Capítulo 8

 

Su estómago ejecutó un triple salto mortal y luego se le cayó a los pies. A pesar de toda su despreocupación, Corrie era consciente de que no sólo se había quedado sin trabajo, sino también sin hogar. ¿Dónde iba a vivir? Pensó en tragarse el orgullo que pudiera quedarle y arrastrarse ante el comandante.
Un vistazo hacia la estirada espada del comandante, la echó para atrás, matando cualquier esperanza de un nuevo contrato. Su comportamiento en Hope Springs había anulado toda posibilidad.
Bien hecho, Webb.
Los ojos se le llenaron de lágrimas. Maldita fuera, ella nunca lloraba. Jamás.
Corrie se regañó a sí misma y enderezó los hombros. Ya había estado antes en malas situaciones y siempre había sobrevivido. Eso es lo que hago. Sobrevivir. Completamente sola.
Le tembló la barbilla y la apretó de inmediato. Con la cabeza alta, salió de la estancia pasando por delante de las miradas de reojo y acallando las condolencias de sus compañeros —ex compañeros— de trabajo. Su tranquilidad recibió otro golpe cuando comprendió lo mucho que iba a echar de menos a ese grupo y hasta que punto habían llegado a formar parte de ella.
¿Ves lo que sucede cuando te abres a una persona, Webb? ¿Lo ves? Empezó con Bidgie. Ahora tienes a toda clase de gente abriéndose camino. Maldición.
Subió las escaleras en dirección a su habitación, pisando fuerte, y cerró de golpe la puerta. De no hacerlo, en cuanto corriera la voz de su despido, acudiría a consolarla demasiada gente. Mientras se quitaba el uniforme para ponerse el traje verde, examinó las complicaciones que traía consigo permitir que la gente se volviera importante para ella. El viejo comandante le había hecho un favor. Sí, un favor. De alguna manera, en el transcurso de las últimas semanas, había permitido que varias personas atravesaran su muro protector: Bidgie, Rupert e incluso Sparrow. Bueno, pues iba a tener que apuntalarlo, y estar lejos del Chesterfield le permitiría hacerlo.
Luego estaba Jess.
Él no había perforado el muro, había saltado directamente por encima como si nunca hubiera existido. Definitivamente era una complicación, pero iba a tener que sobrellevarla hasta que regresara a su propio tiempo en el solsticio de junio.
Terminó de abotonarse la chaqueta y metió sus magras pertenencias en una funda de almohada. Cuando se dirigía hacia la puerta, Sparrow la abrió.
—Querida, acabo de enterarme. —Su tonalidad habitual de rosa inglesa estaba pálida y hundida, y se cogía las manos con tanta fuerza que los nudillos estaban blancos.
Corrie se obligó a encogerse de hombros con despreocupación.
—Bueno, ambas sabíamos que era solo cuestión de tiempo que consiguiera que el Comandante me despidiera.
—¡Pero esto es terrible!
—Lo soportaré.
—No puede despedirte.
—Eso dígaselo al comandante Payne.
—No lo entiendes. Eso podría arruinarme todo el pl... —Sparrow cerró la boca con un jadeo y se la tapó con dedos temblorosos.
Dirigiéndole una mirada penetrante, Corrie la obligó a sentarse en la cama.
—Tengo el presentimiento de que esto —señaló las manos unidas de Sparrow—, tiene que ver más con usted que conmigo. Lo que no entiendo es por qué.
Sparrow intentó separar los dedos, pero volvió a cruzarlos en seguida sobre su regazo.
—Vamos Sparrow. Suéltelo.
La inglesa suspiró y dijo:
—Es complicado.
—Todo lo es.
Sparrow se recuperó lo bastante como para enarcar una ceja a modo de reprimenda.
—No me iré hasta saber que es lo que la trastorna tanto. No es solo por mi despido —La paciencia de Corrie llegó al límite cuando Sparrow se mordisqueó el labio—. Maldita sea, está ocultando algo.
—No —empezó a decir Sparrow, luego se encorvó derrotada—. Eso no es cierto.
Corrie se soltó el botón superior del cuello y se recostó contra el cabecero. Le hizo un gesto para que continuara.
—Me inquieta que te hayan despedido —Sparrow se relajó un poco y apoyó el hombro en el cabecero—, pero también que no te lo he contado todo sobre... el regreso a tu tiempo.
Eso obtuvo la atención de Corrie. Se incorporó y fijó los ojos en el rostro de Sparrow.
—¿Qué es exactamente lo que no me has dicho?
Sparrow desvió los ojos.
—¿Qué recuerdas de tu viaje hasta aquí?
—No demasiado. —Corrie cerró los ojos e intentó visualizar el Chesterfield viejo y destartalado—. La sensación de estar cayendo y un rugido, pero también tranquilidad. Y la insignia.
Un intenso recuerdo de la antigua insignia del Sheriff Dillon, con una de las puntas rotas, invadió la mente de Corrie. Casi podía sentir las puntas oxidadas restantes en los puntos de la palma de la mano donde se le había clavado.
