Capítulo 21

 

—Un minuto —gritó Corrie, bajando a trompicones las escaleras, con los pies desnudos, envuelta en una bata y con la pesadilla más lejos a cada paso.
Los golpes empezaron a sonar otra vez. La única persona que se le ocurría que pudiera ser tan insistente a esas horas de la noche era Jess, buscando venganza por inmiscuirse en su familia.
Con el siguiente ataque, la puerta se movió.
—¡Voy, voy! —gritó—. Caramba Jess, ¿no puedes esperar hasta mañana para matarme?
Abrió la puerta de un tirón. Un niño de aspecto desaliñado, de no más de diez años, estaba en el escalón y le entregaba una hoja de papel, doblada. Miró la hoja y luego al niño.
—El caballero me dijo que le entregara esto. —El chico apenas levantó los ojos para mirarla entre sus pestañas rojizas—. Si es que es usted la señorita Webb.
—Aquí me tienes —dijo Corrie.
El niño quedó paralizado durante un momento para aspirar los aromas que flotaban en el aire desde la cocina. Por muchas ganas que tuviera ella de leer la nota, no pudo soportar la impresión de su mirada hambrienta y la forma en que se lamió los labios. El mensaje podía esperar unos minutos.
Mantuvo la puerta abierta y le indicó por señas que entrara.
—Permite que prepare algo de comida antes de que vuelvas a tu casa.
¿Invitando a un extraño, aunque solo se trate de un niño, para darle de comer a estas horas de la noche? El siglo XIX me ha frito completamente el cerebro.
El niño entró corriendo, era evidente que tenía hambre, y se subió indeciso al taburete que ella le indicó. Mientras cortaba pan y le preparaba un bocadillo que hubiera bastado para alimentar a todo el equipo de los Dallas Cowboys y aún habría sobrado, intentó sonsacarle.
Él se limitó a mirarla fijamente y a asentir con la cabeza de vez en cuando.
—No hablas mucho —observó ella antes de entregarle el bocadillo envuelto en papel de carnicero.
—Lo que mejor se nos da en mi familia es mantener la boca cerrada. —Sin embargo eso no evitó que diera un enorme mordisco y luego otro antes de dirigirse hacia la puerta.
Cuando Corrie empezaba a cerrarla, se detuvo y se volvió hacia ella.
—Es usted muy simpática. Gracias.
—De nada —contestó ella.
Se quedó mirando hasta que desapareció tras una esquina con aparente mala gana. Solo entonces tomó asiento en un taburete y acercó más la lámpara para ver lo que había escrito en la nota.
Tengo que verte esta noche, ponía de mala manera, Reúnete conmigo a medianoche detrás de la iglesia. Jess.
Pasó el pulgar sobre la firma y meditó su petición, mejor dicho, su orden. Le indicaba lo que quería y esperaba que ella obedeciera. Bueno, pues iba a enseñarle una cosa...
Su mente se detuvo de golpe.
Espera un momento, casi gritó, ¿No querías hablar con Jess? ¿No te has estado preguntando durante horas lo que hubiera pasado si hubieras sido sincera con él desde el principio?
Corrie dobló la nota y la puso encima del mostrador. Acudiría, aunque solo fuera para poner las cosas en orden. Y tal vez... para decirle adiós.

 

 

 

