10. Entre líneas
David se aclara la voz y comienza a leer: « Todos lo describían como un hombre ausente pero se equivocaban:
John no era un hombre en lo absoluto — nunca tuvo tiempo de convertirse en uno. Desde ese fatídico día en el año de 1998 en que Lana había desaparecido dejando tras de sí una nota que anunciaba su intención de terminar con todo, el tiempo se detuvo para él. John estaba atrapado en su pasado, atrapado entre la infancia y la edad adulta, atrapado entre Brighton Beach y Manhattan. Sin embargo tenía todo lo que cualquiera podría desear — dinero, amigos, un trabajo, amantes — pero él no deseaba esas cosas.
Todas las mañanas, al examinarse frente al espejo, no podía evitar sorprenderse: su reflejo parecía normal, casi viviente… Y sin embargo.
Bajo su piel, nada vibraba, nada palpitaba, nada se agitaba. Solamente le interesaba su búsqueda, solamente contaba su obsesión. Ésta tenía un nombre — un nombre corto, apenas dos sílabas, una musical, sutil como un beso, « La », la otra atrapante, que parecía burlarse de él, « na ».
Ese día, mientras que su avión estaba aterrizando en el aeropuerto de Bourguet, John repetía en voz baja las dos sílabas como si fueran una fórmula mágica: Lana. Quince años habían pasado desde el drama pero él seguía esperando que su amiga siguiera viva, la seguía buscando, en vano. La buscaba para ocupar sus días, para amueblar sus noches, para justificar su existencia, y sin embargo, su existencia seguía llevando el sello distintivo de lo absurdo.
Estaba consciente de que se había convertido en el héroe de una farsa que lo transportaba de aburridos escenarios a tristes placeres, John se sentía constantemente cubierto por un pesado abrigo de indiferencia que pesaba sobre sus hombros.
Sin embargo, de pie sobre la plataforma, con su mejor amigo Cole a su lado, saltaba de impaciencia: por primera vez desde hace semanas, estaban siguiendo una pista sólida.
Alguien había afirmado haber visto a Lana en París: ¡esta vez la encontrarían!
John utilizó de pretexto un viaje profesional para pasar una semana en la capital. A la cabeza de una importante compañía multinacional. Visitaría París fingiendo estar ahí por un negocio. De hecho, una de las asistentes de la sucursal francesa de su empresa debía servirle de guía.
— ¿Sabes cómo es, Cole?
— ¿Quién?
— ¿La chica que vendrá a buscarnos?
— No tengo idea, John, pero mi instinto me dice que debe ser esa joven de allí, la que lleva una pancarta con tu nombre escrito en ella...
Cole señaló una silueta a lo lejos.
Cuando se acercaron y la silueta de la joven se volvió más clara, el mejor amigo de John, el hermano de Lana, lanzó un silbido de admiración: — Vaya que saben elegir a los empleados en tu empresa.
Era una de esas bromas un poco licenciosas que a veces hacen los hombres entre ellos para parecer más duros de lo que son en realidad, una broma que normalmente haría reír a John — había aprendido a reír bajo comanda, a fingir que se divertía cuando le parecía adecuado — y sin embargo, no se rio. Le lanzó a Cole una mirada de exasperación. Sin comprender por qué la broma lo ponía tan furioso. Sin saber...
Pero hay que decir que en ese instante, John sabía muy poco: no sabía, por ejemplo, que su estancia en París terminaría siendo un callejón sin salida.
No sabía que una vez más, Lana se escabulliría. No sabía que Cole y él, al día siguiente, se levantarían con una resaca terrible. No sabía que regresarían a Nueva York con las manos vacías. No sabía que su investigación daría un giro radical tan sólo unas semanas después.
Ni siquiera sabía si Lana seguía viva o si estaba muerta, no sabía por qué el comentario de Cole acerca de la chica lo ponía tan furioso, no sabía si era un hombre o un abismo.