—Sí, pues la estrella pertenece... pertenecía. —Sparrow se levantó de un salto y empezó a pasear por la pequeña habitación—. Este lío entre pasado, presente y futuro va a obligarme a ir en busca de Drake Manton, el hipnotizador, para que trate mi mente trastornada.
Corrie resopló.
—¿Tú crees que te estás volviendo loca? ¿Y yo qué? Me veo obligada a vivir en el pasado. Prueba a hacerlo durante un ratito y ya verás lo loca que te vuelves.
Deteniéndose, Esmeralda Sparrow la estudió, con las manos asidas al cabecero de hierro. La cabeza de Corrie, habitualmente tan erguida y orgullosa, estaba inclinada y tenía los hombros hundidos como si estuviera derrotada. ¿Qué he hecho? Pensó. Liberó las manos del frío hierro, se acercó a Corrie y la abrazó.
—Querida, te pido sinceramente perdón. Mis problemas no son nada al lado de los tuyos. Es simplemente que me siento responsable...
Notó que Corrie sacudía la cabeza y se tensaba ligeramente entre sus brazos. El alejamiento era menos intenso que en ocasiones anteriores, y Esme sonrió para sí. Estaba dispuesta a apostar el salario de un mes a que Corrie no se alejaría en absoluto de los abrazos de Jess Garrett.
Echándose hacia atrás para poder ver la expresión de la viajera en el tiempo, Esme dijo:
—Permíteme ser yo quien juzgue hasta donde llega mi responsabilidad. Y permíteme que te indique el alcance de la tuya.
Corrie abrió sus ojos oscuros.
—¿Qué quieres decir?
—Tú, Corrinne Webb, tienes una misión en esta época. Una que debes completar.
—¿No puedo volver si no hago algo? ¿De qué se trata? —En la voz de Corrie hubo una nota de temor.
Era extraño que dijera "volver" en vez de "volver a casa". Esme en su lugar solo hubiera pensado en volver a su casa.
—¿Sparrow?
La voz de Corrie le recordó a Esme su problema más acuciante: cuánto contarle.
—No es que debas hacer algo en especial, es que puedes hacerlo y por tanto salvar a alguien del peligro.
—Soy un chef, no un superhéroe —dijo Corrie con sarcasmo.
—Un superhéroe —repitió Esme lentamente, perdida en el significado de algo que no entendía.
—No importa —dijo Corrie frunciendo luego el ceño—. Dime directamente lo que no tengo que hacer para volver.
Esme reprimió un estremecimiento ante la idea de lo que significaría que Corrie eludiera su obligación.
—Bien.
—Pero puedo hacerlo y evitar que alguien salga herido.
—Exacto.
—Bien, está bastante claro. —Corrie la miró—. ¿A quien se supone que tengo que salvar?
Esme sabía que si desvelaba todo lo que iba a pasar, Corrie escogería otro camino o se lo diría a la futura víctima, lo cual realmente podía fastidiarlo todo. Oh, Dios, escúchame, estoy pensando con guiones.
—¿Sparrow?
—Oh. —Esme se enderezó—. Estoy segura de que todo se aclarará. Más tarde.
—Debes estar de broma. ¿Pretendes que espere hasta que me encuentre con esa insignia de sheriff? Sé realista.
—Te prometo que aparecerá sin ningún esfuerzo por tu parte.
—Bueno... De acuerdo —Corrie miró a Esme a los ojos con expresión seria—. Pero entérate de que no voy a permitir que eso interfiera en el regreso a mi propio tiempo.
—Entendido —Esme se estremeció y se frotó las manos—. Ahora déjame ver que puedo hacer para ayudarte.
—El comandante no va a readmitirme.
—No —estuvo de acuerdo Esme. La ira del comandante Payne por el comportamiento de Corrie no admitía razones. ¿Qué iba a hacer con ella? Miró a la joven—. ¿Se te ocurre algo que puedas hacer en Hope Springs? Te ayudaré en lo que sea.
La risa de Corrie fue amarga.
—Supongo que si el comandante no va a contratarme porque besé a Jess, tampoco va a hacerlo nadie más.
—Es probable que tengas razón —dijo Esme. Había mencionado a Jess y al beso como si no fuera más que un gesto amistoso. Eso era algo bueno—. Entonces, ¿qué vas a hacer?
Corrie frunció el ceño durante un segundo. De repente, chasqueó los dedos y una enorme sonrisa iluminó su cara.
—Por un momento lo había olvidado.
—¿De qué se trata? ¿Qué vas a hacer?
La sonrisa se tornó maliciosa y Esme sintió un estremecimiento de inquietud. ¿Qué estaba planeando?
—Es mejor que no lo sepas —contestó Corrie poniéndose en pie, atándose el sombrero y recogiendo la funda de almohada que contenía sus escasos bienes—. Aunque sea un experimento.
¿Experimento?
Corrie abrió la puerta y se volvió para mirar a Esme.
—Hasta luego.
Esme observó su rápido paso por el pasillo y escuchó el ruido de aquellas extrañas botas al bajar las escaleras. Sólo cuando oyó el golpe de la puerta exterior al cerrarse, cerró la puerta de la habitación de Bridget y se dirigió a la suya. Una vez allí pensó en las palabras de Corrie y se preguntó cual podía ser el plan que tenía su protegida.
Fuera cual fuera, tenía el fuerte presentimiento de que iba a provocar que se levantaran muchas cejas.