El reloj estaba dando las doce menos cuarto cuando Corrie llegaba a la iglesia. Se había entretenido más tiempo del previsto para ponerse un bonito vestido de algodón que habían escogido entre Abby y ella. Puede que también pudiera salir algo bueno de él. Dios sabía que no se lo había puesto por Jess.
Sí, seguro, pensó con un estremecimiento. Me he puesto el vestido más fresco que tengo, en la noche más fría desde hace semanas, porque estoy, ¿qué? ¿Definitivamente loca? Sé realista.
Los escalofríos que le recorrían los brazos y la espalda no tenían nada que ver con la fresca brisa de la montaña. La iglesia apareció ante ella con su campanario elevándose hacia el cielo estrellado. No le gustaba esto. En absoluto.
—¿J—Jess? —susurró—. ¿Estás aquí?
El viento agitó las hojas de los árboles y susurró alrededor del edificio de la iglesia. Un roce a su espalda la paralizó por un momento. Cuando se dio media vuelta, piso una rama y la respiración se le quedó atascada en la garganta.
De acuerdo, se te acabaron las versiones de Scream, Webb, y olvídate de volver a alquilar vídeos de Halloween. Si un pedazo de madera te asusta, puedes sobrevivir sin Freddy Kruger.
Respirar hondo la tranquilizó un poco; caminó despacio hacia la parte de atrás de la iglesia, deteniéndose cada pocos pasos. En condiciones normales, Jess no esperaría a que ella fuera a buscarlo a un sitio así, pero las semanas anteriores no habían sido precisamente normales. Él había dejado claro que no quería estar cerca de ella, de modo que no esperaba que la invitara a su casa. Pero, caramba, podía haberla citado en la comisaría. Este lugar le ponía la piel de gallina, por más motivos aparte del evidente aspecto fantasmal del edificio vacío.
De noche. Sola.
Para Webb. No vayas a volverte loca ahora.
Una ramita se partió bajo sus pies y pegó un salto.
Vale, de acuerdo.
—Jess Garrett, ven aquí de inmediato. No estoy...
El rododendro que tenía al lado se movió, y ella se dio la vuelta para mirar a su espalda.
Una mano se extendió en la oscuridad y le tapó la boca. Corrie intentó gritar y respirar. Conocía la situación. La había vivido.
Ya le habían hecho esto. Antes.
¡Jess! Ayúdame, Jess.
—El viejo teniente Garrett no va a venir, zorra. —El frió cañón de una pistola presionó contra su barbilla, obligándola a dirigirse hacia la puerta trasera de la iglesia, que estaba abierta—. Sólo estamos tú y yo... y un montón de intimidad.
El cerebro empezó a darle vueltas a causa del miedo. Y de los recuerdos.
El hombre, al que reconoció como el que había insultado a Maisie en la cafetería, la dirigió hacia el santuario.
—Aquí no nos molestará nadie —dijo arrastrándola hacia el altar, obligándola a tumbarse en el suelo y sentándose a horcajadas encima de ella.
En cuanto la soltó un poco, ella cogió aire y gritó:
—¡Socorro! ¡Que alguien me ayude! ¡Jess, auxilio!
La mano de él se estrelló sobre su boca y el gusto cobrizo de la sangre la silenció. Sin dejar de apuntarla con el arma en la cabeza, el hombre le desgarró el vestido, tirando del corsé hacia abajo, hasta que logró liberar un pecho. Entonces lo oprimió hasta que se le llenaron los ojos de lágrimas de dolor.
—Quería tener a la puta del teniente y ahora la tengo. —Le recorrió la cara con el cañón de la pistola—. ¿Me has entendido, zorra? Voy a poseerte de todas las maneras posibles.
Ella apenas podía oírle a causa del pulso que retumbaba en sus oídos.
¡Oh, Dios! Esto no puede estar pasándome a mí. Otra vez no.
Él le metió el cañón en la boca y se echó a reír.
—Luego te mataré, exactamente así. Pero no te preocupes. Garrett se enterará de todo lo que te he hecho. Lo mismo que a todas aquellas indias que matamos antes, en el ejército.
—Oh, Dios, no —susurró ella cuando él apartó el arma y enterró la cara en su cuello, lamiéndolo y besándolo.
No era capaz de soportar aquello. No podía. Su mente se rebeló y los recuerdos la reclamaron.

 

 

 

Intentó quitárselo de encima levantando el pecho, pero él era fuerte. Demasiado.
—Te paseas delante de mí con esos vestiditos baratos. Me pones cachondo. Haces que te desee a ti en vez de a tu madre.
Las manos le agarraron el pecho plano y lo oprimieron mientras continuaba asaltándola, arañándole la espalda con las maderas del suelo.
—Para. Me haces daño —gritó ella dándole puñetazos en la espalda y los hombros, los únicos lugares a los que llegaba.
—Sí, duele. Estás apretada, zorra. Bien apretada. —La mordió en el cuello y ella volvió a gritar.
La cabeza le explotó en mil pedazos al estrellarse de golpe contra la pared. La oscuridad quiso apoderarse de ella, pero consiguió salir.
—¡Mamá! ¿Por qué me has dejado?—graznó, incapaz de seguir gritando, sin apenas poder respirar.
El dolor se intensificó.
—¿Mamá, por qué?

