Era un sueño y ahora es real
Residencia de Augusto Ledesma
Barrio de Covaresa (Valladolid)
11 de septiembre de 2010, a las 17:35
Estaba embelesado por el rápido ascenso de aquellas huidizas burbujas que parecían buscar desesperadamente un mundo mejor en la superficie. Hacía unos minutos que había despertado de una poco acostumbrada siesta y me había arrastrado a la cocina con la intención de comer algo antes de recluirme en el gimnasio del garaje. Encontré cierto paralelismo entre mi existencia y la efervescencia del gas hasta que concluyó el proceso de disolución de la aspirina en el agua y volví a la realidad.
Mi realidad.
No tenía muchas esperanzas depositadas en que los muy publicitados efectos analgésicos del medicamento paliaran la presión que se localizaba en mis sienes, a pesar de ello, ingerí el líquido de un trago y me dejé caer en una silla de la cocina. La superficie rígida y fría al contacto con mi piel desnuda me provocó un fugaz estremecimiento y, al agachar la cabeza, lo noté: efluvios de una madrugada de sexo emanando desde mis genitales. Reaccioné de inmediato apartando la cara pero, si bien logré evitar que ese olor siguiera perturbándome, no pude escapar de la última imagen que tenía de ella, tan reciente que seguía palpitando en mis retinas: se marchaba decidida, con el resto de la ropa bajo el brazo, y sin embargo, cuando se disponía a cruzar la puerta, se detuvo. Apoyó su brazo izquierdo en el marco antes de retorcer con suma elegancia su figura como el fuste de una columna salomónica. Luego me buscó con la mirada sacando todo el jugo a ese admirable instinto de desconfianza que tienen las mujeres al que aludía Balzac. No supe interpretar si en esos grandes ojos negros y brillantes se encerraba un «sígueme» o un «púdrete despacio»; si había desprecio o conmiseración, quizá rechazo, puede incluso que ternura.
Orestes insiste en que no me empeñe en etiquetar emociones ajenas porque ni siquiera estamos capacitados para distinguir las nuestras. A pesar de ello, de alguna forma tenía que saber qué pretendía transmitirme aquella ninfa de nombre desconocido, porte refinado y glaciales facciones. Recuerdo que quise decir algo con la pretensión de retenerla, pero finalmente actué in dubio pro reo[3] y se perdió escaleras abajo.
Mientras observaba desde la ventana cómo estilaba bizarría con cada paso que la alejaba de mí, rebobiné unas cuantas horas con el objeto de recabar toda la información que tenía de ella.
No intercambiamos demasiadas palabras, siguiendo un acuerdo no pactado, de esos que se cumplen en ausencia de rúbricas y promesas. La noche avanzaba entre copas y algo de coca cuando la vi entrar en el Zero Café, sola y discreta, como si se moviera arrastrada por alguna invisible corriente; como Afrodita surgiendo de la espuma del mar.
Una sirena en busca de Romeo.
Se entregó a la música sin dejar de mirar a la pantalla; y yo anclado en esos ojos. En ese instante supe que quería follármela, tenía que hacerlo, lo necesitaba, pero desde que Paloma me dio la patada no me había atrevido a nada que pudiera zaherir mi ya deteriorada autoestima. Poco después aconteció el mortal accidente de mis padres adoptivos y luego llegó Orestes. No estaba pasando por mi mejor momento y no me sonroja confesar que llegué a dudar de mis habilidades para la caza mayor. Así, busqué posta de más calibre en otro gin tonic y cuando me giré para localizar a la pieza, esta se había desplazado con sigilo hasta plantarse justo a mi lado. Me escrutaba de forma poco amigable con un cigarro aprisionado en los labios perfilados de un rojo incendiario, sugerente, espinoso. Abogué por salir del brete sin abrir la boca. Le ofrecí fuego antes de encender un Moods.
–¿Y tú quién eres? –me preguntó.
–El que te andaba buscando –respondí.