 

 

 

Jess dejó la pistola que estaba limpiando y dio un sorbo a su segunda taza de café. Lo necesitaba para mantenerse despierto. Los recuerdos del ejército habían alterado bastante sus noches; ahora eran los sueños sobre Corrinne Webb, mucho más agradables, pero no menos inquietantes, los que le impedían dormir.
—Maldición —murmuró, volviendo a coger la pistola.
—Hace una mañana asquerosa y mi cabeza está peor aún —gimió Jack O'Riley desde su litera en la celda más cercana—. Pero estoy pensando que la tuya está por el estilo, chico.
—No tan mal como tú. —Levantándose, Jess sirvió una taza de café, le puso un poco de azúcar y lo removió mientras se dirigía a la celda de Jack—. Toma, esto te ayudará, viejo.
—¿A quien llamas viejo? —protestó Jack poniéndose en pie de un salto. Se sujetó la cabeza, llevó la mano a la litera y se cubrió la cara con la almohada—. ¡Ay, mi cabeza!
La puerta de la celda se abrió sin dificultad con un puntapié de Jess, que se apoyó en ella mientras le ofrecía a Jack la taza con una mano al mismo tiempo que bebía de la suya.
—Bébete esto, O'Riley. Eliminará los vapores del whisky de tu cerebro.
Jack se apartó la almohada de la cara el tiempo suficiente para preguntar:
—¿No tendrás un poco de whisky por aquí, verdad?
—Ni una gota. Y no te lo daría si lo tuviera. Para empezar ha sido el whisky lo que te ha traído hasta aquí.
La almohada volvió a tapar la cara de Jack.
—Eres un hombre duro, Jess Garrett.
—Si lo fuera, te habría anotado en el registro y el Hope Springs Times habría publicado tu detención en la edición de la mañana, para que toda la ciudad pudiera verlo —Jess colocó la taza humeante en el suelo, junto a la puerta, y volvió a su escritorio, donde se sirvió otro café antes de sentarse en su silla.
Gruñidos y maldiciones en voz baja revelaron los esfuerzos de Jack por alcanzar la taza. Jess abrió el periódico y fingió leer mientras esperaba la protesta de siempre. No tuvo que esperar demasiado.
—¡En nombre de la Santísima Virgen! ¿Qué has puesto en esto que llamas café?
—Azúcar —dijo Jess intentando disimular la diversión en su voz—. Te aliviará la resaca.
—¿La resaca, eh? Ningún irlandés tiene resaca. —Jack murmuró algunas maldiciones más para sí mientras se tambaleaba por la habitación antes de dejarse caer en una silla, enfrente de Jess—. Jesús, por la cantidad que le has puesto parece que piensas que soy un maldito inglés borracho.
—Lo siento O'Riley —dijo Jess bajando el periódico para mostrar una expresión arrepentida. Evidentemente falsa, por supuesto.
—Que lo siente, dice. Siempre es lo mismo. Azúcar en mi café y una disculpa —A pesar de sus protestas, Jack se bebió el café de un trago y presentó la taza pidiendo más.
Jess limpió en silencio el tambor del arma, mientras Jack bebía. La taza sonó dos o tres veces antes de que el hombre fuera capaz de colocarla firmemente sobre el escritorio.
—Ah, me estoy comportando como un bastardo, Jess.
Jess desvió su atención hacia el portero.
—Es cierto. —Jack se pasó una mano por el escaso pelo y se rascó la cabeza—. Estoy aquí sentado, protestando por el azúcar en mi café y tú me has ayudado.