Lo que John ignoraba más que nada, era que su vida entera acababa de transformarse, irremediablemente. Que la chica que fue ese día a buscarlo al aeropuerto para conducirlo al hotel iba a cambiarlo todo. Que se convertiría en su mejor amiga, su cómplice, su confidente.
Que igualmente se convertiría en su amante.
No, John no podía saber nada de eso, no podía adivinarlo, puesto que ignoraba los rostros y las formas que adquiere el amor.
John, en ese instante, no comprendía, con lo ingenuo que era, que acababa
de enamorarse perdidamente de la silueta afilada y viva que se dibujaba a lo
lejos, en la plataforma. »
La voz de David acentúa las últimas palabras y luego se detiene: una ráfaga de aplausos resuena en la sala. Las bocas silban como en un concierto de rock. Una a una, las personas se levanta para una standing ovation que celebra el talento de David Fulton. Pero yo no puedo ni moverme, ni aplaudir: no puedo más que mirar al hombre que amo con estupefacción, admiración y... y una emoción incontenible...
La sensación que tengo es simplemente indescriptible: escuchar a David evocar así, frente a una multitud de desconocidos, nuestro encuentro...
Recordar ese día... Comprender al fin lo que él sintió al verme... Sí, no puedo ni moverme, y a pesar de que la sala está delirando, David sólo tiene ojos para mí desde el estrado. Solamente estamos nosotros dos en el mundo.
El periodista del Times anuncia a la asamblea: — Señoras y señores, La Desaparición está a la venta en el vestíbulo del Planète Mars, donde David Fulton tendrá el gusto de autografiar sus ejemplares.
El público se abalanza hacia afuera para comenzar a formarse en la mesa de autógrafos. Sólo quedamos David y yo en la sala. Él desciende del estrado, viene a sentarse al lado de mí, toma mi mano. De repente, se da cuenta que estoy llorando:
— ¿Qué sucede, Louisa?
— Oh, David… ¡Esperaba todo menos eso! No pensaba que fueras a hablar de mí, de nosotros, en tu libro.
— Al principio, ése no era el plan.
Pero desde nuestro regreso de Nueva York, se volvió evidente: no podía escribir sobre mi infancia, sobre Sacha, sin hablar de lo más importante en todo esto. Y lo más importante, es que estaba muerto y fuiste tú quien me regresó a la vida. Tú tienes ese poder, Louisa. Así de grande es tu fuerza.
Desde el vestíbulo nos llegan los comentarios y comparaciones del público. Algunos evocan el Dalia negra de James Ellroy, otros hacen referencia a Vertigo de Hitchcock…
— Ve con ellos, David. Ve a firmar tu libro, ve a cosechar los frutos de tu trabajo. Yo estoy demasiado conmovida como para mezclarme con la multitud.
Te esperaré aquí. Pero antes de que me dejes, debo decirte algo importante.
— ¿Qué cosa?
— Que siempre estaré aquí para sacarte del limbo en caso de que vuelvas a caer en él algún día.
David, solemne, se levanta, avanza hacia la puerta de salida, luego se voltea repentinamente:
— Somos tú y yo, Louisa. Hasta el final de los tiempos. Nada más importa: soy tuyo, y tú eres mía.
***
Mientras que David firma sus libros, me quedo un instante sola, pensando. Me parece tomar consciencia, por primera vez, que este año tumultuoso no fue un simple pasaje en mi joven vida. Esos remolinos duraran por siempre: son los de la pasión, los de la amistad, los de la creación. La vida que llevo desde el verano pasado es desde ahora mi vida.
No es simplemente la de una pequeña francesa que se enamoró de un hombre famoso: es la de la mujer de un escritor, escritora ella misma, neoyorquina por adopción y de corazón. De pronto tomo una decisión que representa mucho a mi parecer. Inmediatamente, le envío un email a Barbara, mi mejor amiga que se quedó en París.
Para: babs@gmail.com
De: louisa.mars@gmail.com
Hola Babs, Espero que todo esté bien en París.
