Capítulo
8
Su estómago ejecutó un triple salto mortal y
luego se le cayó a los pies. A pesar de toda su despreocupación,
Corrie era consciente de que no sólo se había quedado sin trabajo,
sino también sin hogar. ¿Dónde iba a vivir? Pensó en tragarse el
orgullo que pudiera quedarle y arrastrarse ante el
comandante.
Un vistazo hacia la estirada espada del
comandante, la echó para atrás, matando cualquier esperanza de un
nuevo contrato. Su comportamiento en Hope Springs había anulado
toda posibilidad.
Bien hecho,
Webb.
Los ojos se le llenaron de lágrimas. Maldita
fuera, ella nunca lloraba. Jamás.
Corrie se regañó a sí misma y enderezó los
hombros. Ya había estado antes en malas situaciones y siempre había
sobrevivido. Eso es lo que hago. Sobrevivir.
Completamente sola.
Le tembló la barbilla y la apretó de
inmediato. Con la cabeza alta, salió de la estancia pasando por
delante de las miradas de reojo y acallando las condolencias de sus
compañeros —ex compañeros— de trabajo. Su tranquilidad recibió otro
golpe cuando comprendió lo mucho que iba a echar de menos a ese
grupo y hasta que punto habían llegado a formar parte de
ella.
¿Ves lo que sucede
cuando te abres a una persona, Webb? ¿Lo ves? Empezó con Bidgie.
Ahora tienes a toda clase de gente abriéndose camino.
Maldición.
Subió las escaleras en dirección a su
habitación, pisando fuerte, y cerró de golpe la puerta. De no
hacerlo, en cuanto corriera la voz de su despido, acudiría a
consolarla demasiada gente. Mientras se quitaba el uniforme para
ponerse el traje verde, examinó las complicaciones que traía
consigo permitir que la gente se volviera importante para ella. El
viejo comandante le había hecho un favor. Sí, un favor. De alguna
manera, en el transcurso de las últimas semanas, había permitido
que varias personas atravesaran su muro protector: Bidgie, Rupert e
incluso Sparrow. Bueno, pues iba a tener que apuntalarlo, y estar
lejos del Chesterfield le permitiría hacerlo.
Luego estaba Jess.
Él no había perforado el muro, había saltado
directamente por encima como si nunca hubiera existido.
Definitivamente era una complicación, pero iba a tener que
sobrellevarla hasta que regresara a su propio tiempo en el
solsticio de junio.
Terminó de abotonarse la chaqueta y metió
sus magras pertenencias en una funda de almohada. Cuando se dirigía
hacia la puerta, Sparrow la abrió.
—Querida, acabo de enterarme. —Su tonalidad
habitual de rosa inglesa estaba pálida y hundida, y se cogía las
manos con tanta fuerza que los nudillos estaban blancos.
Corrie se obligó a encogerse de hombros con
despreocupación.
—Bueno, ambas sabíamos que era solo cuestión
de tiempo que consiguiera que el Comandante me despidiera.
—¡Pero esto es terrible!
—Lo soportaré.
—No puede despedirte.
—Eso dígaselo al comandante Payne.
—No lo entiendes. Eso podría arruinarme todo
el pl... —Sparrow cerró la boca con un jadeo y se la tapó con dedos
temblorosos.
Dirigiéndole una mirada penetrante, Corrie
la obligó a sentarse en la cama.
—Tengo el presentimiento de que esto —señaló
las manos unidas de Sparrow—, tiene que ver más con usted que
conmigo. Lo que no entiendo es por qué.
Sparrow intentó separar los dedos, pero
volvió a cruzarlos en seguida sobre su regazo.
—Vamos Sparrow. Suéltelo.
La inglesa suspiró y dijo:
—Es complicado.
—Todo lo es.
Sparrow se recuperó lo bastante como para
enarcar una ceja a modo de reprimenda.
—No me iré hasta saber que es lo que la
trastorna tanto. No es solo por mi despido —La paciencia de Corrie
llegó al límite cuando Sparrow se mordisqueó el labio—. Maldita
sea, está ocultando algo.
—No —empezó a decir Sparrow, luego se
encorvó derrotada—. Eso no es cierto.