—Te has olvidado de mencionar que me insultaste.
—¡Ah, sí! He llamado diferentes nombres al hombre que me ha salvado el trabajo.
Jess observó con silencio cargado de fascinación, como contorsionaba Jack la cara, llevándose los puños a los ojos y bostezando. Era evidente que Jack todavía tenía suficiente whisky encima. O puede que fuera peor la resaca.
—El comandante me despediría si supiera que he vuelto a... darme el capricho. Por no mencionar lo que diría Bidgie.
—Por mí no van a saberlo. —Jess le tendió a Jack su abrigo, la corbata y el sombrero—. Si alguien te ve salir de la comisaría, le dices que te he pedido que vinieras a contestar unas preguntas sobre esos ladrones de bancos.
—Eres un buen hombre. —Jack se puso el abrigo y la corbata—. Debo decir que para ser un hombre que nunca saca su arma, te pasas mucho tiempo limpiando esa cosa.
—La costumbre, O'Riley —Jess se encogió de hombros con despreocupación.
—Estoy seguro de que cierta chica también se ha convertido en un hábito. —Se marchó tras hacer tal observación, dejando a Jess preguntándose cuánta gente más se había dado cuenta de su interés por Corrie.
Y por qué estaba tan interesado en ella.

 

 

 

Corrie se detuvo frente a la antigua panadería y volvió a examinar el lugar. Tenía una buena orientación y la señal pintada sobre las ventanas de delante, aunque descolorida por los años, era claramente visible desde una manzana más allá. El interior parecía lo bastante amplio como para albergar unas cuantas mesas, y, por lo que podía ver, la cocina también era adecuada. Había incluso un pequeño patio a un lado con varios árboles alrededor, perfecto para poner una zona al aire libre cuando el tiempo mejorara.
Ahora mismo era un asco. Aunque había podido subirse al tren del hotel, estaba casi empapada y, desde el sombrero, la fría lluvia le goteaba en la nariz cada vez que levantaba la vista. Al ver su propio reflejo en una de las ventanas, pensó que su aspecto era el de una rata ahogada. Esa idea la hizo desviar la atención de su ropa mojada y del frío, y le dirigió una ancha sonrisa a su imagen reflejada.
Desde sus comienzos en el negocio alimentario, ejerciendo de lavaplatos, había albergado el sueño de poseer su propio restaurante. Asistir al Instituto de Cocina de América y convertirse en chef, habían fortalecido el sueño y ahora podía imaginar algo más que un restaurante en abstracto.
Lo suyo iba a ser una cafetería familiar y acogedora en la que solo se servirían los productos más frescos, exquisitamente preparados. Nada de nouvelle cuisine con sus formas de diseño y sus raciones diminutas. No, las suyas serían raciones decentes de maravillosa comida en una cafetería no demasiado grande, donde la gente se entretuviera tomando un vaso de vino y charlando. La cafetería de sus sueños.
Cafetería de los sueños. Así es como voy a llamarla.
Se le ensanchó la sonrisa. Pondría a prueba las enseñanzas de Paul LaDue. Su sueño estaba a punto de realizarse.
Lo único que quedaba era convencer a Jess.

