IV
Law daba vueltas en la habitación de su amigo Clint.
Este, tendido en la cama, fumaba un cigarrillo. Tenía los ojos semicerrados y parecía somnoliento, como si no oyera cuanto decía Law.
—Eres un buen cirujano. Dentro de muy poco tendrás clínica propia. ¿No has luchado siempre por eso?
Clint bostezó.
—¿Qué hora es?
—Clint, entiende.
—Te entiendo.
—Tú necesitas hacer un matrimonio brillante. Una chica con dinero y con nombre, que te ayude a triunfar. ¿No entiendes? Claro que mister Lakes es un hombre influyente. Pero su negocio es… ruinoso, comparado con…
—No me interesa el dinero, Law. Siempre viví sin él.
—No te interesa porque no sabes lo que supone.
—¿Qué has hecho tú con tanto dinero y tanto nombre? Ahora es cuando te abres camino —cortó Clint con sequedad—. Y para ello, no te hizo falta el dinero.
—Clint.
—Es inútil, Law.
—Llamé al doctor Manley —gritó Law exasperado— Se lo conté todo por teléfono.
Clint expelió una gran bocanada.
Sus facciones quedaron como difuminadas entre las espesas volutas.
—También lo llamé yo. Pretendo que haga de testigo.
Law se agitó como si le derribaran.
—Yo pretendo que te quite esa idea loca de la cabeza.
—Conoces al doctor Manley como yo. Es un hombre lleno de humanidad. Sólo siendo así se triunfa en la medicina, Law. ¿No te has fijado eso en la cabeza?
—¿Cómo?
—Eso. El que solo piensa en el dinero y en el nombre para triunfar, casi nunca triunfa. Y si lo logras, me refiero al triunfo, te pesa como una plancha, porque nunca podrás decirte a ti mismo que triunfas por tu valía personal. ¿De qué sirve engañarnos a nosotros mismos? Lo esencial es ser sincero con el prójimo, porque solo así podremos serlo con uno mismo.
—Clint, yo había pensado…
—¿Pensado?
Se volvió en la cama.
Law no quería decir lo que acariciaba.
Pero, puestas las cosas así, no iba a tener más remedio.
—Yo pensaba… que un día podrías casarte con Marcela.
Clint se sentó en el borde del lecho y fumó despacio.
Vio a Marcela con la imaginación. Bonita, veinticinco años, muy relacionada, pero… ¿sabría aquella joven valorar su esfuerzo?
En cambio…
¿En cambio qué?
Mildred se moriría.
El sólo pretendía hacer una buena obra.
—Olvídate de eso.
—Es que viudo tal vez no te quiera.
—No pretendo a tu hermana —cortó Clint secamente—. Soy muy amigo tuyo, pero cuando me case, buscaré una muchacha de mi igual.
—Te olvidas de que, yerno de mi padre, podrías montar una clínica…
—Cállate —gritó—. Cállate. Eso no sería más que un favor que añadir a los que debo a muchas otras personas. A mi padre que me ayudó a ser lo que soy con el ejemplo que me dio. Al cura del pueblo, que me logró una beca. Al secretario del Ayuntamiento que me dio los primeros libros. A la vecina, que abrió una colecta para que yo llegara a ser lo que soy. Al boticario, que me dio empleo, y a la patrona, que no me cobraba, siempre teniendo en cuenta que busqué un gato para su hija.
—Clint…
—¿Quieres aún que deba más? Oh, no. Law. Agradezco tu buena intención, pero ahora quiero pagar de una vez, y sé que no lo pago, todo el bien que los demás hicieron conmigo.
—Está muriendo Mildred Lakes —gritó Law—. Pero suponte que no se muere.
—Mejor para ella.
—¿Y tú? ¿Ligado todo el resto de tu vida a una joven que lleva un estigma en su dignidad femenina?
Clint no perdió su ecuanimidad.
Sus tremendos prejuicios.
Una lástima que Law tuviera tantos prejuicios.
—Olvídate de lo que pueda ocurrirme a mí casado con esa joven. Pide por su vida.