 

 

 

Corrie hizo un esfuerzo por dejar atrás los dolorosos recuerdos y volver al presente. No iba a permitir que volviera a pasar. Cuando el hombre apartó un momento la pistola para poder levantarle las faldas, ella levantó una rodilla y le dio en el muslo.
Él se echó hacia atrás y la golpeó en el estómago.
—No intentes detenerme, puta.
Intentó mantenerse consciente, respirando con dificultad. De ninguna manera iba a desmayarse para dejar que aquel bastardo la violara. Luchó contra su peso, consiguiendo librarse de él durante un segundo.
—¡Socorro!
El brazo de él le aprisionó la garganta, cortándole la respiración.
—Te he dicho que voy a tenerte. Es inútil que luches contra mí.
La débil luz de las velas del altar parpadeó en su rostro salvaje, enloquecido y maligno. Ella conocía aquella maldad. La había visto en primer plano, exactamente como ahora.
—No te resistas —dijo él, arrancándole la ropa interior—. Las indias lo hicieron y tu teniente las mató. —Su mano se cerró sobre sus partes—. ¿Sabías que mató indios? Guerreros, mujeres, niños, los mató a todos. Aunque a las mujeres las violó primero.
Sin poder apenas respirar por culpa de la presión en su garganta, lo único que pudo pensar fue: ¿Jess un asesino? ¿Un violador?
Pero era imposible. Su gentil Jess no haría daño a mujeres y a niños indefensos. No, era inconcebible. Dijera lo que dijera ese bastardo, ella no iba a creerlo jamás.
El hombre encontró su entrada e introdujo un dedo en ella riéndose como un loco. La mente de Corrie se rebeló e incapaz de detenerle, volvió a hundirse en los recuerdos.

 

 

 

Arañó al hombre cuyo peso soportaba; oh, Dios, el peso de su padrastro. Pero él no paró. La cabeza de Corrie chocaba contra la pared con cada embestida. Algo le rozó la mano cuando echó el brazo hacia atrás y agarró algo. Era el mantel de la mesa; no, del altar. Del altar de St. Andrew, en la calle de su casa.
Dios, ¿dónde estás? Esta es Tu casa. ¿Por qué le permites hacer esto? Gritó su mente con rabia.
Él la golpeó otra vez y ella tiró de la tela, consiguiendo únicamente que ésta cayera sobre ellos y que los candelabros fueran al suelo. Los oyó caer con un ruido sordo mientras su cabeza explotaba de nuevo.
La llama lamió su mano cuando el mantel del altar se prendió fuego, pero su padrastro continuó torturándola sin hacer caso.

 

 

 

Corrie despertó con la memoria recuperada. Volvió la ira. Lo empujó y lo golpeó con la rodilla. Él volvió a darle un puñetazo en el estómago mientras intentaba recuperar el aliento.
No, no voy a permitir que esto vuelva a pasar. Otra vez no. Nunca más.
Respiró hondo a pesar del dolor que tenía en el estómago y se obligó a mirar a su alrededor buscando algo con lo que defenderse. Junto a su mano, a ras de suelo, estaba el mantel del altar. Con una explosión de energía extraída de sus más profundos recuerdos, tiró de él. Las velas encendidas cayeron rodando por el suelo, escupiendo llamas y prendiendo ávidamente la tela. Una de ellas rodó hasta los pliegues de una cortina, la cual empezó a arder de inmediato.

 

 

 