 

 

 

La puerta de la comisaría se abrió de repente acompañada de un viento y una lluvia helados. Jess estaba cargando la estufa con más carbón y gritó por encima del hombro:
—¡Cierra la puerta!
El viento y la lluvia quedaron repentinamente fuera y el silencio se apoderó del interior, tan sólo roto por el goteo del agua en el suelo. Mucha agua.
Cerró de un golpe la rejilla y se sacudió el polvo de las manos mientras se daba la vuelta. Corrinne Webb estaba parada en medio de la comisaría con la falda y el sombrero chorreando. Mientras el la contemplaba, sacó hacía fuera el labio inferior y sopló la cinta que le goteaba en la nariz. Ninguna dama haría algo tan poco elegante.
Claro que, tampoco ninguna dama, poseía esos deliciosos labios que le mantenían despierto y atormentaban sus sueños. Jess notó que se excitaba y se preguntó qué era lo que tenía, qué le hacía parecer un adolescente en celo en vez de un hombre adulto con un trabajo sobrio. Corrinne Webb se le subía a la cabeza como un licor destilado ilegalmente y eso le hacia estar de cualquier forma menos sobrio.
Ella parpadeó y luego le dirigió su brillante sonrisa.
—Hola jefe —saludó agitando una mano.
Luego estornudó y Jess comprendió que su patito estaba casi ahogado.
—En nombre de Dios, ¿qué te ha hecho salir con un tiempo como este? —Le estrechó la mano y la acercó a la estufa.
Sus dedos parecían de hielo, pero sin embargo, le provocaron una oleada de calor. La ignoró con decisión e intentó frotarle los dedos, pero ella apartó la mano.
Se quitó el sombrero y revisó los daños con pesar.
—Me temo que está totalmente echado a perder.
—Totalmente —dijo él, cogiendo las destrozadas cintas y la flácida y deformada ala del sombrero.
—Puede que el traje pueda salvarse. Es de una lana bastante resistente —dijo Corrie, escurriendo el agua de la falda con las manos. Lo miró con gotas bañando en las pestañas—. ¿Tú que crees?
Es tan bella.
—¿Jefe?
Jess obligó a su caprichosa mente a centrarse en la pregunta.
—Ehh... el traje. Sí, debería tener arreglo. —Sería mejor que su cerebro mantuviera a raya sus divagaciones—. Pero deberías quitarte esas ropas mojadas cuanto antes.
Mientras la ayudaba a quitarse la chaqueta se fijó en la funda de almohada empapada que ella había depositado a sus pies en el suelo. Se estaba formando rápidamente un charco alrededor.
Ella sorprendió su mirada y explicó:
—Eso es todo lo que poseo. Y está todavía más mojado que lo que llevo puesto. Aunque creo que no podría estar más empapada.
Ya averiguaría a su debido tiempo por qué llevaba todas sus pertenencias. Por ahora, ningún caballero se aprovecharía de una joven en sus condiciones, y Jess se recordó a sí mismo que había nacido y había sido educado como un caballero.
Maldición.
Puso una tetera encima de la estufa para que se calentara y rebuscó en el armario otra taza y otro platillo. Una taza de té la calentaría por dentro mientras a él se le ocurría que hacer con lo de fuera.
Su pene palpitó haciendo saber su idea y él se regañó a sí mismo con severidad. La joven había ido a pedirle ayuda y eso es lo que tendría.
Lo único que tendría.
Ella se aclaró la garganta y se removió en la silla.
—Probablemente te estés preguntando qué hago aquí.
Apoyándose contra el escritorio, Jess cruzó los tobillos y asintió para que continuara.
Ella desvió los ojos hacia el fuego, visible a través de la rejilla.
—Me... Me han despedido.
