Capítulo 19

Llamamos a la puerta de un campesino
Los asesinos nos buscan
Me dirijo a Varsovia
Encuentro a una persona…
Me quieren entregar a la policía
Llego a Varsovia

En mitad de la noche nos ponemos en marcha y nos escabullimos del bosque. La noche es clara y notamos que no muy lejos de nosotros está… Treblinka. Estamos extraviados y volvemos a entrar en el bosque, donde marchamos hasta la madrugada. En el camino encontramos un arroyuelo mugriento. Nuestro amigo Masaryk se pone a cuatro patas y se traga el agua con hojas. Nosotros hacemos lo mismo.

Después de tres días de marcha, cansados y hambrientos, decidimos que debemos correr el riesgo y dirigirnos a un campesino, para averiguar dónde estamos y pedir un poco de comida.

Junto con mi amigo Kalman, el que incendió las cámaras de gas, llamamos a la puerta de un campesino. El resto se esconde en el bosque, temiendo que nos encontremos con mala gente.

El campesino abre la puerta pero no nos hace pasar. Nos cuenta que desde ayer los alemanes patrullan el área con autos y bicicletas buscándonos. A la vez, el alcalde ha anunciado que cada campesino que le entregue un judío a él o a la gendarmería recibirá una gran recompensa.

El campesino nos da un pan y un poco de leche y nos pide oro a cambio. Le damos dos relojes. Nos enteramos de que estamos a quince kilómetros de Treblinka. Queremos averiguar si sabe dónde hay grupos de partisanos. El campesino no lo sabe, solo nos comunica que a cinco kilómetros de allí hay grandes bosques. Nos ponemos en marcha hacia allí y vagamos así catorce días. Pero no encontramos ningún partisano. A menudo ocurre que cuando llamamos a la puerta de algún campesino no nos quieren abrir ni contestar siquiera. Ya no podemos mantenernos de pie por el hambre y la sed. Arrancamos de los campos patatas y remolachas y nos las comemos crudas. Nuestra situación es terrible. De día tenemos miedo de caminar, porque cuando encontramos a alguien nos dice que hay allanamientos por toda la zona.

Tras vagar por los bosques durante catorce días sin encontrar una salida, propongo que nos arriesguemos y viajemos a Varsovia, porque algunos de nosotros tenemos conocidos allí y tal vez así logremos salvarnos. Mi propuesta es rechazada por temor de que en el camino caigamos en manos de los asesinos.

Viendo que me es imposible permanecer allí más tiempo, decido partir hacia Varsovia solo. Me da mucha tristeza separarme de mis compañeros. No obstante me pongo en camino. Nos abrazamos y nos deseamos volver a vernos con vida.

Tras andar unos kilómetros llego a una aldea. Comienza a anochecer. Entro en casa de un campesino. Tiene miedo de hablar conmigo. Me da un pedazo de pan y me dice que Varsovia está a noventa y nueve kilómetros. Tras estar allí unos minutos, de repente se oyen disparos a lo lejos. El campesino entra corriendo en la cabaña y me dice que debo huir de inmediato. Me adentro en un campo de patatas y me escondo allí. Se oyen más disparos. Ya ha caído la noche. Se desata una fuerte lluvia que dura toda la noche. Permanezco así tendido doce horas, hasta que empieza a amanecer. No me puedo levantar; sin embargo, con mis últimas fuerzas, me incorporo. Tras unos kilómetros de marcha, veo que una persona se acerca hacia mí. Ya indiferente a todo, sigo avanzando. El hombre se acerca, veo por su ropa que es un campesino y le pido que me informe de qué camino seguir. Sin pensar mucho, me pregunta:

—¿Eres uno de los que escaparon de Treblinka?

Al notar que se compadece de mí, le respondo que soy uno de los fugitivos y le pido que me ayude con algo. Me dice que tiene que ir al molino a comprar harina blanca para la fiesta de mañana. Pero cambia de opinión y vuelve conmigo a su cabaña, que está a dos kilómetros de allí. Él va delante y yo le sigo.

Cuando entro en su cabaña veo a una mujer con un bebé en brazos. Abrazo al bebé y lo beso. Ella me mira estupefacta y yo le digo:

—Querida señora, hace ya un año que no veo un niño con vida…

La mujer llora conmigo. Me da comida y, viendo que estoy completamente empapado, me entrega una camisa de su marido para que me la ponga. Comenta que esa es la última camisa de su esposo.

