XIII

Llevaba aún la bata puesta y así, como un sonámbulo, se fue hacia el ascensor.

Alguien le llamó desde una esquina.

Saludó de lejos y siguió hacia el ascensor.

Parecía un autómata. No era posible disipar la tensión que existió en él en un segundo, cuando la llevaba consigo de dos días para acá. Y sobre todos, cuando se enteró de que era ella, Yootha.

Un tumor benigno. Nada, una bolsa de grasa. Un montón de porquería sin inmundicia...

Nada más decirles a los padres lo que ocurría, volvería al quirófano.

Seguro que Benton no habría terminado. No, claro. Era labor dura aquélla, laboriosa y difícil, y, sobre todo, lenta y cuidadosa. No quería que lo hiciese otro. En cualquier momento en casos parecidos, suturaba Jerry o March, incluso Peter que era el más joven. Pero en aquel caso no. Tenía que ser Benton o él.

Y él no podía más.

El ascensor lo dejó en el sexto piso.

Caminó como si arrastrara los pies.

«Tengo que reponerme. He pasado los momentos más difíciles de mi vida.»

Entró en el despacho y cuatro personas se abalanzaron sobre él.

Los miró.

Estaba grave, pero sus ojos tenían como una luminaria.

—Benigno —dijo Ger nada más verlo.

—Sí —dijo Brian.

Y se desmoronó en una silla.

Ocultó la cara entre las manos. No podía más.

Sollozó.

Así, él que jamás había sollozado.

Que no se acordaba de haberlo hecho ni cuando era niño, de súbito rompía la botella llena de lámparas de su llanto.

Nina se acercó a él y le abrazó por la espalda. Brian estaba encorvado.

—Brian... ¿todo bien?

—Todo, sí. Pero dejarme llorar. Necesito hacerlo... Nunca pensé, nunca, que yo... yo...

Ocultó la cara entre las manos.

Richard se acercó también a él. Lloraban los tres. Jonathan parecía una estatua. Ger no había bajado al quirófano. A última hora no había tenido valor. Al fin y al cabo él era un médico de medicina general y de esos que se llaman de cabecera. Hombre que puede dar un vistazo, extender una receta o dar un volante.

Y por otra parte, apreciaba a Yootha.

La quería como si fuera una hija, pese al orgullo desmentido de la joven. A su altivez, a su forma ruda de ser.

Pero ahora que ya sabía tantas cosas, se preguntaba si aquel orgullo, aquella altivez, aquel afán desmedido de trabajo no era el baluarte donde pretendía escurrirse y oscurecerse.

Sin duda.

—Brian, habéis hecho la biopsia —dijo Richard sin preguntar.

—Claro, claro. No podía cerrar sin saber. Pero he visto en seguida que era un tumor benigno, un montón de grasa. Nada. Extirpado, se pondrá bien rápidamente —los miró a todos. Aún tenía el rostro húmedo. Su rostro de hombre curtido, vapuleado, habituado a casos así, a que las vidas jóvenes se le fueran de las manos—. Pero está débil. Muy débil debido a su falta de apetito. A su agotamiento. Ha trabajado mucho todo este tiempo. Se nota que ha sufrido...

Puso los dedos extendidos por la cara.

Las manos con los cinco dedos separados apretando las mandíbulas con ellos.

—Fue algo terrible. No lo olvidaré jamás.

—¿Cuándo podremos verla, Brian?

—Es mejor que os marchéis a casa. Iros tranquilos. No podréis verla en todo el día de hoy ni en la mañana de mañana. Hay que seguir con el plasma. Es posible que no despierte hasta el amanecer... Mejor que sea yo quien le diga, quien le demuestre. No va a creerlo. Dado su debilidad es posible que tengamos que ponerle suero. ¿Posible? Seguro. Debo volver al quirófano.

—Brian, ¿nos llamarás cuando ella ya esté en el cuarto?

—Sí, sí, claro. Dadme el teléfono. No lo recuerdo ya —y de una forma confusa—. ¿Vivís en el mismo sitio?

—Sí. Pero ella no vivía con nosotros.

Los miró desconcertado.

—¿Que no...?

—No —dijo Nina en voz baja—. No, Brian. Quiso vivir sola, tal vez llorar sola... No sabemos. Pero sí que vivía sola.

Jonathan no decía nada.

Ya conocía el caso, de modo que pensaba en buscar otra «relaciones públicas». No podía esperar que ella volviera. Nunca encontraría otra igual, pero el caso era que Yootha sanara.

—De saber que vivía sola, hubiera ido a verla —le oyó decir al médico—. No tenia ni idea.

—También has podido volver por casa, Brian.

—Sí, Richard, sí. Pero hay cosas... Uno confunde la vida, a los seres humanos. Se hace un verdadero lío y no ve claro y tienen que pasar cosas así para ver de verdad y con nitidez... —suspiró. Ya iba reponiéndose—. Nos casaremos en seguida. A ser posible aquí mismo en el hospital. Se lo diré al capellán. Esta vez nos vamos a casar de otro modo aunque sólo sea para dar gracias a Dios. Ya os llamaré.