—Despedida. —La imagen de la señora Harrington apareció en su mente. A ella no le hacía ninguna falta aquella nueva invención llamada teléfono; era mucho más rápida. Sus labios se convirtieron en una fina línea mientras hacía varios comentarios cáusticos—. Deja que adivine. Alguien informó al comandante Payne de nuestra... indiscreción... de ayer.
—Acertaste, jefe.
Sus palabras eran extrañas y el tono descarado lo sorprendió, pero carecía de importancia.
—¿Qué vas a hacer?
Ella se levantó, mordiéndose el labio inferior, y empezó a pasear por la habitación antes de contestar. Algo en la mirada de reojo que le dirigió lo puso en guardia.
Por fin se detuvo frente a él.
—No se trata de lo que voy a hacer yo. Es lo que vamos a hacer los dos. Juntos.
—Juntos —Jess tenía algunas ideas en cuanto a eso, pero dudaba de que fuera a eso a lo que ella se refería.
—Si. Socios.
—Socios —repitió él despacio. Empezaba a sonar como un memo, pero maldito si sabía hacia donde quería llegar ella con esa conversación sobre una asociación.
—En un restaurante —Se apresuró a añadir—: Donde antes estaba la panadería. Yo seré el chef. Tú pondrás el dinero. Puedo vivir en el segundo piso. Big John y su familia pueden trabajar para mí, para nosotros. Será... —Respiró—. Perfecto.
A él sólo se le ocurrió una explicación.
—El frío te ha afectado al cerebro.
—No es eso. Lo he pensado mucho. Incluso antes de que me despidieran.
—¿Por qué se te ha ocurrido pensar en mí como socio?
—Bueno, no tengo dinero suficiente para empezar y tú pareces comer mucho fuera.
Eso no podía negarlo, pero seguía sin tener sentido.
—¿Y qué pasa con el banco?
—Ahí era donde iba ayer por la mañana antes de que encontrarme contigo. Hoy también. —Se encogió de hombros haciendo un molesto ruido de agua al hacerlo—. Me rechazaron. Groseramente además.
—Me hubiera sorprendido que no lo hicieran. —De hecho habría llamado al doctor Jones para que examinara al director del banco si este hubiera dado un préstamo a Corrie. El hombre era inflexible en sus denuncias sobre el trabajo de las mujeres, aparte de ser un misógino recalcitrante.
—Así es que te lo pido a ti. Tú al menos no serás grosero.
—¿Por qué iba yo a prestarte algo?
Corrie dejó caer la vista hacia sus extrañas botas.
—Bueno, ha sido culpa tuya.
—¿Mía?
—Tú fuiste quien me besó.
Puede que Jess hubiera sentido algo de culpa por su apuro, pero ahora protestó.
—Me parece recordar que me devolviste el beso.
—No lo hice —dijo ella, aunque el atractivo rubor que enrojeció sus mejillas y sus orejas decían otra cosa.
—Ahora parecemos mis hermanos cuando éramos pequeños.
Aunque gracias a Dios no eres una de mis hermanas.
—Yo nunca he tenido familia.
El tono con que hizo tal declaración fue tan melancólico, que él no estuvo seguro de si se lo decía a él o a sí misma.
Entonces levantó la cabeza y se puso una sonrisa en la cara, ignorando la gota de lluvia que tenía en la nariz.
—Estábamos hablando de por qué tienes que ser mi socio. —Pasó un dedo por el borde de la taza—. Es porque tienes visión.
—¿Qué tiene que ver mi vista con apoyar a tu restaurante?
—No, no. No me refiero a esa clase de visión. Visión empresarial. —Bebió un sorbo de té y luego dejó la taza para poder mover las manos describiendo un arco—. Lo que necesita Hope Springs es una buena cafetería estilo taberna. No es por menospreciar a la señora Warshoski, pero solo puedes comer esas pesadas comidas del este de Europa unas cuantas veces antes de cansarte de ellas.
