10

Interrumpimos. Una vez más. Pero nuestras intervenciones serán cada vez más breves, lo prometemos. Sí, naturalmente, la hemos seguido: el autobús dando sacudidas, las paradas, las innumerables paradas en las que no está esperando nadie y nadie quiere bajarse, pero donde el autobús para porque tiene que llegar a su hora y salir a su hora, aunque no haya ni un alma. Estamos en un país ordenado, aquí el tiempo no tiene temperamento, sólo obligaciones. No había sido una despedida digna, pensó en el autobús. Había dejado atrás a ese hombre como si se tratara de un buque insignia averiado. Fue caminando por la Falkplatz. También él, que tanto sabe y tan mal lo sabe expresar, habría podido contar algo sobre esta plaza. Aquí también ha filmado. Una llanura talada, 1990. Berlín-Este. Habían venido de todas partes, criaturas inocentes, personas de buena voluntad. Entre ellos había incluso miembros de la policía comunista. Habían plantado árboles de manera caótica, poco profesional, algo que había debido convertirse o que había podido convertirse en un parque o en un bosque. Un bosque nuevo en una ciudad vetusta y corroída. Las personas que vivían en esa plaza no habían participado, desde las ventanas de sus casas descoloridas y desconchadas miraban con desprecio toda esa estupidez que se desarrollaba abajo. Con esa razón miserable e indemostrable que forma parte del pueblo, saben ya desde hace tiempo que lo que ocurre ahí abajo no es el futuro. Los árboles entre los que va pasando están abandonados, la distancia entre ellos y la disparidad de especies refleja el fracaso de ese día tan esperanzador, y ahora que él no está para explicárselo, para contárselo, ese día pasa a pertenecer también a la historia informe e invisible, a aquello que vemos siempre porque nunca podemos olvidar nada. Suma absoluta, absoluta objetividad, eso que vosotros nunca podréis alcanzar, afortunadamente. Nosotros tenemos que hacerlo, nosotros seguimos el laberinto de egos, destino, intención, casualidad, regularidad, fenómenos naturales e impulso mortal que vosotros llamáis historia. Siempre estáis atados a vuestro propio tiempo, lo que oís son ecos, lo que veis son reverberaciones, nunca la insoportable imagen completa, imposible de sobrellevar. Y, sin embargo, todo ha ocurrido realmente y no falta nada, ninguna acción, ningún anónimo acontecimiento que se haya vuelto invisible. Ya sólo sabiendo eso mantenemos en pie el edificio en donde vosotros vivís, y que siempre queréis describir con un discurso cambiante, sujeto al tiempo y al idioma, vosotros que nunca podéis separaros del tiempo y el espacio, por mucho que lo intentéis. El libro que escribís es la falsificación del libro que nosotros debemos leer una y otra vez. Llamadlo arte, ciencia, sátira, ironía, pero es el espejo del que siempre permanece visible sólo una parte. Vuestra grandeza consiste en el eterno empeño con el que continuaréis hasta el final. Los únicos héroes sois vosotros. En nosotros no hay nada heroico.

Ahora ella duerme. Sólo nosotros estamos despiertos, como siempre. Su libro yace junto a ella. Sí, naturalmente, ya hemos conocido a todos éstos. García, rey de Galicia, Pelayo, caudillo astur, Juana de Poitiers, Isaac Ibn Mayer, Esteban, el abad de La Vid. ¿Qué está haciendo esta viva entre todos esos muertos? Buscar, ha dicho ella. No podemos ayudarla. Los nombres en ese libro, en esos libros, susurran y se revuelven intranquilos. Están preocupados por su verdad, pero tampoco a ellos podemos ayudarlos. Voces en la desgastada escalera, el crujido en la vieja casa donde ella duerme, voces españolas en la noche de invierno berlinesa, voces que quieren ser oídas, que quieren contar su historia, que quieren romper los sellos, eso que no se puede hacer. El viento se mueve en la cortina deshilachada, las ventanas tienen intersticios. Alguien debería arroparla.