Desde ese punto hasta que descubrí sus tatuajes solo hubo deseo contenido y palabras banales. Recuerdo dos de ellos con nitidez. El que ilustraba la cara exterior de su muslo izquierdo: la Santa Muerte mejicana cubierta con el manto de flores de la Virgen de Guadalupe adoptando una párvula pero instigadora pose orante. A sus pies una cámara de fotos de fuelle de la que parecía escapar la película de la misma forma que la vida abandona un cuerpo: liviana. El otro adornaba el final de su espalda con una rosa azul de cuyo néctar se alimentaban dos golondrinas simétricas de vivo plumaje y trazo oriental.
Follamos como dos desconocidos: con esa pasión opuesta al impuesto compromiso.
Inmóvil en la fría silla de la cocina trataba de descifrar las claves gráficas encriptadas en esos tatuajes que me llevaran a la exégesis de esa última mirada. Me sentía como un soberano incapaz que busca respuesta en la interpretación de sus sueños. Yermos intentos, del todo impropios para una mente capacitada como la mía.
Y en algún momento reaccioné.
Lo primero que hice fue despojarme de las reminiscencias olfativas de Afrodita. Me castigué con unos minutos de vigorizante agua helada y, casi sin secarme, bajé al gimnasio. Conecté el iPhone por bluetooth a los altavoces y seleccioné el listado de Spotify nombrado como «Uppercut». Activé el modo aleatorio y la fortuna quiso que «Still Counting» de los daneses Volbeat fuera la primera en sonar. El arranque rítmico del tema y la voz de Michael Poulsen me supieron al punk rock que cocinaba The Offspring.
En ese momento no podía saberlo, pero se la estaba cantando a Orestes.
Counting all the assholes in the room,
well I´m definitely not alone, well I´m not alone.
You´re a lier, you´re a cheater, you´re fool,
well that´s just like me yoohoo and I know you too.
Mr. Perfect don´t exist my little friend
and I tell you it again, and I do it again.
Counting all the assholes in the room, Well I´m
definitely not alone, well I´m not alone.
Cuando explosionó la guitarra al más puro estilo death metal ya me había calzado las zapatillas, ajustado los guantes y descolgado el saco.
Well the music seems do cover
and all the liquid do the colours.
Well I turn my back and
go for all the better things in order.
Inicié la sesión con cuatro series de baja intensidad, combinaciones sencillas y golpeo blando. Cuando «Psychosocial» de Slipknot tomó el relevo ya lanzaba directos de derecha a golondrinas simétricas de vivo plumaje, ganchos al rostro de la Santa Muerte y crochet de izquierda a la maldita cámara de fotos de fuelle. Tuve que detenerme al notar que me quedaba sin aire en los pulmones. Recuperé alternando fintas con movimientos de pies girando alrededor de un saco que oscilaba como lo hacían mis pensamientos en la cabeza. Durante aquel breve reposo deduje que Afrodita quiso ser fría y distante para ocultar alguna debilidad, que se esforzaba en ser hermética para que no asomara ningún rasgo delator, que se entregó a mí con el único propósito de atraparme en su pérfida tela de araña. Porque las Nereidas se presentan bajo cualquier piel, tras abigarradas apariencias y multiformes caretas.
Pero yo daría con aquel cisne negro.
Con la esencia del talento.
Descomunal era mi tarea.
La música se interrumpió cuando entró la llamada de Orestes. Todavía jadeando activé el manos libres y subí las escaleras en busca de mejor cobertura.
–Dime –contesté.
–Hola, hermanito. ¿Cómo van las cosas por allí?
–Van.
–Y vienen –completó–, como las olas. Ya veo que te he interrumpido alguna sesión, solo quería saber si estaba todo en orden.
–En orden. ¿A qué te refieres?
–Lo sabes perfectamente.
–No. No lo sé –repuse sin amusgarme.
–Quiero saber si has cumplido con el procedimiento.
–He cumplido mi procedimiento.
–No me toques los cojones, Augusto, que no estoy para aguantar tus tonterías.
–Tú me has preguntado y yo te he respondido –expuse con un sosiego difícil de reconocer en aquella tesitura. Escuché que su respiración se aceleraba.