—Los polacos de la ciudad se sentirían ofendidos. —Jess contuvo una sonrisa. Ella le había contagiado su entusiasmo, pero no pudo resistirse a pincharla.
—Sabes perfectamente lo que quiero decir. Sin embargo, mi comida —se dio un golpecito a sí misma en el pecho y Jess tuvo que recordarse que era un caballero cuando vio lo transparente que se había vuelto la tela—, es de lo mejor de hay en Dallas, una ciudad exigente para los restaurantes —Se interrumpió como si fuera algo enorme.
—¿Dallas? ¿Dónde nadie tiene la sensatez de construir lejos del río y este se desborda cada primavera? ¿Ese Dallas? —Había cabalgado por todo Texas y había descansado un par de semanas, junto con su batallón en Forth Worth, pero Dallas era el último sitio que se le ocurriría visitar.
—Supongo, pero no importa. Limítate a aceptar que soy buena. Realmente buena. Mi solomillo a la parrilla con salsa bearnesa quedó el mejor en... bueno, fue el mejor. Acepta mi palabra. Mi cocina va a sacudir los cimientos de esta ciudad. El chef Sashenka no tiene nada que yo no pueda hacer mejor. Y yo era el chef principal más joven que ha habido nunca... —titubeó— en Dallas.
Su fanfarronería era asombrosa. ¿Quién hubiera pensado que iba a ser tan apasionada en lo que se refería a la cocina?
—¿Qué te parece? ¿Vas a respaldarme?
—Estoy casi convencido, pero debo preguntarte como me escogiste a mí. Aparte de por verme cenar en el restaurante del hotel casi a diario. —No todos sabían que provenía de una familia rica y, francamente, prefería mantener esa circunstancia tan oculta como fuera posible; cuantas menos debutantes a la caza de marido se lanzaran sobre él, mejor.
—¡Oh, ha sido fácil! —Su sonrisa lo convenció de su sinceridad—. O'Riley me dijo que tienes dinero.
Jack, estúpido.
—¿Y creíste a un irlandés borracho?
Ella posó una mano en su manga y la temperatura volvió a subirle.
—Me consideraba tu amiga.
—Pero...
—Tú fuiste quien me besó. Tú fuiste quien hizo que me despidieran.
—De acuerdo, tú ganas —dijo él, levantando una mano para aceptar el golpe—. Tengo dinero en efectivo suficiente para respaldar esta aventura. Pero con una condición. Mejor dicho, dos.
La desconfianza le nubló los ojos y él se apresuró a disiparla.
—Primero: tienes que prepararme algunas comidas para que las pruebe antes de poner el dinero. Segundo: me gustaría que esperaras en mi oficina mientras cabalgo hasta Covington. No debería volver muy tarde, pero he quedado en reunirme con el sheriff del condado.
—Me parece bien, pero quería hacer una oferta por la panadería hoy mismo, para tener un sitio donde dormir esta noche.
—¿Quieres decir que el comandante te ha echado del todo? —Jess y el comandante no eran lo que se dice amigos, pero no había creído que el hombre fuera tan cruel.
—Es justo admitir que de verdad le saqué de sus casillas.
El destello malicioso de sus ojos convenció a Jess de que probablemente no debería pedir más detalles. Puede que ella se los diera y él jamás podría mirar al comandante de la misma manera.
Con la misma rapidez que se le iban ocurriendo sitios donde alojarse en la ciudad, los iba descartando. Si pagaba la habitación de Corrie, o si le veían acompañándola a un hotel, la reputación de ella resultaría todavía más dañada de lo que había resultado con el beso. No habría redención posible y jamás sería aceptada en esa ciudad.
Solo quedaba una opción; suponiendo que consiguiera sacarla furtivamente, sin que lo vieran.
—Tengo una tercera condición: Pasarás la noche en mi casa. —Iba a lamentar aquello.