Arriba, en el hotel, Jess estaba sentado en una esquina de la sala de fumar, tomando un solitario trago de brandy. El encuentro con su familia no podía haber ido peor. La noche había terminado como la de siete años antes, con juramentos y recriminaciones.
El abismo entre ellos se había hecho todavía más grande que antes.
Él seguía sin querer sacar su arma. Ellos no entendían que pensara que matar en cumplimiento del deber fuera un asesinato.
Mantener la distancia. Provocar. Ninguna salida.
No había forma de dar marcha atrás.
Posando la copa, escrutó la oscuridad tras las ventanas hasta que un golfillo de los suburbios de la ciudad apareció en la puerta. La expresión del chico disparó las alarmas de Jess. Cuando el muchacho se soltó de un tirón de la mano que le sujetaba por el brazo y corrió hacia él, la sensación de peligro se intensificó.
Jess se apoyó en una rodilla para quedar a su nivel.
—¿Qué pasa chico? ¿Quién te ha dejado entrar aquí?
—He sido yo señor —dijo Rupert desde la puerta—. Ha dicho que tenía que hablar con usted urgentemente. Cuando le he dicho que esperara a que estuviera usted en su oficina mañana, ha contestado que iba a querer oír lo que tenía que decirle sobre la señorita Webb.
—¿Qué pasa con ella?
El corazón empezó a subir lentamente por su pecho hasta que se le alojó en la garganta.
—Puede que se lo diga a usted, señor. A mí no ha querido decírmelo.
Jess hizo un esfuerzo para suavizar el tono y la expresión mientras su corazón amenazaba con ahogarlo.
—Bueno muchacho ¿Qué es eso tan urgente que tienes que contarme sobre la señorita Webb?
El chico, que había estado devorando con la mirada la opulencia de la sala, volvió a centrar la atención en Jess con un poco de esfuerzo.
—Tiene que ayudarla.
—¿Ayudarla cómo?
—Salvarla de ese bastardo.
—No comprendo. —Señor, ayúdame a entender—. Dime todo lo que sepas.
—Bien, le llevé la nota a la señora como me ordenó ese estafador. Dijo que me pagaría bien —aclaró el chico con cautela como si hubiera hecho algo que le valiera una paliza—, pero me timó. No me pagó ni un penique.
—¿Quién te estafó? ¿Puedes describirlo?
—Dijo que estaba en el ejército. Creo que dijo que era sargento.
Jess supo con total certeza de quien se trataba. Laughlin. Solo la fuerza de voluntad consiguió que se quedara quieto. Quería levantarse de un salto y salir a buscar a Corrie, pero tenía que saber dónde. ¿Dónde, maldición?
—Y la señora era simpática; me dio de comer. —El bribonzuelo se frotó el estómago mirando con avidez los restos de comida que había sobre la mesa, al fondo de la habitación.
—Puedes quedarte con todo lo que hay ahí si me dices dónde está la señora simpática. ¿Qué ponía la nota?
—No la leí. —El niño se acercó disimuladamente un par de pasos hacia la mesa—. Pero la vi dirigirse hacia la iglesia a medianoche.
Jess echó una ojeada al reloj. Las doce y veinte. Se le contrajeron las tripas. La escena estaba lo bastante clara para darse cuenta de que planeaba hacer Laughlin allí. El antiguo sargento había atraído a Corrie hasta la iglesia. No hacía falta tener demasiada imaginación para saber lo que iba a hacer allí con ella.
Empujó al chico hacia la mesa, se incorporó y luchó contra su conciencia y su orgullo durante cinco segundos.
No puedo hacerlo solo. Necesito ayuda, más de la que me puede proporcionar Cyril.
Con total indiferencia hacia los otros clientes, salió de allí a toda velocidad, cruzó el vestíbulo y subió las escaleras de la torre, en dirección a la suite en la que se había reunido horas antes con los hombres Garrett. Entró sin molestarse en llamar y se acercó al sitio donde estaba sentado su padre.
—Papá —dijo Jess—, sé que no ha cambiado nada entre nosotros, pero tengo... debo, pedirte un favor.
Todos los ojos se volvieron a una hacia él, mientras su padre dejaba su copa de vino.
—¿De qué se trata hijo?
—Mi pasado en el ejército ha venido a perseguirme para vengarse. Voy a necesitar algo de apoyo. ¿Vas a venir?
Junto a su padre, Sven se echó hacia delante en su asiento.
—¿Algo serio?
—Mucho. Un sargento de mi pelotón llamado Laughlin tiene a Corrie, probablemente en la iglesia de Hope Springs. —Jess se pasó una mano por la cara—. No necesito deciros lo que va a hacerle.
Eso les puso a todos de pie con exclamaciones de rabia.
—Eso no cambia nada —dijo Jess por encima del barullo. Las protestas aumentaron de volumen.
—Lo digo en serio —Jess miró y sostuvo la mirada de cada uno de los hombres por espacio de unos segundos—. O lo hacemos a mi manera, es decir, sin derramamiento de sangre, o nada. ¿Está claro?
—Pero se trata de Corrie —protestó su padre—. Seguro...
—A mi manera o no vienes conmigo. —Jess se dirigió hacia la puerta.
Al bajar las escaleras miró hacia atrás.
Todos y cada uno de los Garrett le seguían.