–Hermano, te lo voy a preguntar directamente y solo quiero escuchar un sí o no. ¿Has salido de casa después de que yo me marchara?
–Sí.
Un silencio perturbador precedió al estallido de la tormenta.
–¡El procedimiento es inalterable! ¡Maldita sea! ¿De qué sirve la planificación si no hay procedimiento? Pensé que esto ya te lo había dejado claro. Y el procedimiento establece que si uno sale el otro permanece.
–Tu procedimiento –objeté.
–¡El que establecimos los dos! –gritó Orestes.
–No, tú lo estableciste y yo no puse objeción. Hasta ayer –añadí.
–Maldita sea mi vida mil veces, Augusto. Dime que no has hecho ninguna estupidez. Que no te has colocado y que has puesto en peligro toda la planificación. ¡Llevo trabajando en esto demasiado tiempo como para que tú lo estropees en una noche! Dime, ¿qué hiciste anoche?
–Conocí a Afrodita.
De nuevo el mutismo.
–Ya veo. Otra tía. Otra mujer que se aprovechará de ti y se interpondrá entre nosotros –predijo erróneamente–. Otra Paloma. Otra zorra de grandes ojos negros y brillantes, ¿me equivoco?
–Te equivocas. Afrodita no es una mujer cualquiera, no es ninguna zorra, es un cisne negro. No le daré ninguna opción. Afrodita será la primera.
–¡¿La primera?!
Una estridente carcajada resonó en el auricular. Conocía bien esa forma de reaccionar. Orestes estaba al borde de perder los papeles.
–No sabes lo que estás diciendo, hermanito –arrancó usando un tono avinagrado, desabrido–. No te atreverás a iniciar nuestra obra mientras yo esté fuera. No tienes arrestos. Tus delirios de grandeza son tu mayor debilidad. No serías capaz de pisar una cucaracha sin mi permiso. No tienes cojones. Te voy a decir lo que vas a hacer. Escúchame con atención, Augusto. Vas a quedarte en casa muy quieto, quietecito, hasta que yo regrese el lunes. Entonces hablaremos y recolocaremos las piezas. ¿Me has entendido o te lo tengo que repetir?
–Te he entendido –confirmé–. ¿Tienes algo más que decir?
–Sí, me has decepcionado profundamente.
–Lo sé, no volverá a ocurrir. Te aseguro que a partir de hoy, 11 de septiembre de 2010, me voy a empeñar en que te sientas muy orgulloso de mí. Te lo juro.
–Eso es lo que quería escuchar. El lunes nos vemos, Augusto.
–El lunes –repetí.
Colgué y busqué de nuevo mi reflejo en el espejo del recibidor.
–Memento mori –me dije.
Busqué refugio en Miguel Hernández y encontré cobijo en la aprehensión de esos versos, reflejo de mi alma, mitigadores, como el lejano sonido de un mar en calma. Empujada por las olas de mi memoria, una estrofa de «Elegía a Ramón Sije» se escribió con letras perennes en la arena de mi playa desierta:
Ando sobre rastrojos de difuntos,
y sin calor de nadie y sin consuelo
voy de mi corazón a mis asuntos.
Y no había marea que pudiera borrarla.
Había anochecido en Valladolid cuando me vi caminando como un autómata por la calle San Blas en dirección al Zero.
Siguiendo el camino de baldosas amarillas.
«Planificación: localizar y aniquilar a Afrodita antes de que desaparezca en la bruma. Procedimiento: hacerme invisible tras la identidad de Leopoldo Blume y empeñarme con pausa y pulcritud. No dejarme guiar por la voracidad. Perseverancia: que nada ni nadie me impidan iniciar mi obra».
Según abrí la puerta, me di de bruces con el vídeo de The Cranberries, «Promises». Acababa de empezar y, gritando las primeras estrofas con el brazo derecho en alto, me fui adentrando en el bar.
You better believe I’m coming.
You better believe what I say.
You better hold on to your promises.
Because you bet, you’ll get what you deserve.