Aquí, el invierno es duro pero la vida parece tan dulce que olvido el frío y la nieve. Te extraño infinitamente y pienso seguido en ti. ¿Recibiste los dos ejemplares del Village Voice que te envié por correo a principios del mes? Me gustaría mucho escuchar tu opinión al respecto. ¿Podemos hablar por Skype este jueves por la tarde?
También te escribo para pedirte un favor. Mis cosas que pusiste en una bodega... ¿Podrías donarlas a la caridad? Quisiera desocuparla en cuanto sea posible. No regresaré a Francia: mi vida está aquí desde ahora. Creo que varias personas lo comprendieron antes que yo — sobre todo mi madre, a quien vi en Navidad. Por mucho tiempo, creí que este cuento de hadas que vivo en Nueva York sólo podía ser algo temporal, como una transición entre la joven chica que era y la mujer en la que me quiero convertir. Imaginaba que una vez que terminara mi año en la NYU, regresaría a París... Que David se cansaría... Ahora é que me equivocaba.
¡Babs, muero por que vengas a verme! ¿Recuerdas ese viaje que queríamos hacer en California tú y yo? Si estás libre este verano, sin duda sería la ocasión perfecta. Y además así podría presentarte a David…
No puedo seguir teniendo un pie en París y otro en Nueva York. Ya no quiero vivir con este sentimiento de añoranza y de incertidumbre. Ahora soy yo quien controla mi propia vida.
¡Tu amiga Louisa, tan tímida y cobarde, se ha vuelto tan valiente que no lo podrás creer! Y sé que estarías (que estarás) orgullosa de mí.
Tu mejor amiga — muy impaciente por verte, Louisa Toco el botón de «
enviar » en mi smartphone. Justo en ese momento, Sandro entra a la sala y viene a sentarse a mi lado.
— ¡Wow! Esa lectura fue conmovedora... Dime, ¿me equivoco o la linda silueta de la que John se enamora en el aeropuerto eres tú, Loulou?
Sandro me da su ejemplar del libro:
— Toma, mira a quién se lo dedicó...
Abro la novela, que todavía no había tenido entre mis manos.
« Para Louisa M., Mi luz en medio de la noche de incertidumbre »
— Ya eres oficialmente una musa, Louisa Mars. Afuera es la locura. Hay grandes estrellas de Hollywood que están aquí, productores de grandes estudios de cine: ya están hablando de comprar los derechos. Me pregunto qué actriz interpretará tu personaje...
Espero que Sandro no sufra mucho por ver el amor que David me tiene expresado a través de esa novela. ¿Mi amigo seguirá teniendo sentimientos por mí? ¿O será que estas cuantas semanas en Trieste bastaron para hacerlo cambiar? Volteo mi rostro hacia el suyo y me vislumbrar en la penumbra sobre el rostro de Sandro una sonrisa que, por primera vez, no tiene nada de irónico.
Todavía más extraño: a pesar de la obscuridad, Sandro parece soltar un resplandor... Como si en su interior, una fuerza irradiara...
— Sandro, es raro, pero siento que has cambiado mucho desde la última vez que te vi.
Distraídamente, él responde:
— ¿Eso crees?
Sandro medita un instante acerca de mi comentario y retoma, como para sí mismo:
— Sí, es posible que haya cambiado...
Que haya comprendido muchas cosas, después del MoMA…
— En verdad estabas furioso esa noche: contra ti mismo, contra Chloe...
— En efecto, pero ya no lo estoy. Creo que cuando me encontré solo, esa noche, empacando mi maleta en mi apartamento para ir al aeropuerto, me llego un presentimiento extraño: que algo iba a cambiar irremediablemente en mí.
Que daría la vuelta a una página en mi vida.
Eso se confirmó cuando llegué a Trieste.
— Sí, es evidente: irradias algo muy...pacífico. ¿Qué sucedió, Sandro?
Veo que duda un instante antes de responderme. De todas formas se lanza:
— Me enamoré, Louisa. En verdad estoy enamorado. No sé por qué ni cómo. No era el momento, debía reflexionar sobre mí mismo, pensar en la dirección que le quería dar a mi vida...