Corrie se soltó el botón superior del cuello
y se recostó contra el cabecero. Le hizo un gesto para que
continuara.
—Me inquieta que te hayan despedido —Sparrow
se relajó un poco y apoyó el hombro en el cabecero—, pero también
que no te lo he contado todo sobre... el regreso a tu tiempo.
Eso obtuvo la atención de Corrie. Se
incorporó y fijó los ojos en el rostro de Sparrow.
—¿Qué es exactamente lo que no me has
dicho?
Sparrow desvió los ojos.
—¿Qué recuerdas de tu viaje hasta
aquí?
—No demasiado. —Corrie cerró los ojos e
intentó visualizar el Chesterfield viejo y destartalado—. La
sensación de estar cayendo y un rugido, pero también tranquilidad.
Y la insignia.
Un intenso recuerdo de la antigua insignia
del Sheriff Dillon, con una de las puntas rotas, invadió la mente
de Corrie. Casi podía sentir las puntas oxidadas restantes en los
puntos de la palma de la mano donde se le había clavado.
—Sí, pues la estrella pertenece...
pertenecía. —Sparrow se levantó de un salto y empezó a pasear por
la pequeña habitación—. Este lío entre pasado, presente y futuro va
a obligarme a ir en busca de Drake Manton, el hipnotizador, para
que trate mi mente trastornada.
Corrie resopló.
—¿Tú crees que te estás volviendo loca? ¿Y
yo qué? Me veo obligada a vivir en el pasado. Prueba a hacerlo
durante un ratito y ya verás lo loca que te vuelves.
Deteniéndose, Esmeralda Sparrow la estudió,
con las manos asidas al cabecero de hierro. La cabeza de Corrie,
habitualmente tan erguida y orgullosa, estaba inclinada y tenía los
hombros hundidos como si estuviera derrotada.
¿Qué he hecho? Pensó. Liberó las manos del frío hierro, se
acercó a Corrie y la abrazó.
—Querida, te pido sinceramente perdón. Mis
problemas no son nada al lado de los tuyos. Es simplemente que me
siento responsable...
Notó que Corrie sacudía la cabeza y se
tensaba ligeramente entre sus brazos. El alejamiento era menos
intenso que en ocasiones anteriores, y Esme sonrió para sí. Estaba
dispuesta a apostar el salario de un mes a que Corrie no se
alejaría en absoluto de los abrazos de Jess Garrett.
Echándose hacia atrás para poder ver la
expresión de la viajera en el tiempo, Esme dijo:
—Permíteme ser yo quien juzgue hasta donde
llega mi responsabilidad. Y permíteme que te indique el alcance de
la tuya.
Corrie abrió sus ojos oscuros.
—¿Qué quieres decir?
—Tú, Corrinne Webb, tienes una misión en
esta época. Una que debes completar.
—¿No puedo volver si no hago algo? ¿De qué
se trata? —En la voz de Corrie hubo una nota de temor.
Era extraño que dijera "volver" en vez de
"volver a casa". Esme en su lugar solo hubiera pensado en volver a
su casa.
—¿Sparrow?
La voz de Corrie le recordó a Esme su
problema más acuciante: cuánto contarle.
—No es que debas hacer algo en especial, es
que puedes hacerlo y por tanto salvar a alguien del peligro.
—Soy un chef, no un superhéroe —dijo Corrie
con sarcasmo.
—Un superhéroe —repitió Esme lentamente,
perdida en el significado de algo que no entendía.
—No importa —dijo Corrie frunciendo luego el
ceño—. Dime directamente lo que no tengo que hacer para
volver.
Esme reprimió un estremecimiento ante la
idea de lo que significaría que Corrie eludiera su
obligación.
—Bien.
—Pero puedo hacerlo y evitar que alguien
salga herido.
—Exacto.
—Bien, está bastante claro. —Corrie la
miró—. ¿A quien se supone que tengo que salvar?
Esme sabía que si desvelaba todo lo que iba
a pasar, Corrie escogería otro camino o se lo diría a la futura
víctima, lo cual realmente podía fastidiarlo todo. Oh, Dios, escúchame, estoy pensando con
guiones.
—¿Sparrow?
—Oh. —Esme se enderezó—. Estoy segura de que
todo se aclarará. Más tarde.
