X

Guardo un rato de silencio.

La miraba.

Yootha volvió a decir con acento ronco:

—Mis padres están al llegar. No quiero que se mencione el asunto.

—Es lo mismo lo que tú opines. Yo se lo voy a decir, y más claro de lo que tú sabes o presumes, pues de cierto nadie sabe nada, cuanto menos tú que eres profana en la materia. Estamos todos desconcertados. Puede ser un tumor benigno, como maligno, y hay que exponerse a averiguarlo. ¿De qué modo se puede averiguar?

—No me lo digas, lo sé. Abriendo.

—Exactamente. Es una locura que te niegues a algo tan elemental.

—¿Para volver a cerrar? Eso es lo que vosotros los médicos hacéis cuando abrís y veis lo que hay dentro. Después a morirse en una esquina.

—Se puede evitar.

—¿Aseguras que se puede evitar si es maligno y está instalado en el intestino? ¿Es que pretendes injertarme el intestino de un buey?

Brian quedó suspenso.

Siempre fue lista.

Se dio cuenta de que sabía de sí misma casi tanto como ellos.

—Me duele y sé dónde me duele —añadió observando su desconcierto—. No hay nada que hacer.

—¿Y si hay? Tenemos un montón de probabilidades de que se pueda hacer todo. No me creo un imbécil como médico y soy de los que opino que es benigno. Tienes dos alternativas. Y te las voy a decir para que después reflexiones. Aparte de todo lo que hubo entre los dos, estamos ahora tratando el asunto como médico y enfermo. O te operas, y es benigno y se extirpa sin más consecuencias, o no te operas y es benigno y te hincharás hasta que sin remedio tengas que venir aquí.

—Te has olvidado de decirme la tercera alternativa.

—La...

—Sí, la tercera que es si es maligno y me marcho sin operarme.

—Por supuesto que pensaba hablarte de ella. Reventarás de dolor y morirás muy pronto. Eso es todo... No hay nada más que decir. Piénsalo. No tienes derecho a disponer de tu vida a tu gusto y antojo. Hay algo más por encima de ti. Tal vez no te lo hayan enseñado nunca, aunque me extraña tratándose de los padres que has tenido. Pero tú eres muy absolutista. Muy personal. Muy tuya... Y obras de un modo anárquico. Mal obrar, te lo aseguro. Estás completamente equivocada. Creo que vivimos en comunidad y debemos de contar unos con otros aunque no siempre nos guste.

—¿Desde cuándo te has hecho orador?

—No me gustan tus ironías. Nunca he sido orador. Pero he sido honrado y cabal aunque tú hayas creído lo contrario.

—No quiero hablar del pasado.

—Y no hablo. Pero desgraciada o afortunadamente, el pasado y el presente van unidos...

Ya lo sabía.

Como sabía también que debió de ser demasiado ligera al mencionar un divorcio que no esperaba ni quería, ni siquiera presentía.

Fue una total incomprensión, pero ello no excluyó el cariño.

Esa era la realidad.

Viéndolo allí más cuenta se daba de ello.

—Piénsalo, Yootha —dijo él levantándose—. No tienes ningún derecho a disponer de tu vida. Y si sales de este hospital sin operarte corres dos riesgos muy grandes, tanto si es benigno como maligno, y yo soy de los que opinan que es benigno.

Yootha ladeó la cara.

Brian se dio cuenta de su tremendo sufrimiento.

Se inclinó un poco hacia ella.

Le asió la mano y se la oprimió con suavidad.

De repente se oyó la voz femenina ronca y rara.

Como si el dolor no pudiera soportarse y le vibrara dentro:

—No digas a mis padres nada de vuestras dudas.

—Debo decir...

—Siempre que es benigno.

—¿Vas a operarte?

Era dulce, suave, persuasiva la voz de Brian.

Ella no respondió.

Ocultó la cara en su propio hombro.

Brian se la volvió con un dedo.

Ella fijó los ojos en el semblante demudado de su ex marido.

—Yootha —susurró él—, me duele. Me duele volverte a ver así... Por estas circunstancias —y bajo, de modo raro—: ¿Te has casado otra vez?

—No.

Breve la respuesta.

Incluso algo confusa.

El se inclinó más y de súbito la besó en la mejilla.

Ella se estremeció.

—Tal vez pueda comprenderte mejor ahora que estás enferma. Me gustaría conocerte mejor, Yootha. ¿Nos hemos conocido? No, yo por mi trabajo y tú porque nunca te has preocupado de analizarme.

Ella se agitó.

Y antes de que pudiera responder, él dijo quedamente, persuasivo, con suave acento:

—Te vamos a preparar para operar esta misma tarde al anochecer. Hazme caso. Vendré a verte antes de que te lleven al quirófano. Tal vez tengamos ambos cosas que decirnos antes de someterte a la operación.

Le palmeó el hombro con los cinco dedos y se lo oprimió de modo raro, de una forma que estremeció a la joven de pies a cabeza. Después se fue muy aprisa.

La enfermera se topó con él en el pasillo y al rato comentaba con una compañera:

—Ya sabemos que el doctor Wilcox es muy bueno, pero yo nunca pensé que se tomara las cosas tan a pecho. Cuando salía de la alcoba de esa joven que van a operar, tenía los ojos húmedos.

*  *  *

Estaba en la puerta principal del hospital, metido en su bata blanca.

Fumaba sin cesar.

No era un gran fumador y, sin embargo, los nervios le obligaban a hacerlo constantemente.

Cuando vio entrar a Richard y a Nina, se adelantó.

No lo vieron, de modo que hubo de colocarse delante de ellos para decir:

—Hola, Nina. Hola, Richard.

El matrimonio se detuvo en seco. Miraron a Brian como si vieran visiones.