Richard trazó unos números en un papel y se los alargó.

—Mételo en el bolsillo y no lo pierdas. Si lo metes en los de la bata, te olvidarás.

Sonrió tibiamente y guardó el papel en el bolsillo del pantalón, arremángando la bata verdosa.

—Os llamaré tan pronto regrese al cuarto. Hasta luego. Idos tranquilos todos.

*  *  *

La auxiliar lo vio regresar y se colocó detrás de él.

Le puso la careta.

—¿Guantes, doctor?

—No.

Y entró en el quirófano.

Yootha tenía los ojos cerrados. Estaba muy pálida. El gotero funcionaba ya y Benton estaba a media faena de la sutura.

—Benton —le dijo al oído—, ¿quieres que te eche una mano?

—¿Te has tranquilizado?

—Sí.

—Ya no es preciso. Yo termino. Es mejor que salgas y tomes el aire.

Hablaba y hacía las suturas.

Brian lanzó una aguda mirada hacia la especie de televisor que marcaba el compás del corazón de la enferma. Era débil, pero funcionaba rítmicamente, aunque algo lento.

—Apresúrate, Benton —aconsejó—. Está muy débil. No vaya a surgir alguna complicación.

—No tiene por qué. Se le está reponiendo la sangre. Desaparecerá pronto la anemia con buena alimentación y reposo.

—Eso espero.

Salió de nuevo.

No se fue a tomar el aire.

Paseaba en la antesala del quirófano.

Los auxiliares que iban de un lado a otro murmuraban a su paso.

Ya se sabía que era su esposa.

Jerry lo había dicho.

Las enfermeras le miraban como si fuera un animal de rara especie. ¡Atreverse él a operar a su mujer...!

Era algo insólito.

Pero muy propio de su carácter fuerte, firme, grave, seguro de sí mismo.

Todas lo habían considerado soltero.

Y de súbito...

Salió Jerry.

—Benton ha terminado, Brian.

—Ah...

—Todo anda perfectamente. La vamos a subir a su cuarto dentro de cinco minutos.

—Bueno —dijo como un autómata.

—Es mejor que esperes allí.

—Sí, es mejor.

Y salió, pero se dio cuenta de que aún tenía la bata puesta y regresó llamando a la enfermera. Por señas le mostró su bata verdosa.

La enfermera se situó tras él y se la desabrochó.

La quitó sin tocarla y dio las gracias.

Después se fue y en el pasillo encendió un cigarrillo.

Fumó muy aprisa.

No se le había pasado la tensión.

Aquélla había sido mucha.

«Si me dicen ahora que tengo que repetirlo, no puedo —pensó desalentado—. No hubiera sido capaz. Dios me dio fuerzas...»

Nunca había pensado demasiado en Dios.

Es más, cuando se casó la primera vez, lo hizo ante un juez pelado y mondado.

No volvería a ocurrir.

Seguro que Yolanda cuando se enterara de que todo había sido alarmante sin consecuencias, estaría de acuerdo con él. Se lo diría al capellán.

Benton llegaba a su lado todo presuroso. Sudoroso aún, pero ya sin bata.

—Brian..., jamás he recibido alegría mayor.

—No me hables...

—Estás deshecho, ¿verdad? ¿Se lo has dicho a los padres.

—Claro.

Y fumó.

Fumó aprisa, como si hiciera siglos que no lo hacía.

Y pensó que seguramente hacía unas cuantas horas.

¿Dos, tres?

—¿Cómo está...? —preguntó asiendo fuertemente el brazo de su amigo.

—Débil, pero bien. Lleva el gota a gota puesto. Se repondrá en seguida. Ya verás. Podrás volver a casarte y vivir feliz y en paz. Ha sido una dura prueba, pero pienso que la necesitabais los dos para encontraros de nuevo y siendo ambos verdaderos...

—Sí, sí, estoy seguro de que sí. Pero fue una prueba demasiado dura.

—Tenemos aquí mismo la cafetería. Ves a tomar una copa. La necesitamos los dos. Después nos turnaremos, si te parece, para pasar la noche al lado de Yootha.

—No, no. Tú no. Ese papel es mío.

—Pero no vas a pasarte toda la noche sin dormir.

—Es mi deber y mi gusto. Tú no sabes lo que he sufrido... No entiendo ahora cómo no me tembló el pulso —meneó la cabeza pasando los dedos por el pelo—. Ahora te aseguro que no lo entiendo.

—Dios da fuerzas cuando realmente se necesitan.

—¿Crees en Dios? —y lo miraba de frente—. Tú y yo nunca tocamos ese tema.

—Creo... Siempre he creído.

—Ah.

—¿Tú, no?

—Yo no lo sé. Ahora sí sé que creo en algo sobrenatural y me voy a casar católicamente...

Benton le golpeó el hombro.

Le empujó después.

—Vamos, Brian. Vamos a tomar algo. En cinco minutos estamos después en el cuarto de tu mujer.