—Debes estar de broma. ¿Pretendes que espere
hasta que me encuentre con esa insignia de sheriff? Sé
realista.
—Te prometo que aparecerá sin ningún
esfuerzo por tu parte.
—Bueno... De acuerdo —Corrie miró a Esme a
los ojos con expresión seria—. Pero entérate de que no voy a
permitir que eso interfiera en el regreso a mi propio tiempo.
—Entendido —Esme se estremeció y se frotó
las manos—. Ahora déjame ver que puedo hacer para ayudarte.
—El comandante no va a readmitirme.
—No —estuvo de acuerdo Esme. La ira del
comandante Payne por el comportamiento de Corrie no admitía
razones. ¿Qué iba a hacer con ella? Miró a la joven—. ¿Se te ocurre
algo que puedas hacer en Hope Springs? Te ayudaré en lo que
sea.
La risa de Corrie fue amarga.
—Supongo que si el comandante no va a
contratarme porque besé a Jess, tampoco va a hacerlo nadie
más.
—Es probable que tengas razón —dijo Esme.
Había mencionado a Jess y al beso como si no fuera más que un gesto
amistoso. Eso era algo bueno—. Entonces, ¿qué vas a hacer?
Corrie frunció el ceño durante un segundo.
De repente, chasqueó los dedos y una enorme sonrisa iluminó su
cara.
—Por un momento lo había olvidado.
—¿De qué se trata? ¿Qué vas a hacer?
La sonrisa se tornó maliciosa y Esme sintió
un estremecimiento de inquietud. ¿Qué estaba planeando?
—Es mejor que no lo sepas —contestó Corrie
poniéndose en pie, atándose el sombrero y recogiendo la funda de
almohada que contenía sus escasos bienes—. Aunque sea un
experimento.
¿Experimento?
Corrie abrió la puerta y se volvió para
mirar a Esme.
—Hasta luego.
Esme observó su rápido paso por el pasillo y
escuchó el ruido de aquellas extrañas botas al bajar las escaleras.
Sólo cuando oyó el golpe de la puerta exterior al cerrarse, cerró
la puerta de la habitación de Bridget y se dirigió a la suya. Una
vez allí pensó en las palabras de Corrie y se preguntó cual podía
ser el plan que tenía su protegida.
Fuera cual fuera, tenía el fuerte
presentimiento de que iba a provocar que se levantaran muchas
cejas.
Jess dejó la pistola que estaba limpiando y
dio un sorbo a su segunda taza de café. Lo necesitaba para
mantenerse despierto. Los recuerdos del ejército habían alterado
bastante sus noches; ahora eran los sueños sobre Corrinne Webb,
mucho más agradables, pero no menos inquietantes, los que le
impedían dormir.
—Maldición —murmuró, volviendo a coger la
pistola.
—Hace una mañana asquerosa y mi cabeza está
peor aún —gimió Jack O'Riley desde su litera en la celda más
cercana—. Pero estoy pensando que la tuya está por el estilo,
chico.
—No tan mal como tú. —Levantándose, Jess
sirvió una taza de café, le puso un poco de azúcar y lo removió
mientras se dirigía a la celda de Jack—. Toma, esto te ayudará,
viejo.
—¿A quien llamas viejo? —protestó Jack
poniéndose en pie de un salto. Se sujetó la cabeza, llevó la mano a
la litera y se cubrió la cara con la almohada—. ¡Ay, mi
cabeza!
La puerta de la celda se abrió sin
dificultad con un puntapié de Jess, que se apoyó en ella mientras
le ofrecía a Jack la taza con una mano al mismo tiempo que bebía de
la suya.
—Bébete esto, O'Riley. Eliminará los vapores
del whisky de tu cerebro.
Jack se apartó la almohada de la cara el
tiempo suficiente para preguntar:
—¿No tendrás un poco de whisky por aquí,
verdad?
—Ni una gota. Y no te lo daría si lo
tuviera. Para empezar ha sido el whisky lo que te ha traído hasta
aquí.
La almohada volvió a tapar la cara de
Jack.
—Eres un hombre duro, Jess Garrett.