Pero llegó solo, así sin prevenir.
No sé qué responder. Siento un gran alivio de saber que Sandro ya no se interesa en mí de esa forma, una alegría profunda de sentir que mi amigo al fin encontró la felicidad, y sin embargo...
Sin embargo, siento que el corazón se mes estruja por Chloe. ¡Ella se esforzó tanto por ser digna de Sandro mientras que él estaba ausente! Pero reaccionó demasiado tarde: ya lo ha perdido.
— Estás muy silenciosa, Louisa.
— Admito que no puedo evitar pensar en Chloe. Algunos eventos nos aceraron recientemente... Ella también ha cambiado mucho desde el fin de año.
Creo que esperaba que ustedes...
Sandro me interrumpe:
— Sí, es extraño, ¿no? ¿Sabías que pensaba comenzar a hacer obras de caridad? ¡Definitivamente esa mujer está llena de sorpresas!
Rápido como un rayo, voltea hacia mí y me da un beso en la mejilla: — Tengo que irme, Louisa: sólo había venido a despedirme de ti. De todas maneras, los invitados ya se están yendo. Yo regresaré a Trieste mañana: nos veremos en la boda de Judith y Gary... ¡si algún día deciden fijar la fecha!
— No te preocupes: como dama de honor, estoy trabajando en ello. Sólo tenemos que encontrar el lugar adecuado y ver cuándo estará disponible…
Sandro se levanta y añade, antes de irse: — Sabes, creo que nuestro encuentro, los sentimientos que tuve por ti, me permitieron verdaderamente crecer y abrirme. No sé si hubiera podido enamorarme tanto como en este momento si tú no hubieras sacado a relucir mi mejor parte. Quería agradecerte por eso.
Y te deseo toda la felicidad del mundo.
Él me extiende su mano, y en ese instante, regresa su sonrisa un poco insolente que lo caracteriza:
— ¿Amigos?
Tomo su mano y la aprieto vigorosamente:
— Amigos.
Poco después de la partida de Sandro, me doy cuenta que las voces de al lado se han extinguido. Voy al encuentro de David: él está despidiéndose de Gary y Judith. Sacha ya se ha ido, agotada por la histeria de los fotógrafos que los perseguían, a Chris y a ella. Además, debe estar afectada por su ruptura con Maria...
Avanzo para despedirme de Judith:
— ¿Ya todo el mundo se ha ido?
— Sí, Louisa, y todos los periodistas estaban encantados. Es un verdadero éxito: QG, Vogue, Vanity Fair… ¡Todos amaron a David! Serán unos tres meses de promoción maratónica muy intensos.
En verdad tengo miedo que ustedes no tengan mucho tiempo a solas...
¡Es cierto que no había pensado en eso! Le lanzo una mirada de pánico a David: si debe recorrer el mundo para promover su libro, ¿cómo le vamos a hacer? Yo tengo mis clases en la NYU...
Y también cosas que escribir, aunque él todavía no lo sepa... Sin embargo, ¡no podemos dejarnos el uno al otro! ¡Eso será terrible!
Judith percibe mi angustia y se escabulle precipitadamente para dejarnos hablar a solas.
— Bueno, los dejo. ¡Buenas noches!
David, el organizador de eventos pasará mañana para arreglar todo.
Ella nos da un beso, Gary hace lo mismo y se pierden en la negra noche.
Son las dos de la mañana. David, con el rostro tenso, regresa a sentarse detrás de su mesa de autógrafos siguen quedando libros y plumas. Volteo hacia él:
— Judith tiene razón, David: ¿qué será de nosotros durante estos tres meses de promoción? Tú vas a viajar mucho y yo debo quedarme en Nueva York…
David sugiere, inseguro:
— Tú... ¿podrías venir conmigo?
— ¡Es imposible, David! ¡Tengo mis clases! ¡Mis exámenes! ¡Debo ir a la universidad si quiero conservar mi beca!