—Yo sólo trato de evitar por todos los medios, que cometas una locura.
—Es una honra de la que me sentiré, no orgulloso, porque yo jamás me sentí de ese modo. Pero al menos sentiré, eso sí, que hice algo por los demás, en pago a lo que los demás hicieron por mí.
—Eres tozudo. ¿Qué hizo ella por ti? ¿Amar a otro hombre?
—¿No es eso una maravilla?
—Clint.
—Creo que está sonando el teléfono interior.
Asió el auricular.
Al otro lado se oyó la voz del padre Sam.
—Estoy dispuesto.
—Voy.
Colgó.
Miró a Law.
—El padre Sam nos espera. Quiero que tú y el doctor Manley seáis los testigos de mi boda. También estará presente el policía.
—Clint…
—Está decidido. ¿Quieres venir?
Lawrence apretó los puños.
Aún se atrevió a asir del brazo a su amigo.
—Piénsalo.
—Está pensado. He tenido dos horas para reflexionar.
—Pero… ¿qué clase de samaritano eres tú?
—¡Qué importa eso!
—Escucha, Clint.
—Nos está esperando el padre Sam.
—¿No esperas por el doctor Manley?
—Éstoy aquí —dijo la procer figura recostándose en la puerta.
Lo asió por los hombros.
Intentó decir algo, pero en vista de la quieta mirada que Manley posaba en sus ojos, cerró los labios y permaneció mudo.
—Law, me haces daño en los hombros.
—No entiendo.
—¿Entender?
—Hace dos horas usted no quiso oír hablar de esto.
—En efecto. Hace dos horas. Tres, ¿no, Law? Tres horas. No me fui a casa. Subí a mi auto y estuve dando vueltas por la ciudad.
—Pensando en…
Clint los miraba y oía desde la puerta.
No parpadeaba.
En realidad, él no comprendía la inquietud de Law.
El estaba decidido a hacer algo por aquella muchacha moribunda que no llegaría al amanecer y nada más.
—Doctor Manley, ponga en su lugar a su propia hija…
—Ya está puesta, Law.
—¿Lo consentiría?
—Le haría muchas recomendaciones. Le diría el pro y el contra, pero no trataría en modo alguno de impedirlo.
—Hace dos horas…
—Tres, Law. Hace tres horas justas, yo pensaba como tú. Pero ahora ya no pienso igual. Si Clint quiere tranquilizar una conciencia, no seré yo quien lo impida ¿Vamos? El padre Sam nos está esperando.
—Doctor…
—Vamos, Law. No eres tú el que se va a casar in articulo mortis. Es tu amigo Clint.
Law se volvió hacia el mudo Clint.
—Por eso mismo. Yo jamás lo haría. Y trato de impedir que Clint cometa una locura.
Por toda respuesta, Clint y el doctor Manley salieron.
Este último asió a Clint por un brazo. Tras de ellos se sentían los pasos cansados de Law.
—Estuve reconociéndola hace un segundo, Clint.
—¿Sí?
—Tendrá vida hasta el amanecer, no más.
—Entonces apresurémonos.
—Estás decidido.
Afirmó por dos veces.
—¿Por qué lo haces?
—Porque deseo evitar que se muera con ese dolor horrible. Y porque en el fondo también haré un gran bien a mister Lakes.
—No lo haría otro, Clint.
—Yo sí.
—Tú éres médico de verdad.
—No sé lo que soy.
La número siete estaba allí.
Se oía el murmullo dentro.
Cuando ellos abordaron la puerta, el padre Sam se inclinaba hacia la enferma.
—Escúchame, Mildred. Te vas a casar. Cuando tu padre vuelva…
—Yo estaré muerta —decía Mildred en un rato de lucidez—. Pero tendré un marido que me defienda ante Maggie.
—No quieres a Maggie.
—Yo quería que papá fuese feliz. Pero ella… ella nos separó a papá y a mí.
El doctor Manley aún asió de nuevo el brazo de Clint.
—Estás… decidido.
—Sí.
Y entró, seguido del doctor Manley y Lawrence Cronwell.