—Si lo fuera, te habría anotado en el
registro y el Hope Springs Times habría
publicado tu detención en la edición de la mañana, para que toda la
ciudad pudiera verlo —Jess colocó la taza humeante en el suelo,
junto a la puerta, y volvió a su escritorio, donde se sirvió otro
café antes de sentarse en su silla.
Gruñidos y maldiciones en voz baja revelaron
los esfuerzos de Jack por alcanzar la taza. Jess abrió el periódico
y fingió leer mientras esperaba la protesta de siempre. No tuvo que
esperar demasiado.
—¡En nombre de la Santísima Virgen! ¿Qué has
puesto en esto que llamas café?
—Azúcar —dijo Jess intentando disimular la
diversión en su voz—. Te aliviará la resaca.
—¿La resaca, eh? Ningún irlandés tiene
resaca. —Jack murmuró algunas maldiciones más para sí mientras se
tambaleaba por la habitación antes de dejarse caer en una silla,
enfrente de Jess—. Jesús, por la cantidad que le has puesto parece
que piensas que soy un maldito inglés borracho.
—Lo siento O'Riley —dijo Jess bajando el
periódico para mostrar una expresión arrepentida. Evidentemente
falsa, por supuesto.
—Que lo siente, dice. Siempre es lo mismo.
Azúcar en mi café y una disculpa —A pesar de sus protestas, Jack se
bebió el café de un trago y presentó la taza pidiendo más.
Jess limpió en silencio el tambor del arma,
mientras Jack bebía. La taza sonó dos o tres veces antes de que el
hombre fuera capaz de colocarla firmemente sobre el
escritorio.
—Ah, me estoy comportando como un bastardo,
Jess.
Jess desvió su atención hacia el
portero.
—Es cierto. —Jack se pasó una mano por el
escaso pelo y se rascó la cabeza—. Estoy aquí sentado, protestando
por el azúcar en mi café y tú me has ayudado.
—Te has olvidado de mencionar que me
insultaste.
—¡Ah, sí! He llamado diferentes nombres al
hombre que me ha salvado el trabajo.
Jess observó con silencio cargado de
fascinación, como contorsionaba Jack la cara, llevándose los puños
a los ojos y bostezando. Era evidente que Jack todavía tenía
suficiente whisky encima. O puede que fuera peor la resaca.
—El comandante me despediría si supiera que
he vuelto a... darme el capricho. Por no mencionar lo que diría
Bidgie.
—Por mí no van a saberlo. —Jess le tendió a
Jack su abrigo, la corbata y el sombrero—. Si alguien te ve salir
de la comisaría, le dices que te he pedido que vinieras a contestar
unas preguntas sobre esos ladrones de bancos.
—Eres un buen hombre. —Jack se puso el
abrigo y la corbata—. Debo decir que para ser un hombre que nunca
saca su arma, te pasas mucho tiempo limpiando esa cosa.
—La costumbre, O'Riley —Jess se encogió de
hombros con despreocupación.
—Estoy seguro de que cierta chica también se
ha convertido en un hábito. —Se marchó tras hacer tal observación,
dejando a Jess preguntándose cuánta gente más se había dado cuenta
de su interés por Corrie.
Y por qué estaba tan interesado en
ella.
Corrie se detuvo frente a la antigua
panadería y volvió a examinar el lugar. Tenía una buena orientación
y la señal pintada sobre las ventanas de delante, aunque
descolorida por los años, era claramente visible desde una manzana
más allá. El interior parecía lo bastante amplio como para albergar
unas cuantas mesas, y, por lo que podía ver, la cocina también era
adecuada. Había incluso un pequeño patio a un lado con varios
árboles alrededor, perfecto para poner una zona al aire libre
cuando el tiempo mejorara.
Ahora mismo era un asco. Aunque había podido
subirse al tren del hotel, estaba casi empapada y, desde el
sombrero, la fría lluvia le goteaba en la nariz cada vez que
levantaba la vista. Al ver su propio reflejo en una de las
ventanas, pensó que su aspecto era el de una rata ahogada. Esa idea
la hizo desviar la atención de su ropa mojada y del frío, y le
dirigió una ancha sonrisa a su imagen reflejada.
Desde sus comienzos en el negocio
alimentario, ejerciendo de lavaplatos, había albergado el sueño de
poseer su propio restaurante. Asistir al Instituto de Cocina de
América y convertirse en chef, habían fortalecido el sueño y ahora
podía imaginar algo más que un restaurante en abstracto.