—Tú —exclamó Nina impresionada.

—Brian —dijo Richard cortado—, tú...

—Hola —saludó él de nuevo.

Y con gesto espontáneo besó a ambos en las mejillas.

—Estoy destinado aquí desde entonces... Dejé Boston aquella misma semana... Además soy del equipo que trata a Yootha. Es más, si hay que operar, intervendré yo puesto que soy de los dos cirujanos del equipo.

Los asió del brazo y llevándolos uno a cada lado, los condujo a una salita de la planta baja.

—Brian, estás tan serio que pareces un muerto. ¿Pasa algo grave?

—Yootha no quiere que sepáis lo que ocurre —refirió lo que sabía a grandes rasgos y añadió—: Vengo de verla. Sabía del caso, lo estábamos estudiando, pero ignoraba que se trataba de Yootha... Así que cuando ella se negó a operarse, por casualidad, mirando los análisis, vi su nombre. Me personé inmediatamente en su habitación. Vengo de allí y os esperaba para hablaros de esto. Yootha no quiere que lo sepáis.

Nina lloraba.

Richard hacía inauditos esfuerzos para contener su dolor.

—Brian, ¿es tan grave?

—Eso es lo que no sabemos, Richard. Yo personalmente opino que no, pero no todo el equipo opina igual. De cualquier forma que sea sólo se sabrá abriendo. De ser benigno el asunto terminará en seguida. Se extirpa y en paz... Pero...

—Si es maligno...

—Está en muy mal sitio, Nina. Yootha lo sabe, pero no quiere que sufráis ese dolor. De modo que yo tengo el deber de decíroslo y no debo ocultaros nada. El peligro es grande. Pero hay que abrir. Sin abrir no se sabrá y cuando se sepa, Yootha estará muerta. Estas cosas son así —apretó los labios—. Os hablo de este modo porque me va en ello tanto o más que a vosotros. Vosotros como padres... Yo como marido...

Nina susurró ahogándose:

—No, no, Brian. Para ti es tu ex mujer. Para nosotros nunca dejará de ser nuestra hija.

Y ocultó el rostro entre las manos.

Pero Brian se las separó y la miró a los ojos.

—No la considero mi ex mujer, sino mi esposa. Mi compañera. Puede pareceros raro, pero es así... No estoy tratando el caso de una enferma cualquiera. Ponía en ello todo mi interés sin saber de quién se trataba. Ahora que sé que es ella, daría mi vida por salvar la suya —meneó la cabeza—. No le digáis que me habéis visto ni que os dije nada. Ella os dará cuenta de su operación sin más. No hagáis preguntas. La íntima tragedia la tiene ella. No la hagáis mayor con vuestras preguntas o consuelos. No quiere consuelo. Creo que la he conocido más hoy que en todo el año que viví con ella. Es así, como es. Hay que penetrarle dentro del alma, para conocerla. No lo hice. No entiendo por qué. Debí ser muy egoísta y di por hecho que me conocía sin esforzarme nada. Pues no, no la conocía. Ni ella a mí... Es posible que esto que está ocurriendo lo haya traído el destino para que nos «veamos» uno a otro —limpió el sudor que perlaba su frente—. Por favor, no le digáis que me habéis visto. Ni que sabéis nada, y si no tenéis fuerza ni voluntad para disimular, dar la vuelta y dejar el asunto así. La vamos a operar esta tarde. Yo mandaré a deciros lo que hay. La biopsia se hará sobre la marcha. En seguida sabremos de qué se trata. Repito que para mí es benigno, pero otras veces lo pensé de otros enfermos y cuando abrimos nos encontramos con el organismo invadido...

—Dios mío... —susurró Nina.

Lloraba.

Richard la apretaba contra sí.

Parecían dos objetos demudados.

Sensibilizados hasta el extremo.

—Tengo que dejaros. Richard, tranquiliza a Nina y, por favor, si no os sentís valientes, no subáis a su cuarto.

—Subiremos, Brian —murmuró Nina reponiéndose—. No notará nada.

—Os dará la noticia de su operación, supongo, y vosotros os iréis después a la hora de siempre. Si preferís quedar aquí, subir a la sexta planta a mi despacho. Os enviaré un médico allí cuando se haya abierto a Yootha.

—Brian —era la voz de Richard ronca y ahogada—, ¿es que la amas?

—¿Cuándo dejé de amarla?

—Pero...

—Ella dijo que era mejor divorciarse y yo acepté. Eso fue todo. Pero el que haya aceptado no significa jamás que haya dejado de quererla.

—¡Oh...!

—Ahora tengo que ver a mi compañero y disponerlo todo y preparar a Yootha para la operación.

—¿Fuiste tú el que la convenciste?

—No lo cree. Fue el lazo que nos unió y que supongo nos seguirá uniendo... De haber sido sólo un médico del equipo no la habría convencido. Hasta luego.

—Brian...

—Dime, Richard.

—¿Tienes esperanzas?

—Tengo, pero otras veces las he tenido y he fracasado. Y alguna vez no he tenido ninguna y he triunfado.

—¿Y si es maligno, Brian? —preguntó Nina temblándole la voz.

—Cerraremos de nuevo. Ya te digo que es imposible extirpar... Está en muy mal sitio y tendríamos que dejarla sin intestinos. Eso no es posible en modo alguno. En cambio, si es benigno no hace falta hurgar. Se extrae y no queda nada.

—¡Dios mío...!

—Las cosas son así. Cuesta asimilarlas, aceptarlas, morderlas, pero son así. Yo lo sé bien. Estoy metido en esto hace un montón de años y no me habitué aún. Hasta luego. Ir a verla y después que os despidáis de ella, subir a mi despacho. Esperar allí...