Me doy cuenta de que la pareja quiere ayudarme. La mujer me dice llorando:

—Quiero brindarle ayuda, solo que tengo miedo de mis vecinos. Después de todo, tengo un niño pequeño…

Tras permanecer en su casa una media hora, les doy las gracias y quiero despedirme de ellos. El campesino me señala por la ventana una granja que está en mitad del campo, no lejos de su cabaña. La granja pertenece a un rico campesino y está vacía. Me aconseja que me esconda allí y que vaya a verlo por la noche y me dará comida. Les doy las gracias y me dirijo a la granja. Me escondo en lo más profundo del pajar, para que nadie me vea. Es para mí una gran dicha.

Cae la noche, me escabullo fuera de la paja y voy hacia la casa del campesino. Me reciben muy cordialmente. Cuando llevo ahí sentado unos minutos, de repente entra un vecino. Sin saludarlos siquiera se acerca hasta mí y me da dos bofetadas en la cara. Luego grita:

—Inmundicia, ven conmigo.

Por desgracia, estoy perdido. La mujer, al ver lo que quiere hacer conmigo, comienza a rogarle que me suelte y me deje ir. Pero él se niega. La mujer lo abraza y le implora:

—Franke, ¿qué quieres de este hombre? ¿Acaso lo conoces?

Él le pregunta a gritos por qué me quiere proteger.

—¿No sabes que estos bandidos han incendiado Treblinka? Voy a recibir por él una recompensa.

El llanto y los ruegos de la mujer no sirven de nada. Al ver que estos no tienen ningún efecto, se le acerca y lo sujeta por la espalda con las manos, mientras me grita que huya.

Me suelto y salgo de la cabaña de un salto. Atravieso el jardín, corro unos cientos de metros y me oculto en el campo. Por el momento, decido no huir de allí, porque no quiero alejarme de gente tan buena. Imaginando que el tal Franke ya debe de haberse marchado, vuelvo reptando hacia la cabaña. Abro el granero y me escondo de nuevo en el pajar. A la mañana, entra el campesino, me ve y me saluda efusivamente, pues temía que me hubiesen atrapado, porque sus vecinos son mala gente. Me trae alimentos varias veces al día, y de noche me oculto en la granja. Así paso allí unas dos semanas. Todas las noches me aproximo a la cabaña y me dan de comer por la ventana. Pero ocurrió que un día el propietario de la granja donde me ocultaba vino a traer forraje. Tuve la sensación de que me había visto y por eso decidí dejar mi escondite y dirigirme hacia Varsovia a cualquier precio.

A la noche, fui hasta la casa de mis conocidos y les conté mi decisión. Quieren disuadirme, por temor de que caiga en manos de los gendarmes que controlan los caminos. No cambio de opinión y me despido. El campesino me cuenta que la estación más cercana se llama Kotska y se encuentra a siete kilómetros de allí.

El camino es difícil, porque los trenes están llenos de gendarmes. No obstante, logro llegar sin problemas a Varsovia y después a Piastów, donde se encuentra mi amigo Jonasz, que era un polaco. En un primer momento no me reconoce, y trata de darme cinco zlotys de limosna; cuando se da cuenta, se pone contento, me saluda y comienza a ayudarme. También me consigue documentos falsos que indicaban mi supuesto origen ario, con el nombre de Henryk Ruminowski.

Tras permanecer en su casa varios días, me derrumbo anímica y físicamente. Pierdo el apetito y me convenzo de que no tengo derecho a seguir viviendo, después de todo lo que he visto y por lo que he pasado. Mi amigo me cuida y quiere convencerme de que testigos como yo quedan pocos y que debo vivir para contarlo.

Sí, viví un año en las más terribles condiciones en Treblinka; luego, después del levantamiento, vagué durante dos meses. Viví dos años bajo una identidad polaca falsa; después, tras el levantamiento general de Varsovia, pasé tres años y dos meses en un búnker en esa ciudad hasta que fui liberado el 17 de enero de 1945.

Sí, sobreviví y me encuentro entre hombres libres. Pero a menudo me pregunto a mí mismo ¿para qué? Para contar al mundo qué fue de las millones de víctimas asesinadas, para ser un testigo de la sangre inocente que derramaron las manos de los asesinos.

¡Sí, sobreviví para ser un testigo de Treblinka, esa gran carnicería!