Lo suyo iba a ser una cafetería familiar y
acogedora en la que solo se servirían los productos más frescos,
exquisitamente preparados. Nada de nouvelle
cuisine con sus formas de diseño y sus raciones diminutas. No,
las suyas serían raciones decentes de maravillosa comida en una
cafetería no demasiado grande, donde la gente se entretuviera
tomando un vaso de vino y charlando. La cafetería de sus
sueños.
Cafetería de los
sueños. Así es como voy a llamarla.
Se le ensanchó la sonrisa. Pondría a prueba
las enseñanzas de Paul LaDue. Su sueño estaba a punto de
realizarse.
Lo único que quedaba era convencer a
Jess.
La puerta de la comisaría se abrió de
repente acompañada de un viento y una lluvia helados. Jess estaba
cargando la estufa con más carbón y gritó por encima del
hombro:
—¡Cierra la puerta!
El viento y la lluvia quedaron
repentinamente fuera y el silencio se apoderó del interior, tan
sólo roto por el goteo del agua en el suelo. Mucha agua.
Cerró de un golpe la rejilla y se sacudió el
polvo de las manos mientras se daba la vuelta. Corrinne Webb estaba
parada en medio de la comisaría con la falda y el sombrero
chorreando. Mientras el la contemplaba, sacó hacía fuera el labio
inferior y sopló la cinta que le goteaba en la nariz. Ninguna dama
haría algo tan poco elegante.
Claro que, tampoco ninguna dama, poseía esos
deliciosos labios que le mantenían despierto y atormentaban sus
sueños. Jess notó que se excitaba y se preguntó qué era lo que
tenía, qué le hacía parecer un adolescente en celo en vez de un
hombre adulto con un trabajo sobrio. Corrinne Webb se le subía a la
cabeza como un licor destilado ilegalmente y eso le hacia estar de
cualquier forma menos sobrio.
Ella parpadeó y luego le dirigió su
brillante sonrisa.
—Hola jefe —saludó agitando una mano.
Luego estornudó y Jess comprendió que su
patito estaba casi ahogado.
—En nombre de Dios, ¿qué te ha hecho salir
con un tiempo como este? —Le estrechó la mano y la acercó a la
estufa.
Sus dedos parecían de hielo, pero sin
embargo, le provocaron una oleada de calor. La ignoró con decisión
e intentó frotarle los dedos, pero ella apartó la mano.
Se quitó el sombrero y revisó los daños con
pesar.
—Me temo que está totalmente echado a
perder.
—Totalmente —dijo él, cogiendo las
destrozadas cintas y la flácida y deformada ala del sombrero.
—Puede que el traje pueda salvarse. Es de
una lana bastante resistente —dijo Corrie, escurriendo el agua de
la falda con las manos. Lo miró con gotas bañando en las pestañas—.
¿Tú que crees?
Es tan
bella.
—¿Jefe?
Jess obligó a su caprichosa mente a
centrarse en la pregunta.
—Ehh... el traje. Sí, debería tener arreglo.
—Sería mejor que su cerebro mantuviera a raya sus divagaciones—.
Pero deberías quitarte esas ropas mojadas cuanto antes.
Mientras la ayudaba a quitarse la chaqueta
se fijó en la funda de almohada empapada que ella había depositado
a sus pies en el suelo. Se estaba formando rápidamente un charco
alrededor.
Ella sorprendió su mirada y explicó:
—Eso es todo lo que poseo. Y está todavía
más mojado que lo que llevo puesto. Aunque creo que no podría estar
más empapada.
Ya averiguaría a su debido tiempo por qué
llevaba todas sus pertenencias. Por ahora, ningún caballero se
aprovecharía de una joven en sus condiciones, y Jess se recordó a
sí mismo que había nacido y había sido educado como un
caballero.
Maldición.
Puso una tetera encima de la estufa para que
se calentara y rebuscó en el armario otra taza y otro platillo. Una
taza de té la calentaría por dentro mientras a él se le ocurría que
hacer con lo de fuera.
Su pene palpitó haciendo saber su idea y él
se regañó a sí mismo con severidad. La joven había ido a pedirle
ayuda y eso es lo que tendría.