— Sabes bien que no necesitas esa beca: el dinero no es un problema…
Atormentada, exclamo:
— ¡No es una cuestión de dinero, David!
Él baja la cabeza:
— Lo sé... También se trata de tu vida... De tus estudios, de tu futura carrera... Perdóname, soy egoísta...
Levanta su rostro hacia mí:
— Es sólo que es tan difícil para mí estar sin ti, Estos últimos ocho meses han sido los más felices de mi vida...
porque siempre te tenía a mi lado.
Siempre supimos que algún día, nuestras respectivas obligaciones nos alejarían el uno del otro, y siempre postergamos el momento de tener esta plática: es el momento de que le hable de mis proyectos.
— David, me reuní con Bob Wilson hace algunos días.
— ¿¿¿Bob Wilson???
— Sí, él me pidió verlo... David, quiere hacerse cargo de mi carrera. De mi carrera de escritora. Quiere que le entregue, en tres meses, suficientes escritos para hacer una antología. Si es que logro cumplir con el desafío...
— ¡Oh, pero Louisa, eso es maravilloso! ¡Te lo mereces tanto!
¡Estás tan llena de talento! Y Bob
Wilson es el mejor: si es él quien te lanza, todos los críticos tendrán los ojos puestos en ti. ¡Tus escritos tendrán un eco rotundo!
Él se levanta de detrás de su mesa, la rodea y viene a apoyarse en el borde.
Me acerco a él.
— Sí pero, ¿qué significa eso para nosotros? ¿Para nuestra vida de pareja?
Yo me voy a quedar aquí en Nueva York
y trabajaré arduamente. Tú partirás a Europa, a Asia, a dar entrevistas...
David me abraza y me atrae hacia él.
— Sobreviviremos esto, Louisa.
Nuestro amor es más fuerte que la distancia.
— Sí, pero…
Me beso para disipar mis inquietudes. Un beso largo como en el cine.
— No te preocupes por eso ahora. Por el momento hay que celebrar, Louisa.
Celebrar la publicación de mi libro, celebrar que nuestro amor nos vuelve más fuertes que nada y nos permite superarnos. Celebrar el hecho de que es maravilloso lo que logramos construir cuando estamos juntos. ¿Cuántas parejas tienen esa suerte?
Manteniéndome pegada a él, me alza.
Me sienta al borde de la mesa y se instala entre mis piernas.
— Lo demás no tiene ninguna importancia. Todas las pruebas que la vida nos pone, las trampas, los obstáculos, la distancia... Dejemos eso atrás por ahora. Encontraremos una solución cuando llegue el momento.
David atrapa mi nuca, se inclina hacia mí y me besa con una pasión que logra que de pronto, ya no tenga más miedo.
Los besos de David me aturden. Su boca tan suave se presiona contra la mía, su lengua viene a buscarme y se retira de pronto. Ahora mordisquea suavemente mi labio inferior. Su mano poderosa sube por mi espalda.
Murmura, apasionado:
— Estoy orgulloso de ti, Louisa. ¡Si tú supieras cuánto!
David siempre me ha visto como su tesoro... Y sin embargo, ahora que yo también me estoy volviendo un personaje público, lejos de temer que me le escape, me anima a tomar mi independencia y a brillar más fuerte.
¡Qué increíble hombre! En un escalofrío, pasando mis manos por sus hombros, le respondo:
— Toda mi fuerza viene de ti, David…
— Tus sueños son los míos, Louisa: quiero vivirlos a tu lado.
Su pecho presiona contra el mío. Mi espalda viene a recostarse sobre la mesa. Con su brazo izquierdo, David barre los libros y plumas, que caen sobre la moqueta emitiendo un ruido sordo. La penumbra envuelve mi cuerpo.
David comienza a desabrochar uno a uno los botones de mi chaqueta, dejando mi sostén al descubierto. Esta lentitud es exquisita... Pero es también una tortura.
¿Cómo se puede sentir al mismo tiempo emociones tan contradictorias? Ya no sé ni qué hacer, qué pensar, qué sentir...
