15
La cima del mundo
Los días transcurrían y Ping no pensaba
en nada. Si dejaba que su mente divagase,
sólo la devolvía a su propio sufrimiento.
El Yi Jing la había decepcionado. El mapa de Danzi la había conducido a la desesperación. Sólo podía hacer una cosa: tenía que encontrar a Kai. Buscaría por todo el imperio, buscaría por todo el mundo si fuera necesario y, si no lo encontraba, al menos moriría en el intento.
No le importaba haber perdido su alforja. Lo podía hacer sin ropa de recambio, ni utensilios de cocina ni monedas de oro. Sus cosas más preciadas las llevaba en el interior de la bolsa atada a su cintura: su espejo, la escama de Danzi y el fragmento de la piedra del dragón. Era ya última hora de la tarde. Ping podía quedarse allí hasta la mañana siguiente. Dormiría en la entrada del túnel sobre el montón de paja. De todos modos también podía iniciar el viaje inmediatamente, aunque quedasen tan sólo unas pocas horas de luz diurna. El viaje al cual se enfrentaba prometía no ofrecer ningún refugio ni paja seca donde yacer, y bien podía perderse una noche de comodidad relativa ante las noches de incomodidad al aire libre que tenía por delante.
Por lo tanto, decidió partir de inmediato. El dragón amarillo se había ido volando hacia el suroeste; o sea, que aquélla era la dirección que Ping emprendería, excepto que ella no tenía alas. Lo único que podía hacer era arrastrarse como un caracol a través del ondulado paisaje. Cuando se hizo de noche continuó andando, guiándose por las estrellas, hasta que no pudo dar ni un paso más.
Durante muchos días, Ping caminó desde el amanecer hasta bien entrada la noche. Pocas veces se molestaba en encender una hoguera. No tenía nada que cocinar. En lugar de eso comía setas crudas y bayas, además de las tiras de carne de cabra seca que se había llevado de la cueva del dragón. Había días buenos en los que el sol no calentaba demasiado y las colinas le brindaban sus suaves laderas. Entonces recorría un buen trecho. También había días malos en los que el viento soplaba y la pendiente de la montaña era demasiado pronunciada para poder escalarla, obligándola a alejarse varios li de su camino.
El tiempo cada vez era más caluroso. No llevaba agua en su bolsa, por lo que sólo podía beber cuando por casualidad tropezaba con algún riachuelo o una charca en la que el agua ya se iba secando. Al final se le terminó la carne seca. Tampoco crecían ya setas, puesto que la tierra era demasiado árida. Y los pájaros habían acabado con la escasa cosecha de bayas de los arbustos. Su rostro estaba quemado por el sol; sus labios, agrietados. No tenía sombrero, ni siquiera contaba con los restos de su camisón para protegerse del sol el rostro y la cabeza. Tampoco había árboles que pudiesen ofrecerle sombra. Le daba la impresión de que el sol acabaría por horadarle la cabeza.
Pasó muchos días en blanco y al final ya no se molestó ni en contarlos. El calor le hacía difícil pensar en nada. Sentía como si se le fuera a derretir el cerebro. Cada vez que se concentraba en un pensamiento, éste desaparecía de su mente, como una pesada cuerda deslizándose entre sus dedos, como un sueño desvaneciéndose al despertar.
Los días transcurrían y Ping no pensaba en nada. Si dejaba que su mente divagase, sólo la devolvía a su propio sufrimiento. Además, de todos modos, pensar consumía energía. Se movía de forma inconsciente y tan pronto la noche caía se derrumbaba en un sueño exhausto allí donde se encontrase, sólo para despertarse en la oscuridad, temblando de frío e incapaz de dormirse otra vez. Después empezaba a caminar de nuevo antes del amanecer, tropezando con las piedras y rodando por las laderas en la oscuridad.
En otros tiempos ya había pasado hambre, pero nunca como entonces. Recordó las comidas frugales en Huangling, con gachas aguadas y las sobras que quedaban en el plato del amo Lan. Ahora se le hacía la boca agua al pensar en tales festines. Hurgó en su bolsa por si quedaba dentro alguna migaja de comida: un fruto seco, alguna baya mustia, algún trozo de seta mohosa. Lo único que encontró fue un espejo, un fragmento púrpura y una descolorida escama de dragón.