 

 

 

El fuego ardía detrás de ella, asfixiándola. Corrie tosió; tenía la garganta irritada a causa del humo. El peso que la aplastaba se alivió cuando su atacante se levantó para toser también.
Tanteando a ciegas con una mano, localizó uno de los candelabros del altar. Lo levantó y le golpeó en la cabeza con todas sus fuerzas, antes de que él pudiera detenerla.
Él vio venir el golpe y lo interceptó, de modo que solo le dio de refilón. Sin embargo se lo quitó de encima; se apoyó en manos y rodillas y se apartó gateando. Una cortina en llamas cayó delante de ella obligándola a retroceder. Se deslizó rápidamente a un lado y se puso en pie.
Otra vez no. No permitiré que vuelva a pasar.
La letanía se repetía en su mente reforzando su resolución. De ninguna manera iba a rendirse a la violación y de ningún modo iba a permitir que la matara después.
De ninguna manera la iba a abandonar allí para que Jess la encontrara, asesinada y violada por aquel bastardo.
El humo invadía el interior de la iglesia y Corrie no conseguía orientarse. ¿Dónde estaba la salida?
Cuando hizo una pausa para mirar detenidamente a través del humo, el hombre le agarró las faldas y la arrastró de espaldas hacia él, presionando firmemente la pistola bajo su pecho derecho. Si llegaba a pegarle un tiro, la bala iría directamente del pecho al corazón. Tragó saliva, con la boca seca por el miedo y el humo. Y se quedó inmóvil.
—Así está mejor, puta.
A través del las enaguas y el polisón notó que se frotaba contra ella. A pesar de la repulsión que avanzaba lentamente por su espalda, estuvo a punto de echarse a reír.
Jamás hubiera pensado que iba a estar agradecida por este condenado polisón. No noto nada aparte de una ligera presión.
Lo fulminó con una mirada de odio. Bien, él no había notado que ella no podía sentirle.
Por desgracia, el alivio fue efímero. Le agarró el pecho con la mano libre y lo oprimió como a una naranja. Corrie apretó los dientes y revisó de nuevo la zona en busca de algo que pudiera usar como arma.
En ese mismo momento, las puertas dobles delanteras de la iglesia se abrieron de golpe y entró Jess, con los pulgares metidos en el cinturón, seguido de los hombres de Garrett. Todos ellos parecían un poco irritados, y Corrie notó que ninguno de ellos llevaba armas.
Genial, llega la caballería y están todos desarmados.
El hombre apretó más la pistola contra sus costillas. Jess apartó con la mano el humo que ya se había disipado un poco al abrirse la puerta y se acercó a Corrie y a su captor, deteniéndose a medio camino, en el pasillo central. Revisó rápidamente la estancia y a ella con la mirada.
—¿Estás bien Corrie? ¿Te ha hecho daño?
—Es mía, Garrett. —El hombre le arañó el pecho con las uñas, arrancándole unas gotas de sangre en la parte externa al clavárselas.
Ella emitió un silbido de dolor pero no pensaba darle a ese bastardo la satisfacción de obtener algo más.
—No quieres hacerle daño a ella, Laughlin. Tu pelea es conmigo. Suéltala.
Laughlin movió la pistola hacia la mandíbula y la rodeó por el pecho con el otro brazo, convirtiéndola en un escudo humano.
—Se te ha reblandecido el corazón, teniente. Haciéndole daño a tu mujer te lo hago a ti. No hace falta ser muy listo, ni tener un cargo de oficial, para entender eso.
Corrie divisó por el rabillo del ojo a otro grupo de Garrett que se había quedado fuera ya que el fuego se había propagado a otras zonas del altar bloqueándoles el paso.
El arma que tenía en el cuello volvió a moverse, esta vez Laughlin apuntó a Jess. A ella le sorprendió que la fuerza de los latidos de su corazón no apartara el brazo del hombre de su pecho.
Maldita sea, todavía no se ha inventado el chaleco anti—balas.
—Ten cuidado —gritó con la garganta herida.
Entonces vio la estrella que brillaba sobre el torso de Jess y se le cortó la respiración. Nunca había llevado puesta la insignia delante de ella y había dado por hecho que era similar a las que usaba la policía de Dallas: ovalada y en forma de escudo.
