizo sobre la espalda pero, rápidamente, me giro y me recuesto boca abajo mientras David se quita el pantalón y su bóxer, los cuales se quedan a sus pies. Él viene a recostarse sobre mí; mi mano busca su sexo y lo introduzco de nuevo en el mío, me enderezo y tomo apoyo en mis antebrazos. Mientras él está de rodillas detrás de mí, inmóvil, yo voy a su encuentro, lentamente, recibiéndolo lo más profundamente posible. Tengo ganas de que pierda el control, como la tormenta que hace estragos afuera. Por otro lado, él no se priva de hacerlo: de pronto se apodera de mis hombros y, con ese movimiento, me impide seguir moviéndome.
Es él quien retoma el control.
Comienza a mover su pelvis para tomarme y el placer me paraliza, literalmente. Mi espalda se arquea, yo gimo fuerte, sin ningún pudor. David me alienta:
— ¡Sí, eso es, grita!
Sus palabras me vuelven completamente loca; ya no puedo más, siento que me voy a correr y, sin embargo, quisiera prolongar este momento. Cuando la mano de David se coloca sobre mi sexo y su índice comienza a jugar con mi clítoris, sé que es caso perdido: no lograré contenerme.
Es como si cada nervio, cada partícula de mi piel que cubre mis nervios, fuera estimulado; por ningún motivo puedo aplazar mi gozo, es más fuerte que yo…
Es demasiado bueno… Una ola de placer parece retirarse, jalarme hacia el fondo, hacia un lugar silencioso en el que nadie más que yo tiene acceso; sé que cuando se rompa, será el orgasmo más fulminante que haya conocido.
Nunca me había sentido tan deseada, tan amada, tengo la impresión de ser una diosa admirada, al igual que un temible instrumento de placer. David tampoco puede más: sus movimientos se aceleran, se vuelven deliciosamente brutales.
— ¡David, yo… Oh! Me estoy viniendo, mi amor, me estoy viniendo…
Un espasmo se apodera de mí, me incorporo, todos mis músculos se contraen. Aprieto las sábanas entre mis puños contraídos. David siente que me estrecho sobre su sexo y, para él, es el detonador, hace un movimiento con la pelvis muy profunda, casi violento, que detona en mí un segundo espasmo.
Sentirlo correrse me vuelve completamente loca. Yo me estiro, me pego a él, voy a buscarlo para que se quede introducido en mi sexo. Él se mueve y detona una tercera ola de placer, yo ya no contengo mis gritos, estoy completamente anonadada. Nunca me había corrido de esta manera, es increíblemente bueno…, increíblemente intenso… Podría durar una eternidad…
Ya no tengo ninguna noción del tiempo cuando mi orgasmo continúa en olas sucesivas, mientras las manos de David se estrechan en mis hombros, sus dedos se clavan en mi piel y todos sus músculos están rígidos.
Cuando cae a mi lado, su rostro está conmovido.
— Louisa, creo que nunca había sido tan bueno. Fue… fue mágico, con una intensidad increíble.
Sus pupilas brillan mientras, con la punta del dedo, acaricia la curva de mi hombro. Yo asiento: lo que vivimos está más allá de las palabras. Nunca pensé que David podría hacerme correr aún más fuerte que de costumbre, pero lo que acaba de suceder es increíble. Todo era intenso: la violencia de los elementos, la de mi deseo, la incapacidad de David a resistirse, y esa explosión final…
Soñadora, doy un vistazo a la ventana. Afuera, la calma regresó, el cielo se despejó, aún se siente húmedo el aire, pero la lluvia casi cesó; el cielo tomó un tono púrpura. Ya está, es hora de la cena.