No podía recordar el nombre de la hermana del emperador. Había olvidado cuánto tiempo hacía que había dejado el palacio Beibai. Sólo era cuestión de tiempo que olvidase también quién era y qué estaba haciendo allí. Se detuvo a pensar un momento. ¿Adónde iba? No se acordaba. Sin embargo, aún recordaba su nombre. Sujetó la cinta de seda que llevaba alrededor del cuello. Nunca olvidaría su nombre. Miró su cuadrado de bambú; estaba en blanco. El sol había borrado el único carácter que debía estar escrito en él. Demasiado cansada para tenerse en pie, Ping se sentó en el suelo y cerró los ojos. Ninguno de sus sentidos respondía, se había convertido en una concha vacía.
Sus dedos se cerraron alrededor del fragmento púrpura. Lo sentía frío entre sus manos. Acarició su lisa superficie y admiró su bello color. Sentía un doloroso sentimiento en su pecho. Su mente, vacía de cualquier otro pensamiento, se concentró en aquella especie de escozor. No era tanto un escozor como un dolor; su mente no podía distinguirlo. Lo único que comprendía es que caminaba y dormía. Cualquier otra cosa era confusa. Permaneció sentada bastante tiempo. El dolor cada vez era más intenso, como si le estuviesen clavando una rama cada vez más honda y con más dureza. Abrió su chaqueta y examinó el trozo de piel que le dolía. No tenía ningún corte, ni magulladura, ni picadura de insecto, nada que le pudiera causar aquel malestar. Sabía que había experimentado antes aquella sensación, pero no podía recordar cuándo.
Tenía el espejo de bronce sobre el regazo. En un lado había una criatura que intentaba alcanzar el nudo central como si desease algo intensamente. Era una criatura hermosa, de cuatro patas, cuerpo curvado y cuernos en la cabeza. ¿Qué criatura era? No se acordaba. Dio la vuelta al disco de bronce. En el otro lado había un rostro. Un rostro humano, mugriento, lleno de arañazos y en carne viva. La piel de la nariz se desprendía y los ojos tenían una mirada ausente. Dio la vuelta un poco al disco y la luz del sol destelló en sus ojos. Vio que el rostro del disco se movía y los ojos bizqueaban. No estaba pintado ni tallado en el bronce, sino que era el reflejo de un rostro real: su rostro.
Los recuerdos empezaron a regresar con cuentagotas a su mente. Recordó qué era aquel sentimiento que tenía en su pecho. Era la hebra que tiraba de ella. Tenía aquella capacidad, formaba parte de su segunda visión. Cuando ella deseaba algo intensamente, más que cualquier otra cosa en el mundo, ella la conducía hasta aquello. Dio la vuelta al espejo de nuevo. Ahora ya sabía cómo se llamaba aquella criatura. Era un dragón. Ella se llamaba Ping y estaba buscando a su dragón.
Era como si la hebra estuviese uniéndola a Kai. Una delgada cuerda como un fino hilo tejido por un gusano de seda. Era muy frágil y delicada, pero estaba intacta. Aquel hilillo la había llevado hasta lo que deseaba en anteriores ocasiones. Un fragmento de piedra de dragón había intensificado el vínculo. Sujetó el trozo con ambas manos. De alguna manera, esta vez era más fácil, puesto que no había nada en absoluto que distrajese ni su cuerpo ni su mente. Se puso en pie y dejó que aquel vínculo la guiase. No se rendiría en su búsqueda de Kai mientras aún estuviese viva.
Encontró tubérculos y algún insípido melón silvestre para comer. Vació una de las cortezas, de manera que pudiese llevar agua dentro de ella. El agua sabía a melón podrido, pero al menos saciaba su sed. Cuando llegó a una extensión de hierba alta y tupida, recogió algunas briznas y se tejió un burdo sombrero. Capturó un pichón con un lazo de cuerda, hecho con tiras de cáñamo que había extraído del deshilachado tejido de sus pantalones y unido en una trenza. Aquella noche, Ping encendió una hoguera y asó el pichón y el melón. Comió berros y bayas. Encontró un refugio, se hizo un lecho con musgo seco y durmió bien por primera vez en muchas jornadas.
Día tras día siguió andando. Cada vez se encontraba más fuerte y notaba su mente más despejada. Sentía que la hebra invisible se hacía también más fuerte y era improbable que se rompiese, más parecida a una cuerda ahora que a una hebra. Se estaba acercando, pero sabía que Kai aún estaba a cientos de li de distancia.