Pero ahí estaba; una estrella de plata de cinco puntas como la que la había llevado hasta allí.
Jess era su pase de vuelta a su propio tiempo.
—Tu amante siempre tiene cuidado, puta. Allá en el oeste siempre era el último en llegar a la batalla. Se quedaba detrás de las faldas de cualquier maldito comandante o general para no tener que ensuciarse las manos como el resto de nosotros. —El arma osciló un poco y Laughlin volvió a colocarla debajo de la mandíbula de Corrie—. Apuesto a que no te contó como asesinó a mujeres y niños inocentes, ¿verdad?
Las líneas de tensión alrededor de la boca y de los ojos de Jess palidecieron y Corrie se alegró de no ser el blanco de su ira. ¿Cómo iba a mantener la mente en la situación presente cuando su propio aprieto de viajar en el tiempo la estaba mirando a la cara.
—Él violó y asesinó, pero cuando yo hice lo mismo, me formó un consejo de guerra —El fétido aliento de Laughlin la envolvió cuando este jadeó de cólera—. ¡A mí! Cuando lo único que hice fue matar indios.
A Jess se le pusieron blancos los nudillos.
—No sólo los mataste. Los torturaste e incitaste a otros a hacer lo mismo.
—Les hice lo que ellos hicieron a los blancos. No hay ninguna diferencia, teniente.
—Hay mucha. La última batalla fue contra una tribu que había firmado un tratado de paz con nosotros. Nunca debimos atacar su poblado. —Incluso a media habitación de distancia, Corrie pudo ver el destello de dolor en los ojos de Jess. Luego su mirada se encontró con la suya y el dolor desapareció. Sus ojos azules se clavaron en los de ella y luego en Laughlin—. Intenté detener la matanza, pero tu habías azuzado a los hombres volviéndolos locos. Nadie podía detener a aquella chusma.
Laughlin lanzó una diabólica carcajada atronadora.
—Condenadamente cierto, vosotros, los insípidos y sentimentales oficiales, no podíais detenernos. El único indio bueno es el indio muerto. Los simples soldados lo sabían. No importaba si habían firmado un tratado o no.
Corrie se estremeció cuando volvió a provocarla con la pistola. Jess desvió la mirada hacia su cintura y ella se las arregló para captar la indirecta. Se echó hacia atrás, apartándose del cañón y desviando la atención de Laughlin con la esperanza de que eso fuera suficiente para que no se diera cuenta de que Jess sacaba su pistola de la pistolera.
¿Se iba a decidir Jess por fin a apuntar y a pegarle un tiro a aquel bastardo?
Laughlin la sujetó más fuerte y Corrie se esforzó por mantener el control. Si lo perdía seguramente le pegaría un tiro a ella y después a Jess. Teniendo en cuenta la cantidad de representantes de la ley reunidos en el santuario, sospechaba que él sabía que iba a morir.
—Aguanta Corrie. —La voz de Jess la hizo volver a mirarle.
Él movió los ojos hacia la izquierda de ella y Corrie lo imitó.
Max y el tío Charlie se habían abierto paso por la parte de atrás de la iglesia y ahora estaban agachados detrás de una columna justo en el altar. Max señaló a Jess, se levantó el sombrero con una mano y luego le indicó por señas que se acercara. Tenían un plan... suponiendo que hubiera interpretado bien las señas de Max.
Jess apoyó la cadera en uno de los bancos de la iglesia.
—Tengo que sentirme ofendido por tu acusación de violación, sargento. —Antes de que Laughlin pudiera protestar, Jess continuó—: Yo jamás violé a nadie, mujer o niño.
—Estabas allí. —Laughlin obligó a Corrie a girar hacia la derecha cuando varios Garrett empezaron a acercarse—. Quedaos exactamente donde estáis o mataré a la puta del teniente aquí mismo.
El rostro de Jess se volvió de piedra, pero se limitó a decir:
—Nunca violé a nadie, a diferencia de ti. ¿A cuántas mujeres has ultrajado, sargento?
—Centenares según las últimas cuentas.
La respuesta fue demasiado rápida para el gusto de Corrie. ¿Qué clase de ser despreciable llevaba la cuenta de las mujeres a las que violaba?