Todo mi cuerpo en alerta parece desear cosas diferentes.
David viene a poner su mano sobre mi cuello, la pasa por mi plexo y la hace descender hasta mi vientre: yo me arqueo y empujo mi sexo hacia él mientras que mis piernas se cierran sobre sus caderas.
— Tu piel es tan sedosa, Louisa…
Él sube mi falda hasta la parte alta de mis muslos. Estoy en trance cuando sus dedos arrugan la tela y descubren un poco más mi carne. Toma mis bragas y las hace deslizar por mis piernas. Siento como si estuviera a merced de su mirada, lo cual provoca en mí una perturbación inmensa. Muy a mi pesar, mi cadera ondula, expresando lo que mi boca calla.
Lo quiero dentro de mí.
David pone una mano sobre mi sexo mientras que la otra sube hasta mi pecho. Hace deslizar uno de los tirantes de mi sostén, lo jala para liberar uno de mis senos tensos por el deseo. La lentitud de su caricia me pone en suplicio.
Durante este tiempo, su otra mano llega a introducir dentro de mí un dedo experto, luego un segundo, los cuales hace girar lentamente en mi sexo ya electrizado por tanto placer.
— Estás empapada, Louisa…
— Te deseo tanto. ¡Te necesito tanto!
Tu piel, tu cuerpo, tu boca…
Justamente son sus labios los que pone en mi seno, labios sutiles que se cierran sobre mi pezón erecto. Su lengua viene a cosquillearlo mientras que su mano palpa mi seno, lo subir y luego descender al mismo ritmo que mis caderas que ruedan bajo él. Mis caderas, que ondulan cada vez que sus dedos se hunden y vuelven a salir.
Suelto profundos suspiros.
— Ese ruido, Louisa... Tu respiración acelerándose... No conozco música más bella en el mundo.
Levanto los brazos por encima de mi cabeza, con un gesto de sumisión absoluta que significa: « Haz de mí lo que quieras. »
— Quiero ser tuya, toda la noche.
David, me haces gozar tan fuerte...
Él continúa acariciando mi sexo ávido, mi sexo que suplica recibir su mano, para recibir el sexo que lo complete.
— Te deseo...
David sonríe y entonces comprendo que me hará esperar... Llevarme hasta el límite... Oh, no resistiré: quiero que me satisfaga. Y a la vez, no quiero que deje de hacer lo que está haciéndome...
— Primero voy a hacerte venir así, Louisa... Luego me vendré dentro de ti.
Poniendo manos en acción, quita sus dedos de mi intimidad para venir a acariciar mis labios menores tan sensibles. Mi placer se vuelve menos imperioso, más sutil. Mi apetito voraz es sustituido por una dulce satisfacción.
Me dejo llevar... Pero cuando él pone un dedo sobre mi clítoris hinchado, mi deseo vuelve a hacerse feroz y mi aliento se transforma en gemido. Siento mis senos inflamarse y endurecerse. Los acaricio mientras que mi amante, encima de mí, me admira. Durante este tiempo, las yemas de sus dedos se deslizan sobre mí como en un sueño. A través de su tacto, siento lo húmeda que estoy.
Muerdo mi labio para ahogar mis gritos.
— No intentes contenerte, Louisa.
Quiero hacerte gritar. Quiero hacerte aullar de placer...
Mis piernas se separan.
— David, es tan bueno... Quisiera que durara por siempre…
— Voy a hacerte gozar toda la noche.
Mmm, esta idea me vuelve loca. Mi cabeza se echa para atrás, ofreciéndole todo mi cuerpo abandonado a David para que lo contemple. Amo sentir sus ojos ardientes sobre mí. Sé cuánto lo excita verme gozando. Y siento que me vendré de manera incontrolable, irreprimible. Mi pelvis se levanta mientras que David, todavía acariciando mi clítoris, viene con su otra mano a llenarme de nuevo. Siento mi sexo contraerse alrededor de sus dedos.