Lo único que
tendría.
Ella se aclaró la garganta y se removió en
la silla.
—Probablemente te estés preguntando qué hago
aquí.
Apoyándose contra el escritorio, Jess cruzó
los tobillos y asintió para que continuara.
Ella desvió los ojos hacia el fuego, visible
a través de la rejilla.
—Me... Me han despedido.
—Despedida. —La imagen de la señora
Harrington apareció en su mente. A ella no le hacía ninguna falta
aquella nueva invención llamada teléfono; era mucho más rápida. Sus
labios se convirtieron en una fina línea mientras hacía varios
comentarios cáusticos—. Deja que adivine. Alguien informó al
comandante Payne de nuestra... indiscreción... de ayer.
—Acertaste, jefe.
Sus palabras eran extrañas y el tono
descarado lo sorprendió, pero carecía de importancia.
—¿Qué vas a hacer?
Ella se levantó, mordiéndose el labio
inferior, y empezó a pasear por la habitación antes de contestar.
Algo en la mirada de reojo que le dirigió lo puso en guardia.
Por fin se detuvo frente a él.
—No se trata de lo que voy a hacer yo. Es lo
que vamos a hacer los dos. Juntos.
—Juntos —Jess tenía algunas ideas en cuanto
a eso, pero dudaba de que fuera a eso a lo que ella se
refería.
—Si. Socios.
—Socios —repitió él despacio. Empezaba a
sonar como un memo, pero maldito si sabía hacia donde quería llegar
ella con esa conversación sobre una asociación.
—En un restaurante —Se apresuró a añadir—:
Donde antes estaba la panadería. Yo seré el chef. Tú pondrás el
dinero. Puedo vivir en el segundo piso. Big John y su familia
pueden trabajar para mí, para nosotros. Será... —Respiró—.
Perfecto.
A él sólo se le ocurrió una
explicación.
—El frío te ha afectado al cerebro.
—No es eso. Lo he pensado mucho. Incluso
antes de que me despidieran.
—¿Por qué se te ha ocurrido pensar en mí
como socio?
—Bueno, no tengo dinero suficiente para
empezar y tú pareces comer mucho fuera.
Eso no podía negarlo, pero seguía sin tener
sentido.
—¿Y qué pasa con el banco?
—Ahí era donde iba ayer por la mañana antes
de que encontrarme contigo. Hoy también. —Se encogió de hombros
haciendo un molesto ruido de agua al hacerlo—. Me rechazaron.
Groseramente además.
—Me hubiera sorprendido que no lo hicieran.
—De hecho habría llamado al doctor Jones para que examinara al
director del banco si este hubiera dado un préstamo a Corrie. El
hombre era inflexible en sus denuncias sobre el trabajo de las
mujeres, aparte de ser un misógino recalcitrante.
—Así es que te lo pido a ti. Tú al menos no
serás grosero.
—¿Por qué iba yo a prestarte algo?
Corrie dejó caer la vista hacia sus extrañas
botas.
—Bueno, ha sido culpa tuya.
—¿Mía?
—Tú fuiste quien me besó.
Puede que Jess hubiera sentido algo de culpa
por su apuro, pero ahora protestó.
—Me parece recordar que me devolviste el
beso.
—No lo hice —dijo ella, aunque el atractivo
rubor que enrojeció sus mejillas y sus orejas decían otra
cosa.
—Ahora parecemos mis hermanos cuando éramos
pequeños.
Aunque gracias a Dios
no eres una de mis hermanas.
—Yo nunca he tenido familia.
El tono con que hizo tal declaración fue tan
melancólico, que él no estuvo seguro de si se lo decía a él o a sí
misma.
Entonces levantó la cabeza y se puso una
sonrisa en la cara, ignorando la gota de lluvia que tenía en la
nariz.
—Estábamos hablando de por qué tienes que
ser mi socio. —Pasó un dedo por el borde de la taza—. Es porque
tienes visión.
—¿Qué tiene que ver mi vista con apoyar a tu
restaurante?