Cada día debía enfrentarse a una nueva cima, igual que la anterior, sólo que más alta aún. Era como si estuviese escalando una y otra vez la misma montaña, luchando por alcanzar la cima y bajando con cuidado de no caer por el otro lado, únicamente para descubrir que se encontraba a los pies de nuevo. Cuando se detenía para recuperar el aliento, miraba a su alrededor y lo único que había eran cumbres montañosas en todas direcciones. Se sentía como si estuviese escalando la cima del mundo. Aunque era verano, se fijó en que había algo de nieve sucia aún oculta en los rincones más umbríos de la roca.
Las montañas estaban cubiertas de plantas pequeñas y musgosas que tenían un ligero matiz rojizo. A distancia, parecían de color marrón oxidado. Divisó un águila blanca que planeaba muy alto en el cielo encima de ella buscando comida y deseó tener alas. Si pudiese volar no tardaría nada en viajar de pico en pico. Tanto si elegía rodear andando una cima como escalarla, siempre tardaría mucho más que el águila.
Algunas mañanas, después de algún ascenso particularmente pronunciado el día anterior, se le hacía difícil despertarse. Cuando se levantaba, le parecía que las montañas bailaban a su alrededor y tenía que sentarse de nuevo. La cabeza le latía y no tenía apetito. Cada paso que daba le suponía un gran esfuerzo. Lo único que quería era dormir, pero cuando se echaba el sueño se negaba a aparecer. Descubrió que si descansaba un día se sentía mejor. No quería detenerse, pero avanzaría más si esperaba a que el malestar pasase que si caminaba a trompicones mientras se sentía enferma.
Un día llegó con penas y trabajo a lo alto de una ladera y descubrió una planicie montañosa que se extendía perfectamente llana delante de ella. Hacía tanto tiempo que no había atravesado una superficie llana que incluso le pareció extraño. No le costó ningún esfuerzo cruzarla después de tanto escalar; era como deslizarse algunas pulgadas sobre la tierra. Pero al otro lado de la planicie había otra cordillera que se elevaba incluso más alto y se veía coronada por cimas nevadas. La impaciencia se apoderó de ella. Quería encontrar a Kai ya.
Y luego estaba el clima. ¿Cómo conseguiría sobrevivir en las montañas cuando hubiese pasado el verano y se acercase el invierno? ¿Cómo evitaría congelarse? ¿Qué comería? Inspeccionó sus provisiones, que consistían en unas pocas raíces y algunos caracoles grandes que sabían bastante bien cuando los asaba en las brasas. Tenía sólo lo suficiente para una comida. Miró hacia lo alto, al sol que brillaba en el cielo, e intentó averiguar cuánto faltaba para que llegase el invierno. Pero en las montañas debía de llegar antes de lo que ella estaba acostumbrada. Recordó los gélidos inviernos en la montaña Huangling, aunque ahora se encontraba a mucha más altura. De hecho, no sabía si podría sobrevivir al invierno.
Mientras cruzaba la meseta vio gente en la lejanía. Eran nómadas, como los Ma Ren. No tenían casa permanente. Seguían el sol y los pastos para alimentar sus yaks. Si aquella gente era capaz de sobrevivir al invierno, entonces ella también podría. Intentaría comprarles pieles. Averiguaría con qué tipo de comida se alimentaban, y si aquello era lo que debía hacer, lo haría. Pero ya no tenía las monedas de oro y tampoco nada que ofrecerles, por lo que observó cómo los nómadas se alejaban en la distancia y desaparecían de su vista. Un tranquilo riachuelo de aguas mansas atravesaba la meseta formando un meandro, como si no tuviera prisa alguna por llegar al otro extremo, disfrutando de las llanuras tal como ella lo hacía, antes de que tuviese que apresurarse en su descenso por las laderas de las montañas. Ping descansó en la ribera del río y sorbió el agua helada mientras se preguntaba si habría peces en él que pudiese pescar.
Una sombra se cernió sobre ella. Ping no había visto una sola nube en meses. Alzó la vista, pero algo la golpeó sobre la nuca y se dio de bruces contra el suelo. La cabeza le zumbaba. No sabía quién o qué la había atacado. Sería algún animal salvaje, tal vez un leopardo, o puede que algún nómada de los que había visto antes. Intentó darse la vuelta para ver qué la había golpeado, pero algo le roció el rostro con gotas de algún tipo de líquido. Fuera lo que fuese aquello, le entró en los ojos y le causó escozor. Se los frotó, parpadeó, y cuando los volvió a abrir descubrió que no podía ver nada en absoluto.