El comienza a moverse en círculos lentamente. Oh, es tan delicioso... Esta vez, no puedo contenerme más: grito.
Los dedos de David regresan a la carga, con aún más ardor. Con una expresión de puro placer, me ordena:
— Vente mi amor... Vente para mí…
Estas palabras actúan como un detonador, al igual que su índice y su dedo medio que están ahora profunda y firmemente hundidos en mí, estimulándome enteramente. Una ola de calor me sumerge. Colores increíbles comienzan a bailar en mi mente. Colores que parecen destellos rosas, amarillos, verdes, descargas de luz que atraviesan mi cuerpo en oleadas. La onda de mi placer se estira, me atraviesa, me abandona y regresa. El éxtasis se apodera de mí... El mundo a mi alrededor desaparece... Caigo en un delicioso abismo...
Cuando mi orgasmo se disipa, siento casi como si hubiera perdido el conocimiento. Me cuesta trabajo reponerme de lo que acaba de sucederme, me encuentro completamente sin aliento. David cubre mi busto con besos. Articulo con dificultad:
— Estuvo... estuvo tan bueno…
— Satisfacerla es nuestro más grande placer, señorita Mars.
Me quedo clavada a la mesa, con mi falda levantada de forma indecente, mi chaqueta abierta, mis bragas en el suelo... Esta obscenidad casi bastaría para excitarme de nuevo, más aún cuando mis ojos se fijan en la entrepierna de David, en su pantalón que deja entrever su pene inflado por el deseo. Su sexo...
Su sexo enorme en mí... Quiero más... David lo adivina por la expresión de mi rostro.
— Eres insaciable, Louisa. Puedo sentirlo: quieres que te tome. Puedo sentirlo y eso me gusta mucho...
Me enderezo y me deslizo por la mesa.
— Es que... Es mi turno de satisfacerlo, Sr. Fulton. ¿Qué puedo hacer por usted?
David atrapa mi puño y me lanza una mirada golosa, divertida: — ¿Quiere invertir los papeles, señorita?
A manera de confirmación, pongo mi mano sobre la costura de su pantalón y comienzo a acariciarlo por encima de la tela espesa. Siento su miembro hinchado que colma mi palma, que pronto podría llenar mi sexo y esta idea me vuelve loca.
— Seguro debe haber algo que pueda hacer... Algo especial... ¿Alguna fantasía inconfesable que pueda realizar para usted...?
Mientras digo eso, termino de quitarme la chaqueta: la deslizo a lo largo de mi espalda, la atrapo con la punta de los dedos y, con un gesto lleno de gracia, la dejo caer al suelo.
— Usted es, Louisa Mars, mi única fantasía.
Mis manos llegan hasta el broche de mi sostén y lo abren: el La Perla de chica buena se une a la chaqueta en el suelo. Paso de nuevo mis manos por mi espalda para bajar el cierre de mi falda.
David me detiene:
— No... Quédatela un poco más...
Sonrío y me acerco a él, medio desnuda.
— Como quiera, Sr. Fulton.
Comienzo a desabrochar uno a uno los botones de su pantalón mientras que beso su cuello. En cuanto lo mordisqueo ligeramente, un escalofrío lo recorre.
Dejando un dedo correr por su torso, puedo sentir como su piel se eriza.
Deslizo su chaqueta por sus hombros cuadrados, por su musculosa espalda de nadador. Comienzo a abrir su camisa blanca después de haber deshecho el nudo de su corbata. Él termina de quitarse el listón de seda salvaje.
— Podría amarrarte con esto...
Desafiante, le respondo:
— Créeme, necesitarás que utilice mis manos, David.
Mi mano se abre camino por el resorte de su trusa. Tomo su sexo.
— Usted no es el único que puede dar placer de esa forma, Sr. Fulton.
Con la voz llena de deseo, me contesta:
— No lo dudo ni un instante.
