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Lo que siempre nos seguirá asombrando es que vosotros os asombréis tan poco. Nosotros somos sólo el acompañamiento; si se nos permitiera existir realmente, sacaríamos más tiempo para la meditación. Una de las cosas que no podemos comprender es lo mal que encajáis en vuestra propia existencia y lo poco que reflexionáis sobre ello. Y que os deis tan poca cuenta de las infinitas posibilidades de las que disponéis. No, no os preocupéis, no interrumpiremos en exceso esta historia. Cuatro, cinco veces a lo sumo, y siempre muy brevemente. Dejadnos. Entre tanto, podemos seguirle muy bien. Los autobuses todavía no circulan. Ahora acaba de ver que vuelve a acercarse un quitanieves por el Spandauer Damm. Lo despeja todo, y por allí seguirá él caminando, como si unos criados le limpiaran el camino. La nieve amontonada forma un muro junto a él a ambos lados, va deslizándose por una trinchera blanca. A lo que nos referíamos era a esto: vosotros sois mortales, pero el hecho de que ese único cerebro mínimo pueda reflexionar sobre la eternidad, o sobre el pasado, y que, precisamente por eso, con el espacio limitado y el tiempo limitado que se os ha dado podáis conquistar una inmensidad de espacio y tiempo, resulta un enigma. Uno a uno vais colonizando, si así lo queréis, épocas y continentes. Sois los únicos seres en todo el universo que pueden hacerlo, y eso exclusivamente por la facultad del pensamiento. La eternidad, Dios, la historia, todo son invenciones vuestras, hay tantas que vosotros mismos os perdéis en ellas. Todo es al mismo tiempo real y una ilusión, y vivir con eso no es tarea fácil. Y por si todo eso no fuera aún suficiente, tenéis también ese pasado en continua transformación con el que incordiáis al presente. Héroes que en una generación posterior se convierten otra vez en criminales, cosas tales que parece como si el tiempo estallara constantemente a vuestras espaldas. Os tenéis que revolver contra el transcurso del tiempo para averiguar algo más y, al mismo tiempo, tenéis que continuar hacia delante. Por eso tampoco llegáis nunca a ninguna parte. Y ¿que quiénes somos nosotros? Digamos que el coro. Un incierto organismo registrador que puede ver un poco más allá que vosotros, pero sin verdadero poder; aunque quizá también pueda darse el caso de que aquello que perseguimos sólo nazca por obra de nuestro mirar. Mira, ahora está en la Richard-Wagner-Platz, en la estación de metro donde dejó hace un par de horas a esa anciana. Entre tanto, ella ya ha muerto, y a ese negro tampoco le va muy bien. El hombre que va caminando tras ese quitanieves no lo sabe. Eso forma parte de vuestras limitaciones, y quizá también sea mejor así.