A su espalda, el fuego se extendió a más cortinas que empezaron a arder con un ruidoso whoomph. En ese momento, Jess se echó el sombrero hacia atrás con la mano izquierda atrayendo de ese modo la atención de Laughlin.
Laughlin aflojó la presa y, mientras Corrie se volvía con un empujón para hacerle perder el equilibrio, y se lanzaba hacia su izquierda, Jess sacó su arma y le apuntó con ella. El tiempo se ralentizó cuando Max y Charlie la cogieron y la pusieron a salvo detrás de la columna, en tanto Jess levantaba la pistola unos milímetros y disparaba. Ella lanzó un grito cuando la pistola de Laughlin se vació contra Jess, pero su amor ya estaba rodando por encima de los bancos de la iglesia hasta el suelo, protegiéndose detrás de ellos mientras la araña de luces sobre el altar caía encima de sargento.
Los demás rodearon el altar saltando por encima de las llamas para reducir al combativo Laughlin, para luego arrancar las cortinas antes de que el techo se prendiera fuego. Teddy corrió hacia la puerta llamando a gritos a los bomberos, y Bertie se acercó corriendo a Jess para comprobar su estado.
Solo cuando Max la cubrió con su chaqueta, se dio cuenta Corrie de que uno de sus pechos estaba fuera del corsé. El rubor cubrió cada centímetro visible de su cuerpo y algunos de los lugares que estaban cubiertos. Miró rápidamente a Max y a Charlie pero ellos demostraron de donde había sacado Jess la caballerosidad; ninguno de los dos parpadeó siquiera para demostrar que se habían dado cuenta de que tenía un pecho fuera.
Luego Jess estaba a su lado y ella estaba entre sus brazos, y cualquier preocupación por la modestia desapareció de su cabeza. Lo único que reconocía era el calor de sus labios sobre los de ella, como si fuera una parte de sí misma que había perdido y ahora aparecía para completarla.
La barba de un día le arañó la piel cuando Jess le cubrió la cara de besos.
—¿Estás bien? ¿Te ha hecho daño? Oh Dios, Corrie, ¿te ha hecho daño?
—Estoy bien —le aseguró ella, apartándose para mirarlo bien.
No le había tocado ni una bala. Enlazó los brazos alrededor de su cuello y se estiró para besarle otra vez en los labios a modo de agradecimiento.
—Será mejor que vayamos fuera, hijo —Max pasó junto a ellos con un cubo de agua—. Déjanos más espacio para apagar este fuego.
A Corrie se le fue el aire de golpe cuando Jess la levantó y la llevó hacia la puerta para dejarla en el suelo solo cuando llegaron al otro extremo de parque. Cuando estaba en el suelo, en el interior de la iglesia, Corrie pensaba que el templo era un infierno. En realidad, el cuerpo de bomberos parecía estar controlando el fuego rápidamente.
—¿Estás segura de que no te hizo daño? —La voz de Jess era suave y amable, pero la verdadera pregunta seguía sin hacerse.
Corrie se abrigó mejor los hombros con la chaqueta, le cogió la cara con ambas manos y lo miró a los ojos sin vacilar.
—Estoy un poco magullada aquí y allá, pero no me ha violado. Estoy bien.
Él la atrajo hacia sí, metiendo la cabeza de ella bajo su barbilla y la sostuvo entre sus brazos que temblaban convulsivamente.
—Gracias a Dios.
—Sí, y gracias a ti y a todos tus parientes. —Frotó la mejilla contra su torso—. Y además de todo, te mantuviste fiel a tu juramento de no matar a quien tuvieras que detener. Disparas bastante bien, jefe.
Su risita la tranquilizó; el antiguo Jess había vuelto y la sujetaba como si fuera una valiosa antigüedad.
—Cuando te puso ese cañón en el cuello...
—Pero no lo mataste. —Volvió a frotar la mejilla contra él, disfrutando de su calor y su olor—. Eso es algo de lo que estar orgulloso.
De una forma retorcida y altruista.
—Mi familia cree que debería retirarme. —Lanzó un resoplido descortés—. Opinan que soy un peligro para mí mismo y para los demás.
—Sólo están celosos, jefe. —Giró la cabeza y lo abrazó más fuerte.
La mejilla se arañó con un pedazo de metal y contuvo la respiración. ¿Cómo podía haberse olvidado de la insignia?
En cuestión de pocas horas estaría de vuelta en Dallas y lejos del lugar que ahora llamaba hogar.
Y lejos de Jess.