Su cuerpo fue alzado y lanzado sobre algo duro y puntiagudo. Sintió que le pasaban por la espalda una cuerda áspera que la sujetaba con fuerza. Intentó librarse, pero sin resultado alguno. Tenía las manos atadas y no veía nada. No tenía la menor idea de lo que le estaba ocurriendo.
Sentía un olor que reconocía, pero que no podía identificar en aquel instante. Era un olor penetrante, como a pescado, pero con un matiz de ciruelas a punto de pudrirse. Luego un fuerte viento empezó a silbar en sus oídos. Aquella cosa puntiaguda bajo ella daba sacudidas y se balanceaba. Aquello también le era familiar. Había otro sonido que se remontaba sobre la ráfaga y el silbido del viento. Sonaba como si sacudiesen el polvo de una gran alfombra. Enseguida Ping unió todas las piezas del rompecabezas: la forma puntiaguda, los sonidos, el olor. Las puntas que sentía bajo ella eran la espina dorsal; el sonido era el aleteo de amplias alas; el olor era el de un dragón. Estaba volando a lomos de un dragón.
Ping sintió que el viento soplaba con más fuerza. Mientras se había arrastrado por el suelo, había anhelado volar por encima del mundo sobre un dragón y su deseo se había hecho realidad. Se imaginó las cumbres de las montañas pasando bajo ella. Y la hebra cada vez era más fuerte por el momento. Podía escuchar algo en su mente; no eran palabras ni sonidos, sino una emoción: justo como la que había tenido antes de que Kai naciese, cuando él aún estaba dentro de la piedra del dragón. Lo que oía era una mezcla de placer y temor. El dragón la estaba llevando junto a Kai.
Volaron durante horas. El aire cada vez era más frío, por lo que supo que volaban más y más alto. Al final, el batir de las alas disminuyó y las ráfagas de viento cesaron. Estaban planeando y luego descendieron.
El aire de pronto se hizo más cálido y más húmedo. Y había un nuevo olor, un hedor similar a huevos podridos. Con un ruido sordo se posaron de nuevo en la tierra. Ping pudo escuchar cómo las garras arañaban la piedra. Sus ataduras fueron aflojadas y cayó rodando por el suelo, aterrizando en la dura piedra. Escuchó un sonido maravilloso en su cabeza. El tintineo de campanillas al viento.
—¡Ping, Ping, Ping!
La muchacha alargó los brazos en la dirección del sonido, pero Kai no fue hasta ella.
—¿Estás bien? —No pronunció las palabras en voz alta.
—Sí, sí. Kai está bien.
—No veo —dijo Ping—. El dragón me ha rociado la cara con algo. No sé lo que era.
—Saliva —dijo Kai—. La saliva de dragón ciega los ojos humanos.
—¿El dragón ha escupido en mis ojos? —exclamó Ping.
—No dura. Muy pronto Ping verá de nuevo.
Poco a poco estaba recuperando la vista, ahora ya podía ver tenues formas.
—¿Dónde estás?
Intentó distinguir algo entre las sombras borrosas. Empezaban a tomar una forma más sólida. Pensó que estaba de pie en el centro de un círculo de rocas grandes e irregulares, de diferentes colores.
—Ellos me están sujetando —dijo Kai.
—¿Ellos?
¿Acaso había sido capturada por una tribu de gente que había esclavizado a un dragón? ¿Serían aquellas formas borrosas hombres vestidos con capas?
Algo corrió hacia ella. Era Kai. Se había soltado de quienquiera o cualquier cosa que lo estuviese reteniendo. Casi tira al suelo a Ping. Ella lo abrazó con fuerza y sintió sus familiares escamas y pinchos bajo los dedos. Tocó su nariz, acarició sus orejas.
—Pensé que te había perdido.
—Kai no se ha perdido.
Las lágrimas que empezaron a brotar calmaron sus ojos doloridos. Escuchó el sonido de Kai, alegre y feliz como las campanillas de un móvil mecido por la brisa. Ahora sí podía verlo, aunque borroso. El dragón estaba a salvo.
Finalmente Ping pudo distinguir las formas irregulares que había a su alrededor. Dio la vuelta lentamente en círculo. No estaba rodeada de rocas u hombres. Estaba rodeada de dragones.