Mi mano se cierra sobre su pene y comienza a remontar a lo largo de su piel suave. Mis dedos no pueden contenerlo enteramente: sin importar lo largos que sean, el sexo de David es demasiado largo. ¡Lo siento tan poderoso, ahí, contra mi palma!
Poderoso, y sin embargo a mi merced.
Su cabeza se echa hacia atrás, su respiración se acelera. Su miembro en mi mano palpita, siento la sangre fluir con violencia. Eso me hace sentir tan...viva.
¡Y él también, me parece repentinamente tan real, tan presente! Le murmuro: — Mírame…
Él clava sus ojos en los míos.
— Quiero ver tu rostro cuando te vengas...
Siento cómo esta frase lo electriza por completo. Estas son palabras que estaba acostumbrada a oír de él pero que nunca, antes, me habría atrevido a pronunciar. Imperceptiblemente, el sexo de David se endurece bajo mis dedos, confirmando el efecto que mis palabras tiene en él.
Su mirada ahora está clavada en la mía. Mi mano continúa yendo y viniendo, pero sin presionarse. Ésta se cierra sobre su glande, gira ligeramente, luego desciende de nuevo abriéndose.
Mientras que gime, David por poco cierra los párpados, debe luchar para continuar mirándome como se lo exigí.
Sin dejar de verlo, paso la punta de mi lengua por mi labio superior.
David inhala brevemente, con el aliento cortado y suelta su primer gruñido: — Es tan bueno…
Su mano viene a apoderarse de mi nuca y deshace mi chongo. Mi cabello cae: él deja que sus dedos se pierdan en él. Su pelvis comienza a imprimir pequeños movimientos rápidos: acelero el de mi puño para seguir su ritmo.
Somos un solo y único aliento, una misma música. Él jadea. Lo tengo en mi poder, lo cual me embriaga. Siento que mi sexo está mojándose de nuevo.
Un hambre terrible me asalta, en la cadera, entre mis piernas. Con mi mano libre, levanto mi falda. Instintivamente, David viene a aplacar su mano entre mis dos piernas y de esta forma me atrae hacia él mientras que lo sigo acariciando.
— Louisa, estás completamente abierta.
Las dos manos de David vienen entonces a tomar mis hombros. Él se baja de la mesa y se endereza frente a mí. Me hace girar sobre mí misma: mi espalda desnuda llega a aplacarse contra su torso mientras que con todo su peso, nos hace girar. Me encuentro frente a la mesa y me apoyo en ella.
Sí, oh sí…
— Separa las piernas.
La fuerza de mi deseo se somete al suyo: obedezco y me abro para que él pueda entrar. Su sexo se introduce en el mío.
— ¿Cómo quieres que te tome?
Fuera de control, me escucho responder:
— Rápido... Rápido y fuerte...
Su respuesta no se hace esperar: da una primera puñalada, lenta, profunda.
Todo mi cuerpo responde con un espasmo... El segundo golpe es más impetuoso. Comienza a hacerme el amor así, alternando movimientos lentos y movimientos rápidos, hundiendo su sexo en lo más profundo de mí y... Dios mío, no pensaba que se pudiera llegar tan lejos... Yo... Yo...
— David, ¡es demasiado bueno!
Mis caderas se mueven en ritmo, llegan al encuentro de las suyas: aceleramos al máximo.
— Louisa, estoy loco por ti... Mi amor…
— David, oh David…
Un grito sale de mi garganta mientras tengo la impresión de que todo mi ser se desgarra. El placer me divide, siento a la vez como si no fuera más que un cuerpo y flotara encima de mi envoltura carnal... La « muerte chiquita » nunca se había ganado tanto ese nombre: estoy agonizando de placer. Mi grito le da a David la señal: él también se deja sumergir. Empuja su sexo en lo más profundo de mí para gozar. Siento todo su cuerpo temblar detrás del mío. Es tan intenso...
Tan bello... Grita mi nombre, yo grito el suyo; juntos, destrozamos el velo del silencio, desmembramos la noche, nos disolvemos en ella mientras que David, sumergido, gime:
— Te amo, Louisa, te amo tanto…