—No, no. No me refiero a esa clase de
visión. Visión empresarial. —Bebió un sorbo de té y luego dejó la
taza para poder mover las manos describiendo un arco—. Lo que
necesita Hope Springs es una buena cafetería estilo taberna. No es
por menospreciar a la señora Warshoski, pero solo puedes comer esas
pesadas comidas del este de Europa unas cuantas veces antes de
cansarte de ellas.
—Los polacos de la ciudad se sentirían
ofendidos. —Jess contuvo una sonrisa. Ella le había contagiado su
entusiasmo, pero no pudo resistirse a pincharla.
—Sabes perfectamente lo que quiero decir.
Sin embargo, mi comida —se dio un golpecito a sí misma en el pecho
y Jess tuvo que recordarse que era un caballero cuando vio lo
transparente que se había vuelto la tela—, es de lo mejor de hay en
Dallas, una ciudad exigente para los restaurantes —Se interrumpió
como si fuera algo enorme.
—¿Dallas? ¿Dónde nadie tiene la sensatez de
construir lejos del río y este se desborda cada primavera? ¿Ese
Dallas? —Había cabalgado por todo Texas y había descansado un par
de semanas, junto con su batallón en Forth Worth, pero Dallas era
el último sitio que se le ocurriría visitar.
—Supongo, pero no importa. Limítate a
aceptar que soy buena. Realmente buena. Mi solomillo a la parrilla
con salsa bearnesa quedó el mejor en... bueno, fue el mejor. Acepta
mi palabra. Mi cocina va a sacudir los cimientos de esta ciudad. El
chef Sashenka no tiene nada que yo no pueda hacer mejor. Y yo era
el chef principal más joven que ha habido nunca... —titubeó— en
Dallas.
Su fanfarronería era asombrosa. ¿Quién
hubiera pensado que iba a ser tan apasionada en lo que se refería a
la cocina?
—¿Qué te parece? ¿Vas a respaldarme?
—Estoy casi convencido, pero debo
preguntarte como me escogiste a mí. Aparte de por verme cenar en el
restaurante del hotel casi a diario. —No todos sabían que provenía
de una familia rica y, francamente, prefería mantener esa
circunstancia tan oculta como fuera posible; cuantas menos
debutantes a la caza de marido se lanzaran sobre él, mejor.
—¡Oh, ha sido fácil! —Su sonrisa lo
convenció de su sinceridad—. O'Riley me dijo que tienes
dinero.
Jack,
estúpido.
—¿Y creíste a un irlandés borracho?
Ella posó una mano en su manga y la
temperatura volvió a subirle.
—Me consideraba tu amiga.
—Pero...
—Tú fuiste quien me besó. Tú fuiste quien
hizo que me despidieran.
—De acuerdo, tú ganas —dijo él, levantando
una mano para aceptar el golpe—. Tengo dinero en efectivo
suficiente para respaldar esta aventura. Pero con una condición.
Mejor dicho, dos.
La desconfianza le nubló los ojos y él se
apresuró a disiparla.
—Primero: tienes que prepararme algunas
comidas para que las pruebe antes de poner el dinero. Segundo: me
gustaría que esperaras en mi oficina mientras cabalgo hasta
Covington. No debería volver muy tarde, pero he quedado en reunirme
con el sheriff del condado.
—Me parece bien, pero quería hacer una
oferta por la panadería hoy mismo, para tener un sitio donde dormir
esta noche.
—¿Quieres decir que el comandante te ha
echado del todo? —Jess y el comandante no eran lo que se dice
amigos, pero no había creído que el hombre fuera tan cruel.
—Es justo admitir que de verdad le saqué de
sus casillas.
El destello malicioso de sus ojos convenció
a Jess de que probablemente no debería pedir más detalles. Puede
que ella se los diera y él jamás podría mirar al comandante de la
misma manera.
Con la misma rapidez que se le iban
ocurriendo sitios donde alojarse en la ciudad, los iba descartando.
Si pagaba la habitación de Corrie, o si le veían acompañándola a un
hotel, la reputación de ella resultaría todavía más dañada de lo
que había resultado con el beso. No habría redención posible y
jamás sería aceptada en esa ciudad.
Solo quedaba una opción; suponiendo que
consiguiera sacarla furtivamente, sin que lo vieran.
—Tengo una tercera condición: Pasarás la
noche en mi casa. —Iba a lamentar aquello.